35. Egos rotos
El bullicio del bar iba desapareciendo a medida que los últimos clientes se levantaban de las mesas y de la barra, dejaban el dinero de sus consumiciones y se despedían de Megan. Todos menos Jason, que permanecía inmóvil en el mismo lugar en el que había estado toda la noche. Tenía la mirada fija en la camarera, pero no la veía. Solo podía pensar en el rostro de Kaitlin cuando se había marchado. A veces había admirado su cabezonería, pero no esa noche cuando él era víctima de sus ideas equivocadas. Suspiró y Megan se acercó a él contoneándose, provocándole una mueca irónica. Aunque Kaitlin no hubiera existido, él jamás se habría fijado en ese tipo de mujer, por la que no había que hacer nada para conseguirla salvo arrojarle un par de sonrisas o tomarse una copa con ella. En el que caso de la camarera, además, había algo que le sacaba de quicio. Todas y cada una de las veces que se había acercado a hablar con él había criticado a varios de los presentes y en especial a Kaitlin, lo que había hecho que tuviera que apretar varias veces sus puños para evitar golpearla. Nunca había golpeado a una mujer y no iba a empezar a hacerlo ahora. Pero necesitaba vengarse de algún modo de aquella estúpida mujerzuela que se atrevía a insultar a Kaitlin. Una sonrisa asomó a sus labios. No necesitaba violencia física para vencer a alguien como ella, solo un poco de su inteligencia. Así que se levantó, sorbió un último trago de su copa y se despidió:
—Buenas noches.
Megan le miró juguetona y comentó:
—Dame cinco minutos para que cierre el bar y estoy contigo para asegurarme que sean muy buenas.
—Lo serán, pero sin ti.
Ella le miró sin comprender y él se explicó:
—¿De verdad crees que un hombre como yo querría estar contigo? No eres más que una puta. Un objeto barato de placer para los hombres que se conforman con estar con mujeres como tú. Pero mi gusto es mucho más exquisito.
Jason sintió una satisfacción al ver el brillo de furia de sus ojos. Ella protestó:
—¿Cómo te atreves a hablarme así? Has aceptado mis copas gratis y has ligado conmigo toda la noche.
—No soy como tú, las copas no compran mis servicios sexuales. Y no he ligado contigo, solo me he divertido viendo tus patéticos intentos de seducirme.
Sus palabras sacaron de quicio a Megan, que hizo ademán de lanzarle una copa. Él la sujetó con fuerza antes de que lo hiciera y ella le gritó amenazadora, comenzando a asustarse:
—Suéltame o llamo a la policía
—No voy a hacerte daño —la tranquilizó, para luego espetar con voz dura y despectiva—. Así que no pierdas el tiempo llamando a la policía porque te he rechazado, eso no es un delito en ningún estado. Además, es obvio que eres la puta no oficial de la ciudad. Alguien con tu reputación, que invita a entrar en su cama a todo el que entra en su bar, tiene una credibilidad muy baja en lo que a la policía se refiere, y si les molestas para eso tu imagen todavía se enfangará aún más.
Los ojos de Megan centellearon, herida en lo más profundo, y Jason la soltó con lentitud, asegurándose que no tuviera cerca ningún otro objeto para lanzarle. Ella susurró:
—¿Quieres eres?
—Esa, querida, es la pregunta adecuada que no puedo responderte.
—Se lo preguntaré a…
—No se lo preguntarás a nadie —la interrumpió Jason, volviendo a sujetarla, esta vez con tanta fuerza que marcó sus dedos en sus muñecas—. No hablarás de mí a nadie y menos a ella. Porque si lo haces, si la molestas en lo más mínimo, volveré y destrozaré esa cara tuya que consideras tan hermosa. Y, créeme, nunca amenazo en balde así que sigue mi consejo y olvida lo que te ha dicho.
Megan le miró, aterrorizada, y Jason supo que le obedecería. La soltó y se despidió con sorna:
—Que descanses, espero que no volvamos a tener el placer de vernos.
Después salió del bar sin mirar atrás. Supuso que Megan estaría mirando por la ventana, esperando que se desvaneciera en la noche. Le dio el gusto, al fin y al cabo estaba deseando llegar a casa de Kaitlin. Las calles estaban muy poco transitadas, en contraste con las grandes ciudades en las que los coches y las motocicletas circulaban con el ritmo incesante. Era un bonito lugar para vivir, aunque Kaitlin no lo había escogido por ello. Había llegado el momento de vengar el pasado. Pero antes tenía que recuperarla. Aquella noche había arriesgado mucho fingiendo seducir a Megan, pero tenía que hacerlo. Necesitaba que Kaitlin le deseara tanto como él a ella. Que fuera suya en cuerpo y alma le obsesionaba. Muchas veces se había preguntado cuándo había comenzado su profundo amor por ella, más teniendo en cuenta que jamás había sentido interés en Harry. Los tres hermanos se habían criado juntos en la zona más pobre de la ciudad, en una pequeña casa alquilada que parecía ir cayéndose a trozos y en las que se colaba el frío del invierno y las conversaciones de los vecinos. Su padre era un alcohólico y su madre tenía una adicción peor: su marido. Ella se pasaba la vida limpiando oficinas y casas particulares, él gastando en alcohol todo lo que ella ganaba. Los dos hermanos eran demasiado pequeños para recordar nada de aquella época, así que no habían lamentado que él muriera en un accidente de coche después de una de sus frecuentes borracheras. Tampoco recordaban al padre de Kaitlin, un hombre casado. Como era habitual en su madre, soñadora nata, durante varios meses vivió en la ilusión de que él dejaría a su esposa para irse a vivir con ella y les daría una vida mejor a ella y sus hijos, pero al final lo único que consiguió fue el dinero que él le dio para que olvidara que existía y que era el padre de Kaitlin. Así que para los tres hermanos la figura paterna había sido omitida, y su madre había estado centrada en trabajar en dobles turnos para pagar las facturas, por lo que los hermanos se habían criado en libertad. Jason, al que le costaba mucho relacionarse con otros niños, tomó el papel de cuidar de su hermana pequeña, a la que adoraba. Y ella le pagó con la misma devoción todas sus atenciones. A diferencia de lo que les sucedía con Harry, al que nada parecía unirles, Kaitlin y él entablaron una amistad que iba mucho más allá de los lazos fraternos. Ambos compartían una inteligencia fuera de lo común y solo parecían entenderse el uno al otro. Su madre, con escaso tiempo para preocuparse de nada que no fuera la entrada de dinero, agradecía que ambos estuvieran siempre juntos. Harry no formaba parte del tándem, pero a diferencia de sus hermanos era sociable y pronto entabló relación con los hijos de los vecinos. Así que, aunque pasaban penurias económicas y apenas tenían cosas materiales, encontraron algo parecido a la felicidad. Hasta el día que lo cambió todo. Jason jamás olvidaría cómo se le partió el alma cuando vio la imagen de Kaitlin corriendo hacia él bajo la lluvia. Al igual que el resto de su familia y de la policía, la había estado buscando por las calles y por el colegio. Y, al final, la había encontrado corriendo por el patio del colegio, herida y desorientada. A pesar del frío, iba en ropa interior y de su pierna emanaba la sangre de un profundo y sucio corte que se había hecho al romper la ventana de la habitación de la limpieza en la que aquellos matones la habían encerrado después de desnudarla. Kaitlin había intentado detener la hemorragia con sus manos y ahora también ellas estaban cubiertas de sangre, igual que sus cabellos. Se abrazó a él como una muñeca rota. Quiso gritar horrorizado, pero no pudo, ya que la voz se le quedó atrapada en el nudo que se le había formado en su garganta. En aquel momento experimentó un odio profundo hacia los que habían osado hacerle aquello a su hermana. Y, mientras la abrazaba para consolarla, se hizo la promesa de que no permitiría que nadie volviera a hacerle daño. Y lo había cumplido, al menos siempre que había estado en su mano hacerlo. Y seguiría haciéndolo, quisiera ella o no.