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La digestión. Su importancia energética

Otro de los argumentos fundamentales en favor de la dieta que recomienda la OMS es la naturaleza de la digestión. Para entender qué función cumple este proceso vital debemos retomar el concepto de salud. Más arriba hemos definido la salud como la capacidad para adaptarnos al medio que nos rodea. Cuando un ser vivo dispone de esa capacidad, sobrevive. En cambio, si no dispone de ella, acaba pereciendo. La vida se fundamenta en la capacidad de adaptarse al medio que nos envuelve.

¿Qué hacemos para adaptarnos a nuestro entorno? Sencillamente, nos lo comemos —para convertirnos en el entorno mismo—. Nuestra alimentación, compuesta de productos del medio en que vivimos, es precisamente la que permite que nos adaptemos a ese hábitat y en, última instancia que gocemos de buena salud en una vida armónica.

Para adaptar ese entorno a nuestro cuerpo, necesitamos desmenuzarlo en partículas biológicas elementales, que puedan ser asimiladas por él. Nuestro organismo atomiza el medio, nuestro alimento, y lo transforma en materia corporal y energía. Y para hacerlo se sirve del sistema digestivo.

El sistema digestivo es el que se ocupa de convertir las materias complejas, tanto animales como vegetales, en partículas elementales. Así, desmenuza las proteínas en aminoácidos; los hidratos de carbono en glucosa, fructosa o galactosa, y las grasas y los aceites en ácidos grasos y glicerol —un alcohol—. Asimismo, mediante el sistema digestivo nuestro organismo absorbe directamente agua, vitaminas y minerales. Tales partículas elementales son las que componen la estructura orgánica de los seres vivos.

El factor que permite esa atomización es el fuego digestivo, que se manifiesta de distintas maneras; en forma de enzimas y secreciones con diferentes grados de acidez/alcalinidad a lo largo del sistema digestivo; en la actividad peristáltica o, dicho de otro modo, en el movimiento interno capaz de hacer descender el alimento a través del sistema digestivo, y en el proceso de absorción intestinal. Este último es un proceso de carácter ascendente, impulsado por el fuego interno que se halla en lo que en la medicina tradicional china se conoce como el caldero, es decir, la parte central del cuerpo. En el caldero —en los intestinos concretamente— se rechaza lo desechable y se absorbe lo nutritivo, que a través de la vena porta y del sistema linfático llega a la parte superior del cuerpo. La absorción intestinal no es una función de tipo digestivo, sino asimilativo, y en la medicina tradicional oriental se la conoce como función del bazo. La labor del bazo chino es fundamental, pues determina no sólo el buen funcionamiento del sistema digestivo, sino también la capacidad del organismo para absorber nutrientes y fluidos, nutrir la sangre y la sustancia, llevar a cabo la combustión celular y, en definitiva, adquirir la energía necesaria para que podamos seguir viviendo.

Vemos, pues, que la alimentación se desarrolla en dos' fases, la digestiva, durante la cual se desmenuza el alimento, y la asimilativa, en la que el alimento, una vez atomizado y tras ser absorbido desde los intestinos y conducido hasta el hígado, se convierte en sangre con el fin de que nutra nuestra sustancia, nuestra esencia y nuestra energía.

La digestión es una función yang, descendente —impulsada por la energía celeste—, que conduce el alimento desde la boca hasta el ano. Los movimientos peristálticos que poco a poco hacen descender el alimento son similares a los de un látigo. A fuerza de impulsos que provienen en última instancia de la energía celeste, el alimento pasa de la boca al esófago, de ahí al estómago, luego al intestino del gado y posteriormente al intestino grueso. La energía celeste es responsable de los movimientos de esas vísceras y partes del cuerpo, y también de la producción del fuego metabòlico que permite la adecuada secreción de jugos desde la boca hasta el intestino, así como de los movimientos a partir de los cuales se produce la excreción de la bilis y los jugos pancreáticos.

Dado que la digestión es un proceso de tipo yang, todos los factores más expansivos, es decir, yin, que a la hora de digerir estén presentes en nuestro cuerpo inhibirán el movimiento de las vísceras y la secreción de jugos. De ello se deduce que si queremos potenciar las funciones digestivas de un órgano —el estómago, el páncreas, el hígado, los intestinos, etc.— deberemos consumir alimentos que, amén de tener trofismo por ese órgano digestivo, sean de tipo yang. Para que los órganos segreguen jugos convenientemente, será necesario, además, que el organismo esté bien hidratado y fluidificado.

El proceso digestivo

PREDIGESTIÓN O DIGESTIÓN PREORAL

La llevamos a cabo al saber y ver lo que vamos a comer, y a la postre resulta fundamental. Según la fisiología médica, entre el 40% y el 60% del proceso digestivo se lleva a cabo antes de que el alimento llegue a la boca. Puede decirse que la digestión es en su primera fase un proceso ante todo mental. Y es que la visión del alimento y su olor estimulan de por sí la secreción de jugos digestivos adecuados. Es por eso por lo que resulta del todo desaconsejable ponerse a comer viendo la televisión, trabajando en el ordenador o leyendo el periódico. Cuando estemos sentados a la mesa, conviene que nuestra atención se centre en la comida, pues de lo contrario la digestión se resentirá.

LA MASTICACIÓN

Fundamental por numerosas razones. En primer lugar, porque, al masticar, el alimento se machaca y se envuelve de saliva, gracias a cuyo pH y a cuyas enzimas —la ptialina y la amilasa, por ejemplo— una parte de los nutrientes, los hidratos de carbono, sufre una importantísima digestión. Al tiempo, trocear bien la comida ayuda a que los jugos digestivos sean más eficaces. Una buena masticación permite que la salivación se mayor, y si el flujo de saliva es grande y rico, se ha elaborado durante el tiempo suficiente y tiene un pH entre 8 y 8,5, la secreción ácida estomacal aumentará. El alimento transita así de un medio alcalino, la boca, a un medio altamente ácido, el estómago, alternancia que luego se prolonga en el duodeno, cuyas secreciones son también alcalinas, y en el intestino delgado, de secreciones en este caso acidas. Ese vaivén es el que asegura que el alimento se digiera bien, pues lo somete a un eficaz proceso de lisis bioquímica.

El grado de masticación es también importante porque de él depende que las glándulas salivales, beneficiosas para la digestión, se pongan en marcha a su máximo potencial. Cuando masticamos poco el alimento, esas glándulas no alcanzan a segregar suficientemente.

En cuanto a los dientes, son acumuladores energéticos, condensadores de energía. Los dientes superiores están más cargados de energía celeste y, en cambio, los inferiores lo están más de energía terrestre. Puede decirse que los dientes mandibulares tienen una carga negativa y los dientes maxilares una carga positiva. Además, cada diente alberga una carga negativa y otra positiva (yin/yang), en proporciones variadas, de tal manera que cada uno de ellos tiene una polaridad distinta de la de los dientes de al lado.

Si acercamos los clientes superiores a los inferiores hasta que prácticamente se rocen, podremos comprobar que se produce una especie de tembleque: no se trata sino del salto eléctrico de un diente a otro, es decir, de los electrones que pasan de un maxilar al otro. Una masticación profusa permite que esa corriente eléctrica afecte de manera positiva a los alimentos, cargándolos de energía. Para la digestión del alimento, esa inyección de chi es casi tan importante como el efecto mecánico que la masticación ejerce sobre él. La energía que los dientes desprenden revitaliza la comida, facilitando su transformación en sustancias nutritivas, útiles y metabolizables por el organismo. Por otra parte, una masticación concienzuda puede insuflar vitalidad incluso a alimentos recolectados hace tiempo, congelados o excesivamente yin.

Como vemos, una masticación profusa y tranquila, que garantice una importante secreción salival, es un factor básico a la hora de digerir los alimentos. Con ella, aseguramos que la digestión empiece bien tanto desde el punto de vista mecánico como eléctrico y bioquímico. De hecho, una buena masticación podría desempeñar un papel alquímico, favorecedor de transmutaciones biológicas demostradas por el profesor Louis Kervran (véase «Bibliografía recomendada») y, por lo tanto, muy interesante para nutrir a fondo el cuerpo.

Normalmente, la comida debe masticarse entre quince y cincuenta veces, en función de la fuerza digestiva de cada cual. Una persona que goce de un buen estado de salud y que tenga hábitos alimenticios adecuados debería masticarla un mínimo de quince veces. En cualquier caso, cuanto más mastiquemos los alimentos, más fácil será su digestión y, por lo tanto, menos energía deberemos invertir en ella.

Por otra parte, está demostrado que una masticación adecuada produce una suerte de masaje en el cráneo que ayuda al funcionamiento cerebral. Y no hay que olvidar que una digestión óptima es el mejor tónico de las funciones cerebrales que existe. Asimismo, conviene recordar que cuanto más arriba está un animal en la pirámide evolutiva, más mastica. Las serpientes, por ejemplo, engullen a sus presas. La masticación es un signo de evolución, y cuanto más mastica uno, más consciente es del mundo en que vive, del aquí y el ahora. De hecho, cuanta más atención prestemos a la masticación de los alimentos, más despiertos y perceptivos nos sentiremos después de comer. De hecho, para quienes se interesan por el desarrollo de la conciencia, la meditación o el control de la respiración, un paso previo fundamental es el control de la masticación.

EL ESTÓMAGO

El alimento transita de un medio alcalino a un medio sumamente ácido. Las secreciones estomacales, de un pH de 2 o 3, son más ácidas cuanto más alcalinizado está el alimento que llega. El estómago es el órgano que se ocupa de digerir las proteínas. En él, las cadenas de proteínas se desmenuzan en pequeñas cadenas de péptidos y en aminoácidos. Asimismo, el estómago produce el llamado factor intrínseco, una molécula imprescindible para la asimilación de la vitamina B12. Cuando la fuerza estomacal es baja, caso por ejemplo de muchas personas de edad avanzada, el organismo no es capaz de absorber de forma adecuada la vitamina Bl2. La falta de suficiente vitamina B12 puede desembocar en la aparición de síntomas de tipo neurològico que pueden confundirse con la demencia senil. De ahí la importancia de que las personas mayores cuenten con una digestión fuerte.

EL DUODENO

Allí, el alimento, el quinto —nombre que recibe a partir de ese momento—, recibe las secreciones pancreáticas, altamente alcalinas, que contienen las enzimas para la digestión de las grasas, las proteínas y los hidratos de carbono. Asimismo, en el duodeno, el jugo segregado por el hígado, la bilis, también muy alcalinizante, ayuda a las enzimas pancreáticas en la tarea de desmenuzar las grasas» Por otra parte, las secreciones pancreáticas y la bilis contribuyen al buen funcionamiento del movimiento peristáltico.

ABSORCIÓN

Una vez que ha pasado por el duodeno, el quimo, ya muy digerido, llega al yeyuno y al íleon, secciones del intestino delgado donde se realiza básicamente la parte fundamental del proceso de absorción del alimento, el cual, a partir d$ ahí, recibe el nombre de quilo. Desde la pared intestinal, las grasas enfilan el camino de las venas subclavias a través de las vías linfáticas. Sin embargo, la mayor parte de los nutrientes se dirige, a través las venas portas, hacia el hígado, donde esa sangre lechosa es depurada, antes de ser conducida al corazón y de ahí a todo el organismo, una vez convertida en sangre.

Conviene saber que la absorción del alimento puede producirse en cualquier parte del sistema digestivo. Cuanto más yin es el alimento, mayor es la tendencia a que sea absorbido en las partes altas del sistema digestivo. En cambio, cuanto más yáng es, mayor es la tendencia a que sea la parte baja del intestino, el yeyuno y el íleon, la que lo absorba. Lo ideal es que sea esta zona —conocida en la medicina tradicional oriental como hará «tan tien» u «océano de la energía»— la que lo absorba. Cuanto más abajo se absorbe el alimento, mayor es la calidad de la sangre y, por lo tanto, mejor funciona todo el organismo, lo que revierte entre otras cosas en el potencial intelectual de la persona o en lo bien nutridos que estén sus tejidos.

En la absorción de los nutrientes desempeña un importantísimo papel la flora intestinal. Formada por bacterias saprofitas «amigas», tiene dos funciones: contribuir a la digestión y asimilación de algunos de los nutrientes que comemos y sintetizar algunas de las vitaminas que necesitamos, por ejemplo la vitamina LA o, en intestinos sanos, la vitamina Bl2. De la importancia del papel de la flora intestinal da prueba la composición de las heces: una tercera parte de ellas está constituida por fibra procedente de la alimentación, otro tercio son células del intestino —las cuales se renuevan vertiginosamente— que se han descamado y el tercio restante está constituido por flora intestinal.

La flora intestinal procede tanto de nuestro propio organismo como de los alimentos que consumimos. Si el alimento es de origen animal, y sobre todo si se trata de carne, las bacterias que genera compiten con la flora beneficiosa. En cambio, el alimento de origen vegetal aporta bacterias beneficiosas para el organismo. Por ello, las personas vegetarianas puras que no quieran interferir en la producción de vitamina Bi2 por el organismo no deben consumir productos que puedan destruir la flora: azúcar, productos quimicalizados, farináceos de mala calidad, etc.

LOS DESECHOS

Una vez que la mayor parte de los nutrientes han sido absorbidos en el intestino delgado, los desechos pasan al intestino grueso, donde todavía nuestro organismo va a absorber minerales y líquidos. El resto será conducido por el colon y el recto hasta su expulsión.

Algunos consejos

En general, cuantas más variedades de nutrientes contiene el alimento más fácil es la asimilación de éste, pues los nutrientes de distinto tipo se complementan para favorecer el proceso de absorción. En cambio, con la digestión sucede exactamente lo contrario: cuanto menor es la variedad de nutrientes de un alimento, más fácilmente se digiere, pues menor es también el abanico de jugos gástricos y enzimas que tiene que entrar en juego. Basándose en ello, algunas dietas de adelgazamiento postulan que se ingiera un solo tipo de nutriente en cada comida. Si solo consumimos proteínas, grasas o hidratos de carbono, la absorción es menor, con lo cual no se engorda. El problema es que, a medio plazo, esa práctica genera deficiencias nutricionales, además de posibles desequilibrios bioenergéticos. Lo ideal es seguir una dieta que favorezca que tanto la digestión como la absorción puedan llevarse a cabo de la mejor manera posible. El modo de alimentarse que preconiza la OMS y que defendemos en esta obra es, en ese sentido, el más indicado.

Siempre que a nuestra digestión le falte dinamismo, fuerza, bien porque el movimiento de las vísceras o la capacidad de secreción de jugos gástricos sean insuficientes, o bien porque se dilate alguna de las partes del tubo digestivo, el problema de fondo no será otro que la falta de conductividad de energía celeste, causada a su vez por una dieta pobre en minerales y otros factores contractivos. Los sabores salado y amargo, por ejemplo, estimulan la secreción y el movimiento peristáltico. Son sabores yang y mueven la energía celeste hacia abajo. En cambio, el pepino, el pimiento o el ajo son alimentos que mueven la energía hacia arriba: ese es el motivo de que repitan. Para que no lo hagan, podemos cocinarlos o condimentarlos con sal, derivados de la soja o vinagre de muy buena calidad —si la condición de la persona no es muy débil—, que no es sino un modo de yanguizarlos. Los alimentos yin le restan fuerza a la digestión. De ahí que cuando se quiere potenciar el fuego interno se eliminen de la dieta los crudos —muy fríos y yin— y se sustituyan frutas y ensaladas por hortalizas cocinadas.

AUMENTANDO LA FUERZA DIGESTIVA

La tonificación del calentador medio —nombre que recibe en Oriente la zona digestiva (el corazón es el calentador superior y los riñones el inferior)— es fundamental para la salud. Y es que, como defiende la medicina naturista, la fuerza digestiva es básica para la economía corporal. Pensemos por ejemplo en que a través del sistema linfático de la pared intestinal se eliminan gran cantidad de detritus. Si el funcionamiento intestinal es bueno, el sistema digestivo funciona como un gran emuntorio. Y es que tan importante es que nuestro organismo digiera y absorba los alimentos que consumimos como que elimine lo sobrante. Eso explica por qué en Oriente los alimentos muy fríos se cocinan con mucho cuidado: el objetivo no es otro que impedir que puedan debilitar la función del calentador medio. En Oriente, donde existe una gran tradición vegetariana, no se consumen verduras crudas. Las verduras se cocinan —aunque poco, pues de lo contrario perderían vitaminas— para que no resulten tan frías.

Con vistas a tonificar el bazo chino —y, por lo tanto, la secreción estomacal, la digestión intestinal y la función portal (absorción y asimilación)— lo más indicado es consumir cereales como el mijo, la quínoa, el arroz, el arroz dulce, el trigo sarraceno, verduras como la zanahoria, la cebolla o la calabaza, pequeñas cantidades de sal o alimentos salados, pescado blanco, jengibre, bardana o chirivía, sopas y calcios calientes, estofados...

También aportan fuerza digestiva el aumento de la presión en la cocción, las cocciones largas, el hecho de cortar el alimento en trozos pequeños y las condimentaciones adecuadas, por ejemplo con pickles —verdura fermentada con sal o sin ella— o gomashio —una cucharada de postre por plato de cereal.

Una buena manera de empezar el día en el caso de que estemos faltos de energía digestiva —de lo cual son síntomas las digestiones lentas, la acidez de estómago, la hinchazón de barriga, los gases, el hecho de que nos sintamos incómodos después de comer...—es tomar como desayuno una crema de mijo, quínoa o arroz, unos cereales calientes bien cocinados o unos copos de avena, según la fuerza digestiva de que dispongamos. Si ésta es muy escasa, lo más indicado es optar por el mijo. En el caso opuesto, lo ideal son unos copos de avena bien hervidos. Es muy importante que ya de buena mañana tonifiquemos el bazo, pues de ese modo estará en buenas condiciones durante todo el día y disfrutaremos de más energía.

Para dar un último ejemplo de la importancia de la digestión para nuestra salud bastará referirnos a la osteoporosis. Uno puede seguir una dieta suficientemente rica en calcio y, sin embargo, al no disponer de una buena secreción acida en el estómago, algo imprescindible para que el organismo absorba el calcio convenientemente, estar falto de él. La osteoporosis puede ser consecuencia, pues, de una digestión débil.