32.          Encuentro

 

 

La casa estaba en silencio y las luces apagadas. Y, sin embargo, Kaitlin supo que él estaba allí en cuanto el olor penetrante de los jazmines, sus flores favoritas que él siempre le regalaba, inundó sus fosas nasales al abrir la puerta. Dejó las llaves en la mesita y alzó la barbilla para enfrentarse a los ojos que nunca había podido olvidar. Eran azules, intensos y profundos como el mar en un día de tormenta. Jason, su Jason. Alto, de figura imponente y seductora. De cabellos negros cuidadosamente cortados y peinados. De rasgos perfectos y labios carnosos. Hubiera sido difícil encontrar a un hombre más apuesto, también con una belleza más fría y perturbadora que la de él. Kaitlin siempre había pensado que parecía un dios mitológico, al que nadie podría resistirse. Le observó más con detenimiento, absorta por unos segundos en su imagen. La misma que había temido reencontrarse. La misma que había anhelado volver a acariciar. Su rostro tenía una cicatriz nueva, pequeña, apenas perceptible. Pero ella tenía tan memorizados sus rasgos que podía verla incluso en la penumbra. Pensó que era injusto, que la belleza perfecta no debía ser destruida. Él adivinó lo que pensaba y susurró:

—Deberías ver la que tiene el otro tipo.

Kaitlin no sonrió. Lo hubiera hecho en otro tiempo, no ahora. Jason se acercó a ella con paso enérgico y firme y, con la seguridad en sí mismo que le caracterizaba, la tomó de los hombros y le dio un beso en la boca intenso y profundo. Cuando la soltó, Kaitlin intentó recuperar el aliento por la intensidad del beso antes de preguntar:

—¿Qué haces aquí?

—Me han dado la condicional. Y necesitaba verte, no podía soportar más tiempo estar lejos de ti.

—Tenía que alejarme de ti. Tengo que estar lejos de ti o te harán daño —susurró ella, con voz ronca.

—Eres mía y volveré a ti siempre.

Kaitlin suspiró, agotada. Aunque siempre había sabido que la encontraría, había esperado que no fuera tan pronto, así que se sinceró:

—Ahora no es el momento ni el lugar.

—Tu casa es el perfecto lugar íntimo y solitario para nuestro reencuentro. Para que vuelvas a ser feliz.

—No sé lo que es la felicidad.

—Sí lo sabes. Es estar conmigo.

El comentario provocó una ola de estremecimiento en Kaitlin, que entrelazó las manos para tomar fuerzas:

—Esta vez es diferente.

—¿Diferente? Claro que lo es. Porque esta vez no dejaré que te vayas. Enloquecí cuando te fuiste y me ha costado mucho encontrarte. Demasiado. Y cuando supe que habías vuelto aquí no entendí que hubieras comenzado nuestra venganza sin mí —le dijo Jason con voz queda.

—Era necesario. No quiero que formes parte de esto o que estés cerca de mí. Estar conmigo te destruye.

—Nunca tanto como estar lejos de ti.

Kaitlin sacudió la cabeza como si quisiera borrar lo que acababa de escuchar. Necesitaba ganar tiempo, pensar con calma qué hacer. Hace años se había entregado voluntariamente a él. Y lo había seguido haciendo durante el resto de su adolescencia. Y había sido maravilloso, sino fuera porque cada vez que Jason había intentado protegerla había sufrido un duro castigo. Ella había vivido un infierno de culpabilidad en su ausencia y un cielo cuando estaban juntos. Pero ya no podía hacerlo. Aunque tenía que encontrar la forma de que él lo comprendiera. Y para ello necesitaba tiempo, pensar. Con voz en apariencia serena comentó:

—He quedado con una amiga. Tendremos que continuar la conversación más tarde.

Jason esbozó una mueca irónica, le agarró la barbilla con una mano y después de mirarla fijamente a los ojos, preguntó—: ¿Y quién me dice que no aprovecharás estas horas para fugarte?

Ella suspiró con amargura y dijo con sinceridad:

—No lo haré. Tienes mi palabra. Y jamás he faltado a ella.

Él la escudriñó con la mirada, intentando saber qué le ocultaba. Al final susurró:

—Dime al menos que me has añorado.

Kaitlin levantó la mirada hacia él y le mintió:

—No lo he hecho.

—¿Seguro? ¿Ni una sola vez? ¿Acaso has encontrado a alguien? Porque yo no he sido capaz. Me da igual lo que piense la gente, no puedo amar a nadie que no seas tú, no puedo desear a ninguna mujer que no seas tú.

Kaitlin se tensó de nuevo y una emoción que no quiso admitir relampagueó en sus ojos por un instante lo suficientemente intenso como para que Jason sonriera. Adoraba el férreo control que ella ejercía sobre sí misma, tanto como cuando se descontrolaba. Sin mediar palabra se acercó a ella y volvió a besarla. El primer pensamiento de Kaitlin fue alejarse, pero en cuanto su lengua arremetió contra la suya supo que no lo haría. Por mucho tiempo que pasara, su corazón se aceleraba de una forma diferente cuando él la tocaba y su cuerpo tomaba el control sobre su mente. Se sintió acorralada por sus propios sentimientos y Jason, al advertirlo, la soltó y se apoyó en la mesa con una expresión de satisfacción tomando su rostro.

—No has cambiado.

—Estás muy equivocado —le contestó ella con fingida dureza.

Jason sonrió y se tomó su tiempo para observarla con atención. Había echado tanto de menos su rostro. Suave, en apariencia calmado, pero ocultando un interior que era como un mar embravecido por la tormenta. La dualidad que solo él parecía saber leer en ella le cautivaba y había disfrutado al máximo haciendo emanar de su interior toda la fuerza que ocultaba. Con satisfacción colocó la mano sobre el corazón de ella y susurró:

—Eres incapaz de calmar el ritmo acelerado de tu corazón.

—Eso es porque me pones nerviosa.

—¿Nerviosa o excitada?

Se lo preguntó al oído y, aunque Kaitlin intentó mantener la calma, no pudo evitar inhalar su olor, que era una mezcla familiar de fuerte perfume varonil y las propias hormonas en ebullición. Trató de calmarse, recordar que aquello no podía volver a suceder. Desesperada, rogó para no volviera a besarla, porque si lo hacía rompería con sus caricias la férrea decisión que había tomado hace tiempo. Jason reconoció el gesto de duda y preguntó:

—¿Tienes miedo de que si vuelvo a besarte terminemos haciendo el amor encima de la mesa?

Kaitlin levantó la barbilla y replicó:

—Ya no somos adolescentes dominados por sus hormonas.

—¿Eso es lo que te dices a ti misma para convencerte de alejarte de mí? Estuvimos muchos años juntos y no dejamos de amarnos ni por un momento —le recordó Jason innecesariamente, porque ella no había podido olvidar aquella época de su vida en la que a pesar de todos los inconvenientes habían encontrado la forma de seguir amándose.

—Lo que me digo a mí misma es que estás loco por querer continuar algo que solo te ha traído dolor —masculló Kaitlin, furiosa consigo misma porque él tenía razón.

—Lo que me ha traído es la única felicidad real que he experimentado. Y lo mismo te pasa a ti. Somos iguales y lo sabes. Por eso me dijiste que sí la primera vez y fuimos amantes en secreto durante años. No podemos estar lejos uno del otro, no importa lo que pase o lo que los otros digan. Tú yo somos uno.

Mientras lo decía sus ojos se clavaron en los de ella, que revelaban una furia que cada vez resultaría más difícil de contener. Y eso es lo que él anhelaba, que su control gélido desapareciera, que el deseo le martilleara las entrañas y que fuera incapaz de resistirse a él. Y lo quería ahora. Por ello ordenó:

—Dile a tu amiga que estás agotada y no puedes salir con ella.

—No puedo hacer eso.

—¿Segura? Porque puedo hacer ahora mismo que pierdas tu maldito control y te olvides de todo lo que no sea yo.

Kaitlin sintió la situación se le escapaba de las manos. Jason no amenazaba en balde, así que susurró:

—Dos horas y estaré de vuelta.

Jason la sujetó con fuerza. Kaitlin intentó zafarse, pero él era más fuerte, así que decidió retomar su semblante impasible. No tenía miedo, él jamás le haría daño. Pero ella si podía hacérselo a él, aunque fuera involuntariamente. Y si volviera a sufrir por su culpa no se lo perdonaría. Jason se quejó:

—¿Por qué me haces esto?  ¿Por qué no te das a mí del todo de una vez por todas? Ya no tenemos por qué ocultarnos.

Ella permaneció impasible y no hizo ningún intento de soltarse.

—Ya conoces la respuesta a eso.

Sin dejar apenas que acabara de hablar, Jason la besó con fiereza y después insistió:

—Siempre hemos estados juntos, incluso cuando hemos estado separados. Estamos hechos el uno para el otro.

—Estamos hechos para destruirnos el uno al otro —le corrigió ella.

—La felicidad y el dolor vienen de la mano.

Ella le miró, agotada.

—Ya sabes lo que pasa cuando estamos juntos. Es como si el destino se cebara con nosotros y te hiciera pagar por nuestro pecado.

—No creo en el destino, solo en ti.

—Al menos entiende que es una locura querer continuar con algo que solo te hará daño.

—No pienso discutir mi cordura con la misma mujer que hace que la pierda —Jason apretó sus manos ligeramente. No quería perder el control, pero temía que no tardaría en hacerlo después de tanto tiempo sin verla.

—Tienes que aceptar mi decisión —le rogó ella, con voz tensa.

—¿Lo aceptas tú? —Jason luchó por controlar la rabia que iba creciendo en su interior—. Porque sé que en tu interior quieres que te encuentre. Que te ame. Que te haga sentir viva como solo yo puedo hacerlo. ¿Crees que no sé que si de verdad quisieras que no te encontrara no lo conseguirías? Me necesitas tanto como yo a ti.

—Es no es cierto —a la defensiva, Kaitlin se soltó con fuerza.

—Eso lo veremos —le retó él, con una sonrisa desafiante —Te esperaré despierto. Y entonces hablaremos.

Kaitlin le miró con una mezcla de miedo a sí misma y pasión y se marchó con rapidez de la casa, dejándole dentro, sabiendo que no podría evitar que la estuviera esperando a su regreso. No obstante, antes de salir oyó que él le decía:

—Estás muy hermosa, a mamá le hubiera gustado verte así.

Ella notó que las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos y se giró hacia a él. En un susurro comentó:

—Mamá hubiera querido que fueras feliz. Jamás lo serás a mi lado. Siempre pasará algo que me haga daño y tú caerás más profundamente para ayudarme. ¿Puedes entender eso? ¿Que te amo lo suficiente como para alejarte de mí por tu propio bien?

El giró la cara negando y rechazó:

—Solo me hace daño estar lejos de ti.

Kaitlin cerró la puerta tras de sí mientras luchaba con todas sus fuerzas para no volver con él y abrazarlo.

Las dos caras de la penumbra
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