24
Con la cabeza sobre la almohada, Guibrando miraba a Rouget dar vueltas en su pecera. ¿Qué quimera estaría persiguiendo para avanzar de ese modo sin nunca cansarse? ¿Quizá se perseguía a sí mismo sin saberlo, con la cabeza metida en la estela que generaba su propio nado? Desde hacía algunos días, Guibrando tenía miedo de perseguir él mismo también una ilusión. El día anterior por la tarde, la visita a Belle Épine, en Thiais, no le había aportado nada. Una semana de búsquedas infructuosas, corriendo detrás de un fantasma. Solo creía en la realidad de Julie por sus escritos, como Rouget creía en la presencia de un intruso en su pecera tan solo por la existencia de esa estela en pos de la cual nadaba todo el día.
Guibrando se había citado con Yvon en la parte alta de la alameda donde solía esperarlo el taxi. Como de costumbre, el guardián llevaba un traje impecable y había extremado su coquetería hasta el punto de prenderse un clavel blanco en el ojal de la chaqueta. Ambos se metieron en el taxi enviado diez minutos antes.
Circulad, conductor, llevadnos a buen lugar.
Conducid con mano experta y rauda el cabriolé.
Eludid piedras, baches, sed atento, vivaz,
pero por favor, avanzad, que nos va el parné.
El chófer echó una mirada inquieto y desconfiado por el retrovisor antes de arrancar. La arruga que había fijado la estupefacción en su frente se mantuvo durante tres semáforos antes de desaparecer del todo.
Con su bigote trazado a tiralíneas, su porte de cabeza majestuosa y su ropa cuidada, Yvon causó de inmediato una fuerte impresión en el género femenino de la residencia. Hasta Josette, después de haber depositado su sobrante de carmín rojo en las mejillas de Guibrando, no pudo aguantar por mucho tiempo las ganas de sumarse al círculo en torno al recién llegado. Cuando Yvon tomó la palabra entre dos besamanos, el tono grave de su voz acabó por encantar definitivamente a las damas más reticentes:
Nunca una bella morada en lejanos parajes
me había causado tanto honor al invitarme.
—¡Oh!, señor Grinder, nos halaga usted —jadeó Josette Delacôte sofocándose de felicidad.
Bienvenido al club de los deformados de patronímico, pensó Guibrando. Mientras que el hombre alto avanzaba con paso majestuoso hacia el vestíbulo, rodeado de esa corte ya totalmente ganada para su causa, el joven seguía la procesión con una sonrisa en los labios, relegándose al papel de lacayo que en adelante parecía habérsele atribuido. La voz retumbó en el vestíbulo, causando un ligero estremecimiento a los dos ramilletes marchitos ubicados a cada lado de la entrada:
Dios, gran vestíbulo poseéis, impresionante.
No concibo entrada más cercana al firmamento.
Que reconozcan la fortuna sus ocupantes
por tener en este lugar su baile postrero.
Guibrando temió por un instante que esta intrusión bulliciosa en medio de la niebla que flotaba perpetuamente dentro de la cabeza de los internos desencadenase algún tipo de accidente vascular en el cerebro o un infarto de miocardio. Aunque nadie tuvo la ocurrencia de contradecir a Yvon, el joven no estaba del todo convencido de que aquellos pobres diablos, a quienes se les iba la pinza sentados en sus pañales, fuesen capaces de reconocer lo afortunados que eran por tener su baile postrero en ese lugar. Después de un recorrido por los pisos, en el que algunas pensionistas, más audaces que otras, insistieron en que el recién llegado visitara sus dormitorios, Yvon comentó su visita con dos versos sucintos:
Algunos pensionistas son como apartamentos,
aunque míseros, siempre felices y contentos.
Si bien la rima le obligaba en ocasiones a determinados excesos lingüísticos que no siempre reflejaban la realidad de las cosas, Guibrando debió reconocer que la valoración que hizo del estado del inmueble y de sus ocupantes sonó absolutamente justa. Monique consideró un honor presentar a Yvon a la asamblea, bautizándolo la primera vez como Yvan Gerber, luego como Johan Gruber antes de ataviarlo con un Vernon Pinder con el que pareció adoptarlo finalmente. El pobre Yvon perdió un poco de su soberbia al ver cómo la Delacôte sister maltrataba su patronímico. Guibrando subió al estrado para leer un fragmento de Julie. Enseguida, desde las primeras frases, al joven le pareció que la atención no era la misma que otras veces. Cierto que la concurrencia era silenciosa, salvo por las toses, arrastramientos de sillas y golpecitos de bastón habituales, pero en realidad estaba distraída ante la expectativa de la intervención de Yvon. Guibrando no insistió. Acabada la primera parte, era el turno del cabeza de cartel. El rey del alejandrino apartó con un gesto teatral el sillón que Guibrando le ofrecía, recordándole de paso una de las reglas fundamentales de la buena declamación:
Por mucha labia que tengas, el único arcano
es dejar pasar el aire sin hablar sentado.
Entonces, sin texto y sin otra red que esa memoria fantástica que poseía, Yvon Grimbert alias Vernon Pinder desgranó en los oídos de la boquiabierta concurrencia una primera ráfaga. Monólogo de Fedra declarando su amor a Hipólito, acto II, escena 5:
Sí, príncipe, languidezco, sufro por Teseo.
Lo amo, pero no como lo han visto los infiernos,
voluble adorador de tan variados objetos,
un dios de los muertos que deshonrará mi lecho…
Los monólogos se encadenaron, el hombre pasaba con virtuosismo de un Don Diego vituperante a una Andrómaca desesperada, luego de un Británico apasionado a una Ifigenia patriota. Sin dejar ni un solo instante de mirar al guardián, Monique preguntó a Guibrando cuál era su profesión.
—Alexandrófilo —respondió el joven sin pensárselo.
—Alexandrófilo —repitió lentamente para sí la vieja señora, cuyos ojos brillaban de admiración.
Guibrando se escabulló antes de que acabara la sesión, dejando a su amigo al cuidado de las hermanas Delacôte, quienes le habían invitado a comer con ellos. A modo de aceptación, el artista les regaló emocionado dos alejandrinos de su propia cosecha:
Nunca la fortuna me regaló la asistencia
de unir mi pitanza con tan bella concurrencia.
Menos de diez minutos más tarde, el joven saltaba del taxi para precipitarse en la estación. Évry 2, con sus cien mil metros cuadrados y sus aseos públicos, lo esperaba.