Capítulo 7

Sábado

Becca


«¿Estoy mal de la cabeza o qué?»

Escudriñé mi reflejo, buscando alguna pista acerca de cómo y por qué estaba tan loca. El espejo no me mostró nada nuevo, nada interesante que indicara que anoche disfruté de uno de los mejores orgasmos de mi vida, seguido de un colapso emocional.

Ah, sí, y también eché a patadas al hombre que, probablemente, me había salvado la vida. Un momento especial, ese. Una debería tener otro aspecto después de algo tan dramático, pero ahí estaba. El pelo castaño de siempre, sin nada especial, una mirada aburrida y una boca que necesitaba un toque de brillo de labios antes de salir a la calle. Al menos tenía los dientes limpios… No podía eliminar los recuerdos con el cepillo, pero tenía el aliento como un puto bosque de eucaliptos. Eso era un punto a mi favor, ¿no?

Claro que una noche de sueño reparador me daría más puntos, pero eso también se había jodido. En vez de dormir, pasé horas cosiendo enfurecida, con el ronroneo de mi Singer llenando el apartamento mientras hacía jirones con todas las telas que abarrotaban mi cesta. Nada me salía bien, no importaba lo que intentara crear. Todo lo que producía eran errores desfigurados, igual que yo misma.

A las cinco de la mañana me dejé vencer por el agotamiento y me tumbé en el suelo a dormir.

Me despertó el teléfono.

Esperaba oír la voz de Danielle. Me había prometido que llamaría por la mañana, en cuanto se levantara. Habíamos quedado para hacernos la manicura a las once, un ritual semanal que atesoraba por varios motivos, entre los cuales destacaba la magnífica oportunidad para experimentar con una víctima voluntaria que nunca se quejaba si mis innovaciones gráficas no acababan de funcionar.

—¿Becca? —sonó la voz al otro lado del teléfono.

—¿Mamá? —pregunté, sorprendida.

Anoche estaba furiosa. La discusión con Puck todavía retumbaba en mi cabeza. El motero tenía razón: mi madre me había herido demasiadas veces. ¿Por qué debería seguir entregándole pedacitos de mi alma?

«Porque la quieres», susurró mi corazón. Lo cual era una mierda, pero era verdad.

—Lo siento, cariño —dijo, en tono manso—. No he podido dormir en toda la noche. No tendría que haberte hablado tan mal. Tienes que ocuparte de ti misma. Lo entiendo.

—¿Estás bien?

En vez de responder, tosió. Prosiguió con voz más rasposa.

—Estoy bien —susurró.

Pero yo sabía que no era cierto.

—¿Qué te ha hecho?

—No es nada… Estoy bien. No te preocupes por mí. Ya verás como todo saldrá bien.

—¿Te hizo daño anoche?

Volvió a titubear.

—Ya sabes cómo es. Creo que me rompió el brazo. Se me ha hinchado, pero no puedo ir al médico. Solo tengo una oportunidad de irme, tesoro. No puedo desperdiciarla.

Me sentí como si una mano gigantesca me aplastara el corazón.

—Voy a contar las monedas de las propinas —le dije—, y te lo mandaré. Quizá pueda vender algo.

—No es suficiente, cariño. No te molestes.

—Pero mamá…

—Cariño, se acabó. Tú preocúpate de vivir tu vida. Te quiero.

Entonces colgó. Me quedé mirando el teléfono y corrí al baño. Llegué al inodoro justo a tiempo. Las arcadas y los vómitos no cesaron hasta que tuve los músculos doloridos y la garganta destrozada.

Tenía que encontrar una solución. No podía permitir que Teeny matara a mi madre.

Por desgracia, no tenía ni idea de cómo detenerlo.


El mundo ya no me parecía real después de aquella llamada.

No sabía con qué entretenerme, así que limpié el desastre de harapos e hilos que había desparramado la noche anterior. Llamó Danielle, recordándome que llevara la colada a nuestra manicura. Lo metí todo en el maletero, sumida en mis pensamientos.

Menuda semanita.

Primero el trabajo, ahora mi madre… Ah, y Puck. ¿Qué diablos iba a hacer con él? Tal vez no tenía que hacer nada al respecto. Si el tipo era un poco listo, no volvería a hablarme en la vida. No después de que mis locuras le estallaran en la cara, como un tomate hinchado y podrido bajo el sol.

Eché una mirada a su portal, preguntándome si estaría en casa.

Le debía una disculpa. Se había comportado como un imbécil, eso era incuestionable. Pero fui demasiado lejos al llamarle violador, porque no era cierto. Él no había tenido ni idea de lo que estaba ocurriendo aquella noche tan extraña. Simplemente creía que era una chica que había conocido en una fiesta, una chica normal que quería acostarse con él… Yo misma lo fingí. Cuando descubrió la verdad, hizo lo correcto. Dejarme allí habría sido mil veces más fácil.

Anoche me llamó cabrona, y tenía razón.

Pero ahora era el momento de actuar como una adulta y admitir mis errores. ¿Cuando dejaría mi mal genio de meterme en problemas?

Caminando por el callejón, me sentí a la merced de emociones contradictorias. Esperaba que estuviera en casa, para disculparme. Aunque también esperaba que no abriera la puerta, porque verlo cara a cara sería una mierda, y no quería.

Lo que ocurrió entonces fue de lo más extraño. Empujé la puerta y descubrí que estaba cerrada con llave. No había timbre, ni interfono, ni ninguna otra manera de comunicar a los inquilinos. Miré a mi alrededor, buscando la Harley. Tampoco estaba. No había manera de contactarle.

Bueno, pues a la mierda mi plan.

Di media vuelta hacia mi vehículo, con mil ideas arremolinándose en mi cabeza, intentando aclarar las cosas. En mi vida había mucha mierda, pero al menos había un problema que sabía cómo arreglar: mis pantalones estaban sucios. Todos. Pasaba lo mismo con mi ropa interior, sábanas y el resto de mi armario.

Entré en el Subaru y me puse en marcha hacia casa de Danielle, para nuestra fiesta semanal de la manicura y la colada. Porque, por muy mierdosa que sea la vida, la lavadora hay que ponerla igualmente.


—Ayer me compré esta laca de uñas rosa —anunció Danielle cuando al fin nos acomodamos en su mesa, con cara de satisfacción. De fondo estaba mi ropa blanca dando vueltas en la lavadora, que ronroneaba y daba sacudidas en un armario de la entrada—. Creo que me teñiré el pelo a juego. ¿Qué te parece?

—¿Cómo? —pregunté distraída, intentando concentrarme.

Mi mundo entero estaba patas arriba, y allí estábamos, charlando sobre colores. Bastante raro.

—El rosa… —me recordó, moviendo el botecito.

Parpadeé, intentando recuperar la compostura.

—¡Ah! Es mono —le dije—. Lo siento, es que he tenido una mañana algo peculiar.

—¿Y eso?

Respiré hondo, sin saber por dónde empezar.

—Mi madre me llamó anoche. Dice que Teeny ha perdido la cabeza. Me pidió dinero para irse de casa.

Danielle abrió los ojos de par en par y dejó el bote en la mesa. No conocía toda la historia de mi vida en California, pero sabía lo suficiente como para percatarse de que aquello no era ninguna tontería.

—¿En serio? ¿Después de todo este tiempo, por fin lo está considerando? —dijo, sorprendida—. ¿Qué le has dicho sobre el dinero?

Me encogí de hombros.

—Le he dicho que no. Quiere dos mil dólares, que yo no tengo. Entonces dijo que soy una hija de mierda… y que si Teeny la mata será culpa mía…

—¡¿Qué cojones?! —exclamó Danielle, con expresión feroz.

—Puck dice que solo pretende sacarme dinero. Probablemente tenga razón, porque siempre anda en las mis…

—Espera —me interrumpió, alzando una mano—. Rebobina. ¿Qué pinta Puck en esta historia? Dios mío, no me digas que estaba en tu casa.

La escena de anoche me inundó la cabeza y me estremecí. Había estado esforzándome por no pensar en él o en la disculpa que le debía. Joder, ¿por qué tenía que ocurrir todo a la vez? El pasado se derrumbaba sobre mí como un alud, sin darme tiempo a reaccionar.

—Es una pregunta delicada. Es complicado —le dije, cerrando los ojos. ¿Complicado? Un término que no abarcaba la realidad ni de lejos—. Anoche hice una tontería.

—¿Qué? —preguntó, pero no respondí. Prosiguió—: Joder, te acostaste con Puck.

—¡No! —exclamé—. No es eso.

—Mentira —dijo como si nada—. Se te da fatal mentir, Becca. Tendrías que practicar un poco, porque es una herramienta útil para la vida. ¿Qué tal estuvo? Siempre he querido verle desnudo…

—¡Danielle!

—No, no. Mejor no te pediré detalles —contestó—. Pero soy tu amiga. Anda, cuéntame. Quizá pueda ayudarte.

—Es un auténtico desparrame de mierda —dije—. Verás… nunca te lo he contado, pero en California me acosté con él.

Danielle alzó las cejas y abrió la boca. Literalmente. Como un personaje de los dibujos animados.

—¡Caraaaaay! Pero ¿no tenías doce años o algo así?

—Acababa de cumplir los dieciséis. Él tenía veintiuno.

—Joder, Becca, eso es serio.

Me encogí de hombros.

—De donde yo vengo, no es nada raro —dije—. Quiero decir… sí que lo es, pero no fue culpa suya. Puck no tenía ni idea de lo joven que era, es más, podría decirse que le tendimos una trampa. Mi padrastro lo montó todo.

Danielle tragó saliva.

—¿Qué quieres decir?

—Me entregó a Puck. Él acababa de salir de la cárcel. Quiero decir, había salido de la cárcel ese mismo día. Le organizaron una fiesta, y se fijó en mí. Entonces Teeny me dijo que si no le satisfacía, lo pagaría caro. Tú vienes de una familia cariñosa, Danielle. La mía no es igual. Estas cosas pasan constantemente, sobre todo en clubes de moteros como los Longnecks. El mundo está lleno de tipos de mierda. Y no soy la única, ¿sabes? Toda clase de chicas van detrás de los moteros, y acaban con ellos. A veces son menores de edad. Y preferirían irse, pero no pueden…

—Es asqueroso.

—Es lo que es —respondí en voz baja—. Puck no fue el primero. Los otros… fue horrible. Con Puck al menos disfruté, hasta que las cosas se pusieron serias.

—Sí, he oído que es un poco bruto —murmuró—. ¿Te hizo daño?

—Sí, pero paró cuando se lo pedí. Fue dulce, en cierta manera retorcida. Pero las cosas se pusieron feas. Puck le contó a uno de sus amigos que no había ido bien del todo conmigo y… Teeny se enteró. A la mañana siguiente me dio una paliza de muerte.

Danielle tragó saliva de nuevo.

—No hace falta que me cuentes todo esto. O sea, ya sé que te he dicho que me lo cuentes, y estoy a tu disposición, pero no quiero obligarte si no quieres.

—No, qué va. Es un alivio hablar de ello —admití—. La única persona que lo sabe es Regina. En cualquier caso, Puck descubrió lo ocurrido y se cabreó. Se cabreó de verdad. Estaba en libertad provisional, podría haber vuelto a la cárcel. Así que le dio una paliza a Teeny y me llevó con él. Literalmente, me monté en su Harley y nos fuimos de allí. Nunca he regresado a California, y no he vuelto a ver a mi madre desde aquel día. Puck me trajo a Callup, y el club pidió a Regina y a Earl que se ocuparan de mí. El resto de la historia ya la sabes. Así que eso es lo que hay entre Puck y yo. Un buen embrollo.

—¡Joder! ¡Guau! —contestó Danielle, frunciendo el ceño—. Y ahora vive en el apartamento de enfrente, al otro lado del tejado. ¿No te molesta?

—Creo que no —repuse—. Tengo los sentimientos hechos un lío, en lo que a Puck se refiere. Me da miedo. Todos los moteros me dan miedo. A veces veo uno y me da un vuelco el estómago, o siento náuseas. Pero, a la vez, es probable que esté viva porque él intervino y me sacó de esa casa. Los Silver Bastards se portaron bien conmigo, Danielle. Muy bien. Porque los Longnecks les sobrepasaban en número, ¿sabes? Corrieron un riesgo grave al rescatarme. De vuelta a Idaho, Boonie me prometió que me protegerían mientras hiciera falta, y así ha sido. El año pasado, cuando le conté a Regina que quería matricularme en la Escuela de Estética, se lo dijo a Darcy. Ella me invitó a un café y estuvimos charlando sobre el asunto. ¿Sabías que es auxiliar de Estética y está certificada como masajista? Incluso puede hacer tratamientos de micropigmentación. También me dijo que me ayudaría a encontrar trabajo cuando me graduara, en su centro o con alguno de sus contactos.

—Siempre me he preguntado qué había entre el club y tú —dijo Danielle en voz baja—. O sea, sabía que era un asunto complicado… Normalmente, la gente cotillea cuando llega alguien nuevo a Callup. Pero nadie dijo ni mu cuando tú viniste. El club lo ocultó todo.

—Ya.

—Entonces, ahora… ¿qué?

—La otra noche, cuando volví a casa con él, las cosas cambiaron. Supongo que no te sorprenderá, pero hay cierta tensión sexual entre nosotros. Siempre la ha habido, pero ahora soy adulta. Intenté hablar con él, sacar la bandera de la paz, y me dejó muy claro que, en lo que a nuestra relación respecta, es todo o nada. Le dije que nada. Después me vio con Blake y…

—¿Con Blake? —me interrumpió, irguiéndose en la silla.

Sacudí la mano para restarle importancia.

—Tranquila, chica —dije, sonriendo—. Quería que le cortara el pelo después de clase. No pensé en echar las cortinas, así que Puck nos vio. Blake se quitó la camiseta, igual que hace siempre, ¿sabes? Y luego, la otra noche, también me vio con Joe en el Moose. Supongo que se mosqueó. Estuvimos charlando en el tejado un rato y me pidió que le cortara el pelo. Accedí y vino a mi casa. Resumiendo: nos besamos un rato y me hizo un trabajito manual en el sofá. Entonces llamó mi madre, antes de que las cosas fueran a más…

Danielle se quedó callada un momento. A continuación, se levantó, caminó silenciosamente hasta el frigorífico y sacó una botella de whisky Fireball del congelador. La abrió y me la pasó sin decir nada.

Eché un trago directamente de la botella y el sabor a canela me ardió en la garganta. Tosí, pero logré no derramar nada. Ella aceptó la bebida cuando se la ofrecí, tomó un largo trago y la dejó en la mesa, entre las dos.

—Oficialmente, esto es lo más jodido que he oído en mi vida. ¿Ahora cómo están las cosas entre Puck y tú?

—Bueno, dijo que mi madre me estaba estafando, y me enfadé con él. Así que le acusé de ser un violador y lo eché de mi apartamento.

Silencio.

—Pero él nunca me violó —añadí—. Es más, me salvó.

—Ganas tú —dijo, tras una pausa meditada.

—¿Qué?

—El premio a la mayor cagada —replicó, pensativa—. Pensaba que me lo llevaría yo, porque con Blake… Bueno, da igual, no importa. ¿Así que lo llamaste violador y lo echaste de casa por sugerir que tu madre podría estar timándote?

—A grandes rasgos, sí. Después de la llamada el tipo aún quería seguir con el sexo. Ya ves, decía que le había dejado a medias. Esta mañana he ido a disculparme, pero no he visto señales de vida en su apartamento. Por supuesto, es posible que lo esté haciendo a propósito. Seguramente no sea su persona favorita ahora mismo. ¿Qué diablos voy a hacer, Danielle?

Mi amiga ladeó la cabeza, considerando la situación.

—¿Qué quieres tú?

—Quiero ser feliz.

—Dame más detalles. ¿Quieres a Puck?

—No —respondí lentamente—. O sea… Lo que quiero es acostarme con él. Pero es demasiado para mí. Es tan intenso, ya sabes. Y no tengo ni idea de qué voy a hacer con mi madre. Cuando me ha llamado esta mañana me ha pedido perdón, que ya se buscará la vida y que soy una buena hija. Hasta entonces estaba cabreada con ella, pero ahora me siento culpable. Quiero ayudarla, pero no tengo dos mil dólares. ¿Y qué pasará si de verdad deja a Teeny? ¿Dónde va a vivir? ¿Conmigo? La quiero mucho, y quiero que escape de su situación, pero tenerla en mi casa sería muy difícil. Ni siquiera estoy segura de que tenga la cabeza como Dios manda… Se ha llevado muchos golpes a lo largo de la vida, por no mencionar las drogas. Siendo realistas, estaría demasiado ocupada lidiando con ella como para mantener ninguna otra relación. No sé si soy capaz.

—Pues no lo hagas.

—¿Que no haga el qué?

—Todo eso —respondió—. Asumamos que tu madre habla en serio y logra dejar a tu padrastro. Puedes encontrarle un lugar para vivir. Ocuparse de alguien y vivir juntos son dos cosas totalmente distintas. Te ayudaré. Hay mujeres que dejan a hombres todos los días. Existen albergues y asociaciones de apoyo. No tienes que hacerlo tú sola.

—No. Yo quiero que esté conmigo —insistí, y era cierto—. Es una madre de mierda, pero es la única que tengo, y la quiero.

—Entonces eso significa que tienes que librarte de Puck —dijo—. Por lo que dices, después de lo de anoche no te costará demasiado.

—Todavía tengo que disculparme.

—Ya, pero él también se portó como un imbécil, así que tampoco hagas mucha penitencia. Dile que lo sientes y vete. Sé breve y amable.

—De acuerdo.

—Volviendo a tu madre, ¿dices que necesita dos mil dólares?

—Eso dijo.

—Es una mentira como una catedral. Puede ir a un albergue para mujeres maltratadas, esconderse ahí un par de semanas y comprarse un billete de autobús a Idaho. Eso sería lo razonable.

—Sigue costando dinero —le rebatí—. Y no estoy segura de que quiera ir a un albergue. Es muy testaruda.

Danielle suspiró.

—Si se niega a ir a un albergue es que no está tan desesperada por largarse, y dos mil dólares no cambiarán nada. Necesitáis el dinero para el viaje, pero el primer paso lo tiene que dar ella. No puedes darlo tú en su lugar.

Asentí lentamente. Mi amiga tenía razón.

—Todo saldrá bien, Becca —dijo, inclinándose y apoyando las manos en mis hombros. Sonrió. Sus ojos se encontraron con los míos, estaban llenos de amor. «Dios, qué suerte tengo de tener una amiga como ella.»—. Todos te queremos. Esta mierda con Puck ya pasará, encontrará a otra y se olvidará de todo. No te preocupes, ¿de acuerdo?

Volví a asentir, negándome a admitir la pequeña punzada de dolor que sentí al escuchar eso. Otra prueba de mi locura: pensar en Puck con otra mujer no me alegraba, precisamente.

No. Si acaso, me daba náuseas.

Con un poco de suerte, era solo por el whisky.


El día mejoró tras mi conversación con Danielle.

Normalmente, no tengo fe en que hablar de los problemas los solucione, pero esta vez había funcionado. Sencillamente, mi mejor amiga era tan directa y rebosaba tanto sentido común que cuando terminamos de pintarnos las uñas, casi me sentía humana otra vez. Danielle tenía razón: yo no estaba obligada a nada.

Mi madre llevaba años haciendo lo que le daba la gana; nadie esperaba que yo la rescatara o la salvara de sí misma. Hiciera lo que hiciese, sería por decisión propia, no por obligación.

Rechazar a Puck también era una decisión propia. Si no me veía capaz de lidiar con una relación sentimental, ¿qué se le iba a hacer? No es ilegal estar soltera. Aunque seguía debiéndole una disculpa, eso sí. ¿Sería difícil hablar con él? Sí. Había sobrevivido a cosas peores.

Al final, lo más difícil era resolver la situación de mi madre. En cierta manera, sería mucho más fácil si no me hubiera vuelto a llamar. La conversación de aquella mañana me descolocó del todo: mi madre no pedía perdón. Jamás. No era una de sus estrategias habituales, y eso me daba miedo.

¿Qué pasaría si no le mandaba el dinero y Teeny acababa con ella? De todos modos, aunque quisiera mandárselo, ¿cómo iba a lograrlo? No me iban a caer dos mil dólares del cielo.

La idea me atormentaba mientras volvía a casa con la ropa limpia. Me detuve ante el edificio de Puck una vez más, deseando que estuviera, para poder disculparme y acabar con aquello. A veces hay que arrancar la tirita de un tirón, ¿no? Naturalmente, estaba desaparecido. En vez de ponerme a darle vueltas y preocuparme, decidí seguir adelante con mi plan original, que había ideado tres días antes: ir a recoger arándanos.

Tres horas más tarde ya tenía suficientes bayas moradas para la tarta de Earl. Con un poco de suerte, me sobrarían para hacer magdalenas de arándano. El simple hecho de lograr algo tan sencillo mejoró mi humor, e incluso tuve ánimos de cantar en la ducha antes de ir a trabajar. ¿Y qué, si le debía una disculpa a un motero? ¿Y qué, si era posible que a mi madre la asesinaran en cualquier momento?

Desayunaría magdalenas.

Cuando dieron las nueve, sin embargo, ni siquiera la idea de las magdalenas me estaba ayudando, porque los mamones (y las mamonas) de la Academia Northwoods habían depositado sus posaderas en mi sección del Moose. Por lo que pude comprobar, ese colegio no era más que una fábrica de cretinos.

—Creía que no se les permite abandonar la zona de la academia —mascullé a Danielle, estampando la bandeja contra la barra. Esta noche ella no trabajaba, pero acudió a proporcionarme apoyo moral. Probablemente pensaba apoyar también a Blake durante su descanso, pero de otra manera—. ¿Por qué cojones vuelven esos niñatos?

—¡Y yo qué sé! —replicó, encogiéndose de hombros—. Tú vigila a esa zorra rubia de los diamantes. La otra noche sudé tinta para no perderme con sus diez millones de pedidos. Uno de los chicos me dejó una buena propina: un billete de cincuenta. La muy guarra lo cambió por uno de veinte y se guardó la diferencia.

Levanté las cejas. La «zorra rubia» aparentaba unos dieciocho años, y la ropa que vestía probablemente costaba más que mi Subaru.

—¿Crees que necesita el dinero? —pregunté, intrigada.

—Me importa una mierda. Esa propina me la gané yo. Si tienes ocasión, escúpele en la bebida, ¿de acuerdo?

Me reí y sacudí la cabeza. No podía permitirme perder otro trabajo. Aunque eso no significaba que no le escupiría en el vaso a esa zorra. Claro, lo haría en cuanto se presentara la ocasión. Nadie fastidia a mis amigos, pero no quería arriesgarme a que alguien me oyera aceptando la sugerencia. Además, agradecía saber lo de la propina: no le quitaría el ojo de encima a esa rubita.

Treinta dólares son medio depósito de gasolina, amiga.

Una hora más tarde decidí que escupir en la bebida no bastaba. Jamás me había cruzado con una panda de hijos de puta que se dieran tantos aires. Imbéciles, todos ellos. Bueno, casi todos ellos… Entre los diez estudiantes o así que ocupaban las dos mesas junto a la pared de atrás, había uno que parecía estar al margen de las gilipolleces de los demás. Era el líder del grupo; obviamente, el macho alfa. Todos intentaban reclamar su intención, pero al tipo le traía sin cuidado.

Era un muchacho de mi edad, más o menos, con el pelo oscuro y ondulado. No acababa de distinguir qué lo diferenciaba de los demás, aparte de un aura de invulnerabilidad. Reía y charlaba como el resto. Vestía el mismo uniforme: prendas de diseño de precios astronómicos, como lo que luciría un actor famoso yendo al campo un fin de semana. Y estaba claro que daba por hecho su magnetismo.

Casi lo puse en el mismo saco que los demás.

Escudriñaba el local, buscando algo. Su mirada se cruzó con la mía en más de una ocasión. Como si estuviera determinando qué me motivaba, en el fondo. No habría sabido decir si se trataba de otro niño rico bebiendo con la plebe, o si era un inteligente depredador camuflado.

Fuera lo que fuese, tenía algo que me recordaba a Puck. Justo lo que necesitábamos en el valle: más hombres que dieran miedo.

La actividad aumentó con las horas. Teresa había contratado una banda de música, y Danielle acabó poniéndose el delantal. Cuando Teresa la vio, me pregunté si nos meteríamos en problemas, pero no.

—No te olvides de apuntar las horas que hagas. —Fue lo único que dijo al respecto.

Entonces, más o menos, aparecieron Boonie y Darcy. Diez minutos más tarde llegó Puck, acompañado de Deep, Demon y Carlie. Había estado buscándolo todo el día, resuelta a disculparme. Y ahora que estaba ahí de verdad, la idea de hablar con él me aterrorizaba. Pese a todo, tenía que hacerlo, y cuanto antes, mejor. Dejé la bandeja e intercepté el grupo cuando cruzaban el local.

—Puck, ¿tienes un momento?

No me hizo ni caso. Como si no existiera. Quise odiarlo por ese gesto, pero no podía culparlo: lo había acusado de violador, y eso es gordo. Deep y Demon siguieron su ejemplo y pasaron por mi lado sin dirigirme la palabra. La peor fue Carlie. Ella sí que me hizo caso. Ya lo creo: me sonrió, y en sus ojos vi lástima.

Le daba pena, joder.

Zorra.

Por si no resultaba obvio que Dios me tiene manía, Boonie y Darcy se sentaron en una mesa de mi sección, lo cual significaba que tendría que correr tras Puck y sus hermanos moteros como un puto cachorro perdido para anotar sus pedidos. ¿Cómo, exactamente, lograría decirme lo que quería si el amigo no me hablaba?

Boonie solucionó el problema pidiendo una ronda para toda la mesa, y me retiré hacia la barra.

—Joder —susurró Danielle discretamente al cruzarse conmigo. Seguramente se percató de nuestro pequeño espectáculo (al igual que el resto de presentes, y eso que la situación todavía no era lo suficientemente incómoda)—. Qué borde, ¿no?

—¿Qué hago?

—Encuentra una manera de disculparte, y luego reza para que dé con otro bar donde llenarse la barriga —respondió—. No puedes hacer mucho más.

«Encuentra una manera de disculparte.» Se dice muy rápido, pero no era mi amiga la víctima de su silencio. Remoloneé un par de minutos en la barra, pero las bebidas enseguida estuvieron listas y a la espera de ser repartidas.

Que empezara el espectáculo.

Las llevé a la mesa de los moteros, intentando cruzar una mirada con Puck. Carlie estaba sentada entre Deep y él, y me pregunté con cuál de los dos habría venido. Era obvio que había estado con Puck la otra mañana, cuando fueron a desayunar… Me obligué a sonreírle alegremente pese a que deseaba envenenarla. Puck era mío.

Un momento, un momento. ¿De dónde cojones había salido aquel pensamiento? Él no era mío. Ni siquiera un poco. Y tampoco quería que lo fuera.

«Mentirosa.»

Durante la siguiente media hora me sorprendí observándoles, intentando determinar si eran pareja o no. La verdad era que él no le prestaba demasiada atención a ella. Si acaso, ella parecía más apegada a Deep. Perfecto. Ojalá se casaran, tuvieran cincuenta hijos y ganaran otros tantos kilos. Pese a todo, estaba sentada junto a Puck, y la otra mañana estuvo con él. Y para echarle sal a la herida, ella fue simpática y amable conmigo cuando acudí a recoger las jarras vacías.

—Eres Becca, ¿no? —dijo, toda sonriente—. El otro día no tuvimos oportunidad de charlar…

—No es nadie —la interrumpió Puck.

Carlie se quedó boquiabierta, mirándonos a él a mí. El resto nos contempló en silencio y el corazón se me aceleró. Quería salir huyendo. Esconderme. Fingir que nada de esto había ocurrido.

No. Era hora de terminar con todo.

Dejé la bandeja en la mesa con determinación y me erguí, sosteniéndole la mirada a Puck.

—Tengo que decirte algo —empecé, alzando la voz para que me oyera por encima de la música—. Anoche dije un montón de tonterías. Lo siento. No era verdad. No eres un violador.

Carlie ahogó un grito y Darcy parpadeó. Los hombres se limitaron a observarnos boquiabiertos. Cerré los ojos un instante, deseando poder encontrarme en otro lugar, cuando los abriera. Cualquier otro sitio me iba bien. No tuve suerte. Los volví a abrir y él estaba mirándome fijamente, con los ojos como dos llamas incandescentes.

Bueno. Supongo que por fin había captado su atención.

—Creo que hay algo que debería aclarar —continué—. Hace años, cuando te conocí en California, hice todo lo posible por hacerte creer que quería estar contigo. Teeny lo organizó todo, yo acaté sus órdenes y fuiste víctima de un engaño. No me violaste, y cuando descubriste la verdad podrías haberte ido. En vez de eso, me salvaste, algo que te agradeceré el resto de mi vida. Anoche te llamé violador porque estabas diciendo cosas que no quería escuchar, y me enfadé. De hecho, me enfado a menudo. Tengo ese problema, así que quiero disculparme. Gracias, una vez más, por traerme a Idaho y salvarme la vida.

Dicho eso, recuperé la bandeja y me largué con las manos temblando. Danielle me esperaba en la barra, escudriñando mi expresión.

—¿Lo has hecho? —preguntó, impaciente.

—Sí, señora.

—¿En serio? ¿Delante de todos los moteros?

—Sí.

—¿Estás bien?

Consideré la respuesta.

—No. Creo que voy a tener un ataque de nervios.

—Ve a la cocina y siéntate un momento en la cámara frigorífica —dijo rápidamente—. Yo te cubro. Quédate ahí hasta que te calmes.

—¿Lo estás viendo? —pregunté, sin mirar atrás.

—¿A Puck?

—Pues claro —susurré aún nerviosa—. ¿Está mirando hacia aquí? No ha dicho nada. ¡Nadie ha dicho nada, joder!

—Sí, está mirando —repuso, disimulando—. Pero no parece que vaya a levantarse ni a venir aquí. Solo bebe cerveza y mira. Tiene una expresión que da un poco de miedo. Anda, ve a sentarte en la cámara frigorífica. El aire frío te hará sentir mejor. Pase lo que pase, recuerda que estoy contigo. Y Blake igual. Estamos de tu lado, Becca.

Asentí y me agaché para pasar al otro lado de la barra. Me escabullí por detrás de Blake y me metí corriendo en la cocina. Gordon, el cocinero de minutas, lo había apagado todo, pero el vago olor a fritura todavía flotaba en el aire. Abrí la puerta de la cámara, encendí la luz y entré. La puerta se cerró tras de mí, bloqueando los ruidos del bar, y me senté en el taburete que había junto a las estanterías.

Las cámaras frigoríficas son fantásticas.

En el interior hace frío, claro. En una cocina profesional, eso es bueno, porque siempre hace demasiado calor cuando trabajas junto a una parrilla gigantesca. En verano la cocina es más asfixiante, así que la cámara es como un oasis. Esta noche era un refugio para mí, aunque ya empezaba a notar cómo el sudor que había acumulado se enfriaba. Se me puso la piel de gallina, lo cual me hizo volver a la tierra. Respiré hondo, disfrutando del aquella paz.

Ya me sentía capaz; capaz de salir al bar, mirar a Puck, sonreír y servirle a él y a sus amigos. Y lo haría con la cabeza bien alta. No tenía otra opción. Aquel era un lugar pequeño y, a no ser que me marchara, tarde o temprano me los volvería a encontrar.

Claro que siempre quedaba la posibilidad de abandonar Callup.

Como cada vez que sopesaba dejar atrás algún pueblo, mi mente rechazó la idea instantáneamente. Adoraba estar allí, me sentía segura. Eso no había cambiado.

La puerta de la cámara se abrió.

—¿Estás bien? —preguntó Blake, asomando la cabeza—. ¿Necesitas que mate a alguien?

Sonreí, porque sabía que no hablaba enteramente en broma. Él era el motivo por el que tenía que recuperar la compostura y volver al bar. Blake, Danielle, Regina, Earl y el resto de personas que completaban mi mundo. ¿Qué importaba que Puck me odiara?

No era la primera vez que alguien lo hacía.

—Sí, estoy bien. Gracias.

Alargó la mano y tomó la mía para levantarme.

—Teresa ha preguntado dónde estabas —me comunicó—. Le he dicho que habías ido a por más limones.

Miré alrededor, encontré el recipiente de plástico transparente que contenía los limones cortados y lo acerqué. Blake me sonrió, con una expresión tranquilizadora.

Sin soltarle la mano, volvimos al bar.