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APLICACIONES TERAPÉUTICAS DE LOS ALIMENTOS
La obesidad
Se suele creer que la obesidad es una enfermedad o desarreglo causado por el consumo excesivo de alimentos o calorías, pero, desde el punto de vista energético, no es exactamente así. La obesidad es fruto, más que de una ingesta excesiva de comida, de un desarreglo metabólico —energético—, que produce acumulaciones. Por decirlo de manera llana, no tiene que ver sólo con las entradas sino también con las salidas o eliminaciones. El problema no es comer demasiado, sino no disponer de energía suficiente para metabolizar lo que comemos. Hay personas que comen mucho y no engordan. El motivo de ello es que cuentan con un metabolismo activo y eficaz. Por el contrario, hay quien come muy poco y sin embargo sufre de obesidad, y la razón no es otra que la inoperancía de su metabolismo: la debilidad del fuego interno de estas personas no les permite quemar y disolver las grasas y eliminar los residuos procedentes de los alimentos que ingieren. En consecuencia, para combatir el problema, tan importante o más que cuidar de que los alimentos que tomemos no contengan demasiadas calorías es optar por una dieta que aumente la vitalidad del organismo y, por lo tanto, del fuego interno y del metabolismo.
En la medicina oriental se compara el fuego digestivo con un gran caldero. Si el caldero está suficientemente caliente, la comida se cocina bien y no deja residuos en el organismo. Por el contrario, si la temperatura del caldero es escasa, la comida no se cocerá adecuadamente, se digerirá mal y no podrá metabolizarse y ser eliminada con facilidad. De ahí que haya pacientes que afirmen que engordan con sólo beber un vaso de agua. Lo que les sucede en realidad es que les falta fuerza digestiva —fuego— y no son capaces de eliminar o «fundir» los sobrantes alimentarios.
Hoy por hoy ya existe una nueva tendencia en el tratamiento de la obesidad, de la que participan muchos nutricionistas y dietistas, según la cual lo trascendental no es reducir los aportes calóricos sino mejorar el funcionamiento metabólico. De hecho, con las instrucciones que vamos a dar a continuación, uno puede comer cuanta cantidad quiera sin que exista riesgo de que engorde y sin sufrir deficiencias (cosa que puede suceder a la larga con una dieta disociada, por ejemplo). Al contrario: por mucho que coma, lo más probable es que adelgace.
Para tratar convenientemente el desarreglo, debemos tener en cuenta que existen dos tipos de obesidad. Una es la obesidad troncular, llamada androide por los endocrinos porque es más frecuente que la padezca el hombre. La obesidad troncular afecta principalmente a la mitad superior del cuerpo, dándole forma de manzana. La otra, conocida como ginoide por los endocrinos, es más propia de las mujeres y se desarrolla fundamentalmente en la parte inferior del cuerpo, que en este caso toma forma de pera.
ANDROIDE
Estas dos clases de obesidad son fruto de acumulaciones de distinto origen. La obesidad en forma de manzana, que como acabamos de indicar afecta a la zona superior del cuerpo —hombros, cuello, papada, senos...—, está producida por acumulaciones derivadas de la ingestión de alimentos de tipo yin. Para distinguir cómo se generan las acumulaciones de tipo yin de las de tipo yang es útil comparar el organismo, que está compuesto de agua en un 70% a 80%, con un sencillo vaso de agua. Si echamos en un vaso determinadas sustancias, por ejemplo nata, veremos que flotan. En cambio, si echamos un trozo de bistec, éste se hundirá hasta descansar en el fondo del vaso. Lo mismo ocurre en el cuerpo. Las natillas, crema de leche, mantequilla, helados, nata... tienden a acumularse en la cara, la papada, el cuello, los hombros, los senos, los brazos y, en general, en la parte superior del cuerpo. Cada alimento tiene trofismo en una determinada zona del organismo —es decir, tendencia a dirigirse hacia ella—, y cuando se trata de un alimento que el cuerpo no puede metabolizar con facilidad, pues biológicamente no es adecuado para la especie humana —carne, lácteos, etc.—, se producen acumulaciones justamente en el órgano o víscera donde ese alimento tiene trofismo o por el que siente apetencia.
La obesidad en forma de manzana está relacionada, como apuntábamos más arriba, con el consumo de azúcar, lácteos blandos (mantequilla, nata, crema de leche, yogures, natillas, flanes, batí—dos...), helados, dulces, bollería con azúcar y harinas refinadas (magdalenas, bollos), mermeladas azucaradas, fruta en gran cantidad, aceites refinados (exceso de fritos, mantequilla de cacahuete, pan con aceite, etc.). Eliminando de forma drástica de la dieta ese tipo de entradas y adoptando una alimentación estándar, las acumulaciones que provocan la obesidad superior —que son de tipo yin, expansivas— desaparecen con bastante facilidad en la mayoría de los casos. A veces, en sólo dos o tres meses se observan resultados espectaculares.
Por otra parte, conviene saber que cuando se sigue una dieta contra la obesidad, lo primero que se pierde es volumen, ya que el cuerpo elimina rápidamente gas, aire, los elementos más yin. En numerosas ocasiones, las personas que acaban de empezar una dieta para reducir peso afirman que no lo han perdido pero que usan una o dos tallas menos. Es lo correcto cuando se sigue una dieta como es debido. En nuestra experiencia, hemos tratado obesidades de todo tipo, y casi siempre el primer paso ha sido ése: una pérdida de volumen que antecede a la pérdida de peso.
GINOIDE
Volviendo a los tipos de obesidad, la inferior o con forma de pera, que afecta principalmente a las nalgas, los muslos, las piernas, el abdomen bajo, etc., es mucho más lenta de eliminar que la superior, debido a que se produce por la acumulación de proteínas de origen animal, acompañadas de grasas saturadas de la misma procedencia.
Las proteínas de origen animal, muy yang, se fijan mucho al tejido y son muy difíciles de remover. Por si fuera poco, el núcleo que forman en la zona baja del organismo tiende a acumular a su alrededor sustancias de tipo yin, como las grasas que hemos citado, agua y otros líquidos, que son la causa de que la parte inferior del cuerpo adquiera tanto volumen y que dan lugar propiamente a la celulitis y la obesidad.
Para combatir la obesidad inferior, hay que eliminar en primer lugar el núcleo yang. Es precisamente el desconocimiento u olvido de esta premisa el motivo del fracaso de la mayor parte de las dietas de adelgazamiento que pretenden acabar con la obesidad de la zona baja del cuerpo. Esas dietas atacan la zona yin de la acumulación, es decir, el envoltorio acuoso y graso, a base por ejemplo de una dieta hipocalórica, basada en ensaladas y bistecs, pero no hacen lo propio con el núcleo yang. ¿Qué ocurre entonces? El cuerpo no puede soportar por mucho tiempo una alimentación tan extremadamente yang y llega un momento en que la persona se ve obligada a normalizar su dieta. De inmediato, el núcleo yang, que se ha visto reforzado y aumentado, pide sustancia yin a su alrededor, más grasa y más agua que antes, con lo cual la zona afectada adquiere un volumen mayor que el de antes de haber empezado la dieta. Así, las personas que siguen ese tipo de tratamientos tienden a padecer obesidad repetidamente.
Cuando, por el contrario, se elimina drásticamente de la dieta la proteína animal, en especial la de origen terrestre (carnes, huevos, embutidos, etc.), el núcleo yang pierde fuerza paulatinamente. Si la proteína animal se sustituye de forma mayoritaria por alimentos de origen vegetal incluyendo algas marinas —que ayudarán a aflojar el núcleo proteico—, y se sigue una dieta con los complementos proteicos adecuados y bien equilibrada en lo que respecta a los nutrientes, el núcleo yang mengua poco a poco y, como consecuencia, el volumen general se reduce Es un proceso lento, pero ininterrumpido: si la dieta se sigue de forma adecuada, la obesidad desaparece de forma definitiva.
La proteína animal de origen terrestre tiende a acumularse en zonas distintas según el tipo de alimento de que se trate. La carne tiende a hacerlo en las nalgas, los jamones y embutidos en los muslos y las nalgas, y las grasas saturadas de los embutidos y de los lácteos duros (queso parmesano, queso de bola, etc.) en las cartucheras. De modo que es fácil saber de forma muy precisa qué tipo de acumulación sufrimos y cuál es el remedio que debemos aplica, Si uno tiene cartucheras tendrá que evitar las pizzas, el jamón de York y los embutidos en general. Si uno tiene demasiado trasero, deberá evitar la carne. Si lo que tiene gruesos en exceso son los muslos, convendrá que elimine de su alimentación los derivados del cerdo. Las piernas voluminosas y que padecen de pesadez y cansancio responden muy bien a una dieta sin proteína animal terrestre.
TRATAMIENTO
Pero, como decíamos más arriba, no se trata tanto de reducir el volumen de comida en general, sino el de algunos productos en particular, así como de mejorar el metabolismo, ¿Cómo podemos hacerlo? Justamente tomando alimentos que potencien la fuerza digestiva, el fuego interno.
Claro está que cada persona es un caso particular y que las dietas deben personalizarse, pero en líneas generales son algunos cereales —el centeno, el mijo, el trigo sarraceno, la quínoa y la pasta de trigo sarraceno (espaguetis, tallarines, fideos...)— los que más ayudan a tratar la obesidad, sea del tipo que sea. El arroz integral y la cebada combinados también ayudan, pero sin duda los que más estimulan el fuego interno son el mijo, el centeno —que es especialmente drenador— y el trigo sarraceno.
El mijo, que puede tomarse como desayuno en forma de crema dulce o salada, es un perfecto estimulante del fuego digestivo y de la linfa. Resulta especialmente recomendable para personas con digestiones lentas, las cuales se sienten muy pesadas después de comer. Hay a quien incluso las ensaladas, la fruta o la propia agua le producen pesadez. Para evitarlo, es ideal, de buena mañana, tonificar la energía del fuego digestivo con un plato de mijo. Otra opción aconsejable es un desayuno de copos de centeno o de pan de centeno de levadura madre.
En cuanto al arroz y la cebada pueden tomarse como equilibradores o reguladores, pero no bajan tanto el peso.
Por otra parte, deben evitarse las bebidas frías, las frutas, los zumos de frutas y las ensaladas, a no ser que uno sufra de exceso de calor en el cuerpo. Estos alimentos apagan el fuego digestivo, con lo cual no pueden ponerse en marcha con la intensidad y regularidad debidas los procesos que se ocupan de la disolución y eliminación de las grasas acumuladas. En las dietas contra la obesidad, pues, deben eliminarse de forma drástica las comidas y bebidas frías y, generalmente, las ensaladas y la fruta cruda.
Otro tipo de alimentos que sí hay que potenciar en los casos de obesidad son las verduras: el puerro? la cebolla, las cebolletas, la zanahoria, el nabo, tanto fresco como seco y rallado (daikon), etc. El rabanito rallado ayuda a eliminar grasas, al igual que el jengibre fresco.
También resulta conveniente tomar legumbres pequeñas, especialmente las de forma arriñonada, en pequeñas cantidades —entre cuatro y seis cucharadas por comida—. Es excelente, por ejemplo el azuki, una judía roja muy mineralizada que debe cocinarse a ser posible con alga kombu.
En cuanto al pescado, debe ser blanco, no graso, y salvaje, no de piscifactoría —hoy se producen en las piscifactorías lubinas, doradas, rodaballos, salmones y truchas—. Puede tomarse en pequeñas cantidades de tres a cinco veces a la semana, dependiendo de las constituciones.
En cualquier caso, las fuentes principales de proteínas deben ser productos de origen vegetal, como el tofu, el seitán, el tempeh y el amaranto. Si la obesidad es de tipo inferior, con más razón deberemos acudir a la proteína de tipo vegetal. Si ésta constituye entre un 10% y un 15 % de nuestra dieta —en función de la estación del año y la constitución de la persona— y le sumamos los cereales y las verduras que hemos citado, enzimas digestivos como los pickles y un poco de miso en sopa de tres a cinco veces a la semana, y usamos aceites como el de sésamo, el de cártamo y el de lino —una cucharada o dos a diario—, de primera presión en frío, a buen seguro aumentaremos el fuego interno de forma importante.
Para estimular la zona digestiva, también nos será de mucha ayuda tomar un calcio caliente una o dos veces al día. Al cocinarlo, debemos tener mucho cuidado con el uso que hagamos de la sal. No debemos echarla nunca directamente en d plato, sino durante la cocción, en pequeñas cantidades y procurando siempre que sea sal marina, tamari o miso de cebada.
Por último, para el buen funcionamiento del metabolismo, debemos eliminar de la dieta los picantes fuertes, como ajos y cebollas crudos, y también los azúcares simples (azúcar blanco, miel, sacarina, chocolate, fructosa y alcohol), para que no se produzcan oscila—dones del nivel de glucosa en la sangre, que pueden derivar a su vez en ataques de hambre.
Cuando se decide iniciar una dieta contra la obesidad, hay que tener en cuenta que no es recomendable perder peso muy deprisa. Las dietas que se anuncian con la promesa de que la persona que las siga perderá 9 kg en tres semanas o un mes son una verdadera barbaridad desde d punto de vista energético y para la salud general del organismo, Y es que si las grasas se eliminan muy rápidamente» los detritus o toxinas que se acumulan en ellas, entre ellos metales pesados y dioxinas, se vuelcan al torrente sanguíneo y pueden depositarse en zonas vitales del organismo, como el cerebro o el sistema nervioso. La pérdida de peso debe producirse deforma progresiva, sin pausa pero sin prisa. Perder más de 3 o 4 kg al mes no es conveniente. No hay que descartar que algunos cambios de carácter paralelos a adelgazamientos muy drásticos puedan deberse a alteraciones del sistema nervioso motivadas por esas sustancias tóxicas.
La dieta debe contener drenadores que permitan que esas toxinas acumuladas puedan ser eliminadas de forma adecuada por los emuntorios u órganos de eliminación. Por ello es importante el consumo regular de verduras frescas y de pequeñas cantidades de algas. Estas últimas se emplean en la cocción del cereal o de la legumbre, o se añaden en pequeñas cantidades a las sopas. Los alginatos y otras sustancias que las algas desprenden en las cocciones tienen la capacidad de atraer las toxinas y facilitar su eliminación.
Por otra parte, aunque el tratamiento específico de la bulimía será asunto de otro libro, queremos hacer un breve apunte sobre ella. La necesidad compulsiva de comer responde muchas veces a una hipoglucemia de fondo. Ésta, a su vez, está muy asociada a tendencias psicológicas caracterizadas por la sensación de asco o de rechazo. Cuando alguien utiliza expresiones como «ay, qué asco», «qué asqueroso» o «qué asco me da», estamos casi con toda seguridad ante un hipoglucemico. Como en otros casos en los que la psique y el cuerpo se influyen mutuamente, la hipoglucemia produce rechazo y el rechazo produce hipoglucemia. Esta somatipsiquización o psicosomatización hay que abordarla desde dos frentes: desde el psicológico, incidiendo en la falta de empatia o tolerancia, justificada o no, y desde el dietético, tratando el problema metabólico de la forma adecuada.
Los desórdenes y sufrimientos emocionales
Antes de entrar en detalle en algunos de los desórdenes emocionales más frecuentes, conviene recordar algo a lo que ya hicimos mención cuando abordamos la teoría de los cinco elementos: la estrecha relación que existe entre algunos estados emocionales y el estado de determinados órganos del cuerpo. De hecho, y como demuestran los últimos avances en medicina psicosomática, es una relación de ida y vuelta, en la que tan importante es el proceso de somatización de trastornos mentales o emocionales como el proceso de psiquización, si se nos permite la expresión, de estados orgánicos carenciales.
Cuando el corazón está sano, nos sentirnos alegres, serenos, lúcidos y en paz. En cambio, cuando el corazón no está energéticamente bien, sufrimos ansiedad, angustia, nerviosismo, insomnio, agitación mental, etc. Asimismo, según la medicina tradicional china, la psicosis está acompañada por el exceso de yang, humedad y flemas en el corazón.
Por otra parte, y según nuestra experiencia clínica, existe una relación directa entre el mal estado de las arterias coronarias, fruto del consumo desmedido de productos cárnicos, y la tendencia a ser excesivamente territorial, es decir, a poner un celo exagerado en preservar el territorio de expansión vital, se trate del puesto de trabajo, la pareja, el estatus social, etc. Ese celo inmoderado implica autoritarismo y posesividad y muchas veces da lugar a reacciones desproporcionadas ante cualquier hecho que la persona viva como una amenaza.
Los órganos que intervienen en la digestión —páncreas, estómago y zona intestinal (bazo chino y función portal)— están relacionados con la capacidad de decisión, la determinación, la simpatía, la empatia con d entorno y la buena marcha de las fundones intelectuales. Cuando d estómago—páncreas o los intestinos no están en buen estado, pueden surgir problemas de indecisión, de duda sistemática. No nos referimos, claro está, al sano ejercido de la duda, sino a la duda patológica. Las dificultades digestivas también están vinculadas con la confusión mental, d desorden espaciotemporal, el ofuscamiento y la falta de ánimo.
Cuando los órganos afectados son d pulmón o d intestino grueso los que se resienten son, sencillamente, los sentimientos. Un pulmón fuerte proporciona un estado de ánimo optimista, vítalista, desinteresado, vibrante, energético, magnético... En cambio, cuando el pulmon esta bajo de energía, la persona se siente melancólica, deprimida, triste, carente de entusiasmo por las cosas, falta, en fin, de ganas de vivir.
Los sentimientos positivos relacionados con el riñón son la confianza en uno mismo, la autoestima y la fuerza de voluntad. Cuando d riñón y las suprarrenales sufren alguna carencia energética, surgen el miedo, la inseguridad en uno mismo, la desvalorización, la falta de voluntad y la desorientación en la vida.
Por su parte, el fugado está asociado con la generosidad, el altruismo, la paciencia, la tolerancia, la capacidad de escuchar, entender y respetar al otro. Si el hígado está afectado, aparecen la cólera, la irritabilidad, la impaciencia, la intolerancia, la frustración, la contención exagerada.
Hasta aquí, una visión rápida y muy general de los órganos, sus vísceras y su relación con las emociones. La lista de vinculaciones entre estas últimas, las distintas partes del cuerpo —y su función y fortaleza— y los alimentos que consumimos podría ser mucho más larga y precisa, pero desgraciadamente no podemos, en este libro, abordar tan apasionante asunto con el detalle que merece. A modo de ejemplo, baste citar la relación que existe entre el miedo territorial y la disminución del flujo respiratorio en los bronquios causada por las acumulaciones relacionadas con el consumo de lácteos.
LA IRRITABILIDAD Y EL ENFADO
Los efectos de la dieta sobre nuestro estado anímico y psicológico son contundentes, por mucho que la mayoría de las veces no seamos conscientes de cómo nos influye lo que acabamos de comer. El caso de la irritabilidad, el enfado o la cólera es buen ejemplo de ello.
Generalmente, la irritabilidad suele deberse a un mal funcionamiento energético u orgánico del hígado, provocado por los alimentos que tienden a sobrecargarlo, esto es, los alimentos grasos y muy concentrados. Tienden a producir enfados el exceso de fritos, los frutos secos, los lácteos, especialmente los más duros porque contraen más el hígado, y la proteína animal. La carne es un generador de agresividad debido a su composición y naturaleza. Al ser un alimento tan yang, tan contractivo, afecta directamente el flujo de energía en el hígado. También lo hacen los frutos secos, sobre todo cuando se comen fuera de temporada, en época no otoñal, exceptuando la almendra, que es un producto más veraniego y tiene una naturaleza más refrescante y menos grasa y caliente que la de la nuez o que la de la avellana. La avellana y la nuez son más calientes por naturaleza y tienden a calentar el hígado mucho más.
En la medicina china, se adjudican al hígado una serie de funciones entre las que destaca la de ser el gran distribuidor de la energía. El hígado es el gran filtro por el que pasa el alimento antes de llegar a la sangre y está directamente vinculado con el diafragma y la función respiratoria. Cuando un exceso de grasas o de proteína animal lo satura, la energía se bloquea. Al no poder fluir hacia arriba y hacia abajo (especialmente importante es que no pueda ascender hacia el corazón), la energía se acumula, bloqueándose y provocando sensación de irritabilidad y, en casos extremos, hasta de cólera. El problema, sin embargo, tiene fácil solución. Lo que debemos conseguir es que las grasas que ingiramos puedan ser fácilmente digeridas, diluidas y metabolizadas, de modo que no se acumulen en la zona hepático—diafragmática. Para ello, como indicábamos más arriba, debemos tomar cuantas menos grasas saturadas mejor y, a ser posible, eliminar de nuestra dieta la carne, los huevos y los lácteos duros. Si no lo hacemos, cuando menos debemos acompañar esos alimentos con otros que ayuden a la digestión y a la solubilización de las grasas por parte de los fluidos digestivos y biliares: vegetales amargos, rabanitos, un poquito de shoyu, pickles, agua limonada, etc. Esos productos ayudan a que la digestión de las grasas sea más fácil y se produzcan menos acumulaciones en la zona subdiafragmática y hepática. No obstante, si se toman grasas saturadas y proteína animal siempre existirá la posibilidad de que se generen y, por lo tanto, la irritabilidad, se manifieste más o menos, siempre estará latente. En definitiva, cuando una persona consume este tipo de alimentos es muy fácil que tenga una personalidad más irritable o agresiva.
Un tipo de cólera particular es la que podríamos llamar cólera contenida. La sufren quienes van acumulando frustración y rabia sin exteriorizarlas. Públicamente, pasan por ser personas absolutamente pacíficas, amables, un tanto pasivas y que jamás sucumben al enfado y la ira. Sin embargo, con frecuencia llega un momento en que no soportan tanta contención y estallan de forma desmedida y en ocasiones muy violenta. Desde el punto de vista energético, suele tratarse de gente que consume mucha carne, horneados, grasas animales, lácteos duros, sal y especialmente huevos. Estos productos, altamente contractivos, producen una suerte de bloqueo en el hígado, con lo que la energía se ve forzada a contenerse, hasta que llega un momento en que no puede más y explota.
La contención excesiva de las emociones y el bloqueo energético están estrechamente vinculados. Claro está que detrás de un brote colérico pueden existir factores psicológicos y una continuada represión de las emociones. Pero los estados psicológicos y los energéticos, derivados fundamentalmente del tipo alimentación que seguimos, se influyen mutuamente.
A lo largo de veintitrés años de práctica profesional, hemos podido comprobar que el consumo excesivo de huevos genera en la persona una tendencia a no saber ver o reconocer cuáles son sus sentimientos profundos. Asimismo, cuando uno consume mucho huevo, no es muy consciente de por qué le suceden las cosas, de por qué reacciona de una u otra manera. Se produce una suerte de falta de visión interior acerca de cuáles son nuestros impulsos, los motivos últimos que nos mueven. Aplicando el pensamiento analógico, podemos comparar esa tendencia con la propia forma del huevo, que no es sino un receptáculo cerrado a cuyo interior no se puede acceder con facilidad, a no ser que lo rompamos. Además, el huevo cuenta con una energía muy yang, muy contenida, relativamente estable y centrípeta, esto es, orientada hacia el interior. Cosa parecida le ocurre a la persona que reprime sus emociones hasta el punto de obviarlas: hace un enorme esfuerzo, consciente o inconscientemente, para reprimirlas en su interior.
TRATAMIENTO
Es fácil tratar la irritabilidad. Simplemente dejando de comer durante una semana los alimentos que hemos citado anteriormente, notaremos que nuestra agresividad mengua de forma sorprendente. No obstante, si precisamos de un antídoto raudo para el enfado, un buen vaso de zumo de manzana consigue sedar velozmente la energía del rugado, el exceso de fuego hepático producido por los alimentos mencionados. Otros alimentos refrescantes, como el apio, el puerro, los espárragos, la alcachofa, la uva o las ensaladas son también efectivos a medio plazo, pero sin duda es la manzana en forma de zumo la que se lleva la palma a la hora de calmarnos rápidamente un enfado.
Otro tipo de alimentos óptimo para las personas fácilmente irritables son los cereales: el trigo —KAMUT, espelta o candeal—, la pasta de trigo de las variedades que acabamos de citar, el cuscús, la cebada y el maíz y pequeñas cantidades de arroz integral son de mucha utilidad en este caso. También se obtienen buenos resultados aumentando el consumo de legumbres, especialmente de soja verde, y de proteína vegetal y eliminando los derivados cárnicos.
LA DEPRESIÓN
El síndrome depresivo abarca un gran número de estados anímicos cuyo denominador común es una mezcla de melancolía, falta de energía o alicaimiento y desmotivación por vivir. Como sabemos, es un síndrome relativamente común y que puede sufrirse con mayor o menor crudeza: se dan desde grandes estados de depresión, de carácter endógeno o exógeno pero que afectan muy seriamente a la persona, hasta depresiones menores más o menos—leves.
Nuestra experiencia clínica nos indica que detrás de cualquier estado depresivo siempre laten como mínimo dos problemas objetivos graves, conflictos sin solución aparente, que bloquean la capacidad de la persona para reaccionar ante ellos y que la sumen en un impasse, a la espera de que se resuelvan. No obstante, por muy graves que sean objetivamente los problemas de fondo, la depresión no tiene tanto que ver en última instancia con ellos como con la forma en que la persona los asume. Es sabido que hay quien se hunde por motivos que otra persona afrontaría con facilidad. Lo cual significa que, cuando surge un conflicto, la posibilidad de encararlo con éxito depende más en muchos casos del estado en que se encuentre la persona en cuanto a su nivel de energía y sus recursos mentales, que de la propia gravedad del problema.
Desde el punto de vista energético, las depresiones responden casi siempre a carencias energéticas, que impiden que la persona pueda afrontar los problemas que la acosan, sea consciente de ellos o no lo sea. Por otra parte, las depresiones están asociadas a cierto grado de bloqueo emocional y, por lo tanto, a cierto grado también de bloqueo energético. El cuerpo es un conductor bioeléctrico. Nosotros podemos desenvolvernos porque la energía bioeléctrica recorre nuestro organismo —principalmente de arriba abajo pero también de abajo arriba— y carga los meridianos, los tejidos y las células. La correcta circulación de la energía permite que todas las funciones orgánicas, mentales y corporales trabajen de forma armónica. Cuando la energía no fluye y no nos nutre de forma adecuada, pueden producirse bloqueos emocionales y mentales con más facilidad.
En su proceso de metabolización, el azúcar refinado consume gran cantidad de minerales y de complejo vitamínico B. Precisa de ellos para su combustión y su conversión en energía, de modo que, cuando comemos azúcar, estamos robándole al organismo minerales, oligoelementos y vitaminas a manos llenas. Esto provoca una deficiencia en los tejidos, que se ven incapaces de absorber y conducir la energía adecuadamente y que, por lo tanto, carecen de pronto de la fortaleza necesaria para mantener nuestro nivel energético.
El azúcar y otros productos refinados, entre los cuales se cuenta la miel comercial, tienen un efecto altamente acidificante sobre la sangre. Para amortiguar esa acidez excesiva, el organismo tiene que hacer un gran dispendio de minerales, que provienen de entrada de la sangre, luego de órganos como el cerebro y los riñones y también de los huesos y los dientes. El pH sanguíneo o nivel de acidez/alcalinidad en la sangre debe mantenerse alcalino, ligeramente por encima de 7,34. Cuando se baja de ese nivel se entra en un estado de acidez que el organismo tiene que combatir, para lo cual recurre a un sistema tampón, formado por sales minerales de los tejidos. Éstas son fundamentales para la constitución de la matriz de los tejidos y órganos del cuerpo. Cuando, debido el consumo del azúcar, se pierden grandes cantidades de sales minerales, los órganos de donde han sido sustraídas se resienten muchísimo —especialmente el cerebro, los anones y los huesos— y la persona cae en ese estado de carencia de energía, vitalidad y tono que acompaña a muchos estados depresivos.
En la medicina china, se asocia esta pérdida de minerales con el consumo de sustancia y esencia de los órganos. Como decíamos, dos de los órganos dadores de sales minerales en situaciones de exceso de acidez son el cerebro y el riñón, que, según la medicina tradicional china y la medicina oriental en general, son los órganos que más esencia acumulan. El consumo de productos refinados o de alcohol conduce a una pérdida progresiva de esencia, tanto prenatal como posnatal —es decir, de sales minerales, ácidos grasos esenciales y otros valiosos nutrientes, intentando hacer un símil con términos nutricionales modernos—, que a su vez tiene como consecuencia una merma de la vitalidad y la salud general de la persona.
En lo que respecta al cerebro, el consumo de azúcar merma también los recursos mentales. El azúcar tiene un efecto extremadamente expansivo y, por lo tanto, dispersante, que dinamita la capacidad de concentración y favorece la fuga de ideas. Asimismo, es junto con sus derivados uno de los alimentos que más responsabilidad tiene en el deterioro de las facultades mentales, lo cual se pone de manifiesto de forma palmaria en la tercera edad, cuando debido al normal desgaste fisiológico el cerebro es más vulnerable ante cualquier agresión de tipo bioquímico o energético. Como veremos cuando hablemos de la enfermedad de Alzheimer, los efectos del azúcar, junto con los de otros alimentos muy expansivos, están en la base de muchas enfermedades seniles, según nos indica nuestra experiencia clínica.
Además, en el caso de la depresión, el azúcar actúa de la manera siguiente: cuando entra en el torrente sanguíneo, produce una gran subida de la glucosa, que el cuerpo intenta amortiguar segregando una cantidad importante de insulina, la cual a su vez tiene un efecto rebote, pues produce hipoglucemia al cabo de un tiempo. Así, cuando una persona se toma un café con azúcar o un refresco azucarado porque está a disgusto, de mal humor o baja de energía —es decir, tiene hipoglucemia—, y quiere, como se suele decir, cargar pilas, no está haciendo otra cosa que firmar la hipoglucemia que sufrirá al cabo de hora y media, dos o tres horas, cuando el efecto rebote se produzca (véase la gráfica). Y vuelta a empezar: cuando la Hipoglucemia se vuelva a instalar, sentirá de nuevo la necesidad de consumir un azúcar de fácil asimilación. Como al cuerpo le cuesta tolerar los estados hipoglucémicos, el consumidor de azúcar estará alternando constantemente momentos de depresión, de falta de energía, de desajuste físico—energético —por citar algunos síntomas—, con momentos de euforia, de complacencia, de éxtasis, de optimismo exacerbado.
No son pocas las personas que tienen por costumbre prácticamente inamovible comerse por ejemplo un bollo a media mañana y tomar una merienda dulce, amén de los consabidos postres dulces en las comidas. En realidad, sin ese recurso constante al azúcar, no pueden desenvolverse con comodidad. Eso es debido a que se ha instalado en su organismo una hipoglucemia crónica, que tiene que ser combatida constantemente a fuerza de alimentos dulces. La instauración de ese círculo vicioso en el que la hiperglucemia releva a la hipoglucemia sin solución de continuidad produce a la larga un gran cansancio en el páncreas y un deterioro crónico de las funciones y de las reservas generales del organismo. Los tejidos, en consecuencia, se van desgastando y envejecen rápidamente. Es lo que en medicina china se conoce como deficiencia de yin, una deficiencia en la sustancia que nutre los tejidos orgánicos, vitales, de la persona.
¿Qué consecuencias tiene a nivel nervioso o psicológico ese deterioro? Las carencias metabólicas y orgánicas y bioquímicas en general, producto del esfuerzo del organismo por compensar el exceso de acidez, se traducen en una disminución de los reflejos y recursos para reaccionar antes las situaciones conflictivas y estresantes. En realidad, las deficiencias bioquímicas son un calcio de cultivo idóneo para que la persona se bloquee ante problemas que posiblemente se le antojarían asumibles o solucionables, cuando no anecdóticos, si dispusiera de un organismo mejor conservado y más vital. Una forma de comprobar esta afirmación es observar y analizar lo que ocurre cuando tomamos una buena cantidad de dulce estando de buen talante y de buen humor. Al cabo de dos, tres, cuatro o cinco horas, notaremos ineluctablemente un bajón psicoemocional, más o menos agudo en función de nuestra fortaleza constitucional y de los alimentos con que hayamos acompañado el azúcar. Generalmente, cuanto más continuo y exagerado es el consumo de azúcar, más agudo es su efecto melancolicogénico, dispersante y depresor.
Evidentemente, sí la persona compensa bien la dieta, el efecto del azúcar es menor. El consumidor adicto es el que más sufre esa tendencia a caer en momentos o estados depresivos. Nuestra experiencia clínica nos indica que muchas veces patologías más importantes como algunas psicosis tienen también como trasfondo biológico un fuerte consumo de azúcar y sus derivados o de otros productos más expansivos todavía, como el alcohol o las drogas.
Por otra parte, el azúcar es especialmente perjudicial para la creatividad. La creatividad requiere de un buen pool de esencia. Ésta es la que permite la regeneración de los tejidos y la creación de nuevas células en el organismo, y resulta vital para que la persona pueda generar nuevas ideas, percepciones, formas de estar en el mundo. La pérdida de esencia —a la que contribuye como hemos visto el consumo de azúcar— conlleva falta de creatividad.
El consumo excesivo de productos como el azúcar, el chocolate y la bollería —incluso el moderado, en el caso de personas con constituciones no demasiado fuertes—, genera también inseguridad y estados de dependencia psicoafectiva. La causa de ello es que el azúcar mina la vitalidad y la fortaleza del riñón, órgano vinculado con emociones como la seguridad en uno mismo y la autonomía personal. De la misma manera, en el caso de constituciones delicadas, un consumo continuado de azúcar puede afectar la voluntad y sentido de dirección en la vida.
TRATAMIENTO
Nuestra práctica nos indica que mediante un tratamiento dietético que aumente el nivel energético, la capacidad de concentración y el grado de claridad mental de la persona, que armonice el estado de' sus órganos y que permita que sea más consciente de sus recursos, muchos estados depresivos remiten de forma espectacular. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que sea innecesario recurrir a la ayuda de un médico especializado, pero es cierto que muchos estados depresivos de fondo, crónicos y difíciles de tratar, y ante los que el tratamiento psiquiátrico convencional no resulta muy eficaz, remiten de manera muy significativa cuando los hábitos alimenticios de la persona se varían y mejoran con vistas a reforzar sus funciones nerviosas y a mejorar su estado vital y sus recursos generales.
En consecuencia, lo que debemos eliminar de nuestra dieta en los casos de tendencia a la depresión es todo aquello que pueda des—vitalizarnos y que tiende a bloquearnos. En nuestra experiencia clínica, el factor que más favorece los estados depresivos es el consumo de azúcares refinados, es decir, el azúcar blanco y sus derivados —chocolate, bollos, productos de repostería, refrescos, helados, fruta tomada en exceso, especialmente la tropical, etc.—. Generalmente, el consumidor de azúcar suele tener unos altibajos importantes tanto desde el punto de vista emocional como energético.
Cuando uno toma un producto muy expansivo, como el azúcar o el alcohol, debe consumir inevitablemente el extremo opuesto para poder compensarse. El organismo exige los opuestos complementarios, de modo que el azúcar no camina solo. A no ser que la persona esté muy deteriorada, es decir, a no ser que se encuentre en una fase muy yin y extremada de su vida, el consumo de azúcar va a ir acompañado de un consumo importante de sal y de proteína animal—huevos, pollo, embutidos, jamón, etc.—. A fuerza de ir de una punta a otra, de un extremo yin a un extremo yang, se generan dependencias entre alimentos y es muy difícil alcanzar un equilibrio óptimo. En el intento de lograrlo, se somete al cuerpo a un importante estrés y a un desgaste biológico, mejor o peor sobrellevados en función de la fortaleza constitucional de la persona. Por ello, a la hora de intentar mejorar la dieta suprimiendo algún alimento perjudicial como el azúcar, se deben eliminar también los alimentos opuestos a él. De lo contrario, es casi imposible resistirse a tomarlo. Si uno consume jamón o carne, va a ser muy difícil que no tome también azúcar. Y sí no acude al azúcar, recurrirá a sustítutivos, como la miel, la sacarina, el alcohol o el chocolate. Siempre se buscará una forma de relajar el organismo tras haber consumido un alimento extremadamente yang. Por ello, lo ideal es arrinconar la proteína animal de origen terrestre e inclinarse por el pescado u otras fuentes de proteína animal que sean de origen marino, las cuales son más suaves y menos contractivas que las de origen terrestre y no requieren tanto del extremo opuesto para ser compensadas. El pescado puede compensarse con frutas de la región y de temporada, ensaladas y verduras, alimentos no extremados además de nutritivos y provechosos para el organismo, con lo que no se somete al cuerpo a ese movimiento de péndulo de un extremo al otro, siempre desgastante.
No hemos de olvidar que efectos parecidos al del azúcar blanco, tienen el azúcar moreno, la sacarina o la miel. La miel virgen, no calentada, pura, es un excelente medio de vehicular medicinas de tipo natural, pero no es recomendable su consumo regular porque es muy acidificante, caliente y secante. Las que hay que procurar evitar son las mieles comerciales, que han sido calentadas y refinadas y en cuyo proceso de elaboración han sufrido modificaciones químicas que no las hacen tan saludables, además de mantener su capacidad acidificante. En cuanto a la sacarina, se especula sobre sus efectos cancerígenos sobre las vías urinarias (en experimentos realizados con ratas se ha observado que la sacarina les causa cáncer de vejiga).
De todo lo anterior se deduce la conveniencia de eliminar de la dieta el azúcar y sus derivados y consumir, en cambio, endulzantes de calidad. Como hemos visto en el capítulo dedicado a la clasificación de los alimentos, el dulce es un sabor muy necesario para el organismo; es más, debe ser el sabor que predomine en nuestra dieta.
¿A qué endulzantes podemos recurrir? En primer lugar a las melazas de cereales (de arroz, de cebada, de maíz, de trigo, etc.), las cuales aportan todos los nutrientes necesarios para su metabolización, motivo por el que son muy recomendables tanto para niños, como para personas cuyo estado de salud es delicado, como para gente saludable que quiera mantenerse en forma.
Otros dulces aconsejables son los derivados de las frutas secas —las pasas, los orejones, la manzana seca, la ciruela seca, incluso el propio regaliz siempre que el fuego del estómago no sea débil y que no se sufra de hipertensión arterial—, los cuales pueden emplearse como condimento de cremas o postres, y, en el caso de la raíz de regaliz, en las infusiones.
La fruta cocinada también es dulce. Es el caso, por ejemplo, de las compotas, que deben cocinarse —eso sí— sin añadirles azúcar. La compota de manzana o la de pera, bien sea hervidas con muy poca agua, bien sea asadas, son una buena fuente de dulce de tipo natural.
En cualquier caso, nuestra principal fuente de sabor dulce deberían ser las verduras, cereales y legumbres bien cocinados. Al igual que ellos, el pescado blanco o incluso el aceite de buena calidad tienen cualidades propias del sabor dulce según la clasificación que vimos en el apartado dedicado a los sabores.
Otro posible sustitutivo del azúcar, de aspecto parecido, es la raíz de stevia, una planta de gran poder endulzante. Se comercializa en polvo en forma de extracto en muchos países de la Unión Europea y en Japón —donde se le considera el endulzante del futuro—. Entre sus virtudes destaca que las personas diabéticas pueden consumirla sin problemas, al contrario que la fructosa, y que no produce caries. Se vende también en forma de extracto líquido, hojas para infusión o polvitos de hojas y su sabor es bastante neutro, con lo cual no anula el de la comida. Por último, también podemos acudir al árope de agave —extraído de una cactácea—, aunque hay que tener en cuenta que, al contrario que la raíz de stevia, es cariogénico, más yin o expansivo que ella y de efectos no tan óptimos como los endulzantes mencionados anteriormente.
Vimos al principio del libro que la OMS recomienda que la proporción diaria de carbohidratos complejos que consumamos alcance el 60 %. Si no los absorbemos tomando cereales en grano, copos, pasta, endulzantes y panes de buena calidad, verduras, etc., nuestro cuerpo nos exigirá acudir al dulce tipo refinado —azúcar, edulcorantes artificiales, etc.—. Para evitar la tendencia a tomar estos aumentos tan expansivos es básico eliminar de nuestra dieta los alimentos extremadamente contractivos —carnes y sus derivados, salazones, huevos, lácteos duros, etc.— y tomar la proporción de carbohidratos complejos reseñada.
EL MIEDO
El miedo es una sensación, generalmente patológica o falta de justificación objetiva, vinculada con los riñones, según las medicinas tradicionales orientales. Podemos distinguir dos tipos de miedo: el que está asociado con un desgaste de la sustancia del riñón —deficiencia de yin— y el que proviene de una carencia de energía en el mismo órgano —deficiencia de yang—. El miedo causado por deficiencia de yin va muchas veces acompañado de movimiento, un movimiento en numerosas ocasiones no controlado, por ejemplo la huida despavorida o incluso el ataque reactivo casi inconsciente. Por el contrario, el miedo por deficiencia de yang, de energía, produce paralización, incapacidad de reacción, fruto de la falta de energía para responder ante la situación que despierta el miedo.
Al margen de esos miedos extremos, generados por situaciones más o menos coyunturales, hay quien tiene de por sí un carácter temeroso. Se trata de personas que se asustan ante circunstancias objetivamente poco temibles o inofensivas y que tienden a vivir con miedo casi permanentemente. Ese temor constante puede deberse a una deficiencia o bien de yin, o bien de yang, o bien de ambos, en proporciones variables. Así, cuando una persona es miedosa lo conveniente es que tonifique su riñón, sea incidiendo en su sustancia, en su energía o en ambas.
¿Qué tipos de alimentos bajan la energía del riñón? Pues los desmineralizantes y los fríos. Desde los azúcares simples (azúcar, sacarina, miel, refrescos, etc.), hasta los lácteos blandos y las grasas, que tienen trofismo por el riñón, pasando por alimentos expansivos como los zumos de fruta y las propias frutas consumidos en exceso —la fresa y el fresón, sin embargo, tonifican espléndidamente cuando proceden, claro, de cultivos biológicos—. La afición desmedida por las ensaladas o las solanáceas (berenjena, pimiento, tomate, patata, etc.) contribuye a generar ese déficit de energía en el riñón. Asimismo, la ingestión excesiva de líquidos también puede tener un efecto drenador de la energía del riñón, provocar en él una carencia de yang y, en consecuencia, suscitar tendencia al miedo. Quienes se sobresaltan por ejemplo con un portazo, signo de que el riñón está bajo de energía, pueden reducir considerablemente sus miedos disminuyendo el consumo de esos productos y la ingestión de agua. Puede comprobarse fácilmente en el caso de los niños: cuando se les cambia la dieta de manera adecuada, sus miedos desaparecen.
No sólo el miedo, sino también la falta de confianza en uno mismo, la timidez, el temor a hacer el ridículo y la falta de autoestima —primos hermanos del miedo— están relacionados con los riñones. Cuando éstos están bien nutridos, disponen de energía y funcionan armónicamente con el resto de los órganos, todos esos temores y carencias tienden a desaparecer.
En cuanto al miedo por deficiencia de yin o sustancia, puede aparecer a consecuencia del proceso que explicamos a continuación. Si tomamos sal en exceso, acompañada de grandes cantidades de carne, muy rica también en sodio, tanto las glándulas suprarrenales como el riñón tienden a contraerse, lo cual impide que se nutran convenientemente, pues las arterias que los irrigan también se contraen. Además, el exceso de sal, al contraer, seca. Eso puede conducir a que el parénquima y otros tejidos de los riñones vayan desgastándose. No sólo el exceso de sal erosiona la sustancia del riñón, sino que también lo hacen el consumo desmedido de alimentos de sabor picante —alcohol incluido—, que secan la sangre y los riñones, el estrés, el azúcar, el café, la falta de horas de sueño, las drogas, los ayunos duros en los que sólo se bebe o, en el caso de los hombres, el exceso de relaciones sexuales. Estos tres últimos factores desgastan asimismo la esencia del riñón, que es la que nutre las secreciones reproductivas.
La merma de esencia y sustancia del riñón puede conducir a la aparición de miedos o a que se instale en una persona una permanente sensación de inseguridad. Por otra parte, según la medicina oriental los riñones son la madre de todos los demás órganos, de modo que cuando cualquiera de ellos sufre una carencia de sustancia, son los riñones, oficiando de almacén, los que lo surten de ella. Así, el desgaste del yin del riñón puede afectar a todo el cuerpo. Si el riñón no puede nutrirlo, la sensación de miedo o inseguridad puede proyectarse a distintas partes del cuerpo, produciendo diferentes tipos de somatizaciones, según mi experiencia clínica, en función de la ubicación: el miedo territorial, vinculado con los bronquios; el pánico, vinculado con la laringe, miedo en la nuca, con los ojos, etcétera.
Ese tipo de cuadro energético puede ir acompañado a veces de afecciones en los huesos y en la espalda baja y, en d caso del hombre, de eyaculación precoz.
TRATAMIENTO
¿Qué puede ayudar a tonificar la energía del riñón y, por lo tanto, a combatir d miedo? Sin duda, d consumo habitual de cereales en grano, especialmente de mijo, avena, trigo sarraceno, quinoa y arroz integral, y d de legumbres arriñonadas como d azuki, la alubia blanca y la alubia blanca pinta. También contribuye a ello la ingestión cotidiana de pequeñas cantidades de algas, especialmente si se trata de las de color oscuro, como pueden ser la hiziki, la kombu y la arame. El alga hiziki tiene efectos espectaculares sobre d miedo, especialmente en los niños. Conviene tomar dos o tres cucharadas diarias durante una semana, cocinadas con un poquito de salsa de soja; luego, día sí día no durante otra semana, y, finalmente, tres veces por semana durante un mes más. Los resultados pueden apreciarse a la semana de empezar a tomarla.
Otro plato que refuerza los riñones es la pasta de trigo sarraceno o de trigo KAMUT, combinada con fruto de mar (mejillones, almejas, gambas, langostinos, etc.) y algo de verdura. El consumo regular de mejillones de vivero, de almejas, de gambas, que se pueden cocinar al ajillo si la deficiencia de yang es importante, y, en invierno, de nueces ligeramente tostadas, ayuda también a combatir el problema del miedo. También contribuye a ello tomar fresas biológicas, bayas (moras, arándanos...), raíces como la zanahoria, la cebolla o el nabo, semillas de sésamo negro, girasol y calabaza, canela, aceite de germen de trigo, cerezas, comino, pasas o romero.
Otro alimento que hay evitar para no sufrir miedos son las carnes, pues suelen estar cargadas de adrenalina y de otras sustancias nocivas que se generan durante la matanza del animal. Éste, cuando sabe que va a ser sacrificado, siente pánico, el cual se instala en su sangre y en sus tejidos. Cuando nos lo comemos, las hormonas y demás productos químicos segregados por el animal durante la matanza pasan a nuestra sangre causándonos una sobrecarga emocional y sensación de inseguridad. Asimismo, las toxinas y los residuos nitrogenados que el animal lleva acumulados, fruto de haber sido tratado con antibióticos y hormonas, obligan a nuestro riñón a trabajar más de lo habitual, con lo que su nivel de yang disminuye, provocando, como decimos, la aparición del miedo.
Para acabar con los miedos por deficiencia de yang o de yin, es importante tonificar la energía y la sustancia mediante una alimentación como la aconsejada más arriba y descansar adecuadamente. En los casos en que los huesos o las articulaciones estén afectados, puede resultar conveniente reforzar la autoestima, buscando el apoyo psicológico necesario para ello.
El Alzheimer y otras enfermedades de tipo senil
Para entender cómo se generan las enfermedades degenerativas propias de la tercera edad, tal vez nos pueda ayudar a responder a la siguiente pregunta: ¿por qué en la tercera edad hay una necesidad, a veces compulsiva, de consumir dulces? Con la edad la persona va perdiendo sustancia en los órganos y, como consecuencia, siente una necesidad imperiosa de tonificar la que aún conserva y recuperar la perdida. De entre los seis sabores, el que mejor tonifica la energía, la sustancia, los fluidos, es el sabor dulce. Nos referimos, claro está, al sabor dulce propio de los cereales, las legumbres, las hortalizas, el pescado blanco, los frutos secos y los aceites de primera presión en frío, no al de los azúcares simples. Los problemas comienzan a aparecer cuando los que mayoritaria o exclusivamente se consumen son estos últimos.
Según nos indica nuestra experiencia clínica y la de otros colegas, muchas enfermedades de tipo senil, y el Alzheimer especialmente, pueden estar relacionadas con una suerte de circulo vicioso alimentario que conlleva una caída en picado de las funciones neuronales. Es el clásico caso de la pareja de ancianos que ya ha casado a sus hijos y para la que las comidas en familia han quedado atrás, o del anciano que se queda solo y que no tiene quien cocine para él o no tiene para quien cocinar. Sea por pereza, por falta de motivación o por incapacidad, estas personas empiezan a alimentarse de productos de supermercado como yogures, flanes, bollería, embutidos, lácteos blandos, etc., abusando de los azúcares simples y de los alimentos grasos. Para cenar toman, por ejemplo, una pieza de fruta, unas magdalenas con leche o un yogurt y pan con mermelada, queso, una ensaimada o chocolate, y para comer, en lugar de cocinarse dos platos y un postre, se arreglan con un poco de ensalada y un poco de jamón de York o una tortillita y, de postre, un yogur con una cucharada de azúcar Progresivamente, los alimentos desmineralizados y desvitalizados van ganando terreno en su dieta, con lo que esas personas van perdiendo facultades poco a poco. Así, cada vez les da más pereza y tienen menos capacidad para cocinarse un buen plato de macarrones, de pescado, de verduras o de legumbres. Y se sienten más torpes, se les olvida lo que tienen que comprar, y el consumo de productos preparados, casi todos dulces, se vuelve sistemático. Según nuestra experiencia clínica, entre el 80% y el 90% de la alimentación de un buen número de personas con Alzheimer está constituida por productos de ese tipo.
Como consecuencia, su Hipoglucemia se agrava y su memoria y sus funciones vitales sufren un enorme deterioro por las razones que hemos explicado en el apartado de la depresión. Sí en los ancianos el pool o reserva de esencia cerebral es de por sí bajo debido al paso de los años, ese tipo de alimentación tan extremadamente expansiva la reduce drásticamente, con lo que el organismo es incapaz de regenerar la glía —el tejido nervioso conjuntivo— y de sostener sus funciones y las de las neuronas, lo cual lleva a su degeneración.
Tras el Alzheimer suele latir un problema afectivo, un sentimiento de abandono o de desorientación, pero nuestra experiencia clínica nos indica que ese trasfondo psicológico se exacerba cuando se conjuga con un consumo excesivo de alimentos extremadamente yin y, por lo tanto, desvitalizantes para el cerebro.
TRATAMIENTO
Nuestra experiencia clínica nos dice que los enfermos de Alzheimer son grandes golosos, pero, y ahí estriba el problema, golosos de azúcares refinados. Azúcares refinados o monosacáridos, de asimilación rápida, son tanto la lactosa de la leche, la sacarosa del azúcar, y la fructosa de la miel. La fruta, por ejemplo, es también muy rica en sacarosa, disacárido compuesto por fructosa y glucosa. El consumo excesivo de estos alimentos produce, como ya vimos, una disminución importante de las sales minerales, de la esencia del organismo, y, por lo tanto, de la vitalidad de las funciones cerebrales. Según nuestra experiencia, ése es el trasfondo metabólíco del Alzheimer.
Otro factor que puede estimular la aparición del Alzheimer es la falta en la dieta de alimentos ricos en ácido fólico, es decir, de verduras frescas. Varios estudios realizados por la Universidad de Oxford revelaron que el organismo de los pacientes de Alzheimer presenta niveles superiores a lo normal de sustancias como la homocisteína, un aminoácido que incrementa el riesgo de padecer enfermedades cardíacas o infartos cerebrales, y que, por el contrario, está falto de vitamina B12 y ácido fólico, nutrientes que aporta una dieta fresca y variada, compuesta, entre otros alimentos, por pescado y verdura fresca.
También se han estudiado los vínculos entre el Alzheimer y las dietas hipercalóricas y muy ricas en grasas. Una investigación llevada a cabo en once países relacionó el consumo de alimentos ricos en grasa —carne, huevos, pollería, volatería, etc.—7 con el aumento del riesgo de sufrir Alzheimer, y el de pescado con la reducción de dicho riesgo. Según las conclusiones del estudio, las dietas altas en calorías —es decir, las dietas que incluyen el consumo de bebidas acidificantes, refrescos, alcohol, grasas, sal y azúcares— promueven desequilibrios en los minerales y oligoelementos del organismo y elevan la producción de radicales libres, con lo que pueden afectar a las funciones cerebrales.17
Por otra parte, algunos expertos en nutrición comparan la variante humana de la enfermedad de las vacas locas con el Alzheimer, aunque esta última no sea una enfermedad de tipo contagioso. ¿Pudiera ser que la comida animal de baja calidad, el pollo o la vaca tratados con antibióticos, fuera también un factor que favoreciera la posibilidad de desarrollar el Alzheimer?
El insomnio
Las alteraciones del sueño son moneda corriente hoy en día. Abarcan un amplio abanico de situaciones, que van desde las dificultades para conciliar el sueño o para mantenerlo durante toda la noche, hasta la incapacidad para seguir durmiendo a primera hora de la madrugada, pasando por la imposibilidad de disfrutar de un sueño profundo y reparador. Los tratamientos que normalmente se aplican para frenar estos desarreglos no son por lo común todo lo satisfactorios que fuera deseable. Y es que los fármacos, además de tener importantes efectos secundarios, no suelen solucionar el problema de fondo.
¿Cuál es la razón de que en ocasiones nos cueste tanto hacer algo tan natural como dormir y recuperarnos durante la noche? Desde el punto de vista energético, el hecho de dormir implica que la conciencia abandona la parte externa del cuerpo, incluidos los órganos de los sentidos, para recogerse en su interior, en su eje, conocido por las medicinas orientales como canal central.
El cuerpo humano está recorrido por un canal central que va desde la punta de la coronilla hasta el perineo, atravesando de arriba abajo todo el organismo. Ese canal central está flanqueado por dos canales laterales a lo largo de los cuales también circula la energía. Alrededor y a lo largo del canal central se encuentran también los llamados chalaras, centros de energía encargados de distribuirla por los meridianos, órganos y tejidos del cuerpo. El canal central es el que se ocupa de absorber la energía para que sea posible dormir y recuperarse. Si se presentan dificultades en el proceso de absorción de la energía, no se puede conciliar el sueño debidamente.
Antes de enfilar el camino del canal central, la energía debe pasar por el hígado y el corazón. Cuando el hígado está contraído, fruto muchas veces de algún problema emocional que obliga a la contención, la energía no es capaz de atravesarlo y llegar al canal central. Surge entonces ese tipo de insomnio que suele ir acompañado de pensamientos obsesivos, estado emocional alterado, fijación por determinadas ideas o asuntos conflictivos, etc. Se trata del clásico insomnio que sufrimos cuando un problema nos lleva de cabeza y nos fuerza a estar dándole vueltas durante toda la noche. En esos casos, lo conveniente es intentar solucionarlo o, cuando menos, vislumbrar la posibilidad de hacerlo. Una vez que el conflicto se resuelve, las dificultades para dormir desaparecen.
Otro desarreglo muy común relacionado con el insomnio es el exceso de calor en el corazón y los pulmones. Cuando tenemos un buen estado de salud, la zona superior del cuerpo se mantiene algo más fresca que la zona inferior. En una situación ideal, las manos y la cabeza, por ejemplo, acumulan menos calor que el resto del organismo. Como sabemos, la cabeza soporta muy bien el frío ambiental; en cambio, la zona de los riñones o la zona intestinal pueden sufrir serios problemas de salud si se ven atacadas por él.
frío tiene una dirección descendente y el calor ascendente, y por lo común las temperaturas se mezclan —a través de los meridianos llamados maravillosos por la acupuntura— sin alterar el normal funcionamiento del organismo. Los problemas aparecen cuando, por uno u otro motivo, el calor se asienta en la parte superior del cuerpo. Cuando eso se produce, el espíritu, al que la medicina tradicional china llama shen y que conciben como un fluido muy etéreo que se ubica en el corazón, se agita, de modo que el canal central no puede absorberlo. Si a ello se une la presencia continuada de frío en la zona abdominal —la cual es una de las principales causas de que haya un exceso de calor en la parte superior— el desarreglo se vuelve crónico. El frío en la zona abdominal fomenta las digestiones débiles, que a su vez son el motivo de que la parte de arriba del cuerpo no se nutra como es adecuado. De ahí la pérdida de capacidades mentales y de memoria y la aparición del insomnio. El exceso de calor y sequedad en el corazón, una de las causas más frecuentes de insomnio hoy en día, genera además ansiedad o angustia, sensaciones que tienen tendencia
a prolongarse de forma indefinida si no se repara en cuál es la raíz del problema.
A menudo, el exceso de fuego en el corazón tiene que ver con un exceso de fuego en el estómago, con un posible exceso de acidez, con la sed o el hambre.
Otra causa de insomnio, de consecuencias menos pavés, es la deficiencia de sangre o fluidos en el corazón o el pulmón. En este caso el corazón también padece un exceso de calor, pero éste no es fruto del fuego que asciende del hígado o el estómago, sino de la falta relativa de fluidos que se ocupan de refrescarlo. Esa carencia produce dificultad para conciliar el sueño o hace que uno se despierte varias veces durante la noche, pues el sueño se vuelve excesivamente superficial. En general, este tipo de insomnio es de fácil solución. Lo que hay que hacer es nutrir la sangre y tomar alimentos que hidraten el corazón,
Por otra parte, es posible saber cuál es el órgano que está en la base del desarreglo si atendemos a la hora en que nos despertamos. Cuando uno se despierta entre la una y las tres de la mañana, el problema de fondo suele ser un exceso de energía en el hígado. Si lo hace entre las tres y las cinco, el órgano sobrecargado es el pulmón, que también puede inducir al insomnio, como hemos visto, cuando adolece de carencia relativa de fluidos —corazón y pulmón están uno junto a otro y directamente relacionados—. Cuando el insomnio se produce a partir de las cinco, las seis o las siete de la mañana —nos referimos evidentemente a horas solares—,18 está vinculado con un exceso de energía en el intestino grueso o en el estómago.
Según nos indica nuestra experiencia clínica, otro de los factores que favorecen la aparición del insomnio es el mal estado de la muela del juicio, también llamada cordal. La muela del juicio está relacionada muy directamente con el corazón. Cuando no está sana o bien colocada, puede irritar la zona cardíaca, generando calor en ella y, en consecuencia, provocando insomnio. La exodoncia protocolizada con acupuntura, homeopatía y tratamiento natural suele tener en estos casos resultados sorprendentes.
Por último, también las prisas calientan la zona del corazón. Según la medicina tradicional china, la persona que sufra de insomnio debe organizarse su agenda de modo que disponga de tiempo de sobra para llevar a cabo sus tareas diarias. Debe acostumbrarse, en definitiva, a desenvolverse lentamente, lo cual le ayudará a no calentar demasiado la zona del plexo cardíaco. La prisa sistemática suele producir ansiedad y calor en el corazón.
TRATAMIENTO
Resulta de mucha ayuda relajar el hígado tanto expresando y compartiendo el problema —pero no por la noche, pues eso nos desvelaría más—, como tomando en las comidas alimentos como compotas de manzana o pera, pasta o platos de verduras poco cocinadas y reduciendo cuanto más mejor el consumo de proteína animal y de sal. También pueden ser de ayuda el dulce de las melazas, especialmente el de la de cebada, o una manzanilla bien endulzada, siempre y cuando se exprese y comparta suficientemente el problema emocional.
Para resolver el insomnio producido por exceso de calor en el corazón, lo primero que hay que es eliminar de la dieta los productos que lo calientan: el café, el alcohol y los picantes de todo tipo, así como alimentos excesivamente calientes como la carne, el pollo, las especias y la cebolla y el ajo crudos. Asimismo, el exceso de sal con—tragona cardíaca
Para refrescarlo, deberemos tomar frutas dulces y rojas, como la uva roja, que es excelente para tonificar la sangre del corazón y el hígado. Tomar de uno a cuatro vasos de zumo de uva roja antes de irse a dormir es un remedio muy eficaz contra este tipo de insomnio. La sandía también ayuda a refrescar el corazón. Es una fruta de tierra, poco expansiva, y muy útil para refrescar todos los órganos del plexo cardíaco. También lo son las bayas rojas dulces, la fresa dulce, el arándano, la mora dulce... En general, la fruta no ayuda a dormir, pues es un alimento expansivo, es decir, que lanza la energía hacia fuera, mientras que la dirección del sueño es la inversa. Con lo cual, por la noche, habrá que evitar tomar cítricos y otras frutas demasiado expansivas.
Una cena adecuada para mejorar el sueño son unos copos de avena, espolvoreados con un poco de sésamo tostado triturado y endulzados con melaza de cebada o pasas de Corinto.
También ayuda a refrescar la sangre y a tonificar el plexo cardíaco un zumo de verdura y remolacha. Para mejorar sus efectos podemos incluso añadirle algo de fresón dulce, fresa dulce, pera, manzana no muy ácida, uva o espino blanco. Todos estos alimentos, sea en forma de zumo o no, contribuyen a amortiguar la sobrecarga de calor en el corazón, el estómago o el hígado.
Otra forma de combatir el insomnio es el consumo diario de cereales integrales, legumbres y verduras frescas, así como el consumo regular de aceites de primera presión en frío, como el de germen de trigo, el de lino o el de onagra, de cultivo biológico.
El insomnio también puede aparecer cuando uno cena demasía—do tarde, pues la digestión impide que la energía se recoja de forma adecuada. De hecho, lo que se padece en esos casos no es propiamente insomnio sino un sueño muy ligero, acompañado de pesadillas y malestar. Para solventarlo, lo que hay que hacer sencillamente es adelantar la hora de la cena y cenar moderadamente.
Una buena recomendación para las personas que tienen ligeras dificultades para dormir por culpa de un exceso de fuego es que yazcan sobre el lado derecho del cuerpo. Esa postura ayuda a reducirla actividad del organismo, aunque si el exceso de fuego es muy grande esa práctica no bastará para conciliar el sueño. También da buenos resultados tomar regaliz, en infusión o pastillitas, antes de irse a dormir. El regaliz relaja el corazón y lo armoniza con el hígado. Otra buena costumbre en los casos de exceso de fuego es refrescarse la cabeza —la nuca y la cara— con agua y dejar que se seque por sí sola, de modo que el calor desaparezca con la evaporación del agua. Asimismo, hay que eliminar de la parte superior del cuerpo toda fuente de calor. Conviene, pues, dormir con poca ropa o destapado de cintura para arriba.
Por otra parte, para asegurarse un sueño reparador conviene cumplir una serie de normas básicas: evitar toda fuente de estimulación mental, como la televisión o el ordenador, antes de irse a dormir (para algunas personas leer también supone un factor de distorsión o de excesiva estimulación cerebral; a otras, sin embargo, las relaja); no cenar tarde; procurar andar un poco antes de acostarse; intentar lentificar paulatinamente la actividad, bajando la luz por ejemplo, para ir enlenteciendo el ritmo del cuerpo y la mente; no hablar antes de irse a dormir o, cuando menos, no abordar asuntos problemáticos, pues d habla es un factor que mueve la energía hacia arriba y estamos intentando llevarla hacia abajo; no centrar la atención ni en la cabeza ni en la zona del estómago, cosa que nos llevará a tener un sueño muy ligero, sino en la zona del corazón o en la zona genital, lo cual nos ayudará a disfrutar de un sueño más profundo (hay personas que, para poder disfrutar de un sueño profundo, necesitan mantener relaciones sexuales antes de ponerse a dormir).
En resumen, la mejor manera de combatir el insomnio es eliminar de la dieta los elementos que calientan el corazón y calmar las emociones. Es un método eficaz y sin los efectos secundarios que tienen las pastillas, que sí bien también enfrían y bajan la energía, no lo hacen de forma tan selectiva, actuando sobre todo el cuerpo y disminuyendo el nivel de yang en órganos en los cuales no es bueno que eso suceda. Cuando el insomnio se trata mediante una dieta adecuada, la energía se canaliza hacia abajo y nutre la sangre y los fluidos del corazón sin afectar de forma negativa al resto del organismo. Las benzodiacepinas y los hipnóticos no nutren de forma adecuada la sangre y los fluidos del corazón, de modo que en muchas ocasiones no surten efectos satisfactorios. En todo caso, si el cambio de dieta no resulta suficiente podemos recurrir como complemento a hierbas medicinales como la valeriana, la pasiflora, el lúpulo, la hoja de espino blanco y la amapola, las cuales también calman y nutren el corazón.
Enfermedades circulatorias y cardíacas
Las enfermedades circulatorias y cardíacas —el infarto agudo de miocardio, el ángor pectoris o angina de pecho, el infarto cerebral, la embolia, la hemorragia cerebral, etc.— son, junto con el cáncer, la primera causa de muerte en Occidente. Numeroso estudios vinculan la enfermedad cardíaca coronaria y, en general, las enfermedades circulatorias con los hábitos dietéticos. En concreto, se asocia de forma directa el aumento de grasas saturadas en el organismo con el riesgo de padecer una enfermedad cardíaca. El tabaco es otro factor de riesgo importante, pero las grasas saturadas, casi todas de origen animal, son sin duda la principal causa del surgimiento de enfermedades circulatorias. Consciente de ello, la OMS recomienda reducir drásticamente o evitar el consumo de carnes y sus derivados.
Las grasas saturadas de origen animal están en la génesis de la capa aterógena que produce la arterioesclerosis. Entre ellas figura la proteína de la leche, la caseína, un dato no tan conocido pero de una importancia trascendental, dado que se trata de una proteína de un importante poder aterógeno. Mucha gente cree que por el hecho de no tomar leche entera sino desnatada conjura el riesgo de padecer enfermedades coronarias. Eso no es exactamente así: quizá el riesgo se reduce un tanto, porque la leche desnatada no contiene algunas grasas saturadas, pero si continuamos ingiriendo caseína —y la leche desnatada tiene tanta o más caseína que la entera—, seguiremos favoreciendo la aparición de arterioesclerosis. Por otra parte, conviene saber que todos los lácteos contienen caseína: los quesos, le yogur, etcétera.
Otro demento muy importante en la génesis de la enfermedad circulatoria, cardíaca o vascular, son las dietas ricas en colesterol. El colesterol, presente principalmente en alimentos como la carne, le pollo, los lácteos y los huevos, es uno de los factores que colaboran de manera decisiva en la formación de placas de ateroma. Según indican necropsias hechas a jóvenes fallecidos a los quince años, ya a esa edad la presencia de arterioesclerosis es notable, lo que facilita que las enfermedades cardiovasculares aparezcan en población cada vez más joven, por ejemplo en personas con treinta o cuarenta años, y no sólo en gente de edad avanzada como era habitual años atrás. Por ello, desde la edad más temprana hay que evitar los alimentos ricos en colesterol.
¿Cuál es la causa de que las arterias se estrechen? Grandes expertos, entre otros el premio Nobd Linus Paulin, opinan que el estrechamiento de las arterias es consecuencia de una alteración del endotelio, la capa interna de las arterias, le cual intenta motu proprio repararse, generando sin solución de continuidad unas capas en forma de cebolla que poco a poco van disminuyendo la luz arterial. Según algunas investigaciones, la alteración del endotelio se debería a un problema nutricional de la propia pared de la arteria.
Por otra parte, existen también teorías psicosomáticas muy interesantes que entienden la alteración de la arteria coronaria como una consecuencia de la somatizacíón de un conflicto de tipo territorial, es decir, de una situación de estrés en las que la persona siente amenazada su autoridad o liderazgo en su espacio vital, entendiendo por éste el trabajo, la pareja, el círculo de amigos, etcétera.
En cualquier caso, lo que parece claro es que d problema que debe solucionarse es la regeneración de la pared arterial. Para que ésta sea efectiva o, aún mejor, para que la lesión no se produzca, hay que ingerir las vitaminas, minerales, aminoácidos y ácidos grasos esenciales adecuados.
Otra teoría que intenta explicar por qué se dañan las paredes arteriales es la que achaca esa alteración a los radicales libres.19
En función de la dieta que sigamos nuestro cuerpo tenderá más o menos a generar radicales libres. Cualquier alimento oxidado por la luz, el aire, el calor o el paso del tiempo estimula su aparición, y también lo hacen las sustancias sintéticas o tóxicas, las drogas, los ácidos grasos trans procedentes de las margarinas, los pesticidas, los metales pesados, los aditivos, cualquier manipulación genética del alimento que busque quitarle nutrientes o refinado, los colorantes, los saborizantes, algunos medicamentos inadecuados para el organismo humano, etc. Por otro lado, hay alimentos que ya contienen de por sí radicales libres. Es el caso de las grasas y aceites refinados de segunda o tercera presión o el de los aceites ya fritos.
En nuestra opinión, en la génesis de la arteriosclerosis también está el hecho de que cuando se daña la pared de la arteria se produce allí una pequeña inflamación reparadora. Su aparición y el aumento paulatino de su volumen se ven facilitados por el incremento de la circulación local que tiene lugar cuando una zona reclama ser reparada. Si nuestra dieta es rica en colesterol, proteínas y grasas saturadas, elementos que no se metabolizan con facilidad y que por lo tanto tienen tendencia a acumularse, corremos mayor peligro de que la zona en que se produzca la inflamación reparadora gane volumen. A este respecto se sabe que los aminoácidos procedentes, por ejemplo, de la leche se acumulan con mucha facilidad y que, en cambio, los procedentes de fuentes vegetales, como la soja u otra legumbre, no tienden a acumularse.
Desde el punto de vista hipocrático, cuando ingerimos sustancias proclives a acumularse y las vías de eliminación —los riñones, las fosas nasales, la zona digestiva, la zona bronquial, la piel, etc.— se han visto clausuradas repetidas veces —por ejemplo, en los casos de bronquitis, diarreas, eccemas o inflamaciones inhibidas o frenadas con antibióticos o corticoides—, el cuerpo acumula esos excesos en otras zonas del cuerpo, por ejemplo las arterias. A ello ayuda considerablemente el daño causado por los macales libres. En realidad, no estamos hablando de otra cosa que de la saturación del sistema, debida a la insuficiente eliminación de productos difícilmente expulsables, los cuales se acumulan en una zona dañada y propicia para ello como puede ser la luz arterial.
Así mismo, conviene saber que una ingestión muy baja de colesterol tiene como consecuencia una disminución de los receptores cerebrales de la serotonina, un importante neurotransmisor que genera sensación de placer, bienestar y equilibrio psicológico y que suprime los sentimientos de agresividad —la ingestión, moderada, de colesterol es, pues, importante para evitar suicidios—. La falta de suficiente serotonina es la responsable de muchas depresiones y, de hecho, el Prozac actúa inhibiendo la acción de la enzima que la destruye. De ahí la trascendencia de que nuestro nivel de colesterol no sea muy bajo.
Hay gente con niveles de colesterol elevados que no se deben a ningún tipo de ingesta alimentaria rica en colesterol. Se trata de personas muy nerviosas y se especula con que ese rechazo puede ser un mecanismo de defensa para compensar el exceso de conductividad y de reactividad nerviosa interna, dado que el colesterol, al ser una grasa, tiene un efecto yin, menos conductor, más relajante, más sedante, y frena la conductividad nerviosa. El suyo sería, en realidad, un efecto antieléctrico —la grasa no es buena conductora de la electricidad—. El exceso de colesterol podría estar también encaminado a reparar o reponer receptores de membrana en otras estructuras de la membrana celular, desgastadas o alteradas debido a la tensión nerviosa. Sea como fuere, este tipo de pacientes experimentan una gran mejoría cuando siguen el tipo de dieta que preconizamos en este libro, complementada con aceites omega 3, ricos en ácidos grasos, y alimentos ricos en lecitina y ácidos grasos poliinsaturados —sopas y derivados, legumbres, etcétera.
Más perniciosa aún para la enfermedad cardiovascular que el colesterol es la dieta rica en azúcar, harinas, grasas y aceites, cuando son refinados. El exceso de colesterol endógeno puede proceder de los carbohidratos refinados, del estrés nervioso, de las grasas saturadas, de los ácidos grasos trans procedentes de aceites refinados, del tabaco y del café.
Por otra parte, otro de los factores responsables de la aparición de enfermedades cardíacas es el ácido araquidónico, que está presente en la proteína de tipo animal y al que ya hicimos mención en la primera parte de esta obra al hablar de los aceites. Tomado en pequeñas cantidades puede ser beneficioso, pues genera una cantidad reducida de prostaglandina E2 (PGE2) y leucotrienos, los cuales son de mucha ayuda para, por ejemplo, curar tejidos lesionados. Sin embargo, consumir demasiado acido araquidónico —o, lo que es lo mismo, consumir demasiada proteína animal y generar PGE2 en exceso— fomenta la aparición de quistes en los pechos, de enfermedades inflamatorias como la artritis y de otras dolencias relacionadas con d exceso de leucotrienos como son el asma, la dermatitis, la rinitis, la psoriasis y d lupus eritematoso sistémico. De hecho, tomar acido araquidónico en grandes cantidades estimula la proliferación de células, lo cual lo vincula con d desarrollo de tumores cancerosos y con d aumento de la capa de ateroma en las arterias.20
Para evitar esa tendencia acumulativa en las arterias, se sude recetar la ingestión de aspirina, que actúa como antiinflamatorio y protector cardíaco y circulatorio inhibiendo la formación de la PGE2. Ocurre sin embargo que la aspirina obstaculiza también la formación de la PGE1, una prostaglandina generada por el ácido gamalinolénico y de importantes efectos antiarterioscleróticos entre otras virtudes (véase el apartado relativo a los aceites en el capítulo «Qué hay que comer y qué no hay que comer»). Por ello, resulta preferible dejar a un lado la aspirina y optar por fuentes ricas en ácidos grasos esenciales como el linoleico y el gamalinolénico —como los aceites de lino, soja, prímula o borraja—, que al producir PGE1 y PGE3 ejercen un efecto licuador sobre la sangre y protegen el vaso sanguíneo de la formación de trombos.
TRATAMIENTO
Los estudios sobre la arteriosclerosis defienden que una dieta rica en vitamina C, complejo vitamínico B, ácidos grasos insaturados y proteína de buena calidad —proteína removible, fácilmente eliminable, no como la caseína, que se acumula de forma vertiginosa en esas zonas de reparación— podría ser un factor decisivo para que esas capas no creciesen e incluso disminuyesen. De hecho, según nuestra experiencia clínica, en los casos de obliteración arterial con claudicación intermitente en las extremidades, se logran resultados francamente espectaculares con sólo aplicar tratamientos dietéticos adecuados. Gracias a ellos, personas que no podían andar más de veinte metros han conseguido mejoras clínicas notables y un aumento importante de su capacidad de andar. Estas experiencias corroboran los estudios científicos, y de ellas se deduce que con una dieta adecuada, rica en los nutrientes y quelantes adecuados, se pueden limpiar las arterias y, por lo tanto, lograr mejoras clínicas importantes. Microalgas como la alga espirulina, cereales como el centeno, el arroz integral, la cebada o el trigo sarraceno, así como legumbres como la lenteja roja o el azuki, son alimentos preciosos a la hora de combatir la arterioesclerosis.
Los radicales Ubres aparecen en la sangre cuando se ingieren alimentos oxidados —principalmente carnes, aceites y grasas de mala calidad y fritos— y por influencia de la contaminación ambiental —cables de alta tensión, telefonía móvil...—. De por sí producen alteraciones en las paredes arteriales, pero si a ello se suma la falta de micronutrientes que los combatan, el problema se agrava. Por ello se ha puesto tan de moda tomar alimentos complementados con antioxidantes, que no son sino dadores de electrones que restituyen el tejido oxidado. Sin embargo, los mejores antioxidantes son los que proporcionan un alimento fresco, recién recolectado y, por lo tanto, lleno aún de energía, electrones y vitalidad. La mejor manera, pues, de combatir la oxidación de los tejidos es tomar productos lo más frescos posible: verduras frescas, cereales en grano, legumbres, aceites de primera presión en frío, fruta fresca, etc., alimentos ricos —de por sí, no a consecuencia de manipulaciones—En vitamina A, C y E.
Con el consumo de pescado y, en menor cantidad, de marisco, podemos asegurarnos el colesterol necesario. La única fuente externa de colesterol es la proteína animal, pero la cantidad que contienen el pescado y el marisco es mucho menor que la que contienen los huevos, el pollo y las carnes. En cuanto a los lácteos, el yogur y la leche son alimentos bajos en colesterol pero muy altos en grasas saturadas, las cuales contribuyen notablemente a la formación de colesterol en la sangre. En definitiva, comer pescado y marisco basta para que los receptores de las membranas celulares que reciben la serotonina no falten. Por otra parte, nuestro cuerpo genera colesterol de manera endógena, lo que también hace innecesario tomar proteína animal.
Para prevenir la arterioesclerosis tendremos, pues, que evitar la proteína animal de origen terrestre y los refinados y, en cambio, consumir pescado azul y blanco, proteína de origen vegetal —especialmente tofu—, legumbres —muy ricas en ácidos esenciales poliinsaturados, que ayudan mucho a limpiar las arterias—, cereales en grano o en copos —centeno, avena, cebada, quínoa y arroz integral— y verduras frescas. Éstas se pueden tomar bien sea cocinadas ligeramente con aceites de primera presión en frío, bien sea en crudo, con una cucharada de aceite de germen de trigo o de lino. En época estival, es aconsejable que al menos una parte del plato de verduras esté crudo: un tercio o la mitad dependiendo de la fuerza digestiva de la persona.
Algunos nutrientes ayudan especialmente a reducir el colesterol y las grasas saturadas que se acumulan en las arterias, a saber: lecitina, la vitamina C, la vitamina E y la niacina. La lecitina podemos obtener la de las legumbres: soja, soja verde, alubias, lentejas, etc. Con vistas a limpiar la sangre, la soja verde germinada es la más recomendable de todas ellas. La vitamina C la ingerimos, por ejemplo, al consumir verduras poco cocinadas, cereales —los ligeramente amargos, como el centeno, la quínoa, la avena y el amaranto, son los que más ayudan a limpiar y —algas como la wakame. En cuanto a la vitamina E, la encontramos en todas las semillas, las legumbres y los cereales integrales. Por último, la niacina está asimismo presente en todos los granos no refinados. Por otra parte, tomar enteros los granos posibilita que la fibra ejerza un efecto hipovitaminante y disminuidor del colesterol en la sangre. El salvado también es de ayuda pero no produce el mismo efecto que el grano entero.
Para evitar o aliviar problemas cardíacos o vasculares, podemos recurrir también a los aceites ricos en ácidos grasos esenciales omega 3, como el de lino, el de soja o el de germen de trigo. Esos ácidos fluidifican la sangre de manera notable, y tomarse una o dos cucharadas diarias de uno de los aceites que los contienen resulta muy beneficioso cuando se padece de arterioesclerosis. Si tomamos mucha proteína animal y grasas saturadas —carne, lácteos, huevos, etc.—, será bueno que complementemos la ingestión de esos aceites con el consumo de pescado, un alimento rico también en ácidos grasos omega 3, en concreto en ácido heicosapentaenoico (EPA) y docosahexaenoico (DHA).21
En cualquier caso, para prevenir y tratar enfermedades de tipo circulatorio —^incluyendo los riesgos de trombosis, de accidente cerebral vascular y de enfermedades cardíacas—, resulta primordial disminuir drásticamente el consumo de proteína animal de origen terrestre, pues las dietas ricas en colesterol y grasas saturadas son asimismo ricas en ácido araquídónico. Debemos evitar especialmente la combinación de grasas saturadas, colesterol y caseína —por ejemplo, comer carne y tomar un lácteo de postre.
Para compensar su contenido en grasas saturadas y colesterol, los productos marinos cuentan con ácidos grasos insaturados como el EPA y DHA, que evitan la formación de trombos en las arterias. Ésa es la razón de que la proteína animal de origen marino es muchísimo más saludable que la de origen terrestre. El EPA y el DHA, ácidos grasos omega 3, impiden que las plaquetas de la sangre se agrupen y, además, ayudan a reparar las proteínas dañadas en la íntima de las arterias y relacionadas con el desarrollo de la arterioesclerosis. Asimismo disminuyen el nivel de tríglicéridos y de colesterol en la sangre, así como el número de LDL y VLDL, que son las proteínas que transportan el colesterol. Ayudan también a bajar la presión arterial, pues estimulan la producción de PGE3, las cuales combaten los efectos de las PGE2, es decir, de las prostaglandinas que tienden a subir la presión arterial y producir trombos.
Los pescados más ricos en EPA son la trucha y el salmón salvajes, la caballa, la sardina, el atún y la anguila. Hay que tener en cuenta que es un ácido graso que se deteriora rápidamente, por lo que el pescado que consumamos debe ser cuanto más fresco mejor.
Por otra parte, conviene saber que si seguimos una dieta suficientemente rica en vitaminas B3, B6 y C, magnesio y zinc, basta tomar entre una y cinco cucharadas de lino a la semana para que nuestro organismo genere el EPA que necesita. Y, claro está, nuestro cuerpo es la mejor fuente de EPA que existe, pues el ácido que produce es absolutamente fresco y no oxidado. Por lo común, una cucharada de aceite de lino equivale a una cápsula grande de aceite de pescado EPA (por cierto que no debemos comprar cápsulas de aceite de pescado cuando desprendan un olor muy fuerte, pues eso significa que el aceite está rancio). Eso sí, el consumo excesivo de pasas saturadas de origen animal terrestre, de ácidos grasos mono—saturados como los del aceite de oliva, de margarinas —ricas en ácidos pasos trans— o de colesterol disminuye la capacidad del organismo para convertir el ácido linoleico del aceite de lino en EPA El potencial conversor del organismo también mengua cuando existe un déficit de vitaminas B}, B6 o C, o de magnesio o zinc, fruto de la ingestión inmoderada de azúcar, miel ó frutas dulces.
Un dato reseñable es que algunas^ comunidades consumidoras habituales de pescado de agua fría, como los inuit o algunos nativos americanos, han perdido la capacidad de generar EPA. Se trata de un 2 % de la población mundial, un número importante de personas que tendrán que consumir siempre aceite de pescado o pescado fresco para obtener el EPA que el organismo necesita. Sin embargo, hasta que su dieta se occidentalizó, los esquimales estaban prácticamente libres de cualquier enfermedad o degeneración grasa a pesar de que las pasas constituían el 40% de su dieta. No tomaban fibra en absoluto, pero de ese 40% de pasas, en d que por supuesto había colesterol y pasas saturadas, más de un tercio eran EPA y DHA. También es cierto, no obstante, que los esquimales, al vivir en un medio muy frío y muy yang, contaban con un fuego interno muy potente, el cual permite una mejor metabolización de esos productos.
Para que el pescado mantenga todo su EPA y para que éste no se deteriore, debe cocinarse al vapor, no freírse. En el caso de los pescados de alta mar y de agua fría como el atún se pueden tomar crudos en forma de sushi. (A diferencia del pescado de costa, el de alta mar no contiene parásitos, pero como medida preventiva algunos expertos cocineros japoneses lo congelan a 40 grados bajo cero antes de hacer el sushi.)
También hay que tener en cuenta que el pescado criado en piscifactorías contiene menos EPA que el salvaje, y un EPA, además, de peor calidad. Y es que, a diferencia del pescado de piscifactoría, el salvaje se ha alimentado de microalgas y plancton, nutrientes ricos en ácidos grasos esenciales.
Por otra parte, el EPA tiene otros efectos beneficiosos además de ejercer de protector cardiovascular: es bueno para la retina, atrae el oxigeno necesario para que pueda desarrollarse la intensa actividad química que tiene lugar en las células cerebrales y estimula los procesos químicos y metabólicos de las glándulas renales y sexuales.
Siguiendo con los alimentos que previenen o alivian la arterioesclerosis, otro plato muy recomendable son las sopas. Conviene tomar dos o tres tazas de calcio de hortalizas al día, a ser posible con alga wakame, que limpia las arterias de forma notable. El alga wakame se cocina durante dos o tres minutos o se añade al final de la cocción de la sopa. Otro producto excelente para limpiar las arterias es el daikon (un tipo de nabo) seco rallado, de venta en herbolarios, que se echa en los calcios. También limpian el puerro, la cebolleta, el cebollino y el nabo, las hojas de la col y del rábano, el alga kombu y el alga dulce.
Si pretendemos limpiar nuestras arterias, de nada nos sirven, prácticamente, las verduras congeladas. Las verduras, cuanto más frescas mejor. Pierden también buena parte de sus propiedades sí se consumen mucho después de que hayan sido cortadas o cocinadas.
Cuando se sufre de arteriosclerosis, hay que evitar el consumo de harinas, lácteos, fritos y aceites que no sean de primera presión en frío y no abusar de la fruta —debemos comer sólo la que sea de color rojo, de tierra y de temporada—. Las fuentes de alimentos deben ser, como veíamos, el pescado, los cereales integrales, las legumbres, las algas, las semillas, las verduras y fermentos naturales como los pickles o el chucrut.
Es obvio que la dieta de que hablamos tiene que adecuarse a las características de cada persona, pero en general los resultados sobre el sistema cardiovascular de los consejos que acabamos de dar son notables. Muchas intervenciones quirúrgicas son evitables o aplazables si la dieta que recomendamos se lleva de forma rigurosa y adecuada.
La cefalea tensional
Este tipo de dolor de cabeza, muy común en nuestros días y cuya aparición se atribuye muchas veces al estrés, suele empezar a sentirse en la nuca —acompañado de rigidez muscular en la zona cervical—y extenderse progresivamente, de atrás hacia delante, por toda la cabeza. Se trata de una cefalea producida por una acumulación excesiva de energía, de yang, en el hígado y por una carencia relativa de fluidos en el organismo, especialmente también en la zona del hígado.
TRATAMIENTO
Para calmar el exceso de yang en el hígado y la vesícula biliar y tonificar a la vez el yin de esos órganos va muy bien el zumo de manzana, que tiene un efecto muy rápido. Con un vaso, vaso y medio o como máximo dos vasos de zumo de manzana, el dolor suele remitir o desaparecer. También son de mucha ayuda otras frutas o verduras con trofismo por el hígado, energía termal fría o fresca y sabor dulce o dulce y ligeramente amargo, como el apio, la ciruela dulce, la uva roja o la pera.
Cuando sufrimos ese tipo de dolor de cabeza, debemos eliminar de nuestra dieta los productos picantes o muy salados o secos, como son los horneados, los bocadillos con proteína animal, la carne, los aumentos ahumados o en salazón, los huevos, el café, el alcohol y los picantes. A cambio, debemos aumentar el consumo de verduras y ensaladas y tomar fruta de témpora da.
Por otra parte, todo aquello que contribuya a que el cuerpo se active y se seque favorecerá la reaparición de la cefalea: sin ir más lejos, hablar demasiado, pasar muchas horas delante del ordenador, dormir poco o beber alcohol o café, así como un exceso de relaciones sexuales. Por el contrario, la tranquilidad y el reposo, al bajar el nivel de yang, ayudarán a reducir el riesgo de que resurja el dolor de cabeza.
En cuanto a las migrañas o cefaleas vasculares, que son desarreglos instalados, sean o no en su génesis de tipo tensional, son producto también de un exceso de fuego en los meridianos de acupuntura que suben a la cabeza. En función de su ubicación y naturaleza, precisan de tratamientos más complejos, aunque similares al comentado.
La falta de libido
La libido (o deseo sexual) está condicionada por factores endocrinos, bioquímicos y psíquicos que combinados llevan a que una persona tenga apetito sexual o carezca de él. Pero ¿cómo se explica la falta de libido desde el punto de vista energético? Expresiones de uso común como «encender el deseo sexual», «calentar la sangre» o «el fuego del deseo» nos pueden orientar sobre lo que sucede a nivel energético por lo que respecta a la libido. Y es que la causa de la falta de deseo sexual no es otra cosa que una carencia relativa de fuego, energía o yang en los riñones; ¡r el hígado, que son los órganos implicados en la generación del deseo sexual. A través de sus meridianos energéticos, el hígado nutre energéticamente toda la zona sexual y genital, así como los pezones. El riñón, por su parte, es el órgano del que dependen en última instancia las funciones reproductoras. Los órganos sexuales están nutridos por los meridianos de ambos órganos, de modo que nuestra conducta sexual depende de en qué estado se encuentren.
Hoy en día nadie discute que los procesos metabólicos que se dan en el hígado y el riñón repercuten a nivel cerebral, somatopsíquico y psicosomático. Si una persona sexualmente fuerte empieza a tomar grandes cantidades de azúcar, zumos de fruta, ensaladas, bebidas refrescantes, dulces y lácteos —todos ellos alimentos que bajan el fuego interno—, verá cómo su deseo sexual mengua paulatinamente. Dicho de otro modo, consumir en exceso alimentos de energía fría apaga el fuego sexual.
Siendo conscientes de ello, resulta muy fácil regular la libido en uno u otro sentido. Sí nuestra pareja llega por la noche, digámoslo así, excesivamente impetuosa y no estamos por la labor, es muy sencillo frenarla. Una ensalada refrescante, unas frutas o un zumo de fruta, aplacarán su deseo. Deberemos tener cuidado de no tener a mano vino o cualquier otro tipo de alcohol, pues éste aviva el deseo sexual. Otros alimentos que lo estimulan son la carne, las especias, el café, el marisco, la cebolla, el ajo, el mijo, el trigo sarraceno, el pescado y, en general, todos los alimentos de energía termal caliente o tibia.
Sin embargo, en función de si se abusa de uno u otro alimento, del estilo de vida que se lleve y de la edad que se tenga, pueden generarse dos tipos de deseo; el deseo por deficiencia de yin y el deseo por exceso de yang. El deseo por deficiencia de yin es el que aparece cuando, a fuerza de tomar en exceso alimentos de energía termal caliente —alcohol, picantes, carnes—, o debido a unos hábitos de vida desgastantes —exceso de relaciones sexuales, estrés continuado, déficit de sueño de larga duración, ingesta de drogas o consumo excesivo de sal, café o azúcar—, se desgastan los tejidos —la sustancia— del riñón y de los órganos reproductivos que dependen de él y, en consecuencia, se genera un exceso relativo de energía, o falso fuego, en esos mismos órganos. Ese exceso de energía provoca un «falso» deseo sexual que a la hora de la verdad no resulta eficaz,
pues no responde a una energía real lo que sucede a veces en la tercera un desgaste sistemático. Nos referimos a lo que podríamos llamar, si se nos permite la expresión, «el síndrome del viejo verde» es decir la persona que está obsesionada con el sexo y no dispone de suficiente energía para practicarlo. Se producida más por la deficiencia de abundancia de energía en ese órgano.
Esa obsesión por el sexo, tan común en la tercera edad, se da también en personas de cuarenta o cincuenta años que abusan del café, los picantes, el alcohol y el propio sexo. A causa de esos excesos, generan un desgaste de fluidos, sustancia y esencia en el eje reproductivo renal que desemboca en que el proceso sexual se haga
prácticamente omnipresente, incluso de modo compulsivo-obsesivo. Cuando, con la edad, el desgaste, va siendo cada vez mayor, la potencia o la funcionalidad disminuyen y suelen aparecer los episodios de falta de deseo sexual, impotencia u otros trastornos de la libido.
Es importante entender ese proceso, con vistas a escoger alimentos que ayuden a mantener en buena forma el riñón y en consecuencia, a tener una libido natural y no forzada.
TRATAMIENTO
Son muchos los alimentos o hierbas que tienen un efecto afrodisíaco, entre ellos los mariscos {la langosta, la gamba, etc.) y el alcohol. El alcohol ejerce un efecto tónico sobre la libido por dos razones: primero porque calienta tanto el hígado como el riñón, contribuyendo a que la energía fluya por los meridianos, y segundo porque favorece la desinhibición y desbloquea. Muchas veces los trastornos de la libido no son debidos a la falta de energía en el riñón22 o el hígado, sino a un bloqueo de la energía emocional. No olvidemos que las emociones se bloquean en el hígado: cualquier frustración o contención emocional afecta prioritariamente a ese órgano. Al estar bloqueada en el hígado, la energía no circula suficientemente por el organismo ni por las zonas erógenas, inhibiendo el deseo sexual. El alcohol, de naturaleza picante, tiene la capacidad de acabar con esos bloqueos y produce un aumento rápido de la libido. En contrapartida, el consumo regular de alcohol produce un desgaste de la sustancia tanto del fugado como del riñón que a la larga deriva en una disminución de la vitalidad general del organismo y, en especial, de la vitalidad sexual.
Efectos parecidos a los que produce el alcohol, pero mucho más saludables, tienen la canela, la pimienta negra o la cúrcuma. Y lo mismo ocurre con la menta, pero ésta sólo debe tomarse cuando no hay deficiencia de yang, pues su energía es fresca.
Algunos platos, como las gambas al ajillo con coñac o los mariscos flambeados, tienen la ventaja de que en su proceso de elaboración el alcohol se evapora, de modo que sólo ejerce sobre los alimentos un efecto yanguizante y dispersante, el cual ayuda a que la energía se distribuya más fácilmente por todo el organismo, a que la digestión sea mejor y a que el alimento que tiene trofismo por el hígado o el riñón sea absorbido más rápidamente por ellos, azuzando de manera rauda la libido.
Otro factor importante con vistas a mejorar el estado de la libido es que nuestras digestiones sean fáciles. Cuando sufrimos de digestiones lentas, estamos pidiéndole al organismo fuego suplementario, un plus de energía que en buena parte procede del riñón, con lo cual la libido se resiente. Como sabemos, después de una comida copiosa, el deseo sexual es escaso. Por ello, deberemos intentar que los alimentos que tomemos no sólo sean nutritivos y útiles para tonificar el riñón, sino también de fácil digestión. Algunos cereales, como el mijo, el trigo sarraceno, la quínoa y la avena, cumplen perfectamente estos requisitos. Las legumbres, tomadas en pequeñas cantidades y de forma regular, resultan asimismo muy válidas para tonificar la sustancia del riñón y para mantener un buen nivel de resistencia en la relación sexual. Especialmente aconsejable es el azuki, que cocinado con cebolla y ajo es un muy buen tónico renal. Tomando seis o siete cucharadas a diario podemos obtener excelentes resultados. Como indicábamos antes, otro tipo de alimento potenciador de la libido es el marisco de color naranja: la gamba, la cigala, la langosta, el langostino, el bogavante, etc. Son también muy buenos estimulantes sexuales las nueces, el mijo, el trigo sarraceno, la pasta de trigo sarraceno, el arroz salvaje, la quínoa, la canela, la cebolla, el cebollino, el puerro, la chirivía, la fresa biológica, el lichi, el melocotón, la cereza —cocinada al vapor durante 4 minutos—, las pasas, los piñones, el ginseng, el azafrán, el anís estrellado, el romero, el clavo, el comino, el hinojo, el ajo, el pescado —el bacalao, la anguila, por ejemplo— y muchos frutos de mar, como las ostras o las almejas y mejillones de vivero.
Infecciones
Una infección es el resultado de la proliferación en el organismo de un germen, esto es, de un microorganismo que al desarrollarse y reproducirse daña los tejidos del cuerpo. Existen distintos tipos de gérmenes: los de menor tamaño son los priones, a los que siguen los virus, las clamidias, los bacilos, las bacterias y, por último, los hongos, que son los más grandes.
La explicación científica clásica de la infección sostiene que, dicho de forma sencilla, ésta se produce cuando un germen entra en una célula, la parásita y la revienta, de modo que la célula se convierte en múltiples gérmenes.
Resulta indiscutible que cuando se contrae una infección una célula oronda y sana sufre la invasión de un microorganismo, cambia electromagnética y fisicoquímicamente, empieza a vibrar y se transforma en un montón de gérmenes. Pero ¿qué permite que una célula sea invadida, comience a vibrar y se descomponga cuando entra en contacto con una bacteria u otro germen? De hecho, todos estamos expuestos a los microorganismos y, sin embargo, unos enfermamos y otros no, ¿Qué es lo que determina la posibilidad de adquirir una infección y enfermar? Lo que marca la diferencia es la condición o el estado de esa célula o tejido, el estado biológico y energético de la persona, es decir, el terreno con que se encuentre el microorganismo patógeno. Desde la concepción fisicoenergética, si la condición de la célula es yin, es fácil que se descomponga. En realidad, una infección no es sino un proceso de descomposición de un tejido que ha podido generarse gracias a que esa zona del organismo está, por la razón que sea, falta de energía, de vitalidad, de fuerzas contractivas y coherentes, de yang.
Si hace frío y tomamos productos muy expansivos y fríos —refrescos, zumos de frutas, pasteles, etc.—, nuestro organismo y en especial la zona pulmonar se desvitaliza o, lo que es lo mismo, pierde energía, con lo que se convierte en terreno abonado para la gripe o las infecciones respiratorias. Asimismo, si tenemos la punta de un dedo inflamada debido a un golpe y comemos alimentos yin o expansivos, dispersantes de la energía y de escasa coherencia —grasas, fritos, azúcar, refrescos—, será más fácil que esa zona se infecte. Si, en cambio, tomamos alimentos poco grasos, que dejen pocos residuos y que tonifiquen la energía, como mijo, raíces, kuzu, tamari, sal marina, arroz integral, algas, sopa de miso, será difícil que el dedo se infecte.
Para explicar cómo la naturaleza contractiva o expansiva de los alimentos que tomamos influye en las células y los tejidos, acudiremos a un ejemplo: si elegimos una manzana o un melocotón bien hermosos encima de una mesa, a los tres días lo encontraremos enmohecidos. Por el contrario, si dejarnos abierto un paquete de arroz integral, al cabo de una semana el arroz permanecerá igual. En el caso de una zanahoria, tras unos días la encontraremos arrugada pero no
enmohecida. Los alimentos reaccionan de una forma u otra en función de la cantidad de energía vital y coherente que son capaces de acumular y mantener. Y lo mismo ocurre con las células. Por ejemplo, uno puede desarrollar candidiasis cuando no dispone de suficiente energía digestiva —energía celeste, yang, centrípeta, productora de temperatura23 y coherente— y toma fruta o azúcar después de comer. Esa fruta mal digerida fermenta en los intestinos y puede facilitar la formación de micosis. La energía expansiva y desvitalizadora de esos productos afecta a la flora intestinal, desvitalizándola, yin izándola y propiciando la aparición de microorganismos patógenos. Reacciones similares se producen en el resto de los tejidos. Para que se produzca una infección, la desvitalización y yinización del tejido debe combinarse con calor, humedad y acidez en los tejidos. A este respecto, conviene saber que la causa principal de que se genere calor húmedo —y, por lo tanto, residuos metabólicos y toxinas— es la debilidad del bazo, la debilidad del fuego interno digestivo. Éste debe estar siempre fuerte.
Cuando exista riesgo de infección lo que debemos hacer es dar fuerza y coherencia a los tejidos, darles factores de contracción, y no tomar alimentos que sean extremadamente yin, como la miel, d azúcar, los endulzantes, las solanáceas, los crudos, la fruta, los fritos... Asimismo, deberemos evitar que los tejidos padezcan de acidez, pues justamente es en los medios ácidos donde los gérmenes pueden proliferar. Como vimos en d capítulo dedicado a la clasificación de los alimentos según su poder alcalinizante o acidificante, la mayoría de los alimentos muy expansivos, así como la carne y, en general, la proteína de origen animal, producen acidez.
Las personas que consumen en exceso alimentos de tipo yin son más proclives a contraer viriasís. Desde d punto de vista energético, la poliomielitis, por ejemplo, se contrae cuando d estado de la persona es muy yin. Sude tratarse de personas que comen mucha fruta, azúcar, zumos de fruta, refrescos, alcohol, ensaladas, frutas tropicales, etc., o están muy faltos de yang o energía celeste al no consumir los alimentos y nutrientes que la promueven —cereales integrales, productos de mar, raíces, semillas, proteínas y minerales.
TRATAMIENTO
Para prevenir y tratar las infecciones deberemos consumir alimentos yangiantes, contractivos., alcalinizantes y de naturaleza neutra, fresca o fría, que tonifiquen el bazo y el pulmón y drenen los emuntorios o zonas de eliminación —hígado, riñón, intestinos, linfa...—. Nuestra dieta deberá rehuir o estimular la zona infectada según interese. Por ejemplo, en el caso de una infección cutánea, dejaremos de tomar alimentos crudos para no enviar energía hacia la periferia e impedir que la piel siga ejerciendo de zona de eliminación. Estimularemos en cambio el drenaje por emuntorios internos —riñón, hígado e intestino grueso—. En el caso de una bronquitis incipiente, causada por frío o exceso de yin, interesará estimular el órgano afectado, de modo que comeremos, por ejemplo, arroz integral, tomillo o té de raíz de loto, alimentos que tonifican la energía del pulmón, para que sea capaz de eliminar el viento frío.
Por otra parte, todo lo que proporcione vitalidad y energía a la zona susceptible de sufrir una infección es útil para prevenirla o curarla; tal es el caso de las moxas, las corrientes eléctricas de alta frecuencia, la electroacupuntura, las compresas de jengibre, la magnetoterapia o algunas cataplasmas.
Una buena dieta es muy eficaz contra los herpes. Para combatirlos el mejor cereal es el mijo. También ayudan mucho hierbas y alimentos amargos y picantes fríos como la echinacea, el propóleo, el biter sueco, el azuki, el arame, el tomillo o el aloe vera.
Por otra parte, examinando el pus, puede verse muchas veces el tipo de alimento que lo ha provocado. El pus amarillo es caliente y está producido por el consumo de huevos, grasa de carne o polo, embutidos, alcohol y lácteos duros y la ingestión excesiva de frutos secos. El pus blanco es más frío y surge a causa del consumo de lácteos blandos, farináceos, azúcar y de la ingestión excesiva de almendras. En realidad, el pus no es sino el detrito de un alimento que se ha ingerido en demasía y que, tras ser metabolizado, no ha podido eliminarse por las vías normales.
ALIMENTOS QUE DEBEMOS EVITAR
PATATA: reparemos en que cuando los medios de cultivo para el bacilo de Koch —el bacilo de la tuberculosis—, se hacen en una base de harina y patata —cultivo de Loöwestein—. En caso de padecer caseificaciones o tuberculosis, se deben eliminar de la dieta la patata y el resto de solanáceas, porque tienen un efecto caseificante sobre el tejido. Cuando se desea caseificar un tumor, sí resulta recomendable. (La caseificación es un proceso de degeneración y muerte de los tejidos por el que se convierten en una masa amorfa parecida al queso. Se da en los abscesos y forúnculos, por ejemplo.)
FRUTA: Especialmente si se tiene tendencia a contraer candidiasis y herpes. Quizá la fruta más hepética entre las frutas autóctonas españolas son los higos.
Productos refinados: Harinas, bollería...
grasas saturadas y aceites refinados.
azúcar, miel, chocolate y refrescos.
harinas: Dado que son productoras de mucus, pueden favorecer la proliferación bacteriana (a causa de la cadena mucosidad—congestión—calor húmedo—infección) y acidifican la sangre.
frutos secos. fritos.
Convendrá también que abandonemos el uso del túrmix, pues tiene un efecto muy yin: dispersa la energía del alimento, con lo que seda y desvitaliza el fuego interno digestivo. Se puede usar, a cambio, el pasapuré, que tiene el efecto contrario, pues el alimento se deshace a fuerza de presión, centrípetamente, con lo que adquiere coherencia y cohesión.
ALIMENTOS RECOMENDADOS
sopa de miso: Puede tomarse a diario siempre que sea suave. En verano se puede sustituir el miso por salsa de soja procesada naturalmente o alternarlos. Ambos alimentos son muy alcanilizantes.
algas: De naturaleza fresca y sabor salado, remineralizantes y alcalinizantes, tienen un efecto diurético, drenante, y eliminan el calor húmedo. Combinan muy bien con otros alimentos: la kombu con el cereal o la legumbre, la wakame con las sopas, la arame con la verdura, etcétera.
CEREALES EN GRANO: Como el mijo, la cebada, el arroz y el trigo sarraceno, cocinados con algas como la kombu, la arame o la hiziki —que aportan vitalidad y coherencia— y aderezados con condimentos salados como el gomashio.
VERDURAS DE DISTINTO TIPO (EN CANTIDAD SUPERIOR A LA NORMAL): El ajo y la cebolla tienen fama de tener efecto antibiótico. Deben cocinarse sin aceite porque de lo contrario producen calor húmedo y pueden agravar las inflamaciones. En cualquier caso el ajo no es muy recomendable a no ser que la infección vaya ligada con problemas circulatorios en la zona dañada, que se requiera un efecto germicida directo o que, en el trasfondo del problema, lata una gran deficiencia de fuego interno digestivo. Tanto la cebolla como el ajo sofritos producen calor húmedo, por lo que pueden empeorar las inflamaciones infecciosas. La cebolla puede usarse en calcios, estofada, hervida o hecha al vapor. Es importante que antes de tapar el recipiente en que la cocinemos hayamos dejado que se evaporen sus ácidos volátiles.
extracto de semilla de pomelo: También tiene fama de antibiótico natural.
TOMILLO: Es una buena hierba antiinfecciosa.
legumbres (en pequeñas cantidades): Son especialmente adecuados el tofu y los azukis.
pescado (fresco y hervido o al vapor): Puede tomarse, en pequeña cantidad, si a la vez se alcaliniza la sangre y se toma acompañado de hoja verde. Este consejo es válido para las infecciones víricas. En el caso de las bacterianas, es mejor no tomar pescado.
wasabi y menta: Los picantes fríos son adecuados para tratar infecciones de la cabeza —rinitis, sinusitis, etcétera.
La dieta que hemos expuesto sirve para potenciar la inmunidad. En nuestra práctica clínica hemos comprobado que las defensas del organismo no siempre dependen del número de leucocitos o células blancas de las analíticas sanguíneas.
Desde el punto de vista energético, la inmunidad también depende, según la medicina tradicional china, de una suerte de pantalla defensiva que posee el organismo para impedir la entrada de energía patógena. Esa pantalla es en realidad una corriente de energía que circula por la piel y que en la medicina tradicional china se conoce como wei—chi —literalmente «energía defensiva»—. Su vigor está en función del nivel de energía de que disponga el organismo, pero sobre todo de la energía con que cuente el pulmón, que es el órgano que controla y nutre el wei—chi.
En síntesis, para poseer una buena defensa inmunitaria es necesario tener.
• Suficiente energía en el pulmón.
• Suficiente sangre. La deficiencia de sangre causa problemas inmunitarios crónicos. Es importante, pues, tonificar la sangre, porque una deficiencia crónica en el hígado o la falta de yin —sustancia— en el pulmón impiden que el wei—chi proteja bien todo el cuerpo. En la defensa del cuerpo de las intrusiones de microorganismos desempeñan un papel fundamental los glóbulos blancos y los anticuerpos, cuya cantidad, calidad y funcionalidad están directamente relacionadas, desde el punto de vista de la medicina oriental, con la calidad y la fuerza de la sangre, los pulmones, los riñones y el hígado.
Conviene saber que no siempre la insuficiencia de sangre está vinculada con la anemia. Una persona que no sufra de anemia puede, sin embargo, padecer deficiencia de sangre en algunos órganos.
Y es que una cosa es que nuestra sangre disponga de la suficiente cantidad de hemoglobina y glóbulos rojos por litro, y otra cosa que sea capaz de llenar los órganos del cuerpo. Si por cualquier motivo —una inflamación o un problema circulatorio, por ejemplo— un órgano no es irrigado convenientemente, sufrirá de insuficiencia de sangre, aunque la persona no tenga anemia. También puede suceder que la deficiencia de sangre sea generalizada, es decir, no limitada a un órgano. De ello padecen, con frecuencia, las personas que han contraído el sida; el déficit generalizado de sangre podría ser una de las causas de que su inmunidad sea tan baja.
• Buen pool de esencia en los órganos, especialmente en los riñones y los pulmones.
Las inmunodeficiencias están asociadas con la existencia de carencias en los tres aspectos. La deficiencia de sangre es consecuencia de la deficiencia de esencia. En el caso de los drogadictos de larga duración, la esencia ha sufrido mucho desgaste y, como consecuencia, presentan deficiencia de sangre y también de wei—chi. Si además hay falta de yang en el pulmón y la energía general está baja, el organismo se vuelve muy vulnerable.
A la hora de alimentarnos el objetivo debe ser, pues, tonificar tanto el pulmón como la sangre y la esencia. Para estimular el chi del pulmón y la energía defensiva o wei—chi contamos con la raíz de astrágalus membranaceus, el arroz integral, la raíz de elenterococo, la rafe de loto o el tomillo. Éste no debe tomarse si uno sufre de exceso de calor o fiebre. Por otra parte, el jengibre es excelente para estimular la energía del bazo, cuya debilidad es con frecuencia la causa de que el pulmón también esté falto de fuerza. Tiene, además, propiedades germicidas y antiparasitarias. En cuanto al aceite de árbol de té, es un buen antibiótico local. Se usa también para tratar las micosis de piernas y uñas. Aceites esenciales como el de clavo o el de canela tonifican el flujo del wei-chi por la espalda, el cuello y la nuca lugares propicios para la entrada de frío en el organismo. Son buenos, pues, para tratar y prevenir resfriados.
Dieta para el hígado
La dieta que expondremos a continuación es adecuada para tratar la hepatitis y ayudar a la regeneración del parénquima hepático. Siempre que el hígado está inflamado, podemos observar en el organismo síntomas de exceso de calor y humedad. Para combatirlos, usaremos los alimentos fríos, frescos y neutros con trofismo hepático. Veamos algunas directrices concretas:
• Si se conjugan calor y poca humedad debemos acudir especialmente a los alimentos de sabor dulce y, en menor medida, a los de sabor amargo.
• Si hay calor y mucha humedad, deberemos tomar los de sabores amargo y picante frío y, en menor medida, los de sabor dulce. De entre los picantes fríos o frescos, podemos acudir a la menta, el estragón, la cúrcuma y los germinados. Los picantes calientes o tibios no son recomendables cuando hay inflamación.
• Si vemos signos de que el bazo está débil —digestiones flojas—, no deberemos tomar alimentos con trofismo hepático que sean fríos o frescos, sino sólo los que sean neutros.
• Si hay síntomas de sequedad, como en el caso de una hepatitis crónica sin excesiva humedad, la cual suele darse con mayor frecuencia en personas delgadas, se pueden tomar alimentos dulces. El sabor dulce aplaca rápidamente algunas hepatitis muy virulentas. Podemos recurrir al apio, la alcachofa, la cebada, las espinacas, el trigo, los nísperos, las ostras, el tomate maduro, las moras, el rabaníto o las judías verdes, la melaza de cebada y las mermeladas hechas solo de fruta —de arándanos, de mora, de frambuesa.
• Si tenemos síntomas de calor húmedo —inflamaciones y edemas— y se desea drenar la humedad, deberemos tomar alimentos amargos y picantes fríos como la cúrcuma, el rabaníto, el apio, la achicoria, la lechuga, los espárragos, la genciana, el diente de león y otras hierbas dulces o amargas y refrescantes.
• Al margen de que no se haya desarrollado una hepatitis, en el caso de un hígado hipofuncionante —propio de personas bebedoras, de grandes consumidores de proteína animal, grasas, azúcar o lácteos, o de quienes sufren los efectos tóxicos de algunos medicamentos— debemos recurrir a alimentos ácidos, salados y dulces, tibios y neutros, para movilizar y aumentar la energía en el hígado. El sabor dulce se usa para tonificar la sangre y el yin en el hígado, y el ácido para aumentar la secreción bilis y las fundones hepáticas. Los lichis, por ejemplo, al ser dulces y ácidos, ayudan a la formación y secreción de bilis y contribuyen a la construcción de parénquima hepático. Asimismo, el sabor salado suave puede tener un efecto drenante y tonificar el yin.
Dieta para el desarrollo espiritual
Para apreciar las virtudes de esta dieta, conviene recordar cómo circula la energía en nuestro organismo según la medicina tradicional oriental. La energía celeste y la energía terrestre entran en el cuerpo por la coronilla y el perineo, respectivamente, y fluyen por el canal central, flanqueado por dos canales laterales, uno ascendente y otro descendente, encargados de conducir la energía a los chalaras —los seis centros energéticos situados a lo largo del canal central—, los cuales a su vez la envían a canales más periféricos. A partir de ahí la energía se va distribuyendo por canales cada vez más finos, en los que las partículas energéticas adquieren cada vez más densidad. En ese largo trayecto, la energía, muy sutil y de alta frecuencia al principio, se va densificando hasta formar la materia —los vasos linfáticos, los capilares y las células.
El desarrollo del potencial de nuestra conciencia está en relación directa, precisamente, con nuestro grado de percepción de ese movimiento energético interior. Toda conquista en el desarrollo de la conciencia es una conquista de la absorción consciente de la energía. La energía recorre constantemente nuestro cuerpo; sin embargo, nosotros no somos conscientes de la mayoría del recorrido que hace. Solamente somos capaces de identificar la vibración corporal y algunas sensaciones que se corresponden con la faceta más externa y más materializada de nuestra corporalidad. Cuando decimos que toda conquista en el desarrollo de la conciencia es una conquista de la absorción consciente de la energía hay que precisar que se trata en realidad de un avance en la capacidad de percibir esa energía en sus recorridos más interiores, avance que amplía el abanico de los estados de conciencia, tanto más sutiles cuanto más alta sea la frecuencia de la energía. Para que ese avance sea posible, es preciso tener la capacidad de dirigir la conciencia hacia nuestro interior, cosa que hacemos involuntariamente cuando dormimos.
Cuanto mayor es nuestra capacidad de dirigir la conciencia hacia nuestro interior, más capaces somos de percibir recorridos profundos de la energía. Una alimentación adecuada puede ayudar a potenciar nuestra conciencia haciendo que su vibración sea más refinada, de modo que pueda percibir el paso de la energía por los nadis, es decir, los canales más sutiles. Cuando la frecuencia y calidad vibratoria de la alimentación es grosera, como en el caso de la carne, uno nota solamente los efectos físicos y emocionales groseros que produce córner de esa manera. En cambio, cuando se toman alimentos de frecuencias más finas y sutiles, se adquiere también la capacidad de percibir lo más fino y sutil.
La mejor dieta para potenciar la conciencia y el desarrollo espiritual es la basada en alimentos cuya energía sea refinada y que faciliten la absorción de la conciencia. Cuando la energía del alimento es ruda o gruesa no sirve para ese propósito. No estamos defendiendo las virtudes dé una dieta vegetariana o basada únicamente en alimentos naturales. La idea es otra. Por ejemplo, ni el pan integral ni la fruta cuentan con esa energía sutil de que hablamos. La fruta debilita la fuerza del bazo y dispersa y lanza hacia afuera la energía, minando la concentración y la capacidad de interiorización. Por su parte, el ajo y la cebolla crudos, al tener una vibración muy ruda y ser muy fuertes y olorosos, no penetran en los nadis más interiores, con lo que tampoco sirven para hacernos conscientes del paso de la energía por los canales de frecuencia más fina. Y es que a medida que los nadis son más internos y se van acercando al canal central, la energía que circula por ellos debe ser necesariamente cada vez más sutil, de alta frecuencia. La energía gruesa, de baja frecuencia, no puede pasar por ellos: no tiene resonancia ni trofismo hada dios. Así, cuando busquemos aumentar la potencia de nuestra conciencia, nuestra dieta debe ser simple y estar basada en granos integrales de buena calidad, verduras poco cocinadas, legumbres, algas y pickles, en alimentos, en definitiva, que sean finos y suaves, que promuevan digestiones fáciles pero consistentes y que no requieran de una gran inversión energética para ser digeridos, de modo que la energía pueda moverse con libertad por todo el organismo sin acumularse en la zona digestiva y lo cargue de energía celeste —que a su vez facilitará la interiorización gracias a su naturaleza centrípeta.
El alimento que mejor carga energéticamente los nadis es el cereal en grano bien cocinado. En cuanto a la proteína animal, cualquier gurú o guía espiritual recomienda suprimirla de la dieta. Alguno, sin embargo, aconseja la ingestión de productos lácteos, que llevan a que uno se guíe más por factores emocionales que por factores espirituales o psíquicos. Suele tratarse de gulas espirituales que persiguen cierto culto a su personalidad o una mayor actividad devocional. Los lácteos no son recomendables en las prácticas avanzadas porque dirigen la energía hacia la zona intermedia y la periferia del organismo en lugar de hacia su interior, potenciando más la conciencia emocional.
Cuando uno desea centrarse en el canal central y los meridianos centrales, la alimentación debe ser vegetariana, basada fundamentalmente en cereales en grano —quínoa, amaranto, muy buen arroz integral, avena—, tofu, tempeh, etc., y exenta de productos rudos, como los crudos, el salvado, los panes, los ajos o las levaduras. Esta dieta debe estar acompañada de pequeñas cantidades de sopa, muy ligeramente salada y aderezada con alguna alga, algo de miso (opcional) y algunas verduras cocinadas.
Por otra parte, no es adecuado seguir este tipo de dieta estando en una ciudad. Para poder adaptarse al medio urbano es necesario comer de forma más variada y más cantidad de grasa de la que contienen los alimentos que recomendamos. Por lo tanto, para aplicar la dieta de forma idónea, es preferible irse de retiro temporalmente y no seguirla durante un período demasiado largo. Como máximo, entre siete y diez días bastan para encontrarse más lúcido e inspirado y estar en mejores condiciones para afrontar alguna situación problemática. Los efectos pueden notarse ya desde el segundo o tercer día.
Nuestra experiencia clínica nos dice que el resultado más gratificante de un cambio de alimentación es justamente la posibilidad de adquirir una nueva manera, más amplia, profunda y rica, de percibir las cosas. Cuando uno atesora más energía de lo acostumbrado y ésta es más sutil que la que habitualmente posee, su percepción del tiempo y el espacio varían para mejor. La dieta que recomendamos es una forma natural de desarrollar nuestro potencial interno, sin necesidad de recurrir a doctrinas o a gurúes.