10

Cumplir los dieciocho no fue tan emocionante como había pensado cuando era niña, aunque sucedieron algunas cosas bastante guays. Por ejemplo: conseguí pasar la mayor parte del día sin preocuparme por lo que había ocurrido la noche anterior, Blake llamó para charlar y recibí un nuevo y reluciente portátil con todo ya instalado.

Antes de nada, entré en mi blog y redacté rápido una entrada titulada «¡He vuelto!». Al fin había recuperado una parte enorme de mi vida, aunque mamá decidió apartarme del portátil demasiado pronto. Pasé el resto del día recorriendo una gran distancia con mi madre para encontrarnos con Will en el local más cercano de una conocida franquicia de restaurantes de comida italiana.

Will era bastante sobón. No soltó la mano de mi madre en toda la cena y yo no sabía qué sentir al respecto. Era un gesto muy dulce, y Will era guapo y encantador, pero me resultaba raro verla con otro hombre. Más de lo que esperaba. Aunque me entregó una tarjeta regalo para una librería. Con eso se ganó unos cuantos puntos positivos.

El tradicional momento de la tarta helada fue diferente ese año: Will vino a casa con nosotras para probarla.

—Dame —dijo mientras le quitaba el cuchillo a mamá de las manos—. Si lo pasas por agua caliente, es más fácil de usar.

Mamá le dedicó una sonrisa radiante, como si acabara de descubrir la cura para el cáncer. Se dedicaron a charlar mientras yo me sentaba a la mesa, intentando no poner los ojos en blanco.

Will me pasó un trozo de tarta.

—Gracias —le dije.

—De nada —contestó con una sonrisa—. Me alegro de que te hayas recuperado por completo de la gripe. A nadie le gusta estar enfermo el día de su cumpleaños.

—Lo mismo digo —añadió mamá.

Mamá no le quitó los ojos de encima hasta que fue casi la hora de prepararse para empezar su turno en Winchester. Will se quedó en la cocina conmigo mientras se terminaba su trozo de tarta. El incómodo silencio que se hizo entre nosotros adquirió proporciones épicas.

—¿Has disfrutado de tu cumpleaños hasta ahora? —me preguntó mientras balanceaba el tenedor con sus largos dedos.

Acabé de tragar la parte crujiente, que era lo único que me comía de la tarta helada.

—Sí, ha estado muy bien.

Will alzó su vaso y lo inclinó hacia mí.

—Bueno, brindemos por muchos más en el futuro —dijo. Cogí mi vaso y lo hice chocar con el suyo. Will sonrió y se le formaron arrugas alrededor de los ojos—. Pienso estar aquí para compartirlos con tu madre y contigo.

Dejé el vaso y me mordí el labio. No sabía qué pensar sobre que siguiera aquí dentro de un año. Una parte de mí quería estar feliz por mamá, pero la otra me hacía sentir como si estuviera traicionando a mi padre.

Will carraspeó e inclinó la cabeza hacia un lado, observándome. Un brillo de diversión apareció en sus ojos, que tenían un tono tan pálido que eran casi grises, como los míos.

—Ya sé que probablemente no te guste oírlo. Kellie me dijo lo unida que estabas a tu padre. Entiendo que te cueste aceptar tenerme por aquí.

—No tengo nada en contra —le aseguré con sinceridad—. Es solo que ahora las cosas son diferentes.

—Lo diferente no es malo. Y tampoco el cambio. —Dio un trago y echó un vistazo hacia la puerta—. Tu madre es una gran mujer. Lo pienso desde que empezó a trabajar en el hospital, pero fue la noche en la que te atacaron cuando las cosas pasaron de una relación laboral a algo más. Me alegro de haber podido estar ahí para apoyarla. —Se quedó callado un momento y su sonrisa se hizo más amplia—. Es extraño cómo puede salir algo bueno de algo horrible.

—Sí… es extraño —coincidí frunciendo el ceño.

Él sonrió aún más, casi con condescendencia. Entonces mamá volvió, lo que puso fin a ese intento tan raro de establecer un vínculo conmigo… o marcar su territorio. Will se quedó hasta que mamá se fue a trabajar, absorbiendo toda su atención. Fui hasta la ventana y los vi besarse antes de subir a coches separados. Qué asco.

Mientras fuera se ponía el sol, escribí una rápida reseña para el lunes y luego otra más larga para el martes. Esta fue más larga porque no podía contener el entusiasmo. Había encontrado un nuevo novio de ficción llamado Tod que estaba como un Dios.

Puse en el televisor uno de esos canales, normalmente tan pesados, que solo emiten música sobre una pantalla negra. Elegí uno que ofrecía éxitos de los ochenta y subí el volumen hasta que ya no pude oír mis propios pensamientos. Había ropa que lavar, y a la cocina le hacía falta una buena limpieza. Además, era demasiado tarde para sacar las plantas secas del parterre. La jardinería siempre me ayudaba a aclarar las ideas, pero en otoño y en invierno no se podía hacer nada. Me puse unos pantalones cortos de pijama muy cómodos, unos calcetines cubiertos de renitos que me llegaban a las rodillas y una camiseta térmica de manga larga.

Tenía una pinta horrible.

Corrí por la casa mientras recogía toda la ropa, deslizándome de vez en cuando por el suelo de madera. Llené la lavadora y empecé a cantar una de las canciones:

In touch with the ground. I’m on the hunt. I’m after you.

Salí a toda velocidad del cuarto de la lavadora y bajé por el pasillo dando saltitos y sacudiendo los brazos alrededor de la cabeza como si fuera una de las marionetas rosadas de la películaDentro del laberinto.

A scent and a sound, I’m lost and I’m found. And I’m hungry like the wolf. Something on a line, it’s discord and rhyme… na-na-na-na, la-la-la-la… Mouth is alive, all running inside, and I’m hungry like the… —Una sensación cálida se me extendió por el cuello.

—En realidad es: «I howl and I whine. I’m after you», no bla-bla-bla ni la-la-la.

Grité del susto al oír aquella voz profunda y di media vuelta. El pie se me resbaló en un trozo de madera bien limpio y me caí al suelo de culo.

—¡Dios mío! —exclamé con voz entrecortada—. Me parece que va a darme un ataque al corazón.

—Y a mí me parece que acabas de destrozarte el culo. —La voz de Daemon estaba cargada de risa.

Me quedé allí despatarrada en el estrecho pasillo, intentando recobrar el aliento.

—Pero ¿qué…? ¿Sueles entrar así sin más en las casas de la gente?

—¿Y ponerme a escuchar cómo una chica destroza por completo una canción en cuestión de segundos? Pues sí, tengo esa costumbre. En realidad, he llamado varias veces; pero te he oído… cantando y además la puerta no estaba cerrada con llave. —Se encogió de hombros—. Así que he entrado sin preguntar.

—Ya lo veo. —Me puse en pie con una mueca de dolor—. Ay, Dios, puede que sí me haya destrozado el culo.

—Espero que no. Tengo debilidad por esa parte de tu anatomía. —Me sonrió—. Tienes la cara muy roja. ¿Estás segura de que no te has dado un golpe al caer?

—Te odio —refunfuñé.

—No te creo. —Me recorrió con la mirada, de la cabeza a los pies, y luego enarcó las cejas—. Bonitos calcetines.

—¿Querías algo? —pregunté mientras me frotaba el trasero.

Daemon se apoyó contra la pared y se metió las manos en los vaqueros.

—No, nada.

—Entonces, ¿por qué te has colado en mi casa?

Se encogió de hombros de nuevo antes de contestar.

—No me he colado. La puerta no estaba cerrada con llave y he oído la música, así que he supuesto que estarías sola. ¿Por qué estás haciendo la colada y cantando canciones de los ochenta el día de tu cumpleaños?

Me quedé atónita.

—¿Cómo… cómo sabes que es mi cumpleaños? Creo que ni se lo dije a Dee.

Daemon puso una cara de suficiencia tremenda. Ese chico iba a acabar conmigo.

—¿Recuerdas que la noche que te atacaron en la biblioteca te acompañé al hospital? Te oí cuando les distes tus datos.

—¿En serio? —Me quedé mirándolo—. ¿Y todavía te acuerdas?

—Pues sí. Bueno, ¿por qué estás limpiando en tu cumpleaños?

No podía creer que se acordara.

—¿No es evidente? Soy así de patética.

—Sí que es patético. ¡Ay, escucha! —Dirigió sus centelleantes ojos hacia la sala de estar—. EsEye of the tiger. ¿Te apetece cantarla? Quizá podrías subir corriendo las escaleras y levantar los puños.

—Daemon. —Pasé a su lado arrastrando los pies con cuidado, entré en la sala de estar y cogí el mando a distancia para bajar el volumen de la canción—. En serio, ¿qué quieres?

Lo tenía justo detrás, lo que me obligó a retroceder un paso con inquietud. Estar tan cerca de él me provocaba una sensación rara, y nada buena.

—He venido a disculparme.

—¿Qué? —Me quedé atónita—. ¿Vas a disculparte otra vez? Caramba, no sé qué decir.

Daemon frunció el ceño.

—Ya sé que parece asombrarte que tenga sentimientos y que, por lo tanto, a veces me sienta mal por algo que pueda haber… causado.

—Espera, espera. Esto tengo que grabarlo. Déjame coger el móvil. —Me volví y le eché un vistazo a las mesas buscando aquel objeto brillante y prácticamente inservible que nunca tenía buena cobertura por aquí.

—Kat, no estás ayudándome. Hablo en serio. Estas cosas… me cuestan.

Puse los ojos en blanco. Por supuesto, solo a él le costaría pedir disculpas.

—Está bien, lo siento. ¿Quieres sentarte? Tengo tarta. Eso debería suavizarte un poco el carácter.

—Nada puede ablandarme. Soy frío como el hielo.

—Ja, ja. Es de helado y en el centro tiene esa cosa crujiente tan rica.

—Bueno, podría servir. Lo que más me gusta es la parte crujiente del centro.

Contuve la sonrisa que me tiraba de los labios.

—Vale, ven.

Fuimos a la cocina en medio de un incómodo silencio. Cogí un coletero de la encimera y me recogí el pelo.

—¿Cuánta tarta quieres? —le pregunté.

—¿Cuánta estás dispuesta a darme?

—Toda la que quieras.

Saqué un cuchillo del cajón y medí lo que me pareció un trozo apropiado para él.

—Más —dijo acechando por encima de mi hombro.

Moví el cuchillo hacia un lado.

—Un poco más.

Puse los ojos en blanco y lo desplacé otros cinco centímetros.

—Perfecto.

El cuchillo se negó a cooperar cuando intenté cortar media tarta. Descendió unos centímetros y se quedó atascado.

—Odio cortar estas dichosas cosas.

—Déjame probar. —Nuestras manos se rozaron cuando cogió el cuchillo y una descarga eléctrica me recorrió la piel—. Hay que pasarlo por agua caliente. Luego corta sin problemas.

Me aparté y dejé que él se encargara. Hizo lo mismo que Will antes y el cuchillo atravesó la tarta helada. La camisa con botones que llevaba se le tensó en los hombros cuando se inclinó y volvió a pasar el cuchillo bajo el agua caliente antes de cortar un trozo más pequeño.

—¿Ves? Perfecto —comentó.

Busqué dos platos limpios, mientras me mordía el labio, y los dejé sobre la encimera.

—¿Quieres beber algo?

—Si tienes leche, siempre va bien.

Saqué la leche y serví dos vasos altos. Cogí los cubiertos e hice un gesto hacia la sala de estar.

—¿No quieres comer aquí?

—No, no me gusta comer en la mesa. Parece muy formal.

Daemon se encogió de hombros y me siguió a la sala de estar. Una vez allí, me senté en el sofá y él se acomodó en el otro extremo. Me puse a juguetear con la tarta, pues tenía un nudo en el estómago que no me dejaba comer.

Daemon carraspeó.

—Bonitas rosas. ¿De Brad?

—Blake. —No había vuelto a pensar en Blake ni un instante desde que Daemon apareció en el pasillo de mi casa—. Sí, sí que son bonitas.

—Ya, claro —refunfuñó—. Bueno, ¿por qué pasas la noche sola? Es tu cumpleaños.

Le puse mala cara por recordármelo de forma tan descarada.

—Mi madre tenía que trabajar y, de todas formas, no me apetecía hacer nada. —Seguí removiendo la tarta con el tenedor—. No está tan mal. He pasado muchos cumpleaños sola.

—Entonces, supongo que habrías preferido que no hubiera venido, ¿eh?

Levanté la mirada y lo vi apuñalar la tarta con el tenedor hasta que separó el helado de la galleta del centro. A continuación, le dio un mordisco a la parte crujiente.

—De verdad he venido a disculparme por lo de anoche.

Aparté el plato y me senté sobre las piernas.

—Daemon…

—Un momento —pidió alzando el tenedor—. ¿Vale?

Me recosté y asentí con la cabeza. Daemon bajó la mirada hacia su plato con la mandíbula tensa.

—Anoche no pasó nada entre Ash y yo. Ella solo quería… meterse contigo. Ya sé que es difícil de creer, pero lo siento si te… dolió. —Respiró hondo—. A pesar de lo que piensas, no voy saltando de flor en flor. Me gustas, así que nunca tontearía con Ash. Y no lo he hecho. Hace meses que Ash y yo no hacemos nada, incluso antes de que aparecieras tú.

Sentí un extraño revoloteo en el pecho. Nunca en mi vida me había costado tanto entenderme como cuando se trataba de Daemon. Yo sabía de libros, no de chicos… y menos aún de chicos extraterrestres.

—Las cosas son complicadas entre Ash y yo. Nos conocemos desde que llegamos aquí. Todo el mundo espera que estemos juntos; sobre todo los ancianos, ya que estamos llegando a la «mayoría de edad». Es hora de empezar a hacer bebés. —Se estremeció al decirlo.

Ya era oficial: oír aquello me gustó aún menos la segunda vez.

—Incluso Ash espera que estemos juntos —continuó Daemon mientras clavaba el tenedor en la tarta—. Y sé que todo esto le hace daño. Nunca he querido herirla. —Se quedó callado un momento, buscando las palabras adecuadas—. Y tampoco herirte a ti. Y he hecho ambas cosas.

Dos manchas rojo vivo aparecieron en sus mejillas. Me pasé una mano por la pierna y aparté la mirada, pues no quería que supiera que lo había visto sonrojarse.

—No puedo estar con ella como ella quiere… como se merece. —Se detuvo y exhaló—. En fin, quería disculparme por lo de anoche.

—Yo también. —Me mordí el labio—. No debería haberte hablado así. Supongo que todo el tema de las ventanas me puso de los nervios.

—Sobre lo que hiciste anoche con las ventanas… Bueno, fue un tremendo despliegue de poder incontrolado. —Me miró con las pestañas bajas—. He estado dándole vueltas y no dejo de pensar en Dawson y Bethany. En aquella tarde, cuando regresaron de una excursión y él estaba cubierto de sangre. Creo que ella pudo haber resultado herida.

—¿Y la curó?

—Eso es. Pero no sé más. Los dos… murieron un par de días después. Supongo que es como cuando dos fotones se dividen: se separan pero siguen siendo uno solo. Eso explicaría por qué podemos sentirnos el uno al otro. —Se encogió de hombros—. Bueno, es una teoría.

—¿Crees que lo que sea que me esté pasando se detendrá?

Se acabó la tarta y luego dejó el plato sobre la mesa de centro.

—Puede que tengamos suerte. Quizá esto que haces desaparezca con el tiempo, pero debes tener cuidado. No quiero presionarte, pero es una amenaza para todos nosotros. No pretendo ser… cruel. Es la verdad.

—No, lo entiendo. Podría exponeros a todos. Casi lo he hecho varias veces.

Daemon se reclinó en el sofá acomodándose de un modo perezoso y arrogante que me hizo estremecer.

—Estoy investigando si alguien ha oído que esto haya ocurrido antes. Aunque tengo que andarme con ojo: demasiadas preguntas levantarían sospechas.

Me toqué el collar mientras Daemon se volvía hacia el televisor y sonreía. Un grupo melenudo de los ochenta estaba tocando. Chillaban sobre perder un amor y encontrarlo, y volver a perderlo.

—Después de haber visto tus habilidades para el baile, creo que no habrías desentonado en los ochenta —comentó.

—¿Quieres no volver a mencionarlo, por favor? —dije poniendo los ojos en blanco.

Daemon sonrió y se volvió hacia mí con una expresión pícara en la cara.

—Estabas a puntito de ponerte a hacer elWalk like an Egyptian.

—Idiota.

Daemon se rió.

—¿Sabías que una vez me hice una cresta morada?

—¿Qué? —exclamé entre risas. No podía ni imaginármelo, sobre todo viviendo en esa zona—. ¿Cuándo?

—Sí, morada y negra. Fue antes de mudarnos aquí, cuando vivíamos en Nueva York. Supongo que estaba atravesando una fase complicada. Hasta me puse un aro en la nariz y todo —dijo con una amplia sonrisa.

Empecé a reírme a carcajadas y Daemon me tiró un cojín. Lo recogí y me lo coloqué en el regazo.

—Así que eras un chico malo, ¿eh?

—Algo así. Matthew estaba con nosotros, se convirtió en una especie de tutor. El pobre no tenía ni idea de qué hacer conmigo.

—Pero Matthew… no es mucho mayor que vosotros.

—Tiene más edad de la que aparenta: unos treinta y ocho años.

—Vaya, está envejeciendo bien.

Daemon asintió con la cabeza.

—Llegó a la vez que nosotros, en la misma zona. Supongo que, al ser el mayor, pensó que debía hacerse cargo de nosotros.

—¿Dónde os…? —¿Cómo diablos podría expresarlo? Hice una mueca—. ¿Dónde aterrizasteis?

Daemon estiró un brazo y me quitó una pelusilla de la camiseta.

—Cerca de Skaros.

—¿Skaros? —repetí frunciendo la cara—. ¿Y eso… está en la Tierra?

—Sí —contestó con una leve sonrisa—. En realidad, es una pequeña isla cerca de Grecia. Es famosa por una zona rocosa donde se levantaba un castillo. Me gustaría volver allí algún día. Supongo que es casi como el lugar donde nacimos.

—¿Cuántos aterrizasteis allí?

—Un par de docenas, o al menos eso es lo que nos ha contado Matthew. No me acuerdo de nada del principio. —Frunció la boca—. Nos quedamos en Grecia hasta que tuvimos unos cinco años y luego vinimos a Estados Unidos. Éramos unos veinte y, en cuanto llegamos, apareció el Departamento de Defensa.

No podía ni imaginarme por lo que debían de haber pasado él y los otros. Ser tan jóvenes, de otro mundo, y verse a merced de un Gobierno desconocido tenía que dar miedo.

—¿Y cómo fue?

Me miró antes de responder.

—No muy bien, gatita. No sabíamos que los humanos estaban al tanto de nuestra presencia. Lo único que teníamos claro era que había Arum por aquí, pero lo del Departamento de Defensa fue una gran sorpresa. Al parecer, lo supieron desde que llegamos; reunieron a cientos que aterrizaron en Estados Unidos.

Me volví hacia él, aferrando el cojín contra el pecho.

—¿Qué hicieron con vosotros?

—Nos retuvieron en unas instalaciones en Nuevo México.

—¡No jodas! —Me quedé boquiabierta—. ¿El Área 51 existe de verdad?

Un brillo de diversión apareció en sus ojos cuando me miró.

—Ostras. —Dejé que mi mente asimilara aquello. Todos esos chiflados que intentaban colarse en el recinto tenían razón—. Creía que todo eso del Área 51 llevaba tiempo ahí.

—Mi familia y mis amigos llegaron hace quince años, pero eso no significa que no vinieran antes otros Luxen. —Se rió al ver la cara que puse—. En fin, nos mantuvieron allí los primeros cinco años. El Departamento de Defensa llevaba años integrando a los Luxen. Durante ese tiempo aprendimos mucho sobre los humanos y, cuando… consideraron que estábamos listos para integrarnos por completo, nos permitieron irnos. Por lo general, nos dejaron con un Luxen de más edad que pudiera ocuparse de nosotros y, puesto que Matthew tenía una relación con nosotros, nos pusieron con él.

Hice un rápido cálculo mental.

—Pero en ese entonces solo tendríais unos diez años. ¿Vivíais con Matthew hasta hace poco?

—Lo creas o no, maduramos de forma diferente que los humanos. Con diez años, yo podría haber ido a la universidad. Desarrollamos mucho más rápido el cerebro y esas cosas. En realidad, soy más listo de lo que parezco. —Otra sonrisa fugaz adornó su rostro—. Matthew vivió con nosotros hasta que nos mudamos aquí. A los quince, ya éramos prácticamente adultos y el Departamento de Defensa nos proporcionó una casa y dinero.

Bueno, eso podría explicar parte de la deuda nacional.

—Pero ¿y cuando la gente empezara a hacer preguntas sobre vuestros padres?

Daemon me miró de reojo.

—Siempre hay un Luxen adulto que puede hacerse pasar por uno de nuestros padres o podemos transformarnos en una versión más vieja de nosotros mismos. Pero intentamos evitar transformarnos, por lo del rastro.

Negué con la cabeza y me recosté contra el sofá. Se las habían apañado solos desde muy jóvenes, contando solo con la supervisión de Matthew. Aunque no debería resultarme tan sorprendente: mamá trabajaba tanto desde que papá murió que mi vida era parecida.

Cuando lo miré, Daemon me observaba de ese modo suyo tan intenso.

—¿Quieres que me vaya?

Ahí estaba mi oportunidad de pedirle que se marchara.

—No, no hace falta. Quiero decir que no estoy haciendo nada y, si tú tampoco tienes nada que hacer, puedes quedarte si quieres… —Dios, tenía que cerrar la boca de una vez.

Me sostuvo la mirada un momento y sentí que una presión empezaba a aumentar en mi pecho, amenazando con consumirme entera. Luego desplazó los ojos hacia el reluciente portátil rojo que descansaba sobre la mesa de centro.

—Veo que alguien ha recibido un regalo por su cumpleaños.

—Sí, me lo ha comprado mi madre —respondí sonriendo—. He estado sin ordenador desde… bueno, desde entonces.

Daemon se rascó la mejilla.

—Ya. Nunca me disculpé por aquello, ¿verdad?

—No —dije con suspiro. De vuelta a los temas incómodos. Y no solo eso: me vinieron imágenes de cómo había perdido el último portátil.

Daemon carraspeó.

—Nunca me había pasado eso de hacer estallar cosas.

Me quedé mirando mi portátil con las mejillas coloradas.

—Lo mismo digo.

Daemon centró de nuevo la mirada en el televisor.

—A Dawson le pasó algo parecido. Así fue como lo descubrió Bethany. —Se quedó callado un momento y yo contuve el aliento, pues casi nunca hablaba de su hermano—. Se estaban dando el lote y perdió el control. Se transformó por completo en Luxen mientras la besaba.

—Dios, eso tuvo que ser…

—¿Raro?

—Sí, eso mismo.

Se hizo el silencio entre nosotros y no pude evitar preguntarme si estábamos pensando lo mismo: lo que habíamos sentido al besarnos… al tocarnos. Un calor molesto se me extendió por la piel, así que busqué un tema seguro del que hablar.

—Dee me contó que os habéis mudado muchas veces. ¿En cuántos lugares habéis estado?

—Nos quedamos en Nueva York un tiempo y luego nos trasladamos a Dakota del Sur. Y si piensas que aquí nunca pasa nada, es que no has vivido en Dakota del Sur. Después nos mudamos a Colorado antes de venir aquí. Siempre era yo el que motivaba el cambio de aires, como si estuviera buscando algo, pero no estaba en ninguno de esos sitios.

—Apuesto a que Nueva York era tu lugar favorito.

—Pues no. —Enseñó un poco los dientes en una leve sonrisa—. Es este.

Me reí, sorprendida.

—¿Virginia Occidental?

—No está tan mal. Hay muchos de los nuestros, más que en ningún otro sitio. Aquí tengo amigos con los que puedo ser yo mismo… toda una comunidad, en realidad. Eso es importante.

—Ya, te entiendo. —Apreté el cojín contra el pecho y apoyé la cabeza encima—. ¿Crees que Dee es feliz aquí? Por como habla, parece como si nunca pudiera marcharse.

Daemon cambió de posición y puso las piernas sobre el sofá.

—Dee quiere labrarse su propio camino, y no la culpo.

Labrarse su propio camino la había llevado a acostarse con Adam. Me pregunté si todavía soñaría con ir a la universidad en el extranjero.

Daemon se estiró como si intentara deshacerse de algún tipo de tensión que lo hubiera asaltado de pronto. Me aparté un poco, dejándole más espacio.

—Por si no te has dado cuenta todavía, hay más hombres que mujeres Luxen. Así que a las mujeres se las empareja enseguida y se las protege por encima de todo.

Hice una mueca.

—¿Las hacen emparejarse? Tenéis que reproduciros, eso lo entiendo; pero no pueden obligar a Dee a hacer eso. No es justo. Deberíais poder controlar vuestras propias vidas.

Me miró y vi unas sombras profundas en sus ojos.

—Pero no es así, gatita.

Negué con la cabeza.

—No es justo.

—No, no lo es. La mayoría de los Luxen no pretenden cambiar las cosas. Pero Dawson sí; él amaba a Bethany. —Dejó escapar un suspiro entrecortado—. Todos nos oponíamos. Yo pensaba que era un idiota por enamorarse de una humana. Sin ánimo de ofender.

—No te preocupes.

—Fue duro para él. Nuestro grupo estaba disgustado con él, pero Dawson… era fuerte. —Daemon sonrió mientras negaba con la cabeza—. No cedió y no creo que hubiera cambiado de opinión aunque la colonia hubiera descubierto la verdad.

—¿No pudo haberse ido con ella? ¿Escapar del Departamento de Defensa? Tal vez eso es lo que pasó.

—A Dawson le encantaba vivir aquí. Le entusiasmaban el senderismo y estar al aire libre: le iba la vida rústica. —Daemon me miró—. Nunca se habría marchado, menos aún sin decírnoslo a Dee o a mí. Sé que los dos están muertos. —Sonrió de nuevo—. Te habría gustado Dawson. Tenía el mismo aspecto que yo, pero era mucho mejor tío. Vamos, que no era un gilipollas.

Se me hizo un nudo en la garganta.

—Estoy segura de que me habría caído bien, pero tú no estás mal. —Daemon enarcó una ceja—. Vale, tienes tendencia a sufrir arrebatos de imbecilidad, pero no estás mal. —Hice una pausa, abrazando la almohada con fuerza—. ¿Quieres saber lo que pienso de verdad?

—¿Debería preocuparme?

Eso me hizo reír.

—Pienso que hay un chico muy majo debajo del cretino. He podido verlo alguna vez. Así que, aunque la mayor parte del tiempo quiera darte una buena patada en el culo, en realidad no creo que seas mala persona. Solo tienes muchas responsabilidades.

Daemon echó la cabeza hacia atrás y soltó una risita.

—Bueno, supongo que no está tan mal.

Me encogí de hombros a modo de respuesta.

—¿Si te hago una pregunta me dirás la verdad?

—Por supuesto —prometió.

Me llevé una mano al cuello y tiré de la delicada cadena. La obsidiana quedó a la vista y la sostuve en la mano.

—El Departamento de Defensa es un problema mayor que los Arum, ¿no?

Daemon apretó los labios, pero no mintió.

—Sí.

Pasé un dedo por el alambre enrollado en la parte superior del cristal.

—¿Qué harían si se enterasen de que puedo mover cosas como vosotros?

—Probablemente lo mismo que harían con nosotros si lo supieran. —Se estiró y me cubrió la mano con la que sostenía la obsidiana. Colocó un dedo sobre el mío, deteniendo mis movimientos—. Te encerrarían… o algo peor. Pero no pienso permitir que eso pase.

Sentí un hormigueo en la piel donde entraba en contacto con la suya.

—Pero ¿cómo podéis vivir así? Siempre a la espera de que averigüen que sois más de lo que aparentáis.

Me rodeó los dedos con los suyos, envolviendo el colgante de modo que los dos lo sosteníamos con la mano.

—Siempre he vivido así… Todos nosotros hemos vivido así siempre.

Parpadeé intentando contener las lágrimas que me inundaron los ojos de pronto.

—Qué triste.

—Así es nuestra vida. —Se quedó callado un instante—. Pero no te preocupes por ellos: no va a pasarte nada.

Nuestras caras estaban a escasos centímetros y Daemon seguía rodeándome la mano. Entonces se me ocurrió algo.

—Siempre estás protegiendo a los demás, ¿verdad?

Me apretó la mano y luego la soltó. A continuación, se recostó en el sofá, echó un brazo hacia atrás y apoyó la cabeza en la curva del codo; pero no respondió a la pregunta.

—No es una charla muy adecuada para un cumpleaños.

—No pasa nada. ¿Quieres más leche u otra cosa?

—No, pero me gustaría saber algo.

Fruncí el ceño y estiré la pierna derecha en el pequeño hueco que no ocupaba él. Era un chico bastante grande, así que no había mucho sitio.

—¿Qué?

—¿Vas cantando por la casa muy a menudo? —preguntó con tono serio.

Le di una patada, pero me agarró los dedos de los pies.

—Ya puedes irte.

—Me encantan estos calcetines.

—Devuélveme el pie —le ordené.

—No es tanto por el hecho de que tengan renos ni que te lleguen a las rodillas, sino porque son como manoplas para los pies.

Puse los ojos en blanco y moví los dedos de los pies.

—A mí me gustan así. Y no te atrevas a criticarlos o te tiro del sofá.

Daemon arqueó una ceja y continuó inspeccionándolos.

—Calcetines-manoplas, ¿eh? No había visto nada parecido. A Dee le encantarán.

Tiré del pie y esta vez me soltó.

—En fin, estoy segura de que hay cosas más cursis que mis calcetines. No me juzgues, es lo único que me gusta de la Navidad.

—¿Lo único? Pensaba que eras de esas personas que quieren tener montado el árbol para Acción de Gracias.

—¿Vosotros celebráis la Navidad?

Daemon asintió con la cabeza.

—Sí. Es lo que hacen los humanos. A Dee le apasiona la Navidad; en realidad, creo que simplemente le encanta el tema de los regalos.

Solté una carcajada.

—Antes a mí también me entusiasmaba. Y, sí, le daba mucha importancia al árbol cuando mi padre vivía. Lo adornábamos mientras veíamos el desfile de Acción de Gracias.

—¿Pero…?

—Pero ahora mi madre nunca está en casa en Navidad. Y ya sé que no va a estar este año: como es nueva en el hospital, le tocará fastidiarse. —Me encogí de hombros—. Siempre paso sola las Navidades, como una especie de vieja amante de los gatos.

Daemon no respondió, solo se quedó mirándome fijamente. Creo que notó lo incómoda que me había hecho sentir admitirlo, porque cambió de tema.

—Así que ese tal Bob…

—Se llama Blake, y no empieces, Daemon.

—Vale. —Se le levantaron las comisuras de los labios—. De todas formas, no es un problema.

—¿Qué se supone que quiere decir eso? —pregunté frunciendo el ceño.

Daemon se encogió de hombros.

—Me sorprendió bastante lo que vi en tu cuarto cuando estuviste enferma.

—No sé si quiero saber el qué.

—Tenías un póster de Bob Dylan en la pared. Esperaba a los Jonas Brothers o algo así.

—¿Lo dices en serio? No, no me va la música pop. Me encanta Dave Matthews y cosas más antiguas, como Dylan.

Eso pareció sorprenderlo, pero luego se puso a hablar de sus grupos favoritos, y nos asombró descubrir que teníamos los mismos gustos. Debatimos acerca de qué película de la saga El padrino era la mejor y qué reality show era el más tonto. Pasaron las horas y averigüé más cosas sobre Daemon. Y ahí estaba ese otro lado de él, el que había conseguido vislumbrar un par de veces. Se mostraba relajado, simpático e incluso pícaro sin hacer que me dieran ganas de propinarle un buen coscorrón. Aunque discutimos por algunas cosas, y de forma bastante acalorada, no se comportó como un imbécil. De pronto todo fluía de forma natural, y aquello me asustó una barbaridad.

Cuando caí en la cuenta de cuánto rato llevábamos hablando, ya eran más de las tres de la madrugada. Aparté la vista del reloj, cansada, y miré a Daemon. Se le habían cerrado los ojos y el pecho le subía y bajaba de manera regular. Parecía tan… en paz que no quise despertarlo, así que quité la manta de ganchillo del respaldo del sofá y lo tapé con cuidado; luego cogí una colcha más pequeña y me cubrí las piernas. Podría haberlo despertado, pero no fui capaz. Y, sí, había una parte pequeñísima de mí, una parte minúscula, que no quería que se fuera. Pero no sabía qué podría significar.

No le di demasiadas vueltas. Ahora no; no cuando estaba segura de que mi cerebro no podría pensar en nada más que en aquel chico.

—Gracias —murmuró con tono perezoso.

—Creía que estabas dormido —contesté, sorprendida.

—Casi, pero estás mirándome.

Me puse colorada.

—Claro que no.

Daemon abrió un ojo.

—Siempre te pones roja cuando mientes.

—No es verdad. —Sentí cómo el rubor se me extendía por el cuello.

—Me parece que tendré que irme, si sigues mintiendo —me amenazó sin demasiado entusiasmo—. No creo que mi virtud esté a salvo.

—¿Tu virtud? —Resoplé—. Ya, claro.

—Ya sé cómo te pones —soltó, y luego cerró los ojos.

Me acurruqué en mi rincón del sofá con una sonrisa. No habíamos llegado a cambiar de canal.

Un rato después me acordé de algo que me había dicho.

—¿Lo encontraste? —le pregunté con voz somnolienta.

Se colocó una mano sobre el pecho.

—¿El qué, gatita?

—Lo que buscabas.

Daemon abrió los ojos y me sostuvo la mirada. Volví a sentir aquella presión en el pecho, que se me extendió por todo el cuerpo. Noté una punzada de… nerviosismo, tal vez, en la parte baja del estómago a medida que el silencio se prolongaba durante lo que me pareció una eternidad.

—Sí, a veces creo que sí.