Capítulo 79

Rhiann durmió hasta el día siguiente tan profundamente que no soñó. Se despertó al escuchar un canto suave junto a su cama.

Era Fola.

Rhiann abrió un ojo, parpadeó y, por la luz reflejada en la pared, dedujo que el día estaba muy avanzado. Sentía un dolor entre las piernas. Cerró los ojos de nuevo con fuerza para que Fola no supiera que estaba despierta.

Querida Diosa. Se había unido a él. Un hombre la había invadido de nuevo.

No…, no, no invadido. No lo sentía de ese modo. Rhiann recordó la forma en que atrajo a Eremon a su interior, la avidez que consumía sus miembros. ¿Cómo podía ser el mismo cuerpo que una vez amenazase con matar a Eremon si la tocaba? ¿Cómo podía coexistir ese sentimiento de degradación junto con el ansia?

Quizá porque Eremon era su alma gemela, el que empuñaba la espada.

El sueño no había muerto después de todo. Vivía en ellos.

Antes de que pudiese contenerlo, un sollozo se abrió camino por su garganta, y luego le siguió otro. En un latido, Fola estaba allí, tomando a Rhiann entre sus brazos.

—Vamos, vamos —murmuró—. Llora, hermana. Te ayudará.

No supo cuánto tiempo la sostuvo Fola mientras liberaba las lágrimas que exigía su cuerpo ni cuánto tiempo, después, permanecieron sentadas en silencio, como habían hecho tan a menudo en ese cuarto.

Las sombras ya se habían alejado del muro y el calor del Sol se había desvanecido en el frío del ocaso cuando se produjo un vacilante golpeteo en la jamba y Caitlin llenó la estancia con su sonrisa.

Llevaba plumas blancas de gaviota en el pelo y se había colocado un collar de conchas púrpuras debajo de su torques. Sus pantalones de gamuza y su túnica escarlata resultaban impactantes en contraste con los ropajes de sacerdotisa que habían rodeado a Rhiann durante días.

Caitlin corrió a abrazarla con fuerza.

—¡Prima, hemos estado tan preocupados! Cada vez que preguntaba por ti, respondían que estabas durmiendo.

Con una débil sonrisa, Fola se desplazó a la silla para retomar su hilado.

Rhiann volvió a recostarse sobre la almohada.

—El cuerpo necesita dormir después de estos ritos. No te preocupes, parece que estoy peor de lo que realmente me encuentro.

El alivio inundó el rostro de Caitlin, y tomó la mano de Rhiann.

—Traté de acercarme a ti la otra noche, pero al verte rodeada por las hermanas pensé que querrías que siguiese a Eremon.

Los dedos de Rhiann se crisparon a la mención de ese nombre.

—¿Cómo está? Nadie me dice nada, excepto que se encuentra bien.

Caitlin frunció el ceño.

—Tampoco puedo contarte mucho. Seguí su litera de vuelta al broch, junto con Conaire y los hombres, pero los druidas se lo llevaron a su pabellón y Nectan y sus hombres montaron guardia a la puerta, impidiendo que entrase nadie. Los reyes han llegado, pero ni siquiera a ellos se les admite. Conaire estuvo a punto de entrar por la fuerza, pero no hubiera podido sin llegar a las manos con Nectan.

—¿Por qué no permiten que nadie le vea?

Caitlin se encogió de hombros.

—Conaire y yo nos quedamos a dormir fuera… ¡Los druidas no nos hacen ni caso! Dicen que está descansando, que la herida es limpia y poco profunda. Nos han pedido que respetemos sus deseos. ¿Qué podemos hacer sin ofender a los guerreros del broch?

Rhiann sacó las piernas de la cama y se incorporó.

—Entonces iré yo.

Caitlin miró a Fola, que apartó con rapidez su hilandera.

—¡Oh, no, niña! Tienes que guardar cama. Nerida lo ha ordenado.

Rhiann se estaba pasando el vestido sobre la cabeza.

—Nadie puede darme órdenes en este asunto. —Liberó el rostro y sopló guedejas de pelo de su boca, antes de mirar a Fola—:. ¡Le amo! Ha esperado dos años para oírmelo decir, y no le voy a hacer esperar más. Después de todo lo que hemos hablado y soñado en esta misma habitación, ¿vas a interponerte en mi camino?

Fola estaba sonriendo a Rhiann.

—Si lo pones así, ¿cómo podría interponerme en el camino de nadie? —Se encogió de hombros—. Nerida ya sabe lo tozuda que eres. No me castigará por tu rebelión.

Fola ensilló tranquilamente la más placida de las yeguas de la Hermandad, y la guió al borde del asentamiento, donde el camino abandonaba la hondonada a través de los espinos. Caitlin y Rhiann se las arreglaron para escabullirse de la casa sin que Nerida o cualquier otra vieja sacerdotisa las viera, y nadie corrió a detenerla cuando Caitlin se llevó a Rhiann a lomos de la yegua.

O puede que, después de todo, esperasen que hiciese precisamente eso.

En cuanto Caitlin ató a la yegua en el exterior del alojamiento de los druidas, Conaire se apresuró a ayudar a Rhiann a bajar.

—¡Rhiann! ¡Hemos estado muy preocupados por ti!

Rhiann le apretó el talle, sonriendo por encima del hombro a Colum y Fergus.

—Estoy bastante bien, como puedes ver…, sólo un poco mareada. Quiero hablar con Eremon.

Conaire frunció el ceño y agitó la cabeza.

—Lo guardan como una manada de lobos. —Lanzó una mirada por encima del hombro, hacia donde Nectan se situaba ante la puerta con una lanza, flanqueado por dos de sus hombres—. Sabía que no debíamos confiar en ése.

—Paz, Conaire. Hablaré ahora con Nectan.

Cuando Rhiann se aproximó a la puerta del albergue, Nectan la miró desafiante, apretando su lanza.

—¿Tampoco se me permite a mí entrar? —le habló en su propio dialecto, con una sonrisa.

—Ninguna mujer puede entrar, señora.

—¡Pero necesito verlo! Si no, dime por qué.

Nectan agitó la cabeza en dirección a sus hombres, que relajaron su rígida pose y se apartaron, para no oír.

—Señora-dijo Nectan con gran respeto—. Éste es un asunto de los druidas, del Dios y de todos nosotros. Tu hombre vino en busca de una alianza, y la tendrá si la quiere, pero todo pende de la balanza. ¡No hay que perturbar el equilibrio!

Rhiann le miró; una sospecha germinaba en su mente.

—Nectan, ¿sabes por qué se eligió a Eremon, un extranjero, un forastero, como Venado?

La sonrisa de Nectan era de orgullo.

—Fue cosa mía. Los reyes estaban comenzando a convencerse, pero no querían atender al llamado de un gael. Nosotros sólo seguimos a los nuestros, por lo que hablé con el druida de Brethan. Los druidas han visto los signos y saben de la perturbación de la Fuente y de la inminencia del peligro. Han visto que en el año dieciocho la diosa trajo a tu hombre a nuestras orillas, que ha derramado sangre romana y que los romanos han derramado la de él, la del hombre ligado a una Ban Cré. ¿Quien mejor para ser el Venado? La Diosa le había reclamado, tal vez los reyes le atendiesen si se convertía en nuestro Dios por esa noche.

Rhiann asintió. ¡Por supuesto! Ahora, con la cabeza libre del saor, podía verlo todo.

—Nectan —dijo con una inclinación de cabeza—, eres muy sabio. Tenemos mucho que agradecerte si es cierto lo que dices. ¿Pero le seguirán? ¿Te han dicho algo al respecto?

—Que depende.

—¿De qué?

—De lo que diga cuando le den la oportunidad.

En el pabellón de los druidas, Eremon yacía acurrucado contra el muro, en una cama de pieles mullidas. El dolor punzante del hombro era débil, ya que lo habían limpiado y cubierto con un emplasto de hierbas, y el druida sanador le había administrado una poción de algo que había hecho desaparecer el dolor.

No eran sus heridas corporales lo que le mantenía acurrucado, tan lejos como podía de los druidas que entonaban cánticos. Era su espíritu el que estaba completamente abrumado y no precisamente por el poder que había sentido en el círculo de piedra.

No. Se debía al momento en que Rhiann le buscó y apretó los labios contra los suyos, el instante que quedaría grabado a fuego en su memoria para siempre. Nada podría estar nunca cerca de esa dulzura… ni experimentar con tal ansiedad el deseo que él había sentido. Nada.

Si hubiera muerto en esos momentos, si se hubiera podido escabullir de su cuerpo y huir con ella al Otro Mundo, abandonándolo todo, lo hubiera hecho. En ese momento, la vida se había convertido en más pura de lo que lo había sido nunca.

—Príncipe —dijo el druida de Brethan—, tengo que hablar contigo.

Eremon se dio la vuelta entre dolores y se aupó sobre la almohada.

Los ojos del joven druida eran cavernosos, ardían de excitación. A su espalda, otros druidas seguían entonando aquel canto sibilante, y a cada momento, uno lanzaba al fuego un puñado de algo que tenía el efecto de agarrarse a la garganta de Eremon.

—Sabes por qué fuiste elegido para ser el Venado.

Eremon asintió aturdido.

—Nectan me lo dijo.

Tosió y el druida le tendió una copa de agua, y aguardó a que tomase un sorbo. Se sentó al borde del camastro mientras Eremon la recogía.

—Y nuestra elección fue la correcta. El fluir de la Fuente ha sido el más poderoso que hemos conocido en muchos, muchos años. Hiciste bien.

Eremon tenía el pensamiento puesto en Rhiann.

—Lo celebro. Ahora, si me dais mi capa, me podré ir junto a mi esposa…

Pero el druida negó con la cabeza.

—No, hay más. —Se inclinó hacia delante, casi con ansia—. Cuando la mujer de la isla esgrimió el cuchillo contra ti, derramó tu sangre. En vez del sacrificio simbólico, tu sangre corrió de verdad, desde el cuchillo sagrado a la tierra.

—No lo recuerdo.

—Príncipe, debes entenderlo. Has realizado el sacrificio de sangre, eres el primer Venado que lo hace desde hace generaciones. Eso nos ata a ti; la Diosa te ha reclamado.

Algo reptó fríamente dentro del estómago de Eremon cuando escuchó esas palabras. Recordó el primer día que pisó Crìanan, y cómo sintió entonces que le aguardaba un destino.

—Puesto que Ella ha exigido tu sangre, algo que ninguno de nosotros buscaba ni tenía en mente, has ido más allá del rito de Beltane, pero aún no eres nuestro del todo, transitas por el camino entre los mundos. Es demasiado peligroso que nadie, excepto un druida, esté cerca de ti. Ni siquiera podemos celebrar la fiesta de Beltane hasta que la puerta se cierre con seguridad una vez más.

Eremon se estremeció ante el tono del druida y, entonces, cayó en la cuenta de algo.

—¿Aún? Has dicho «aún no eres nuestro del todo». ¿A qué te refieres?

El druida agitó la cabeza.

—He venido a ofrecerte una elección. Podemos devolverte íntegro a tu cuerpo y liberarte para regresar intacto a tu mundo, pero sabes que los reyes no atenderán tu reclamo si lo haces.

—¿O?

—O te daremos a Ella y te haremos del todo nuestro…: nuestro jefe de guerra, el Consorte de nuestra Diosa, el Rey Venado por tanto tiempo como tu sangre fluya.

—Quisiera saber de qué estás hablando.

Al oír eso, el druida sonrió.

—Hemos de marcarte, príncipe, marcarte como uno de los nuestros. Me refiero a los tatuajes, ya que las líneas de poder te atarán a la Madre, y a nosotros. A unos pocos pasos de aquí, veinte reyes y jefes tribales están en disposición de caer de rodillas ante ti y ofrecerte sus aceros, pero sólo te darán su alianza si le das la tuya a Ella.

Cuando el significado de esas palabras penetró por fin en la cabeza de Eremon, el miedo de su estómago se desbordó.

—¡Por el Jabalí!…, he de hablar con mi hermano.

—Nadie puede verte.

—¡Lo exijo! Tengo responsabilidades con mi propio pueblo, son juramentos que he tomado. ¿Quieres que les falle?

El druida dudó.

—Puede hablar contigo si no se acerca demasiado.

—¿Me dejarás levantarme entonces y salir? Apenas puedo respirar aquí dentro.

El druida frunció el ceño.

—No. Es peligroso para mi gente. Debes efectuar tu elección aquí, solo. Seguir o retroceder. Es una elección que has de hacer a conciencia.

Eremon se las arregló para que salieran los druidas, excepto el de Brethan, que insistió en que debía guardar la puerta, pero se mantuvo lo bastante alejado de Conaire y Eremon como para que éstos pudieran hablar sin ser oídos.

Conaire se sentó en un taburete a pocos pasos de la cama a escuchar todo lo que Eremon tenía que decir. Tras oírle, guardó silencio, con el mentón apoyado en las manos y los ojos azules errantes.

—¿Qué significa eso para nosotros? —preguntó Eremon con voz ronca—. Soy el heredero de mi padre. Mi hogar está en Erín; presté el juramento de servir a mi pueblo.

—¿Pronunciar otro aquí rompe tu compromiso hacia ellos?

—¡No lo sé!

—Pero juraste con los epídeos.

—Lo sé…, pero eso era distinto. Los epídeos afirmaban que era una boda con la tierra, con la Diosa, pero en esa ocasión no lo sentí de esa forma. Esto parece real.

Conaire suspiró.

—Eremon, la única forma de recuperar tu trono pasa por establecer alianzas aquí. Sólo entonces podremos devolverte a tu verdadero lugar.

—No contábamos con que los romanos interviniesen en ese plan.

—No, pero lo han hecho. Y también… muchas otras cosas.

Ante la nostalgia que rezumaban aquellas palabras, Eremon le miró.

—¿A qué te refieres?

Sólo cuando Conaire alzó los ojos, Eremon vio la excitación contenida, un resplandor nunca visto.

—Caitlin va a tener un niño.

Eremon se quedó sin habla.

—¡Hermano! —La excitación de Conaire se encendió—. ¡Podría ser un rey, el próximo rey de los epídeos!

Eremon le miró largo tiempo.

—Entonces —dijo—, ambos tenemos ahora nuestras propias ataduras; has tomado tus propios juramentos.

Quizá Conaire imaginó haber detectado cierto desagrado en la voz de Eremon, pues alzó el mentón.

—Sí. No vine en busca de Caitlin pero, en todo caso, la encontré. Mi camino me lleva a algo que no esperaba.

—Como el mío.

—Como el tuyo.

Guardaron silencio, cada uno ensimismado en sus propios pensamientos.

—¿Sabes? —ofreció Conaire, con su sonrisa encantadora—, Erín no está lejos. ¡Puede que fundemos un clan a ambos lados del mar! Mi hijo reinará aquí y el tuyo en Erín. Aedan te dijo algo parecido cuando te casaste con Rhiann.

—Sí, lo hizo.

—Eremon —Conaire se inclinó hacia delante, las manos en las rodillas—. Se nos ha enviado aquí y yo digo que hemos de tomar lo que se nos ofrece. ¡Que dirijas a los albanos no significa que dejes de liderarnos a nosotros! Al hacerlo vas a proteger a los erineses, ya que compartimos un enemigo común.

Ante esas palabras, el corazón de Eremon se aligeró.

—Ahora sé por qué te he tenido a mi lado todos estos años.

Conaire sonrió de nuevo, y le miró de reojo.

—Rhiann ha venido a verte.

Eremon se puso tenso.

—¿Dónde está?

—Habló con Nectan y luego se marchó. Debe conocer la propuesta de los druidas, pero no le permitieron verte.

Extrañamente, aunque la ansiaba, saber eso inundó a Eremon de alivio.

Había ocurrido mucho entre ellos en el círculo de piedra. ¿Qué pasaba si ella no sentía lo mismo que él?