ATTILIO MOMIGLIANO
ENSAYO SOBRE EL ORLANDO FURIOSO
Heredero de la áurea tradición de Croce y de De Sanctis, Attilio Momigliano se consagró al largo estudio y al grande amor de la literatura de Italia, que expuso en las universidades de Catania, de Florencia y de Pisa. Su primer trabajo, un ensayo sobre Manzoni, data de 1915. Su obra maestra bien puede ser la Historia de la literatura italiana, cuyas dos fechas son 1933-1935. En ella dijo que cada página de Gabriele D’Annunzio es una página de antología y lo dijo como un reproche. He manejado muchas ediciones de la Comedia; estoy seguro de que la mejor es la de Momigliano, que data de 1945. Según se sabe, los comentarios más antiguos fueron de carácter teológico. El siglo XIX indagó las circunstancias biográficas del autor y los ecos de Virgilio y de la Escritura, que hay en el texto. Momigliano, como Carlo Grabher, añade un tercer tipo de comentario, el comentario estético. Ese método es el normal; juzgamos a los libros por la emoción que suscitan, por su belleza, no por razones de orden doctrinal o político. Bajo la dictadura de Mussolini dedicó un año de cárcel a componer una excelente edición de la Gerusalemme. De cepa judía, Attilio Momigliano nació en Cuneo en 1883 y murió en 1952 en Florencia.
En el sexto capítulo del Quijote, Cervantes habla del cristiano poeta Ludovico Ariosto; los dos gozaron de la materia de Francia y de la materia de Bretaña y las supieron falsas. Cervantes les opone la opaca realidad de Castilla; Ariosto las exalta irónicamente. Sabía que la tierra es el reino de la locura y que la única libertad concedida al hombre es la de su infinita imaginación. Desde esa certidumbre concibió el Orlando furioso. Momigliano declara que la obra es a la vez límpida y laberíntica; el lector actual, como Poe, ha perdido el hábito de los poemas largos y puede fácilmente perderse en el gran laberinto de cristal que le abren sus páginas. Poco después declara que la luna (en la que se almacena el tiempo perdido) es la remota fuente espiritual de todo el poema.
Momigliano ha escrito que Ariosto inspira simpatía, no veneración. Es evidente que al trazar esa línea pensó en Dante Alighieri. Nada querría conversar con él; conversar con Ariosto sería una maravilla muy grande. Attilio Momigliano murió en Florencia en 1952.