Capítulo 17
Becca
Tardé unos diez minutos en liberar mis manos. Con las muñecas operativas fue más fácil ocuparse de la cinta de los tobillos.
Ya libre, me dirigí a la parte trasera de la caravana. No sé qué esperaba encontrar, pero cualquier cosa que no fuera un cuerpo ensangrentado, ya era mejor.
Me metí en el diminuto baño y me vi reflejada en el espejo. Tenía la cara manchada de sangre. Sangre y… ¿sesos? Oh, Dios… Dios mío. Intentando no entrar en pánico, abrí el grifo y me froté la cara frenéticamente. Tras un par de minutos, el agua emitió una sacudida y se terminó. Me aferré a las paredes, intentando recuperar el aliento.
Al menos tenía la cara limpia. Pero ahora ¿qué coño iba a hacer?
«Puedes salir de esta», me motivé.
Mi teléfono móvil estaba en el bolso, y también mi pistola. Gracias al cielo por Puck y el carné de conducir falso: si mi madre tiraba el bolso en algún estercolero y la policía lo encontraba, no podrían seguirme el rastro.
Mierda. Ojalá fuera ese mi mayor problema. No sabía dónde estaba, no tenía teléfono móvil y el único vehículo disponible era una caravana con un muerto y en la que habían estado cocinando cristal. Aunque, claro, lo más probable era que la caravana ni siquiera pudiera moverse, lo cual solo mejoraba las cosas, ¿verdad?
Tenía que echar un vistazo al interior y determinar qué tenía a mano. ¡Ah, sí!, y no sufrir un ataque de pánico en el proceso.
Conté hasta diez, abrí la puerta del baño y salí al diminuto pasillo. Había un pequeño dormitorio a mi derecha. Empecé a registrarlo, lo cual no fue fácil; era obvio que mi madre acababa de vaciar el lugar. Montones de ropa y trastos se dispersaban por todas partes, y en un rincón encontré un par de bolsas con marihuana. Abrí un cajón y rebuscando vi un vibrador lila.
¡Puaj!
Estuve a punto de no abrir el segundo cajón, por medio a lo que pudiera contener.
«¡Supéralo! Podrías acabar muerta en este lugar.»
Tiré de él y encontré el premio gordo en forma de una semiautomática de calibre 38 que me sonreía desde el fondo. Saqué la pistola y comprobé la munición. Cargada. Eso sí que era una alegría. Sintiéndome mejor, seguí hurgando, con la esperanza de encontrar un teléfono o las llaves del vehículo.
Después de media hora, no había dado con nada. Maldita sea. Solo quedaba un lugar por registrar. El sitio más obvio, siendo sinceros. Atemorizada, di media vuelta, preparándome.
Había llegado el momento de hurgar en los bolsillos de Teeny.
Mordiéndome el labio, me acerqué al cuerpo y lo empujé con la punta del pie, precavida. Sabía que estaba muerto, pero por algún motivo estaba convencida de que en cualquier momento se levantaría y se pondría a gritarme, o algo.
No lo hizo.
Mi padrastro parecía más diminuto, ahora. Nunca había sido físicamente imponente. ¿Habría podido salvarme si hubiera peleado con más ímpetu?, me pregunté. Nunca me había enfrentado a él, solo una vez. Después comenzó a darme demasiado miedo.
Ahora tenía un aspecto patético. Casi parecía un muñeco. Cuando me violaba, olía a sudor rancio y a alcohol. Ahora, a hamburguesa cruda. Era tan vulgarmente prosaico, ¿acaso un cuerpo humano no debería oler a algo más que a carne? Si hubiera logrado dispararme, yo olería igual. Una hamburguesa más.
Intentando no vomitar, me incliné y le empujé la cadera, haciéndolo rodar hacia un lado para poder meter la mano en su bolsillo.
En el interior encontré unas llaves y un teléfono móvil; mis dedos dejaron manchas de sangre en la pantalla cuando lo encendí.
Sin cobertura. Mierda.
¿Quizá las llaves funcionarían? Me apresuré a la parte frontal de la caravana, preguntándome si sería capaz de conducir aquel trasto, asumiendo que lograra poner el motor en marcha, claro.
Ninguna de las llaves encajaba.
¿Ahora qué?
El sol picaba contra el techo, calentándolo todo. Una mosca zumbó junto a mí y aterrizó en el cuerpo de Teeny. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado en aquel vehículo, pero me sentía como si hubieran sido días.
¡Un motor! Oí el sonido de una moto que se acercaba. Mi primera reacción fue eufórica: «¡Puck viene a salvarme!» Pero no. Él no podía acudir a salvarme, porque su Harley estaba en Idaho. ¿Entonces…?
El rugido aumentó de volumen. Alguien se acercaba.
Corrí hacia la puerta y eché el cerrojo. Me escondí en el baño. Espiando desde detrás de una cortina descolorida, vi que una moto estacionaba junto a la caravana. Un tipo con chaleco de los Longnecks bajó. Se quitó el casco y ahogué un grito.
Era Bax, el hermano de Teeny.
«¡Mierda, oh, mierda…!»
Agarré la pistola frenéticamente y me dejé caer en el suelo, con la espalda contra la pared que daba al dormitorio. ¿Qué debería hacer, esconderme?
El vehículo entero se tambaleó cuando Bax llamó a la puerta. Le oí exclamar varios insultos dirigidos a su hermano, y todo volvió a tambalearse cuando la emprendió con el hombro contra la puerta.
Segundos más tarde, ya estaba dentro.
—Oh, joder —murmuró el tipo, y me imaginé la escena. Su hermano en el suelo, con pedazos de seso y sangre salpicándolo todo. El arma homicida seguía ahí mismo, cubierta de sangre y tejidos—. Mierda, Teeny, cabroncillo hijo de puta.
El vehículo volvió a moverse cuando el hombretón se desplazó arrastrando los pies. Un suspiro, un resuello. ¿Estaba llorando? Mi corazón estaba a punto de estallar. Con el paso de los segundos, mis nervios aumentaban. ¿Registraría el dormitorio? Si me encontraba, estaba jodida. Tendría que dispararle. Disparar a matar.
Miré la pistola y tragué saliva. ¿Sería capaz?
Otro sonido se abrió paso entre mis pensamientos y me concentré en examinarlo: un segundo vehículo se aproximaba. Oí que giraba al llegar a la altura de la caravana, el ruido del motor se hizo más claro a medida que se acercaba. Bax también debió de oírlo, porque se apresuró y amartilló la pistola.
Una puerta se cerró de golpe.
Me aferré a mi arma, deslizándome hacia la ventana para echar un vistazo. ¡Gracias, Dios mío! Puck bajaba de la furgoneta, con una semiautomática en alto. Su amigo Reaper salía del otro lado. Los observé rodear la caravana en un amplio círculo.
No lograba imaginar cómo me habían encontrado, pero una cosa estaba clara: si no hacía nada, se encontraría cara a cara con un Longneck cabreado y sediento de venganza.
Una calma extraña y terrible me llenó, y de repente entendí por qué Puck me había gritado un rato antes.
Tenía que protegerlo.
Era lo único que importaba.
Me aparté de la ventana y me acerqué a la puerta, que abrí poco a poco y en silencio. Bax esperaba de pie, con la mirada puesta en la puerta y la pistola lista. Tensó los músculos del cuello.
Me concentré en mi objetivo y la realidad se encogió: solo existíamos nosotros dos. No era la primera vez que lo veía con esa expresión. Ufano, seguro de sí mismo. La misma cara que puso antes de violarme.
Levanté el arma y me preparé cuidadosamente mientras apuntaba.
Respiré hondo y apreté el gatillo.
La pistola dio un culatazo entre mis manos, pero la sujeté firmemente y contemplé a Bax: la fuerza del disparo lo sacudió hacia un lado y se desplomó pesadamente. Su arma cayó al suelo y di un paso adelante, lista para volver a disparar.
Fuera, los hombres empezaron a gritar.
Puck no sonaba demasiado alegre, pensé, preguntándome por qué aquello me parecía tan gracioso. No era normal querer estallar en carcajadas justo después de meterle un balazo a un tipo. ¿Es que yo también había perdido la cabeza? ¡Qué se le iba a hacer!
En lo que a Puck se refería, me preocuparía por él más tarde. Ahora mismo lo importante era asegurarme de que Bax estaba fuera de juego de verdad. Llegué a su pistola y la alejé con una patada. Entonces me alcé sobre él, sin dejar de apuntarle.
—Puck, ¿estás ahí? —grité.
—¿Becs? ¿Eres tú?
—¡Sí! —vociferé—. ¡Estoy dentro! Hay dos tipos aquí conmigo, pero creo que están muertos. Entra.
La puerta se abrió a mis espaldas y el sol inundó la estancia.
—Tu novia no se anda con chiquitas —dijo el Reaper.
—Becca, suelta la pistola y retrocede. Los tengo controlados, apártate de la línea de fuego.
No me lo tuvo que repetir.
Me metí en el dormitorio de nuevo y, con cuidado, dejé la pistola sobre un mueble sucio. Puck entró en la caravana y empujó los cuerpos con el pie. Ninguno de ellos se movió.
Me dedicó una mirada rápida, comprobando mi estado.
—Estoy bien —le aseguré—. O sea, creo que acabo de matar a alguien, pero aparte de eso, estoy bien.
Puck levantó una ceja.
—¿Estás segura?
Sopesé mi respuesta cuidadosamente; todo me parecía irreal. Notaba los latidos de mi corazón, pero sentía como si no fueran parte de mí. Toda aquella escena, el ambiente rancio y caluroso, los dos cuerpos sin vida, yo manchada de sangre, mi madre alterada y conduciendo por algún lugar… mi cerebro no lo podía asimilar.
—Es posible que esté en estado de shock —admitió el compañero de Puck.
—Mierda —masculló Puck, apresurándose para sujetarme.
Pasé los brazos débilmente por su cuello, disfrutando de su olor. Era real: él estaba allí de verdad, sosteniéndome. Todo saldría bien.
—¿Cómo me has encontrado?
—Tu madre me llamó desde tu teléfono móvil. Me ha indicado el camino. Sonaba incongruente. Me dijo que necesitarías mi ayuda para… ¿limpiar la escena?
—Ella mató a Teeny —conseguí decir, la cabeza me daba vueltas. «Y ha llamado a Puck para salvarme»—. Él quiso pegarme un tiro cuando se enteró de que eras mi hombre. Supongo que el muy imbécil comprendió que irías a por él en cuanto te contara todo lo que me había hecho.
—¿Así que quería hacerte desaparecer? ¿Pensaba que no me daría cuenta o qué?
Vi ternura en sus ojos. Solté una carcajada fúnebre.
—Pensar nunca fue su mayor talento —dije, algo mareada.
—Salgamos de aquí —dijo el Reaper—. Ya os pondréis al día de lo ocurrido más tarde. Lo mejor será que la caravana arda, el fuego debería bastar para destruir cualquier prueba que nos incrimine.
—¿Y crees que nadie verá el incendio? —pregunté.
Me echó una mirada y se encogió de hombros.
—Seguramente sí —admitió—. Por eso tenemos que irnos. Con un poco de suerte, una caravana quemada en el desierto no llamará la atención de nadie. Será otro negocio de drogas que termina mal. Nos ocuparemos de esto, y vosotros dos regresáis a Idaho esta misma noche. Yo me iré en otra dirección.
—Anda, métete en la furgoneta —me indicó Puck.
Por una vez me pareció que obedecerle no era tan mala idea. Al parecer, él tenía más experiencia en asuntos como este.
Dos horas más tarde nos dirigíamos hacia el Norte.
La caravana ardió rápido y la vimos reventar con un gran estallido a lo lejos. Supongo que eso es lo que sucede cuando le prendes fuego a un laboratorio de metanfetaminas.
Cuando llegamos a Santa Valeria me escondí en la parte trasera de la furgoneta mientras Puck recogía nuestras cosas del motel. No tenía ni idea de si alguien había presenciado mi secuestro frente al restaurante, pero no podíamos arriesgarnos.
—Aclaremos las cosas —dijo él cuando salimos de la ciudad—. ¿Cómo diablos has acabado en esa caravana?
Me miré las muñecas y me acaricié los morados que empezaban a notarse. La verdad era que mi madre lo había hecho con cuidado. Me descubrí sonriendo con tristeza. Tardé varios segundos en responder.
—Mi madre me tendió una emboscada en el restaurante. Ella y Teeny me esperaban allí. Sacó una pistola. La mandé a la mierda, pero me dijo que él te mataría si yo no obedecía. Me obligó a ir a su automóvil. Entonces me secuestraron y me llevaron al desierto. Al parecer, creían que había traído el dinero para pagarles.
Puck apretó la mandíbula. Abrió la boca para decir algo.
—No —hablé yo antes, apoyándole una mano en el brazo—. Ya sé que estás cabreado. Yo también, pero esta vez no hace falta que la emprendamos el uno contra el otro. La situación ha sido una mierda increíble, pero al menos estamos vivos. Hemos salido mejor parados que Teeny. Solo quiero largarme de este lugar y regresar a casa.
Puck frunció el ceño.
—Al menos podrías darme las gracias por haberte salvado el pellejo, ¿no crees? —dijo, frustrado.
—Gracias por haberme salvado el pellejo —dije, orgullosa de haber evitado una pelea—. Pero ya me había salvado yo solita, ¿no crees?
—Si no contamos el hecho de que estabas perdida en el desierto con dos cadáveres, supongo que tienes razón. Estabas prácticamente a punto de irte a casa cuando hemos llegado.
—La moto de Bax estaba ahí aparcada. Podría haberla usado para largarme.
—¿Sabes montar? —preguntó, visiblemente sorprendido.
Puse los ojos en blanco.
—Crecí rodeada de motos. Claro que sé montar.
—No lo sabía —contestó, mirándome con respeto—. Y ¿qué pensabas hacer, irrumpir en la ciudad cubierta de sangre? ¿Y qué habrías hecho con todas las pruebas forenses? No puedes ir dejando un rastro de cadáveres a tus espaldas. Reconóceme un poco de mérito, anda…
—De acuerdo, me has salvado —admití—. Pero también me he salvado yo solita. Además, realmente soy yo quien te ha salvado a ti. Bax estaba esperándote. Te habría metido un tiro sin esperar a que abrieras la puerta.
—Eso también es verdad. Y te lo agradezco, cariño.
Conducimos en silencio durante un buen rato.
—Es increíble que me haya dejado engañar otra vez —dije finalmente—. Y por si no ha quedado claro, se acabó hacerle caso a mi madre. Tenías razón desde el principio. Hace tiempo que tendría que haber dejado de contestar a sus llamadas. Pensarían que era una subnormal, creyéndome sus mentiras una y otra vez…
Puck no le echó sal a la herida, lo cual agradecí. Se limitó a alargar la mano y apretarme la rodilla.
—¿Te sorprendiste cuando atacó a Teeny?
Me encogí de hombros, cubriendo su mano con la mía.
—No sé qué pensar. Todavía no entiendo por qué me mintió… o por qué lo detuvo cuando él quiso matarme. Supongo que, según su extraño esquema de valores, matarme era ir demasiado lejos. Creo que jamás lo sabré.
—Seguramente no.
Me incliné para poner música. Hablar me hacía pensar demasiado.
—Becca, deberías venir a la cama.
Estaba de pie junto a la ventana, contemplando el aparcamiento oscuro. Si había algo que decir acerca de los moteles en los que nos alojábamos, era que estaban empeorando. Puck siempre decía que cuanto más asqueroso es un motel, menos probable es que alguien se acuerde de nosotros. Siguiendo esa lógica, aquel era el lugar más seguro del mundo. Ya había presenciado dos ventas de drogas en la acera, y me jugaría cualquier cosa a que esas dos chicas con mucho maquillaje y tacones de vértigo no pretendían dar precisamente una fiesta de amigas en su habitación.
—No puedo dejar de pensar en Teeny —admití, con la mirada fija en el exterior—. Mi madre le ha dado con el bate una y otra vez. Salpicando sangre por todas partes. Como una película de terror. No solo eso, sino que hoy he matado a un hombre. Creo que debería sentir algo: culpa, o ¿quizás entusiasmo, o triunfo… o algo? Pero solo estoy cansada. Muy cansada.
—Ven a la cama —repitió, apartando las mantas.
Me acerqué y me metí entre las sábanas, acurrucándome a su lado.
—¿Estás enfadado conmigo?
—¿Por qué debería? Tendrás que especificar un poco, si quieres que responda.
—Por todo. Por responder a las llamadas de mi madre. Por escuchar a Teeny. Por viajar hasta California… Eso para empezar.
Hundió los dedos en mi pelo y me lo acarició suavemente.
Suspiró.
—Un poco, tal vez —dijo, abrazándome más—. Pero, sobre todo, me alegro de que estés viva. Cuando tu madre me ha llamado, ha sido como si el mundo se detuviera. En lo único que podía pensar era en que estabas muerta en algún rincón del desierto. Becca, la historia podría haber terminado así. Esa gente no se anda con tonterías.
—Siento que hayas tenido que pasar por eso. Pero no logro sentirme mal por Teeny o por su hermano. Y me alegro de que mi madre me haya salvado, aunque eso signifique que estoy mal de la cabeza. Puede que todavía me quiera, a su manera, por muy chiflada que esté. Pensarlo me consuela un poco. ¿Crees que estoy loca? Aunque no tanto como para volver a querer hablar con ella. No te preocupes por eso.
Me dio un beso en la cabeza y me apretó contra su cuerpo.
—¿Y ahora qué pasará?
—Deberíamos dormir —declaró medio ausente—. Si madrugamos y nos ponemos en marcha, llegaremos a Idaho por la noche.
—No. Me refería a nuestra relación.
—¿Qué le pasa a nuestra relación? —dijo, con humor—. Cariño, acabo de cruzar medio país para cometer un asesinato por ti. Hace un rato he ayudado a quemar dos cadáveres para cubrirte las espaldas. Eso demuestra un cierto nivel de implicación, ¿no crees?
—Bueno, supongo que si lo miras así…
Me dio un beso. Uno intenso.
—Duerme. Mañana tenemos muchos kilómetros por delate.
Me acomodé, empezando a relajarme. Pero en ese momento me acordé de algo importante.
—¡Puck! —exclamé, incorporándome.
Se lanzó a por su pistola, listo para la acción. Me quedé inmóvil.
—¿Qué pasa? —susurró, mirando alrededor—. ¿Has oído algo?
Sacudí la cabeza, sin apartar la vista del arma.
—Guarda el arma. No es eso.
Asintió, bajando la pistola lentamente.
—¿Qué pasa? —volvió a preguntar.
Solté una risita nerviosa, sintiéndome como una niña.
—Bueno. Hace unas horas creía que iba a morir.
—He estado intentando no pensar en ello.
—El caso es que… —empecé, pero sacudí la cabeza. No era el momento—. Vámonos a dormir. Ya lo hablaremos mañana.
—Becs, sea lo que sea que te tiene así de alterada, suéltalo ya.
—Te quiero —dije con vergüenza y emoción contenida—. ¿Sabes cuando Teeny estaba a punto de dispararme? Pues solo podía pensar en ti. Te quiero, y me gustaría que no pasáramos tanto tiempo peleándonos. Hay muchas cosas que arreglar entre los dos, y me da un poco de miedo enfrentarme a ellas. Pero pase lo que pase, deberías saber lo que siento. No hace falta que me digas lo mismo.
Joder, las cosas se habían puesto incómodas de verdad.
Se volvió y guardó la pistola. Entonces alargó la mano y me agarró por la nuca, tirando de mí hasta que quedamos frente con frente. Pero esta vez con mucho cariño.
—Yo también te quiero. No sé cuándo ha ocurrido, pero en algún momento del camino lo he comprendido. Dicen que el amor a primera vista es una estupidez, y seguramente sea cierto. No tengo ni idea de lo que sentí por ti aquella primera noche, pero se ha convertido en algo muy real. Y no pienso dejarte escapar.
—¿Qué significa eso? Quiero decir… Porque yo sigo pensando lo mismo acerca de controlar mi vida.
Puck suspiró y soltó una risa grave.
—Tendremos que averiguarlo otro día, porque estoy cansado de cojones —admitió, dejándose caer sobre el colchón una vez más.
Volví a acurrucarme junto a él, apoyé la mano en su pecho y cerré los ojos.