43
En pasado
Joaquín y Eva
En los últimos veinte años solo había estado con Marta.
Nadie más.
Hacerlo por primera vez con otra mujer era increíble, diferente, especial. Como volver atrás por el túnel del tiempo. Una sensación olvidada.
Pero no solo era hacerlo de nuevo.
Era hacerlo con ella.
Con Eva.
Se recostó sobre el lado derecho para mirarla y la vio sonreír con dulzura, con los ojos cerrados, recuperando poco a poco la respiración. Todavía tenía los pezones de punta y el pecho armónicamente en calma.
Se dio cuenta de que la estaba observando y volvió la cabeza hacia él.
—Hola —susurró.
—Hola.
—¿Qué hace usted en mi cama, joven?
—No estoy seguro.
—Yo diría que acabamos de hacer el amor.
Lo llamaba «hacer el amor».
Había sido sexo, sexo de verdad, sexo del bueno. No por cumplir o pasar el rato o lo que fuera que hicieran la mayoría de parejas.
Alucinante.
—No puedo creerlo —había dicho Joaquín.
—¿Por qué no?
—Ni en mil años.
—No seas tonto —la sonrisa se hizo más tierna—. ¿No te han dicho que te pareces a Tom Cruise en guapo?
—Alguna vez, sí. ¿En guapo?
—Él ya está fondón.
—Ya me gustaría a mí…
Le tapó la boca con un rápido beso y luego se levantó.
La vio caminar por la habitación, salir, desaparecer de su vista.
Puso las dos manos bajo la cabeza y esperó.
¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Tan rápido? ¿Una preciosidad como Eva acababa de entregársele? Por lo menos le doblaba la edad.
¿Y qué?
¡Al diablo con eso!
No quería pensar, solo seguir.
Pasaron cinco minutos antes de que ella regresara, tal cual, impoluta, ya seca, oliendo de nuevo a mujer y a deseo. Se agitó el pelo, se acostó a su lado, sobre la cama, y esperó a que le pasara el brazo alrededor de la cabeza y los hombros.
Quedó literalmente pegada a él.
La mano posada delicadamente en su pecho.
Joaquín le acarició la espalda, la olió, la apretó un poco más contra sí mismo.
—Ha sido increíble —dijo.
—Para mí también.
—Nunca…
—No lo digas, va.
—Es la verdad.
—No quiero saberlo.
—Quiero comerte entera, el cuerpo, las manos, los pies…
—Me gusta que me coman los pies —le pasó la yema de los dedos por la tetilla—. Y que me acaricien la cabeza.
Joaquín Auladell le besó la frente.
—Eres demasiado.
—No —encogió un poco el cuerpo—. Eso lo dices porque eres un hombre separado y todavía con el peso de tu vida pasada. De pronto todo esto te parece que es… No sé, como tocar el cielo con las manos. Seguro que llevabas tiempo sin hacerlo.
—No es hacerlo o no hacerlo, sino hacerlo con alguien como tú.
—¿Qué pasa conmigo?
—Eres preciosa. Un ángel.
—Soy un demonio —se rio.
—Pues me haré diablo. Quiero…
—Joaquín —le detuvo—. ¿No te estarás colgando de mí?
—Sí, estoy colgado. Aunque yo no lo llamaría así.
Se encontró con la mirada de Eva.
Seria.
—¿Qué pasa? —quiso saber.
—Nada —repuso ella.
—Va, dilo.
La mirada siguió allí, serena, dulce, pero también triste.
—Eres un buen tío, ¿verdad?
—Yo diría que sí —vaciló él.
—¿Y si yo no soy una buena tía?
—¿Cómo no vas a serlo?
—No seas bobo. No me conoces.
—Lo suficiente en estos días.
—No, no me conoces. Dices todo esto porque acabamos de hacerlo y estás deslumbrado.
—Bueno… imagino que habrás tenido una vida, relaciones…
—No tienes ni idea.
—Pues cuéntamelo.
—No puedo.
—¿Por qué?
—Perdería lo poco que tengo.
—¿A qué te refieres?
Eva se separó de él. Se acodó con un brazo en la cama y le besó con una infinita dulzura.
No solo fue la boca, también los ojos.
Le pasó la lengua por los párpados.
—¿Quieres volver a verme? —le preguntó.
—¡Claro!
—Entonces veamos qué pasa, ¿de acuerdo?
—¡Sí!
—Pero sin prisas, Joaquín. Dame tiempo.
Trató de ver más allá de sus transparentes ojos.
—¿He de tener miedo? —preguntó.
—No —le acarició con el aliento.
—Pero me estás asustando.
—Soy yo la que debería tener miedo.
—¿Por qué?
—Porque pareces lo primero de valor que me he encontrado en la vida, y también lo más bueno.
—Lo soy.
—Bien.
—Déjame que te lo demuestre.
—De acuerdo —empezó a besarle con algo más que ternura—. Pero ahora cállate y vuelve a follarme.