26
—¡KATY ANN SWARTZ!
Aquel grito furioso, seguido de una ronca risa masculina, fue lo que me despertó de la satisfactoria y profunda bruma del sueño. Abrí los ojos poco a poco e intenté recordar la última vez que mamá había usado mi nombre completo. Ah, sí, había sido años atrás, cuando intenté acariciar a una cría de zarigüeya que se las había arreglado para meterse en el balcón.
Mamá estaba de pie en la puerta de mi cuarto, vestida con una bata y con expresión de incredulidad. Detrás de ella estaba Will, que tenía una extraña sonrisa de satisfacción en la cara.
—¿Qué pasa? —farfullé.
Mi dura almohada se movió. Bajé la mirada y noté que me ponía roja como un tomate. Daemon seguía en mi cama. Y yo estaba medio tumbada sobre él. Me rodeaba una mano con la suya y la sujetaba contra su pecho. «Ay, Dios mío, no…»
Me solté la mano, muerta de la vergüenza.
—Esto no es lo que parece.
—¿Ah, no? —Mamá se cruzó de brazos.
—Son solo chiquillos —dijo Will, sonriendo—. Por lo menos están vestidos.
—No estás ayudando —replicó ella.
Empecé a sentarme, pero Daemon me apretó la cintura con el brazo mientras rodaba hacia mí y me acariciaba el cuello con la nariz. Lo empujé deseando que la tierra me tragara, pero no se movió.
Abrió los ojos apenas unas rendijas.
—Hum, ¿qué te pasa? —Miré de manera significativa hacia la puerta. Daemon volvió la cabeza con el ceño fruncido y se quedó helado—. Ah, vaya, qué corte. —Carraspeó mientras me quitaba el brazo de la cintura—. Buenos días, señora Swartz.
Mamá esbozó una sonrisa forzada.
—Buenos días, Daemon. Creo que ya es hora de que te vayas a casa.
Daemon se marchó todo lo rápido que era humanamente posible, y mamá fue al piso de abajo sin decir una palabra. Pasé junto a Will en el pasillo, dándole vueltas al lío en el que me había metido. Estaba descalzo. Al parecer, yo no era la única que había metido a un hombre en su cama.
La encontré colocando bruscamente la cafetera en la base.
—Mamá, te juro que no es lo que piensas.
Se dio la vuelta, colocándose las manos en las caderas.
—Tenías un chico en tu cuarto, en tu cama. ¿Qué se supone que debo pensar?
—Pues parece que tú también has tenido un invitado. —Coloqué bien la cafetera, que estaba a punto de salirse de la base.
—Aquí yo soy la adulta y puedo meter en mi cama a quien me dé la gana, jovencita.
Will se rió desde la puerta.
—Voy a tener que discrepar. Espero ser el único en tu cama.
—Puaj —gemí mientras me dirigía a la nevera a por el zumo de naranja.
Mamá miró a su novio con los ojos entrecerrados.
—¿Esto es lo que haces cuando trabajo por las noches, Katy?
Suspiré.
—No, mamá, te juro que no. Estábamos… estudiando y nos quedamos dormidos.
—¿Estabais estudiando en tu cuarto? —Se arregló un poco el pelo despeinado apartándoselo de la cara—. Nunca había tenido que ponerte normas, pero veo que es necesario que haya algunas.
—Mamá —refunfuñé, echándole una mirada a Will—. Vamos…
—Nada de chicos en tu cuarto. Nunca. —Sacó la leche en polvo—. Ningún chico pasará la noche en ninguna parte de esta casa.
Me senté y tomé un sorbo de zumo.
—¿Puedes dejar de decir «chicos» en plural? Por Dios.
Mamá se sirvió una taza de café.
—Blake está aquí todo el tiempo. Y también tenemos a Daemon. Así que, sí, es «chicos» en plural.
Aquello me crispó.
—Ninguno de los dos es mi novio.
—¿Se supone que eso debería hacerme sentir mejor después de encontrar a uno de ellos en tu cama? —Tomó un sorbo de café y luego arrugó la nariz en un gesto de desagrado—. Cielo, nunca he tenido que preocuparme de que hagas ninguna estupidez.
Me levanté y le pasé el azúcar que había olvidado servirse.
—No estoy haciendo ninguna estupidez. No tengo nada con ninguno de ellos. Solo somos amigos.
Hizo como si no hubiera escuchado la última afirmación.
—No puedo estar aquí todo el tiempo, y tengo que confiar en ti. Por favor, dime que estás tomando… precauciones.
—Ay, por el amor de Dios, mamá, que no me estoy acostando con nadie.
Por su mirada, noté que no estaba del todo convencida.
—Tú asegúrate de tener cuidado. No querrás acabar siendo una madre adolescente, ¿no?
—Oh, por favor —susurré ocultando la cara detrás de las manos.
—Me tienes preocupada —continuó—. Primero fue Daemon, luego parecía que habías empezado a salir con Blake, pero ahora…
—No estoy saliendo con ninguno de los dos —insistí. Me sentía como si ya se lo hubiese repetido mil veces.
—Parecéis muy unidos. —Will apoyó la cadera contra el fregadero, observándonos—. Daemon y tú.
—Esto no es asunto tuyo —le solté, enfadada porque estuviera presenciando una conversación tan privada y terriblemente embarazosa.
—Katy —me espetó mamá.
Will se rió, restándole importancia.
—No, no pasa nada, Kell. Katy tiene razón. Esto no es asunto mío. Pero es que parece haber algo importante entre vosotros.
Durante un instante, su sonrisa me recordó a la de alguien. Falsa, de plástico… Nancy Husher. Me estremecí. Dios, estaba paranoica.
—Solo somos amigos.
—¿Amigos que duermen cogidos de la mano?
Miré a mi madre, pero estaba ocupada estudiando el interior de su taza desportillada. Me sentía demasiado expuesta, así que me crucé de brazos.
—Siento haberte disgustado, mamá. No volverá a ocurrir.
—Eso espero. —Lavó la taza de café con un leve ceño en el rostro—. Lo único que me faltaba es un nieto.
Di por concluida la conversación, me apreté para pasar junto a Will y fui a la sala de estar. Dios, mamá pensaba que estaba fabricando bebés. Aquella idea me inquietaba incluso a mí.
Cogí la mochila del suelo y la subí al sofá. Cuando levanté la vista, vi a mamá y a Will en el pasillo. Él le susurró algo al oído y ella se rió en voz baja. Antes de poder apartar la vista, la besó… pero nuestras miradas se encontraron.
Horas después, Will aún seguía en la casa. Mi casa, no la suya. ¿Así iban a ser ahora mis sábados cuando mamá librase? ¿Viendo cómo hacían crucigramas cuando no estaban dándose el lote? Me daban ganas de arrancarme los ojos.
La forma en la que me había mirado me hizo sentir como si un millar de asquerosas cucarachas me corretearan bajo la piel. Tenían que ser manías mías, pero no podía quitarme de encima aquella sensación de repelús.
Comprobé rápidamente el blog y descubrí que tenía más de veinte comentarios en la sección de «In My Mailbox». Me picó la curiosidad aquella repentina avalancha de comentarios y les eché un vistazo. Algunos hablaban con entusiasmo de los libros que tenía; otros, del chico sentado a mi lado.
Maldita sea, Daemon se había apropiado de mi blog.
Me coloqué los auriculares y escuché un poco de música mientras hacía los deberes de Inglés. Mamá apareció un poco después y me saqué los auriculares con la esperanza de que no fuéramos a tener otra charla sobre sexo. Sobre todo cuando sabía que Will estaba allí mismo, en la cocina, comportándose como si estuviera en su casa.
—Cariño, Dee ha venido a verte. —Luego se acercó y cerró mi libro de texto—. Y, antes de que digas que estás ocupada o que tienes planes con un chico, tienes que levantarte de ahí e ir a hablar con ella.
Me comí la última galleta y fruncí el ceño.
—Vale…
Mamá se apartó el flequillo.
—No puedes pasarte todo el día estudiando y quedando con Blake o quien sea.
¿O quien sea? Como si tuviera una larga lista de pretendientes. Suspiré mientras me ponía en pie. Antes de salir de la habitación, la vi mirando el árbol de Navidad y me pregunté qué estaría pensando.
Dee esperaba fuera. Estaba guapísima, toda vestida de blanco. Tardé unos segundos en darme cuenta de que el jersey blanco que llevaba se mezclaba con el fondo. Estaba nevando mucho, tanto que apenas podía ver el límite del bosque a unos metros de distancia.
—Hola —la saludé sin mucha convicción.
Dee parpadeó y apartó los ojos de inmediato de mi cara.
—Hola —respondió con entusiasmo forzado—. Espero no molestarte.
Me apoyé contra la puerta.
—Bueno, acabo de empezar el trabajo de Inglés. Quería quitármelo de encima cuanto antes.
—Ah. —Sus labios rosados se inclinaron hacia abajo—. Bueno, pues va a tener que esperar. Vamos a ver una peli.
Retrocedí un paso. Con todo lo que estaba pasando y todas las mentiras, me resultaba difícil estar con Dee.
—Tal vez en otro momento, ahora mismo estoy muy liada. ¿Qué tal el próximo fin de semana? —No esperé una respuesta y empecé a cerrar la puerta.
Dee hizo esa cosa de la supervelocidad y volvió a abrirla de un empujón. Parecía una hadita furiosa.
—Eso ha sido una grosería, Katy.
Me sonrojé. No podía negarlo y, aun así, era evidente que no había conseguido echarla.
—Lo siento. Es que tengo una montaña de deberes.
—Eso lo entiendo. —Abrió la puerta un poco más—. Pero vas a venir al cine con Adam y conmigo.
—Dee…
—No vas a escabullirte de esto. —Me miró a los ojos y vi dolor en los suyos. Tragué saliva y aparté la mirada—. Sé que Daemon y tú estáis… bueno, lo que sea que pase entre vosotros, y que estás haciendo no sé qué cosa con Blake, y que yo he estado pasando mucho tiempo con Adam; pero eso no significa que no podamos ser amigas.
Se balanceó sobre los talones y juntó las manos bajo la barbilla.
—Ponte los zapatos, Katy, y ven al cine conmigo. Por favor. Te echo de menos. Por favor.
¿Cómo podía decirle que no? Me volví ligeramente y vislumbré a mi madre en la puerta de la cocina. La expresión de su rostro también me suplicaba que aceptara. Me vi atrapada entre las dos y ninguna sabía que intentaba mantenerme alejada de Dee por su propio bien.
—Por favor —susurró Dee.
Recordé que Daemon me había dicho que estaba siendo una amiga de mierda. No era mi intención y Dee no se lo merecía. Asentí con la cabeza.
—Déjame coger la sudadera y los zapatos.
Dee saltó hacia delante y me dio un abrazo rápido y fuerte.
—Estaré esperando aquí mismo.
Supuse que sería por si intentaba escaquearme. Le lancé una mirada a mi madre mientras cogía la sudadera del respaldo del sillón reclinable y me puse unas botas hasta las rodillas de imitación de piel de oveja. Me guardé un poco de dinero en el bolsillo de los vaqueros y salí a disfrutar de aquella fría tarde de diciembre.
El suelo estaba cubierto de nieve, lo que lo volvía resbaladizo bajo mis botas. Dee se puso a dar saltitos a mi lado, luego salió corriendo y se lanzó a los brazos de Adam. Le besó la coronilla rubia con una risita y después se retorció para soltarse.
Yo me quedé atrás, con las manos guardadas en el bolsillo de la sudadera.
—Hola, Adam.
Pareció sorprenderse al verme.
—Hola. ¿De verdad vienes con nosotros?
Asentí con la cabeza.
—Genial. —Miró a Dee—. ¿Y qué pasa con…?
Dee rodeó a toda velocidad la parte delantera del todoterreno de Adam a la vez que le lanzaba una mirada de advertencia a su novio.
Me subí al asiento trasero.
—¿Habéis invitado a… alguien más?
Dee se abrochó el cinturón y se volvió para mirarme.
—Ah, sí, pero no pasa nada. Ya lo verás.
Adam dio la vuelta en la entrada y sentí aquel cálido hormigueo en el cuello. Incapaz de contenerme, me giré en el asiento, deseando verlo.
Daemon estaba de pie en el porche. Solo llevaba puestos unos vaqueros, a pesar del frío que hacía, y tenía una toalla colgada de los hombros. Aunque era imposible, juraría que nuestras miradas se buscaron. Seguí mirando hasta que la casa se perdió de vista, convencida de que él había esperado hasta que ya no pudo ver el vehículo.
Me molestó bastante descubrir a quién había invitado Dee. Ash Thompson estaba esperando en el cine. Me fulminó con la mirada, como de costumbre, y entró delante de nosotros, arreglándoselas para menear las caderas con los tejanos ceñidos y los tacones de diez centímetros por el pavimento cubierto de hielo.
Yo me habría roto el cuello.
Acabé sentada entre Ash y Dee. Qué suerte la mía. Me hundí en el asiento, ignorando a Ash, mientras esperábamos a que las luces se apagaran y empezara la película.
—¿De quién ha sido la idea de elegir una peli de zombis? —preguntó Ash, que sostenía contra el pecho un cubo de palomitas más grande que su cabeza—. ¿Ha sido cosa de Katy? Porque se parecen bastante.
—Ja, ja —mascullé, observando las palomitas. Seguro que ella no tenía mucho dentro de la cabeza para alimentar a un zombi.
Al otro lado estaban Dee y Adam, que habían arrasado el mostrador de golosinas. Dee mojó una chocolatina en salsa de queso y yo contuve una arcada con la mano.
—Qué asco.
—Oye, no critiques mis gustos —dijo, y luego le dio un mordisco enorme—. Es lo mejor de ambos mundos: chocolate y cheddar. Por eso la «C» es mi letra favorita del alfabeto.
—¿Sabes qué? —intervino Ash arrugando la nariz—. Creo que voy a tener que estar de acuerdo con la muerta viviente. Eso es asqueroso.
Fruncí el ceño.
—¿Es que acaso tengo tan mala pinta?
Ash dijo «sí» al mismo tiempo que Dee respondía «no». Me crucé de brazos y coloqué los pies sobre el asiento vacío que tenía delante.
—Da igual —farfullé.
—Bueno —dijo Adam, arrastrando la palabra—, ¿todo va bien entre Blake y tú?
Me hundí aún más en el asiento y me contuve para no soltar una sarta de palabrotas.
—Sí, todo va de maravilla.
Ash soltó un resoplido.
—Bueno, has estado pasando mucho tiempo con él. —Dee me miró mientras mojaba otra chocolatina—. Debe de iros genial.
—Mira, déjame serte sincera. —Ash se lanzó una palomita cubierta de mantequilla a la boca—. Tenías a Daemon… a Daemon. Y yo sé lo bueno que es tenerlo. Confía en mí.
Una oleada de celos me invadió tan rápido que quise meterle todas las palomitas de golpe por la garganta.
—Estoy segura de que es estupendo.
Ash soltó una risita burlona.
—En fin, que no tengo ni idea de por qué renunciarías a él por Blake. Es mono y todo eso, pero no puede ser tan bueno como…
—Por Dios. —Dee frunció la cara—. ¿Podemos no hablar de lo bueno que es haciendo algo que me obligue a ir a terapia después? Gracias.
Ash se rió entre dientes mientras sacudía el cubo de palomitas.
—Solo digo…
—Me importa un bledo lo que tengas que decir. —Agarré un puñado de sus palomitas en parte para verla entrecerrar los ojos—. No quiero hablar de Daemon. Y Blake y yo no estamos saliendo.
—¿Amigos con derecho a roce? —sugirió Adam.
Solté un gemido. ¿Cómo era posible que mi inexistente vida sexual se hubiera convertido en el tema del día?
—No hay ningún roce.
Después de aquello, dejaron de interrogarme acerca de Daemon y Blake. A media película, los tres extraterrestres se levantaron y regresaron con más comida. Probé el chocolate mojado en queso, y estaba tan asqueroso como esperaba. Pero, a pesar de tener que aguantar a Ash al lado, me estaba divirtiendo. Durante el tiempo que pasé viendo cómo hordas de zombis devoraban varias partes de humanos, me olvidé de todo lo que estaba ocurriendo. Todo parecía normal.
Sonreía y bromeaba con Dee cuando salimos del cine. El sol ya se había puesto y el suave resplandor de las farolas y de las luces de Navidad inundaba el aparcamiento.
Caminamos cogidas del brazo, detrás de Ash y Adam.
—Me alegro de que hayas venido —dijo en voz baja—. Me he divertido.
—Yo también. Siento… siento no haber pasado mucho tiempo contigo últimamente.
La brisa le agitó los rizos, echándoselos a la cara.
—¿Todo… va bien? Me refiero a que sé que han ocurrido muchas cosas desde que viniste a vivir aquí. Y me da miedo que hayas decidido que ya no quieres ser mi amiga por lo que soy y todo lo que implica.
—No. Ni hablar. —Me apresuré a tranquilizarla—. Por mí como si eres una mujer llama. Sigues siendo mi mejor amiga, Dee.
—Hace mucho tiempo que no da esa impresión. —Esbozó una débil sonrisa—. Por cierto, ¿qué es una mujer llama?
Me eché a reír.
—Es como una mezcla entre una llama y un humano, como un hombre lobo.
Dee arrugó la nariz.
—Qué cosa más rara.
—Sí, ¿verdad?
Nos habíamos detenido junto al todoterreno de Adam. Ash jugueteaba con sus llaves mientras se examinaba las uñas. Estaba empezando a nevar de nuevo y cada copo era más grueso que el anterior. Cerré los ojos un segundo y, cuando volví a abrirlos, había dejado de nevar. Así, sin más, en un abrir y cerrar de ojos.