23
Después de inventarme una excusa patética sobre que tenía que pasar tiempo con mamá, conseguí librarme de Blake. Hacerme con las llaves de mi madre tampoco fue un problema. Se había quedado frita en cuanto llegó a casa después de un turno doble, y yo sabía que seguiría durmiendo y no se daría cuenta de que su coche había desaparecido. Habíamos esperado hasta que oscureciera, lo que ocurrió a eso de las cinco y media.
Daemon se reunió conmigo fuera e intentó coger las llaves.
—Ni hablar. Es el coche de mi madre, así que conduzco yo.
Me fulminó con la mirada, pero subió al asiento del pasajero. Sus largas piernas no estaban hechas para los estrechos asientos. Era como si el coche no fuera de su talla. Me reí y Daemon me puso mala cara.
Sintonicé una emisora de rock y él la cambió por una de viejos éxitos. Moorefield solo estaba a quince minutos, pero el viaje iba a hacerse eterno.
—Bueno, ¿y cómo has plantado a Bubú? —me preguntó antes de salir siquiera de la entrada.
Le lancé una mirada asesina.
—Le he dicho que tenía planes con mamá. Tampoco paso todas las horas del día con Blake.
Daemon resopló.
—¿Qué? —Le eché un vistazo y vi que estaba mirando por la ventanilla con una mano preparada en la manilla de la puerta, como si condujera fatal—. ¿Qué? —repetí—. Ya sabes lo que hago con él. No quedamos para ver pelis.
—¿De verdad sé lo que haces con él? —preguntó en voz baja.
—Sí —contesté aferrando el volante con las manos.
Apretó la mandíbula y luego se volvió, orientando el cuerpo hacia mí lo mejor que pudo en el limitado espacio.
—¿Sabes una cosa? Toda tu vida no tiene por qué reducirse a entrenar con Bradley. Puedes tomarte un poco de tiempo libre.
—Y tú podrías unirte a nosotros. Me gustaba… que ayudaras, que estuvieras allí —admití, y noté que me ponía colorada.
Hubo un momento de silencio.
—Ya conoces mi postura al respecto, pero debes dejar de evitar a Dee. Te echa de menos. Le estás haciendo una jugarreta.
La culpa me carcomió con sus dientecillos afilados.
—Lo siento.
—¿Que lo sientes? —dijo—. ¿Por qué? ¿Por ser una mierda de amiga?
La rabia se apoderó de mí en un segundo, descontrolada y ardiente como una bola de fuego.
—No pretendo ser «una mierda» de amiga, Daemon. Ya sabes lo que hago. Fuiste tú el que me dijo que la mantuviera al margen de esto. Pero dile a Dee que lo siento, ¿vale?
—No. —Noté en su voz el conocido tono de desafío.
—¿Podemos dejar de hablar?
—No a eso también.
Pero no dijo nada más aparte de darme indicaciones para llegar al barrio donde vivía Vaughn. Aparqué el coche a medio camino entre las seis casas sospechosas, dándole las gracias a mamá por tintar las ventanillas.
Entonces, Daemon empezó de nuevo.
—¿Cómo va tu entrenamiento?
—Si te pasaras, podrías verlo por ti mismo.
Me dedicó una sonrisa socarrona.
—¿Todavía puedes congelar cosas y mover objetos de un sitio a otro? —Entrecerró los ojos cuando asentí con la cabeza—. ¿Has experimentado algún estallido de poder inesperado?
Nada aparte del minitornado de la sala de estar después de ver a Bethany.
—No.
—Entonces, ¿por qué sigues entrenando? El objetivo era que consiguieras controlarlo, y ya lo has hecho.
Me dieron ganas de golpear el volante con la cabeza. Solté un gemido.
—Esa no es la única razón. Y lo sabes.
—Es evidente que no tengo ni idea —contestó mientras empujaba el asiento con la espalda.
—Dios, es increíble cómo te encanta meterte en mis cosas pero luego no quieres implicarte.
—Me gusta hablar de tus cosas. Suele ser entretenido y siempre puedo echar unas risas.
—Bueno, pues yo no quiero hablar de ese tema —le espeté.
Daemon suspiró mientras se retorcía en el asiento intentando ponerse cómodo.
—Este coche es un asco.
—Fue idea tuya. Yo, en cambio, creo que tiene el tamaño perfecto. Aunque quizá sea porque no mido lo mismo que una montaña.
Daemon dejó escapar una risilla.
—Tú mides lo mismo que una muñequita.
—Como digas una muñeca con la expresión vacía, te pego. —Me enrollé la cadena del collar alrededor de los dedos—. ¿Entendido?
—Sí, señora.
Miré hacia fuera a través del parabrisas, debatiéndome entre seguir enfadada con él (porque era fácil) y explicarme. En mi interior bullían tantas emociones que nada conseguía salir.
Mi acompañante suspiró.
—Estás agotada. Y Dee está preocupada. No deja de darme la lata para que averigüe qué te pasa, puesto que ya no quieres quedar con ella.
—Ah, vaya, ¿así que volvemos a la parte en la que haces cosas para hacer feliz a tu hermana? ¿Ganas puntos por preguntar? —le solté antes de poder contenerme.
—No. —Estiró la mano y me cogió la barbilla con suavidad, obligándome a mirarlo. Y, cuando lo hice, me quedé sin aliento. Las emociones se arremolinaban en sus ojos—. Estoy preocupado. Estoy preocupado por un millón de razones y odio todo esto… Odio sentir que no puedo hacer nada al respecto. La historia se repite y, aunque lo veo con total claridad, no consigo impedirlo.
Sus palabras me abrieron una herida en el pecho y, de pronto, pensé en papá. Cuando era pequeña y me disgustaba (normalmente por alguna tontería como un juguete que quería), nunca conseguía expresar mi frustración con palabras. En su lugar, me daba una pataleta o empezaba a hacer pucheros. Y papá siempre me decía lo mismo:
«Usa palabras, Katy. Usa palabras.»
Las palabras son la herramienta más poderosa. Algo sencillo y tantas veces menospreciado. Pueden sanar, y también pueden destruir. Y ahora necesitaba usar palabras. Le rodeé la muñeca con los dedos, disfrutando de la descarga que me provocó tocarlo.
—Lo siento —susurré.
Daemon parecía confuso.
—¿El qué?
—Todo: no quedar con Dee y ser una amiga espantosa para Lesa y Carissa. —Respiré hondo y le aparté la mano con suavidad. Miré por el parabrisas, parpadeando para contener las lágrimas—. Y siento no poder dejar de practicar. Entiendo por qué no quieres que lo haga. De verdad que sí. Comprendo que no quieras que me ponga en peligro y que no confíes en Blake.
Daemon apoyó la espalda en el asiento y me obligué a continuar:
—Sobre todo, sé que te da miedo que acabe como Bethany y Dawson (sea lo que sea lo que les pasó de verdad) y que quieres protegerme de todo eso. Lo entiendo. Y me… me mata saber que eso te hace daño, pero tienes que entender por qué necesito ser capaz de controlar y usar mis habilidades.
—Kat…
—Déjame terminar, ¿vale? —Lo miré y, cuando asintió con la cabeza, realicé otra inspiración—. No se trata solo de ti y de lo que quieras. Ni de lo que temas. Se trata de mí: de mi futuro y mi vida. De acuerdo, no sabré qué quiero hacer con mi vida respecto a la universidad, pero ahora me enfrento a un futuro en el que, si salgo del alcance del cuarzo beta, van a intentar darme caza. Igual que a ti. Mi madre estará en peligro si un Arum me ve y me sigue a casa. Y también está todo este lío con el Departamento de Defensa.
Apreté la obsidiana con la mano.
—Tengo que poder defenderme a mí misma y a la gente que me importa. Porque no puedo esperar que tú estés siempre ahí para protegerme. No está bien ni es justo para ninguno de los dos. Por eso entreno con Blake. No para cabrearte ni para enrollarme con él. Lo hago para poder apoyarte, como una igual, y no ser alguien que necesita que la protejas. Y lo hago por mí misma, para no tener que depender de nadie para que me salve.
Las pestañas de Daemon bajaron, ocultándole los ojos. Transcurrieron unos segundos en silencio y luego dijo:
—Ya lo sé. Ya sé por qué quieres hacerlo. Y lo respeto. En serio. —Presentía que se avecinaba un «pero»—. Pero es duro apartarme y dejar que ocurra.
—No sabes qué va a ocurrir.
Asintió con la cabeza y luego se volvió hacia la ventanilla del pasajero. Levantó una mano y se frotó la mandíbula.
—Es duro. Eso es todo lo que puedo decir. Respeto lo que quieres hacer, pero es duro.
No me había dado cuenta de que había estado conteniendo la respiración. Solté el aire con un suave suspiro y asentí. Sabía que Daemon no iba a decir nada más sobre el tema. Respetar mi decisión era mejor que una disculpa. Por lo menos ahora habíamos aclarado las cosas, y eso era importante.
Lo miré de reojo.
—En fin, ¿qué vamos a hacer si vemos a Vaughn?
—Todavía no he pensado en eso.
—Vaya. Qué buen plan. —Me quedé callada un momento—. Dudo mucho que Bethany esté en una de esas casas. Sería demasiado peligroso.
—Estoy de acuerdo, pero ¿por qué la llevaron a un lugar público? —Acababa de hacer la pregunta del millón—. ¿Donde cualquiera podría verla?
Negué con la cabeza.
—Me pareció que Vaughn no estaba muy contento. Tal vez se escapó.
Daemon me miró.
—Eso tendría sentido. Vaughn siempre ha sido un capullo.
—¿Lo conoces?
—No demasiado bien, pero empezó a trabajar con Lane unos meses antes de que Dawson… desapareciera. —Dio la impresión de que la última palabra se le quedaba atascada en la lengua, como si todavía estuviera acostumbrándose a la posibilidad de que su hermano no estuviera muerto—. Llevábamos Dios sabe cuánto tiempo al cargo de Lane, y entonces Vaughn apareció con él. Estaba allí cuando nos dijeron lo de Dawson y Bethany.
Tragó saliva.
—Lane parecía lamentarlo de verdad, como si Dawson no fuera solo una cosa que hubiera muerto, sino una persona. Tal vez se encariñó con él a lo largo de los años. Dawson… —Carraspeó—. Dawson tenía ese efecto en la gente. Incluso cuando iba de sabelotodo, no podías evitar que te cayera bien. En fin, a Vaughn le importó un pepino.
No sabía qué decir. Así que recorrí el pequeño espacio que nos separaba y le apreté el brazo. Me miró con ojos brillantes. Detrás de él, grandes copos de nieve caían en silencio. Me cubrió la mano con la suya un instante. Algo infinito brotó entre nosotros, más fuerte que algo físico; lo que fue extraño porque avivó en mí toda esa parte física. Entonces, Daemon se apartó y se puso a observar la nieve.
—¿Sabes en qué he estado pensando?
¿En por qué todavía no me había sentado en su regazo? Porque yo sí que estaba preguntándomelo, pero el coche era demasiado pequeño para esa clase de travesuras. Carraspeé y le pregunté:
—¿En qué?
Daemon se recostó en el asiento y observó caer la nieve igual que yo.
—En que, si el Departamento de Defensa sabe lo que podemos hacer, ninguno de nosotros está a salvo. En realidad, nunca lo hemos estado, pero esto lo cambia todo. —Volvió la cabeza hacia mí—. Me parece que no te he dado las gracias.
—¿Por qué?
—Por contarme lo de Bethany. —Se quedó callado y en los labios se le dibujó una sonrisa tensa.
—Tenías que saberlo. Nunca… Un momento. —Dos faros giraron y entraron en la calle. Era el quinto vehículo por lo menos, pero esta vez se trataba de un todoterreno—. Tenemos uno.
Daemon entrecerró los ojos.
—Es del mismo modelo que los que usa Defensa.
Observamos cómo el todoterreno negro reducía la velocidad y aparcaba en la entrada de una vivienda de una sola planta a dos casas de distancia. Aunque nuestro coche tenía las ventanillas tintadas, quise escurrirme en el asiento y esconder la cara. La puerta del conductor se abrió, y Vaughn salió y miró hacia el cielo con el ceño fruncido, como reprochándole que se hubiera atrevido a molestarlo poniéndose a nevar. Otra puerta se cerró y una figura se situó bajo la luz.
—Mierda —soltó Daemon—. Nancy está con él.
—Bueno, no estarías planeando hablar con él, ¿no?
—Pues la verdad es que sí.
Negué con la cabeza, alucinada.
—Pero eso es una locura. ¿Qué ibas a hacer? ¿Irrumpir en su casa y exigirle respuestas? —No podía creérmelo cuando lo vi asentir con la cabeza—. Y luego ¿qué?
—Esa es otra cosa que todavía no he resuelto del todo.
—¡Dios! —exclamé entre dientes—. Se te da fatal hacer de espía.
Daemon soltó una risita.
—Bueno, no podemos hacer nada esta noche. Si uno de ellos desapareciera, probablemente no pasaría nada; pero dos provocaría demasiadas preguntas.
Observé, con el estómago encogido, cómo los dos agentes desaparecían en el interior de la casa. Una luz se encendió dentro, y una figura esbelta se acercó a las ventanas y cerró las cortinas.
—Vaya. Así que les gusta la privacidad, ¿eh?
—Tal vez vayan a darle un poco al mambo.
Le eché una mirada a Daemon.
—Puaj.
Él sonrió de oreja a oreja.
—Esa mujer no me pone nada. —Sus ojos se posaron en mis labios y algunas partes de mi cuerpo se estremecieron en respuesta al ardor de su mirada—. Pero ahora no puedo quitármelo de la cabeza.
Me quedé sin aliento.
—Estás más salido que un perro.
—Si me acaricias, te…
—Ni se te ocurra terminar esa frase —lo amenacé intentando contener una sonrisa. Sonreír no haría más que alentarlo, y Daemon no necesitaba más estímulos para portarse mal—. Y cambia esa cara de inocente. Sé perfectamente…
La obsidiana cobró vida con rapidez, calentándome el jersey y el pecho como si alguien me hubiera apretado un carbón encendido contra la piel. Solté un grito y di un brinco en el asiento, golpeándome la cabeza con el techo.
—¿Qué pasa?
—Un Arum —dije con voz entrecortada—. ¡Hay un Arum cerca! ¿No llevas obsidiana?
Daemon recorrió la carretera en sombras con la mirada, alerta y tenso.
—No. La dejé en mi coche.
Me quedé mirándolo, asombrada.
—¿Lo dices en serio? ¿Dejaste lo único que mata a tu enemigo en tu coche?
—Tampoco es que la necesite para matarlos. Quédate aquí. —Empezó a abrir la puerta, pero lo agarré del brazo—. ¿Qué?
—No puedes salir del coche. ¡Estamos justo delante de su casa! Van a verte. —Hice caso omiso del creciente miedo que siempre me provocaban los Arum—. ¿Todavía estamos lo bastante cerca de Seneca Rocks?
—Sí —contestó con un gruñido—. Nos protegen unos ochenta kilómetros en cada dirección.
—En ese caso, quédate aquí sentado.
Dio la impresión de que no entendía aquel concepto, pero luego apartó la mano de la puerta y apoyó la espalda contra el asiento. Unos segundos después, una sombra subió por la calle, más oscura que la misma noche. Se deslizó hasta el bordillo de la acera, pasó sobre el césped cubierto con una fina capa de nieve y se detuvo delante de la casa de Vaughn.
—Pero ¿qué diablos…? —dijo Daemon apoyando las manos en el salpicadero.
El Arum tomó forma, allí mismo, al aire libre. Iba vestido de la misma manera que los otros a los que nos habíamos enfrentado antes: pantalones oscuros y chaqueta negra, pero sin gafas de sol. Su pelo rubio pálido se agitó levemente cuando se acercó a la puerta de la casa y apretó el timbre con el dedo.
Vaughn abrió e hizo una mueca. Movió la boca, pero no pude entender lo que dijo. Luego se apartó para dejar entrar al Arum.
—¡Dios mío! —exclamé con los ojos como platos—. No puedo creerlo.
Daemon se recostó en el asiento. Cuando habló, su voz estaba cargada de ira.
—Pues créetelo. Me parece que acabamos de descubrir cómo se enteró Defensa de lo que podemos hacer.
La cabeza me daba vueltas cuando lo miré.
—¿El Departamento de Defensa y los Arum trabajan juntos? Dios mío… ¿Por qué?
Daemon arrugó las cejas mientras negaba con la cabeza.
—Vaughn ha dicho un nombre: Residon. Se lo he leído en los labios.
Este giro de los acontecimientos no presagiaba nada bueno.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Lo que a mí me gustaría es volar la casa por los aires, pero eso llamaría demasiado la atención.
—Seguramente —contesté frunciendo la boca.
—Tenemos que ir a ver a Matthew de inmediato.
Matthew vivía aún más perdido que nosotros y, si seguía nevando, no sabía cómo iba a hacer para llevar de vuelta el coche de mamá. Su casa era una cabaña grande construida en la ladera de una montaña. Subí con cuidado por la empinada entrada de grava, con la que no pudo el vehículo de mi madre.
—Si te caes y te partes algo, voy a enfadarme —me dijo Daemon agarrándome del brazo cuando empecé a resbalarme.
—Siento mucho que no todos podamos ser tan asombrosos… —Dejé escapar un chillido cuando me rodeó la espalda con el brazo y me cogió en volandas. Subió por el camino como una flecha mientras el viento y la nieve me azotaban la cara. Cuando me dejó en el suelo, me tambaleé hacia un lado, mareada—. ¿Podrías avisar la próxima vez?
Me dedicó una amplia sonrisa mientras llamaba a la puerta.
—¿Y perderme esa cara? Ni hablar.
A veces me moría por darle un buen puñetazo, pero volver a ver ese lado de él también hacía que una sensación de calidez se extendiera por mi cuerpo.
—Eres un tormento.
—A ti te gusta que te atormente.
El señor Garrison abrió la puerta antes de que pudiera contestar. Entrecerró los ojos al verme al lado de Daemon, tiritando.
—Qué… sorpresa.
—Tenemos que hablar —anunció Daemon.
Sin quitarme la vista de encima, el señor Garrison nos condujo a una sala de estar sin apenas decoración. Las paredes eran de madera desnuda y un fuego crepitaba en la chimenea, irradiando calor y olor a pino. No había ni un solo adorno navideño. Como necesitaba descongelarme, me senté junto al fuego.
—¿Qué pasa? —preguntó el señor Garrison mientras cogía un vasito lleno de un líquido rojo—. Teniendo en cuenta que la traes contigo, supongo que es algo que no va a gustarme.
Me contuve antes de soltarle una respuesta. Aquel tipo era un extraterrestre, pero mi nota de Biología dependía de él.
Daemon se sentó a mi lado. De camino aquí, habíamos decidido (para mi gran alivio) no contarle a Matthew que me había curado.
—Supongo que deberíamos empezar por el principio, y me da que va a ser mejor que te sientes.
El señor Garrison movió la mano, haciendo girar el líquido rojo rubí en el vaso.
—Vaya, esto empieza bien.
—Katy vio a Bethany ayer con Vaughn.
Nuestro anfitrión levantó mucho las cejas. Se mantuvo inmóvil un rato y luego dio un trago.
—No es lo que me esperaba. Katy, ¿estás segura de que era ella?
Asentí con la cabeza.
—Completamente, señor Garrison.
—Matthew, llámame Matthew. —Retrocedió un paso, negando con la cabeza. Me sentí como si hubiera conseguido hacer algo superimportante para poder tutearlo. Matthew carraspeó—. La verdad es que no sé qué decir.
—Todavía queda lo mejor —dije mientras me frotaba las manos.
—Sé dónde vive uno de los agentes del Departamento de Defensa y hemos ido esta noche.
—¿Qué? —Matthew bajó el vaso—. ¿Estáis locos?
Daemon se encogió de hombros a modo de respuesta.
—Nancy Husher se ha presentado mientras vigilábamos la casa. Y adivina quién más.
—¿Papá Noel? —repuso Matthew con tono seco.
Me reí en voz alta. Caramba, ese tío tenía sentido del humor.
Daemon hizo caso omiso.
—Un Arum, y lo han dejado entrar. Vaughn incluso lo ha llamado por su nombre: Residon.
Matthew se terminó toda la bebida de un trago y dejó el vaso sobre la repisa de la chimenea.
—Esto no está bien, Daemon. Ya sé que quieres ir allí y averiguar por qué Bethany sigue viva, pero no puedes hacerlo. Es demasiado peligroso.
—¿Entiendes lo que significa? —Daemon dio un paso al frente extendiendo las manos con las palmas hacia arriba—. Defensa tiene a Bethany. Vaughn fue uno de los agentes que vino a decirnos que los dos estaban muertos. Así que mintieron sobre ella. Y eso significa que podrían haber mentido sobre Dawson.
—¿Para qué querrían a Dawson? Nos dijeron que estaba muerto. Es evidente que Bethany no, pero eso no quiere decir que él esté vivo. Así que sácate esa idea de la cabeza.
La rabia se reflejó en los ojos verde oscuro de Daemon.
—Si se tratara de uno de tus hermanos, ¿tú te sacarías «esa idea de la cabeza»?
—Todos mis hermanos están muertos. —Matthew recorrió la habitación con paso airado, deteniéndose delante de nosotros—. Vosotros sois lo único que me queda, ¡y no pienso fomentar falsas esperanzas que conseguirán que os maten o algo peor!
Daemon se sentó a mi lado y respiró hondo.
—Nosotros también te consideramos de la familia. Y Dawson pensaba igual.
En los ojos superbrillantes de Matthew apareció un destello de dolor antes de que apartara la mirada.
—Ya lo sé, ya lo sé. —Fue hasta un sillón reclinable y se dejó caer sacudiendo la cabeza—. Sinceramente, lo mejor sería que no estuviera vivo, y lo sabes. No puedo ni imaginarme…
—Pero, si está vivo, tenemos que hacer algo. —Daemon se quedó callado un momento—. Y, si de verdad está muerto, entonces…
Entonces, ¿qué conclusión les aportaría todo eso? Ya pensaban que estaba muerto, y averiguar que no habían sido los Arum solo serviría para abrir viejas heridas.
—Tú no lo entiendes, Daemon. El Departamento de Defensa no se interesaría por Bethany a menos que… a menos que Dawson la hubiera curado.
Eso era lo que Blake nos había dicho desde el principio, y verlo confirmado me alivió.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Daemon, continuando con la pantomima de que no sabíamos nada.
Matthew se frotó la frente, estremeciéndose.
—Los mayores… no hablan de por qué no se nos permite curar a los humanos, y tienen un buen motivo. Está prohibido, no solo por el riesgo de exponer nuestras habilidades, sino por lo que les hace a los humanos. Ellos lo saben, y yo también.
—¿Qué? —Daemon me miró—. ¿Tú sabes lo que les pasa?
Matthew asintió con la cabeza.
—Modifica al humano, fusionando su ADN con el nuestro. Aunque hace falta desearlo de verdad para que funcione. Entonces el humano adquiere nuestras habilidades, pero el efecto no siempre permanece. A veces desaparece. Otras el humano muere a consecuencia de ello o el cambio sale mal. Pero, si todo sale bien, forma una conexión entre ambos.
A medida que Matthew continuaba, Daemon se fue poniendo cada vez más nervioso, y con razón.
—La conexión entre un humano y un Luxen después de una curación masiva es irrompible a nivel celular. Los une para siempre. Uno no puede sobrevivir si el otro perece.
Me quedé boquiabierta. Blake no me había dicho nada de eso, pero aquello significaba que…
Daemon se puso en pie. El pecho le subía y bajaba con cada inspiración brusca y dolorosa.
—Entonces, si Bethany está viva…
—Dawson tendría que estar vivo —terminó Matthew, con voz cansada—. Si es que la curó.
Tenía que haberlo hecho. No había ningún otro motivo para que el Departamento de Defensa se interesase por Bethany.
Daemon se quedó mirando el fuego, observando cómo se ondulaba y se retorcía. Una vez más, quise hacer algo para consolarlo, pero ¿qué podría hacer yo para mejorar la situación?
—Pero si acabas de decir que es imposible que esté vivo. —Sacudí la cabeza.
—Un débil intento de convencer a nuestro amigo de que no haga que lo maten.
—¿Lo… lo has sabido todo este tiempo? —La voz de Daemon estaba cargada de emociones primitivas. Su forma empezó a desvanecerse, como si estuviera perdiendo el control por completo—. Responde.
Matthew negó con la cabeza.
—No. ¡No! Creía que los dos estaban muertos. Pero si la curó… si la cambió… y está viva, entonces él también tiene que estarlo. Pero no es más que una suposición; una suposición basada en si Katy vio de verdad a alguien a quien nunca ha conocido.
Daemon se sentó. Los ojos le brillaron a la luz del fuego.
—Mi hermano está vivo. Está… está vivo. —Sonó aturdido, perdido incluso.
Inspiré con dificultad, deseando llorar por Daemon.
—¿Qué crees que le estarán haciendo?
—No lo sé. —Matthew se puso en pie de modo vacilante y me pregunté cuánto habría bebido antes de que llegáramos—. Sea lo que sea, no puede…
No podía ser bueno. Y yo tenía una sospecha de lo que podía tratarse. Según Blake, a Defensa le interesaba hacerse con más humanos mutados. ¿Qué mejor forma de lograr ese objetivo que capturar a un Luxen y obligarlo a hacerlo? Se me subió la bilis a la garganta. Pero, si hacía falta desearlo de verdad para llegar a cambiar a un humano, ¿cómo podría conseguirlo Dawson si lo obligaban? ¿Estaba fracasando? Y, si ese era el caso, ¿qué les estaba ocurriendo a esos humanos? Matthew ya lo había dicho: si el cambio no permanecía, sufrían horribles mutaciones o morían. Dios mío, ¿qué le haría eso a una persona… o a Dawson?
—El Gobierno lo sabe, Matthew. Saben lo que podemos hacer —dijo Daemon al fin—. Es probable que lo hayan sabido desde el principio.
Matthew alzó las pestañas y miró a Daemon a los ojos.
—Para serte sincero, nunca me he creído que no lo supieran. La única razón por la que jamás lo he comentado es que no quería que os preocuparais.
—¿Y los mayores… también lo saben?
—Los mayores dan gracias por tener un lugar donde vivir en paz y mantenerse, básicamente, apartados de la raza humana. Digamos que prefieren seguir la táctica del avestruz. En todo caso, es probable que decidan no creer que nuestros secretos no están a salvo. —Miró su vaso vacío—. Es… más fácil para ellos.
Eso me parecía una soberana estupidez, y lo dije. Matthew respondió con una sonrisa irónica.
—Tú no tienes ni idea de lo que es ser una invitada, ¿verdad, hija? ¿Te imaginas vivir sabiendo que podrían arrebatarte tu casa y todo lo que posees en cualquier momento? Pero aun así debes guiar a la gente; mantenerlos tranquilos y felices… a salvo. Lo peor que podrías hacer sería contarles tus inquietudes más pesimistas a las masas. —Hizo una pausa, observando de nuevo el vaso—. Dime, ¿qué harían los humanos si supieran que hay extraterrestres viviendo entre ellos?
Me puse como un tomate.
—Pues supongo que se les iría la pinza y habría disturbios.
—Exacto —murmuró—. Nuestras especies no son tan diferentes.
Después de aquello, prácticamente no dijimos nada. Nos quedamos allí sentados, absortos en nuestros propios pensamientos. El corazón se me estaba haciendo añicos porque sabía que Daemon quería abalanzarse sobre Vaughn y Nancy ahora mismo, pero no era tan imprudente. Tenía que pensar en Dee: todo lo que hiciera la afectaría.
Y, al parecer, también a mí. Si él moría, yo moría. Ahora mismo, con todo lo demás que estaba pasando, no podía asimilarlo completamente. Decidí que ya fliparía con esa información más tarde.
—¿Y qué pasa con lo del Arum? —pregunté.
—No lo sé. —Matthew volvió a llenarse el vaso—. No tengo ni la más remota idea de por qué el Departamento de Defensa trabajaría con ellos… qué podrían ganar. Los Arum absorben nuestros poderes, pero no la capacidad de curación… nada de esa magnitud. Ellos tienen una firma térmica diferente de la nuestra, así que con los instrumentos adecuados Defensa sabría que no están tratando con nosotros; pero, si te encontraras con un Arum o un Luxen por la calle, no habría forma de diferenciarnos.
—Un momento. —Me coloqué el pelo detrás de la oreja a la vez que le echaba una mirada a Daemon, que permanecía en silencio—. ¿Y si Defensa capturó a un Arum, creyendo que era un Luxen? A vosotros también os estudiaron, ¿no? Os obligaron a integraros en el mundo de los humanos. No sé qué implica integrarse, pero seguro que era algún tipo de observación. Así que, ¿no habrían acabado dándose cuenta, sobre todo con lo de la firma térmica?
Matthew se puso en pie y se dirigió a un armario situado en la otra esquina de la sala. Lo abrió, sacó una botella cuadrada y se sirvió un vaso.
—Cuando nos estábamos integrando, nunca vieron nuestras habilidades. Así que, si nos basamos en la teoría de que hace tiempo que lo saben, eso quiere decir que estudiaron nuestras habilidades en Luxen que no pudieran contarnos nunca que el Gobierno sabe lo que podemos hacer.
De pronto sentí náuseas.
—Quieres decir que esos Luxen estarían…
—Muertos —dijo, tras lo cual dio media vuelta y bebió un trago—. No sé cuánto te habrá contado Daemon, pero algunos Luxen no se integraron. Y los sacrificaron… como a animales salvajes. No es difícil suponer que usaron a algunos Luxen para estudiar sus habilidades, para aprender sobre nosotros, y que luego se libraron de ellos.
O los hicieron regresar como espías. Unos espías que podrían mantener vigilados a los otros e informar al Departamento de Defensa de cualquier actividad sospechosa. Parecía una idea un tanto paranoica, pero estábamos hablando del Gobierno.
—Pero eso no explica por qué los Arum trabajarían con el Departamento de Defensa.
—Tienes razón. —Matthew se acercó a la chimenea y apoyó el codo en la repisa mientras agitaba el líquido color rubí con la otra mano—. No me atrevo a especular sobre su significado.
—Ahora mismo, a una parte de mí, eso le da igual. —Daemon volvió a hablar por fin, con voz cansada—. Alguien traicionó a Dawson. Alguien tuvo que contárselo al Gobierno.
—Podría haber sido cualquiera —repuso Matthew con desaliento—. Dawson no intentó ocultar su relación con Bethany. Y, si alguien los vigilaba de cerca, podría haber sospechado que pasaba algo. Todos los observamos atentamente cuando empezaron a salir juntos.
Aquello no consiguió tranquilizar a Daemon, aunque yo tampoco lo esperaba. Nos marchamos de casa de Matthew poco después, en silencio y atascados en algún punto intermedio entre la esperanza y la desesperación.
Llegamos al coche de mi madre y le pasé las llaves cuando me las pidió. Empecé a dirigirme hacia el lado del pasajero y luego me detuve. Di media vuelta, regresé junto a él y le rodeé el cuerpo tenso con los brazos.
—Lo siento —susurré apretándolo fuerte—. Ya se nos ocurrirá algo. Lo recuperaremos.
Después de un momento de vacilación, me envolvió con los brazos y me abrazó tan fuerte que casi me quedo pegada a él.
—Ya lo sé —dijo contra mi coronilla con voz firme y segura—. Lo recuperaré aunque sea lo último que haga.
Una parte de mí ya lo sabía y tenía miedo de lo que Daemon estuviera dispuesto a sacrificar por su hermano.