42.          Redención

 
 

 

Audrey condujo hasta el instituto con una velocidad que seguro le acarrearía alguna multa de las que tanto había tratado de evitar. Al llegar allí, se quedó de pie, paralizada ante lo que veía. Era una pesadilla ver como las llamas lamían y devoraban el edificio. Había varios grupos de voluntarios tratando de apagar el fuego con cubos de agua y utilizando las mangueras, pero era una misión que parecía imposible. Además, el pánico parecía estar adueñándose de todos los presentes. Se acercó al director, que miraba horrorizado la escena y preguntó:

—¿Qué ha pasado?

—Una papelera ardió por un cigarro. Uno de los profesores que estaba trabajando vio a Megan, la camarera, tirándolo. Él creyó que lo había apagado, pero no lo hizo, porque pronto la papelera ardió, justo al lado del laboratorio de química, lo que ha provocado una explosión. Por suerte ese profesor pudo salir por la ventana de la primera planta y solo tiene algunos rasguños. Pero todavía queda una de las profesoras dentro.

—Marjorie. Lo sé, me ha llamado. Tenemos que sacarla de allí —le instó, presa del pánico.

—No podemos. Su despacho está en la segunda planta y no tenemos medios para entrar en el instituto, tanto la entrada principal como la del gimnasio están completamente tomadas por las llamas.

El corazón de Audrey pareció detenerse unos segundos, pero se negó a que el pánico la dominara. Observó a su alrededor. Tenía que haber una forma de entrar en el instituto que no fuera la entrada que se estaba quemando. Y, entonces, recordó. La ventana del sótano, la misma por la que ella se había escapado cuando la encerraron. Esperanzada, comentó:

—Hay una entrada, la ventana del sótano. Podemos entrar por allí y si vamos hasta la escalera del fondo, llegaremos hasta Marjorie.

—Es una locura. Las llamas avanzan con rapidez. No podemos hacerlo, lo siento. Debemos esperar a que vengan los especialistas.

Ella le miró y luego a su alrededor. Para cuando los bomberos llegaran, ya no quedaría a nadie a quién salvar. Pero no podría convencer al director de eso, así que se alejó de él. No había vuelto al instituto desde que se marchara de él después de la tragedia. Tampoco había querido hacerlo. Pero a pesar del tiempo transcurrido, el mapa del camino que había recorrido entonces estaba grabado en su memoria. Sin pensar en las consecuencias, corrió hasta la vieja ventana en la que su pierna había sangrado con el corte de los cristales. Esta vez utilizó su chaqueta para romperla. Saltó con agilidad sobre el suelo del sótano y corrió escaleras arriba. Aunque aquella zona todavía no estaba afectada por las llamas, el humo remolineaba a su alrededor, irritándole los ojos y dificultando su visión. Pasó el primer piso, tratando de alejarse del fuego que se deslizaba con rapidez por las paredes, y llegó a la otra escalera. Ahora el humo quemaba sus pulmones a pesar del pañuelo con el que se había cubierto el rostro. Miró a su alrededor y encontró lo que estaba buscando. Haciendo acopio de valor y de fuerza tomó el extintor y corrió con él hacia la segunda planta, a sabiendas de que podría ser lo único que les salvara la vida. Le había pedido a Marjorie que se escondiera en el lavabo y cubriera el bajo de la puerta con toallas impregnadas con agua, para impedir que el humo la afectara. A pesar de eso, se la veía muy ahogada cuando abrió la puerta y se la encontró tumbada en el suelo. Al escucharla alzó la vista y preguntó incrédula:

—¿Qué haces aquí?

—Tú me llamaste.

—Pero para escuchar tu voz una última vez, no para que vinieras. Esto está a punto de quemarse entero —apenas pudo musitar.

—Lo sé, y por eso tú y yo tenemos que irnos. Conozco un camino para salir, es el mismo que he utilizado para entrar. Utilizaremos el extintor si las llamas se acercan a nosotras.

—¿Y los bomberos?

—Me temo que estamos solas en esto, amiga.

Marjorie asintió a duras penas y Audrey comprendió que estaba aterrada. Por ello la tomó de la mano y le dijo:

—Cubre tu rostro con un pañuelo. Estaremos bien…

Ella asintió, pero en cuanto salieron al pasillo, donde las llamas comenzaban a apoderarse de él, un violento ataque de tos la hizo arrodillarse. Audrey la obligó a levantarse y le rogó:

—Tenemos solo unos minutos antes de que el fuego lo devore todo, así que, por favor, aguanta. Hazlo por mí.

Marjorie trató de hablar pero solo pudo toser, así que Audrey dejó el extintor, la tomó de la cintura y la ayudó a caminar todo lo deprisa que podía, sintiendo que sus pulmones se abrasaban. El camino era mucho más duro que la primera vez que lo había hecho, ya que el humo apenas le permitía respirar. Al final tuvieron que llegar gateando hasta el sótano. Una vez allí, Audrey indicó con el hilo de voz que le quedaba:

—Súbete a esa caja y alcanza la ventana. Cubre el alfeizar con tu chaqueta y no te cortarás.

—¿Y tú?

—Voy justo detrás de ti.

Marjorie la miró no muy convencida, pero ayudada por ella se subió a la mesa y trepó por la ventana. Cuando se dejó caer sobre el suelo del patio, apenas si podía respirar, pero reunió fuerzas para volver hacia atrás y darse cuenta antes de perder el conocimiento que Audrey no había salido del edificio.

Las dos caras de la penumbra
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