23. Necesidad
Audrey recorrió el camino desde el bar hasta su casa en silencio, dejando que Devon condujera, ella estaba demasiado nerviosa para hacerlo. En sus oídos resonaban las palabras de Megan y las suyas propias que no debería haber dicho, pero que no había podido evitar que salieran de su boca. No era una persona que hablara sin pensar, pero a veces incluso ella perdía la capacidad de controlarlo todo. Cuando llegaron a su edificio, saltó más que descendió del coche y abrió la puerta de su apartamento todavía con la mano temblorosa. Devon la acompañó sin preguntarle, algo que la hizo sentir hastiada. Hubiera preferido mil veces la compañía de Marjorie, pero el sheriff se había ofrecido a llevar a esta a su casa. Devon había hecho lo mismo con ella, y era patente que él la necesitaba. Ella era la única persona con la que Devon podía serenarse, más en un momento como ese, así que a pesar de que se sentía agotada y quería estar sola, ofreció:
—¿Te apetece una taza de té?
—No quiero ser una molestia —comentó, aunque su expresión denotaba que estaba deseando quedarse.
—No lo haces. Nos haremos mutua compañía —respondió ella con suavidad, sabiendo que era lo que necesitaba oír.
Mientras Audrey iba a la cocina y ponía el hervidor en funcionamiento, Devon recorrió la estancia con la mirada. Todo estaba limpio y ordenado, y la decoración era suave, bonita y elegante. Un hogar sereno en el que relajarse después de una dura jornada de trabajo. Sin duda, era la representación física de Audrey, y deseó permanecer allí mucho más tiempo. Se sentó en el sofá y apoyó sus manos sobre la frente, cerrando los ojos y descansando un poco. Audrey apareció poco después, portando una bandeja con dos tazas de tila. Se sentó a su lado, apoyó la bandeja en la mesita central y le tendió una de las tazas y un sobrecito de azúcar moreno, el que a él le gustaba. Ella tomó su taza y, sin añadirle nada ya que le gustaba amarga, sorbió poco a poco su infusión, dejando que esta la relajara. Devon hizo lo mismo y ambos permanecieron en silencio varios minutos, hasta que él se atrevió a decir con voz preocupada:
—No deberías haber insinuado que la muerte de Tobías fue culpa de Megan. No puedes decir eso sin desatar una bomba.
—No lo insinúo, lo afirmo categóricamente y sin ningún tipo de vacilación —replicó ella con dureza.
Devon abrió los ojos de par en par:
—Audrey, tú no eres así. Tú no hablas así.
Ella suspiró con amargura y le espetó:
—¿Y cómo soy, Devon? ¿Tonta?
—Yo no he dicho eso —protestó él.
—No, pero lo piensas —replicó ella, levantándose con tanta furia que casi lanzó la taza al suelo.
Devon la miró incrédulo y sintió que algo le golpeaba en su interior. Se levantó y con voz tensa le preguntó acercándose a ella:
—¿De verdad crees que te daría toda la confianza que te doy en la clínica si no estuviera seguro de tu capacidad? Te delego todo lo que puedo y sé que mis pacientes están en tus manos completamente seguros. ¿Quieres más prueba de mi confianza que eso?
Ella retrocedió un paso, pero Devon recuperó la distancia y tomándole de las manos susurró:
—Lo único que digo es que tú no eres Megan. No eres neurótica ni histérica. Eres Audrey, la que hace que todos, en especial yo, mantengamos la cordura.
Ella no contestó, así que añadió:
—Solo te pido que sigas manteniéndote serena. Hazlo por mí. Tobías era mi mejor amigo desde primaria. Te necesito a mi lado. Si tú te derrumbas, yo también lo hago, y no puedo permitírmelo. Tengo pacientes a los que atender y no puedo hacerlo si estoy histérico.
Audrey suspiró y él le acarició con suavidad la mejilla mientras le preguntaba preocupado:
—¿Te pido demasiado? ¿Estoy siendo egoísta? No quiero serlo, pero no se me ocurre otra forma de…
—No eres egoísta —contestó ella con la suavidad que la caracterizaba—. Lamento no haberme podido controlar. No sé cómo aceptar que Tobías ha muerto en un accidente de coche borracho justo ahora que quería dejar de beber. Pero tienes razón, debes estar centrado, tus pacientes te necesitan. Y yo voy a estar aquí para ti. Solo dame un poco de tiempo, hoy yo también tengo mucho que asimilar.
Devon la abrazó al escuchar sus palabras y ella enterró la cabeza en su hombro, preguntándose durante cuánto tiempo más podría ser el sostén que él necesitaba.