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Los cinco elementos
La teoría de los cinco elementos o transformaciones se remonta a tres mil años atrás. Es uno de los fundamentos de la medicina tradicional china y, en general, de la cosmología oriental antigua. Como vamos a ver, es de muy fácil aplicación a cualquier aspecto de la vida o de los fenómenos que nos rodean. Y, por supuesto, a la alimentación.
Sabios de la Antigüedad advirtieron que todo ciclo consta de cinco fases; una fase en la cual la energía tiende a tomar una dirección ascendente y expansiva (que se asocia al elemento madera), una fase de máxima energía expansiva (fuego), una fase en la que la energía desciende y se empieza a recoger (tierra), una fase en la que la energía llega a la, máxima contracción (metal) y una última fase (agua) en la que la energía se vuelve fluida y horizontal hasta que de nuevo asciende (madera). Ése es d recorrido que sigue, por ejemplo, el agua.
Las estaciones
Utilizando también el método analógico, podemos ordenar el ciclo de las estaciones según el mismo criterio:
En el calendario oriental, existen unos períodos de transición entre las estaciones conocidos como dojos. Duran aproximadamente dieciocho días y se les considera estaciones propiamente dichas. Los más importantes son el dojo de agosto, situado entre el verano y el otoño, y el que media entre el invierno y la primavera. En estos dos períodos es cuando solemos sufrir más desarreglos. De hecho, se dice que durante los dojos se puede tratar cualquier enfermedad, lo que no ocurre en los espacios interdojo, esto es, en las estaciones. Por ejemplo, en verano el riñón suele estar más débil, pero no es el mejor momento para tonificarlo, porque en esa estación la energía está centrada en la parte superior y exterior del cuerpo y especialmente en el corazón, con lo que éste podría resentirse si tomamos intensivamente alimentos o medicamentos para que la energía se dirija al riñón, que está en el interior y en la mitad inferior. En cambio, los dojos son momentos en los cuales la energía puede encauzarse con libertad hacia cualquier órgano sin que los demás sufran por ello.
Por otra parte, las estaciones energéticamente hablando, no empiezan, desde el punto de vista energético, en el momento que nos indica el calendario occidental, sino que lo hacen alrededor del 4 de febrero la primavera, del 4 de mayo el verano, del 4 de agosto el dojo de tierra, del 4 de septiembre el otoño y del 4 de noviembre el invierno, aunque la fecha varía según el área geográfica. (En realidad hay un período de unos dieciocho días de transición llamado dojo que varía su comienzo según la zona geográfica.)
En muchas zonas de España, un indicio de que la energía empieza a ascender es el florecimiento de los almendros a finales de enero. Desde el punto de vista energético, pues, la primavera empieza mucho
antes del 21 de marzo Cada lugar del mundo cuenta con indicios —una especie de pájaro que empieza a cantar, un árbol que florece, un aspecto climático— de la llegada de un nuevo dojo o estación. Las estaciones y los órganos del cuerpo, como luego veremos, están vinculados con un determinado elemento o estelo de la energía, por lo que la llegada de una estación nos señalará qué órganos van a estar fuertes durante ese período y cuáles, en cambio, estarán más débiles.
También el ciclo lunar sigue la misma lógica. La luna nueva es el invierno del ciclo lunar. Estamos en las fases metal y agua, en las que la energía no se exterioriza, sino que está concentrada en el interior, con lo cual, por ejemplo, apetece más dormir. Durante la fase de cuarto creciente —madera— la energía empieza a expandirse, hasta la llegada de la luna llena —fuego—, momento en que estamos más activos y dormimos menos. Durante el cuarto menguante —tierra—la energía se recoge y nuestro cuerpo la interioriza, motivo por el que nos encontramos en el momento idóneo para someternos a operaciones quirúrgicas, extracciones dentales, etc., pues la tendencia de las heridas a sangrar es mucho menor.
En cuanto a los puntos cardinales, el norte es agua, d este madera, el sur fuego y el oeste tierra—metal.
Respecto a los colores, el rojo es fuego, el amarillo tierra, el blanco metal, el negro agua y el verde madera.
El ciclo diario de una persona también se desarrolla por fases: por la noche uno duerme (energía horizontal/agua); luego, se levanta (la energía ascendente/madera nos empuja a estar de pie); durante el mediodía —de las 10 a las 14 horas, hora solar, en verano, y de las 11 a las 15 horas en invierno— desarrolla mucha actividad (fuego); por la tarde tiene ganas de sentarse y descansar (la energía se recoge y desciende/tierra—metal), y luego se mete en la cama de nuevo (agua).
Aplicaciones de la teoría
Las que más nos interesan con vistas o gozar de un estado de salud óptimo son las que los relacionan con los alimentos, los órganos del cuerpo y las emociones. Gracias a la teoría de las cinco transformaciones podemos entender cómo se mueve la energía y, sobre esa base, adaptar nuestra alimentación y nuestros hábitos de vida a ese movimiento.
Por lo que se refiere a los órganos del cuerpo, el hígado y la vesícula biliar son madera, el corazón y el intestino delgado fuego, el bazo, el estómago y el páncreas tierra, el pulmón y el intestino grueso metal y el riñón agua.
Las emociones y los estados mentales también están vinculados a uno u otro elemento y, por extensión, a uno u otro órgano y al estado de salud de éste.
A partir de esta clasificación se deduce, por ejemplo, que una persona dada a criticar padece algún problema de hígado; que la que sufre continuamente miedos tiene los riñones afectados; que quien se ríe demasiado o no se ríe nunca debe modular la energía de su corazón; etc. Según la medicina tradicional china, los órganos y las emociones se influyen mutuamente, con lo que, por ejemplo, potenciando la autoestima de una persona, podremos mejorar su riñón y viceversa: tonificando su riñón lograremos que su aprecio por sí mismo crezca. ,
¿Cómo podemos abordar, desde la alimentación, las carencias de los órganos y, por extensión, las emociones negativas? Atendiendo a la clasificación que vincula los cinco elementos con los nutrientes, por una parte, y a la que relaciona los elementos con los alimentos, por otra. Gracias a ellas, podremos saber qué alimento convendrá tomar cuando determinado órgano esté débil o cuando nos embargue un sentimiento negativo.
En cuanto a los nutrientes, las vitaminas están asociadas con el elemento fuego, los hidratos de carbono con el elemento tierra, las proteínas con el elemento metal, las sales minerales con el elemento agua y las grasas con el elemento madera.
Y en cuanto a los alimentos, la tabla de la página siguiente nos indica las relaciones.
La aplicación de la teoría de los cinco elementos a los nutrientes y a los alimentos resulta de mucha ayuda para entender nuestra dinámica de apetencias y desapetencias y para saber cómo complementar o compensar unos alimentos con otros. Como norma general, en el plato o a lo largo de una comida debemos combinar alimentos vinculados con, cuando menos, tres elementos o tipos de energía. No es bueno tomar, por ejemplo, sólo raíces (metal) o sólo legumbres y algas (agua). Si una persona padece del riñón, lo aconsejable es que tome alimentos pertenecientes a los elementos agua y metal —el elemento metal genera el elemento agua—. Deberá seguir una dieta basada, por ejemplo, en azukis, algas y trigo sarraceno (agua) y arroz integral (metal). Sin embargo, tendrá que compensar esos alimentos con algo de otros, pertenecientes a los elementos tierra y fuego, si quiere evitar que su corazón o su digestión se debiliten.
También los sabores de los alimentos, de los que hablaremos extensamente más adelante, están asociados a uno u otro elemento: el sabor amargo pertenece al elemento fuego, el dulce a tierra, el picante a metal, el salado a agua y el ácido a madera. Combinando esta clasificación con la que vincula elementos con órganos, podemos saber qué sabores benefician a un órgano y cuáles, en exceso, lo perjudican. Así, el sabor ácido tonifica el hígado y la secreción de la vesícula biliar, el sabor amargo, el corazón y el intestino delgado; el sabor dulce —el buen sabor dulce, no el de los productos refinados—, el estómago, el páncreas y el bazo; el sabor picante, los pulmonesyel intestino grueso, y el sabor salado, el riñón y la vejiga. Por el contrario —y teniendo en cuenta que, como veremos más adelante, los elementos no contiguos son opuestos—, un exceso de ácido (madera) debilita el pulmón (metal), un exceso de picante (metal) afecta al hígado (madera), un exceso de sal (agua), al corazón (fuego), etc. Asimismo, tomar en exceso un determinado sabor perjudica al propio elemento del que participa ese sabor; por ejemplo, demasiado dulce perjudica al bazo y al estómago —puede quitar el apetito y debilitar la digestión, entre otras cosas—. Por otra parte, decíamos más arriba que en un plato o una comida se deben combinar tres tipos de energía. Pues lo mismo debe hacerse con respecto a los sabores: no es bueno que todos los alimentos que tomemos en una comida sean de un solo sabor.
El color del alimento también constituye en buena parte de los casos una pista acerca de a qué órgano benefician. Los alimentos de color rojo —el rojo pertenece al elemento fuego— van bien, en general, para el corazón y la sangre (fuego); los amarillos —el amarillo es un color asociado al elemento tierra—, como los panos o los cereales, inciden positivamente en el bazo—páncreas (tierra); los negros (agua) en el riñón (agua), y los blancos (metal) en el pulmón (metal).
Asimismo, la forma en que una planta crece nos indica a qué tipo de energía o elemento está asociada y, por lo tanto, a qué órgano puede beneficiar. Las plantas reptadoras, como las fresas o las frambuesas, son de energía horizontal, como el elemento agua, y ayudan al riñón; las que crecen verticalmente, como el trigo o el espárrago, están vinculadas con el elemento madera y, por lo tanto, inciden sobre el hígado; las de forma redonda ayudan al bazo, etcétera.
LA COCCIÓN
También podemos establecer la relación entre los tipos de cocción y los cinco elementos. Al elemento tierra pertenece la cocción al vapor; al elemento metal, los estofados y los salteados de más de veinte minutos; al elemento agua, el hervido con agua y a fuego bien bajo; al elemento madera, el salteado rápido y el hervido escaldado, con el fuego alto y la olla destapada, y al elemento fuego, el salteado muy rápido, con el fuego al máximo. En pleno verano, cuando la energía ambiental es liviana y es preciso que el organismo se adecué a ella, no tomaremos muchos estofados o potajes, porque si lo hacemos el corazón no va a disponer de la ligereza que necesita y se va a debilitar. Por el contrario, en pleno invierno sí apetecen estofados o cocciones largas, que promuevan las energías metal o agua, precisamente porque en esa estación es cuando hay que reforzar el organismo. En verano serán los hervidos y salteados cortos y rápidos los que nos ayuden a sentirnos mejor (o la ensalada si nuestra fuerza digestiva es buena).
En resumen, sabiendo a qué elemento está vinculado un órgano que está debilitado, podemos aplicar dietas con nutrientes, alimentos, sabores, colores y tipos de cocción asociados con el mismo elemento —o, como veremos a continuación, con el elemento madre de éste— para que incidan directamente en el órgano, tejido o función afectados. Si tenemos que tratar un problema de riñón —órgano del elemento agua—, lo indicado será tomar legumbres arriñonadas y pequeñas raíces —zanahoria, nabo, cebollas— algas minerales, trigo sarraceno y fresas —alimentos del elemento agua— y arroz integral —alimento del elemento metal, madre del elemento agua—. Evitaremos, en cambio, los alimentos crudos —elemento fuego— y las cocciones muy ligeras y optaremos, en cambio, por la cocción lenta y larga con poca agua —elemento agua.
Conviene saber que un elemento es, en el tiempo, madre de otro: el fuego engendra la tierra, la tierra engendra el metal, el metal engendra el agua, el agua engendra la madera y la madera engendra el fuego. Ocurre lo mismo con los órganos. Uno es madre de otro. En función de ello, puede interesarnos nutrir uno a través de su precursor. Podemos por ejemplo tonificar el riñón (agua) para nutrir el hígado (madera).
Por el contrario, los elementos discontiguos son opuestos y complementarios; de ahí que se diga que el agua corta o refrena el fuego, el fuego al metal, el metal a la madera, la madera a la tierra y la tierra al agua, y a la inversa: el agua corta la tierra, la tierra a la madera, la madera al metal, el metal al fuego y el fuego al agua. En realidad, se trata de un mecanismo de autocontrol de cualquier fenómeno, un mecanismo que evita los excesos. Así ocurre en el organismo humano. Si uno quiere tonificar el hígado deberá tener cuidado de no tener el metal —y los elementos relacionados con el metal— demasiado fuerte, porque de lo contrario el metal va a cortar la madera. Tener en cuenta la necesidad de ese equilibrio resulta fundamental a la hora de diseñar una dieta.