22.          Nueve años antes

 

 

Jason estaba exultante. Había estado todo el día planificando una sorpresa para Kaitlin, así que cuando por fin llegó la hora de encontrarse con ella subió rápidamente las escaleras del desván, asegurándose eso sí, de que nadie le viera, y entró en él con una sonrisa radiante. Sin embargo, esta se borró por completo al observar su semblante serio y entristecido cuando le recibió con la mirada sin siquiera saludarle. Jason, profundamente inquieto, dejó el paquete que llevaba en una desvencijada silla que había cercana a la puerta y se sentó a su lado en el viejo colchón, tomándola de la mano como siempre hacía. Ella desvió los ojos hacia la pequeña ventana del techo y susurró con extrañeza:

—Has venido…

—¿Lo dudabas? Habíamos quedado —le recordó Jason, sin comprender ni el comentario ni su tristeza aparente.

—Lo sé, pero los chicos de tu clase han ido de excursión a las afueras. Creí que te apetecería ir con ellos.

—¿Más que estar contigo? ¿Cómo se te ha podido ocurrir algo así? —comentó Jason en tono jocoso.

Sin embargo, Kaitlin no sonrió, y él comenzó a preocuparse de verdad. Por su mente pasaron varios escenarios, en los cuáles él acababa golpeando a cualquiera que la hubiera dejado tan afectada. Así que la obligó a mirarle y le preguntó con el tono serio que solo utilizaba en las ocasiones graves:

—¿Qué te pasa? ¿Alguien te ha molestado? Puedes contarme lo que sea, ya lo sabes.

Ella vaciló, comenzaba a sentirse muy tonta por lo que rondaba por su cabeza, pero al final se sinceró:

—Es por algo que escuché anoche en la habitación de las chicas.

—¿Alguien se metió contigo?

—No, hablaban de ti.

—¿De mí? —se extrañó. Para Jason el orfanato estaba lleno de personas que le resultaban completamente indiferentes y eso incluía a los cuidadores, a sus compañeros e incluso a su hermano Harry. Ninguno de ellos tenía nada que mereciera su atención, por tanto no comprendía que él se la provocara.

Kaitlin advirtió que tendría que ser más clara, así que añadió:

—Algunas chicas de mi habitación hablaban de que eres muy guapo y sexy, y que les gustas.

Una risa se le escapó a Jason abiertamente y comentó:

—¿Y por qué te molesta que digan eso de mí?

—Porque dijeron que querían salir contigo. De hecho, se te estaban repartiendo…

—No soy un trozo de carne, no pueden repartírseme —incidió él, intentando bromear, pero nuevamente sin conseguir que ella riera.

—Pero pueden seducirte.

Los ojos de Kaitlin brillaron intensamente al decirlo en una mezcla de ira y preocupación; y Jason comprendió que estaba celosa y que había algo mucho más profundo en ese sentimiento que el simple miedo a perder la conexión con su medio hermano mayor. Era lo mismo que le había sucedido a él en los últimos meses cuando estaban a solas. Su relación estaba cambiando y ninguno de los dos sabía lidiar con ello o encontrar los límites. Pero si algo estaba claro es que ninguno de ellos estaba preparado para que nadie entrara en su relación de dos. Por ello, permaneció en silencio varios segundos. Si hubiera sido al revés, tendría los mismos sentimientos o quizá mucho peores. La mera idea de que un chico flirteara con Kaitlin le atacaba el corazón y le hacía hervir la sangre, más imaginar que llegara a hacer algo con ella. Así que la tranquilizó diciéndole lo que le hubiera gustado escuchar a él en el caso contrario:

—Que lo intenten no significa que lo consigan.

—Algunas de ellas son muy guapas y algún día querrás pasar tu tiempo con ellas y no conmigo.

—Kaitlin, ¿de dónde sacas esas ideas? No hay nadie en este orfanato, en el instituto o en ningún otro sitio de la tierra al que yo prefiera antes que a ti. Ni ahora ni nunca. Y eso es extensible a cualquier chica que conozca o pueda conocer. Solo quiero estar contigo, por eso busqué este lugar y me paso el día pensando en las formas de vernos y en lo que haré en cuanto salga de este maldito sitio para que podamos vivir  juntos sin escondernos cada vez que queramos hablar.

Ella no pareció muy convencida, así que él se levantó, recogió el paquete y se lo tendió:

—¿Qué es?

—Un regalo. Pensé que te gustaría.

Los ojos de Kaitlin brillaron y abrió apresuradamente el paquete, que contenía una preciosa lámina de un paisaje caribeño. Boquiabierta susurró:

—Es precioso…

—Sé lo mucho que echas de menos el mar. Así que pensé que te gustaría tenerlo aquí, en nuestro lugar especial, como decoración.

Su corazón dio un vuelco de agradecimiento, pero su parte práctica, la que siempre temía que Jason fuera castigado por su causa, le hizo preguntar con rapidez y gesto inquieto:

—¿De dónde lo has sacado?

—Lo cogí “prestado” de la biblioteca.

—Devuélvelo. Si te descubren te castigarán.

—No lo harán, nadie le hacía caso donde estaba cogiendo polvo desde hacía años. En cambio aquí tú puedes mirarlo y saber a dónde te llevaré cuando salgamos de aquí para que podamos vivir felices juntos.

Kaitlin le miró incrédula:

—¿Hablas en serio?

—Sí, claro que sí.

—¿Y si para entonces tienes novia? Te la llevarás a ella y no a mí —incidió ella, recordando su preocupación inicial.

—No voy a tener novia, las chicas son idiotas —le aseguró él.

—Yo soy una chica.

—Tú eres diferente. Eres lista y perfecta, y nunca me aburro contigo. Así que mira esa lámina cada vez que te entren dudas porque te aseguro que yo no tengo ninguna —la corrigió él.

Kaitlin sonrió halagada y miró la lámina de nuevo, pero pronto su gesto se torció de nuevo y Jason le preguntó:

—¿Qué sucede? ¿No me crees?

—No es eso. Es que se me ha ocurrido que si estuviera en esa playa no podría bañarme.

—¿Por qué?

—Ya sabes por qué —susurró ella avergonzada.

Jason suspiró, comprendiendo, y la tranquilizó:

—Las cremas funcionarán, es cuestión de tiempo.

—No lo harán y tú lo sabes, solo lo dices para consolarme. Mi espalda será siempre horrible.

—Eres una chica preciosa y me da igual las marcas que tengas en la espalda, eso no te hace menos perfecta —le garantizó él torciendo el gesto, desolado de que sus cicatrices siguieran afectándole tanto y sintiéndose impotente por no poder hacer nada para que desaparecieran igual que no había podido hacer nada para evitarlas.

—A ti no te importan, pero para el resto del mundo serían horribles de ver. Por eso las oculto.

Una sonrisa triste asomó a los labios de Jason, que inquirió:

—¿Y qué te importa más, lo que digan los demás o lo que diga yo?

—Tú —contestó ella con rapidez—. Pero aunque todo el mundo me dice que soy lista, a veces me gustaría ser bonita como esas chicas que te pretenden.

—Ya eres bonita, mucho más que cualquiera —contestó él mientras acariciaba con suavidad su mejilla—, demasiado incluso…

—¿Demasiado?

—Hablemos de otra cosa, ¿quieres? —propuso él dejando de acariciarla al instante.

—¿Qué te preocupa?

Jason tragó saliva. Su cuerpo entero había temblado cuando le había acariciado el rostro, y susurró:

—Nada, solo que a veces no sé lo que me pasa.

—¿Te refieres a mí? ¿He hecho algo mal?

—No, claro que no, es solo que… —su voz se quebró. Quería tratar de explicarle que algo se estaba removiendo en su interior, algo que no podía sentir por su media hermana. Pero no era capaz de explicárselo, así que propuso— ¿Por qué no hablamos de lo que haremos cuando estemos en esa playa? Me apetece más…

Ella sonrió, pero un pensamiento volvió a nublar su mente y preguntó:

—No permitirás que vuelvan a separarnos, ¿verdad?

—No puedo prometerte eso, solo que si lo hacen, encontraré siempre la forma de volver a tu lado.

Los dos entrelazaron las manos y ella le dijo:

—Cuando vayamos a esa playa, no quiero que haya nadie más que tú. ¿Estaremos juntos y solos los dos?

—Juntos y solos los dos.

Una sonrisa asomó a los labios de ambos, y Jason la estrechó contra sí, pensando en cuánto anhelaba que ese plan se hiciera realidad.

Las dos caras de la penumbra
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