Capítulo 8
Puck
Sujetaba la jarra de cerveza con tanta fuerza que era un milagro que el puto cristal no se rompiera.
«Gracias por traerme a Idaho y salvarme la vida.»
Las palabras de Becca no dejaban de rondarme por la cabeza. Anoche hubo un momento (después de llamarme «violador») que la habría matado. Después de lo que había hecho por ella, lo que había sacrificado… Finalmente, la tenía en la posición perfecta, y la tipa me salió con esas. Zorra chiflada…
Y encima le funcionó, porque en el fondo me sentía asquerosamente culpable por aquella noche. Y aún me sentía peor porque había pasado los últimos cinco años intentando que se me ocurriera la manera de repetirlo.
La había vigilado desde mi apartamento después de la pelea, mientras se ponía a trabajar con la puta máquina de coser. Ahí me ven, con el alma partida en dos, y ella dedicándose a sus tareas de costura, joder.
Fue entonces cuando me llevé la Harley por la carretera del río, hasta que llegué a la autopista. Me detuve allí, mirando al Este, hacia Montana, preguntándome si debería irme en esa dirección. Podría dejarlo todo. El club, Becca, todo. Volaría como el viento, hasta que la vida volviera a tener sentido.
No lo hice, claro. Y realmente no sabía decir por qué.
Becca pasó junto a nosotros con una bandeja bien cargada, meneando el trasero de una manera que pedía un cachetazo a gritos. Joder, todavía deseaba follármela. Atendía a esos cretinos de la academia, amontonados en dos mesas, junto a la pared. Las chicas se portaban como imbéciles egocéntricas, jugando a ser mujeres. Vi que una empezaba a importunar a Becca, lo cual me cabreó.
No tenía ningún sentido: la realidad era que estaba cabreado con ella, ¿por qué me iba a importar si otra persona la trataba mal? Ni idea. Supongo que en el fondo siempre ha habido una parte de mí que la ha considerado mía.
O sabe Dios qué coño me pasa.
Mientras las chicas se quejaban de sus bebidas, los chicos le daban un buen repaso con la mirada, como a una bailarina de estriptis. No me habría sorprendido si uno le hubiera metido un billete en el escote.
Ah… Si eso ocurriera, tendría que darle una paliza al soplagaitas de turno. No había otra.
—Creo que es hora de que te enfrentes a Malloy —dijo Boonie. Me sobresalté—. Quiere hablar con el club.
Le eché una mirada. Deep había sentado a Carlie en su regazo, y estaba metiéndole mano sin disimular. Carlie me miró, quizá preguntándose si eso me ponía celoso. No hice caso; Deep ya tenía su futuro planeado, aunque por lo visto ella aún no lo había comprendido.
—Vamos al baño —dijo Darcy, agarrando a Carlie por el brazo.
Esta asintió y rodeó la mesa. Las dos mujeres desaparecieron por el pasillo que daba a la parte de atrás, dejándonos vía libre para hablar de negocios.
—¿Por qué quieres que me ocupe yo? —le pregunté en voz baja, inclinándome hacia delante.
—Es lo lógico. No le sacas tantos años. Si un chico como él sale a la calle para hablar con un hombre mayor, la gente se mosquea. Quiero que lo tantees y me digas qué te parece.
Me encogí de hombros. No acababa de creerme esa excusa, pero Boonie tenía sus motivos, obviamente. Joder, cualquier cosa que me alejara un rato de Becca me valía.
—De acuerdo.
Diez minutos más tarde, Rourke se levantó y fue hacia la entrada del bar, sacando un paquete de cigarrillos del bolsillo.
Mira qué bien. Ahora tendría que salir a la calle y fingir que fumo. Deep me dedicó una sonrisa descarada, y por un momento me pregunté si había orquestado todo eso solo para joderme. Boonie me dio una patadita disimulada bajo la mesa, y volví a cruzar la mirada con él. Estaba muy serio; por lo visto, no lo hacía solo por joder.
—Voy a fumar —anuncié, y me dirigí hacia la entrada.
Abrí la puerta, miré a mi alrededor y vi a Rourke en una esquina del porche, encendiendo un cigarrillo como si nada.
—¿Te sobra uno? —pregunté.
—Claro —respondió, ofreciéndome el paquete.
Saqué uno. Sujetarlo entre los dedos era tan fantástico que casi dolía. Mierda, cómo quería fumarme ese cigarro. Casi tanto como deseaba a Becca. Dos cosas letales.
—¿Fuego? —preguntó.
Lo consideré y negué con la cabeza. Si alguien salía, encendería el cigarro, pero de momento estábamos a solas. Hablaría con él y me reservaría el tabaco para cuando de verdad necesitara disimular.
Ese soy yo. Un puto santo.
—¿Y bien? —pregunté—. Boonie me ha dicho que querías hablar con nosotros.
—Nos encontramos en una situación particular, y creo que el club podría ayudarnos —dijo, sopesando las palabras—. Se trata del Vegas Belles, el nuevo club de estriptis que han abierto cerca de la frontera entre Idaho y Washington. He oído que se están llevando los clientes del de los Reapers.
Me encogí de hombros, preguntándome adónde querría ir a parar. Painter me lo había contado hacía unos días, y Malloy tenía razón. Los beneficios de The Line habían ido disminuyendo desde que el club nuevo abrió prácticamente al lado. De momento no había habido represalias, pero eso no duraría. Tarde o temprano, el Vegas Belles sería absorbido por los Reapers, o cerraría. Así funcionaban las cosas en el norte de Idaho.
—No sé mucho sobre ese asunto, la verdad —dije.
—Es una tapadera de los Callaghan —continuó Rourke, apoyándose en la barandilla y mirando a ambos lados—. Jamie Callaghan va a mudarse a Idaho para la fiesta de cumpleaños de Shane McDonogh. Será un momento crucial para nosotros. Si Jamie se sale con la suya, se deshará de Shane, y el control de la Laughing Tess saldrá del valle para siempre. No os gustaría que Jamie fuera el propietario. Créeme.
—¿Y qué tiene que ver eso contigo? —pregunté—. Explícamelo con detalles. Te convendría mostrar algo de confianza en el club.
—Me mandaron a la academia para controlar a Shane—repuso—. Se supone que es uno más del clan, ¿sabes? Los Callaghan siempre han asumido que se uniría a la organización, pero a Shane no se le da bien acatar órdenes. Supongo que a mí tampoco.
—¿Y qué pasa con tu padre? —pregunté, sin rodeos—. No es de los que se le lleva la contraria fácilmente. ¿Qué pensará él?
—Él tampoco es un Callaghan —dijo Rourke, encogiéndose de hombros—. Ellos creen que sí, pero mi padre se preocupa de sí mismo y de nadie más. Ni de mí, ni de mi madre. De nadie. Ese gilipollas me trae sin cuidado.
Muy interesante. Aquello no encajaba con la información que habíamos recibido.
—¿Y cuál es el plan? —pregunté.
Me contempló, dubitativo.
—¿El club me apoyará o no?
—Yo no puedo hablar por los Bastards —dije—. Los hermanos son los que votan. Si quieres que algo llegue a la mesa, tienes que dármelo a mí primero.
—Me parece justo —dijo, apagando el cigarrillo. Apenas había dado dos caladas. Qué puto desperdicio. Joder, me subía un cosquilleo por los dedos—. Shane necesita aguantar hasta que cumpla los veintiuno. Ese día termina su arresto domiciliario y puede tener el control de la Laughing Tess. Parece sencillo, pero están poniéndonos trabas constantemente, intentando invalidar el testamento del abuelo: denuncias inventadas, audiencias para determinar las capacidades mentales… cualquier cosa que se les ocurre. Creemos que la semana pasada intentaron envenenarlo, pero no hemos podido confirmarlo.
—Pensaba que lo necesitan vivo.
—Define «vivo» —murmuró con sarcasmo—. Encontrar la manera de convertirlo en un vegetal encajaría con sus planes perfectamente. Su madre puede reclamar la custodia y tomar el control de la Laughing Tess. Sería una victoria para los Callaghan: Christina no es más que una marioneta de Jamie. Escucha, he venido a deciros que ha llegado el momento de elegir un bando, y al club le conviene apoyar a Shane. Si no, el valle está jodido.
Asentí, pensando que lo más probable es que tuviera razón. Exprimirían todos los recursos hasta que no quedara nada. Joder, ya habían logrado cabrear a los mineros. El sindicato local llevaba años reclamando mejoras en el equipamiento de emergencia, pero en el nacional todo el mundo se hacía el sordo. Sin duda, eso era obra de los Callaghan.
—¿Qué queréis, exactamente?
—Shane quiere una reunión cara a cara —dijo—. Te colaremos en la academia esta noche. Hemos organizado una fiesta: estará llena de gente del pueblo. Si alguien te reconoce, esa será tu coartada. Serás un imbécil más, intentando emborracharse a costa de los niños ricos, buscando una chica, una pelea, lo que sea.
Bueno, eso explicaba por qué Boonie me había elegido. Con veintiséis años no era exactamente un chaval, pero sí el más joven del club.
—De acuerdo —afirmé—. Iré a hablar con él. Pero dame algo que llevarle a mi presidente de momento.
—Somos aliados naturales. Vosotros queréis proteger el valle, y Shane quiere lo mismo. A corto plazo, tanto tu club como los Reapers necesitáis quitaros de en medio al Vegas Belles. Jamie Callaghan vendrá esta semana a supervisar el negocio. Puede que sea nuestra mejor oportunidad para cazarle. Nosotros proporcionaremos la información. Vosotros traéis los músculos. Todos ganamos.
Lo sopesé y asentí.
—Hablaré con Boonie —dije—. Y después pasaré por la academia. Pero recuerda: esto no es un juego. ¿Te ha quedado claro?
Rourke se rio, y su carcajada le hizo sonar más cínico y mayor.
—La lista de gente que quiere acabar con nosotros ya es bastante larga —apuntó—. Confía en mí, no queremos añadir más nombres.
—Me parece razonable.
Deslicé el cigarrillo intacto entre los dedos. Debería aplastarlo, tirarlo por la barandilla… En vez de eso, lo guardé en el bolsillo.
A la mierda con el tabaco, y a la mierda con Becca.
Quizá una buena pelea con los Callaghan me despejaría la cabeza. Fueran como fueran las cosas, no tenía demasiado que perder. No obstante, Rourke Malloy tenía razón en una cosa: no nos convenía en absoluto que Jamie Callaghan tomara las riendas de la Laughing Tess.
Becca
Tras mi pausa dentro del frigorífico, las cosas mejoraron. Puck seguía sin hablarme, pero ese era el menor de mis males. Sentí su mirada clavada en mí toda la noche, pero me obligué a no prestarle atención.
También ayudaba que el bar estuviera a reventar y que los alumnos de la academia estuvieran constantemente encima, quejándose de sus bebidas e insistiendo en que les servía mal. La tercera vez que Blake tuvo que rehacer un cóctel («Es que le falla algo, ¿sabes? ¿Qué vodka ha usado? ¿Y eso es zumo de piña? He pedido zumo de piña») ya estaba lista para envenenarles.
Aguantar sus gilipolleces ya era un trabajo a tiempo completo. Por eso me di cuenta de que cuando el chico alfa salió a fumar, Puck le siguió disimuladamente.
—¿Has visto eso? —pregunté a Danielle en voz baja cuando coincidimos en la barra—. Puck ha salido con ese tipo. ¿Crees que se traen algo entre manos?
—No —dijo con firmeza—. Y si fuera el caso, a ti no te interesa. Así que mejor olvídate.
Era cierto. Danielle siempre tan pragmática.
Por desgracia, el resto de estudiantes seguían sedientos y, cuando volví a la mesa, un tipo con el pelo castaño intentó meterme mano. Lo esquivé, con una sonrisa desagradable. Me respondió con una mueca pícara y etílica, lo cual cabreó a la pelirroja que tenía al lado, que por supuesto también iba contentilla.
—¿Puedes ser más lenta? —espetó ella.
—Perdón —logré mascullar, pero cuando volví a la barra me incliné hacia Danielle, que se había puesto a fregar vasos.
—Estoy hasta los huevos de esos idiotas —dije en voz baja—. Uno de ellos ha intentado tocarme el trasero.
—Ya me ocupo yo. ¿Qué han pedido?
—Un par de jarras de cerveza.
Con un guiño, tomó la jarra y la hundió rápidamente en el agua de fregar, capturando un par de dedos de líquido espumoso. Después completó alegremente la jarra con cerveza.
—¡Te van a despedir! —murmuré, mirando a mi alrededor para comprobar si alguien nos había visto.
Pero nadie nos prestaba atención, excepto Blake, que nos reprendió con una ceja en alto, pero no añadió nada.
—Oficialmente, hoy ni siquiera trabajo —respondió, haciendo lo mismo con la segunda jarra—. Solo estoy aportando mi granito de arena y ayudando a mis amigos. Además, no es culpa mía que Teresa no haya tenido tiempo de explicarnos el modo correcto de fregar los vasos. Ve y sírveles a esos cabrones sus cervezas: tu trabajo es proporcionar un servicio impecable, te gusten los clientes o no.
Le dediqué una sonrisa cómplice.
—Te quiero.
—Lo sé —respondió, con su mejor imitación de Han Solo.
Dos minutos más tardé deposité las jarras en medio de la mesa, mordiéndome el labio para que no se me escapara la risa. ¿Me convertía eso en mala persona? Sin duda. Pero cuando el subnormal me volvió a agarrar la pierna y palpó la parte interior del muslo, cualquier sentimiento de culpa que hubiera experimentado hasta entonces se desvaneció. Esta vez no me aparté enseguida. Pero ese cabrón se merecía beber jabón y cosas peores. Hijo de puta.
Diez minutos más tarde, Puck y su nuevo amigo volvieron a aparecer, charlando amigablemente. Habló con Boonie y me miró. Le sostuve la mirada desde el otro lado del local, y habría dado mi máquina de coser por saber qué estaba pensando.
Dijo algo a Boonie, movió la cabeza y volvió a salir.
Entonces pude tomarme un respiro, porque el alumno alfa me hizo un gesto para que me acercara. Fui hacia él y me sorprendí al comprender lo grande que era. Tampoco era tan joven como suponía. Tendría mi edad, más o menos.
—¿Puedes traernos la cuenta? —preguntó—. Regresamos a la academia. Esta noche hay una fiesta allí.
Ya ves, como si me importaran sus planes… Yo solo quería que se largaran, y pronto.
—Pues claro —dije.
Pasé las tarjetas de crédito por el lector y entregué a todo el mundo la cuenta, obligándome a sonreír pese a las ganas mayúsculas de enseñarles el dedo. Recogí sus vasos vacíos, en un gesto no muy sutil que indicaba que era hora de que desaparecieran de mi vista. Con un poco de suerte me dejarían una propina digna, pero no pensaba esperarme para comprobarlo.
En ese momento el tipo de las manos largas chasqueó los dedos sonoramente, para que le prestara atención, como si fuera su mascota. Me volví, lista para destrozarle la cabeza con la bandeja bien cargadita de vasos sucios.
—Ya me ocupo yo —dijo Danielle, en tono siniestro—. Tómate un tiempo para tranquilizarte en la parte de atrás. Tranquila. Si pasa algo con Teresa, hablaré yo con ella. Dame la bandeja y lárgate.
Se la entregué y fui directa a la parte trasera. Dejé atrás los baños, crucé la puerta con el cartel de «solo personal» y salí al porche. En cuanto la puerta se cerró a mis espaldas, me relajé un poco. Joder, cómo odiaba a los imbéciles como ese. El ruido del bar me llegaba amortiguado. Me senté en los escalones, rodeé mis rodillas con los brazos y respiré hondo, intentando serenarme.
El mundo estaba lleno de hijos de puta. Dios, cómo me cabreaba.
Oí el rugido de una Harley arrancando; sonaba como la de Puck. No podía estar segura, desde aquí atrás… Puede que no. Lo más probable es que ya se hubiera ido. ¿Por qué me sentía tan débil con él, y me alteraba tanto si un desconocido me tocaba?
Probablemente porque el mierdecilla del bar no era ninguna amenaza para mí, ni aunque lo hubiera deseado. No era un motero, ni un tipo duro, ni siquiera un hombre de verdad. Solo un niño consentido que creía que tener padres ricos lo convertía en un ser especial.
Cinco minutos más tarde había logrado serenarme, así que me levanté, me sacudí el polvo del trasero y volví al local. Pasé por delante de la puerta del despacho de Teresa, volví a cruzar la puerta del personal y me adentré en el oscuro pasillo de los baños.
El Príncipe Manos Largas estaba esperándome, con una sonrisa de comemierda en la cara.
—¿No me vas a dar un beso?
Y una mierda.
Y una puta mierda.
Se lanzó sobre mí y levanté la rodilla, golpeándole en la entrepierna con la furia desmedida de un ángel de la venganza. Aulló y se lamentó como un bebé. Darcy salió corriendo del baño de mujeres con los ojos abiertos de par en par.
—¿Estás bien? —preguntó, asimilando la escena.
—Perfectamente —anuncié.
Ojalá le hubiera dado un rodillazo mucho antes.
Cretino…
—¿Qué coño está pasando aquí? —intervino Teresa, apareciendo por el pasillo.
Detrás de ella estaban Danielle, Blake y un montón de personas más, incluyendo a la pelirroja borracha, que soltó un grito y se arrodilló junto a su novio, que se retorcía en el suelo.
—¡Le ha atacado esa zorra! —exclamó, señalándome—. ¡Llamad a la policía! ¡Que arresten a esta zorra!
Fue entonces cuando el estudiante alfa de pelo oscuro se abrió paso entre la gente y la apartó de un tirón.
—Ve a esperar en el aparcamiento —ordenó a la pelirroja.
La chica protestó, pero una mirada asesina del moreno la hizo callar de golpe, como si tuviera un interruptor.
Joder.
—¿Qué pasa aquí? —dijo Teresa con firmeza, y me miró con cara de complicidad disimulada—. Becca, vamos a mi despacho. A los demás, ya podéis iros de aquí. Yo me ocupo de esto.
—Por supuesto —asentí.
La adrenalina del momento empezaba a desvanecerse y comprendí de repente lo que había causado. Estaba a punto de perder mi empleo por segunda vez en una semana por culpa de una pelea. ¿Cómo era posible? Cada día, durante cinco años, me había repetido la misma pregunta: ¿qué habría hecho mamá? Pero ahí estaba. Metiéndome en peleas. Otra vez. No me lo podía creer.
—¡Venga, venga! El resto ya podéis iros —anunció Darcy, en voz alta y con autoridad—. Ya lo habéis oído… Esto no os concierne, así que volved a vuestras mesas.
—Ese tipo está borracho y no le ha quitado el ojo de encima en toda la noche —le dijo el del pelo negro a Teresa, y Teresa me miraba a mí—. Ya la ha manoseado más de una vez. No me cabe duda de que ella solo se estaba defendiendo.
—Ya lo sé —contestó Teresa, mirándole a él sin reparos—. Estoy harta de vuestras gilipolleces. Tus amigos y tú ya podéis largaros de aquí. Este lugar no admite esos comportamientos. ¿Esta claro?
El manitas gimió y se incorporó.
—Llama a la policía —dijo a su novia, retorciéndose—. Quiero poner una denuncia.
—Puedes contárselo a mi escopeta —replicó Teresa, sin alterarse lo más mínimo—, si quieres…
—No hará falta —intervino el chico alfa con solvencia—. Estoy seguro de que lamenta su comportamiento y además, le gustaría dejar una propina generosa como disculpa. No va a volver. —Le dio una patada a su amigo del suelo—. Andando, imbécil.
Repitió la patada para darle énfasis a su orden, y nos quedamos mirando al cretino mientras se levantaba lentamente. Para mi sorpresa, se llevó una mano al bolsillo, sacó la cartera, echó un vistazo a los billetes que tenía y extrajo uno de cincuenta, que me ofreció.
—Uno más —espetó el chico alfa.
Volvió a abrir la cartera y encontró otro billete de cincuenta.
—Ahora di que lo sientes —le pidió el chico alfa.
—Lo siento —masculló, mirándome de reojo.
—Ve al puto aparcamiento y espérame allí —le indicó su amigo.
El tipo me dedicó una mirada llena de odio y empezó a alejarse, tambaleándose y visiblemente dolorido.
—Siento mucho lo ocurrido —dijo el muchacho.
Por extraño que pareciera, dirigía sus palabras a Darcy, lo cual no tenía demasiado sentido. Aunque claro, nada de aquello tenía sentido.
—Hablaré con Boonie —replicó ella—. Él se pondrá en contacto.
—Gracias.
Crucé una mirada con Danielle, que contemplaba la escena con los ojos de par en par. «¿Qué coño ha sido eso?», parecía decir su mirada. Me encogí de hombros, no tenía ni la más remota idea.
—¡A mi despacho! —repitió Teresa. Me dio un vuelco el estómago. Al menos había ganado lo bastante como para pagar la factura del teléfono antes de que me echaran—. El resto, volved al bar. El espectáculo ha terminado.
—Bueno, cuéntamelo sin tapujos —dijo, una vez estuvimos las dos dentro con la puerta cerrada—. ¿Qué coño ha pasado?
—Lleva toda la noche poniéndome las manos encima —expliqué, intentando no sonar a la defensiva—. La última vez me metió mano entre las piernas. Danielle me mandó afuera para que me calmara, y cuando volví, el tipo me estaba esperando en el pasillo y se me ha echado encima. Me he visto obligada a defenderme.
Teresa aguantó la mirada, pensativa. Mierda. Ahora me lo soltará: ha tomado una decisión y está a punto de decirme que estoy despedida.
—Entiendo —dijo al fin—. ¿Te ves con ánimos de terminar tu turno? Podemos cubrirte, si necesitas irte a casa.
—Pero… he atacado a un cliente —le recordé, confundida.
—No. Un cliente te ha atacado a ti —me corrigió, con la mirada dura—. Sé que el Moose tiene una reputación peculiar, pero nadie se mete con mis empleados. Ese hijo de puta ha tenido suerte de que hayas sido tú y no yo la que estaba ahí.
—Oh… —dije. Vaya. Eso no lo había visto venir—. Bueno, esto… Pues supongo que puedo terminar mi turno. Quiero decir, estoy bien. No me ha hecho daño.
—Perfecto —dijo—. Sírvete un trago y vuelve al trabajo. Y no te preocupes por que ese gilipollas pueda volver. Darcy se ocupará de ello.
—¿Darcy…? —empecé, pero interrumpí la pregunta cuando comprendí que la respuesta ni me importaba ni me concernía.
No. Mejor olvidarse de ello. Así que salí del despacho e hice lo que me mandó: servirme un trago.
Y volví a atender mis mesas.
Darcy y Boonie seguían ahí, y Darcy me miró con preocupación. Decidí actuar como si no hubiera ocurrido nada. Danielle se acercó y me pasó un brazo por los hombros.
—¿Estás bien?
—Sí —contesté—. No ha sido nada del otro mundo. ¿Sabes? Creo que me gusta trabajar aquí.
Danielle sonrió y me dio un empujoncito con el hombro.
—A mí también.
Por suerte, faltaban pocos minutos para que cerráramos la barra, y el resto de la noche pasó sin más sobresaltos.
Me arrastré al interior de mi apartamento a las tres de la mañana, agotada pero satisfecha. Puse música, me serví un vaso de agua y me senté a la mesa para contar las propinas. No era una fortuna, pero si me organizaba bien, con eso pagaría la factura de la luz y comería durante una semana. Trabajar en el Moose no estaba nada mal, al fin y al cabo.
Eché un vistazo a mi Singer y, por primera vez en todo el día, me sentí esperanzada. La elegante máquina negra, con sus filigranas doradas, me llamaba a gritos. Me puse a reír. Tal vez mañana empezaría la colcha de patchwork que había estado ideando. Además, tenía el patrón perfecto: una escalera de Jacob.
¿Y qué, si Puck me odiaba?
Había metido la pata, pero al menos había hecho lo posible por arreglarlo. Tampoco tenía ni idea de lo que pasaría con mi madre, pero si lograba mentalizarse y dejar a Teeny, estaría lista para acogerla. Si no lo hacía, al menos ya le estaba demostrando que podía ocuparme de mí misma.
Puck
—Tendrías que haberme llamado, joder —dije a Boonie, deseando pegarle un puñetazo.
Nos habíamos concentrado todos en la sede para la reunión semanal del club. Cuando llegamos, Darcy estaba en la cocina preparando tortitas, beicon y huevos para todos, así que me ofrecí a ayudar, porque soy así de buena persona. Y también porque quería saber si Becca me había nombrado anoche, después de que me fuera.
Aunque no pensaba admitirlo. Ni en broma, joder.
Pero… la verdad es que terminé ayudando a preparar el desayuno, por si existía la posibilidad de darle pena a Darcy y que me diera algo de información. Y acerté. Me contó lo de Becca, lo del subnormal del pasillo y la reacción de Rourke Malloy.
Treinta segundos después estaba plantado delante de Boonie, exigiendo respuestas.
—¿Qué dices? ¿Por qué tenía que llamarte? —preguntó, provocándome—. Has dicho más de una vez que esa chica no te interesa. Además, manejó la situación perfectamente, ella solita. Es dura.
—Siempre la hemos protegido —protesté, nervioso—. Tenemos que mandar un mensaje, joder.
Boonie entornó los ojos.
—La hemos vigilado, sí —dijo—. Pero no es propiedad del club. Si quieres que la tratemos como si fuera tu dama, haz algo. Es que ni comes, ni dejas comer… coño.
Quise replicar, golpearle, discutir o simplemente mandarlo a la mierda. Mi presidente me sostuvo la mirada sin alterarse, porque tenía razón y ambos lo sabíamos. Becca no era mía. ¿Seguiría protegiéndola el club? Sin duda. Protegeríamos a cualquier habitante de Callup, si hiciera falta. Pero anoche es cierto que se defendió sola, y tampoco hubo ningún insulto directo a los Silver Bastards.
—Consíguela u olvídate de ella —añadió Boonie, con absoluta seriedad—. Esta mierda a medio camino no sirve de nada. Anoche, en el Moose, todos oímos su discurso a la perfección. O aceptas lo que dijo, o no, pero te toca mover ficha, hermano.
Le dediqué una mirada asesina, porque todos tenían razón, menos yo. Aunque seguía frustrado con ella. Me confundía, algo que había tenido tiempo de contemplar anoche, mientras saboreaba mi cigarrillo prestado en el aparcamiento, antes de irme.
Sí. He de confesar que así de patéticas estaban las cosas. Me senté a solas, en la oscuridad, pensando en una chica, como un triste aspirante a Robert Pattison.
Al menos yo fumaba, en vez de resplandecer bajo el sol.
Boonie se encogió de hombros.
—Vamos. Es hora de ir a misa.
Ocupé mi lugar alrededor de la vieja mesa maltrecha que teníamos en la capilla. Doce hermanos se unieron a nosotros; otros cinco no pudieron venir; dos se habían jubilado, aunque todavía lucían los colores; otro estaba trabajando; y los otros dos estaban en Montana, visitando a los Silver Bastards de allí.
Quedarme en Callup nunca había formado parte de mis planes. Yo era de Montana, de pura cepa… Sin embargo, después de salir de la cárcel nunca encontré el momento de dejar Idaho. Becca era parte del motivo. Los Reapers también. Painter y yo teníamos una amistad sólida, quedábamos al menos una vez por semana. Un poco menos, últimamente, ya que había tenido problemas con Melanie, pero así es la vida.
—Estamos aquí por el asunto de Shane McDonogh —anunció Boonie—. Ha habido novedades. Puck, ¿nos las cuentas?
—Anoche hablé con Rourke Malloy en el Moose —proclamé, obligándome a concentrarme—. Fue una conversación muy esclarecedora. Sabíamos que McDonogh estaba enzarzado en una lucha de poder con su padrastro, Jamie Callaghan. No disponíamos de todos los detalles, pero anoche averigüé muchas cosas. Es un buen lío. Malloy dijo que los Callaghan están dispuestos a evitar que McDonogh reciba su herencia. Se supone que el chico tomará las riendas de la Laughing Tess muy pronto, cuando cumpla los veintiuno. Malloy asegura que el sindicato local lo apoya.
—Es cierto —aseguró Deep con determinación—, aunque apoyar a un McDonogh va contra nuestra tendencia natural. Hemos estado atentos, con la esperanza de que haya salido a su padre y no a su abuelo. Kade Blackthorne insiste en que la sangre no engaña. Por ahora, la mayoría llevamos nuestros propios equipos de emergencia. No me fío del equipamiento de mierda que hay en las minas. Es demasiado antiguo.
Fruncí el ceño.
—¿Qué sangre?
—La de Blackthorne —respondió Deep—. Dicen las malas lenguas que el verdadero padre de Shane fue Bull Blackthorne. Era presidente local del sindicato cuando Christina McDonogh decidió que quería fastidiar a su papaíto. Estuvieron juntos una temporada. De repente Bull apareció muerto, y Christina embarazada. La amiga se casa con Jamie Callaghan y se mudan a Las Vegas. No ha vuelto desde entonces, solo cuando necesitaban dinero.
—No es más que un rumor —dijo Boonie, frunciendo el ceño—. Joder, ¿qué más da quién fuera el padre? Lo que importa es si beneficiará más al valle que su madre y a su marido.
—Lo hará mejor —aseguró Deep—. Peor no puede ser.
—Tenemos la esperanza de que reemplacen el equipamiento para las emergencias cuando Shane tome las riendas —añadió Demon en voz baja—. Al menos, eso es lo que dicen en las minas. A los tipos del sindicato nacional les importa una mierda. Me he comprado mi propio autorrescatador de oxígeno químico. Si hay otro incendio, no pienso morir ahí abajo solo porque McDonogh S. A. no le da la gana aflojar la pasta para renovar el material.
—El sindicato minero nacional lo controlan los Callaghan —dijo Boonie.
—Bueno, Malloy dice que Callaghan y la zorra de su mujer intentan certificar que Shane está loco para encerrarlo de por vida —continué—. Supongo que hay una laguna legal: si Shane no puede tomar el control de las minas, su madre ocupará su lugar.
—Tienen el dinero y los abogados para garantizarlo —dijo Boonie.
—Quiere aliarse con nosotros —seguí contando—. Después de hablar con Malloy, fui a la academia. Los estudiantes tenían montada una fiesta impresionante en el bosque; Malloy lo usó como excusa para colarme en su terreno y hablar con McDonogh en persona.
Deep se animó.
—¿Se parece tanto a Bull como dicen? —preguntó entusiasmado.
Me encogí de hombros.
—Y yo que sé. No soy de aquí, ¿no te acuerdas?
—Joder —masculló—. No sirves para nada.
—Confirmó lo que había dicho Malloy —proseguí, enseñándole el dedo—. Según ellos, el club de estriptis Vegas Belles es una tapadera de los Callaghan. No es una sorpresa. Painter me ha contado que los Reapers siempre lo han sospechado, así que eso es un punto a favor de McDonogh. Según él, usan el club para blanquear fondos que sacan de la mina, y que cuando tengan el control absoluto de las finanzas, arruinarán el valle.
—No me sorprende en absoluto —afirmó Demon—. Ya hace tiempo que no nos cuentan más que mentiras en la mina. Los números no encajan. Es más, corre el rumor de que los miembros del Consejo de Administración se llevan un sobresueldo de los Callaghan.
—Entonces, ¿qué quieren que hagamos?
Se hizo un revuelo en la sala. Intervino Boonie.
—McDonogh asegura que su padrastro vendrá de visita la semana que viene. Todavía no sabe cuándo, pero acudirá al club de estriptis, y allí podremos echarle la zarpa. McDonogh y los suyos nos proporcionarán la información. Los Bastards y los Reapers aportaremos la fuerza bruta. Con un solo ataque, podemos dar un buen golpe a los Callaghan y acabar con el club de estriptis. Todos ganamos.
Me quedé callado.
—¿Y tú qué piensas? —me preguntó Boonie—. ¿Crees que nos la están jugando?
—No sé qué gana McDonogh engañándonos —respondí, considerando las posibilidades mentalmente—. El tipo lleva un GPS en el tobillo, no puede salir de la academia. Es un sistema informático nuevo, nunca he visto nada parecido. No hay duda de que está cabreadísimo; y asustado, seguramente. Si lo que dice es verdad, podría salir perdiendo y regresar a la cárcel.
—Yo digo que aceptemos —proclamó Demon, en tono decisivo—. Ese nuevo club de estriptis ha dado problemas a los Reapers. Eso ya es motivo suficiente. Si hay una manera de salvar a McDonogh y recuperar la Tess, los mineros nos apoyarán.
—Hay algo en esto… que me hace dudar —expuso Boonie, pensativo—. ¿Por qué quiere Rourke Malloy jugársela a su familia? Entendí lo de las pistolas; no era más que un asunto de defensa propia, estoy seguro de que tienen muchos enemigos. Pero si Malloy se sale con la suya y su familia se entera, pondrán precio a su cabeza, sin importar quién sea su padre. De hecho, sí importaría, pero a peor. El padre lleva años trabajando para los Callaghan. Sería una traición muy seria.
—Malloy dice que su padre solo se preocupa de sí mismo —contesté—. Mierdas familiares.
—Parece un muchacho listo —dijo Boonie—. ¿De verdad creéis que cualquiera que tenga dos neuronas se volvería contra la mafia irlandesa solo porque ha discutido con su padre? Es un suicidio.
—Solo si pierde —repliqué—. A veces tienes que elegir bando y lanzarte a la batalla. Obviamente, Malloy ya ha elegido el suyo.
Mis palabras quedaron suspendidas en el aire.
—Nosotros también sabemos qué bando elegir —saltó Deep, emocionado—. No todos los presentes han trabajado bajo tierra, pero esta es nuestra comunidad. La Laughing Tess nos mantiene con vida. Si tenemos oportunidad de protegerla, debemos aprovecharla. Si no, es que no somos los hombres que creíamos ser.
—En efecto. Supongo que ya lo has dicho todo —dijo Boonie lentamente—. ¿Alguien quiere añadir algo más?
Nadie abrió la boca.
—Muy bien. ¿Votos a favor?
Pronuncié mi «sí» junto a los demás, y pasamos al siguiente asunto de la agenda. Algo sobre un barril de cerveza desaparecido. No presté atención. Me distraje preguntándome por qué diablos había tenido que enamorarme de una mujer que me odiaba.
¿Castigo divino, quizá?
Me llevé la mano a la cicatriz de la cara, reflexionando sobre todas las cosas que habrían sido distintas en mi vida si hubiera nacido mujer. Tanto Becca como yo éramos hijos de la comunidad motera. Yo crecí rodeado de hombres duros e inestabilidad, igual que ella. Y ahora era uno de ellos. Mi padre siempre me había guardado las espaldas, pero tuve que ganarme el respeto de los demás, y pagué el precio con sangre. Con sangre, y algún tiempo encerrado.
Becca nunca tuvo la oportunidad de hacer lo mismo.
Si alguna vez tuviera hijos, más valía que fueran niños. Ya, como si fuera a tener tanta suerte. Me imaginé una niñita con los enormes ojos de Becca, sonriéndome. Entonces me la imaginé con la misma edad que tenía ella cuando nos conocimos. Joven. Demasiado joven, joder. Y pese a todo, la deseé como un hijo de puta enfermo.
Si algún subnormal le hacía algo parecido a mi hija, lo mataría.
En aquel momento lo vi claro: quería tener hijos algún día, y en mi mente se parecían a Becca. Entonces, ¿por qué cojones seguía enfadado con ella? Los dos habíamos metido la pata abundantemente a lo largo de los años y, pese a todo, anoche me senté a oscuras como un puto chalado (fumando, ni más ni menos) en vez de aceptar la realidad de una vez por todas.
¿A qué estaba esperando?
¡A la mierda!
—¿Algo más? —repitió Boonie—. Creo que ya nos hemos ocupado de todo.
—Yo tengo algo que añadir —dije, saliendo de mi fantasía.
Las frase me sorprendió incluso a mí mismo.
—¿Y bien?
—Reclamo a Becca Jones como mi propiedad.
Boonie resopló de risa.
—Creo que la reclamaste hace cinco años, cantamañanas —dijo Demon—. Menuda noticia.
—No, Me refiero a que la reclamo de verdad. Ahora mismo. Estoy hasta las pelotas de andar haciendo el gilipollas. Será mi dama.
—Ya era hora —dijo Boonie. No puso los ojos en blanco, pero como si lo hubiera hecho—. Un par de días más viéndote lamentarte por los rincones, y yo mismo habría acabado con tu sufrimiento.…¿Alguien se opone a que Puck reclame a Becca?
Miré alrededor de la mesa, sosteniendo la mirada a mis hermanos, uno a uno. Más valía que no tuvieran ninguna objeción, joder.
—Sabe mantener la boca cerrada —alegó Miner—. Y se las apaña cuando se arma la de Dios. Lo hará bien.
El resto asintió.
Así, sin más, ya tenía una dama.
Supuse que debía comunicárselo. ¿Se resistirá? Seguramente, pero eso me motivaba. Siempre me ha gustado que me lo pongan difícil.