EL RELATO:
—Está dicho en el Libro que respiramos más de veinte mil veces en un solo día. La mitad del tiempo inspiramos y la otra mitad expiramos. Imaginad, mis niñas, hacer una cosa tantas veces al día sin siquiera dedicarle un pensamiento. —Madre Alta les sonrió con su sonrisa de serpiente, toda labios y sin dientes.
Las niñas le devolvieron la sonrisa. Todas con excepción de Jenna, la cual se preguntó si alguna vez podría volver a respirar con comodidad. Veinte mil. El número superaba todos sus cálculos.
—Por lo tanto... repetid conmigo:
El aliento de la vida,
El poder de la vida,
El viento de la vida,
Fluye desde mí hacia ti,
Siempre el aliento.
Obedientemente repitieron sus palabras, una frase cada vez, hasta que pudieron decirlo todo sin equivocarse. Entonces hizo que lo repitieran una y otra vez hasta convertirse en un cántico que llenó toda la habitación. Diez, veinte, cien veces lo repitieron, hasta que, finalmente, ella las silenció con un movimiento de la mano derecha.
—Cada mañana, cuando vengáis a mí, lo recitaremos juntas cien veces. Y luego respiraremos... sí, mis niñas, respirad... juntas. Mi aliento será vuestro, y el vuestro, mío. Haremos esto durante todo un año, ya que el Libro dice: Y la hermana luz y la hermana sombra tendrán un solo aliento. Lo haremos una y otra vez, hasta que para vosotras sea tan natural como la vida misma.
Jenna pensó en las hermanas que había visto discutiendo, y en aquellas a quienes había visto riendo y llorando en diferentes momentos. Pero antes de que pudiera preguntarse más, la voz de Madre Alta atrapó su atención.
—Repetid conmigo otra vez —dijo Madre Alta.
Y la respiración comenzó.
Esa noche, en el dormitorio, antes de que entraran las madres, Selinda comenzó a hablar con excitación. Jenna nunca antes la había visto tan entusiasta respecto de algo.
—¡Lo he visto! —dijo agitando las manos en un rítmico acompañamiento a sus palabras—. Lo observé durante la cena. Amalda y Sammor respiraban al unísono, aunque no se miraban entre sí. Aliento por aliento.
—Yo también lo vi —dijo Pynt deslizando los dedos por sus rizos oscuros—. Pero observaba a Marna y a Zo.
—Yo me senté entre Alinda y Glon, junto al fuego —dijo Alna—. Y pude sentirlas. Como un solo fuelle, inspiraban y expiraban juntas. Qué curioso que no lo haya notado antes. Me propuse respirar con ellas y sentí un gran poder. ¡Es verdad! —agregó en caso de que alguien se atreviera a dudarlo.
Jenna no dijo nada. Ella también había observado a las hermanas durante la cena, aunque a cada pareja por turno. Pero también había vigilado a Kadreen. Al parecer, la respiración de la Solitaria coincidía con una pareja de hermanas o con otra, según dónde estuviese sentada. Era como si, sin siquiera pensarlo, se sintiese atraída por su ritmo. Cuando Jenna trató de observar su propia respiración, descubrió que el mismo acto cambiaba su forma de hacerlo. Simplemente no era posible ser observadora y observada a la vez.
Cansadas por la excitación del día, las otras niñas se durmieron rápidamente. Alna cerró los ojos primero, luego Pynt y finalmente Selinda, dando vueltas y vueltas en su cama. Mucho después de ello, Jenna permanecía despierta controlando su propia respiración y haciéndola coincidir con la de las demás, hasta que pudo pasar de una a otra casi sin esfuerzo.
Durante el resto del año, ya bien entrado el invierno, aprendieron sobre la respiración con Madre Alta. Cada mañana comenzaba con los cien cánticos y los ejercicios respiratorios. Conocieron la diferencia entre respiración nasal (altai) y bucal (alani). Entre la respiración del pecho (lanai) y la que proviene de más abajo (latani). Aprendieron a superar el mareo producido por las inspiraciones rápidas. Aprendieron cómo respirar de pie, sentadas, tendidas, caminando e incluso corriendo. Supieron cómo la respiración apropiada podía provocarles un extraño estado de sueño, incluso estando despiertas. Jenna practicaba los diferentes ejercicios cada vez que podía... la respiración del puma, que le proporcionaba gran velocidad para correr distancias cortas; la del lobo, con la cual el que corría podía recorrer varios kilómetros; la de la araña, para trepar; la de la tortuga, para dormir profundamente; la de la liebre, para lograr buenos saltos. Descubrió que podía superar a Pynt en cada competencia de fuerza y velocidad.
—Tú mejoras y yo empeoro —dijo Pynt después de correr varios kilómetros, cuando se detuvieron a descansar en un cruce de caminos. Su pecho se movía con agitación.
—Soy más grande que tú —respondió Jenna.
A diferencia de Pynt, su respiración estaba en calma.
—Eres una gigante, pero no es a eso a lo que me refería —dijo Pynt. El sudor le corría por la frente y el cuello, humedeciendo sus cabellos rizados.
—Al correr, yo utilizo altai mientras que tú usas alani, y además nunca has practicado la respiración del lobo —expuso Jenna—. Por eso resoplas como una de las marmitas de Donya al hervir, y yo, no. —Se cruzó de brazos exhalando el aire lentamente por la nariz hasta sentir un zumbido en la cabeza. Había llegado a amar la sensación.
—Sí utilizo altai —dijo Pynt—, pero no después del primer kilómetro. Y la respiración del lobo no sirve. Son sólo palabras. Además, altai es la que se emplea para convocar a una hermana sombra, y pasarán varios años antes de que lo hagamos. Por el momento, la única hermana que puedes convocar soy yo. —Se abanicó con las manos.
—¿Para qué querría convocarte? —bromeó Jenna—. Tú simplemente apareces donde quieres y cuando quieres. Por lo general detrás de mí. No eres una hermana de la oscuridad, eres una sombra. ¡Así es como te llaman, sabes! La pequeña sombra de Jenna.
—Pequeña, tal vez —dijo Pynt—, pero eso es porque mi padre era pequeño mientras que el tuyo, quien quiera que haya sido... era un monstruo. Pero no soy tu sombra.
—¿No?
—¡No! No logro alcanzarte. ¿Qué clase de sombra es ésa?
—¿Cómo dicen en los Valles? ¿El conejo logra alcanzar al gato?
—Yo no sé si lo dicen en los Valles. Nunca he estado allí, exceptuando la vez de la inundación, y entonces todo lo que se decía era: Sostén esto. Trae ese cubo. Apresúrate.
—¡Y socorro!
Ambas echaron a reír.
—Pero Donya lo dice... —Pynt vaciló.
—¡Todo el tiempo! —exclamaron las dos al unísono y comenzaron a reír de forma tan incontrolable que Pynt se dejó caer contra un árbol, sobresaltando a una pequeña coneja que salió de entre las malezas y se alejó saltando por el sendero.
—Allí tienes, gato, veamos si puedes alcanzarla —dijo Pynt.
Ante el desafío, Jenna se abalanzó detrás de la coneja y Pynt pudo oír sus pisadas entre las malezas durante varios minutos. Cuando regresó, su trenza blanca estaba cubierta de pequeñas zarzas, tenía las polainas desgarradas y un largo raspón en el reverso de la mano derecha. Pero sostenía a la temblorosa coneja entre sus brazos.
—No puedo creerlo —dijo Pynt—. ¿Cómo la has atrapado? ¿No está herida?
—Mi mano es rápida cuando la respiración es lenta —dijo Jenna con voz nasal, moviendo los dedos en una imitación de la sacerdotisa—. Es tuya, pequeña sombra —agregó entregándole la temblorosa coneja.
—Pero es sólo un bebé —dijo Pynt mientras la tomaba y acariciaba sus orejas de terciopelo—. ¿Le has hecho daño?
—¿Yo a ella? Mírame —dijo Jenna extendiendo su mano derecha frente al rostro de Pynt—. Este arañazo es de sus uñas traseras.
—Pobre conejita asustada —dijo Pynt ignorándola.
—Déjala.
—La conservaré.
—Déjala ir —dijo Jenna—. Si la llevas a casa, Donya la querrá para el guisado de esta noche.
—Es mía —dijo Pynt.
—Es tuya —respondió Jenna—, pero ese argumento no convencerá a Donya. Ni a Doey.
Pynt asintió con la cabeza.
—Sabes, Alna comienza a sonar igual que ellas. Charlatana y pomposa.
—Lo sé —dijo Jenna—. Creo que me gustaba más antes, llena de toses y temores.
Pynt dejó ir a la coneja y ambas regresaron trotando por el sendero hasta la Congregación.
En el calor de los baños, el arañazo en la mano de Jenna parecía inflamado y Pynt lo examinó preocupada.
—¿No deberías mostrárselo a Kadreen? —preguntó.
—¿Y qué le diré al respecto? ¿Qué me lo he hecho en nombre de mi pequeña sombra? No es nada. Ambas hemos tenido algunos peores.
Salpicó agua a Pynt, quien se sumergió y le tiró de las piernas hasta hundirle la cabeza. Escupiendo agua, ambas emergieron del baño caliente y dejaron que el aire más fresco las secara.
—Tenemos tiempo antes de la cena... —comenzó Pynt y dejó la frase en suspenso.
—Y te gustaría ayudar con los bebés —dijo Jenna—. Otra vez.
Pero asintió con la cabeza y siguió a Pynt hasta el Gran Vestíbulo, donde había tres bebés en las cunas, todos profundamente dormidos, y dos niñas pequeñas, una de las cuales tenía dos años de edad y acababa de ser adoptada por la Congregación.
Durante la cena, Jenna se sentó con Amalda y Sammor mientras que Pynt iba a jugar con las pequeñas y ayudaba a alimentarlas. La paciencia de Jenna con las criaturas sólo llegaba hasta el momento en que era escupido el primer bocado de comida. Prefería la compañía de los adultos.
—Madre Alta dice que las hermanas sombra viven en la ignorancia y la soledad hasta que las convocamos —observó—. ¿Eso es cierto, Sammor?
Los ojos negros de Sammor se tornaron precavidos.
—Eso es lo que dice el Libro —respondió con cuidado, mirando a Amalda.
—Yo no he preguntado qué es lo que dice el Libro —señaló Jenna rápidamente—. Lo leemos cada día. —Imitó el tono agudo y nasal de Madre Alta—. Las hermanas sombra viven en la ig-no-ran-cia.
Sammor bajó la vista hacia su comida. Jenna persistió.
—Pero cuando le formulo alguna pregunta a Madre Alta, ella me lee otro pasaje del Libro. Creo que en él sólo se encuentra una parte de la verdad. Quiero saber más.
—¡Jenna! —exclamó Amalda dándole una rápida palmada en la muñeca. La mano de Sammor se posó sobre su otra muñeca, pero con suavidad, como un preludio para hablar.
—Aguardad, dejadme que os explique —dijo Jenna—. De las cosas que Madre Alta nos enseña, hay algunas que puedo ver y sentir y convertir en realidad. Como la respiración. Cuando lo hago bien, soy la mejor en ello. Pero cuando hablo con las hermanas sombra, ellas no parecen ser ignorantes. Y he oído a Catrona llorar de soledad, a pesar de que tiene una hermana sombra. Y Kadreen parece disfrutar siendo una Solitaria. Por lo tanto, el Libro no lo explica todo. Madre Alta no responde preguntas más allá de lo que está escrito.
Sammor inspiró profundamente.
—El Libro dice toda la verdad, Jo-an-enna. Pero la diferencia está en la forma en que lo escuchamos.
—Entonces... —Jenna aguardó.
Sammor y Amalda respiraron juntas varias veces, lentamente, antes de que Sammor continuara.
—Si la oscuridad es ignorancia, entonces he vivido en la ignorancia antes de ver la luz. Si la falta de conocimiento es ignorancia, entonces sin duda yo era una tonta. Si no tener hermana es ser solitaria, entonces yo lo era. Pero no sabía que era ignorante o que estaba sola antes de venir aquí a instancias de A-ma. Simplemente vivía de ese modo.
—¿De qué modo?
—Vivía en la oscuridad, pero no tenía conciencia de mi condición.
Jenna pensó unos momentos.
—Pero Kadreen es una Solitaria y no está sola.
Sammor sonrió.
—Existen muchas clases de conocimiento, niña, y Kadreen tiene la suya. Hay muchas formas de estar a solas y no todas son la soledad.
—También hay muchas formas de estar juntas, y para algunas eso es tan malo como estar a solas —dijo Amalda.
—Habláis de un modo enigmático —dijo Jenna—. Los acertijos son para los niños, y yo ya no soy una niña. Se volvió hacia la pequeña mesa donde Pynt alimentaba con una cuchara a Kara, la niña de dos años recién adoptada por Donya. Kara reía mientras trataba de comer, y tanto ella como Pynt estaban cubiertas de avena con leche—. ¿Toda la soledad, los celos y la ira se acaban cuando convocas a tu hermana?
—Eso es lo que nos dice el Libro —respondió Amalda. Detrás de Jenna, Sammor emitió una risita.
—A-ma, no trates de engañar a esta niña que no es una niña. Hoy mismo ha oído cómo Donya maldecía a Doey por una salsa algo quemada. Ve a Nevara que aún sueña con Marna. Ha oído hablar de Selna.
—¡Sammor, cállate! —exclamó Amalda con dureza.
—¿Qué hay de Selna? —Jenna se volvió hacia Sammor, cuya boca se había cerrado formando una línea. Al girar hacia Amalda, notó que su boca estaba igual—. ¿Y por qué todas calláis cuando pregunto algo respecto a ella? Fue mi madre, después de todo. Mi segunda madre. La que me adoptó. Y nadie quiere hablarme sobre ella. —Su voz era tan baja que sólo llegaba hasta ellas dos.
Ambas guardaron silencio.
—No me importa. Se lo preguntaré a Madre Alta por la mañana.
Amalda y Sammor se levantaron al unísono y ambas extendieron una mano hacia Jenna.
—Ven, Jenna, vamos afuera —susurró Amalda—. Hay luna llena y podremos recorrer los senderos las tres juntas. No le preguntes nada a Madre Alta. Ella sólo te hará daño con su silencio. Tratará de disciplinarte con la obediencia hacia el Libro. Nosotras te diremos lo que deseas saber.
Afuera había una brisa leve que soplaba entre los árboles distantes. Los senderos de la Congregación eran de piedra negra bordeada de algo brillante que reflejaba la luz de la luna. Ocasionalmente, mientras las tres caminaban a lo largo de las grandes murallas, la luna se ocultaba detrás de alguna nube delgada. Entonces Sammor desaparecía por un momento, y volvía a aparecer con la luna despejada.
—Existe una historia, Jo-an-enna, respecto a la niña que quedó huérfana tres veces —dijo Amalda.
—He oído esa historia desde que era pequeña —respondió Jenna con impaciencia—. ¿Qué tiene que ver mi vida con ello?
—Hay algunas que piensan que tú podrías ser esa niña —dijo Sammor un momento antes de que la luna volviera a quedar oculta.
Su voz se interrumpió. En un momento su mano sostenía firmemente la de Jenna, y al siguiente había desaparecido.
Jenna aguardó hasta que Sammor volvió a aparecer.
—No soy yo. Sólo he tenido dos madres. Una muerta en el bosque y la otra... no sé dónde ni cómo. Nadie quiere decírmelo.
Amalda habló con suavidad.
—De haber sido por mí, hubieses tenido tres madres ya que yo te hubiera adoptado.
—Lo hayas hecho o no, siempre he pensado en ti de esa manera, A-ma —dijo Jenna.
—También la has llamado de ese modo en tus sueños —dijo Sammor—. Y la vez en que estuviste enferma de sarampión. La fiebre te hacía hablar.
—Ya veis, no hubo ninguna tercera madre. Además, vosotras estáis vivas y así continuaréis durante bastante tiempo, Alta mediante. —Alzó la mano haciendo la señal de la Diosa, con el pulgar y el índice tocándose en un círculo—. Por lo tanto, yo no puedo ser Aquella a quien se menciona.
Ambas la rodearon con sus brazos y hablaron como una.
—Pero Madre Alta teme que lo seas y ha ordenado que nadie te adopte.
—¿Y mi madre, Selna?
—Muerta —dijo Sammor.
—Muerta al salvarte a ti —agregó Amalda, y le narró toda la historia salvo el final, lo del cuchillo en la mano del bebé. Ni ella misma sabía por qué lo había ocultado, pero Sammor tampoco agregó nada al respecto.
Jenna escuchó atentamente, siguiendo el ritmo de su respiración. Cuando terminaron de hablar, sacudió la cabeza.
—Nada de esto me convierte en la Señalada, la Anna. Entonces ¿por qué me ha forzado a permanecer huérfana? No es justo. Odiaré siempre a Madre Alta. Tuvo miedo de un cuento para niños. Pero se trata de mi vida.
—Hizo lo que consideró apropiado para ti y para la Congregación —dijo Sammor acariciando la cabellera blanca de Jenna de un lado, mientras Amalda hacía lo mismo del otro lado.
—Hizo lo que quiso y por sus propios motivos —replicó Jenna, recordando la vez en que había visto a la sacerdotisa hablar frente al espejo—. Y una sacerdotisa que se preocupa más por las palabras que por sus niñas es...
No pudo concluir, ahogada por la ira.
—Eso no es cierto, y te prohíbo que vuelvas a decirlo —le advirtió Amalda.
—No volveré a decirlo porque tú lo prohíbes, A-ma. Pero no puedo prometerte que no lo pensaré. Y me alegro de que falte poco para mi año de misión, porque quiero alejarme de su aliento ácido y sus ojos fríos.
—¡Jenna! —exclamaron juntas Amalda y Sammor con evidente sorpresa.
—Habrá otras Madres Alta en las Congregaciones que visites —agregó Sammor rápidamente.
—¿Otras?
Ahora fue el turno de Jenna para sorprenderse.
—Niña, eres realmente muy joven —dijo Amalda tomándola de la mano—. Nuestra Congregación puede ser pequeña, pero en configuración somos iguales a todas las demás. Hay guerreras, cocineras, jardineras y maestras. Y cada Congregación está encabezada por una sacerdotisa en cuyas palmas está grabado el símbolo azul de la Diosa. Seguramente habrás comprendido eso.
—Pero no será como la nuestra —dijo Jenna con un ruego en la voz—. No será una mujer dura e insensible con una sonrisa de serpiente. Por favor. —Se volvió hacia Sammor, pero la luna acababa de ocultarse detrás de una gran nube y ésta ya no se encontraba allí.
—Nosotras podemos ser diferentes... cada cazadora, cada jardinera —dijo Amalda riendo—. Pero mi querida Jenna, he descubierto que las sacerdotisas tienden a ser iguales. —Acarició la mejilla de Jenna—. Aunque nunca he podido averiguar si son así desde pequeñas o si simplemente se van transformando. De todos modos, dulzura, es hora de ir a la cama, y además... —Alzó la vista hacia el cielo—. Con la luna tan bien oculta no podremos incluir a Sammor en nuestra conversación aquí afuera. Adentro, cuando los faroles la hagan aparecer, podremos darnos las buenas noches. Se pondrá furiosa conmigo si permanezco aquí afuera. Odia perderse algo.
Se volvieron y subieron rápidamente la escalinata de piedra que conducía al vestíbulo. Ante la primera luz temblorosa del farol, Sammor regresó.
Jenna se detuvo y les extendió una mano hacia cada una de ellas.
—Os echaré de menos a ambas, con todo el corazón, cuando parta en mi misión. Pero tendré a Pynt conmigo. Y a Selinda, quien, a pesar de sus sueños, es una buena amiga. Y a Alna.
—Por supuesto que sí, niña —dijo Sammor—. No todas son tan afortunadas.
—Visitaremos todas las Congregaciones que podamos. Un año es mucho tiempo. Y cuando regresemos, habrá otras jovencitas para que Madre Alta importune. Entonces seré lo suficientemente grande para convocar a mi hermana sombra, ¡y en la historia no hay nada que diga que la niña huérfana tres veces tuvo una gemela! Además, miradme... ¿tengo la apariencia de una reina? —Se echó a reír.
—Una reina que no es una reina —le recordó Sammor.
Pero la risa de Jenna era tan contagiosa que ambas se unieron a ella y, sin dejar de reír, se encaminaron hacia la habitación de las niñas.
De pie frente al gran espejo de Madre Alta, cada niña por turno alzó las manos y observó su propio rostro con atención.
—Miraos a los ojos. Luego respirad —les indicaba Madre Alta—. Primero altai. Bien, bien. Alani. Respirad. Más lento, más lento.
Su voz se convertía en el único sonido, el reflejo del espejo en la única imagen. En aquellos momentos, Jenna casi podía percibir que su propia hermana sombra la llamaba con una voz distante, baja, musical, con un dejo risueño. Sólo que ella no lograba descifrarlo del todo. Las palabras eran como el agua sobre las piedras. Se concentró tanto tratando de escuchar, que necesitó una mano en el hombro para recordar dónde se hallaba.
—Ya es suficiente, niña. Estás temblando. Es el turno de Marga.
De mala gana, Jenna se apartó y el movimiento de su imagen en el espejo fue quien finalmente rompió el encanto. Pynt se detuvo frente a ella con una amplia sonrisa en el rostro.
Así transcurrió el quinto año. Ejercicios de respiración, ejercicios frente al espejo, y luego la lectura del Libro con largas y pesadas explicaciones de Madre Alta. Por lo general, durante las lecciones de historia, Selinda dormitaba con los ojos bien abiertos. Pero por el azul vidrioso de sus ojos Jenna sabía que estaba dormida. Con frecuencia, Alna y Pynt tenían problemas para permanecer quietas durante las interminables disertaciones. Se daban codazos la una a la otra y cada tanto sufrían accesos de risa, siendo recompensadas con una mirada cortante de la sacerdotisa. Pero Jenna estaba fascinada con todo aquello, aunque no podía decir el motivo. Se compenetraba en ello y opinaba al respecto, aunque cuando lo manifestaba en voz alta era silenciada por las respuestas breves de la sacerdotisa, respuestas que, después de todo, no eran más que simples reiteraciones de las cosas que acababa de decir. Por lo tanto, muy pronto las opiniones de Jenna se volvieron silenciosas, y por ello mismo más irrefutables.