4/IX
He soñado con Claudette: nos cortábamos el pelo la una a la otra. No de un modo salvaje, ni sexy. De una manera extrañamente íntima. Es triste admitir que me aliviaba estar otra vez con ella. El hecho también tenía algo antinatural. A nuestros pies había grotescos montones de pelo. ¿Señal de que finalmente no soy bisexual, a pesar de que las pruebas apuntan a lo contrario? O, cosa más probable, el simple reconocimiento de que estar juntas era un completo error. Nos cortábamos a pedazos. Se casará con Gilbert, supongo. Y yo me pasaré el resto de la vida con un dolor desgarrador cada vez que estornude. Esto es justicia, oui? Me sorprende haberme enfadado tanto. Me sorprende todo. Y ella fue la última amiga que hice. Sobre el papel suena un poco melodramático, lo admito, pero, lector, ¿cómo conseguir amigos varones? Fuera de la universidad, quiero decir. Ahí fuera, en le monde réel. Miro a la gente y no sé cómo verla. Las universidades proporcionan un contexto. Afirman similitudes (filiaciones, intereses), clasifican las diferencias (por cursos, por asignaturas). Miro a la gente y veo en su cara la presión de mi mirada. No saben cómo devolverme la mirada. Y entonces me siento demasiado estúpida para saber qué decir. En los últimos tiempos empezar una conversación me parece una tarea épica. Entrar en comunicación con otra persona, cruzar ese… ¿golfo?, ¿brecha?, ¿distancia? Aparto la mirada, me escabullo. Abro este Moleskine y descubro que soy la última persona con la que puedo hablar, y con más autocompasión que elocuencia, como muestran estas páginas.