27
Cuando papá estaba vivo, me encantaban las fiestas navideñas. Ambos éramos de esas personas que rejuvenecen varios años la mañana de Navidad. Yo solía bajar corriendo las escaleras al amanecer, me sentaba sola delante del árbol y pasaba las primeras horas de la mañana esperando a que mis padres despertaran. Un ritual que solo se interrumpió cuando papá murió.
Los últimos tres años, había hecho bollos de canela yo sola (que llenaban el aire con su dulce aroma) y, cuando mamá llegaba a casa del trabajo, intercambiábamos regalos.
Ese año fue diferente.
Cuando desperté, el aroma a canela ya impregnaba el aire y Will estaba abajo, vestido con una bata a cuadros y compartiendo una taza de café con mamá. Se había quedado a dormir. Otra vez. Al verme en la puerta, se levantó y me abrazó.
Me quedé inmóvil, con los brazos colgando con torpeza.
—Feliz Navidad —me dijo dándome una palmada en la espalda.
Farfullé lo mismo, consciente de que mamá nos observaba desde el sofá con una sonrisa radiante. A continuación, abrimos los regalos, como solíamos hacer con papá. Tal vez eso fue lo que me puso de un humor extraño que me duró toda la mañana, siguiéndome a todas partes, decidido a arruinarme el día.
Mamá había subido a ducharse después de ponernos a Will y a mí a trabajar en la cena. Will sacó un jamón glaseado del horno. En general, había ignorado sus intentos de entablar conversación hasta que tocó «el tema».
—¿Ha habido más visitas nocturnas? —me preguntó con una pícara sonrisa de complicidad.
Batí el puré de patatas más fuerte, preguntándome si intentaba ser el poli bueno en ese asunto para que no le hablara mal de él a mamá.
—No.
—Tampoco me lo dirías si así fuera, ¿no? —Lanzó los guantes para el horno sobre la encimera y se volvió hacia mí.
Sinceramente, no había visto a Daemon desde el sábado por la mañana. Habían pasado dos días sin tener noticias de él.
—Ese muchacho parece un buen chico —continuó Will mientras sacaba uno de los cuchillos que Blake me había tirado a la cabeza—. Aunque es un poco intenso. —Hizo una pausa y frunció el ceño mientras sostenía el cuchillo en alto—. Bueno, igual que su hermano.
Casi se me cae la espátula.
—¿Hablas de Dawson?
Will asintió con la cabeza.
—Él era el más extrovertido de los dos, pero igual de intenso. Se comportaba como si el mundo pudiera acabarse en cualquier momento y hubiera que vivir cada segundo al máximo. Daemon nunca me dio esa impresión. Es un poco más reservado, ¿no?
¿Reservado? Al principio quise negarlo, pero Daemon siempre se había mostrado… contenido. Como si se guardara la parte más importante de sí mismo.
Will se rió entre dientes mientras cortaba el jamón humeante.
—Todos estaban muy unidos. Supongo que es por ser trillizos. Como los Thompson.
El pulso se me había desbocado sin razón aparente. Volví a ocuparme de las patatas.
—Parece que los conoces bastante bien.
Will se encogió de hombros mientras colocaba varias tajadas gruesas en una de las lujosas fuentes de porcelana de mamá que hacía años que no veía la luz del día.
—Es un pueblo pequeño. Todo el mundo se conoce por aquí.
—Ninguno de ellos te ha mencionado nunca. —Dejé el cuenco en la encimera y estiré la mano hacia la leche.
—No sé por qué habrían de hacerlo. —Se giró hacia mí, sonriendo—. No creo que sepan que Bethany era mi sobrina.
El cartón de leche se me escapó de los dedos, rebotó en la encimera y cayó al suelo. El espumoso líquido blanco se derramó por las baldosas. Yo, sin embargo, me quedé inmóvil. ¿Bethany era su sobrina?
Will dejó el cuchillo y cogió varias servilletas de papel.
—Es un cabrón resbaladizo, ¿eh?
Reaccioné al fin, me agaché y cogí el cartón.
—¿Bethany era tu sobrina?
—Sí, fue una historia muy triste, pero estoy seguro de que ya la habrás oído.
—Sí, así es. —Volví a dejar la leche en la encimera y lo ayudé a limpiar aquel desastre—. Siento mucho… lo que pasó.
—Yo también. —Tiró las servilletas a la basura—. Destruyó a mi hermana y a su marido. Se mudaron hace cosa de un mes. Supongo que no podían soportar vivir aquí, donde todo les recuerda a ella. Y entonces desaparece ese otro chico, Cutters, igual que Bethany y Dawson. Es terrible que desaparezcan tantos jóvenes.
Ni Daemon ni Dee habían mencionado nunca que Will estuviera emparentado con Bethany, aunque tampoco hablaban de ella a menudo. Preocupada por la relación de Will con todo eso y la mención de Simon, terminé de preparar las patatas en silencio.
—Hay algo que me gustaría que entendieras, Katy. —Entrelazó los dedos delante de él—. No intento ocupar el lugar de tu padre.
Me quedé mirándolo, sorprendida por el cambio de tema. Él me devolvió la mirada, clavando sus ojos pálidos en los míos.
—Sé que es duro cuando uno de los padres fallece, pero no estoy aquí para sustituirlo.
Antes de poder responder, me dio una palmadita en el hombro y salió de la cocina. El jamón se había enfriado en la encimera y el puré de patatas estaba listo, al igual que los macarrones al horno. Hasta ese preciso momento, había estado muriéndome de hambre, pero perdí el apetito al oírle mencionar a mi padre.
En el fondo sabía que Will no intentaba ocupar su lugar: ningún hombre podría hacerlo nunca; pero dos lagrimones me bajaron por las mejillas. Había llorado la primera Navidad sin él, pero no las dos últimas. Tal vez estaba llorando ahora porque esa era la primera Navidad de verdad que pasaba con mamá que involucraba a alguien que no era mi padre.
Golpeé con el codo el borde del cuenco al darme la vuelta y este salió disparado de la encimera. Congelé el recipiente sin pensarlo para que todo mi trabajo no acabara desparramado por el suelo. Lo agarré en el aire y volví a colocarlo sobre la encimera. Cuando me giré vi una sombra en el pasillo, justo fuera de la puerta de la cocina. Me quedé sin aliento cuando unos pasos más pesados que los de mamá cruzaron el pasillo y empezaron a subir las escaleras. Will.
¿Me habría visto?
Y, si así era, ¿por qué no había entrado de golpe exigiendo saber cómo había congelado un cuenco en el aire?
Al despertar el día después de Navidad, Will ya había desmontado el árbol. Solo por eso se ganó varios puntos negativos. No tenía derecho a quitarlo: no era su árbol. Además, quería aquella bola verde de recuerdo, y ahora estaba guardada en la buhardilla, donde no me atrevía a entrar. Si se sumaba eso a mi creciente aversión por aquel hombre, preveía graves problemas en el futuro.
¿Me había visto detener el recipiente? No lo sabía. ¿Podría ser una coincidencia que el tío de la chica que había mutado como yo ahora saliera con mi madre? Parecía poco probable. Pero no tenía pruebas, y ¿a quién podría recurrir? Bueno, había una persona.
Horas después de que mamá se fuera a trabajar y momentos antes de disponerme a subir las escaleras, sentí un picor cálido en el cuello. Me detuve en el pasillo y esperé conteniendo la respiración.
Alguien llamó a la puerta.
Daemon esperaba en el porche, con las manos en los bolsillos y una gorra negra de béisbol bien calada que le ocultaba la parte superior de la cara, lo que acentuaba sus labios sensuales, que se inclinaban formando una sonrisa torcida.
—¿Estás ocupada?
Negué con la cabeza.
—¿Quieres ir a dar un paseo?
—Claro. Déjame coger algo más abrigado. —Corrí a buscar las botas y la sudadera y luego me reuní con él fuera—. ¿Vamos a vigilar a Vaughn?
—En realidad, no. He descubierto algo. —Me condujo a su todoterreno y esperó hasta que subimos los dos antes de continuar—: Pero, primero, ¿has tenido una buena Navidad? Iba a pasarme, pero vi que tu madre estaba en casa.
—Estuvo bien. Will pasó el día con nosotras. Eso fue raro. ¿Y qué tal tú?
—Bien. Dee casi le prende fuego a la casa intentando preparar pavo. Aparte de eso, nada del otro mundo. —Salió de la entrada—. Bueno, ¿tuviste muchos problemas por lo del sábado?
Me sonrojé y agradecí que estuviera oscuro.
—Tuve que aguantar un sermón sobre que mi madre no quiere que la haga abuela. —Daemon se rió y yo suspiré—. Ahora tengo que seguir reglas, pero nada serio.
—Lo siento. —Sonrió mientras me miraba de reojo—. No quise quedarme dormido.
—No pasa nada. En fin, ¿adónde vamos? ¿Qué has descubierto?
—Vaughn estuvo en su casa el domingo por la noche unos diez minutos. Lo seguí hasta las afueras de Petersburgo, a un almacén en un polígono industrial que lleva años abandonado. Estuvo allí unas horas y luego se marchó, pero dos agentes se quedaron. —Redujo la velocidad cuando un ciervo cruzó corriendo la carretera—. Ocultan algo allí.
Aquella noticia me llenó de entusiasmo.
—¿Crees que tienen allí a Bethany… o a Dawson?
Me miró, apretando los labios con fuerza.
—No lo sé, pero necesito entrar y alguien tiene que vigilar fuera mientras tanto.
Asentí con la cabeza. Ahora podría ser útil.
—¿Y si los guardias siguen vigilando?
—No hacían nada hasta que apareció Vaughn, que ahora mismo está en casa. Con Nancy. —Hizo una mueca—. Creo que sí hay algo entre esos dos.
Era como con Will y mamá: asqueroso. Pensar en eso me recordó algo que quería preguntarle.
—¿Sabías que el novio de mi madre es el tío de Bethany?
—No. —Frunció el ceño mientras se concentraba en la carretera—. La verdad es que nunca intenté conocerla. Caray, en realidad nunca había intentado conocer a ninguna chica humana.
Sentí un extraño revoloteo en el estómago.
—¿Así que nunca has… salido con una chica humana?
—¿Salir? No. —Me dedicó una mirada rápida, como si intentara decidir qué decir a continuación—. ¿Pasar el rato? Sí.
El revoloteo se convirtió en una serpiente al rojo vivo que me aprisionó las entrañas. Pasar el rato… ¿Pasar el rato de la misma forma en que todos pensaban que lo hacíamos Blake y yo? Me entraron ganas de pegarle a algo.
—En fin, que no sabía que fueran parientes.
Hice a un lado los celos. Aquel no era el momento.
—¿Te parece raro? Me refiero a que está emparentado con Bethany, que es más o menos como yo, y ahora tiene un rollo con mi madre. Sabemos que alguien tuvo que haber traicionado a Dawson y Bethany.
—Es raro, sí, pero ¿cómo iba a saber él lo que había pasado? Tendría que disponer de información privilegiada sobre todo el proceso de curación para saber qué buscar.
—Tal vez sea un infiltrado.
Daemon me dedicó una mirada severa, pero no dijo nada. Aquella posibilidad resultaba inquietante. Will podría estar usando a mamá para vigilarme. Ganándose su confianza, durmiendo en su cama… Iba a cargármelo.
Daemon carraspeó después de un rato.
—He estado pensando en lo que nos contó Matthew, lo de la unión del ADN.
Se me tensaron todos los músculos del cuerpo y mantuve la vista al frente.
—¿Y…?
—Estuve hablando con él después y le pregunté por la conexión, si podía hacer que alguien sintiera algo. Me dijo que no. Yo ya lo sabía, pero pensé que tú deberías saberlo también.
Cerré los ojos y asentí con la cabeza. Ya lo sabía, por supuesto. Apreté los puños con fuerza. Casi le digo que ya estaba enterada de eso, pero mencionar a Blake estropearía por completo el momento.
—¿Y qué pasa con todo eso de «si tú mueres, yo muero»?
—¿Y qué? —respondió él, sin apartar la vista de la carretera—. No hay nada que podamos hacer al respecto salvo evitar que nos maten.
—Es más complicado —insistí mientras veía pasar las onduladas colinas rematadas de blanco—. Estamos unidos de verdad, ¿sabes? Unidos para siempre…
—Ya lo sé —dijo en voz baja.
No había nada que yo pudiera añadir.
Llegamos al polígono industrial abandonado cerca de medianoche, aunque primero pasamos de largo para asegurarnos de que no hubiera coches por la zona. Había tres edificios agrupados cerca de un campo cubierto de blanco. Uno era una achaparrada construcción de ladrillo de una planta y el del centro tenía varias plantas de altura y era lo bastante grande para guardar un jumbo.
Daemon aparcó el todoterreno detrás de uno de los edificios, entre dos cobertizos grandes con la parte delantera mirando hacia la única entrada. Se volvió hacia mí y apagó el motor.
—Tengo que entrar en ese edificio. —Señaló el alto—. Pero tú debes quedarte en el coche mientras tanto. Necesito que vigiles la carretera y no sé qué me espera dentro.
Sentí una punzada de miedo en el estómago.
—¿Y si hay alguien dentro? Quiero ir contigo.
—Puedo cuidarme solo. Tú tienes que quedarte aquí, donde estás a salvo.
—Pero…
—No, Kat, quédate aquí. Mándame un mensaje si viene alguien. —Estiró una mano hacia la puerta—. Por favor.
Puesto que no me había dejado otra opción, no hice nada mientras Daemon salía del coche. Me giré en el asiento y lo vi desaparecer por un lado del edificio. Dejé escapar el aliento que no me había dado cuenta de que había estado conteniendo y me volví hacia delante para clavar la mirada en la carretera principal.
¿Y si Bethany estaba ahí dentro? Dios, ¿y si el que estaba era Dawson? Ni siquiera podía asimilar esa posibilidad y lo que significaría. Todo cambiaría.
Me incliné hacia delante, frotándome las manos, y vigilé la carretera. Mis pensamientos volvían una y otra vez a Will. Si era un infiltrado, estaba jodida. Lo más probable era que me hubiera visto usar mis habilidades; pero, si era el infiltrado, ¿por qué no se había puesto en contacto con el Departamento de Defensa de inmediato?
Algo no cuadraba en esa teoría.
A medida que el interior del todoterreno se iba enfriando con rapidez, mi aliento empezó a formar pequeñas nubes de vapor. Solo habían transcurrido diez minutos, pero parecía una eternidad. ¿Qué estaba haciendo Daemon ahí dentro? ¿Turismo?
Cambié de posición, intentando mantener el calor. A lo lejos, dos faros perforaron la oscuridad. Contuve la respiración.
«Por favor, pasa de largo. Por favor, pasa de largo.»
El vehículo aminoró la velocidad al acercarse a la entrada del polígono industrial. El corazón se me aceleró cuando me di cuenta de que se trataba de un todoterreno negro.
—Mierda. —Saqué el teléfono del bolsillo y le envié un breve mensaje a Daemon:
«Compañía.»
Cuando no respondió ni lo vi salir del almacén, empecé a inquietarme. El todoterreno se había perdido de vista, probablemente hubiera aparcado en la parte delantera. Me volví en el asiento y aferré el cuero hasta que me dolieron los dedos.
Ni rastro de Daemon.
No iba a permitir que el miedo ni el equivocado intento de Daemon de mantenerme a salvo me impidieran ayudarlo. Inhalé una bocanada de aire frío, abrí la puerta y la cerré con cuidado detrás de mí. Me acerqué poco a poco a la esquina del edificio, sin apartarme de las sombras, dejando atrás varias puertas metálicas cerradas con candado. No había ventanas, solo una puerta de acero por la que no esperaba poder entrar después de intentar abrirla. Había algo incrustado en el ladrillo por encima de la puerta, algo redondo que brillaba a la luz de la luna; pero con aquella oscuridad no podía distinguir de qué color era. Volví la mirada hacia las puertas metálicas, que eran perfectas para operaciones de descarga, y vi que también tenían un objeto redondo incrustado encima.
Me agaché al borde del edificio y estiré el cuello para ver qué había al otro lado. El camino estaba despejado. Sin sentirme aliviada del todo, di la vuelta en la esquina, manteniéndome cerca de la pared. Más adelante, vi otra puerta. ¿Daemon habría ido por ahí? Me acerqué sigilosamente a la entrada mordiéndome el labio.
Vi movimiento por el rabillo del ojo. Me pegué al edificio, conteniendo el aliento, mientras dos hombres vestidos de negro rodeaban la parte delantera hablando en voz baja. El resplandor naranja de un cigarrillo brilló, luego parpadeó por el aire y se apagó al chocar contra el suelo.
Estaba atrapada.
Un terror espantoso me cortó la respiración tan rápido que me mareé. Los músculos se me paralizaron mientras giraba la cabeza hacia un lado. El hombre más alto (el fumador) levantó la vista. Supe el instante exacto en que me vio.
—¡Eh! —gritó el fumador—. ¡Alto ahí!
Y una mierda. Me aparté de la pared y eché a correr. Conseguí recorrer unos metros antes de que gritara de nuevo:
—¡Alto o disparo!
Me detuve y levanté las manos. Cada inspiración me abrasaba los pulmones. «Mierda, mierda, mierda.»
—Mantén las manos en alto y date la vuelta —ordenó el fumador—. Ya.
Obedecí y giré sobre los talones. Estaban a unos pasos de distancia. Habían desenfundado unas brillantes pistolas negras y me apuntaban directamente. Iban vestidos como paramilitares o algo así, con uniforme de combate completo. Dios mío, ¿qué había encontrado Daemon?
—No te muevas —dijo el más bajito mientras se me acercaba con cautela—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Apreté la boca y sentí el embriagador torrente de la Fuente abarrotándome las venas, provocado por el miedo. Me brotó energía estática bajo la ropa, erizándome el vello del cuerpo. La energía exigía que la invocara, que la usara, pero canalizarla me expondría por completo.
—¿Qué haces aquí? —repitió el más bajo, a menos de medio metro de distancia.
—Me… he perdido. Estaba buscando la interestatal.
El fumador miró al agente más bajo.
—Gilipolleces.
El corazón me martilleaba tan fuerte que me parecía que iba a salírseme del pecho, pero mantuve la Fuente controlada dentro de mí.
—Es verdad. Esperaba que esto fuera… una especie de oficina de turismo o algo así. He tomado la salida equivocada.
El hombre situado más cerca bajó el arma unos milímetros.
—La autopista está a varios kilómetros. Debes de haberte equivocado muchísimo de salida.
Asentí con la cabeza con entusiasmo.
—No soy de por aquí. Y todos los caminos y señales parecen iguales. Como los nombres de los pueblos: todos suenan igual. —Seguí divagando, haciéndome la tonta—. Estoy intentando llegar a Moorefield.
—Está mintiendo —soltó el fumador.
Toda esperanza que hubiera despertado en mí se desvaneció de golpe. El fumador se acercó sin dejar de apuntarme con la pistola. Estiró una mano y me colocó la palma contra la mejilla. La mano le olía a tabaco y desinfectante.
—¿Lo ves? —dijo el más bajo mientras empezaba a guardarse la pistola en la funda que llevaba atada al muslo—. Solo está perdida. Estás paranoico. Venga, cielo, sal de aquí.
El fumador gruñó y me rozó la otra mejilla, ignorando a su compañero. Llevaba algo caliente y afilado en la palma. El miedo me disparó las pulsaciones. ¿Era un cuchillo?
—Me he perdido. Lo juro…
Un dolor punzante y ardiente me recorrió la mejilla, bajándome por el cuello y extendiéndose por el hombro. Abrí la boca para gritar, pero no salió ningún sonido.
El dolor me invadió en oleadas. Se me fue nublando la vista y me doblé en dos, rompiendo el contacto con lo que fuera que tenía el hombre en la mano.
—¡Jesús! —exclamó el bajito—. Tienes razón. Es una de ellos.
Caí de rodillas mientras la agonía disminuía, dejando tras de sí un dolor sordo que me palpitaba en el fondo de la piel. Aspiré una bocanada de aire y me llevé una mano a la mejilla, esperando encontrar la piel desgarrada, pero solo estaba caliente.
—Ya te lo he dicho. —El fumador me agarró del brazo y tiró de mí hacia delante. Cuando levanté la cabeza, me había colocado una pistola entre los ojos—. Lo que hay en este cañón te hará algo mucho peor. Así que más te vale pensarlo detenidamente antes de responder a la siguiente pregunta. ¿Quién eres?
Me había quedado sin habla y el miedo me tenía paralizada.
El hombre me sacudió.
—Contesta.
—Yo… yo…
—¿Qué pasa aquí? —preguntó una nueva voz, acercándose por detrás de los dos hombres.
El fumador se hizo a un lado y se me cayó el alma a los pies. Era Vaughn.
—La hemos pillado merodeando por aquí —informó el fumador, como si acabara de capturar el bagre más grande hasta la fecha—. Es una de ellos.
Vaughn se acercó con el ceño fruncido. Su poblado bigote se agitaba mientras resoplaba.
—Buen trabajo. Yo me encargaré de ella.
Sentí que me faltaba el aire. Vaughn había estado dentro, como Daemon. ¿Lo habría capturado? ¿Le habría hecho algo? Si era así, la culpa sería únicamente mía. Yo había empezado todo eso al contarle que había visto a Bethany.
—¿Seguro? —preguntó el agente más bajo.
Vaughn asintió con la cabeza y me agarró el otro brazo, obligándome a ponerme en pie.
—Hace tiempo que le tengo echado el ojo a esta.
—Habría que preparar las jaulas —comentó el fumador mientras me soltaba el brazo a regañadientes—. Tarda un momento en hacerle efecto. Tal vez convendría doblar la cantidad.
¿Jaulas? Se me secó la boca.
El oficial más bajo me echó un vistazo entrecerrando los ojos.
—Ya que la hemos atrapado nosotros, ¿no deberíamos recibir una recompensa?
—¿Una recompensa? —preguntó Vaughn en voz baja.
El fumador se rió.
—Sí, como con la otra. Esa sí que fue una buena recompensa. A Husher le dará igual, siempre y cuando no la estropeemos.
Antes de que mi cerebro pudiera asimilar lo que quería decir aquel hombre, Vaughn me empujó a un lado con tanta fuerza que perdí el equilibrio y caí al suelo. Levantó una mano y unos relámpagos le crepitaron alrededor del brazo con un resplandor blanco rojizo envolviéndole el cuerpo hasta que no fue más que luz.
Ahogué un grito al comprender que Vaughn era… Daemon.
—¡Maldita sea! —gritó el fumador a la vez que se llevaba una mano a la pistola—. ¡Es un truco!
Daemon, que palpitaba de luz y poder, liberó la energía. Esta alcanzó primero al fumador, haciéndolo retroceder unos metros. La luz trazó un arco y golpeó al agente más bajo, que también salió volando contra un lado del edificio. Se oyó un crujido escalofriante y el hombre cayó al suelo, con la piel y la ropa humeando. Se estremeció una vez y luego su cara se convirtió en… cenizas.
—Dios mío —susurré.
Una ligera brisa bajó por el edificio y agitó los restos del hombre. Fragmentos de su cuerpo se elevaron en el aire y se alejaron flotando hasta que no quedó nada. Pasó lo mismo donde había caído el fumador. No quedó ni rastro de ellos.
La luz de Daemon se atenuó y, cuando lo miré, había recuperado su forma humana. Esperaba que en cualquier momento se pusiera como loco por no haberme quedado en el todoterreno, pero lo único que hizo fue agacharse para cogerme la mano y ayudarme a ponerme en pie con cuidado. La gorra de béisbol le ocultaba los ojos, pero tenía los labios apretados en un gesto duro e inflexible.
—Tenemos que largarnos de aquí —dijo.
Y yo estuve de acuerdo.