Las 18.25

Tras cinco minutos de lluvia, el empapado agente Lambert se arriesgó a saltar al medio de la terraza y a correr escaleras abajo, contando con que el aguacero impediría que lo descubrieran. Tenía razón. Jeannot no lo vio.

El agente rodó las escalerillas al saltarse varios escalones y se torció el pie al aterrizar. Luce lo miró sin decir palabra. Estaba instalada en una mecedora y se fumaba un puro. El agente Roux tenía un pañuelo sobre el rostro. Ya no se veían moscas.

—¿Dónde está la joven? —preguntó Lambert. Con el pulgar, Luce le señaló el exterior.

—Acaba de salir.

—¿Está bromeando?

—Pudiera ser que sí, gracias —respondió la artista.

Lambert dio un paso hacia adelante. La vena de su sien se hinchó.

—Qué quiere que haga, guapo militar —dijo Luce—. Dijo que su señora la necesitaba y se metió bajo la lluvia. Sólo quedamos usted y yo. ¿Una partidita de cientos?

Al otro lado de la calle estallaron unos tiros.