El Supremo Vigilante, con aspecto extraordinariamente cansado, se materializó surgiendo entre los árboles que la rodeaban. Se apoyaba con fuerza en su cayado; sus ojos
tenían una expresión distante. La muchacha percibió su preocupación por ella; Lord Petrac se preocupaba por ella de la misma forma que un padre se preocupa por un hijo muy querido.
–Estoy bien. ¿Por qué lo preguntáis?
El arrugó la frente un instante y luego dijo:
–Siempre me preocupa la salud de mis amigos, Troia. ¿Te gustaría que me comportara de forma diferente?
–Nunca podríais ser diferente. – Se levantó, con la intención de marcharse, pero se encontró con que, por alguna razón, su anfitrión le cortaba el paso.
–Acabas de llegar. Insisto en que me concedas algo más de tu tiempo; te veo tan poco…
Algo no estaba bien, algo… que ella había olvidado. Troia intentó dar una excusa; no se sentía bien allí.
–Haggerth me estará buscando.
–¿Haggerth? – La cabeza de ciervo mostró sorpresa y hasta consternación, pero se recobró con rapidez-: Dudo de que te esté buscando. Cuando hablé con él por última vez, no hará más de una hora, me dijo que no te necesitaba y que te podías quedar tanto como quisieras… ¿O no será acaso que te has cansado ya de mi compañía?
–¡Oh, no, mi señor! – Se sintió impotente mientras él la conducía de vuelta al lugar donde había estado sentada. Sus movimientos eran lentos, cosa muy impropia de ella. Algo no marchaba.
«Tzee…»
Lo escuchó sólo una vez, y quizá no le habría prestado atención de no haber sido porque las manos del Supremo Vigilante se cerraron con más fuerza sobre ella. Lord Petrac hizo venir a uno de los aldeanos que le ayudaba y le pidió que trajera algo de beber a la joven. Ella no protestó, sabiendo inconscientemente que él conseguiría convencerla si lo hacía. Entonces él le dedicó una ligera reverencia y se disculpó, diciendo que regresaría enseguida. En ningún momento dijo con precisión qué tenía que hacer.
Troia sentía un vivo deseo de dormir, pero se rebeló contra él. Poro mucho que lo intentara, no podía aceptar lo que estaba sucediendo; aquel efímero susurro había despertado algo en ella, recuerdos que se contradecían con el presente. Recuerdos que se referían también a Lord Petrac. Inquietantes recuerdos de… ¿del Grifo?
–Grifo. – Musitó el nombre como si hacerlo le diera nuevas fuerzas. Recuerdos de haber sido capturada, de haber escapado y… de traición acudieron a ella.
–Lord Petrac.
El nombre que siempre había significado para ella honor y paz, le disgustaba ahora. Troia lo recordaba todo, incluidos los tzee y la repentina y sorprendente declaración de Morgis con respecto al pacto entre la Voluntad del Bosque y uno de los señores aramitas. Sus uñas se extendieron y retrajeron con creciente enojo. Se había traicionado una confianza tácita. Quería sangre.
Se levantó despacio, en silencio, y avanzó por el sendero por el que se había marchado el Supremo Vigilante un momento antes. Uno de los aldeanos, que portaba algo de beber, apareció ante ella, boquiabierto. Troia extendió las uñas, pero entonces comprendió que aquellas gentes eran, probablemente, más inocentes incluso que ella. El aldeano, un muchacho apenas, dejó caer lo que llevaba y se dio la vuelta. Troia lo agarró por el brazo, lo obligó a volverse, y, con una disculpa que sólo sirvió para embarullar más la situación, le dio un puñetazo. Por su aspecto, Troia parecía más ágil y flexible que fuerte; pero, en realidad, su fuerza era tal que en un combate mano a mano, en la mayoría de las ocasiones conseguía derrotar a oponentes dos veces mayores que ella, aunque fueran luchadores avezados.
Depositó al desmayado muchacho en el suelo, jurando que lo compensaría si sobrevivía a aquel lío. De improviso deseó que el Grifo estuviera allí; él siempre parecía mantener la presencia de ánimo a pesar de lo desesperado de una situación. También deseaba que estuviera allí por otros motivos, pero éstos no tenían nada que ver con el problema que la ocupaba.
No tardó en empezar a maldecirse a sí misma por ser tan idiota. Al menos podría haber interrogado al muchacho para ver si sabía dónde estaba su señor y lo que hacía. Seguirle la pista sería fácil, pero, de haber existido una forma más sencilla, lo habría preferido. Sólo los imbéciles inflados de orgullo escogían el camino más difícil.
Pasaron algunos minutos y empezó a considerar seriamente la posibilidad de regresar al lugar de su -cautiverio, decidió- y ver si el muchacho seguía allí. Había olvidado que en esa región, el olor de Lord Petrac estaba por todas partes. Olores recientes se mezclaban con olores nuevos y, al cabo de un rato, le resultó casi imposible diferenciar unos de otros. De todos modos, no podía darse por vencida. Había demasiadas cosas en juego. No podía darse por vencida aunque el traidor fuera Lord Petrac, quien probablemente repelería su ataque como quien se quita una hoja que le ha caído en el hombro.
Advirtió un movimiento a su espalda.
–Vaya, qué deliciosa gatita tenemos aquí. Sin vacilar, giró en redondo y saltó sobre el lugar del que procedía la voz. Dos figuras cubiertas por sendas armaduras le salieron al paso y, con gran consternación por su parte, la muchacha rebotó contra ellas como un guijarro, aterrizando hecha un magullado ovillo a un metro de ellos. El que había hablado lanzó una sonora carcajada.
–Eres una gatita tan estúpida… Mira siempre antes de saltar si quieres evitarte huesos rotos y cosas parecidas.
Con ojos enfurecidos contempló horrorizada la familiar armadura negra adornada de piel. ¡Piratas-lobo en el País de los Sueños! Era imposible… a menos que accidentalmente hubiera abandonado la realidad de su mundo para penetrar en la del de ellos. No… se habría dado cuenta, ¿no era así?
Las dos figuras contra las que se había lanzado la sujetaron por los brazos. Los miró a las caras, ocultas por los yelmos de lobo, y descubrió que no había nada detrás de las máscaras. Se debatió con más fuerza aunque de nada le sirvió. Poseían una fuerza sobrehumana.
La tercera figura se acercó más. No era D'Rak, eso ella ya lo había descubierto por la voz; pero, si no era el gran guardián, no había más que otro pirata-lobo que se moviera con tal presencia de ánimo, con tanta confianza y energía.
El le sujetó la barbilla con una mano y, con modales fríamente educados, dijo:
–Me llamo D'Shay. Todavía no nos habíamos encontrado cara a cara, pero tú debes de ser Troia, la hembra del Grifo.
Troia encontró su sonrisa mucho más desagradable que la de cualquier depredador con el que se hubiera topado jamás. No había humanidad en ella y tampoco nada de la inocencia del auténtico animal. D'Shay tenía lo peor de los dos mundos, un verdadero apóstol del Devastador.
–¿Se ha comido tu lengua el gato? – La sonrisa desapareció-. No tendrías que haberte cruzado en mi camino. Tengo esta… obsesión con las cosas y las personas que tengan algo que ver con el Grifo. Me gusta cogerlas y moldearlas a gusto o simplemente ocuparme de que le resulten irreconocibles cuando las encuentre… si es que las encuentra.
Ya no podía seguir ocultando su cada vez mayor temor, pero se obligó a replicar:
–¡Resultas patético, Shaidarol! ¡No me sorprende que el carroñero y tú os llevéis tan bien!
El le soltó la barbilla y la abofeteó con sorprendente rapidez. La boca le empezó a sangrar, pero no le impidió sentirse satisfecha.
–¡Ya no existe Shaidarol! ¡Soy D'Shay, leal siervo de mi señor el Devastador!
–Soltadla.
Reconoció también esa voz, pero la mujer-gato ya no supo si sentirse aliviada o furiosa.
Lord Petrac, un oso a su izquierda y un enorme gato montes a su derecha, avanzaba a grandes zancadas por el sendero. Por un instante pareció que los dos grupos fueran a enfrentarse, pero entonces D'Shay se hizo a un lado y, con aquella desconcertante sonrisa de vuelta en sus labios, ordenó a los dos… a las dos armaduras que la depositaran en el suelo. Una vez convencidos de que Troia podía sostenerse sin ayuda, le soltaron los brazos.
La Voluntad del Bosque extendió una mano.
–Ven conmigo, criatura.
–¿Ir con vos? – escupió en su dirección. D'Shay lanzó una sonora y prolongada carcajada.
–¡Parece que estás perdiendo el respeto y la confianza de tu gente, Supremo Vigilante! Petrac tenía una expresión más molesta que preocupada.
–A menos que prefieras ir con Lord D'Shay, te sugiero que vengas conmigo, Troia.
Ante tal elección, la mujer-gato se reunió de mala gana con el Supremo Vigilante. Lord Petrac contempló a D'Shay con desdén y disgusto.
–No la toques jamás. Ni tu amo podría salvarte de mí cólera si lo haces.
La expresión en el rostro del pirata-lobo indicó que le preocupaba muy poco tal amenaza, pero movió la cabeza en señal de asentimiento.
Troia levantó la vista hacia el ser al que en una ocasión casi había llegado a venerar y, reprimiendo la ira, musitó:
–¿Qué hace él aquí?
La Voluntad del Bosque meneó la cabeza y respondió apenado:
–Por lo que parece es mi nuevo aliado, jovencita.
–¿Aliado? – La situación iba de mal en peor. Lord Petrac se mostró afligido por la mirada acusadora de la joven.
–Haré lo que deba para preservar alguna porción del País de los Sueños. Si no hago algo, no quedará nada. Nada.
–¡Pero los piratas-lobo! ¿Cómo podéis tener tratos con las criaturas de ese dios loco?
–Ya he tenido tratos con ellos antes.
–A partir de ahora tratarás conmigo, Lord Petrac. – D'Shay pronunció la frase con gran satisfacción. El Supremo Vigilante entrecerró los ojos, luego asintió.
–Primero D'Rak, y ahora este traidor… -Troia enterró el rostro en el pecho de Petrac-… ¿y forma también parte de tu contrato el Grifo? ¿Lo has entregado a este… este…?
–Chisst, criatura. – El Supremo Vigilante miró con reserva en dirección a D'Shay- Tienes mi palabra, Shaidarol, siempre y cuando actúes con prontitud y aceptes el mismo pacto que hice con D'Rak. Aunque cómo has llegado a saber tantas cosas…
–Eso debes agradecérselo a los tzee -repuso D'Shay acariciándose la perilla-. Son los aliados perfectos; ya sabes que harían cualquier cosa por conseguir más poder. Resulta reconfortante tener un aliado tan previsible. En un principio me puse en contacto con ellos con la esperanza de que me ayudasen a localizar al Grifo y de que actuaran como mis ojos con respecto a D'Rak. Ya puedes imaginar mi sorpresa cuando descubrí casi de inmediato que, a cambio de cierta porción de poder, estaban dispuestos a hablarme sobre tu trato con mi colega guardián. Ha sido una buena cosa, además. La conquista de Sirvak Dragoth le habría garantizado un lugar preeminente entre los favoritos del Devastador… quiero decir del Gran Maestre.
–Algo que no te puedes permitir.
Troia escuchaba cada vez con mayor aprensión. No había la menor posibilidad de que D'Shay cumpliera su acuerdo con Lord Petrac. Mientras un solo fragmento del País de los Sueños persistiese, los piratas-lobo seguirían preguntándose si algún día no volvería a ser una amenaza. La única forma segura era eliminar el problema de una vez por todas. Eliminar el País de los Sueños.
Se dio cuenta de que Lord Petrac no lo veía así. Aunque ya había roto la palabra dada a uno de los piratas-lobo, todavía se mantenía fiel a una especie de código de honor y realmente esperaba que D'Shay, que era la última persona en quien la mujer-gato habría confiado, mantendría su parte del trato.
–Algo tiene que hacerse con ella, lo sabes. En un principio, no se le ocurrió que D'Shay hablaba de ella. Sólo cuando sintió el respingo de Petrac comprendió el peligro en que se encontraba.
–Ya te lo he dicho. ¡No se le hará ningún daño!
–¿Y cómo sugieres que la mantengamos apartada de todo esto? – inquirió D'Shay con una mueca de desdén-. Ya ha demostrado su fuerza de voluntad. Si ha sido capaz de escapar de uno de tus sueños podrá escapar de otro. Es mejor que la entregues a los tzee. Ellos la mantendrán ocupada.
–No haré tal cosa… ¡y ni se te ocurra amenazarme, Shaidarol! Me necesitas a mí o a Geas para abrir la Puerta el tiempo suficiente para que puedan pasar tus fuerzas. ¡Y dudo mucho de que puedas convencerlo a él! ¡También necesitas que la Puerta permanezca abierta de modo que el poder del Devastador pueda mantener tu más bien frágil existencia! – La Voluntad del Bosque sonrió triunfante al ver que el pirata-lobo retrocedía presa de momentáneo pánico-. Sí, conozco cuál es tu situación igual que sé qué son tus sirvientes. El hilo de tu existencia está a salvo en cualquier parte excepto en el País de los Sueños. Tienes que mantenerte siempre en contacto con tu amo, pero aquí no llega su poder, y dependes de que la Puerta permanezca abierta de modo que él tenga acceso a tí o de la buena voluntad de los tzee. Me pregunto cómo se sentirían si supieran que desvirtuaste una parte de su esencia para crear a tus leales guardas. ¿Se lo cuento? Podría ahorrarme problemas; entonces podría volver a tratar con D'Rak.
D'Shay sonrió de improviso con un cloqueo y, tanto el Supremo Vigilante como Troia, que se había vuelto para observar la reacción del pirata-lobo, se estremecieron al oírlo.
–¡Muy bien, Lord Petrac! ¡Las cosas no son exactamente como tú crees, pero se le parecen bastante! Para tu información, te diré que yo tardaría mucho tiempo en morir, y quien primero lo pagaría sería esa gatita que abrazas. Pero ¿por qué tienen que discutir los aliados? ¡Es el momento de actuar, no de pelear! D'Rak puede descubrir en cualquier momento tu doble juego. El Grifo sigue en libertad…
–No es así. Lo tengo yo.
–¿Tú lo tienes? – El rostro de D'Shay se iluminó con genuina alegría-. ¡Pero eso es fantástico!
–Te… te lo entregaré, siempre y cuando por el nombre de tu amo jures cumplir tu parte del trato… por el nombre del Devastador; no del Gran Maestre.
–¡Oh no, mi señor! – Troia intentó desasirse, pero el brazo de Petrac era tan inamovible como los grilletes de las celdas privadas de D'Rak. La Voluntad del Bosque le tapó la boca con la mano, cerrándosela.
D'Shay no hizo caso de su arrebato. Aunque pareciera increíble, estaba a punto de abrazar a su aliado.
–¡Tanto mi amo como yo te agradecemos el regalo! Juro, en su nombre, mantener el trato! ¡Entrégame al Grifo y tu remo privado permanecerá por siempre intacto!
Lord Petrac pareció darse por satisfecho y siguió:
–El Grifo está en lugar seguro y permanecerá allí. Él y dos acompañantes están… descansando.
–Entonces, empecemos.
–De acuerdo. – El Supremo Vigilante miró a Troia; ésta intentó morderle la mano, pero él continuó manteniéndole la boca cerrada-. Lo siento jovencita, pero ha llegado la hora de que Sirvak Dragoth caiga para que el País de los Sueños pueda por fin disfrutar de paz. Tendrás que dormirte. Perdona.
Ella masculló una protesta, pero poco más pudo hacer. Lord Petrac le soltó la boca y trasladó la mano a su frente;
Troia apenas tuvo tiempo de empezar a lanzar la blasfemia más repugnante que conocía antes de que el traicionero vigilante le tocara la frente y le hiciera perder el conocimiento. Se derrumbó en sus brazos, y la Voluntad del Bosque tuvo que soltar el bastón para poder sujetarla. La depositó con cuidado en el suelo y recuperó el báculo de madera. Se incorporó y clavó los ojos en D'Shay.
–Te doy dos horas desde el momento en que te marches. Debes tener tus tropas listas dentro de dos horas. Ya tendré bastante que hacer para mantener la Puerta bajo control, pues espero que los otros Supremos Vigilantes intenten cerrarla.
–Dos horas serán más que suficientes. Que sea una.
–¿Una? – Petrac parpadeó asombrado-. ¿Una hora para reunir un ejército?
Uno de los soldados sin vida de D'Shay -no estaba muy claro si se podía llamar realmente vida a lo que poseían los tzee o a cualquier cosa derivada de ellos- desapareció por un agujero dimensional mientras el pirata-lobo respondía a la pregunta del vigilante.
–Una hora. Siempre hemos estado preparados para este momento; ¿de dónde crees que el gran guardián D'Rak iba a sacar su ejército?
–Nunca comprenderé cómo puede existir una sociedad así.
D'Shay le dedicó una última sonrisa antes de que el otro soldado y él desaparecieran por el portal abierto por los
tzee.
–Podría decir otro tanto de la tuya, Supremo Vigilante. Lord Petrac contempló cómo los tzee se retiraban. Cuando el agujero dimensional se hubo reducido a la nada, dirigió una última mirada a la figura dormida sobre el sendero. La Voluntad del Bosque arrugó el entrecejo, pero sabía que ése no era momento de volverse atrás. Lo odiarían, lo insultarían, pero sólo hasta que los supervivientes comprendieran sus motivos. El continuo dolor que padecía aquel mundo semirreal llamado el País de los Sueños lo acosaba sin tregua. No podía dejar que sufriera, y no había más que una forma de tratar viejas heridas infectadas. Era igual que podar los árboles de sus bosques para que crecieran más fuertes. Habría una nueva tierra, segura para siempre en la realidad de seres como los piratas-lobo o los dragones que gobernaban el continente situado al oeste. Llegaría un día en que el País de los Sueños alcanzaría una magnificencia como nunca la había tenido.
Allí el día era brillante y soleado, y no tenía la menor idea de cómo sería en ese mismo lugar pero en la otra realidad. Probablemente húmedo y desapacible, supuso. En realidad no le importaba; lo que importaba era prepararse para el principio del cambio. Faltaba un poco menos de una hora para que la nueva gloria del País de los Sueños iniciara sus ritos de natividad. Nacería de las cenizas de la sangre y de las llamas para convertirse en una tierra más poderosa y libre.
Tranquilizado, el Supremo Vigilante se encaminó a su lugar privado de contemplación. Cuando llegara el momento -y sabría con exactitud cuándo sería- lo encontraría preparado.
Alguien no actuaba en la forma deseada por D'Rak. Lo supo porque no se encontraba al Grifo ni a su amigo por ninguna parte. Corrían rumores de que se los había visto cerca de la fortaleza del Gran Maestre, rumores de que los seguía un ejército de repugnantes verloks, rumores de que se los habían comido, lo cual cabía dentro de lo posible, sabiendo cómo eran los verloks.
También había informes confirmados de que se había visto a las encapuchadas criaturas sin rostro recorriendo las calles con un aire de determinación que nadie recordaba haberles conocido jamás. Eso preocupó al gran guardián. Se suponía que eran neutrales. Jamás habían actuado a favor ni en contra de los aramitas, al menos que se supiera. Sin embargo…
Había hecho salir a D'Farany para poder meditar sobre estas cuestiones en la soledad de una habitación apenas iluminada. En realidad, la única iluminación era la que emanaba del Ojo del Lobo. El resplandor se mantenía constante, cosa que le satisfacía. Últimamente era inestable, como si… como si se empezara a cuestionar el poder del Devastador. No se lo había dicho a nadie porque lo único que conseguiría sería debilitar su posición; sin embargo, con la captura del Grifo, el gran guardián observó un retorno a la estabilidad. Una sola vez había parpadeado el día anterior, pero fue suficiente para atemorizarlo.
No obstante, a pesar de que el Ojo parecía funcionar de forma correcta, no conseguía descubrir nada con respecto al Grifo, su draconiano compañero ni la hembra procedente del País de los Sueños. Sabía que era imposible que estuvieran en poder de D'Shay; de ser así, su archirrival lo habría dado a conocer públicamente. La captura del Grifo habría significado el éxito para D'Shay y la ruina segura para el gran guardián.
D'Rak dejó que el poder concentrado por el Ojo lo condujera fuera de la habitación y por encima de la ciudad. Lo emocionaba convertirse en parte tan integral de la estructura misma del mundo. Las secretas intenciones de ese mundo quedaban al descubierto ante él, y era muy grande la tentación de pasar a formar parte de éstas definitivamente; pero hacía mucho tiempo que había aprendido a controlar tal tentación aunque eso no impedía que se deleitara en contemplar la posibilidad.
Un examen minucioso de la ciudad le confirmó una vez más que no se los encontraba por ninguna parte. Tendría que haber sido imposible, al menos en cuanto al Grifo. D'Rak ya se había asegurado de que así fuera mediante el talismán de menor tamaño que colgaba de su cuello. Igual que los guardas, el Grifo estaba marcado. Las observaciones del gran guardián debían de ser capaces de mostrarle a dónde iba y lo qué hacía el pájaro-león, pero no era así. En esos momentos, D'Rak ponía muy en duda que su propia muerte desencadenara la muerte del pájaro-león -aunque eso no quería decir que fuera a poner a prueba su teoría. Parecía que alguien o algo velara por el inadaptado, protegiéndolo de poderes que el jefe aramita había recibido del mismo Devastador. Algo equiparable al dios… ¡pero eso era absurdo! Jamás había existido ni podría existir ningún poder capaz de vérselas con el auténtico señor del imperio!
D'Rak dirigió de nuevo sus pensamientos al momento en que había capturado al Grifo. Estaba la cuestión de la hembra que había desaparecido y también el que no se hubiera podido localizar el origen del agujero dimensional utilizado en la huida. La observación continua revelaba que el agujero podía haber aparecido al menos en dos ocasiones, una en el mismo interior de los muros de la ciudad, pero, en ninguna de las dos se había podido averiguar nada.
–¡Señor!
El gran guardián alzó los ojos lleno de justa cólera, el contacto con el Ojo roto por la interrupción. No se permitía a nadie, ni a su segundo en el mando, que lo molestara durante sus meditaciones. Llamó a un guarda y le ordenó que arrastrase hasta su presencia al guardián transgresor.
D’Farany no opuso el menor reparo al ser escoltado. Su rostro reflejaba gran ansiedad, pero no se trataba de ansiedad por su precaria situación, y D'Rak se extrañó. Sin duda el joven guardián sabía que había cometido una infracción. Quizá valdría la pena escuchar lo que tenía que decir antes de enviar al muchacho a las mazmorras unos cuantos días para… instruirle en las normas debidas si quería acceder a la categoría de guardián.
–Habla… ¡y será mejor que valga la pena!
–¡Señor! – D’Farany todavía intentaba recuperar el resuello. Había corrido un buen rato para poder llevar la noticia a su señor de modo que la comprendiera bien, pues ya no confiaba en sus compañeros-. ¡Se está convocando a las unidades designadas este mes como reservas! ¡A todo el mundo! Jinetes de grifos, guardianes, soldados de a pie, monitores de los Corredores… a todo el mundo!
El joven aramita se arrodilló, a sabiendas de que su vida podía verse cortada en seco en cualquier momento.
–Señor, las órdenes provienen de D'Shay con el permiso del Gran Maestre. ¡Él… él afirma que les entregará el País de los Sueños! ¿Es eso posible señor! ¿Puede él…?
–¡Déjame! ¡Regresa a tu puesto! ¡Tomaré nota de tu excelente trabajo!
D’Farany, con una sonrisa en su rostro ante el nuevo y repentino cambio de suerte, saludó y salió a toda prisa. Los dos soldados que lo habían traído se quedaron a la espera de órdenes. D'Rak les lanzó una mirada. Los dos hombres se dieron la vuelta y, con mucho aplomo, se marcharon veloces pero marcando el paso.
Desesperado, el gran guardián extendió la mano y reanudó su contacto con el Ojo. El contacto era inestable, debido a su creciente furia, pero consiguió observar que todo lo dicho por su ayudante era cierto. Los aramitas mantenían siempre listo un enorme ejército simplemente a la espera de una oportunidad para invadir el País de los Sueños. El Devastador así lo había exigido. Todos los meses se designaban soldados de diferentes unidades para que integraran esas fuerzas de reserva. Todas las mañanas al levantarse se vestían para el combate e inspeccionaban el equipo completo. Se incorporaba material, se lo revisaba de forma periódica, y se desechaba aquello que empezara a deteriorarse. Se comprobaban también las raciones por si se estropeaban y se las reemplazaba antes de que fueran incomibles. Esa era la unidad que iniciaría el ataque; pero en aquellos instantes, otras unidades debían de estarse organizando ya a medida que sus hombres regresaban de donde estuviesen. El gran guardián era consciente de todo ello, incluso sus propios hombres se estarían preparando ya para cumplir la tarea que tenían encomendada. Algunos seguirían controlando la seguridad de la ciudad, mientras otros asaltarían el País de los Sueños en un plano que no era el físico. En cuanto al gran guardián mismo, su deber…
¡Su deber era asegurar su propia supervivencia, y lo sabía! De algún modo, D'Shay se ocuparía de que cayera en desgracia, de que otro guardián, más manejable, ocupara su lugar.
«¡Me han traicionado!», gritó mentalmente.
Su supuesto aliado, el Supremo Vigilante llamado Lord Petrac, era el responsable. Sin embargo todavía existía una posibilidad; cualquiera fuera la oferta de D'Shay, D'Rak la igualaría y superaría. Entonces el vigilante cerraría la Puerta, atrapando a los que hubieran pasado. D'Shay quedaría deshonrado por caer en una trampa, y el gran guardián intervendría y lo solucionaría todo. D'Rak demostraría ser un gran héroe… sin que hubiera costado más que la vida de unos cientos de soldados de a pie. De éstos siempre había.
Buscó establecer contacto con los tzee, con la ayuda del Ojo. Seguía necesitando a aquellas sabandijas para mantener contacto con cualquier cosa que se encontrara en el interior del País de los Sueños, pero pronto no sería necesario.
«Tzee…»
Se sorprendió por la rapidez con que contestaron. Los tzee siempre se habían mostrado un poco reacios, sabedores de quién era el más fuerte. A pesar del poder que les había otorgado, sabían cuál era su hogar.
«Tzee…»
El Ojo se tambaleó, y D'Rak no pudo evitar parpadear. El parpadeo tendría que haber roto el contacto, pero no fue así. Los tzee no sólo mantenían el contacto sino que empezaban a manifestarse.
«Tzee…»
¡En sus aposentos! ¿Cómo era posible que los guardas no reaccionaran? Cualquier intrusión no autorizada en las habitaciones del gran guardián era una sentencia de muerte automática a menos que él decidiera otra cosa.
«Tzee…»
Una enorme e indefinida nube negra de materia y energía se formó sobre su cabeza, palpitando como un corazón vivo, y D'Rak sintió cómo se clavaba en él la mirada de un millar de millones de ojos. Ojos malévolos. Los tzee habían esperado con ansia ese momento.
D'Rak llamó en su ayuda al poder del Ojo del Lobo y vio consternado que el resplandor del enorme objeto cristalino se iba apagando. ¡No era posible! Se llevó la mano al Diente del Devastador que colgaba de su cuello pero también éste estaba muerto. Muerto.
Y los guardas seguían sin acudir en su ayuda. Permanecían erguidos e inmóviles como si no oyeran nada, como si no vieran nada.
«Tzee…»
D'Rak sólo podía hacer una cosa…