LA HISTORIA:
No existe, por supuesto, ninguna copia del Libro de Luz, el gran texto perteneciente al culto, centrado en la luna, de la Madre Diosa. Sin embargo, se presume que cada comunidad de Altitas poseía una copia manuscrita e ilustrada del Libro. Tales volúmenes desaparecieron durante las Guerras del Género. Si los registros de Sigel y Salmon son exactos, fueron ocultados en cámaras subterráneas especialmente construidas contra tales eventualidades, pero si uno prefiere confiar en la reconstrucción hecha por Vargo sobre los códigos de las sacerdotisas, fueron quemados en fuegos rituales.
De todos modos, el meollo de la historia del Libro y sus enseñanzas gnómicas pueden extraerse del folclore de las aldeas que aún florecen cercanas a los antiguos emplazamientos de las Congregaciones. El monumental trabajo de Buss y Bee, “Así habla el pueblo”, brinda un fuerte apoyo a la idea de que las Congregaciones Alta eran en realidad simples extensiones de las aldeas y ciudades que limitaban con sus tierras, verdaderos satélites suburbanos, al menos en lo que se refiere a sus dialectos y sus tradiciones populares.
Por supuesto que la historia del culto de Alta sólo es comprensible a la luz de la historia garuniana. Los G’runs, una antigua y relacionada familia noble del continente, había llegado a las islas con las invasiones del siglo IX. Adoradores de una trinidad divina —Hargo, dios del fuego; Vendre, dios del agua, y Lord Cres, el brutal dios de la muerte— se asentaron a lo largo de la costa marítima. Lentamente, se fueron infiltrando en los concejos superiores de las civilizaciones semimatriarcales que encontraron allí. En un principio trataron de socavarlas, pero después de las devastadoras Guerras del Género, que destruyeron las antiguas Congregaciones y el famoso palacio G’run, terminaron por transigir y aceptaron la sucesión por línea materna.
La religión que los garunianos trataban de suplantar era execrable para los primeros invasores por su énfasis en una diosa de cabellos blancos que se fecundaba a sí misma sin la ayuda de un consorte masculino. En parte, era una religión que había prosperado a causa del exceso de mujeres producido por las cruentas guerras de sucesión que habían tenido lugar unos cuatrocientos años antes. Después de las luchas civiles, el desequilibrio entre los sexos había provocado la costumbre de abandonar en las colinas a los bebés excedentes. Sin embargo, a fines del siglo VII, una mujer de gran altura y con una larga cabellera blanca, llamada Alta (una albina o quizás una anciana), recorrió la campiña criticando la brutal costumbre y recogiendo a todas las niñas vivas que podía encontrar. Fabricó carretas unidas entre sí para transportar detrás de sí a las criaturas que rescataba. Lentamente, esta Alta fue seguida por mujeres de mentalidad afín que, o bien estaban solteras (había muchas solteronas llamadas “tesoros no reclamados” a causa de la escasez de hombres), eran viudas o una de las esposas de un matrimonio polígamo. (Especialmente en los Valles Inferiores se toleraba esta clase de parejas, aunque los únicos herederos eran los hijos del primer matrimonio.) De este modo se formó la primera de las diecisiete Congregaciones, como asilo para niñas desechadas y mujeres sobrantes. Esta reconstrucción, expuesta primero por el difunto profesor Davis Temple de la Universidad Hofbreeder, en su ya clásico “Nativas de Alta”, está tan aceptada que no necesito extenderme en detalles.
Al necesitar cierto apuntalamiento religioso, las comunidades de madres adoptivas desarrollaron el culto de una Diosa Blanca llamada Gran Alta. De este modo se recompensaba el espíritu y la verdadera virtud de la Alta original. A lo largo de los años, ésta y una subsecuente predicadora itinerante, llamada de diversas maneras, tales como Gennra, Hendra, Hanna, Anna y La Sombra, se han fundido en la figura de una diosa cuyo cabello es a la vez claro y oscuro, un extraño ser hermafrodita que engendra criaturas sin recurrir a un consorte masculino. La religión adoptó muchos aspectos de las tribus patriarcales circundantes y, más adelante, incluso se apropió de ciertos aspectos del culto garuniano. (Por ejemplo, la costumbre de utilizar cavernas para sepultar a los muertos. Los G’run provenían de un pequeño valle entre montañas horadadas por cuevas, donde la tierra para el cultivo era demasiado importante para ser entregada a los muertos. Anteriormente, las devotas de Alta realizaban los entierros en grandes montículos de tierra.)
Al igual que Alta con sus blancos cabellos había sido una salvadora para muchas niñas abandonadas en las colinas, comenzaron a correr rumores de una segunda salvadora. Los rumores se convirtieron en creencia y, si nuevamente hemos de dar crédito a Vargo, fueron puestos por escrito en el Libro de Luz. Esta salvadora sería la hija de una madre muerta. La sencilla sustitución psicológica —hija muerta por madre muerta— es el más básico de los subterfugios populares. En realidad no se trataba de una madre muerta sino de tres, el número mágico. Ésta es una creencia que aún encierran algunas de las canciones tradicionales y dichos de los Valles Superiores.