Capítulo 80

Rhiann no podía ni comer ni dormir, ni moler ni cocinar. Sus dedos no obedecían el dictado del cerebro, ya que sus pensamientos bullían y se agitaban como los ingredientes de uno de los estofados de Fola.

Sólo sabía que Eremon había aceptado tatuarse, por lo que ya había elegido.

¿Y ella? ¿Había elegido ella?

Por último, Caitlin acudió a verla al alba gris.

—¡Ha salido! —gritó desde el umbral de la lechería, cogiendo a Rhiann por la cintura—. Y los reyes están listos para prestar juramento. ¡La fiesta de Beltane va a proseguir!

Rhiann se soltó.

—¿Qué aspecto tiene? ¿Está bien? ¿Ha hablado?

Caitlin agitó la cabeza, sonriendo.

—Podrás responderte a esas preguntas tú misma. Está en la playa de debajo del broch. Y quiere hablar contigo.

A Rhiann se le secó la boca.

—¿Ahora?

—¡Sí, ahora! En serio, Rhiann, cualquiera pensaría que no os conocéis. Él está nervioso y tú también… ¿Qué os pasa? ¡Corre!

Desde la puerta de la casa de la Hermana Mayor, Nerida y Setana observaron cómo Rhiann galopaba bajo un cielo pesado. El viento le azotaba el pelo bajo la capucha. Ambas vieron el rostro resplandeciente, aunque la aprehensión la ensombrecía los ojos.

—Así pues, como esperábamos, el rito ha traído salud —murmuró Nerida mientras juntaba sus manos doloridas debajo de la túnica.

Setana ladeó la cabeza como si escuchase.

—Es… parte… de la curación. El tiempo para que aprenda el resto ha llegado.

—¿Pero cuándo?

Setana cerró los ojos.

—Me vino en un sueño. No nos corresponde a nosotras elegir el momento para sanarla de verdad, sólo podemos ayudar. Se la va a probar con dureza, y entonces ella misma elegirá el momento y el lugar, pues es ella quien debe volver a la Diosa por voluntad propia. Veo guerra…, espadas y lanzas, y el griterío de los hombres. Veo un niño…, y una tumba…, y una piedra extraña. —Abrió los ojos—. Eso es todo.

Nerida se volvió hacia el fuego.

—Tus avisos son sombríos, hermana, pero estaré contenta sea cual sea el camino que tome de vuelta —dijo con un suspiro—. Aunque imagino que ya no me encontraré aquí para verlo.

—No en Este Mundo, hermana —convino Setana, extendiendo las manos hacia las llamas—, pero lo sabremos. Lo veremos.

Cuando Rhiann vio el broch recortándose sobre el borde contra las nubes frías, y olió el humo de los fuegos del festín, recorrió el camino rauda como el viento, con el corazón cada vez más angustiado.

Estaba bien que ella se hubiese abierto en el círculo y se hubiese entregado. ¿Pero qué pasaba con Eremon? La había amado una vez, lo sabía, ¿pero lo haría aún, después de que ella le hubiese rechazado tan de plano? Lo que vio durante el rito, ¿era sólo fruto del saor, los tambores, la noche? Sobre todo ahora que le habían ofrecido dos poderosas alianzas: la de Calgaco y la de los cerenios. Puede que ya no la necesitase más.

Le dio vueltas y vueltas; cuanto más cerca estaba, más confusa se sentía.

Tras desmontar, ella y Caitlin bordearon los muros del broch, para bajar por la cañada a la ría.

—Ahí. —Su compañera se detuvo y le oprimió el brazo, señalando. Justo al final de la estrecha banda de playa, Rhiann vio su figura que observaba las olas, mientras batían sobre la piel de un escualo—. Dijo que tenía ya muros, humo y cantos para una vida entera, y que quería marcharse lo más lejos posible.

—Bueno, es verdad que lo hizo —admitió Rhiann—. Hasta que le alcance, tendré tiempo más que suficiente para decidir qué digo.

Caitlin la miró de forma enigmática.

—¿Sabes? Si yo fuese tú, le besaría… ¡Tiene pinta de necesitarlo!

Luego, con un revuelo de las plumas en sus trenzas, se fue.

Rhiann se quedó sola allí donde el césped se unía con la arena. Se entretuvo en ese punto algún tiempo, pese al frío del viento salino y el cielo amenazador. Pero, tras ella, arriba en el valle, el fragor del broch crecía. Había música, gritos y tambores. Pronto querrían que él volviese. Pronto estaría en el salón y sería un príncipe de nuevo. Todos querrían hablar con él.

Tenía poco tiempo.

Cogió aire, cuadró los hombros y avanzó. Después de todo, sólo había una cosa que decir.