37.          Ruptura

 

 

Una lluvia débil había comenzado a caer sobre Cabe Town, por lo que, aunque su casa no estaba lejos del bar, Devon decidió tomar el coche. Además, por la voz de Megan no había podido adivinar qué le pasaba y quizá necesitara llevarla a algún lugar. Las calles estaban desiertas, así que llegó con rapidez. Hacía frío y egoístamente pensó en que añoraba la cama cálida y confortable de la que Megan le había sacado. Llevaba tiempo durmiendo mal y, cuando por fin conseguía conciliar el sueño con la ayuda de las pastillas, obligarse a despertarse era una pesadilla para su cerebro.

Cuando llegó al bar el letrero todavía luminoso parecía indicar que estaba abierto, pero el único coche que estaba aparcado delante de él era el de Megan. Colocó el suyo al lado y salió de él, dejando que la lluvia mojara su rostro y le despejara un poco. Cuando entró en el bar, solo estaba Megan en él, de pie, al lado de una de las ventanas. Devon la miró sorprendido. Megan le había despertado a aquellas horas de la noche al decirle por teléfono que tenía una urgencia y que fuera al bar a verla. Sin embargo, no parecía enferma o herida, solo triste y frustrada. No obstante, ya que había llegado hasta allí averiguaría qué pasaba, aunque primero cerró la puerta tras de sí e hizo girar la llave. Megan tenía serios problemas con la seguridad, y el sheriff le había indicado varias veces que debería cerrar en cuanto el último cliente entrara para evitar que se colara algún indeseable. Algo que, como tantas otras consejos útiles, Megan había omitido deliberadamente, quizá porque en su cabeza no solía haber espacio para los tema prácticos de la vida. Tratando de parecer amigable y tranquilo se acercó a ella y preguntó, solícito:

—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal?

Ella no respondió y él, advirtiendo que estaba como en trance, la acompañó hasta una silla e insistió:

—Megan, contéstame. ¿Te pasa algo? ¿Necesitas que te lleve al hospital? Dime algo, por favor.

—No es nada, sólo necesitaba hablar contigo.

Devon repiqueteó los dedos, nervioso, temiendo que aquello fuera una de las típicas escenas de Megan en las que trataba de manipularlo para que volvieran a estar juntos. Algo que le había fallado en numerosas ocasiones y que él no quería volver a tratar. Discutir le agotaba, más todavía con Megan, que era una reina del drama desde que se levantaba hasta que se acostaba. Suspiró y tratando de mantener la calma propuso:

—Pareces tensa, te preparé una infusión.

—Prefiero una copa.

Devon la miró dubitativo, pero él mismo la necesitaba. En su casa había tomado una de sus pastillas para los nervios, pero ahora que estaba con Megan éstos parecían hacer mella de nuevo en su estómago. Así que una copa le ayudaría a tranquilizarse y a enfrentarse a la situación de forma racional. Con presteza preparó las dos copas y le tendió una:

—Gracias —dijo Megan, con la vista clavada en sus manos y un tono de voz que denotaba una profunda desgana.

—¿Qué ha pasado? ¿Te has peleado con alguien?

—Un cliente me llamó puta barata —respondió ella tragando saliva, como si aquellas palabras le quemaran.

Devon entró en cólera y protestó:

—¿Y por qué no has llamado al sheriff? Él sabe cómo tratar a los indeseables borrachos.

—No era un indeseable y tampoco estaba borracho.

Él repiqueteó con las puntas de las manos de nuevo. Aunque normalmente Megan no paraba de hablar, parecía que aquella noche tendría que sacarle la información palabra a palabra, algo que le inquietaba. Tratando de ser comprensivo, preguntó de nuevo:

—¿Te hizo daño?

—No, ya te he dicho que solo me insultó. Y luego se marchó del bar y dijo que no volvería.

Derrotado, Devon hundió el rostro en las manos. Había tenido un día duro en el hospital y la noche anterior apenas había dormido a causa de un par de urgencias. Así que no estaba de humor para aguantar las rabietas de Megan a aquellas horas de la noche:

—¿Me has llamado en mitad de la noche y me has sacado de la cama solo porque un cliente te insultó?

Las lágrimas afloraron a los ojos de Megan y Devon se disculpó en seguida, sintiéndose culpable:

—Lo siento. Perdóname. Llevo días haciendo visitas nocturnas y la falta de sueño me pone de mal humor.

—No debería haberte llamado —alzó la cabeza clavando su mirada en la de él—. No debería haberlo hecho, pero necesitaba a alguien con quien hablar. Y no quiero hacerlo con Marjorie, ella solo escucha a Audrey.

Devon se mordió el labio, intuyendo que no era un buen momento para defender a ninguna de sus amigas, así que se limitó a decir:

—Habla conmigo, cuéntame qué ha pasado y trataré de ayudarte.

—Era un chico nuevo, no lo había visto nunca —dudó si citarla a ella, pero recordó la amenaza y decidió obviarlo; no parecía el tipo de hombre que amenaza en balde—. Era muy guapo y captó las miradas de las chicas del local. Parecía elegante, agradable, simpático. Pero cuando nos quedamos a solas, sin venir a cuento, me dijo cosas horribles, como que era una puta barata. Yo me asusté porque tenía la mirada extraña, como si estuviese brutalmente furioso conmigo, pero se estuviera conteniendo. Le dije que llamaría a la policía y se rió de mí. Y luego se marchó y no entiendo nada de lo que ha pasado.

—Tranquila —dijo Devon en voz baja—. Debe de ser un desequilibrado. Si era forastero, no creo que vuelva, pero, si lo hace, en cuanto lo veas llama al sheriff. Y, respecto a lo que te ha dicho, no tiene por qué afectarte tanto lo que alguien como ese tipo te diga.

Megan respiró profundamente y cerró los ojos antes de decir la verdad que se había estado guardando:

—No estoy así por lo que me ha dicho —continuó—. Sino porque quiero saber si tú piensas de mí lo mismo que él.

Él la miró con lástima. Aquella conversación era muy difícil para él, y tenía que medir sus palabras sino quería herirla. Megan no mostraba en demasiadas ocasiones sus sentimientos, pero cuando lo hacía era muy vulnerable y el resultado podía ser peligroso. Así que susurró:

—No voy a juzgar nada de lo que hagas libremente.

—Pero no me respetas…

—Claro que lo hago. Siempre lo he hecho.

—Pero rompiste conmigo…

Así estaba el reproche que Devon había temido que saliera. Sintió que le ardía la garganta cuando ella alzó la cabeza para mirarla.

—Y nunca me dijiste el motivo.

La lástima que Devon sentía era tan fuerte que hacía que se le tensaran todos los músculos. Tragó saliva antes de hablar.

—Sí lo hice. Tú y yo no congeniábamos.

—Eso no es cierto.

—Éramos amigos y lo pasábamos bien —concedió él—. Pero éramos muy diferentes. Y seguimos siéndolo.

—Me ocultas algo…

—Megan, tuvimos esta conversación en su momento y todas las veces que regresé de la universidad la repetimos. Son escasos los noviazgos de instituto que duran para siempre. Y el nuestro no fue una excepción.

—No era lo bastante buena para ti. Un médico y una camarera. Tus abuelos no lo hubieran consentido —masculló ella con amargura.

—Eso no es cierto. No rompí contigo por ellos.

Megan le miró incrédula, pero Devon era sincero. Quizá romper con ella fuera la única decisión que había tomado por sí solo. Y de la que nunca se había arrepentido. Por ello respiró profundamente y le puso las manos en los hombros:

—Lamento mucho lo que te ha pasado esta noche. Y también haberte hecho daño cuando rompí contigo. Pero aquello pasó hace mucho tiempo. Soy tu amigo y quiero seguir siéndolo, pero jamás podré darte nada más. ¿Lo entiendes?

—¿Es por esa estúpida?

Devon apretó los labios, comprendiendo que el momento de debilidad de Megan había terminado y ahora solo quedaba la cruel chica de la que se había apartado.

—No estoy con Audrey y, si lo estuviera, tampoco sería de tu incumbencia. Nunca te he recriminado nada sobre los numerosos hombres con los que has estado.

—Porque no te importa. Pero a mí sí me importa —le imploró—. Y si no fuera por ella, sé que me darías otra oportunidad.

—Eso no es cierto. Y cuanto más lo pienses, más difícil te será aceptar que Audrey es parte de mi vida ahora.

Ella apretó los puños furiosa y él se levantó:

—Será mejor que me marche.

—¡Quédate conmigo! —le pidió, levantándose —Una sola noche, por los viejos tiempos. No te arrepentirás.

Devon esbozó una sonrisa. No era la primera vez que se lo había insinuado, pero tampoco caería aquella noche. Las mujeres como Megan eran como una droga de la que convenía alejarse, porque corría el riesgo de convertirse en un adicto a ello. Es lo que le había pasado a él en el instituto y a Tobías desde que regresó del ejército y comenzó a acostarse con ella. Y él no quería ni podía permitírselo. Así que rechazó con suavidad:

—No es buena idea.

—¿Por qué no?

—Megan, déjalo, te dije que no quería volver a tener esta discusión —insistió Devon, marchándose hacia la puerta.

Los ojos de la camarera centellearon y le gritó:

—Está bien, márchate, no necesito rogarte, tengo a hombres mucho mejor que tú esperando por mí. Porque, no te equivoques, Devon. Me da igual lo que piense la gente de ti. Eres tan mediocre como yo. Estudiaste a base del dinero de tu abuelo y ni siquiera te has ganado tu puesto, solo lo has heredado. Por no hablar de que eres un drogadicto.

Devon se giró inmediatamente y le gritó:

—¡Qué has dicho!

—Sabes perfectamente a lo que me refiero ¿Crees que no sé distinguir cuando alguien ha tomado drogas?

—Que lo hiciera en el instituto cuando tenía exámenes no quiere decir que siguiera haciéndolo después.

—Deja tu fachada para los demás, Devon. Yo conozco tus secretos. Sé lo que pasaba por tu mente sobre tus abuelos, lo mucho que les llegaste a odiar por planificar tu vida. Y también sé que tus pupilas denotan que te pasas la vida tomando esas pastillas que a veces te niegas a recetar a tus pacientes. Eres un puto médico drogadicto y podría hundir tu carrera en el momento que quisiera con solo llamar al colegio de médicos o explicar a tus muchos pacientes quién eres en realidad.

Un escalofrío recorrió la espalda dorsal de Devon, que tuvo que hacer acopio de valor para responder:

—Si alguna vez repites eso delante de alguien, te arrepentirás.

Ella esbozó una sonrisa cruel y replicó:

—Has comenzado defendiéndome y ahora eres tú el que me amenazas. ¿En qué te convierte eso?

—Eso es porque sacas lo peor de las personas. Y quizá ese desconocido no iba desencaminado. Eres una puta barata y no quiero que vuelvas a acercarte a mí. Has agotado mi paciencia, Megan, y esta vez es para siempre.

El portazo que dio fue tan fuerte que estuvo a punto de hacer caer algunas botellas de las estanterías. Megan se quedó mirando la puerta, temblando, y supo que esta vez había ido demasiado lejos. Había jugado durante años la misma baza, y había perdido. Devon no la quería y, seguramente, jamás lo había hecho. Para él solo había sido el cuerpo bonito y la risa divertida con la que compartir los años adolescentes. Y ahora sería aquella estúpida enfermera la que se casaría con él y tendría la vida lujosa que le hubiera correspondido a ella. Eso si no hacía algo para evitarlo. Y muy pronto, antes de que fuera demasiado tarde. Porque no concebía que aquella relación que tanto le había importado terminara definitivamente así.

Las dos caras de la penumbra
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