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La policía
No hablaron hasta llegar a la calle.
—Carlota Miranda nos mintió —dijo Víctor Navarro.
—Eso parece. Y también lo ha hecho nuestro listo constructor al decir que no conoce a ese tal Joaquín, aunque si no se ha venido abajo es porque sabe que difícilmente podremos probar una relación entre ellos. Muerta Eva, que era el nexo…
—¿Vamos a por la amiga?
Daniel se tomó unos instantes para pensar.
—Si Carlota ha telefoneado a Villagrasa es porque piensa que él la ha matado o ha tenido algo que ver. Falta saber si la ha convencido.
—¿Y Villagrasa? ¿Ha dicho la verdad en lo todo lo demás?
—Se habría desmoronado antes. No es de los que resiste un interrogatorio, y menos si hubiera sido culpable. Ha preferido hablarnos de «su sistema» para captar clientes de buenas a primeras antes que cerrarse en banda y que podamos relacionarle más directamente con el asesinato —esbozó una mueca que equivalía a una sonrisa—. Ese hombre le tiene más miedo a su mujer que otra cosa. Y por la misma razón, apego a lo suyo, su empresa, su bienestar. Usó a Eva Romero, y ahora le ha salido el tiro por la culata. No ha dejado de insistir en que jamás mantuvo relaciones con ella.
—Difícil de creer.
—No, no tanto. Podía perder más.
—Entonces solo nos queda Carlota Miranda. Ha de saber por fuerza quién es Joaquín —insistió Víctor.
—¿Sabe lo que le digo? —Daniel dio el primer paso en dirección al coche—. Si Carlota ha telefoneado a Villagrasa para acusarle o para pedirle dinero a cambio de su silencio, es porque tampoco sabía muy bien en qué andaba su amiga.
—¿Por qué lo dice?
—Estoy dándome cuenta de que Eva Romero era una mujer reservada, de las que deja pocos cabos sueltos y se protege la espalda.
—¿Fría y calculadora?
—Precavida —matizó Daniel—. Actuaba de gancho para ese hombre, de acuerdo, pero aunque Carlota fuese su mejor amiga, quizá se guardaba las partes oscuras, o las más privadas, como los nombres de esos clientes. Ya no vivían juntas, se veían de vez en cuando. Eso marca una distancia. Si confiaba en Carlota, sabía que ella podía irse de la lengua con alguien, como ese novio que conocimos. Y luego el novio con alguien más. Así es como suelen complicarse las cosas. Eva nadaba y guardaba la ropa, se protegía y cuidaba porque no tenía a nadie más, usaba un móvil de prepago, sus fotos en Instagram la muestran siempre a ella sola, sin nadie al lado, y en ninguna hay pistas de dónde estaba o con quién. Pere Mateos me dijo que las había examinado todas, una por una, y no podía decir ni siquiera en qué lugar habían sido hechas cuando era un exterior. Eso no lo hace una persona despreocupada. Lo hace alguien consciente de su privacidad y muy controladora. Por eso tampoco hay mucho en Facebook. Lo esencial.
—También es propio de personas a las que han hecho mucho daño —consideró Víctor.
—Nos queda bastante por investigar todavía. Hemos de volver a interrogar a ese chico, Manuel. Si estaba enamorado de ella, más bien obsesionado, seguro que la seguía y espiaba. Ahora sí hay que empezar a apretar tuercas.
Entraron en el coche y esta vez fue Daniel el que se puso al volante. Su compañero no dijo nada. Rodeó el vehículo y ocupó el lugar del copiloto.
El motor volvió a rugir.
—Llame a la central —dijo de pronto Daniel—. Que vayan a casa de Eva y pregunten a todos los vecinos si el día y la noche del crimen vieron ese Audi u otro coche en su plaza de parking. Si estaba allí, puede que alguien lo corrobore y logremos asociarlo con el Joaquín que buscamos.
Arrancó mientras Víctor daba la orden y, por primera vez en los últimos días, conectó la sirena para abrirse paso por las abigarradas calles de la ciudad. De todas formas no hizo una conducción suicida ni pareció perseguir a uno de los protagonistas de la serie Fast & Furious. Se limitó a ir rápido, eludiendo a los demás coches, que se apartaban a su paso.
De nuevo volvió a hablar en voz alta, aunque daba la impresión de que lo hacía para sí mismo.
—El asesino llamó a la puerta a la hora en la que ya no estaba el conserje. Si era Joaquín, el del Audi, probablemente ni eso: tendría llave. Sea como sea, Eva estaba en la entrada del piso. La golpeó allí mismo, se ensañó con ella, la mató, le quitó la ropa, la envolvió en una sábana y luego la bajó al parking, aun a riesgo de ser descubierto, puede que ya pasada la medianoche. Debió de meterla en el maletero y llevarla al Llobregat directamente.
—Tuvo que ser ese Joaquín.
—Tiene todos los números.
—¿Descubriría el plan de Villagrasa?
—Lo más probable —asintió—. Pero mejor no vendamos el oso antes de cazarlo. ¿Y si el que la mató era, simplemente, un ligue de Eva, o un ex celoso? Además, en lo que acabo de decir hay un agujero.
—¿Cuál?
—Según la autopsia, los golpes se hicieron bastante antes de que la ahogara. No fue algo inmediato.
—Estaría inconsciente, con él al lado, y al recuperar la consciencia el tipo se daría cuenta del lío, o ella diría que iba a llamar a la policía…
Víctor no dijo nada.
Daniel eludió un camión y pisó a fondo al encontrarse en una calle casi despejada.
Algunas personas volvían la cabeza para ver la carrera del coche policial, probablemente preguntándose a quién iban a detener o qué clase de delito, del que se enterarían al día siguiente por los medios de comunicación, se había producido.