JUAN RUIZ

LIBRO DE BUEN AMOR

En una de las primeras novelas, el joven Pío Baroja condenó toda la literatura española salvo el Quijote y el Libro de buen amor. Revocada la sentencia de muerte, aprobemos lo aprobado por ella. De la vida del autor sabemos muy poco. Se llamó Juan Ruiz, nació en Alcalá de Henares, padeció trece años de prisión por culpas no determinadas aún y en enero de 1351 ya no era arcipreste. Su vida, ahora, es la de su libro. Fue contemporáneo de Chaucer y de Boccaccio. Un examen imparcial de las «simpatías y diferencias» de los tres poetas sería de muy grata lectura.

Las naciones, como los hombres, cumplen un destino que ignoran. Uno de los destinos de España fue ser un puente entre el Islam, que detestaba, y Europa. En el misceláneo Libro de buen amor confluyen la poesía provenzal y el zéjel de los árabes andaluces. Las devotas cantigas a la Virgen alternan con las otras, harto explícitas, dedicadas a las serranas; la batalla de don Carnal y de doña Cuaresma, en la que don Tocino interviene, se codea con piadosos recuerdos de la Pasión. Una de las protagonistas del poema es Trotaconventos, alcahueta de moras y de monjas, que se llamará con el tiempo la Celestina. En el decurso de la obra Trotaconventos muere y el arcipreste escribe su epitafio: «Urraca só, que yago so esta sepultura…». Abundan los apólogos y las fábulas; los árabes y Ovidio fueron sus fuentes.

Propendemos ahora a leer el título como si fuera una abstracción; no hay tal cosa. Buen Amor es un personaje. Es el amor honesto que mediante la inteligencia logra su fin, el amor «que los cuerpos alegre e a las almas preste». Mal Amor se le opone. Figura la lujuria, que siempre está «adoquier que tú seas» y que mantiene al mundo escarnecido y a la gente, triste. Se ha conjeturado que el Mal Amor es una imagen exagerada y tal vez calumniosa del poeta. Mal Amor sería a un tiempo el fabulador y una de las figuras de la fábula.

La intención del libro es ascética, pero el lenguaje, no pocas veces delicado, puede ser asimismo procaz. Oscar Wilde habló alguna vez de «soberbios destellos de vulgaridad». La frase no es inaplicable a estas curiosas páginas. Acerbamente satiriza la hoy llamada Edad Media, no contra la fe cristiana sino desde esa misma fe.