19

Me pasé toda la mañana y parte de la tarde deambulando por la casa como un zombi. Sentía un extraño dolor punzante en el pecho y me ardían los ojos como si los tuviera llenos de lágrimas que se negaban a caer. Se parecía a los meses posteriores a la muerte de papá.

Escribí sin demasiado entusiasmo una rápida reseña sobre una novela distópica que había leído la semana pasada y luego cerré el portátil. Me tumbé y me quedé mirando la telaraña de grietas que recorría el techo de mi cuarto. Era duro hacerle frente a la verdad; me había pasado toda la mañana intentando negarla. La noche anterior se me había formado un embrollado nudo de emociones reprimidas debajo de las costillas, y todavía seguía allí. De vez en cuando parecía más pesado, más intenso.

Me gustaba Daemon… me gustaba mucho, muchísimo.

Había estado tan absorta alimentando el resentimiento por la forma en la que se había comportado cuando nos conocimos, que había sido incapaz de reconocer mis crecientes sentimientos, lo que quería y lo que él sentía. ¿Y ahora qué? Daemon, que nunca se echaba atrás ante nada, se había marchado sin permitirme explicarme.

No podía negarlo: le había hecho daño.

Me di la vuelta y hundí la cara en la almohada, que todavía olía a él. La apreté con fuerza y cerré los ojos. ¿Cómo habían acabado complicándose tanto las cosas? ¿En qué momento se había convertido mi vida en una rocambolesca telenovela de ciencia ficción?

—¿Estás bien, cielo?

Abrí los ojos y miré a mi madre, que llevaba un uniforme con corazoncitos y espirales. Pero ¿de dónde sacaba esas cosas?

—Sí, solo estoy cansada.

—¿Estás segura? —Se sentó en el borde de la cama y me colocó una mano en la frente. Cuando decidió que no estaba enferma, sonrió un poco—. El árbol de Navidad es precioso.

Me asaltó un repentino torbellino de emociones.

—Sí —asentí con voz ronca—, ¿verdad?

—¿Quién te ayudó?

Me mordí el interior de la mejilla.

—Daemon.

Mamá me alisó el pelo con la mano.

—Qué detalle por su parte.

—Ya. —Me quedé callada un momento—. ¿Mamá?

—¿Qué, cariño?

Ni siquiera sabía qué iba a decir. Todo era demasiado… complicado, demasiado enrevesado debido a lo que eran mis amigos. Negué con la cabeza.

—Nada. Solo que te quiero.

Se inclinó con una sonrisa y me dio un beso en la frente.

—Yo también te quiero. —Se levantó y se detuvo en la puerta—. Había pensado invitar a Will a cenar esta semana. ¿Qué te parece?

Era genial que mamá tuviera una vida amorosa de primera.

—Por mí, bien.

Me obligué a levantarme después de que mamá se fuera a trabajar. Blake llegaría pronto. Igual que Daemon, si es que aparecía.

Fui a la cocina y saqué una Coca-Cola de la nevera. Para pasar el rato, reuní todos los libros de los que tenía dos ejemplares y los coloqué sobre el escritorio. Donar libros me haría sentir mejor.

Cuando fui al piso de abajo a buscar mi Coca-Cola (porque, al parecer, había huido de mí en algún momento), un calor familiar se me extendió por el cuello. Me quedé inmóvil en el último escalón, aferrando la barandilla con la mano.

Llamaron a la puerta.

Bajé del escalón de un salto, corrí hacia la entrada y la abrí de golpe. Apreté el pomo, sin aliento.

—Hola.

Daemon enarcó una oscura ceja.

—Parecía que ibas a atravesar la puerta.

Me sonrojé.

—Estaba… esto… buscando mi refresco.

—¿Buscando tu refresco?

—Se me ha perdido.

Daemon echó un vistazo por encima de mi hombro, con una pequeña sonrisa en los labios.

—Está ahí mismo, en la mesa.

Me di la vuelta y vi la lata roja y blanca burlándose de mí en una mesita rinconera.

—Ah. Vale, gracias.

Daemon entró, rozándome el brazo al pasar. Curiosamente, ya no me molestaba que entrara sin preguntar. Se metió las manos en los bolsillos y se apoyó contra la pared.

—Gatita…

Me estremecí.

—¿Sí…?

La media sonrisa estaba presente, pero carecía del aire de suficiencia habitual.

—Pareces cansada.

Me acerqué un poco.

—No dormí bien anoche.

—¿Estuviste pensando en mí? —preguntó en voz baja.

—Sí —contesté sin vacilar ni un momento.

En sus ojos apareció una leve expresión de sorpresa.

—Vaya, tenía preparado todo un discurso acerca de que tienes que dejar de negar que te pasas el día pensando en mí y que sueñas conmigo por las noches. Ahora no sé qué decir.

Me apoyé en la pared, a su lado. Podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo.

—¿Tú, sin habla? Habrá que llamar a los récords Guinness.

Daemon bajó la cabeza. Sus ojos eran tan profundos e infinitos como los bosques del exterior.

—Yo tampoco dormí bien anoche.

Me acerqué un poco más hasta que mi brazo rozó el suyo y Daemon se puso tenso de manera apenas perceptible.

—Anoche…

—Quería disculparme —dijo, y me quedé pasmada de nuevo. Se volvió para mirarme directamente. Encontré su mano sin ni siquiera mirar, y entrelazó sus dedos con los míos—. Siento…

Alguien carraspeó.

Sentí un chispazo de sorpresa. Antes de que pudiera volverme, Daemon entrecerró los ojos, en los que apareció un destello de rabia. Me soltó la mano y retrocedió un paso. Mierda. Me había olvidado de Blake. Y también de cerrar la puerta detrás de mí.

—¿Interrumpo? —preguntó Blake.

—Sí, Bart, tú siempre interrumpes —respondió Daemon.

Me volví y sentí que el corazón se me desinflaba como si alguien lo hubiera reventado. La mirada de Daemon me quemaba toda la espalda.

Blake entró.

—Siento haber tardado tanto en llegar.

—Es una pena que no tardaras más. —Daemon se estiró perezosamente, como un gato—. Y es una pena que no te perdieras o…

—Me devoraran los jabalíes o muriera en un espantoso accidente múltiple. Lo pillo. —Blake pasó a nuestro lado como si tal cosa—. No hace falta que estés aquí, Daemon. Nadie te obliga.

Daemon dio media vuelta y siguió a Blake.

—No preferiría estar en ningún otro sitio.

Ya estaba empezándome a palpitar la cabeza. Practicar con Daemon presente no iba a ser fácil. Me dirigí despacio a la sala de estar, donde los dos chicos estaban enzarzados en un épico duelo de miradas.

Carraspeé.

—Bueno, ejem, ¿y cómo vamos a hacerlo?

Daemon abrió la boca, y sabe Dios qué iría a decir, pero Blake se le adelantó.

—En primer lugar, tenemos que averiguar qué puedes hacer ya.

Me coloqué el pelo detrás de la oreja. Me hacía sentir incómoda tenerlos a los dos ahí mirándome como si fuera… ni siquiera sabía el qué.

—Esto… no creo que pueda hacer mucho.

Blake sonrió.

—Bueno, detuviste la rama. Y está lo de aquella vez con las ventanas. Eso son dos cosas.

—Pero no lo hice a propósito. —Al ver la expresión de confusión de Blake, miré a Daemon, que parecía aburrirse, despatarrado en el sofá—. Quiero decir que no fue algo consciente, ya sabes.

—Ah. —Frunció el ceño—. Vaya, qué decepción.

«Oye, gracias.» Me puse las manos en la cintura.

Daemon posó su brillante mirada en Blake.

—Qué bien se te da motivar a la gente.

Blake no le hizo caso.

—¿Así que han sido estallidos de poder aleatorios? —Cuando asentí con la cabeza, se pellizcó el puente de la nariz.

—¿Puede que se vaya solo? —pregunté, esperanzada.

—Ya habría pasado a estas alturas. Mira, por lo que he averiguado, después de una mutación pueden ocurrir cuatro cosas. —Comenzó a moverse por la sala, evitándome—. El humano es curado, y luego el efecto se desvanece en unas cuantas semanas, incluso meses. O el humano muta y desarrolla las mismas habilidades que un Luxen… o más. Luego están los que digamos que… se autodestruyen. Pero tú ya has pasado esa fase.

«Gracias a Dios», pensé con ironía.

—¿Y?

—Bueno, también están los humanos que mutan más allá de lo que cabría esperar.

—¿Y eso qué significa? —Los dedos de Daemon tamborileaban sobre el brazo del sofá.

Blake se cruzó de brazos y se balanceó sobre los talones.

—Pues que acaban con aspecto de mutante raro y quedan mal de la cabeza, aunque cada caso es diferente.

—¿Voy a convertirme en un mutante? —chillé.

Blake se echó a reír.

—No lo creo.

«No lo creo» no resultaba muy tranquilizador.

Daemon dejó de hacer aquel molesto ruidito con los dedos.

—¿Y tú cómo sabes todo eso, Flake?

—Blake —lo corrigió—. Como ya os conté, he conocido a otros como Katy a los que les ha echado el guante el Departamento de Defensa.

—Ya. —Daemon esbozó una sonrisita de suficiencia.

Blake negó con la cabeza.

—En fin, volviendo a lo importante. Tenemos que ver si puedes controlarlo. Si no…

Antes siquiera de que yo pudiera responder, Daemon se puso de pie y le soltó a Blake a la cara:

—¿Qué, Hank? ¿Qué pasa si no puede?

—Daemon. —Solté un suspiro—. En primer lugar, se llama Blake. B-L-A-K-E. Y, en serio, ¿podemos saltarnos estos momentos de macho alfa? Porque, de lo contrario, esto va a hacerse eterno.

Se volvió y me lanzó una mirada sombría que me hizo poner los ojos en blanco.

—Vale, ¿y qué sugieres?

—Lo mejor para empezar es ver si logras mover algo voluntariamente. —Blake hizo una pausa—. Supongo que podemos avanzar desde ahí.

—¿Mover el qué?

Blake recorrió la habitación con la mirada.

—¿Qué tal un libro?

¿Un libro? Madre mía, ¿cuál? Negué con la cabeza y me concentré en el que tenía en la cubierta una chica cuyo vestido se convertía en pétalos de rosa. Qué bonito era. Iba de reencarnaciones y el protagonista estaba para chuparse los dedos. Dios, me encantaría salir con…

—Concéntrate —me indicó Blake.

Hice una mueca; pero, vale, no estaba concentrándome de verdad. Me imaginé el libro elevándose en el aire y viniendo hacia mi mano como les había visto hacer a Daemon y Dee tantas veces.

No pasó nada.

Le puse más ganas, esperé más tiempo, pero el libro no se movió del respaldo del sofá… Igual que los cojines, el mando a distancia y una revista de mamá.

Tres horas más tarde, lo máximo que había conseguido hacer era que la mesa de centro temblara y Daemon se quedara dormido en el sofá.

Había fracasado.

Cansada y malhumorada, di por terminado el entrenamiento y desperté a Daemon propinándole un golpe a la pata de la mesa de centro.

—Tengo hambre y estoy cansada y harta.

Blake enarcó las cejas.

—Vale. Podemos seguir mañana. No hay problema.

Lo fulminé con la mirada.

Daemon bostezó mientras estiraba los brazos.

—Vaya, Brad, eres un gran entrenador. Estoy asombrado.

—Cierra el pico —le solté, y luego conduje a Blake a la puerta principal. Ya en el porche, me disculpé—. Lamento estar de tan mal humor, pero ahora mismo me siento como una auténtica fracasada. Como si fuera la campeona en un concurso de incompetentes.

Blake sonrió.

—No eres una incompetente, Katy. Puede que esto lleve su tiempo, pero al final la frustración tiene recompensa. Debes evitar por todos los medios que Defensa se entere de que has mutado y vaya a por el responsable.

Me estremecí. Si provocaba algo así, me moriría.

—Sí, lo sé. Y… gracias por querer ayudar.

Me mordí el labio y lo miré de reojo. Quizá Daemon tenía razón en lo que dijo anoche. Blake arriesgaba mucho solo por estar cerca de mí. ¿No habría sido más lógico que saliera pitando al enterarse de que el Departamento de Defensa estaba atrincherado por aquí? La verdad era que no quería creer que se debía a que sentía algo por mí.

—Blake, ya sé que esto es peligroso para ti y no…

—No pasa nada, Katy. —Me colocó una mano en el hombro y lo apretó, aunque me soltó enseguida. Probablemente tuviera miedo de que Daemon apareciera de la nada y le rompiera la mano—. No espero nada de ti.

Me invadió cierto alivio.

—No sé qué decir.

—No tienes que decir nada.

¿En serio? Confiar en Blake era un acto de fe, pero había tenido muchas oportunidades para entregarnos a Daemon y a mí, y no lo había hecho. Me rodeé el cuerpo con los brazos para protegerme del frío.

—Lo que estás haciendo al ayudarme es una pasada. Solo quería decírtelo.

La sonrisa de Blake se ensanchó hasta hacer que los ojos color avellana le danzaran.

—Bueno, así puedo pasar más tiempo contigo. —La parte superior de las mejillas se le tiñó de rojo y apartó la mirada mientras carraspeaba—. En fin, nos vemos mañana, ¿vale?

Asentí con la cabeza. Blake me dedicó una sonrisa rarísima y se marchó. Volví a entrar, completamente hecha polvo. Daemon no estaba en el sofá, por supuesto. Por instinto, me dirigí a la cocina arrastrando los pies, y allí estaba. Había pan, fiambre y mayonesa desplegados sobre la encimera.

—¿Qué haces?

—Has dicho que tenías hambre —contestó agitando un cuchillo.

El corazón me dio un brinco.

—No… tenías que prepararme nada, pero gracias.

—Yo también tengo hambre. —Dejó caer mayonesa en el pan y la extendió de manera uniforme. Hizo dos sándwiches de jamón y queso en un periquete. Se volvió y me pasó el mío mientras se apoyaba contra la encimera—. Cómetelo.

Me quedé mirándolo. Él me sonrió y luego le dio un mordisco enorme a su sándwich. Me observó comer, masticando despacio, y el silencio pareció extenderse indefinidamente. Después de que Daemon repitiera, aunque en realidad el segundo sándwich solo tenía queso y mayonesa, yo limpié. Cuando terminé de lavarme las manos y cerré el grifo, Daemon colocó las manos a ambos lados de mis caderas, agarrándose a la encimera con los dedos. Una sensación de calor me recorrió la espalda y no me atreví a moverme. Daemon estaba muy cerca… demasiado cerca.

—Has tenido una conversación muy interesante con Butler en el porche.

Sentí su aliento en el cuello. Intenté reprimir un estremecimiento y fracasé.

—Se llama Blake. Además, ¿estabas escuchando a escondidas?

—Me aseguraba de que todo iba bien. —Me rozó un lado del cuello con la punta de la nariz y se me contrajeron los dedos contra el fregadero de acero inoxidable—. ¿Así que te parece una pasada que te esté ayudando?

Cerré los ojos y solté una palabrota entre dientes.

—Se está poniendo en peligro, Daemon. Aunque no te caiga bien, le debes un poco de respeto por ello.

—Lo único que le debo es la paliza que se merece. —Apoyó la barbilla en mi hombro—. No quiero que hagas esto.

—Daemon…

—Y no tiene nada que ver con que ese chico me caiga como una patada. —Apartó las manos de la encimera y me las colocó en las caderas—. Ni con el hecho de que…

—¿De que estás celoso? —comenté mientras volvía la mejilla, de modo que quedó audazmente cerca de sus labios.

—¿Yo? ¿Celoso de él? Ni hablar. Lo que iba a decir era que tiene un nombre ridículo. ¿Blake? Rima concorn flake. Venga ya.

Puse los ojos en blanco, pero entonces Daemon se enderezó y me apretó contra él. Con mi espalda pegada a la parte delantera de su cuerpo, me rodeó la cintura con los brazos. Una calidez vertiginosa me corrió por las venas. ¿Por qué tenía que acercarse siempre tanto?

—No me fío de él, gatita. Todo lo que tiene que ver con él es demasiado oportuno.

Para mí, las razones de Daemon para no confiar en él eran demasiado obvias. Me retorcí para liberarme y conseguí girarme hasta situarme frente a él. Daemon volvió a apoyar las manos en el fregadero.

—No quiero hablar de Blake.

—¿Y de qué quieres hablar? —me preguntó enarcando una ceja.

—De lo de anoche.

Me observó un momento y luego retrocedió. Se retiró hasta el otro lado de la mesa de la cocina, como si de repente me tuviera miedo. Me crucé de brazos.

—En realidad, quería terminar la conversación que estábamos teniendo antes de que llegara Blake.

—Que va de lo de anoche.

—Sí —asentí despacio, arrastrando la palabra.

Daemon se rascó el mentón, cubierto con una leve sombra de barba.

—Ya no sé ni qué iba a decirte. —Levanté las cejas en un gesto de sorpresa. Qué decepción—. Mira, anoche estaba cabreado. Y también me pilló un poco descolocado… todo, en general. —Cerró los ojos un momento—. En fin, eso no importa. Lo que importa es el tema de Bart.

Abrí la boca, pero Daemon continuó:

—A una parte de mí le gustaría cogerlo y deshacerse de él. Sería muy fácil. —Aquello me dejó boquiabierta y Daemon sonrió con frialdad—. Lo digo en serio, gatita. No solo supone un peligro para ti sino que, si nos la juega, también es un peligro para Dee. Así que quiero mantenerla lo más lejos posible de esto.

—Por supuesto —murmuré. Yo nunca la implicaría.

Cruzó sus musculosos brazos y dijo muy serio:

—Aunque al seguir con esto podemos tenerlo vigilado. En eso tenías razón anoche.

Esa no era la parte de la conversación de anoche de la que quería hablar. Después de ver lo mucho que lo había afectado creer que había tenido una cita con Blake (aunque parecía haberlo superado bastante rápido) y pasarme todo el día sintiéndome afligida y destrozada, quería que habláramos de nosotros. De lo que había comprendido mientras me pasaba el día recorriendo la casa, deprimida.

—No me gusta, pero… —Hizo una pausa—. Pero te pido una vez más que no quedes con él. Confía en que conseguiré descubrir algo que pueda ayudarte… ayudarnos.

Quise decirle que sí, pero ¿cómo iba Daemon a ponerse a hacer preguntas sin levantar sospechas? Si el Departamento de Defensa estaba por todas partes, ¿quién sabía si habría Luxen trabajando para ellos? Todo era posible.

Como no respondí de inmediato, pareció saber qué decisión había tomado, porque hizo un ruido entre una risa y un suspiro y asintió con la cabeza. Se me partió el corazón.

—Muy bien. Necesitas descansar un poco, mañana será un gran día. Más Butler. Yupi.

Y luego se fue. Se fue de la cocina caminando de verdad en lugar de emplear el truquito de la supervelocidad que solía usar. Y yo me quedé allí, preguntándome qué diablos acababa de pasar y por qué no lo había detenido y le había dicho lo que pensaba. Lo que sentía.

Valor… Necesitaba encontrar el valor para decirle lo que sentía mañana, antes de que las cosas se torcieran aún más entre nosotros.