EDEN PHILLPOTTS

LOS ROJOS REDMAYNE

Eden Phillpotts ha dicho: «Según los indiscretos catálogos del Museo Británico, soy autor de ciento cuarenta y nueve libros. Estoy arrepentido, resignado y maravillado».

Eden Phillpotts, «el más inglés de los escritores ingleses», era de evidente origen hebreo y nació en la India. Sin negar a su estirpe, no fue nunca un judío profesional, a la manera de Israel Zangwill. A los cinco años, hacia 1867, su padre, el capitán Henry Phillpotts, lo envió a Inglaterra. A los catorce atravesó por primera vez el páramo de Dartmoor, que es una pampa nebulosa y sedienta en el centro de Devonshire. (Misterios del proceso poético: esa caminata de 1876 —ocho rendidas leguas— determinó casi toda su obra ulterior, cuyo primer volumen Hijos de la neblina, data de 1897). A los dieciocho años fue a Londres. Tenía la esperanza y la voluntad de ser un buen actor. El público logró disuadirlo. De noche redactaba, releía, tachaba, amplificaba, reponía, arrojaba al fuego. En 1892 se casó.

La fama —sería una exageración hablar de la gloria— ha sido muy considerada con Eden Phillpotts. Phillpotts era un hombre apacible que no fatigaba el atareado Atlántico para asestar un ciclo de conferencias, que sabía discutir con el jardinero el destino de los alelíes y de los jacintos, y a quien aguardaban taciturnos lectores de Aberdeen, en Auckland, en Vancouver, en Simla y en Bombay. Esos lectores taciturnos e ingleses que alguna vez escriben para confirmar un rasgo verídico en una descripción del otoño, o para deplorar —seriamente— el trágico final de la fábula. Esos lectores que de todas partes del mundo enviaban semillas minuciosas para el jardín inglés de Eden Phillpotts.

A tres categorías suelen corresponder sus novelas. La primera, sin duda la más importante, la integran las novelas de Dartmoor. De estas obras de tipo regional básteme citar El jurado, Hijos de la mañana, Hijos de hombres. La segunda, las novelas históricas: Evandro, Los tesoros de Tifón, El dragón heliotropo, Amigos de la luna. La tercera, las novelas policiales: El señor Digweed y el señor Lumb, Médico, cúrate a ti mismo, La pieza gris. La economía y severidad de estas últimas es admirable. Juzgo que la mejor es The Red Redmaynes. Otra, Bred in the Bone (Lo tiene en la sangre) empieza como relato policial y se ahonda después en historia trágica. Esa indiferencia (o pudor) es típica de Phillpotts.

Es asimismo autor de comedias —alguna redactada en colaboración con su hija, otras con Arnold Bennett— y de libros de versos: Cien y un sonetos, Una fuente de manzanas.

Me ha tocado en suerte el examen, no siempre laborioso, de centenares de novelas policiales. Quizá ninguna me ha intrigado tanto como The Red Redmaynes, libro cuyo argumento repetiría con las variaciones del caso Nicholas Blake en There’s Trouble Brewing. En otras ficciones de Phillpotts la solución es evidente desde el principio; ello no importa, dado el encanto de la historia. No así en este volumen que sumirá al lector en la más grata de las perplejidades.