13. Diez años antes
Jason estrujó nervioso la nota que había recibido de Kaitlin para que se vieran en secreto en el sótano del orfanato, de noche, cuando todos estuvieran durmiendo. Sería la primera vez que lo harían a solas desde que ella había regresado, y por fin podría dar rienda suelta a sus sentimientos retenidos. Su fuerza de voluntad había luchado contra aquel anhelo profundo que le hacía desear dejar el orfanato e ir en su búsqueda. Solo su mente brillante le había convencido de que siendo casi un niño y sin dinero, lo único que podía hacer era fingir que acataba la decisión del centro, mientras esperaba encontrar una solución que les acercara de nuevo. Y eso le había costado tanto… Durante los primeros meses de la marcha de Kaitlin, había revivido una y otra vez los últimos días que habían pasado juntos. Ella le había garantizado que no le olvidaría, pero temía lo que sus padres adoptivos podrían hacerle para convencerla de que dejara el pasado atrás. Al final, había urdido un plan para seguir adelante, esperando el momento en el que pudiera recuperarla o convencer a las autoridades de que le permitieran mantener el contacto. Para ello, era necesario pretender ante la psicóloga que había enterrado el dolor y la furia, y que era capaz de controlarse. Resultaba irónico que un chico de trece años fuera más listo que una psicóloga tan engreída como la doctora Smith, pero así era. Él había sobrevivido a la dureza de una infancia sumergido en la pobreza, a la muerte de su madre en circunstancias horribles y a todos los obstáculos que habían surgido a raíz de esta. Y ahora utilizó toda su inteligencia y fortaleza interior para crear a un nuevo y ficticio Jason. No volvió a nombrar a Kaitlin delante de nadie, pero se fue obsesionando más cada día con ella. Fingió que lo había superado, que era un chico estable y sereno gracias presuntamente a las terapias de la psicóloga. Diseñó una estrategia perfecta y consiguió engañar a todos, incluso a la prepotente doctora que no era capaz de ver más allá de los patrones aparentes. Le hizo creer que le controlaba, pero era él quien dirigía las sesiones, diciéndole lo que ella quería escuchar. Lo había hecho todo para ganar una oportunidad de ver a su hermana. Y cuando ella volvió al orfanato, supo que había valido la pena todo el esfuerzo que había hecho y el dolor que había soportado. Kaitlin volvía con él. Y ahora que podría verla a solas, descubriría lo que escondían sus ojos y que él había advertido. No era tristeza por la muerte de sus padres adoptivos, sino algo mucho más profundo que era evidente que no podía explicarle en público.
Suspiró, mirando el reloj. Kaitlin llegaba tarde, y le invadió un profundo temor de que no hubiera logrado escaparse. Se levantó y caminó varios pasos para tranquilizarse, cuando escuchó el ruido del suave descenso de su hermana por las escaleras. Su mirada se clavó en la de ella en cuanto apareció en el sótano y al hacerlo comprendió que ocultaba mucho más de lo que había intuido a primera vista en la distancia. Estaba destrozada. Se acercó a ella con rapidez y la abrazó con la fuerza retenida de la separación. Ella se aferró a él y sus brazos le apretaron mientras comenzaba a sollozar con fuerza contra su pecho. Jason se moría de ganas de preguntarle qué sucedía, pero tenía que dejar primero que se desahogara. Su pecho dolía con fuerza al sentir sus lágrimas sobre él y sus ojos brillaban al sentir los estremecimientos que el llanto provocaba en su cuerpo. La abrazó, la sostuvo y besó infinitamente sus cabellos hasta que los sollozos comenzaron a disminuir y comenzó a calmarse. Entonces, la acercó hasta las cajas en las que había estado sentado. Allí, continuó acariciándola y mirándola a sus ojos cristalinos, hasta que ella, a sabiendas de que no había una forma fácil de decirlo, susurró sin más preámbulo:
—Lo hice yo, les maté yo.
No esperaba que dijera eso, pero algo en su interior le hizo preguntarse, como en un resorte, que podía haberle hecho aquel matrimonio que fuera tan horrible como para motivar que su dulce hermana hubiera actuado así. Con una ternura infinita, liberó el cabello atrapado en su cara por las lágrimas y acarició sus mejillas. Sus palabras se quedaron varios segundos atrapadas en el nudo de su garganta antes de atreverse a preguntar:
—¿Qué te hicieron?
Ella no encontró las palabras para responder a su pregunta en la magnitud necesaria para que comprendiera, así que al final decidió que era mejor mostrárselo. Con lentitud, temiendo su reacción y que sufriera al verla, se quitó la camiseta y le enseñó la espalda. Jason dejó de respirar al verla. La piel de su hermana, que él recordaba blanca e inmaculada, estaba ahora desgarrada por los latigazos, que habían dejado cicatrices, algunas todavía sin curar, que iban desde los hombros hasta las nalgas. Sus ojos se llenaron de lágrimas y ella se giró para abrazarle de nuevo. Permanecieron así varios minutos, hasta que ella se lamentó:
—No quería hacerte sufrir, pero necesitaba tanto hablar contigo y explicarte lo que sucedió…
Jason cerró los ojos unos segundos y cuando los abrió, tomó su rostro con sus manos y le garantizó:
—Quiero que me cuentes lo que pasó. Con detalles, no te dejes nada por miedo a que yo sufra, necesito saber hasta el último detalle de lo que esos malnacidos te hicieron.
Ella asintió y comenzó a explicar lo que había sucedido. Los castigos, los insultos, los golpes a diario. El miedo constante en el que vivía, la añoranza que sentía de que él no estuviera con ella para protegerla. Jason la miraba cada vez más horrorizado y entonces, una idea terrible apareció en su mente. El corazón golpeaba con fuerza sus costillas y su voz tembló al preguntar:
—Aguantaste todo eso durante meses, ¿por qué esa noche decidiste dejar de hacerlo?
No necesitó su respuesta, sus ojos se lo dijeron todo. Sus manos se crisparon y masculló apretando la mandíbula:
—Ojalá hubiera podido matarlo yo con mis propias manos.
—Aquel día, solo comenzó a tocarme. Fue horrible y estaba convencida de que habría más. No pude soportar la idea. Y no sabía cómo evitarlo, me sentía sola, perdida, asustada, y la idea de matarles apareció en mi cabeza con tanta fuerza que no pude resistirme a ella. Necesitaba ser libre…
Su voz temblaba tanto como su cuerpo y Jason la sostuvo asegurándole:
—Hiciste lo correcto.
—Pero nadie lo vería así, ni siquiera Harry.
—¡Dejó que te hicieran todo eso! —gritó él.
—Él no es como nosotros.
—No le defiendas, no después de ver tu espalda o de saber que... —su voz se ahogó.
—Harry sería incapaz de hacer lo que yo hice. De hecho, no sé cómo pude hacerlo yo.
Jason la miró, orgulloso:
—Eres única, Kaitlin. Eres fuerte y valiente e hiciste lo que tenías que hacer para sobrevivir.
Ella respiró, aliviada, y sonrió:
—No te imaginas lo duro que ha sido fingir que sus muertes me importaban, cuando lo único que me aterraba era que la policía sospechara de mí. Por ello le dije a Harry que no hablara de los maltratos a los que nos sometían. A él le dije que era para no manchar su nombre, que ya habían sufrido bastante al morir asesinados de una forma tan cruel. Pero en realidad quería evitar que alguien pensara que podía tratarse de una venganza.
—Y el muy estúpido aceptó sin hacer preguntas ni cuestionarse nada —adivinó Jason, cada vez más convencido de que parecía imposible que Harry compartiera la misma sangre que ellos.
—Es su forma de enfrentarse a la vida. Mamá decía que era como ella, tan diferente a nosotros…
—Mamá era una ilusa soñadora que creía que todo se solucionaba solo, pero nunca se arreglaba nada.
Kaitlin hizo una mueca triste y Jason añadió:
—Sea como sea, nosotros no somos así, nosotros hacemos lo que se tiene que hacer para sobrevivir. Nos defendemos. Y vamos a seguir haciéndolo. Y eso va a requerir que sigas siendo muy fuerte. No puedes dar ninguna pista que haga sospechar de ti.
—En principio, la policía ha cerrado el caso como un robo. Nadie debería hacer más preguntas.
—Lo sé, pero puede que la doctora Smith quiera hacértelas. Sobre cómo te sientes y lo que sucedió.
—Le mentiré todas las veces que haga falta. Puedo hacerlo, Jason, te lo aseguro. Llevo meses aguantando en silencio las palizas, echándote de menos y, ahora que he vuelto, finjo que no quiero estar contigo porque esa maldita doctora dice que está mal que estemos tan unidos.
—Lo sé, yo también le miento a diario —contestó apoyando su frente sobre la de ella—. Pero vas a tener que esforzarte durante mucho tiempo, porque este secreto te hace daño y será difícil ocultar ante todos tus verdaderos sentimientos.
—Ahora que lo he compartido contigo, es más fácil.
—Siempre voy a estar aquí para ti —le garantizó él.
—Ídem.
Sus miradas se cruzaron a la vez que sus manos se entrelazaban y Kaitlin susurró:
—Ha valido la pena todo solo por volver a estar contigo. Cuando tú estás, me siento al salvo.
—Ídem —repitió él.
—¿Volveremos a vernos a solas? No puedo concebir hablar contigo cuando los demás están presentes, sin abrazarnos ni poder decir la verdad de lo que pensamos o lo que sentimos.
—Claro que sí. El mundo no nos lo va a poner fácil, pero juntos lograremos superar todo y permanecer juntos y unidos.
—¿Siempre?
—Siempre —repitió él llevando sus manos entrelazadas al pecho, justo encima del corazón, mientras clavaba su mirada azul en la de ella para que supiera que no tenía ninguna duda de ello.