Jonah salió de la habitación del Aces High, cruzó el aparcamiento, pasó junto a los moteles y las paradas de autobús y los solares vacíos, cruzó un último tramo de autopista y se adentró en el desierto. Anduvo hasta que el final de la carretera se hundió en el brillo trémulo del horizonte, y Jonah vio en todas direcciones el desierto sin límites, y los matorrales que se aferraban a la cara del desierto le daban el aspecto de un inmenso mar ondulado. Y Jonah se tumbó boca arriba sobre la arena recalentada con la cara hacia el sol, implacable y carente de color, y reveló su pena ante el Señor: «Nunca he sabido qué significa ser un hombre de Dios. No sé qué he hecho, ni si ha sido según tu voluntad o no. No sé qué es el mundo, y cuando te veo en él, es solo a atisbos. En el mundo hay muchas más cosas que sé que no son tú. ¿Cómo puedo vivir en un mundo que no puedo comprender? ¿Cómo puedo servir a un Dios cuya voluntad no comprendo? Para mí sería mejor morir que vivir». Y mientras una nube pasaba por la cúpula del cielo, se proyectó una sombra sobre la cara de Jonah, y en el frescor de esa sombra Jonah sintió una misericordia final, sintió que era lo mejor de la vida, todo lo que era bueno y todo lo que era santo, y a los pocos momentos el sol estaba aún más alto y la nube se alejó y la sombra desapareció, y Dios le dijo a Jonah: ¿Acaso no hay muchas más cosas bajo el cielo que la sombra?

Y Jonah volvió a incorporarse al vasto y misterioso mundo.