6.    Tristeza

 

 

Devon condujo a través de la oscuridad y la nieve que no cesaba de caer. Tenía los músculos agarrotados por la tensión y la cabeza seguía doliéndole. Hubiera querido tomar más pastillas, pero la experiencia le decía que llegado a un punto solo conseguirían provocarle un profundo sueño. Ya se sentía bastante agotado como para tensar más la cuerda de su propio cuerpo, al menos hasta que hubiera hablado con sus amigos. Audrey permanecía a su lado, en silencio, mirando por la ventana. Se la veía triste pero contenida. Quizá porque ella siempre era así, manteniendo la corrección en todas las circunstancias. Devon se preguntó dónde había aprendido a ser tan fuerte, algo que le sorprendía si lo comparaba con la imagen tan suave y dulce que transmitía. A veces había estado tentado a indagar más sobre ella, pero a pesar de que era amable y cortés con todo el mundo, tenía un carácter reservado y en escasas ocasiones hablaba de su vida personal o de algo que no fueran temas triviales que no la comprometían. La ventaja de ello era que tampoco hacía preguntas y, teniendo en cuenta que él también era bastante reservado, eso les convertía en un equipo perfecto.

Cuando llegaron al bar, las luces seguían encendidas y salía humo del tejado. El camino que iba de la calle a la puerta estaba lleno de pisadas y Devon dedujo por la hora que era que la gran mayoría de los vecinos habrían vuelto a sus casas. Audrey le apretó la mano unos segundos e inquirió:

—¿Estarán ahí?

—Seguro. ¿Preparada?

Audrey asintió y ambos salieron del coche. El frío se cebó con ellos y los dientes les castañearon, así que entraron con rapidez. Audrey dejó su abrigo, el gorro y los guantes en uno de los ganchos, y Devon hizo lo mismo, sintiéndose observados. Como habían previsto, el grupo al completo estaba allí. Megan había mantenido la chimenea encendida y el olor de los leños se entremezclaba con el del café. En la mesa que sus amigos compartían, una botella de licor casi vacía indicaba que estaban intentando calmar los ánimos. Las cabezas se volvieron hacia ellos y las miradas se dirigieron a Devon, buscando respuestas. Él tomó asiento y se desabrochó la cremallera del jersey, jugueteando nervioso con ella mientras repetía lo que había dicho al sheriff, omitiendo la parte de que Owen estaba desfigurado. No necesitaban ese detalle, bastantes pesadillas tendría él por ello como para compartir ese dato con los demás. Prefería que recordaran al chico de sonrisa alegre que había estado riendo con ellos en el bar hacía tan solo dos noches. Tobías le dio unas palmaditas en el hombro en señal de apoyo y Megan apretó sus labios hasta hacerse daño mientras mascullaba con una furia incontrolable:

—¿Y ahora vais a volver a impedirme que diga que fue un maldito imprudente saliendo a navegar con este tiempo?

—Hay que temer a la naturaleza. Es la única forma de disfrutarla sin riesgo. Owen nunca lo comprendió. Pero está muerto y ahora debemos honrar su memoria, no criticarle por sus decisiones —dijo Devon.

Megan le miró con desprecio y repitió:

—Parece que te has embebido de la paz interior de Audrey. ¿Seguro que solo trabajáis juntos? ¿O acaso os pasáis las noches recitando afirmaciones positivas con las que torturarnos al resto?

La aludida bajó los ojos y Tobías les instó:

—No es el momento de hablar de eso. Han sido unos días largos y dolorosos para todos.

Y aún no ha terminado —terció Marjorie con la voz aterciopelada con la que cautivaba a los asistentes a sus conciertos en la iglesia, en la que era la solista del coro—. Así que será mejor que nos tranquilicemos y dejemos de discutir; es lo que Owen querría.

Los grandes y azules ojos de Megan, que no soportaba que le llevaran la contraria, se clavaron en ella con rabia. Audrey comentó:

—Deberíamos pensar en el entierro.

—No esta noche —pidió Marjorie.

—No tenía familia, somos los únicos que podemos hacerlo. Es nuestro deber —les recordó Devon.

—Que lo organice Audrey. Le encanta salvar a la gente y encargarse de todo —sugirió con malicia Megan.

—Lo haré, pero porque era mi amigo, no porque me “encante” organizar funerales —la contradijo Audrey.

—Tu amigo… Lo que significa que estaba en tu lista de los chicos que jamás te pidieron echar un polvo —se burló Megan, arrastrando las palabras por el alcohol que había ingerido.

—¡Se acabó! Es hora de que te acuestes —le gritó Devon, levantándose e intentando que ella hiciera lo mismo.

—Estáis en mi bar —protestó Megan.

—No es tu bar, tú solo te encargas de él y de la casa mientras los dueños, tus jefes, están fuera. Y estás borracha y dolida, así que terminarás diciendo cosas que no piensas.

—Yo siempre digo lo que pienso. Creía que eso era lo que te gustaba de mí. O al menos eso era lo que me decías.

Devon la abrasó con la mirada y Marjorie levantó la mano para indicarle que ella se encargaba. Tomó por el brazo a su amiga y la llevó a regañadientes escaleras arriba. Aunque jamás lo reconocería, Megan estaba furiosa, no solo porque Owen hubiera muerto, sino porque lo había hecho antes de que ella pudiera seducirlo. La había rechazado una y otra vez, y eso era algo que había despertado su interés, aunque para Owen solo pareciera existir el mar y su maldita embarcación. Ese pensamiento, unido a la gran cantidad de alcohol ingerido, le hizo perder el equilibrio sobre sus altos tacones; y Tobías se levantó rápidamente. Junto con Marjorie, ya que él con el bastón no podía solo, la ayudó a llegar a la habitación subiendo los escalones con lentitud para asegurarse de que no volvería a caerse.

Mientras tanto, cuando se aseguró de que no podían escucharle, Devon lanzó un suspiro de hastío y protestó:

—Es increíble que en una noche como esta tengamos que preocuparnos de ella y no de que Owen esté muerto.

—El niño en el bautizo, la novia en la boda y el muerto en el entierro. Hay personas que necesitan ser siempre el centro de atención —se le escapó a Audrey con hastío, incapaz de contenerse esta vez.

—Y que lo digas. Además, conseguir que se duerma costará un rato. La bebida la pone…

—Violenta —terminó Audrey su frase—. Lo sé.

—No tienes por qué aguantar sus pullas —insistió Devon.

—Solo me las hace cuando está borracha. El resto del tiempo es soportable. Además, en lo último que quiero pensar hoy es en ella.

Devon no hizo ningún comentario más, y poco después apareció Tobías:

—Ya está acostada. Marjorie se ha quedado con ella y dice que no se irá hasta que se le haya pasado el efecto del alcohol.

—Gracias por ocuparte de ella. Yo no tengo fuerzas para eso ahora mismo.

Tobías intercambió una mirada cómplice con él. Comprendía a qué se refería. Megan podía ser una mujer encantadora cuando se lo proponía, pero también lo opuesto. En este caso, su manera de sobrellevar la pérdida de Owen sería haciendo la vida imposible a todos los que se cruzaran en su camino. Por ello comentó dirigiéndose a Audrey:

—No te tomes mal lo que te ha dicho. No tiene mala intención, pero su forma de lidiar con su dolor es atacando a los demás.

Audrey no contestó para evitar decir alguna inconveniencia. Desde que la conocía, Megan había estado sonriendo y ronroneando como un gatito a Tobías. Una mujer como ella necesitaba a su lado un chico que la adorara y a quien dominar; y Tobías era el que pasaba más horas en el bar. Así de triste, así de real. Audrey sacudió su cabeza, frustrada. A Megan le gustaba provocar a los hombres y Audrey soñaba con el día en que Tobías se alejara de ella. No le gustaba ver a un hombre comportarse como un obediente cachorro que va detrás de su amo. Le parecía indigno. Sin embargo, se serenó y trató de parecer amable y de expresar una preocupación que no sentía ni sentiría nunca por Megan:

—¿Estará bien?

—Sí, Marjorie se ha quedado con ella —contestó él, omitiendo que Marjorie, una maniática del orden, se había puesto a ordenar en silencio la habitación, que en la línea de Megan, parecía que hubiese sido víctima de un huracán. Tratando de desviar la atención de Megan, preguntó: —¿Qué hacemos ahora?

—Deberíamos descansar y reunirnos mañana a primera hora para organizar el entierro. Podemos reunirnos en la clínica —propuso Audrey.

—Buena idea —contestó Devon maquinalmente, a quien la falta de sueño comenzaba a hacer mella en su dolorida cabeza.

—Entonces, nos vemos allí mañana. Audrey, te acompaño a casa —se ofreció Tobías, que vivía muy cerca de ella.

Audrey lo interrogó con la mirada y él añadió:

—Conduces tú.

Ella sonrió. Puede que Tobías tuviera un problema con la bebida, pero lo que estaba claro es que seguía manteniendo la cordura de antes de partir al ejército y no conducía bebido. O quizá era porque ella estaba muchas veces a su lado para impedírselo y asegurarse que no cometiera ninguna imprudencia. Aunque Megan, la egocéntrica, volátil y problemática Megan, no se lo ponía nada fácil; sirviéndole más copas de las que debía en lugar de decirle que debía parar. Su gesto se torció y apretó con fuerza los puños, recordándose que esa noche solo importaba lo que había sucedido con Owen.

Las dos caras de la penumbra
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