Epílogo extra

NOTA DE LA AUTORA

Esta escena ocurre en la Academia Northwoods, la misma noche del asalto al Vegas Belles.



Shane

Ahí estaba, flotando de espaldas mientras contemplaba la bóveda de cristal que cubría la piscina más bella de todo Idaho. Esta prisión fue construida en los años veinte por Keiran McDonogh, mi bisabuelo, como regalo a su esposa. A ella nunca le gustó el lugar; aunque tampoco le gustaba su marido, para ser sinceros. Una McDonogh más que odiaba a su marido, dando el ejemplo que mi propia esposa seguiría algún día. Supongo. Eso, asumiendo que viviera lo suficiente como para casarme, claro.

Era mucho asumir.

Con suerte, después de esta noche mis posibilidades aumentarían. Mi mejor amigo y guardaespaldas personal, Rourke Malloy, estaba en esos momentos reunido con representantes de los Silver Bastards. También con un poco de suerte mi padrastro, Jamie Callaghan, ya estaría muerto. En los últimos cuatro años me había vuelto demasiado cínico como para hablar de esperanza, pero supongo que lo que sentía rozaba ese concepto.

Su muerte no solucionaría todos mis problemas, obviamente. Mi madre ha intentado envenenarme dos veces esta semana. Y si seguía con vida era porque no podía arriesgarse a liquidarme, lo cual complicaba el proceso. Un permanente estado vegetativo le iría de perlas.

Y todo porque había tenido la «suerte» de heredar la mina de plata Laughing Tess. La risueña Tess. Menuda puta broma. Tess, la risueña, debía de estar riéndose de mí, porque aquí me encontraba, atrapado en una cárcel de lujo, igual que mi bisabuela. Aunque claro, a ella ningún juez le había ordenado llevar una pulsera rastreadora amarrada al tobillo, la muy zorra.

Sin tener en cuenta el asunto de la dignidad personal, aquel trasto me hacía heridas en la piel.

El ruido de una puerta cerrándose hizo eco en la amplia estancia. Me incorporé.

Rourke había regresado. De pie, junto al bordillo, me miraba muy serio. Comprendí que no traía buenas noticias.

Mierda.

Nadé hacia él, disfrutando de la sensación en el agua. La piscina era lo único que me gustaba de aquel agujero. Si lograba sobrevivir y dentro de seis meses tomaba el control de la McDonogh Corporation, lo primero que haría sería hacer volar este lugar por los aires.

Emergí y me di impulso para salir. El agua dejó un rastro de mis pasos. Rourke me entregó una toalla. Me sequé la cara y le miré.

—Jamie no está muerto, ¿verdad? —dije, todavía resollando.

Se encogió de hombros.

—No es que esperáramos que funcionara. Según Boonie, está ejerciendo presión con cierta información. Si eso es verdad…

Fruncí el ceño.

—¿Qué tipo de información? —indagué, secándome el cuerpo.

Mi mejor amigo entornó los ojos, escudriñándome como si no me conociera. Sacudió la cabeza.

—Es una mierda de las gordas, Shane.

—¿Sabemos de qué se trata?

—Sí.

—¿Y bien…?

—Resulta que no eres pariente de Seamus McDonogh. Callaghan hizo un test de ADN a tu madre: no sé de quién es hija ella, pero no de Seamus. Si esto sale a la luz, lo perderás todo.

—Me cago en la puta —mascullé. La sangre me rugía en la cabeza. Esto era algo que no había considerado—. ¿Significaba eso que mi abuela le puso los cuernos a mi abuelo?

—Eso parece —asintió Rourke—. En cuanto mates a Jamie, la información se hará pública. Lo ha mantenido en secreto porque todavía tiene esperanzas de usarlo cuando tu madre tome las riendas.

Aparté la mirada, intentando procesar lo que estaba escuchando.

—¿Cómo sabemos si dice la verdad?

—Solo hay una manera de averiguarlo —aseguró—. Pero ¿de verdad quieres arriesgarte a demostrar que no eres un McDonogh? Joder, yo de ti daría la orden de exhumar a la familia entera y proceder con una incineración. Lo siento.

Mierda. Tenía razón.

Abrí la boca para responder cuando el sonido de unas pisadas resonó por la sala.

Me volví de golpe y me agaché, adoptando una postura de defensa. A mi lado, Rourke hizo lo mismo. Hacía tiempo que no nos jugábamos la vida, pero nos manteníamos alerta y en plena forma.

Miramos alrededor, buscando el origen de esas pisadas. ¿Un espía? Joder, estábamos largando información por la que la gente mata. Gente como yo.

—¡Sal! —grité en tono cordial, repasando la sala—. Podemos hablar de lo que acabas de escuchar, pero no nos iremos hasta que te encontremos. Podría convertirse en una noche muy larga… Cuánto más tenga que esperar, más se me agotará mi paciencia.

No hubo respuesta, pero me pareció oír a alguien respirar.

Perfecto, era una persona lo suficientemente lista como para estar asustada. El miedo era fácil de manipular. Rourke y yo intercambiamos una mirada cómplice. Él retrocedió para bloquear la entrada, y yo caminé por el borde de la piscina. El sonido estaba cerca del agua.

Solo había una salida, a no ser que nuestro invitado tuviera la fuerza necesaria para mover las pesadas puertas de servicio que había al otro lado de la sala. Y eso era poco probable, puesto que pesaban casi cien kilos cada una y llevaban años cerradas.

Seguí en silencio la hilera de baldosas azules y doradas que rodeaban la piscina, en dirección a donde guardaban el equipamiento deportivo: pesos de espuma y otras mierdas para las clases de gimnasia. Era el escondite más obvio.

Estaba a punto de abrir la tapa cuando oí que se cerraba la puerta principal. Me volví y vi a una chica enfundada en un bañador al estilo de mi abuela.

Se me quedó mirando, absolutamente atemorizada.

Lola. Lola Sanders. Enseguida la reconocí. Una de las pocas estudiantes que no estaba en la academia por orden judicial, probablemente porque a sus padres no se les ocurría dónde meterla.

Rourke se situó detrás, cerrando la puerta con un clic que inundó el lugar.

La muchacha ahogó un grito y se volvió, prácticamente temblando de miedo. Lola siempre parecía vivir en ese estado. Era una de esas chicas misteriosas que vivía al margen de la realidad. Se escondía en su habitación y solo se matriculaba de clases online. Nunca supe cómo se alimentaba, porque nunca la vi en el comedor.

—Esto… Buscaba a Piper —dijo—. Estaba aquí hace un rato.

Una oleada de satisfacción salvaje me llenó.

¡Perfecto! Piper Givens era alguien a quien podía controlar: ella no tenía dinero y eso me daba mucha ventaja. La había estado evitando por muchos motivos. Sobre todo porque ya pasaba demasiado tiempo imaginando qué aspecto tendría comiéndome el rabo.

Por desgracia, eso no me ayudaba ahora mismo.

—¿Piper y tú sois buenas amigas? —preguntó Rourke, acercándose a ella por detrás silenciosamente.

La muchacha dio un respingo. Rourke invadió su espacio personal, pasando un brazo por su cuello. Si hacía presión en su vena carótida, quedaría inconsciente en menos de treinta segundos.

—Somos… amigas, sí —replicó, temblando de pánico.

Rourke se inclinó sobre ella y le susurró algo al oído. Lola ahogó un grito nervioso y sacudió la cabeza. Mi amigo la envolvió con el otro brazo, deslizando la mano sobre su vientre desnudo y acercando a la muchacha contra su cuerpo.

Me dedicó una sonrisa salvaje.

Supuse que había encontrado un juguete nuevo. Interesante, pero no sorprendente. Siempre había visto a Lola oculta bajo ropa gruesa y camisetas gigantes. Era la primera vez que mostraba su cuerpo, y no estaba mal. Nada mal. A Rourke le gustaba la variedad, y eso era algo que no abundaba en la academia.

Lola se iba a llevar una gran sorpresa.

—¡Vamos, Piper, ya puedes salir! —dije en voz alta, en tono provocador—. No me gustaría que a Lola le pasara nada malo, ya sabes a qué me refiero… Si nos has escuchado, supondrás que no me ando con tonterías. No puedes huir, cariño, y más vale que la protejas. Si no sales, se la entregaré a Rourke.

Mi amigo sonrió con descaro; ambos sabíamos que de todas maneras se la pensaba entregar.

Me volví y contemplé a Piper asomando la cabeza lentamente detrás del equipamiento deportivo. Llevaba puesto un bikini rojo. Mejor una chica como espía, que uno de esos estudiantes con contactos. Aun así, me tentaba tanto… que ya solo por eso era peligrosa.

—Ven aquí —le ordené.

Esquivó con cuidado los recipientes de plástico, viniendo hacia mí con precaución. Era una de las alumnas más mayores (tenía veinte años, como yo) y se notaba que entendía perfectamente las implicaciones de lo que había presenciado. Proyectaba temor. Seguro que había oído por la academia nuestras historias.

—Yo… no pretendía espiarte —susurró, llegando ante mí. Era la verdad, eso era obvio. No era una manipuladora, como tantos otros del lugar—. No se lo contaré a nadie, lo prometo. Deja que Lola y yo nos marchemos. Ella ni siquiera estaba aquí.

Le sonreí y me volví hacia Rourke. Sostenía a su prisionera, susurrándole algo al oído mientras sus dedos le acariciaban las caderas. No tenía ni idea de lo que le estaría diciendo, pero ella tenía los ojos abiertos de par en par y lucía una expresión de pánico.

Perfecto.

Caminé hacia Piper y me encogí de hombros.

—No voy a hacerte daño. No formas parte de todo esto, no hay por qué hacerte sufrir. Pero, escucha, no puedo permitir que te vayas así como así…

A mi espalda, oí un grito de Lola agudo y repentino, seguido una risotada de Rourke. La mirada de Piper pasó de uno a otro, y en ese momento entró en pánico. Echó a correr hacia la puerta.

Rourke liberó a Lola y bloqueó el paso a Piper casi sin esforzarse. Me dirigí hacia ellos, cuidándome de avanzar con paso seguro y lento, para imponerme más. Puede que suene a sádico, pero en realidad lo hacía por su propio bien. Si no podía controlar la boquita de Piper, tendría que matarla.

Sin embargo, Lola me sorprendió, realmente: en vez de acurrucarse, atacó a Rourke. Y no fue una patética bofetada de chica, no. Fue directa a las pelotas. Mi amigo podría haberse visto en problemas si su padre no hubiera sido uno de los asesinos a sueldo más letales de la historia familiar de los Callaghan.

Él parecía absolutamente encantado cuando la agarró sin ninguna dificultad por el pie, dándole la vuelta y dejándola caer al suelo. Si hubiera golpeado el suelo, habría sido mortal. Pero tuvo surte. Rourke quería jugar con ella. Un segundo antes de que impactara contra las baldosas deslizó una mano, frenando el golpe. Solo se llevaría un buen moratón.

Rourke me guiñó un ojo y se volvió hacia Piper.

—Ven aquí, anda —le dije, permitiendo que la impaciencia se reflejara en mi voz—. No puedes escapar. Sigo dispuesto a hablar contigo, pero se te está agotando el tiempo.

—¡Vete! —dijo Lola por lo bajini.

Rourke le cubrió la boca con una mano. La chica volvió a sorprenderme mordiéndolo. Esta vez mi amigo se echó a reír con deleite.

—Ay, Lola, Lola… Estás cometiendo un grave error —dije lentamente—. Si te haces la muerta, Rourke te dejará en paz de una vez. ¿No te has dado cuenta?

—¡Sois unos putos psicópatas! —masculló Piper, mirando impaciente a uno y a otro.

Le sostuve la mirada durante tres largos segundos. Entonces echó a correr, y esta vez no pude resistirme. Piper era rápida, pero yo le sacaba treinta centímetros y estaba en mejor forma. Pese a todo, logró mantenerse fuera de mi alcance durante casi un minuto, dando vueltas alrededor de la piscina, como una secretaria esquivando a su jefe.

A estas alturas, tenía el rabo como una piedra.

Rourke se reía de la persecución mientras Lola se retorcía en sus brazos. Acorralé a Piper en una esquina y se volvió hacia mí, jadeando. Una capa de sudor fino le cubría la cara, y sus pechos subían y bajaban con cada respiración.

Tenía la cintura estrecha y las caderas anchas. Perfectamente diseñada para acomodar a un hombre. Por ejemplo, a mí.

—Ríndete —susurré, aguantándole la mirada.

Sacudió la cabeza. Era el momento de acabar con ese absurdo.

En un instante salté sobre ella, tapándole la boca con una mano e intentando arrodillarla. Incluso así, seguía resistiéndose, retorciendo su cuerpo contra el mío. Pensé que me volvería loco. Finalmente logré que quedara bocabajo, contra el suelo. La sometí cubriéndola con mi cuerpo y con el rabo bien duro entre sus nalgas. Solo nos separaban los bañadores. Le abrí las piernas instintivamente.

—No deberías haber hecho eso —susurré a su oído, jadeando. Cerré los ojos un instante, intentando recuperar el control. Esto había empezado como un juego, pero siempre había deseado a Piper. Hacía tiempo que quería poseerla, y al fin la tenía—. Voy a quitar la mano de la boca. Si chillas, te lo haré pagar.

Moví la mano y le acaricié el pelo.

—No me violes, por favor —gimoteó.

Flexioné las nalgas, empujando la punta del rabo hasta rozar su entrada.

Mierda.

Retrocedí.

A varios metros oí que Lola gritaba, pero no me molesté ni en mirar. Toda mi atención estaba concentrada en Piper. Agaché la cabeza, rozándole la oreja con los labios mientras le hablaba con un tono amenazante muy bien calculado.

—Si fueras otra persona, no me quedaría otra opción que matarte por lo que has presenciado esta noche. Pero, ¿sabes?, hoy es tu día de suerte. Te daré una oportunidad. Una sola. Si mantienes la boquita cerrada, no tendrás de qué preocuparte. Pero si hablas… incluso si yo creo que has hablado, no iré solo a por ti; también iré a por Charlie. ¿Me has entendido?

Se quedó petrificada.

—¿Cómo sabes lo de Charlie?

Me sentí lleno de triunfo: ya era mía.

—Lo sé todo —proseguí en voz baja—: lo del juicio; lo de la batalla por la custodia; incluso lo que estabas haciendo la noche en que ocurrió todo. Escucha, Piper, realmente no quiero hacerte daño. Eres inocente y no te mereces nada de esto. Limítate a mantener la puta boca cerrada y todo esto quedará entre nosotros.

—No diré nada.

—Ahora voy a soltarte. Volverás a tu habitación y jamás mencionarás lo que ha pasado hoy. A nadie. No te acerques a Lola, ni le cuentes nada a tu madre. Y así tendrás una vida larga y feliz. ¿Queda claro?

Piper asintió desesperadamente. Inhalé, disfrutando de su aroma. Me levanté y ella rechazó mi mano cuando quise ayudarla, alejándose de mí a gatas. Ya lejos, se levantó y salió corriendo.

Las chicas desaparecieron en pocos segundos.

Miré a Rourke con una sonrisa descarada.

—Tiene razón —dijo, señalándome—. Eres un puto psicópata.

—No, no es verdad. Si lo fuera, la habría matado. Era la opción más segura. Los dos lo sabemos.

Se echó a reír.

—Menudo desperdicio. Me juego cualquier cosa a que no vuelves a verla. Tendrá demasiado miedo como para salir de su habitación.

Me encogí de hombros.

—Mejor así que muerta. Oye, necesito que te pongas en contacto con los del club. Que no podamos matar a Jamie no significa que no podamos mandar un mensaje. A la larga, puede que esto nos beneficie.