Capítulo 11
Becca
Eran casi las nueve cuando Puck llamó a la puerta. Me había dicho que llegaría tarde, pero, por algún motivo, alrededor de las ocho me convencí a mí misma de que había cambiado de opinión; que todo el asunto de la fiesta había sido una especie de sueño loco y extraño.
Con lo que dudaba de nuestra relación, cualquiera diría que su llegada me habría hecho sentir mejor. Pero me resultaba como un quiste, expandiéndose por dentro. Le deseaba. Con ansias. Y no solo en la cama, no. Disfrutaba de su silueta corpulenta en mi puerta, tan sólido, atractivo, y mío.
Había terminado de arreglarme y estaba ante la máquina de coser cuando por fin apareció. A esas alturas ya me había tomado un par de tragos, porque asistir a mi primera fiesta de moteros me seguía poniendo nerviosa. Decidí que mis dudas eran un buen motivo para lanzarme sobre él. Él ni siquiera parpadeó, se limitó a agarrarme y a besarme, comunicándome sin palabras, que también se alegraba de verme.
Cuando tomamos aire, ya se me había olvidado la fiesta. Solo quería arrastrarlo a mi habitación y saltar sobre él como un animal.
—Cálmate —murmuró, enmarcándome la cara con las manos—. Ya sabes que me encantaría llevarte a la cama ahora mismo, pero esta noche quiero presumir de mujer. Eres especial, cariño. Quiero que los demás lo vean con sus propios ojos.
Sus palabras me llenaron de calor, así que no protesté demasiado. En vez de eso, agarré una cazadora ligera y le seguí por la puerta, deseando que tuviera razón. Me había costado decidir qué ponerme; sabía que iríamos en la Harley, y eso limitaba mis posibilidades. Pero aun así, quería estar impresionante para sus amigos.
Gracias a Dios que tenía a Danielle. Al volver de clase a las cinco la encontré esperándome en el salón (tiene llaves de mi casa, claro). Expuestos en mi sofá, había siete modelitos distintos, desde «putón motero recién salido de una fantasía sexual», hasta «profesora de religión visita el club». Me decidí por una opción intermedia: «zorra motera se viste para ir a la iglesia». ¿O quizá sería mejor describirlo como «beata quiere echar una cana al aire»?
Existía una línea delgada entre una cosa y otra.
Así que me encontré vestida con unos pitillos ajustados de cadera baja y un par de botas negras, tan estilosas como prácticas. Tenían un tacón bonito y los cordones se ataban por detrás. Combinadas con los jeans, daban a mis piernas una apariencia larga y esbelta, y además me protegerían de los tubos ardientes de la moto. Además, tenían el beneficio adicional de cubrir mucha piel, sin dejar de ser sugerentes. Cualquiera que quisiera meterme mano no encontraría más que tela.
Para la parte de arriba, Danielle y yo optamos por otra estrategia. Ella me había hecho ponerme un top de tirantes con escote drapeado que permitía presumir de pecho. Mi amiga pretendía que me lo bajara para dejar al aire la parte superior del sujetador, pero a mí me parecía demasiado. Afortunadamente llegamos a un acuerdo: elegimos un sujetador rojo con encaje negro precioso, por si acaso asomaba en algún momento. Era increíblemente sexi, pero no indecente. Llevaba los hombros al aire, y ella me había hecho una trenza.
A esto le añadimos sombra de ojos negra y labios color ciruela y… ¡Abracadabra! Me sentía atractiva y cómoda sin ir medio desnuda.
Puck estaba claramente de acuerdo, porque cuando salimos al callejón se volvió y me empujó contra la pared para volver a besarme. Le rodeé el cuello con los brazos y sentí su miembro presionado contra mí, a través de la ropa. Cuando nos separamos, respirando con dificultad, me encontré suplicando.
—Olvidémonos de la fiesta y volvamos arriba. Tú y yo solos…
Se quedó inmóvil. Retrocedió y me miró fijamente.
—No hay nada que temer, Becca —dijo—. Joder, si ya conoces a medio club. Darcy estará allí, y seguramente Carlie también. Tenemos a algunos Reapers de visita, y Painter también ha venido. No son desconocidos que deban darte miedo, cariño.
Por desgracia, lo primero que solté fue demasiado revelador.
—Carlie no es amiga mía.
—¿Estás celosa? —susurró Puck, besándome el cuello.
Pues sí, ¿qué pasa? Estaba celosa.
—¡Como si me importara con quién has estado! —le solté, esquivando su mirada.
Puck adoptó una expresión seria.
—Pues a mí sí me importa con quién has estado tú. Solía quedarme tumbado en la cama, pensando ello. Si estabas acostándote con alguien, si te hacían sentir bien… Si te habrían hecho daño. No quería que te enamoraras de otro, y odiaba pensar en que alguien pudiera herirte. No sabía qué me daba más rabia: que estuvieras sola e infeliz, o que disfrutaras la vida con algún subnormal.
—Puede que Carlie me provocara algo de celos —admití.
—Si seguimos con este rollo, nos perderemos la fiesta.
—Tampoco es tan tarde… —protesté, sorprendida.
—Ya, pero es miércoles, y mañana tengo mierdas que hacer. Asuntos del club. No es raro que nos juntemos los miércoles, pero muchos de los hermanos tienen que trabajar el jueves. De modo que la fiesta acabará pronto, a medianoche.
Mientras me llevaba hacia la Harley, parte de lo que había dicho se quedó flotando en mi mente. Siempre me lo había preguntado.
—Puck, ¿cómo te ganas la vida?
Se quedó quieto, y se volvió hacia mí.
—¿Por qué me lo preguntas?
Hablaba en voz baja, pero con un tono severo.
De repente, el Puck que daba miedo regresó a escena; era muy distinto al hombre que había visto en los últimos días. ¿Cómo cambiaba de actitud tan rápido? ¿Cuál era el de verdad?
—Todo el mundo tiene facturas que pagar —añadí, sin levantar la voz—. Yo hago de camarera. Blake es barman. Joe trabaja en la mina. Dime, ¿en qué me estoy metiendo, si sigo contigo?
—Ya sabes que no puedo responderte. —Su tono seguía siendo misterioso, pero había cierta compasión en sus ojos—. Creciste en un club de moteros. Nunca he fingido ser algo que no soy.
—Dijiste que los Silver Bastards eran diferentes.
Hizo una mueca que podría haber sido una sonrisa.
—No tan diferentes. Venga, vámonos.
La sede del club estaba a diez minutos de mi casa; era un viejo bar transformado, a las afueras de la ciudad. Había pasado por delante con el Subaru un millón de veces, claro, pero nunca entré. Tenía fama de ser un lugar donde se celebraban fiestas salvajes. Cada vez que se acercaban unas elecciones, el sheriff hacía varias redadas. Siempre me pregunté por qué nunca arrestaban a nadie. Entonces, un día, Blake me contó la verdad.
Resulta que el sheriff hacia lo posible para aplacar al inspector del condado, y no movía ni un dedo de más. Según Blake, al inspector no le hacía ninguna gracia la presencia del club. En la comisaría local, la actitud era más pragmática. Con los Silver Bastards los «elementos criminales» estaban más o menos controlados y se vigilaban entre ellos. Eso reducía el índice de criminalidad, y era lo único que importaba.
Sospechaba que los sobornos estratégicos también formaban parte del juego. Al parecer, el fondo de donaciones para los cuerpos policiales recibía cuantiosos aportes cada año de los que nadie quería hablar.
Claramente, era un sistema que funcionaba.
Desmonté de la moto de un salto y lo ayudé a estacionarla junto a la monumental hilera de Harleys. Fue un momento casi reverencial. Todo aquello me resultaba tan cercano y ajeno a la vez… Había tres aspirantes vagando por el aparcamiento, dos Silver Bastards y un Reaper. Evitaron mirarme demasiado. Uno de ellos había sido mi compañero de instituto. Curioso. También había aspirantes merodeando alrededor de los Longnecks.
De repente, deseé haber bebido más en casa; estaba demasiado sobria, y tensa. Música a todo volumen llegaba hasta el exterior, y cuando Puck me pasó el brazo por los hombros y empezó a caminar hacia el edificio, mis pies se negaron a colaborar.
—No pasa nada —susurró, dándome un achuchón—. Recuerda que son mis hermanos. Los mismos que te rescataron. Te protegerán, igual que yo. No debería ser difícil para ti, ya conoces las normas. He visto lo complicado que es para las chicas que vienen de fuera de los clubes. Pero tú les sacas ventaja.
Asentí, deseando que tuviera razón.
Cerré los ojos e inhalé su aroma, provocando una reacción predecible. Los pezones se me pusieron duros, sentí un cosquilleo en los muslos y, cuando deslizó una mano hasta mi trasero para darme un pellizco, mi mundo volvió a llenarse de color.
—Estoy lista. Vamos —susurré.
La fiesta no era lo que había imaginado: para empezar, el nivel de locuras era muy bajo. Cuando pensaba en fiestas de moteros, visualizaba bailarinas de estriptis colgadas del techo, ríos de alcohol y gente consumiendo drogas por los rincones oscuros. Los Longnecks eran vulgares, berreaban mucho y siempre la cagaban en alguna cosa. Más bien, la cagaban en todo.
A nivel intelectual, me constaba que los Reapers y los Silver Bastards eran distintos. Los Bastards daban fiestas, claro (así empezó mi historia con Puck), pero también eran más sensatos y menos brutos. Menos, como una pandilla; y más, como un ejército.
Aquella noche la diferencia era flagrante.
¿Había gente bebiendo? Sí. Y, por supuesto, chicas paseándose ligeras de ropa. Pero no se trataba de una bacanal. El ambiente sugería que todo aquello tenía un propósito, y los hombres no estaban particularmente borrachos. Formaban pequeños corros, Reapers y Silver Bastards, hablando en voz baja.
¿Qué tipo de fiesta era esta?
Mierda. Seguro que tramaban algo gordo. Demasiado secreto.
Rodeé a Puck con los brazos y le apreté para susurrarle al oído.
—¿Seguro que mañana estás ocupado? Estaba pensando que podría entrar más tarde a clase…
—Lo siento, cariño —replicó, ausente—. Tengo cosas que hacer.
Mierda, mierda. Mierda asquerosa.
Estaban planeando algo, y algo malo. Esta tensión la había sentido muchas veces en un club, sabía distinguirla. Intuía que mañana corría peligro, y yo jamás sabría los detalles. Quizá moriría. Así era el mundo de los moteros; un mundo del que había jurado alejarme, pero ahí estaba. Y estaba en aquella fiesta, eso era incuestionable. Quizás dudé al principio, pero ya no podía seguir negándolo. Si algo malo le pasaba a él, podría ser mi fin.
Me había enamorado de un imbécil. Igualita que mi madre.
—Painter, ya conoces a Becca —dijo Puck, apartándome de mis oscuras meditaciones.
Alcé la mirada y vi al motero alto, de rostro esculpido y pelo rubio de punta, que conocí por primera vez en casa de Teeny. Sabía que había pasado años en la cárcel con Puck, y ahora era su mejor amigo. El tipo proyectaba una inevitable aura de peligro, así que me obligué a no hacer caso de mis pensamientos.
En el mundo de Puck todos los hombres eran peligrosos. Había llegado el momento de reunir valor y aceptarlo.
—Me alegro de volver a verte —dije, decidida a enfrentarme a mi pasado—. Creo que nunca tuve ocasión de darte las gracias por lo de California. Espero que no me lo tengas en cuenta.
Sonreí cordialmente, y él asintió, evaluándome con la mirada. Cinco años atrás no habría podido leer sus intenciones, y seguía sin ser capaz. No parecía abiertamente hostil, y consideré eso una buena señal.
—Así que ahora eres propiedad de Puck, ¿eh? —bromeó—. Muy interesante. Le cuidarás bien.
Sonreí con nerviosismo. Sus palabras no eran particularmente reconfortantes.
Para empezar, no había aceptado convertirme en propiedad de nadie, pero era obvio que Puck ya lo había declarado ante el club. Y además, estaba eso de «le cuidarás bien». No había sido una pregunta ni un comentario para animarme. Era más bien una amenaza. Estaba claro que no se andaba con chiquitas en lo que respecta a sus amigos.
Pero decidí que eso era algo bueno. Mañana iba a suceder algo peligroso, y quería que alguien fuerte le guardara las espaldas a su amigo.
—Tú también cuidarás de él —respondí, sonriendo a Painter—. Para eso están los hermanos, ¿no?
Abrió los ojos un poco más, y me dio la sensación de que le había sorprendido. Perfecto. No era la niñita que conoció cinco años atrás, y para mí era importante que lo supiera.
Puck soltó una risotada y me dio una palmada en el trasero.
—¿Quieres beber algo? —preguntó. Asentí, deseando que Painter dejara de mirarme—. Venga, vamos.
Nos acercamos a la barra, custodiada por otro aspirante. Pero ¿cuántos tenían? Nunca llegué a saber cuántos Silver Bastards había en Callup, exactamente. Parecían rotar de una población a otra, lo cual hacía más difícil tenerlos controlados.
Seguramente no era casualidad.
Un minuto más tarde ya sujetaba una cerveza en la mano y seguía a Puck por la sala, en dirección a Boonie y a un hombre que me presentaron como el presidente de los Reapers. Era lo suficientemente mayor como para ser mi padre, pero seguía fuerte y atractivo, a su manera. Tenía un nombre extraño…
—Pic, esta es Becca —anunció Puck—. Ahora está conmigo.
¡Picnic Hayes, eso! Le sonreí y deseé haberme acabado la cerveza antes de acercarme. Verle me hacía pensar en los Longnecks y en el largo viaje hacia el Norte.
—Me alegro de verte —dijo—. He oído que Puck por fin te ha reclamado. Espero que lo vuestro funcione.
—Es una chica dura —afirmó Boonie—. Tendrías que haberla visto en The Breakfast Table la semana pasada. Un hijo de puta atacó a Puck, y Becca fue a por él con una cafetera. Le costó el empleo.
Picnic arqueó una ceja, y una sonrisa apareció en mis labios. Era cierto. Me metí de lleno en la refriega, y me gustó hacerlo. La última vez que Hayes me vio, yo era la víctima, pequeña y débil. Ahora era más fuerte. Capaz de defenderme.
—Bien hecho —dijo Picnic—. Puck, ¿tienes un momento? Hay un par de cosas que me gustaría aclarar contigo.
—Claro —obedeció Puck—. Deja que le busque un rincón a Becs.
Mi recién estrenada confianza se desvaneció. Puck no había dicho nada acerca de dejarme sola en la fiesta. Volví a inspeccionar la sala, y de repente todo me pareció siniestro y terrorífico: las chicas se movían por el lugar como si fueran a recibir un bofetón si no se andaban con cuidado; los hombres parecían más grandes, de peor humor.
Di un trago a mi cerveza y me obligué a calmarme. La mayor amenaza sin duda residía en mi cabeza.
—Hey… ¿crees que te abandonaría? —susurró Puck.
—¿Me has leído el pensamiento? —dije, nerviosa—. No quiero quedarme sola.
—Busquemos a Darcy. Puedes quedarte con ella hasta que termine de hablar con Picnic. Después vendré a buscarte. Recuerda, ahora que estás conmigo, estás con el club entero. Estamos de tu lado, Becs. Puede que no te parezca un lugar seguro, pero lo es. Confía en mí. Nadie puede hacerte daño, mientras estés con nosotros. Cada uno de estos hombres es mi hermano, y algún día las mujeres serán tus hermanas. Darcy seguramente estará en la cocina…
Echó a andar hacia el fondo, esquivando corros de hombres y mujeres. Comprendí que muchas de las presentes eran damas de moteros. Algunas vestían chalecos, otras simplemente proyectaban el aura de tranquilidad y confianza que uno adquiere cuando se siente parte del grupo. También vi a algunos hombres que conocí en California. Un Reaper enorme cuyo nombre no recordaba. Ah, sí, Horse. Tenía a una muchacha morena y alegre pegada al brazo. La chica se reía y sonaba amigable y contenta.
A su lado había otro al que reconocí. ¿Ruper? ¿Booger? Mierda, no me salía su nombre. Estaba solo, y cuando una mujer se acercó con una bebida e intentó ponerse a su lado, él la rechazó.
Al fondo del local había un pasillo que giraba hacia la derecha. El volumen de la música aumentaba conforme nos acercábamos. En la pared de la izquierda distinguí una serie de puertas, dos de las cuales estaban señalizadas como lavabos. Pasamos por delante de una puerta abierta. Eché un vistazo al interior: una estancia amplia con una pesada mesa de madera en el centro; de una pared colgaban chalecos de los Silver Bastards claramente antiguos.
Puck frunció el ceño y cerró la puerta rápidamente. De acuerdo, supuse que eso era la capilla.
El pasillo terminaba en la zona de las cocinas. En la pared del fondo había una parrilla, y varias mujeres rondaban alrededor de la encimera central, organizando bandejas de comida. Darcy daba órdenes. Cuando me vio, una sonrisa enorme le iluminó la cara.
—¡Becca! —exclamó, contoneándose hacia nosotros con un ágil y atractivo movimiento de caderas. La mujer me sacaba quince años, quizá más, pero sabía cómo sacarse provecho.
—He de hablar con Boonie y Picnic —le indicó Puck—. ¿Puedes quedarte con Becca un rato y hacer que se sienta como en casa? No quiero dejarla sola. No, hasta que se sienta más cómoda.
Darcy asintió, y una expresión de comprensión cruzó su rostro. Siempre me había preguntado cuánto sabría sobre mí. En los Longnecks las mujeres nunca se enteraban de los secretos del club. Pero sospechaba que ella estaba al tanto de lo que ocurría en los Bastards, incluyendo dónde y cómo me encontraron. Esa mirada me lo confirmaba.
—¿Puedes echarme una mano? —me dijo—. Hemos servido la comida en la parte de atrás, y la primera ronda ya ha desaparecido. Estamos reponiendo lo que falta y ahora serviremos los postres. Esta noche solo hay fiambre. Vaya, nada del otro mundo. —Sonrió y se dirigió al grupo, aireando un brazo—: ¡Señoritas, esta es Becca!
Las chicas sonrieron, murmurando saludos mientras me lavaba las manos en el fregadero.
Acababa de disponerme a separar lonchas de queso cuando Carlie apareció por la puerta de atrás.
—¡Hay que reponer el barril de cerveza! —anunció al grupo.
Entonces me vio. Sostuve el aliento; era obvio que había habido algo entre Puck y ella. Tan obvio como que lo suyo había terminado.
—¡Hola, Becca! —expresó «demasiado» alegremente—. Deep ha mencionado que vendrías esta noche. He oído que Puck y tú estás juntos. Me alegro mucho.
Efectivamente, demasiado alegre. ¿Todavía sentía algo por él? Eso no evitó que se me acercara y me abrazara con una intensidad que me resultó bastante sincera. Pero, para mi sorpresa, aprovechó el momento para susurrarme algo al oído.
—Las dos somos mayorcitas. Me alegro por vosotros, y no tengo nada contra ti. Pero estas zorras están esperando que me eche a llorar o alguna mierda parecida, y me moriré antes de darles satisfacción. Significaría mucho para mí si pudieras tratarme como si fuéramos amigas. ¿Me ayudas a mantener la dignidad, Becca?
Entonces se apartó, sosteniéndome la mirada y una gran sonrisa. Vi un toque de desesperación en sus ojos.
—¡Vaya, no sabía que os conocíais! —comentó alguien, en tono irónico y provocador.
Me volví y vi a Darcy mirando mal a una chica que llevaba pantalón corto y la parte superior de un bikini. La conocía, claro: Bridget Marks. Había sido una zorra en el instituto, y era obvio que no había cambiado nada desde entonces.
De repente, me compadecí de Carlie.
—Pues sí, y desde hace mucho tiempo —afirmé con voz suficientemente alta—. Carlie y yo no hemos podido pasar mucho tiempo juntas últimamente. He estado muy ocupada entre el trabajo y las clases. Por cierto, también hace un montón de tiempo que no te veía, Bridget. ¿Cómo te va todo? ¿Te has graduado ya?
Y con eso, las presentes pasaron de apoyar a Bridget, a ponerse de mi lado, porque ella se había dedicado a suspender todas las asignaturas hasta que abandonó los estudios, y todo el mundo lo sabía. Y no había hecho mucho más. Solo limitarse a quedarse embarazada dos veces, de hombres distintos. Tampoco es que estuviera ocupándose de criar a los niños, no: los dejaba en casa de su madre y seguía pegándose sus juergas.
Carlie me pasó un brazo por los hombros y se echó a reír.
—¿Sabes? Te he echado de menos, Becca.
Una declaración tan ridícula que no pude evitar estallar en carcajadas yo también. Derrotada, Bridget se alejó por el pasillo con dramáticas zancadas. Decidí que esa Carlie me caía bien de verdad. Vaya sorpresa. Me acabé la cerveza de un trago, pensando que quizás, al fin y al cabo, todo saldría bien.
—Becca, ¿tienes un momento? —preguntó Darcy.
—Claro —contesté, temiendo que nos echara en cara nuestro jueguecito. Oh, oh…
La seguí a través de la puerta y me encontré en una amplia área vallada. Una hoguera ardía dentro de un círculo de piedras y enormes altavoces reproducían música a todo volumen.
—Por aquí —dijo, agarrando el lado de un cubo de basura de tamaño considerable que había junto a una mesa llena de comida. Ahí fuera se había reunido una cantidad considerable de gente, aunque tampoco era una multitud. Quizás unas treinta personas—. ¿Puedes ayudarme a sacar la basura?
Agarré la otra parte del cubo, y entre las dos lo arrastramos hacia una puerta en el lateral de la valla. Un tipo con los colores de los Silver Bastards la abrió, frunciendo el ceño.
—¿Necesitas ayuda con eso, Darce?
—Ya nos las apañamos —dijo alegremente. Cruzamos la valla, y recorrimos el lateral del edificio, alejándonos del ruido—. Gracias por la ayuda. Por cierto, quería hablar contigo y he pensado que, ya que estábamos, podríamos ocuparnos de la basura por el camino. Es la única manera de hablar en privado por aquí, ¿sabes?
—Sí. Me he dado cuenta —contesté. Guardaba la esperanza de no estar a punto de meterme en un lío—. ¿Pasa algo?
—Solo quería saber cómo estás —dijo—. Hace tiempo que Puck y tú os conocéis, pero vuestra relación ha surgido de la noche a la mañana. Estos muchachos no se andan con chiquitas cuando deciden que quieren una chica. ¿Lo llevas bien?
En la oscuridad, me tropecé con una roca y casi solté mi lado del cubo de plástico. Nos detuvimos para recuperar el aliento.
—Creo que sí —dije al fin—. ¿Sabías cómo acabé en este lugar?
—Sé todo lo que sabe Boonie, al menos en lo que a ti respecta. Y oí lo que dijiste el otro día en el bar, claro.
Vaya. Se me había olvidado el asunto de mi confesión pública.
—Seguro que eso despertó la curiosidad de Carlie.
—Carlie es buena chica —contestó Darcy—. Sentía algo por Puck. Ya sabes cómo funcionan estas cosas en los clubes. Pero él no sentía nada por ella, y cuando se percató de que había un lazo emocional, se despidió. Es lo mejor que podría haber hecho. Esta noche en la cocina la has salvado. Hay zorras por aquí que no dudarían en echar sal a la herida.
—Así son las mujeres —dije lentamente.
Darcy frunció el ceño.
—Algunas mujeres —replicó, remarcando un tono severo—. Esas que se arrastran hasta el bar, se acuestan con uno de los nuestros y ya se creen que forman parte del club. Me trae sin cuidado a cuántos Silver Bastards te hayas llevado a la cama. Si jodes a las hermanas, no acabarás bien. Tenemos que mantenernos unidas. Carlie todavía no es una dama, pero en lo que a mi respeta, es una hermana.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro. No puedo prometerte una respuesta, pero te diré lo que esté en mis manos.
—Los Longnecks, el club de moteros con el que mi padrastro pasaba el rato, tenían un montón de putas del club. ¿Los Silver Bastards también?
—Sí. Es un país libre, y los hermanos traen a quien quieren. Algunas se quedan, otras no. Algunas descubren que no son tan bienvenidas como creían.
—¿Y eso no te molesta?
—El rabo de Boonie es el único que me importa —afirmó, como si nada—. En lo que a las mujeres se refiere, que se acuesten con quien quieran. A mí me interesa más cómo se comportan el resto del tiempo. Como te he dicho, si jodes a las hermanas, no durarás mucho. Bridget no volverá si sigue con esas gilipolleces.
—Las mujeres no toman esa clase de decisiones en los Longnecks.
Darcy me dedicó una sonrisa dulce.
—En los Silver Bastards tampoco. Pero, por arte de magia, se toman las decisiones que nosotras queremos. Nadie sabe cómo ocurre, la verdad. Será el buen karma que acumulamos…
Me quedé boquiabierta. Darcy me guiñó un ojo.
—¿Crees que estos hombres no nos necesitan? —apuntó—. A Boonie le gusta dormir conmigo. Cuando las damas nos tomamos un fin de semana libre y nos vamos a Seattle, se siente solo y tiene frío en la cama. Si no volviéramos, estaría aún más solo. Una vez se nos olvidó volver durante casi una semana. Por suerte, las cosas se arreglaron y recordamos el camino a casa. Ahora estos asuntos se arreglan más rápido.
Abrí los ojos de par en par.
—¿En serio?
—¿Te parezco el tipo de mujer que aguanta mierdas?
Recibido alto y claro.
—Venga, acabemos con la basura. Seguro que Puck vendrá enseguida a por ti y quiero que las chicas te conozcan antes de que regrese. Ese chiquillo está loco por ti, es muy gracioso. —Soltó una carcajada limpia—. Como un pitbull enamorado de un gatito.
Riéndome, levanté mi lado del cubo y lo llevamos a la parte delantera del edificio. Uno de los aspirantes vino corriendo, sacó la bolsa y la cerró con un nudo. La metió en la parte trasera de una vieja furgoneta que había al fondo del aparcamiento, y ella y yo emprendimos el camino de vuelta.
—¿Cómo van tus estudios? —me preguntó—. Morgan está embarazada y dice que quiere tomarse algo de tiempo cuando llegué el bebé. No me iría mal que me echaras una mano.
—No me licenciaré hasta dentro de seis meses —admití—. No puedo estudiar a tiempo completo y trabajar hasta las tres de la madrugada cada día.
Darcy asintió, pensativa. Llegamos a la puerta. Al entrar me encontré a Puck y a Painter frente a la mesa, charlando y cargando comida en platos de papel.
—Anda, ve a jugar con tu chico —me dijo Darcy—. Disfruta de vuestra noche juntos.
Asintiendo con entusiasmo, me dirigí hacia él, no sin percatarme de que la fiesta se iba animando. Varias muchachas estaban bailando, y una incluso se había quitado la camiseta. Puck me vio y sonrió con descaro mientras me entregaba un vaso de cerveza.
—¿Estás intentando emborracharme? —bromeé.
—Es la única manera que tiene el desgraciado de convencerte para que te acuestes con él —dijo Painter—. Dale un revolcón, aunque sea por lástima. Si no, se pasará la noche lloriqueando como una nena. Es muy cansino.
—Vete a la mierda —dijo Puck, tirando de mí para darme un beso.
Sabía bien, a whisky. Nunca averigüe qué le pasó a la cerveza que tenía en mi mano, porque cinco segundos más tarde mis piernas ya estaban alrededor de su cintura y Puck cruzaba el terreno en dirección a la parte trasera del terreno. Su miembro duro ejercía presión entre mis piernas, y enredaba los dedos entre su pelo con desesperación.
A lo lejos oía gritos y silbidos, y por un segundo me vino a la mente el recuerdo de una fiesta, años atrás. Una fiesta en la que otro motero me arrastró a la oscuridad. Me arrastró y me hizo daño.
Llegamos a un lugar apartado y me sentó en una mesa de madera.
—Joder, me vuelves loco —dijo, y el recuerdo se desvaneció. Se situó entre mis piernas, dejando claro por qué lo decía—. Sé que estabas nerviosa por venir a esta fiesta, pero te estás portando. Dime que pare. Porque si no, te voy a follar aquí mismo, Becca. No creo que pueda aguantar más.
La música todavía llenaba el aire, pero la oscuridad nos arropaba. El lugar parecía extrañamente íntimo, pese a la multitud, y una hilera de arbustos nos ocultaba de los demás. Sentí que debería protestar… pero no recordaba por qué. Puck me bajó el escote y liberó un pecho. Su boca me cubrió el pezón y el deseo ocupó el lugar del pensamiento racional. Me dejé caer de espaldas sobre la mesa y él descendió conmigo, recorriéndome con las manos.
Entonces comprendí que había cometido un error táctico.
—Pero, por Dios, ¿de dónde has sacado unos pantalones tan apretados? —gruñó cuando se levantó para tomar aire. Noté sus dedos en mi cintura, intentando deslizarse bajo la tela y fracasando—. Son un puto cinturón de castidad.
Reprimí una risa tonta, puse mis manos en su pecho y le aparté.
—Deja que me levante y lo haga yo misma.
Puck gruñó, pero retrocedió para dejarme espacio. Me deslicé hasta el borde y salté al suelo, dispuesta a ocuparme de mi bragueta. Por desgracia, eso me hizo pensar en su bragueta y me distraje. Segundos más tarde, tenía su miembro entre las manos y le estaba dedicando toda mi atención y energía mientras él gemía.
El sonido me recordó a nuestra primera noche juntos. Al principio fue una maravilla. Una maravilla, de verdad.
Me arrodillé y decidí recrear aquella situación maravillosa.
—Becca…
Me eché a reír y le tomé en mi boca, dejando que las vibraciones de mi risa rodearan su miembro. Noté el sabor salado de su sexo y mis dedos encontraron sus pelotas. Puck trastabilló ligeramente, entonces me puso la mano en la cabeza y empezó a guiarme.
—Podría pasar horas viéndote así —murmuró—. Arrodillada delante de mí. Los labios mojados y brillantes de tanto chuparme el rabo. Solo falta un detalle.
Sus dedos me recorrían el cabello, deshaciendo la trenza y esparciéndome la melena por los hombros. Abrí la boca y volví a envolverlo, saboreándolo. Daba igual lo que ocurriera mañana. En aquel momento Puck Redhouse me pertenecía a mí, y a nadie más que a mí.
Puck
¿Boca o coño? Joder, no era capaz de decidir cuál me gustaba más. Había aprendido algo, eso sí: no importaba en qué punto del cuerpo de Becca estuviera, una vez dentro, me quedaría allí para siempre. Aunque mañana pensaba tirar esos putos pantalones a la basura, sí o sí. Da igual lo atractiva que esté una mujer con un par de pantalones si no se los puedes quitar cuando llega la hora de divertirse.
La lengua de Becca recorrió la parte inferior de mi rabo mientras sus dedos se concentraban en mis pelotas. Si seguía así, estallaría pronto. Justo entonces tomé la decisión.
Coño.
Le di un pequeño tirón de pelo y me salí de su boca. La ayudé a levantarse. Una sonrisa satisfecha curvaba su dulce sonrisa. Mis manos bajaron hasta su cintura y me puse a manosear sus pantalones.
—Bájatelos —gruñí, lleno de una necesidad imperiosa.
Abrió los ojos de par en par.
—Pensaba que…
—Bájate los putos pantalones —repetí, agarrándome el rabo—. Quiero entrar. Ahora.
El deseo oscureció su expresión. Oí voces en la distancia, pero lo que estuviera ocurriendo en la fiesta me importaba una mierda. Becca se llevó las manos a los pantalones, se bajó la cremallera y se los deslizó caderas abajo con un contoneo de trasero.
—Mierda, llevo las botas estas…
La agarré por los hombros, le di la vuelta y la hice inclinarse sobre la mesa. Extendió los brazos para sostener su peso. Mi rabo ya estaba rozándole el trasero. Los recuerdos me inundaron: lo caliente que había estado, cuánto me había apretado. Quería estar dentro de ella, lo ansiaba con todas mis fuerzas. Su cuerpo estaba en tensión; le acaricié las caderas y alargué una mano entre los dos. Encontré su coño, dulce y mojado.
Sí, estaba lista.
No sé cómo, pero logré contenerme lo justo para ponerme un condón. Tenía que empezar a tomar la píldora lo antes posible: follármela directamente la otra noche había sido increíble. Quería que cada vez fuera así. Coloqué el condón y me deslicé en su interior, llenándola de golpe con un solo gesto de caderas. Becca soltó un gritó y la agarré por los hombros, controlando cada uno de sus movimientos.
Ahora ese cuerpo me pertenecía.
Empecé con golpes lentos y constantes, aunque no llegaba tan hondo como normalmente. Los pantalones la obligaban a tener las piernas cerradas en una postura extraña. Pero, de un modo u otro, aquello funcionaba; lo cierto es que de esa manera me apretaba aún más. Cada momento me acercaba más, notaba el semen llenándome las pelotas. Me tensé y me detuve un momento. No quería correrme todavía.
—Puck… —susurró Becca, contrayéndose con fuerza. Creo que se me paró el corazón hasta que dejó de apretar, y entonces lo volvió a hacer, contoneando las caderas—. Fóllame, cariño… Estoy a punto.
Enrosqué un mechón de su pelo alrededor de la muñeca y tiré, obligándola a levantar la cabeza justo en el momento en el que la embestía de nuevo. Mi otra mano la agarró por la cintura, aferrándola con tanta fuerza que seguramente le dejaría un morado. Becca se retorcía, jadeando cada vez que la llenaba, y gimiendo de deseo cuando salía.
Entonces me solté.
En la distancia sonaba la música. La gente gritaba y reía, y no me cabía duda de que alguien observaba. Me daba igual. Mi mundo entero se reducía a la visión de sus nalgas dando sacudidas contra mi rabo; a sus brazos aferrando la madera mientras acometía contra ella, cada vez con más fuerza. Entonces estalló, y su coño me apretó con tanta fuerza que me hizo daño. Seguí empujando, cerca de mi éxtasis.
Llegó. Lava incandescente surgió de mi sexo y mi visión se oscureció. Floté en el espacio por un instante, esperando a que la realidad volviera a instaurarse.
Joder. ¡Joder!
Bajé una mano para sujetar el condón y salí lentamente, deseando poder permanecer allí plantado, para siempre. Becca se había dejado caer sobre la mesa, y su espalda subía y bajaba agitadamente con la respiración. Su trasero me estaba provocando y, pese a que acababa de tener un orgasmo espectacular, quería volver a poseerla allí mismo.
La primera vez le hice daño. Ahora tenía que demostrarle cuánto placer podía darle. No sería esta noche, por desgracia… También quería correrme en su cara. Y en su pelo. Quería restregarle mi semilla y marcarla como mía. Coño, debería hacer una lista o algo.
Poco a poco se incorporó y se volvió hacia mí. Qué mujer tan guapa. Las mejillas sonrosadas, los ojos entrecerrados, el pelo alborotado… Quería tatuarle mi nombre en la frente. Mataría a cualquier hombre que intentara tocarla. Sin dudarlo.
—No ha estado mal —logró decir.
Se le escapó una risita y supe que estaba jodido con todas las de la ley. Jamás me recuperaría de esto. Joder, no quería recuperarme.
Quizás, ante los ojos del club, Becca Jones era propiedad mía, pero la realidad era que yo le pertenecía a ella. Y ya no podía hacer ni una mierda al respecto.