LA HISTORIA:

En el museo de los Valles Inferiores se encuentran los restos de un gran espejo de pie cuya antigüedad está fuera de duda. El marco de madera tallada y adornada ha sido fechado en doscientos años y se trata de una clase de madera de codeso que no ha sido vista en la zona durante siglos. Horadado por los gusanos y chamuscado por el fuego, es la única pieza de madera maciza descubierta en las excavaciones de Arrundale. No se hallaba directamente en el sepulcro, sino enterrado por separado, a unos cien metros de distancia. Envuelto en una mortaja encerada y guardado en un gran cofre de hierro, el espejo está notablemente bien conservado después de su largo entierro.

Sabemos que se trataba de un espejo por los grandes fragmentos de vidrio revestido que fueron hallados incrustados en la mortaja. De sofisticada fabricación, estos fragmentos tenían bordes biselados y una amalgama de mercurio y estaño, lo cual indica una artesanía del vidrio desconocida en los Valles pero popular en las ciudades principales de las islas, ya en el período garuniano.

Entonces ¿para qué era utilizado un espejo semejante y por qué su entierro tan cuidadoso? Ha habido dos tesis probables expuestas por Cowan y Temple y una tercera, una tambaleante sugerencia mística del incansable estudioso de los mitos, Magon. Al recordarnos que la labor artística era prácticamente desconocida en las Congregaciones, con excepción de los grandes tapices y las tallas del espejo, Cowan propone la provocativa idea de que aquellos espejos, en realidad, habían sido realizados por mujeres de la Congregación. Al carecer de la habilidad para dibujar o esculpir, veían a la figura humana reflejada en el espejo como la forma más elevada del arte. El entierro, continúa sosteniendo Cowan, sugiere que esta pieza en particular pertenecía a la sacerdotisa de la Congregación; tal vez sólo a su imagen se le permitía reflejarse en el espejo. Es una teoría fascinante expuesta con ingenio y estilo en el ensayo de Cowan: “Orbis Pictus: el Mundo Reflejado de las Congregaciones”, Art. 99. Lo más seductor de la tesis de Cowan es que se contrapone a todos los otros trabajos antropológicos con culturas primitivas carentes de expresión artística, ninguna de las cuales tenía espejos, ni grandes ni pequeños, en sus hogares tribales.

Por otro lado, el profesor Temple nos ofrece una teoría más convencional en el capítulo “Vanidades” de su libro Nativas de Alta. Sugiere que al estar habitadas por mujeres, las Congregaciones debían hallarse colmadas de espejos. Sin embargo, no ofrece ninguna explicación para el entierro tan peculiar de la pieza. Aunque su último trabajo ha sido disputado por las dialécticas feministas, es la misma sensatez de su tesis lo que la acredita.

Allá por la estratosfera vuelve a estar Magon, quien intenta probar (en “El Universo Gemelo”, monografía, periódico de la Universidad de Pasadena, N. 417) que el gran espejo encontrado en la excavación de Arrundale era parte de un ritual en el cual las jóvenes aprendían a convocar a sus hermanas sombra. Aunque por el momento no nos ocupemos de la fragilidad de la tesis de la hermana sombra, descubrimos que la monografía no ofrece ninguna prueba concreta de que los espejos tuviesen otro uso con excepción del más mundano. Magon cita la extraña decoración tallada en el marco, pero con excepción del hecho de que cada uno tiene una imagen simétrica en el lado opuesto (lo cual refleja su uso como marco de espejo y nada más, si se me permite la pequeña broma), no existe mucho más que respalde su extravagante tesis.