31. Confesión
—Muy bien, niños, es hora de ir a casa. Muchas gracias por vuestra atención, lo habéis hecho muy bien. Practicad en casa y portaros bien, aunque estoy segura de que lo haréis.
Su voz era dulce, suave y tenía el poder de convencer a los niños de que hicieran lo que ella decía, quizá porque cuando estaba con ellos les dedicaba su máxima atención. Había acudido al coro de la iglesia desde que tenía uso de razón y cuando su padre la echó de casa descubrió que dar clase a los niños le devolvía en parte la familia que había perdido. Además, amaba la música y siempre había encontrado reconfortantes aquellas letras que hablaban de la paz y el amor que le eran tan esquivas. Su voz era un talento natural y la había pulido en las clases de música del instituto y en el propio coro de la iglesia; aunque para muchos su mejor baza era la constancia. La misma que había utilizado para trabajar en la galería de arte de su madre, para cuidar a esta en su enfermedad y ahora con los alumnos del instituto. Marjorie ponía el corazón en todo lo que hacía y ello era uno de sus mayores atractivos.
Los niños fueron salieron ordenadamente como les había enseñado y ella comenzó a recoger las sillas. Nigel, el organista, colocó las partituras en su sitio y se levantó para ayudarla. Era un chico de edad similar a la de Marjorie, aunque su forma de vestir le hacía parecer mucho mayor. Le sonrió, se ajustó las gafas de montura oscura y comentó:
—La clase ha estado genial. Los niños están aprendiendo mucho.
Ella le agradeció el cumplido con una sonrisa, aunque no lo suficiente como para darle pie a nada. Hacía tiempo se había dado cuenta de la adoración que había en los ojos de él cuando la miraba y que no podía corresponder.
—¿Te apetece que nos tomemos un café cuando hayamos terminado de recoger?
—He quedado con Audrey. Si te apetece, podrías acompañaros —se vio obligada a decir para no lastimar sus sentimientos.
Él denegó con la cabeza. No le gustaba aquella enfermera, con la que Marjorie pasaba tanto tiempo y que parecía ser perfecta a ojos de ella. Cundo estaba con Audrey, sonreía de verdad, en cambio cuando era él quien hablaba solo recibía un gesto distraído o una media sonrisa. Así que tomó su cuaderno donde anotaba los cambios que quería hacer en el repertorio y se marchó de la iglesia malhumorado. Audrey entró a la vez que él se marchaba, y preguntó, inquieta:
—¿Qué le pasa a Nigel? Ni siquiera me ha saludado.
—Me ha pedido que fuéramos a tomar un café y le he dicho que había quedado contigo.
—Podría haber venido con nosotras —se ofreció Audrey.
—Se lo dije, pero…
—Solo quiere estar contigo.
—No quiero hacerle daño, pero no estoy interesada en él.
Audrey esbozó una sonrisa comprensiva y se acercó a ella:
—En ese caso, haces bien en no darle pie. Así que borra esa cara triste, no tienes la culpa de ser tan guapa.
Mientras lo decía le acarició la mejilla unos segundos, quedándose ambas paralizadas. Aunque Audrey no era dada a expresar sus sentimientos con caricias, había algo en Marjorie, en su forma de ser, que le hacía bajar la guardia y desear ser cariñosa con ella y expresar sus sentimientos libremente. Cuando estaba con ella no tenía que ser fuerte, simplemente ella misma. Marjorie aceptaba que era reservada y que a pesar de que era amable con todo el mundo, le gustaba la soledad, los silencios y tener tiempo para estar con sus propios pensamientos; algo de lo que apenas podía disfrutar cuando estaba trabajando en la clínica y los pacientes o Devon requerían constantemente su atención.
Unos pasos las interrumpieron. Era el reverendo, que se acercaba a ellas con una sonrisa:
—¡Chicas! Qué alegría veros. Marjorie, lamento haberme perdido tu clase, hoy ha habido más trabajo que de costumbre en el despacho y he tenido varias visitas imprevistas. ¿Cómo ha ido?
—Muy bien, son unos niños muy buenos.
—Eso es obra tuya, querida. Y tú, Audrey, ¿cómo va todo por la clínica?
—Algo complicado por los resfriados, pero nada que no podamos controlar.
—Dile a Devon de mi parte que venga al servicio del domingo. Hace mucho que no lo hace.
—Lo intentaré.
—Lo que me recuerda que he terminado mi sermón. ¿Os importaría echarle un vistazo? Ya sabéis que valoro mucho vuestra opinión. Aunque si tenéis prisa…
—No, solo vamos a tomar un café.
—Bien, esperad aquí.
En unos minutos el reverendo apareció portando un papel en la mano. Audrey y Marjorie se sentaron y esta última tomó la hoja, juntando ambas las cabezas para leer. Cuando terminaron, Marjorie estaba algo pálida y el reverendo preguntó:
—¿Sucede algo?
—No, es un sermón precioso. Es solo que he tenido un bajón de azúcar, apenas he comido este mediodía.
—¿Quieres que llame a Devon? —propuso Audrey.
—No, solo necesito tomar algo.
—¿Queréis que os lleve a algún sitio? —se ofreció el reverendo.
—No será necesario, tengo el coche aquí fuera. Un sermón muy bueno, revendo, estoy deseando escucharlo el domingo —contestó Audrey por las dos.
Él sonrió y las acompañó a la puerta de la iglesia, ofreciendo:
—Marjorie, dime si necesitas algo.
Ella se lo agradeció con la mirada y salió en silencio detrás de Audrey. Cuando estuvieron en el coche, Marjorie vio que no conducía a la cafetería en la que solían quedar, sino al puerto. La interrogó con la mirada y Audrey se explicó:
—Te irá bien un poco de aire fresco. Y a pesar de que aún hace frío, la brisa marina hoy es muy agradable.
—Buena idea.
Ninguna de las dos habló hasta llegar al puerto. Audrey aparcó y la llevó a un rincón de él en el que sabía por experiencia que nadie las molestaría. Por el camino se habían detenido a comprar un par de cafés para llevar, así que ambas se sentaron en el banco y comenzaron a beber el líquido caliente. Atardecía, y el color del agua cambiaba a medida que el cielo lo hacía, en un espectáculo fascinante. Marjorie comentó:
—No puedo creer que lleve toda mi vida en esta ciudad y no conociera este lugar.
—Me lo enseñó Owen. Le encantaba recorrer el puerto y la costa en busca de sitios como este —comentó Audrey, antes de pensar lo que decía.
—¿Vosotros dos…?
—No, solo éramos amigos. Te lo aseguro.
Marjorie esbozó un suspiro de alivio más fuerte de que había querido y volvió a mirar el mar, concentrándose en el sonido de este. Audrey tenía razón, el frío de la brisa del mar era estimulante. Esta comentó:
—¿Qué te ha pasado en la iglesia?
—Ya te lo dije, un bajón de azúcar —respondió Marjorie con demasiada rapidez.
Audrey la miró apenada, y comentó:
—Somos amigas, si no quieres contarme algo no tienes por qué hacerlo. Pero no tienes que mentirme.
—No quiero mentirte, es solo que me da vergüenza explicarte esto.
—¿Por qué? Hemos hablado de muchos temas personales desde que nos conocemos.
Marjorie se mordió el labio, reconociendo que tenía razón, y confesó:
—Es por Sarah. La semana que viene es el aniversario de su muerte.
—Lo sé. Davinia lleva un mes viniendo a la clínica a por pastillas y no para de hablar de ello. Entre nosotras, no sé cómo el sheriff no se vuelve loco.
Una sonrisa amarga asomó a los labios de Marjorie, que respondió:
—Lo que no sé es cómo no nos vuelve locos a todos. Sé que soy dura y que lo está pasando mal, pero es que quiere que me encargue de organizar un memorial. No para de decir lo buenas amigas que Sarah y yo éramos, a pesar de que desde primaria apenas si nos hablamos.
—Pues no lo hagas.
—Eso es fácil de decir, pero ya sabes que no sé decir que “no”.
—Si te muestras débil y manejable los demás te ven así.
—¿A ti te ha pasado alguna vez? —se sorprendió—. Porque da la impresión de que tienes mucha confianza en ti misma.
—La confianza y la fuerza se aprenden a base de golpes. Marjorie, siento ser dura contigo, pero tu padre dejó que pagaras el tratamiento de tu madre, se quedó con el dinero de tu trabajo, cerró la galería y después te echó de casa; y tú no hiciste nada.
—No podía soportar enfrentarme a él. Al fin y al cabo, es mi padre.
—Un padre que se comporta así no merece ser llamado como tal. ¿O acaso te llama alguna vez o te ha ido a ver desde la última vez que hablamos del tema?
Marjorie denegó con la mirada y sus ojos brillaron; y Audrey añadió:
—Y, respecto a Davinia, Devon y yo somos su médico y su enfermera. Nos paga por ayudarla, pero tú no tienes por qué estar a expensas de sus caprichos.
—Pero tú haces muchas cosas por ella, más de las que haría una enfermera normal.
—No lo hago por ella, sino por el sheriff. Me da pena.
—Sí, a mí también. ¿Sabes que él tampoco soportaba a Sarah?
Audrey arqueó una ceja y ella añadió:
—De niña, aunque era muy difícil, aguantaba por Davinia. Pero cuando pasó aquello y ella se mostró tan fría, no pudo volver a intentar verla como a una hija… —se detuvo antes de continuar.
—¿Qué es lo que nunca llegas a contarme de vuestra infancia? No puede ser tan terrible, han pasado muchos años.
—Lo fue.
Audrey tragó saliva. Habían llegado a aquel punto de esa conversación muchas veces, pero algo le decía que hoy sabría la verdad. Así que le tomó de la mano y le dijo:
—Cuéntamelo. Te hará sentir mejor.
—Si lo hago, cambiará tu opinión de mí.
—Siempre dices eso y yo siempre te contesto lo mismo. Eres mi amiga y nada de lo que hicieras hace tantos años cambiará eso.
Marjorie vaciló. Deseaba tanto compartirlo... Así que tomó un sorbo de café, se aclaró la garganta y comenzó a explicar:
—Ya te contamos que Sarah era la niña más popular del colegio. Era guapa, fuerte y tenía algo que hacía que todos quisieran seguirla, incluida yo. Al principio era solo autoritaria, supongo que todas las chicas populares lo hacen para continuar manteniendo su estatus. Pero pronto Sarah comenzó a empeorar en sus acciones.
—¿Acosaba a los otros niños? —adivinó Audrey.
—Sí. Comenzó como simples burlas y desprecios por las formas de ser de los demás, su apariencia física. Ponía motes a los que no le caían bien y se encargaba de que todos los utilizaran.
—¿Nadie le paraba los pies?
—Los niños no funcionan así. Muchos temían que si defendían a los que eran acosados, corrían el riesgo de que ellos fueran las siguientes víctimas. Así que optaban por no hacer nada. Cuando había una situación problemática se marchaban y dejaban que el acoso siguiera, pero ellos no estaban allí para verlo. Y luego estábamos nosotros. Devon, Tobías y yo. Éramos vecinos y nuestros padres eran amigos del sheriff, así que habíamos jugado con ella desde la cuna. Éramos parte de su grupo y, no te voy a engañar, nos gustaba ser parte de los populares con ella.
—Y os convertisteis en acosadores también.
Los ojos de Marjorie brillaron con más fuerza y Audrey la tomó de la mano, asegurándole:
—No te estoy juzgando, solo quiero entenderte.
Marjorie suspiró, apretó la mano que ella le ofrecía y continuó:
—En realidad nosotros no acosábamos, solo lo permitíamos y estábamos con ella cuando lo hacía. Le reíamos todo lo que hacía, pero no era divertido, solo un linchamiento contra un montón de niños inocentes.
—Eso es muy duro, pero ya pasó y…
—Hay algo más. Había una niña a la que Sarah odiaba. Se llamaba Kaitlin y era como una muñequita. No hablaba apenas con nadie, pero era muy inteligente. Pronto se convirtió en la favorita de los profesores, ya que siempre estaba más avanzada que los demás.
—Y Sarah no lo pudo soportar.
—No quería que nadie brillara por encima de ella. Un día, en clase, Sarah no supo la respuesta a la pregunta que la profesora le hacía. Entonces, esta le preguntó a Kaitlin y la acertó, lo que le supuso un premio que Sarah quería para ella.
—Y se vengó… —adivinó.
—Llevaba deseándolo hacia tiempo y aquello solo fue la gota que colmó el vaso. La odiaba porque era más lista que ella y quiso ponerla en su lugar. Y nosotros le ayudamos.
—¿Cómo?
—Era una niña solitaria, solo iba con su hermano mayor, así que aprovechamos que este estaba en clase para atraparla y encerrarla en el sótano.
—¿Qué?
—Eso no fue lo peor. Para que se le quedara grabado que no podía volver a dejarla en ridículo, nos pidió que la desnudáramos.
—Y lo hicisteis…
—Sí. Solo le dejamos puesto la ropa interior. Sarah nos dijo que solo la tendría así media hora, lo suficiente para darle la lección y nos pidió que nos fuéramos a casa porque ella se encargaría de abrir la puerta.
—Pero no la liberó —adivinó Audrey.
—Según ella, se le olvidó. Su madre vino a recogerla y no recordó que tenía que abrir la puerta.
—¿Y qué pasó?
—Cuando su hermano mayor vio que no se reunía con él a la salida del colegio, avisó a los profesores y este al director. Y cuando llegó la noche sin que nada sucediera, comenzaron a organizarse las patrullas. Yo quería contárselo a mis padres, pero Sarah nos dijo que no podíamos hacerlo. Ella había amenazado a Kaitlin de que si le decía a alguien que habíamos sido nosotros, se lo haría pagar, así que estaba segura de que no nos denunciaría. Además, era lo que quería su madre.
—¿Davinia le dijo que mantuviera oculto donde estaba la niña?
—Sí, dijo que tarde o temprano la encontrarían y que era mejor para su futuro que se mantuviera alejada de ello. Así que mientras su marido organizaba las patrullas de salvamiento, ella nos adoctrinaba en cómo seguir mintiendo. Y por culpa de nuestra cobardía al escucharla, pasó algo mucho peor —tragó saliva una vez más—. Sarah, en su inconsciencia, lanzó la ropa que le habíamos quitado por la pendiente rocosa que había al lado de la carretera, muy cerca de donde la recogía Davinia. Cuando comenzaron las partidas para buscar a Kaitlin, su madre iba en una de ellas con varias vecinas. Fue la primera en reconocer la ropa desde la altura y estaba tan angustiada que no quiso esperar a que llegaran los bomberos y bajó ella misma a rescatar a su hija, creyendo que estaba debajo del abrigo, cuando en realidad solo había rocas. La noche anterior había llovido, así que resbaló.
—¡Oh, Dios mío!
—Se despeñó y nadie pudo hacer nada para salvarla.
—Es horrible. ¿Qué pasó con la niña?
—Consiguió escapar por una ventana, aunque se hirió en la pierna. Nada comparable a haber perdido a su madre por nuestra culpa.
—¿Os delató?
—Sí, pero no fuimos castigados. Davinia se encargó de que el sheriff convenciera a todos de que había sido una chiquillada con imprevisibles consecuencias. Los abuelos de Devon tenían mucho poder y se encargaron de que el asunto se olvidara, aunque le prohibieron volver a ser amigo de Sarah. Y respecto a Tobías y a mí, nos beneficiamos de ambas cosas. Causamos la muerte de una mujer, dejamos huérfanos a tres niños y no nos pasó nada.
Las lágrimas cayeron en sus mejillas y también por las de Audrey, impactada por el relato. Ambas se abrazaron y estuvieron así largo rato. Cuando por fin se calmaron, Marjorie comentó:
—Pasé un infierno después de aquello. A Sarah no le importaba, seguía siendo la misma déspota de siempre; y Devon y Tobías fingían que no había sucedido porque les resultaba demasiado doloroso. No podía hablar con nadie de ello, todos parecían querer olvidar que una mujer había muerto y que habíamos destrozado la vida de tres niños.
—¿Qué pasó con la niña?
—No tenía más familia, así que al igual que sus hermanos tuvo que ir a un orfanato. El sheriff me confesó hace algún tiempo que intentó ayudarles, que le dio dinero al orfanato para sus gastos y que quería encargarse personalmente de buscarles una buena casa de acogida, pero que no pudo hacerlo.
—Davinia se lo prohibió —adivinó Audrey, apretando los puños.
—Esa mujer solo ha vivido para ella y para su hija. Decía que lo mejor para Sarah era que todo se olvidara y obligó al sheriff a que convenciera a nuestros padres de que interesarse por esos niños solo nos traería problemas a nosotros. Le manipuló con chantajes emocionales para que utilizara su amistad de años con nuestros padres para evitar que intentaran ponerse en contacto con los niños y les garantizó que estaban bien, aunque nunca supo más de ellos. Supongo que fue muy convincente, porque nadie hizo nada. Los padres de Tobías porque estaban abrumados por el trabajo y las deudas, los abuelos de Devon porque tenían miedo de dañar su imagen social, mi padre porque le era indiferente, y mi madre porque creyó a Davinia cuando le dijo que se habían asegurado de que estaban bien atendidos.
—De tal palo tal astilla. Las malvadas líderes del grupo convenciendo a todo el mundo de hacer lo incorrecto —masculló Audrey.
—Aun así, yo no lo olvidé. Y también me alejé de Sarah, aunque ella seguía buscándome, ya que yo siempre había hecho lo que me había pedido y no quería perder a su esclava. Pero entonces llegó Megan. Que era todavía más guapa, divertida y popular que ella. Sarah se fue volviendo más cruel y pronto todos la fuimos dejando de lado.
—Se me hace raro pensar que Megan era mejor…
—Megan es egocéntrica, presumida y posesiva. Pero tiene sentimientos. No digo que no se burlara un poco de las que no eran populares, pero nada más. Además, Devon comenzó a salir con ella y formamos un grupo lejos de Sarah.
—Es una historia muy dura. ¿Qué crees que pasó con la niña?
—No lo sé. Quiero pensar que encontraron una buena familia que les quiso y les dio un buen hogar. Aunque, desde que mi madre murió, comprendo todavía con más intensidad lo que debió ser perder a la suya en unas circunstancias tan terribles. Y por eso no soy capaz de perdonarme lo que hice.
Las lágrimas volvieron a asomar a sus ojos y Audrey adivinó:
—Por eso te ha afectado tanto el sermón del domingo…
—Cada vez que oigo hablar del perdón me pongo así. ¿Cómo puedo perdonarme lo que hice? Maté a una persona.
—No lo hiciste —la contradijo Audrey—. Sarah lo hizo y Davinia la ayudó. Ellas son las únicas culpables. Si hubieran dicho dónde estaba, su madre no habría bajado por ese acantilado.
—Pero nosotros la ayudamos a desnudarla y encerrarla.
—Cometisteis un error, pero te has pasado la vida arrepintiéndote por ello.
Marjorie asintió con la cabeza y Audrey preguntó
—¿Por eso vas tanto a la iglesia y estás en todos esos comités que ayudan a los niños sin hogar?
—Es mi forma de devolver algo de lo que arrebaté.
Audrey la observó. A pesar de que lo que había hecho era muy grave, se la veía tan triste que algo se abrió en su interior y trató de consolarla:
—No voy a juzgar la niña que fuiste, pero sí la mujer que eres ahora.
—¿Todavía puedes ser amiga de alguien como yo?
—Aquella niña que cometió un error desapareció hace mucho tiempo. Y ahora solo quedas tú, una buena mujer, mi mejor amiga.
Las lágrimas volvieron a asomar a los labios de Marjorie, que susurró:
—Ojalá te lo hubiera contado antes. A Tobías le hubiera gustado escuchar lo que has dicho.
—Él también se sentía culpable —adivinó Audrey.
—Sí, sobre todo cuando le pidieron estar en una comisión para investigar un caso de acoso, se le removió lo que había sucedido.
—Tobías era un buen chico, o al menos el hombre que yo conocí lo era. Y había sufrido mucho con su accidente.
—Y por culpa de Megan…
—Sí, sé que no debería haberme metido en su relación, pero cuando vi lo que el dolor y el resentimiento estaban haciendo con él, pensé que podía ayudarle.
—¿Por qué eres tan buena con nosotros? Nos conoces desde hace tan poco tiempo…
Esta vez fue Audrey la que tembló. Se había hecho esa pregunta cientos de veces en las últimas semanas. No sabía cómo, pero ella, a la que tanto le costaba relacionarse, había terminado estableciendo fuertes lazos con Devon, Tobías y Marjorie. Sobre todo con esta última. Por eso tomó sus mejillas con las manos y le dijo:
—No lo sé. Supongo que es porque tú haces que sea mejor persona.
Y después le dio un beso en la frente, que Marjorie hubiera rogado para que fuera en sus labios.