21.          Un año antes

 

 

El día en que Devon conoció a Audrey, estaba atravesando uno de los peores días de su vida. La señora Potts, enfermera de su padre desde joven y que había sido el pilar en el que Devon se había sostenido desde que este falleciera, se había despedido tres días antes. Aunque todavía le quedaban dos años para retirarse, su hermana se había puesto gravemente enferma y ella había llegado a la conclusión de que era su deber marcharse inmediatamente para cuidarla, aunque eso supusiera dejar la clínica a la que había dedicado toda su vida. A Devon no se le escapaba que no lo hubiera hecho si su abuelo estuviera vivo, le tenía demasiado respeto para abandonarle. Pero con él era diferente. No hacía falta mucho para darse cuenta de que no era santo de su devoción. Para ella el nieto estaba muy lejos como médico de los estándares de calidad de su abuelo, y no dudaba en hacerle con frecuencia pequeños comentarios velados que minaban la autoestima de Devon. No necesitaba a nadie que le recordara que no era tan experto, sereno, profesional y atento con los pacientes como lo fue su abuelo, lo sabía perfectamente. Donde uno había vivido su pasión, el otro solo seguía las órdenes recibidas desde la cuna. Y eso se notaba en el día a día de la clínica, más en alguien que trabajaba con él codo con codo. Por una parte, librarse de ella y de la sombra continua de alguien recordándole que jamás sería tan bueno como su abuelo; pero por la otra, estaba aterrado de quedarse solo con toda la responsabilidad de la clínica, para la que con claridad no estaba preparado.

Era sábado, así que la clínica estaba cerrada, pero Devon temía la llegada del lunes sin una enfermera que le ayudara. Había pedido currículums a la Escuela de Enfermería del condado, pero le habían dicho que no podían ir tan rápido como el necesitaba. Así que llevaba tres días tratando de lidiar con los pacientes, con el teléfono que sonaba con insistencia sobre el escritorio vacío de la recepción y dejando que los informes para pasar al ordenador se amontonaran sobre su mesa. Por lo tanto, había decidido trabajar varias horas durante la mañana para paliar el caos. Estaba ordenando varios expedientes cuando el teléfono sonó. Era su abuela, controlando sus movimientos como de costumbre.

—Devon, querido, ¿por qué no coges tu teléfono móvil? Te he dejado varios mensajes de voz.

—Porque estoy trabajando. Esto es una locura sin la señora Potts y necesito completa concentración —replicó él en un intento de ironía que pasó desapercibido a su abuela.

—Lo comprendo, pero espero que no hayas olvidado que comemos con los Kentver.

—No lo he olvidado —masculló Devon. Lo recordaba, básicamente porque su abuela se lo había repetido decenas de veces, ya que era uno de sus enésimos intentos de buscarle una novia de buena familia.

—Bien —asintió su abuela, complacida—, entonces ven pronto a casa para cambiarte y…

—Lo haré, pero para eso tengo que seguir trabajando o no podré terminar a tiempo lo que tengo pendiente.

—Lo comprendo, querido.

—Luego te veo —se despidió secamente y colgó antes de que su abuela pudiera darle más instrucciones. A pesar de que utilizaba la frase “lo comprendo, querido” en todas sus conversaciones, no entendía nada. Solo pensaba en lo que ella quería. Había conseguido que se ocupara de la clínica y viviera con ella, ahora su siguiente objetivo era que se casara y le diera nietos. Algo en lo que él no quería pensar de momento, y su opinión no cambiaría por más que ella se empeñara en organizarle citas. Se sentó desesperado y abrió el cajón para tomar una pastilla que le relajara, pero justo en ese momento el timbre de la puerta sonó. Devon maldijo para sus adentros, lo último que necesitaba era atender urgencia médica. Abrió con desgana, para sorprenderse al ver a una chica elegante y delicada que no había visto jamás. Era bajita, pero no parecía importarle, ya que llevaba una altura de tacón más pensada en la comodidad que en lucirse. Llevaba un vestido granate que marcaba a la perfección su esbelta figura. Su cabello era largo y estaba peinado en suaves ondas, con la parte superior recogida en un pequeño broche también granate. Su rostro era bonito, con la piel blanca sin una sola imperfección, los ojos almendrados y los labios abiertos en una cálida sonrisa. No era una mujer despampanante, pero había algo en ella que llamaba la atención.

—Disculpe, no quería molestarle, pero el sheriff me dijo que hoy estaría aquí. ¿Es usted el doctor Parrish?

—Sí. ¿Está enferma?

—No, soy la enfermera que atendió a la señora Atkins en la clínica. El sheriff me dijo que le hablaría de mí.

Él se quedó sin saber qué decir un instante, avergonzado. Claro que se lo había dicho. La noche anterior, en el bar, cuando se había quejado de que no encontraba enfermeras libres, el sheriff le había hablado de ella, recomendando que la contratara. Le había dicho que era eficiente, serena y uno de los pilares de la recuperación del último ataque de Davinia; y que le diría que acudiera a la clínica para que le hiciera una entrevista. Pero al llegar a casa, él se había tomado varias pastillas para poder dormir y lo había olvidado. No era la primera vez que le pasaba, aunque ahora no quería pensar en ello.

—Creo que he llegado en mal momento. Debí llamar y…

Su voz era dulce, educada, serena. Relajante. También lo era su sonrisa, así que se apresuró a decir:

—No, en absoluto. Pase y vayamos a mi despacho.

Ella le siguió con una sonrisa y Devon, cuando observó el estado de este, se disculpó:

—Lamento el desorden.

—No hay nada que disculpar, es lógico que se cree un poco de caos si se va un miembro importante del equipo.

Devon sonrió por primera vez en días y ella añadió:

—Le he traído mi currículum. Debo advertirle que no tengo estudios universitarios, por tanto soy solo auxiliar de enfermera. Le he traído las referencias de mis anteriores trabajos y...

—¿Cuándo puede empezar? —la interrumpió.

—¿No quiere examinar la documentación que he traído? —preguntó ella, sorprendida.

Él la miró con intensidad y respondió:

—Davinia es una paciente muy querida mía, y no ha sido hasta la estancia en la clínica en la que usted la atendió que vi alguna mejoría. Si ha hecho eso por ella, estoy seguro de que es la persona que yo necesito. Y con sus estudios basta para lo que hacemos aquí. Así que hablemos de las condiciones y, si nos ponemos de acuerdo, por mí puede empezar el lunes.

—Como estoy segura de que nos pondremos de acuerdo, prefiero empezar hoy mismo a organizarme. Así la clínica estará perfecta para cuando el lunes recibamos a los pacientes.

Su tono era suave, pero autoritario, y Devon intuyó que detrás del delicado aspecto de la chica se encontraba una mujer fuerte e inteligente. Así que asintió:

—Eso sería perfecto. Déjeme que anule un compromiso que tenía y los dos trabajaremos juntos hoy. Y, por cierto, tutéame, es lo lógico si vamos a ser colegas.

Ella le obsequió con una sonrisa y Devon llamó a su abuela para cancelar la comida. Trabajó con Audrey codo a codo durante gran parte del día. Resultó que además de eficiente era amable y encantadora, así que al terminar la jornada la llevó al bar para presentársela a sus amigos. Era nueva en la ciudad y Devon quería que se sintiera bien acogida, porque algo le decía que contratarla había sido la mejor decisión de su vida. Marjorie congenió inmediatamente con ella, también Tobías. Y Megan le puso mala cara, pero es lo que hacía con todas las chicas nuevas, así que no le preocupó. Durante toda la velada rieron, hablaron y no fue hasta que Devon dejó a Audrey en su casa que advirtió que había olvidado tomar su pastilla diaria para calmar los nervios.

Las dos caras de la penumbra
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