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La policía
Daniel Almirall y Víctor Navarro detuvieron el coche justo detrás del de Germán Romero.
—Le tenemos —fue lo único que dijo el subinspector.
Daniel tomó la iniciativa. Cruzó primero la entrada y se detuvo en la puerta de la casa. Ni siquiera se dio cuenta de que, detrás de él, Víctor sacaba la pistola.
Llamó con los nudillos.
Silencio al otro lado.
—¡Señor Romero, abra! ¡Es la policía!
El mismo resultado.
—Si intuye que le hemos pillado igual se escapa —vaciló Víctor.
Daniel puso la mano en el tirador de la puerta.
Le dio la vuelta.
Y la puerta se abrió.
—¿Pero qué…?
—¿Está abierta? —se extrañó Víctor.
Daniel empujó la castigada madera.
Ya estaba muerto, pero el cuerpo de Germán Romero todavía se movía un poco, oscilando apenas unos centímetros de lado a lado, como si la lucha final hubiera sido muy dura o una leve corriente de aire lo envolviera antes de dejarlo quieto para siempre.