Capítulo 2
Becca
Cuando llegué a casa por la noche, las risas ya se habían esfumado. Lo único que quedaba era la fría y desagradable realidad.
Las clases habían ido bien. De hecho, llegué tan temprano que pude contarle a mi tutora que me había quedado sin trabajo, lo cual fue un detalle, porque no sabía qué tipo de horario tendría a partir de ahora. Encontrar algo compatible con la escuela sería difícil.
Mi tutora me sugirió que dejara Callup y me mudara a Coeur d’Alene, donde tendría más oportunidades de trabajo. Tardé menos de treinta segundos en descartar la idea. No quería estar lejos de Regina, Earl, Danielle y Blake. No solo eso, sino que también tenía que considerar el asunto de la seguridad. ¿Estaba dispuesta a vivir siempre aterrorizada? No. ¿Todavía me despertaba chillando de vez en cuando? Por supuesto.
Nunca tendría que volver a preocuparme por Teeny, siempre y cuando permaneciera en el territorio de los Silver Bastards. Añadiéndole el hecho de que incluso los apartamentos más asquerosos de Coeur d’Alene costaban el triple que el mío de Callup, me resultó una decisión sencilla.
Aparqué mi viejo Subaru Impreza en el callejón detrás de mi casa y gateé hacia el asiento del copiloto. La puerta del conductor llevaba rota desde el primer día. La sobrina de Earl me vendió el vehículo por cuatrocientos dólares hacía tres años, y aunque tuviera un aspecto lamentable, corría como uno de lujo (sobre todo para un vehículo que llevaba más de trescientos mil kilómetros encima). Earl me ayudaba con el mantenimiento, ya que tenía un taller. Las partes importantes funcionaban a la perfección.
Una puerta rota no era nada.
Abrí el maletero, saqué las bolsas de la compra y lo cerré. Danielle y Blake llegarían en una hora. Mi amigo traería el alcohol, mi amiga la ensalada y yo cocinaría pasta, para completar la cena. Danielle me mandó un correo electrónico mientras estaba en la escuela para decirme que ya nos había encontrado otro trabajo, gracias a Dios. No podía imaginar de qué se trataba, pero supuse que, mientras fuera legal, lo aceptaría. Había echado un vistazo a mi cuenta corriente en el cajero automático y lo único que me quedaba eran 22,63 dólares.
Necesitaba un trabajo, y lo necesitaba ya.
Empujé la puerta trasera con el hombro y empecé a subir por la escalera desierta. El local justo debajo de mi apartamento llevaba vacío desde que entré a vivir allí, pero nadie se animaba a alquilarlo. La mayoría de los edificios del centro estaban en las mismas. Los días de gloria de Callup pertenecían al pasado.
La puerta de mi piso se hallaba en lo alto de las escaleras, ante un pequeño rellano. Había dos apartamentos, pero uno era inhabitable porque Earl había sido presa de una inspiración momentánea tres años atrás y arrancó los armarios y la grifería. Decidió convertirlo en un apartamento de lujo para turistas, como si aquello fuera a funcionar. Pero entonces compró un rifle nuevo, se fue a cazar y se olvidó de su proyecto. Así que ahora el lugar estaba deshabitado y lleno de polvo, como el resto de la ciudad.
Al menos mi casa permanecía en buen estado. Se hallaba en la parte delantera del edificio, en plena esquina, así que tenía un montón de ventanas. Había una cocinita en la parte de atrás y un baño enorme con una bañera antigua con las patas en forma de asas.
Lo adoraba.
Los suelos de madera tenían más de cien años, y el techo era alto y estaba recubierto de chapa. ¿Y lo mejor? La esquina que daba a la calle tenía una auténtica torrecilla incorporada, con ventanas de cristal curvado y todo. Recibía mucha luz, brillante y gloriosa, casi todo el día.
Allí reposaba mi máquina de coser.
Por Regina, me había aficionado a coser en cuanto me mudé a su casa, y a veces creo que es lo que me salvó. Siempre me han encantado las telas y los diseños, pero ella me enseñó a convertir una pila de ropa sin forma en algo bello. Pasé el primer mes en Idaho aterrorizada, negándome a salir a la calle: cada vez que oía una moto pensaba que era Teeny, que venía a por mí.
Me pasaba los días dividida entre odiar a Puck y desear con todas mis fuerzas que estuviera allí para protegerme (obviamente, cuando venía a visitarnos no era capaz ni de mirarle).
Regina aceptaba mis locuras y me asignaba proyectos de costura en un tono de voz que no admitía discusión, ofreciéndome consejos y sabiduría por el camino. Cosí cortinas nuevas para toda mi casa antes de reunir el coraje para visitar el centro de Callup. Después de cuatro vestidos de verano (dos para mí, uno para Regina y uno para su gato… No pregunten) ya estaba preparada para conducir hasta Coeur d’Alene con ella e ir a hacer la compra.
Me hacía falta un edredón de patchwork entero para dejar de tener ataques de ansiedad cada vez que oía el sonido de una Harley.
Durante todo este tiempo, Regina y Earl se mostraron tan pacientes como una roca. Regina me dio clases en casa hasta que me armé de valor y me registré en el instituto local al cumplir los diecisiete. Por primera vez en mi vida, encajaba en algún lugar.
Por aquel entonces Regina tenía tres máquinas de coser y además una overlock. Lo cual resultó toda una suerte, porque en la mina hicieron recortes de personal y Earl se quedó sin trabajo, así que empezamos a aceptar encargos de costura para ganar algo de dinero extra. Una de las máquinas tenía un ordenador tan potente que podría pilotar un cohete hasta la luna, pero a mí no me gustaba. Prefería la delicada Singer negra que tenía casi cien años y había pertenecido a la madre de Regina. Más o menos cuando ella nació, sustituyeron el pedal antiguo por un pequeño motor eléctrico. Regina me la regaló el día que me gradué del instituto. Jamás olvidaré ese momento.
Las mejores máquinas de coser modernas podían ser más eficientes que mi Singer, pero esa preciosidad tenía fuerza suficiente para atravesar cuero, y delicadeza para reparar seda. Los grabados dorados le daban una elegancia y una gracia que iban más allá de la funcionalidad, y me inspiraban y me llenaban el corazón con la sutil presencia de las generaciones de mujeres que habían usado aquella máquina para vestir a sus familias.
Al fin tenía mi propio hogar, y era precioso. Quizá los muebles no encajaban, pero las cortinas, los cojines y el resto de pequeños toques que había creado convertían mi pequeño y privado mundo en un lugar acogedor, confortable y, lo mejor de todo, normal.
Era una lástima que no pudiera convencer a mi madre para que viniera a vivir conmigo. Cada vez que hablábamos insistía en que Teeny ya no era tan malo como antes. Por supuesto, no me lo creía. Seguía usándola para conseguir drogas, ella seguía usándolo a él para conseguir otras drogas, y siempre necesitaban «solo cincuenta dólares, cariño» para salir del paso.
En fin. Ya era mayorcita y podía tomar sus propias decisiones. No podía permitir que me arrastrara con ella.
La lucecita parpadeante de mi contestador me llamó la atención. Una de las muchas peculiaridades del valle era que a menos de tres kilómetros de la autopista desaparecía la cobertura. Aun así, tenía teléfono móvil, claro, y cada vez que visitaba Coeur d’Alene cobraban vida los mensajes estancados desde la última vez que había tenido acceso a la red telefónica. Entonces volvía a casa y devolvía las llamadas desde mi teléfono fijo, lo cual confundía a todo el mundo porque los números no coincidían. Era poco práctico, pero también algo gracioso.
Presioné el botón y la voz de Danielle apareció llena de emoción.
—¡Hola, Becca! Llegaremos a las seis. ¡Tengo noticias fantásticas!
Miré el reloj, eran las seis menos cinco.
Mierda. Me metí en el baño y me eché un vistazo. Podría ser peor, teniendo en cuenta el día que había tenido. Una de las ventajas de ir a la Escuela de Estética es que había aprendido a pulir mi aspecto, y me gustaba ir siempre arreglada, digna. Me cepillé el pelo, me retoqué el brillo de labios y ya estaba lista.
Oí a Danielle y a Blake llamando a la puerta, y al abrirla los encontré con expresiones triunfantes. Blake sostenía dos botellas: una de whisky y otra de vino tinto barato.
—¿Cuáles son esas noticias? —pregunté, pasando la mirada de uno al otro.
—¡Hemos encontrado trabajo! —exclamó Danielle—. ¡Empezamos mañana! Incluso han dicho que se adaptarán a tus horarios.
Ladeé la cabeza.
—Qué fácil ha sido —dije lentamente—. ¿Dónde está el truco?
La sonrisa de Danielle desapareció y Blake se encogió de hombros.
—Pues… es en el Bitter Moose.
Abrí la boca con intención de protestar, pero Danielle alzó la mano con una expresión seria, nada propia de ella.
—No te agobies todavía —dijo—. Ya sé que no te gustan los bares, pero tendrás que superarlo. No hay ningún otro lugar por aquí cerca donde podamos trabajar, y los tres lo sabemos. A no ser que quieras trabajar al otro lado del puerto… He oído que buscan chicas en el nuevo club de estriptis de Post Falls…
Sin hacer caso del comentario del estriptis, sacudí la cabeza. Aunque odiaba admitirlo, mi amiga tenía razón. Era cierto que no había más posibilidades de trabajo, no para alguien con mi escasa formación.
Perfecto.
Suspiré y Danielle puso los ojos en blanco, sin ninguna simpatía por mí.
—Míralo por el lado bueno —añadió Blake—. ¿Qué posibilidades hay de que estalle una pelea en el Moose una noche cualquiera?
—En ese sitio hay peleas cada noche.
—Exacto. Por eso es perfecto, porque cuando ocurran no podrán despedirte ni echarte la culpa —dijo, en tono razonable—. Puedes hacerlo. Te he visto saltar a la acción esta mañana. ¡Qué coño! Si sigues así, ganarás una fortuna en propinas.
—¡Ohhh! ¿Crees que deberíamos apuntarnos al torneo de lucha en el barro? —preguntó Danielle, emocionada.
—¿Tienen torneos de lucha en el barro en el Moose? —pregunté, con la voz cada vez más aguda.
Danielle se echó a reír.
—Claro que no, burra —replicó—. ¿Ves como es un lugar civilizado? Allí son demasiado sofisticados para las luchas en el barro… Bueno, eso, o no se les ha ocurrido. Ahora métete en la cocina y ponte a cocinar los fideos. Yo me encargo de abrir el vino. Blake, tu trabajo será entretenerme.
—¿Y eso cómo se hace?
—Desnúdate —exigió Danielle.
Se me escapó una risotada al ver la expresión de Blake y levanté una mano.
—Que quede constancia de que estoy sin blanca —le dije—. Si vas a hacer un espectáculo, será Danielle la que te pague.
—Ya arreglaremos una compensación, entonces —respondió, arqueando las cejas en dirección a mi amiga.
—Dame el vino, anda —exigí.
Acababa de decidir que no pasaría nada si me relajaba y disfrutaba de la noche: Danielle quería una fiesta y, tras el día que había tenido, estaba más que dispuesta a unirme a su propuesta.
¡Qué coño! Estaba claro que hoy no era el día para la elegancia.
De perdidos, al río.
Una palmada en el trasero me indicó que Blake estaba borracho.
En el restaurante ya me había dado con los trapos de cocina un montón de veces, pero tocarme el trasero con la mano era otro nivel para los dos. Uno que probablemente me habría molestado, si no fuera por que yo también estaba inmersa en el ambiente festivo.
Blake volvió a darme en las nalgas. ¿Qué cojones…? Me volví de golpe y comprendí que estaba bloqueando la ventana por la que mi amigo quería salir. Vaya.
Una de las mejores cosas de mi apartamento era que el edificio de al lado solo tenía un nivel, lo cual significaba que podía usar el tejado como terraza privada, y además para cosas importantes como contemplar la puesta de sol sobre las montañas. Ya habíamos comido como reyes (bueno, como dos reinas y un rey, ya se hacen la idea) y ahora era el momento de relajarnos en mi «veranda» con las bebidas de postre. Aunque la verdad era que no me hacía falta más alcohol…
—¡Sal ya, perezosa! —me gritó mi amiga, estallando en risitas cuando me detuve para mirar mal a Blake.
—¡Me ha metido mano! —acusé en voz alta.
—Solo quiero divertirme —replicó él—. Por favor, ¿hace falta que tengamos una conversación sobre esto ahora mismo, o crees que podríamos salir antes de que anochezca?
—Imbécil —murmuró Danielle, aunque su voz no sonaba lo más mínimo molesta.
Era obvio que le parecía gracioso el hecho de que Blake me hubiera dado en el trasero. Sentí algo de envidia: mi amiga se desenvolvía con plena seguridad y confianza cuando trataba con hombres. Se hallaba completamente a gusto con su cuerpo y estaba más que lista para pasar al siguiente cuando algo no funcionaba. Por lo que yo tenía entendido, solo usaba a Blake para el sexo.
Ojalá yo pudiera hacer lo mismo. En los últimos dos años había salido con tres chicos, pero me provocaban ansiedad, o no me provocaban nada en absoluto. Incluso si las cosas iban bien y empezábamos a besarnos, me acordaba de Teeny y ahí terminaba todo.
Alargando el brazo, Danielle me tomó de la mano y tiró de mí. Me caí al tejado y aterricé con la cara. Al parecer, fue extremadamente divertido; Blake no podía parar de reír mientras yo intentaba levantarme. Danielle se unió a él. Traidora.
—Reíd mientras podáis, idiotas —mascullé, alzando triunfante mi botella de vino—. Un poco más y me habríais hecho derramar alcohol. Una gravísima ofensa ante los ojos de los dioses.
Dejaron de reír al instante.
—Se me olvidó que llevabas el vino —dijo Danielle, en tono serio—. No lo habría hecho si hubiera sido consciente de los riesgos.
Reflexionamos acerca de la magnitud del asunto hasta que mi amiga no pudo más y se echó a reír, lo cual hizo que yo también estallara en carcajadas. Quizás la vida era una mierda, pero al menos tenía unos amigos estupendos. Cinco minutos más tarde nos hallábamos sentados en la pendiente del tejado, con los pies frenándonos contra la falsa fachada, un poco más alta que la real, que alguien pensó que daría un aspecto más impresionante al edificio años atrás. Había sido la consulta de un médico durante la época en que Callup todavía disponía de médicos. El cartel seguía en colgado, justo al lado del poste roto de barbero del edificio de al lado.
—¿Sabías que tu apartamento fue hace años parte de un prostíbulo? —dijo Danielle, como si nada.
—Lo sé. Regina me lo contó.
—¿Y sabías que las chicas salían a este tejado para comer? No las dejaban salir a la calle, ni pasear por el pueblo.
—¿En serio? —pregunté, intrigada—. Pensaba que en la época de las minas todo se aceptaba. Me parece raro que no dejaran salir a la calle a las prostitutas.
Blake soltó una risotada.
—No cerró hasta 1988 —dijo.
Abrí los ojos de par en par.
—¿En serio?
Mi amigo asintió, tomando un trago de la botella.
—Sí. Mi padre frecuentaba el local —explicó—. Mi madre lo abandonó por eso, te lo juro. Había otro en ese edificio, al otro lado.
Eché un vistazo al edificio de tres pisos que se alzaba frente a mi apartamento. Desde allí también se podría acceder al tejado por la ventana, aunque nunca había visto a nadie hacerlo. La ventana daba a un único apartamento que ocupaba todo el segundo piso. Un leñador había vivido allí hasta hace poco. Unos seis meses atrás se jubiló y se mudó al Sur, a vivir con su hija. Tarde o temprano alguien más alquilaría el lugar, pero de momento disponía del tejado para mí solita.
Fue entonces cuando vi un destello de luz en el interior.
—¿Qué ha sido eso? —pregunté, con un susurro teatral.
—¿El qué?
—Hay una luz al otro lado del cristal —contesté—. O eso me ha parecido. Los ventanales están hechos un asco, es difícil distinguir…
—Seguro que es un fantasma —replicó Danielle, con tono de experta—. ¿Sabes? Wyatt Earp pasó por aquí durante la Fiebre del Oro. Seguro que le pegó un tiro a alguna prostituta en ese apartamento y ahora su fantasma está esperando para vengarse de los hombres. Más vale que te andes con cuidado, Blake. Te robará el rabo, y entonces no me servirás para nada.
—Que te jodan —dijo mi amigo, con tono alegre.
Las sombras se alargaban y el sol ya había desaparecido tras las montañas. En los valles la noche caía rápido.
—De eso se trata —replicó Danielle, cruzando sobre mí a cuatro patas para tumbarse encima de él. Puse los ojos en blanco.
—Sois asquerosos.
—¿Tienes celos? —preguntó Blake—. Serás más que bienvenida, si quieres unirte.
Le enseñé el dedo y volví a escudriñar el apartamento vacío frente al mío. Había una luz ahí dentro, sin duda. Entre la mugre y las cortinas oscuras, era difícil de distinguir, pero parece ser que tenía un nuevo e inesperado vecino.
—Espero que los nuevos inquilinos no sean imbéciles.
Mis amigos no contestaron, y cuando me volví hacia ellos los encontré intercambiando saliva. Las manos de Blake ya corrían por debajo de la camiseta de ella. Perfecto.
—¿Sabes qué? Has herido mis sentimientos —murmuré de broma a Blake—. Hace un momento no me podía quitar tus manos de encima y ahora… ¿Qué se supone que tengo que pensar?
No me hicieron caso, pero me reí de mi propio chiste. Entonces vi que una sombra cruzaba la ventana.
Lo que hice a continuación es culpa del alcohol, y de nada más. El alcohol y esa desagradable tendencia impulsiva que había heredado de mamá.
Dejé mi botella con cuidado y me deslicé por el tejado, intentando pasar desapercibida. No era una tarea difícil, puesto que las tejas eran viejas y estaban algo blandas, pero aun así me sentí muy especial cuando alcancé la ventana e intenté mirar dentro.
La suciedad lo cubría todo, así que me escupí en el dedo y limpié un rinconcito. Funcionó sorprendentemente bien, pero cuando acerqué más la cara al cristal fui recompensada con una visión que me sorprendió. Joder.
¡Era un trasero! Un trasero desnudo con músculos apretados y esculpidos, y un par de muslos firmes. Habían pasado cinco años, pero reconocí ese cuerpo perfectamente. Aunque no hubiera sabido de quién se trataba, el cosquilleo que sentí entre las piernas era una pista inconfundible.
¿Qué cojones estaba haciendo Puck Redhouse en el edificio frente a mi casa? ¿Y dónde coño estaba su ropa?
Ahogué un grito cuando se volvió lentamente y reveló que su trasero no era lo único que estaba desnudo. No, señor. Eso era un pene, y era tan grande y duro como lo recordaba. Había sentido aquella cosa empujándome desde dentro y lo había disfrutado. Aunque «disfrutar» no le hacía justicia a aquella noche. Fue fantástico.
Bueno, fantástico hasta que llegó el dolor, y la paliza, y el viaje inacabable por el desierto sin saber si mi madre seguía con vida.
Cualquiera diría que los malos recuerdos borraron los buenos, pero no es así. En mi cabeza eran prácticamente dos sucesos distintos. Una vez Regina me explicó que cuando se trata de sobrevivir hacemos lo que haga falta, incluyendo permitir que nuestros cuerpos sientan placer en momentos muy extraños. También me dijo que no debería preocuparme ni juzgar mis reacciones sexuales, incluso si me parecían algo raras.
Pero eso era más fácil en teoría que en práctica.
De verdad. No quería en absoluto sentirme atraída por Puck.
Obviamente, Dios tiene un sentido del humor de lo más retorcido: ahí estaba yo, el puro retrato de la disfunción sexual, y el único tipo que conseguía despertar mis apetitos resultaba ser el motero más temible que había conocido en mi vida. Que perteneciera al club de moteros ya debería ser suficiente para echarme atrás. No era una norma personal; más bien se trataba de un «ya lo he probado y salí de la experiencia con un profundo trauma psicológico».
Puck era exactamente el polo opuesto a lo que yo necesitaba y quería, pero el imbécil de mi cuerpo no recibía el mensaje.
Inaceptable.
Entonces vi su mano agarrar aquel enorme rabo, acariciándoselo de arriba abajo. Dejé de pensar y decidí ponerme cómoda para gozar del espectáculo. Supuse que si Dios me había traicionado dándome un cuerpo que solo respondía ante Puck, al menos debía disfrutarlo, pero no se me ocurrió que quizás espiarle no era lo correcto. Ni se me pasó por la cabeza. Claro, uno no suele descubrir cosas agradables cuando espía a los demás.
Es más, a veces te pillan con las manos en la masa.
A veces presencias algo realmente incómodo… como Carlie Gifford entrando en escena, arrodillándose ante el tipo con el que no quieres relacionarte bajo ninguna circunstancia (ni siquiera un poco) y metiéndose su rabo hasta la garganta.
La verdad es que nunca me había hecho ilusiones respecto a Puck. La noche que nos conocimos me folló con más pasión de la que la mayoría de las mujeres experimentan en su vida, pero sabía que en su mundo yo no era nada especial. Joder, cada vez que estaba por la zona llevaba a sus conquistas a desayunar al restaurante. Supongo que eso lo convertía en un caballero, ya que al menos las invitaba a comer algo después de pasar la noche sudando bajo las sábanas.
Aun así, una cosa era saber que se acostaba con mujeres, y otra muy distinta era presenciarlo en vivo y en directo.
Sabía que en ese momento tenía que haberme apartado. Tenía que haber retrocedido como una buena niña. Tenía que haber entrado en mi apartamento e irme a dormir. Aquella habría sido, sin duda, la decisión inteligente.
Pero cuando ella cerró la boca y Puck hundió los dedos en su pelo…
Fui incapaz de apartar la vista, ni aunque me fuera la vida en ello. Así que seguí observando: las mejillas se le ahuecaban al chupársela. Oh, aquello estaba mal, lo viera por donde lo viera, pero era fascinante. La necesidad y el deseo aumentaron entre mis piernas cuando ella le clavó las uñas en las nalgas. Todavía recordaba exactamente lo que yo sentí cuando se corrió en mi garganta, tantos años atrás.
¿Y cuando se le tensó el cuerpo entero, salió de ella y descargó en su cara? En ese instante comprendí que mi fascinación por Puck era algo profundamente jodido, e insano.
Necesitaba conocer a otro hombre. A cualquiera. No importaba quién. Quizás, antes de empezar a trabajar en el Bitter Moose, debería ir a echarle un vistazo al lugar. Ver quién frecuentaba el local. En algún lugar del mundo tenía que haber un hombre tan sexi como Puck y que no fuera motero. Solo necesitaba encontrarlo.
Tenía que existir un punto medio entre solterona con gatos, y zorra folla-moteros como mi madre. Aunque yo no tenía gatos… todavía; una de las gatas de Regina estaba embarazada, y ya me había comentado que me guardaría un gatito. Al fin y al cabo, ya sabía cómo coserles un vestidito.
¡Nada de vestidos para gatos! Tendría que aguantarme y empezar a acostarme con chicos hasta que diera con uno que me sirviera.
Me levanté tambaleando, me alejé de la ventana y me tropecé con la botella de vino vacía, provocando un estruendo apocalíptico. Blake se asustó, se incorporó de golpe y Danielle cayó a un lado con un ruido sordo. Soltó un grito de protesta. Todo esto me habría preocupado bastante más, si no hubiera rodado hacia el borde del tejado inclinado, esperando con desesperación que la falsa fachada de medio metro bastara para frenar mi caída.
—¡Mierda! —exclamó Blake, saltando hacia mí. Me agarró por un lado de la camiseta y tiró de mí. Con fuerza. La tela se rompió de arriba abajo y caímos juntos sobre las tejas con un estrépito.
Cuando recuperé el aliento, descubrí que estaba sentada a horcajadas sobre él, con las piernas abiertas. Sus brazos mantenían con fuerza mi cuerpo medio desnudo, y la parte superior de mis pechos quedó firmemente apretada contra su cara.
—¿Estás bien? —preguntó Danielle, casi sin aliento.
Parpadeé, intentando encontrar la respuesta. Blake resopló y sacudió la cabeza.
—Mierda —murmuré, apartándome. Había asfixiado al pobre chico—. ¡Oh, Blake… lo siento! Aunque, gracias por salvarme.
Blake respiró hondo y tosió. Entonces me dedicó una sonrisa pícara, digna del mejor seductor.
—Si de verdad quieres darme las gracias, vuelve a ponerme las tetitas en la cara.
—No me obligues a sacar la pistola —me susurró Danielle, en tono amenazante.
Me sonrojé profundamente cuando me percaté de que, bien porque acababa de estar con mi amiga, bien porque en aquel momento nos hallábamos en una postura comprometida, el tipo estaba duro como una piedra.
No se lo pensó dos veces: Blake me hizo rodar hacia un lado y me encontré tumbada en el tejado, preguntándome qué cojones acababa de ocurrir. Mierda. Era imposible que Puck no hubiera oído aquel escándalo justo delante de su ventana.
Consideré brevemente echar un vistazo para ver si estaba mirando. Pero ¿de verdad quería saberlo? Ni hablar. Una retirada era la mejor estrategia en esas circunstancias. Además, pese a mi caída por el tejado, mi entrepierna seguía despierta tras haber contemplado a Carlie chupándosela, lo cual me resultaba extraño y un poco asqueroso. Entonces recordé mi idea.
—Vayamos al Bitter Moose —dije, incorporándome—. Podemos arreglarnos e ir a bailar, o algo. Si voy a empezar a trabajar allí, tendría que ver cómo es por las noches. Quizás encuentre algún chico guapo, ya de paso.
—¿Nunca has ido al Moose por la noche? —preguntó Danielle, obviamente sorprendida—. Pero si siempre estás diciendo cuanto odias los bares… ¿Cómo sabes que lo odias si nunca has estado?
—He oído historias. No es mi tipo de local, pero ¿sabes qué? Tal vez lo que me hace falta es salir más.
—Ya entiendo —dijo Blake, en tono pícaro—. Ahora que Blake te ha puesto cachonda, estás lista para ir al campo de batalla, ¿a que sí?
—Dios mío, ¿es que nunca te rindes? —le preguntó ella.
—Oye, no es mi culpa que haya caído en mis brazos —replicó—. Pero en serio, si queréis salir, llamemos a mi amigo Joe Collins. Puede llevarnos en su automóvil, y hace tiempo que anda pidiéndome que le organice algo contigo, Becca.
Al otro lado del tejado, la luz aumentó. Puck había abierto las cortinas de par en par y ahora le veía claramente, alejándose de los cristales. ¿Tal vez me había visto espiándole? Joder, esperaba que no. Y lo más importante: ¿qué diablos estaba haciendo ahí?
Se suponía que aquel apartamento estaba vacío.
—¿Vamos a salir o no? —exigió Danielle.
—Sí, salgamos.
—Llamaré a Joe —dijo Blake—. Le gustas, Becca.
Me encogí de hombros, intentando recordar su aspecto. Estaba segura de haberlo visto, quizás vino al restaurante más de una vez.
—¿No vive en Kellogg? —pregunté.
—Ya no —contestó Blake—. Ahora vive conmigo, una temporada. Necesitaba un lugar donde quedarse. Empezó a trabajar en la mina el mes pasado y estaba harto de ir y venir todos los días.
—De acuerdo, tenemos que buscarte un buen modelito —dijo Danielle, dirigiéndose a la ventana abierta—. Algo sexi. Estoy tan orgullosa de ti… ¡Mi niña pequeña al fin ha crecido!
No llegamos a Bitter Moose hasta casi las once.
De camino al bar, Danielle y Blake se mantuvieron ocupados en la cama al aire libre del amplio Ford F-150 de Joe Collins, lo cual era ilegal. Por suerte, el sheriff no solía circular por esa carretera, así que no corríamos mucho riesgo. Bueno, digamos que solo corrían los riesgos propios de follar a la vista de todo el mundo, en un pickup que circula a cien por la autopista, de noche.
—Me alegro de que me hayáis llamado —dijo Joe, alargando la mano para bajar el volumen de la música.
Le miré disimuladamente por el rabillo del ojo. Era mucho más guapo de lo que recordaba. Joe era un tipo grande, pasaba del metro ochenta, y corpulento como un toro. Tenía el pelo negro y corto, rasgos clásicos, y a menudo mostraba una sonrisa llena de dientes ligeramente torcidos, lo justo para darle un encanto particular.
Muy atractivo.
Por desgracia, a mi entrepierna le traía sin cuidado. Pero pensé: ¿qué se sentirá al besarlo? Quizás había llegado el momento de dejar de esperar a que apareciera el cosquilleo y lanzarse a la acción. Solo había intentado salir con un puñado de hombres desde que me mudé a Callup, y ninguna de esas relaciones había terminado bien.
—Yo también me alegro —le dije, y era cierto. Quizá no me volvía loca, pero parecía un tipo amable. Nos lo pasaríamos bien—. Parece ser que pronto trabajaré en el Moose. Al menos, según Danielle. Tengo que hablar con la encargada esta noche.
Mi voz se fue apagando cuando comprendí lo que aquello implicaba. ¿En serio quería conocer a mi futura jefa estando borracha? Joder, era la peor idea del mundo. Pero ¿qué podía hacer? Ya casi habíamos llegado, y no tenía pastillitas mágicas escondidas en la funda del teléfono que pudieran volverme sobria.
Mierda.
—No puedo creer que vaya a ir a una entrevista de trabajo borracha —dije.
Joe me dedicó una sonrisa, me tomó de la mano y me la apretó.
—No te preocupes —dijo—. No vas a una entrevista de trabajo. Y si descartaran a todo el que alguna vez ha venido al bar a tomar una copa, no se salvaría nadie en el valle. Teresa Thompson es una jefa razonable. Te dará una oportunidad de demostrar lo que vales antes de tomar una decisión. Hazme caso.
—¿Es tan mal lugar como dice la gente?
Joe se encogió de hombros.
—A veces, supongo —contestó—. Pero Teresa no acepta según qué cosas, y jamás permite que nadie se meta con sus empleados. No será lo mismo que trabajar en The Breakfast Table. Estarás ocupadísima, pero una buena noche puedes sacar una fortuna en propinas.
—¿Cómo sabes tanto sobre ese lugar? —pregunté, con curiosidad.
—Blake y yo estuvimos trabajando de camareros una temporada —explicó—. Hace un par de años.
—¿Cómo? ¿Blake había sido camarero en el Bitter Moose? Entonces ¿qué coño hacía en The Breakfast Table?
Joe empezó a reír y sacudió la cabeza.
—¿No te has dado cuenta todavía? Es por Danielle. Lleva loco por ella desde el instituto, pero siempre recibe calabazas. Salió con su hermana mayor durante unos meses y, cuando rompieron, la chica le contó a su hermanita un montón de historias sobre él. Al final, aceptó el trabajo para poder pasar tiempo con ella y bajarle las defensas.
—¿En serio? —pregunté, fascinada—. Pero se le ve tan… relajado con ella. Quiero decir, hoy se ha pasado toda la tarde tonteando conmigo. Sé que se acuestan de vez en cuando, pero nunca me ha dado la impresión de que esté buscando una relación estable con ella.
—Piénsalo: ¿alguna vez has visto que Danielle esté con el mismo tipo más de una semana? Las relaciones serias no son lo suyo, nunca lo han sido. Blake pretende conquistarla sin que se dé cuenta. Lo tiene todo planeado.
Vaya. Tenía sentido, aunque de manera algo retorcida.
—Pues le va a costar lo suyo —pensé en voz alta.
Joe se encogió de hombros.
—En cualquier caso, Blake solo está matando el rato hasta que consiga el título —dijo—. Ha hecho muchos planes. No importa en qué trabaje, mientras esté estudiando. Así que… ¿por qué no aceptar un empleo cerca de Danielle? Ya está consiguiendo lo que quería.
Me apetecía seguir indagando, pero entonces llegamos al bar.
Estaba abarrotado, pese a ser un miércoles por la noche. El Moose era un edificio de dos plantas con aspecto algo hostil, a unos treinta kilómetros de Callup, siguiendo el río. Tenía un porche enorme de dos alturas en la fachada principal y parecía recién sacado de finales del siglo xix, lo cual no iba desencaminado, pues lo habían construido en aquella época. En origen, el edificio se hallaba junto al río, pero la bifurcación norte del cauce se desvió años atrás, y ahora el Moose quedaba a poco menos de un kilómetro de la orilla.
Joe apagó el motor, echó un vistazo por el retrovisor y adoptó una expresión de sorpresa. Entonces se le escapó un sonido a medio camino entre la tos y el asco.
—Dios mío, ¡no me digas que están desnudos en la parte de atrás! —susurré horrorizada.
Joe estalló en carcajadas, sacudió la cabeza y me guiñó el ojo.
—No. Te estaba tomando el pelo —dijo—. No están haciendo nada. Venga, entremos a divertirnos.
Una hora más tarde tenía que admitir que Joe se estaba luciendo, logrando que disfrutara de la velada. Para empezar, me había presentado a Teresa Thompson con la siguiente declaración: «Esta es la amiga de Blake. Está preocupada porque ya va un poco borracha, y no quiere que pienses que será una empleada de mierda por eso». Yo empecé a tartamudear una explicación, preguntándome qué diablos le había hecho para que me jodiera de aquella manera. Pero Teresa sonrió y me dijo que, con tal de que estuviera sobria cuando viniera a trabajar al día siguiente, no pasaba nada. Parloteé un rato más, balbuceando algo acerca de la escuela y declarando que mi intención era ser una buena camarera. Mi nueva jefa le dijo al camarero que no me cobrara, añadiendo: «Dale una buena bienvenida a la familia Moose, Connor».
Minutos después ya estaba bailando con Danielle en medio de la pista. Una banda de música local tocaba a los clásicos y entonces me pregunté por qué diablos había estado tan en contra de ir a bares. Era cierto que el lugar estaba lleno de tipos fuertes y duros. Sin duda. Pero tenía a Blake y a Joe conmigo y, aunque no daban tanto miedo como Puck, era más que suficiente para ahuyentar a cualquier baboso.
Aunque tampoco es que me molestaran mucho.
Incluso vestida con mis mejores galas, no era nada, comparada con Danielle. No me malinterpreten: sé que soy agradable a los ojos, pero mi amiga tiene algo especial con lo que no puedo competir. Tetas, para ser exactos. Y esa noche su escote generoso estaba a la vista de todos. Aunque yo me había puesto la camiseta más atrevida que tenía, al lado de ella, lo mío no eran más que picaduras de mosquito.
De manera habitual, ya me parecía bien; prefería pasar inadvertida. Aunque aquella noche me sentía algo necesitada, sinceramente. Por suerte, Joe apareció tras de mí, me agarró por la cintura y deslizó sus manos hasta mis caderas. Me sentí bastante orgullosa de mí misma, pues había un montón de mujeres mirándole. Y a pesar de ello, Joe solo tenía ojos para mí.
La banda empezó a tocar una canción lenta y conmovedora que a Regina le encantaba, La casa del sol naciente. Retrocedí contoneándome hasta quedar contra Joe, cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás, apoyándola en su hombro. La sala me daba vueltas, pero me daba igual, porque me envolvían sus brazos fuertes. Me sentía a salvo.
Entonces me di cuenta.
Estaba en medio de un bar. Bastante borracha. Un hombre alto y fuerte me sostenía contra su cuerpo, y por primera vez en mi vida no pasaba miedo. Bueno, eso no era cierto. Cuando Puck Redhouse me abrazó tampoco sentí miedo. Todavía recordaba estar sentada a su lado junto a la hoguera y sentir que, mientras estuviera entre sus brazos, ningún otro hombre podría reclamarme aquella noche. No me importaba que tuviera que acostarme con él más tarde.
Por supuesto, eso había sido antes de que me destruyera, diciendo que había sido un desastre en la cama. Y después me salvó de los abusos de mi familia, así que supongo que ya estábamos en paz. En cualquier caso, en los brazos de Joe me sentía mejor de lo que había estado en mucho tiempo. Definitivamente, estaba siendo una gran noche.
Tal vez quedarme sin trabajo no era tan terrible, al fin y al cabo.
Cuando abrí los ojos encontré al mismísimo Puck mirándome desde el otro lado del bar, con fuego en los ojos. Me estremecí y sentí un cosquilleo entre las piernas. Joder, cada vez que le veía me pasaba lo mismo. ¿Es que estaba loca? Puck ni siquiera era guapo, como Joe. Era demasiado imperfecto, con una cicatriz desigual que le cruzaba la cara y una nariz que saltaba a la vista que había sido rota más de una vez. Todo él era duro, casi brutal, y aunque sabía que no me sacaba muchos años, su mirada reflejaba diez vidas enteras.
También era más alto que Joe, aunque no tan corpulento. Aquello no significaba que el motero fuera pequeño, simplemente era consecuencia de no ganarse la vida acarreando minerales bajo tierra. La piel de Joe estaba ligeramente oscurecida por el polvo y la arcilla de las profundidades de la tierra, que ya formaba parte de él; la de Puck estaba bronceada por el sol y el viento, quizá con un tono de algún antepasado que no era del todo blanco.
Sentí que se me endurecían los pezones cuando clavó sus ojos en mí, tomando un largo trago de su botella de cerveza. ¿Qué pensaría al verme acunada en los brazos de Joe? ¿Y al verme apoyada contra otro hombre de manera tan íntima? No lograba descifrar su expresión. No era amigable, eso seguro. Incluso por un momento me pregunté si sería capaz de enfrentarse a Joe. Sacudí la cabeza. ¿De dónde había salido aquella idea?
Parpadeé y cuando abrí los ojos ya no estaba. ¿Acaso me lo había imaginado? ¿Dónde se había metido?
—Eh, zorrilla —dijo Danielle, rompiendo el hechizo—. ¿Estás lista para una visita al baño? Tengo que echar una meada como un río. Ven conmigo, o me pondré triste, me sentiré sola y acabaré llorando en el baño de mujeres… Y ya sabes que eso le va fatal a mi máscara de ojos. No puedes permitirlo.
—Estás borracha como una cuba —repliqué, preguntándome cómo sería mear un río.
—¿Y…?
Un argumento difícil de rebatir.
Cuando terminé de lavarme las manos, mi amiga ya había desaparecido, la muy traidora. Me entretuve unos minutos para arreglarme y recuperar un aspecto decente. Entonces empujé la puerta y salí al pasillo oscuro.
Puck estaba ahí de pie, con intensas llamaradas en los ojos.
Mierda.
No era una expresión de felicidad. Más bien lo contrario. Sopesé mi situación en una décima de segundo y decidí caminar rápido. Pero tan decidido como yo, él dio un paso hacia delante y se colocó muy cerca de mí, bloqueándome el paso. ¿Qué quería? Mis pensamientos decidieron que lo mejor sería ver adónde me llevaba aquello.
—Hola —dije tímidamente.
No me respondió, pero su mirada recorrió mi cuerpo lentamente, escudriñando cada detalle. Se detuvo un momento en mis pechos y me estremecí, recordando la noche en la que le espié. ¿Qué estaba haciendo allá atrás? Todos los motivos que podrían justificar su presencia significaban problemas para mí. Absolutamente todos.
Al fin habló.
—¿Te lo estás pasando bien?
Asentí rápidamente, para evitar hablar con él. Joder, no estaba segura de poder decir nada, ni aunque quisiera. Tampoco era capaz de moverme, pero mi lado primitivo me reclamaba a gritos que saliera por piernas y no dejara de correr hasta que estuviera a salvo en las profundidades de una cueva, o algo por el estilo.
—Oye, ese tipo y tú… ¿estáis juntos?
Sacudí la cabeza automáticamente y a continuación me maldije a mí misma. Mierda, tendría que haber dicho que sí. Tendría que haber declarado que estaba profundamente enamorada de Joe, que éramos muy felices y que planeábamos casarnos en una ceremonia ante quinientos de nuestros seres queridos, a la que él no estaba invitado y en la que luciría un vestido enorme y lleno de lazos.
Puck se relamió, con una mezcla de frustración y expectación.
—¿Sueles bailar así con los hombres?
Sacudí la cabeza a toda velocidad. Su mirada ganó intensidad, ahogándome, y tuve la sensación de que estaba a punto de suceder algo de lo que me arrepentiría. Puck dio un paso adelante. Retrocedí y choqué contra la pared. Su cuerpo no me tocaba, pero le sentía muy cerca, como una presión que me empujaba, que me atrapaba contra la pared y no me dejaba respirar.
—Y… ¿podrías bailar conmigo así?
Casi me dio un ataque al corazón. Miré a ambos lados. ¿Acaso Joe y Blake no se habían percatado de mi ausencia? ¿Por qué no acudía nadie a rescatarme? Puck se inclinó hasta que su nariz quedó a milímetros de mi mejilla e inhaló, atrapando mi aroma. Apreté las piernas y ahogué un grito, porque aquel diminuto gesto solo había empeorado las cosas.
Joder, cómo deseaba a aquel hombre.
—Mañana… mañana empiezo a trabajar aquí —conseguí susurrar—. Me echaron de The Breakfast Table, ¿recuerdas?
—Qué ocupada estás —murmuró. Tomó un mechón de mi pelo, que enroscó despacio en su dedo—. Te he visto en el tejado… antes. ¿Sabes? Pensaba que no eras esa clase de chicas.
Intenté respirar.
—¿Qué clase de chica?
—Mi tipo.
Le tenía demasiado cerca, justo frente a mi rostro. Podía hasta oler su aroma, envolviéndome; una vaga mezcla de alcohol y sudor, con un toque de tubo de escape. No tendría que haberme resultado atractivo, pero ahí estábamos.
Recordé que hace cinco años olía igual, y mi cuerpo, que no era más que un cabrón ingrato, ahora lo reconocía. Lo reconocía y además lo deseaba fervientemente.
Cerré los ojos e hice lo posible por pensar con claridad.
—Solo soy yo —le dije, tragando saliva. Su mano siguió explorándome, rodeando mi garganta por un instante, acariciándome la mandíbula con los dedos. Sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas, y continué hablando con la voz quebrada—: No sé lo que significa eso, pero solo quiero divertirme con mis amigos. Por favor, no lo estropees.
Puck hizo una mueca y retrocedió.
—Becca, nunca quise hacerte daño.
—Ya lo sé.
—No tenía ni idea de lo joven que eras, ni de que estabas allí por obligación.
—También lo sé.
Puck apartó la mirada; la expresión de culpa que le apareció en el rostro casi fue demasiado para mí. Tenía que hacer algo, pero no me sentía con fuerzas.
Posé mi mano en su mejilla, obligándole a volverse y mirarme cara a cara. Entonces empecé a hablar, derramando toda mi alma en las palabras, deseando que me creyera.
—Conocerte fue lo mejor que me ha pasado, Puck. Fue en unas circunstancias muy jodidas, y me salvaste la vida. ¿Tienes idea de lo que habría sido de mí si no hubieras estado allí aquella noche?
—Becca, ¿estás bien? —preguntó Joe, y su voz atravesó la tensión que había en el ambiente.
Puck dio un paso atrás, quedándose entre Joe y yo, con una actitud extrañamente protectora, como siempre. Tan atractivo…
—No pasa nada, Joe —dije—. Puck y yo somos amigos desde hace años. Estábamos charlando.
—Danielle y Blake quieren ir a nadar al río —dijo Joe lentamente, analizando nuestro lenguaje corporal—. Estaba pensando que podríamos ir con ellos, a no ser que prefieras quedarte…
Sí, deseaba quedarme con todas mis fuerzas. Me apetecía arrodillarme, comerle el rabo a Puck delante de todo el mundo, subirme en su moto y desaparecer en medio de la noche. Hacer cualquier cosa que me pidiera, por depravada que fuera, porque era igualita que mi madre.
«Zorra.»
—No —dije, evitando mirar a Puck—. Quiero ir contigo, Joe.
Puck se irguió más, y se hizo a un lado para dejarme pasar cuando fui hacia Joe. Este me pasó un brazo por los hombros y me acercó a su costado. Puck no se movió, y los dos aguantaron la mirada un momento, sosteniendo una conversación silenciosa de machos que yo no entendía.
—Vamos —dije, volviéndome hacia Joe y apoyando mi mano en su pecho.
Asintió y nos largamos del bar.
Una hora más tarde yacía tumbada sobre una vieja manta, bajo las estrellas. Nos habíamos acomodado junto al río, justo pasado el puente, y una pequeña hoguera brillaba a poca distancia. Danielle y Blake estaban perdidos entre los arbustos, revolcándose y riendo. Debería haber resultado incómodo, pero, por algún motivo, no lo era para nosotros.
Joe era fantástico. Un encanto. Justo el hombre que necesitaba.
Nos habíamos besado un rato y, aunque no me había dado asco, tampoco me provocaba ninguna reacción en particular. Cuando le pedí que nos detuviéramos, no discutió. Y eso que estaba más que interesado (estaba lo suficiente cerca como para que yo notara claramente su entusiasmo), pero me gustaba que respetara mis límites.
—Este lugar es precioso —murmuré.
Me quedaba corta. Las estrellas eran como un millón de joyas salpicando el cielo, y el sonido del agua sobre las rocas era tan extremadamente relajante que habría calmado al mismísimo Charles Manson.
—Me encanta este sitio —dijo Joe—. Vengo desde pequeño.
—¿Cuántos años tienes?
—Veintidós. Nací en el valle, a unos kilómetros de aquí. Ya sé que hay mucha gente que se muere de ganas de largarse, pero yo no soy capaz de imaginar mi vida en otro lugar. ¿Y tú?
Por Dios, detestaba responder a esa pregunta.
—Soy de California —dije lentamente—. Me mudé aquí arriba hará unos cinco años.
—No fuimos juntos al instituto, ¿verdad? —comentó—. Me acordaría de ti. Eres una chica muy misteriosa…
Me encogí de hombros. No me hacía gracia la idea de ser «misteriosa». Quería ser normal. Aburrida. No llamar la atención…
—La verdad es que no —sonreí forzosamente—. La vida en el sur, con mi familia, no era especialmente agradable, ¿sabes? Así que cuando tuve la oportunidad de irme, lo hice. Regina y Earl Murray me acogieron. Me ayudaron a reconstruir mi vida. Ahora soy camarera y estudio Estética.
—Algo me dice que no me lo estás contando todo, pero prefiero no meterme donde no me llaman —dijo—. Esta noche me lo he pasado muy bien. ¿Crees que podríamos volver a vernos?
Consideré la respuesta.
—Sí, me gustaría —dije al fin, preguntándome por qué Joe no me provocaba lo mismo que Puck. Mi madre también sentía devoción por los hombres peligrosos, y adivinen quién pagaba el precio. ¡A la mierda! Tenía que empezar a pensar con la cabeza y apreciar al hombre que tenía al lado—. Pero quiero tomarme las cosas con calma. Si no te parece bien, lo mejor sería que no siguiéramos adelante…
Me dio un beso fraternal en la cabeza.
—Becca, no tengo ningún problema en ir con calma —contestó—. En absoluto. Pero tengo que preguntarte algo.
—¿Y bien? —pregunté.
El estómago se me encogió. «Por favor, que no sea sobre Puck.»
—Sé que tienes un pasado con Puck Redhouse —declaró—. Eso es obvio. ¿Es algo por lo que deba preocuparme?
«¡Sí! ¡Tú y todos deberíais preocuparos! ¡Es un tipo peligroso!»
—No, no es nada malo. Puck y yo nos conocimos hace tiempo, pero eso es todo. No hay ningún pasado. Nada que todavía importe.
El corazón me dio un vuelco al decirlo, porque era una mentira como una puta catedral. Puck me importaba, y mucho. Mi vida se dividía en Antes de Puck y Después de Puck, y aquellas dos mitades no tenían nada en común.
Pero la primera parte quedaba en el pasado, y era necesario que siguiera siendo así. Quizá Joe formaría parte de la segunda. Ojalá.
Me acurruqué entre sus brazos, disfruté de su calidez y, por primera vez desde hacía años, pensé en cómo sería tener a un hombre decente en mi vida.
«Esto es lo que queremos —le dije a mi cerebro con firmeza—. Ahora más te vale disfrutarlo.»