8
Volví a ajustarme los finos tirantes negros por tercera vez, pero al final me rendí. Por mucho que tirase, el escote del vestido no subía más. No podía creer que me sirviera, aunque se me ajustaba al cuerpo resaltando la enorme diferencia entre la figura de Dee y la mía. Las tetas parecían a punto de salírseme. El vestido era ceñido en la parte del pecho y tenía la cintura alta, para luego caer en suaves ondas que me llegaban por encima de las rodillas.
Estaba bastante sexy, la verdad.
Pero tenía que cubrirme la delantera. Abrí la puerta del armario y me puse a buscar una rebeca roja que no desentonaría demasiado con ese vestido, pero no pude encontrarla en medio de aquel revoltijo. Tardé unos minutos en caer en la cuenta de que estaba en la secadora.
—Joder —gemí.
Bajé las escaleras a la carrera vestida de negro y con zapatos de tacón. Menos mal que mamá ya se había ido a trabajar. Si me hubiera visto así, le habría dado un infarto o se habría enamorado del vestido; en cualquier caso, me habría muerto de la vergüenza. Bajé por el pasillo, nerviosa y con el estómago revuelto. Desde fuera me llegó el sonido de las risas y las puertas de los coches mientras sacaba la rebeca, la sacudía y me la ponía. ¿Y si cometía alguna estupidez? ¿Algo como levantar un televisor delante de toda la casa llena de compañeros de clase?
Justo en ese momento alguien llamó a la puerta. Respiré hondo, fui hasta la puerta principal y la abrí.
—Hola.
Blake entró con media docena de rosas. Me recorrió con la mirada.
—¡Madre mía, estás preciosa! —exclamó sonriendo mientras me entregaba las flores.
Acepté las rosas, colorada, e inhalé el fresco aroma. Sentí que me daba vueltas la cabeza.
—Gracias, pero no tenías que haberte molestado.
—Quería hacerlo.
Ah, la palabra clave: «querer».
—Bueno, pues son muy bonitas. Y tú también estás muy bien. —Y así era. Llevaba un jersey oscuro de pico y una camisa debajo. Retrocedí aferrando las rosas. Nadie me había regalado nunca flores—. ¿Quieres beber algo antes de irnos?
Blake asintió con la cabeza y me siguió hasta la cocina. Las opciones eran limitadas, así que se decidió por uno de los refrescos de vino de mamá. Se apoyó en la encimera y miró a su alrededor mientras yo buscaba un florero para las rosas.
—Tienes libros por todas partes. Es encantador.
Coloqué las rosas sobre la encimera, sonriendo.
—Mamá lo odia. Anda siempre recogiéndolos.
—Y tú vuelves a ponerlos donde estaban, ¿no?
Solté una carcajada.
—Sí, más o menos.
Se acercó con el refresco en la mano. Bajó la mirada y alargó la otra mano para coger mi cadena de plata, rozándome un poco el pecho con los nudillos.
—Interesante collar. ¿Qué tipo de piedra es?
—Una obsidiana —respondí—. Me la regaló un amigo.
—Es original. —La dejó caer—. Está guay.
—Gracias. —Toqué el collar con los dedos intentando apartar las imágenes de Daemon que me trajo. Tenía que decir algo—. Gracias otra vez por las flores. Son preciosas.
—Me alegro de que te gusten. Me preocupaba parecer un memo por regalártelas.
—Qué va. Son perfectas —le aseguré con una sonrisa—. ¿Estás listo para irnos?
Se terminó el refresco y enjuagó la botella antes de tirarla a la basura. A mamá le habría encantado… salvo por el detalle de que un menor de edad se bebiera su refresco de vino.
—Claro —contestó—. Pero tengo una mala noticia. Solo puedo quedarme media hora como mucho. Unos parientes han venido de visita de repente. Lo siento mucho.
—No te preocupes —dije esperando que no se me notara la decepción en la voz—. No pasa nada. Te invitamos con poca antelación.
—¿Estás segura? Me siento como un imbécil.
—Por supuesto que no eres un imbécil. Me has traído rosas.
Blake sonrió de oreja a oreja.
—Vale, pero quiero compensarte. ¿Puedes cenar conmigo mañana por la noche?
Negué con la cabeza.
—Mañana no puedo. Voy a pasar el día con mi madre.
—¿Y el lunes? —preguntó—. ¿Tus padres te dejan salir por la noche entre semana?
—Vivo solo con mi madre; pero sí, no hay problema.
—Bien. He visto un pequeño restaurante indio en la ciudad. —Se acercó un poco más. Noté un ligero aroma a aftershave que me recordó una conversación que mantuve con Lesa acerca de cómo olían los chicos. Blake olía bien—. ¿Te apuntas?
—Por supuesto. —Miré a mi alrededor mordiéndome el labio—. ¿Nos vamos?
—Sí, si haces una cosa.
—¿El qué?
—Bueno, dos cosas. —Se acercó otro paso más y sus zapatos rozaron los míos. Tuve que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara—. Luego podemos irnos.
Me sentí un poco mareada al mirarlo a los ojos.
—¿Qué dos cosas son esas?
—Tienes que darme la mano. Si esto es una cita rápida, tenemos que hacer que sea creíble. —Bajó la cabeza, sosteniéndome la mirada en todo momento—. Y un beso.
—¿Un beso? —susurré.
Sus labios formaron una sonrisa torcida.
—Necesito que me recuerdes cuando me vaya. Con ese vestido, los chicos no van a dejar de acosarte.
—No lo creo.
—Ya lo verás. Bueno, ¿trato hecho?
Me quedé sin aliento y me invadió la curiosidad. ¿Besarlo sería como besar a Daemon? ¿El mundo estallaría en llamas o simplemente ardería a fuego lento? Quería averiguarlo, necesitaba descubrir si podía olvidar al chico de al lado con un simple beso.
—Trato hecho —murmuré.
Me colocó una mano en la mejilla y cerré los ojos. Blake susurró mi nombre y yo abrí la boca, pero no tenía palabras que pronunciar. Solo había expectación y la necesidad de perderme. Al principio, sus labios rozaron los míos con suavidad, comprobando mi respuesta, y la delicadeza de aquel beso me desarmó. Apoyé las manos en sus hombros y las apreté cuando sus labios volvieron a cubrir los míos.
Blake profundizó el beso, y me sentí inmersa en un mar de emociones primitivas: eufórica y confusa al mismo tiempo. Le devolví el beso y me rodeó la cintura con las manos, acercándome a él. Deseaba ansiosa sentir algo, cualquier cosa, aparte de la inquietud que bullía en mi interior. Entonces me invadió una sensación de frustración, ira y tristeza, todo a la vez; y eso no era lo que estaba buscando.
Blake interrumpió el contacto, jadeando. Tenía los labios rojos e hinchados.
—Bueno, yo sí que me acordaré de ti cuando me vaya.
Bajé la barbilla, pestañeando. El beso no había tenido nada de malo, pero le faltaba algo. Debía de ser cosa mía, el estrés. Con todo lo que estaba pasando, le daba demasiadas vueltas a las cosas. Además, era demasiado pronto para besarlo. Me sentía como una de esas chicas de los libros que leía, involucrándome a lo loco con un chico sin meditarlo siquiera. Katy, la práctica, aún vivía en mi interior, y no le gustaba lo que acababa de hacer. Pero había algo más: una amarga punzada de culpa que me indicaba que no había puesto todo de mi parte en aquel beso. Estaba pensando en otro.
—Una cosa más —dijo, y me cogió la mano—. ¿Lista?
¿Lo estaba? Me invadieron emociones contradictorias. Tal vez si Daemon me veía feliz con Blake, no se sentiría obligado a fomentar aquella conexión irreal. Me entraron náuseas.
—Sí, estoy lista.
Fuera, había un montón de coches que bajaban hasta la casa vacía situada al principio de la calle.
—Por el amor de Dios, creía que iba a ser una fiesta pequeña.
Dee se había superado, no cabía duda. Había conseguido muchos farolillos y los había colgado a lo largo del porche. A través de las ventanas, unas velas gruesas repartidas por toda la casa titilaban suavemente. Un cálido y agradable aroma a sidra y especias flotaba en el aire. Me hizo cosquillas en la nariz, recordándome cuánto me encantaba el olor del otoño.
Dentro había gente por todas partes. Algunos se amontonaban en el sofá rodeando a dos chicos enzarzados en un duelo a muerte con la Wii. Vi varias caras conocidas en la abarrotada escalera, riéndose mientras bebían en vasos de plástico rojo. Blake y yo no podíamos dar ni dos pasos sin chocar con alguien.
Dee me saludó con la mano en medio de la multitud, haciendo de anfitriona. Estaba preciosa con un delicado vestido blanco que realzaba el tono oscuro de su pelo y el color esmeralda de sus ojos. Apenas se molestó en ocultar la sorpresa, o la decepción, cuando nos vio cogidos de la mano.
Me sentí como si estuviera haciendo algo malo, así que me solté y le di un fuerte abrazo.
—Ostras. La casa está genial.
—¿A que sí? Tengo un talento innato. ¿Katy…? —preguntó mirando por encima de mi hombro.
Me puse colorada.
—Es mi…
—Pareja —intervino Blake mientras me cogía la mano y me la apretaba—. Tengo que largarme pronto, pero quería escoltarla hasta la fiesta.
—¿Escoltarla? —Lo miró un momento y luego a mí—. Vale. Bueno, voy a… comprobar algo. —Y se alejó majestuosa, con la espalda recta.
Intenté que su decepción no me afectara. No podía desear que estuviera con su hermano. Uno de ellos ya había seguido ese camino con una humana, y las cosas no habían acabado bien.
De los rincones oscuros de la gran casa salían unos ruidos sospechosos, que me distrajeron de mis pensamientos. Luego vi fugazmente a Adam, que parecía acechar a Dee a través de la multitud. Tomé nota mentalmente de preguntarle cómo había ido la llamada.
—¿Quieres beber algo? —me preguntó Blake.
Cuando asentí con la cabeza, me llevó hacia el comedor, donde se veían varias botellas. Incluso había un gran cuenco de ponche (aderezado con alcohol, sin duda).
—Solíamos celebrar fiestas como esta en casa —comentó Blake mientras me pasaba un vaso de plástico rojo—. Aunque eran en casas en la playa y todo el mundo olía a mar y protector solar.
—Parece que lo echas de menos.
—A veces sí; pero, oye, cambiar no es tan malo. Hace que la vida sea interesante. —Dio un sorbo y tosió—. ¿Qué le han puesto a esto? ¿Garrafón?
Solté una carcajada.
—Con esta gente, quién sabe.
A alguien le dio un ataque de risa en la cocina. Nos volvimos justo a tiempo para ver a Carissa salir corriendo de allí, con cara de enfado, y dirigirse a toda velocidad hacia la entrada, donde se encontraba Dee.
—Dee, tus amigos están como una cabra.
—También son amigos tuyos —comentó con tono seco Lesa, que apareció detrás de Dee. Al vernos a Blake y a mí, se detuvo. Luego me dio un golpecito con la cadera—. ¡Esa es mi chica!
Carissa se cruzó de brazos.
—Mis amigos nunca harían eso con nata montada.
Me eché a reír al ver la expresión de horror que apareció en la cara de Dee y la de curiosidad que cruzó la de Lesa. Blake me sonrió, como si le gustara el sonido de mi risa.
—¿Qué? —chilló Dee antes de dirigirse a la cocina.
—Eso tengo que verlo —murmuró Lesa, y acto seguido se fue tras el torbellino blanco.
Miré a Carissa, que tenía las mejillas tan rojas como mi chaqueta.
—Estabas de coña, ¿no?
Mi amiga negó con un gesto enérgico de la cabeza.
—No tienes ni idea de lo que Donnie y Becca están haciendo ahí.
—¿No son los que planeaban casarse después de la graduación?
—Esos mismos. Y puedo asegurarte que no han esperado al matrimonio para muchas cosas.
Se me escapó la risa.
—Increíble.
—No pretendo ir de mojigata, pero ¿quién se comporta así en público o en la casa de un amigo? Venga ya, es asqueroso. —Carissa respiró hondo y levantó la mirada—. Hola, Blake. Siento todo esto.
—No pasa nada. La nata montada solo debería usarse para hacer pasteles.
Tuve que apartar la vista para contener la risa. Todo aquello daba un poco de repelús, pero aun así me resultaba divertido; y no estaba segura de lo que eso decía de mí. ¿A quién quería engañar? El viernes pasado yo me estaba dando el lote en la biblioteca. Volví a sentir un nudo en el estómago al recordarlo y recorrí rápidamente la sala con la mirada.
Un grupo de chicos nos interrumpió. Querían hablar con Carissa de su hermano mayor, que estaba en la universidad. Vaya, había olvidado que tenía hermanos mayores. Segunda nota mental: dejar de pensar solo en mí.
Blake debía de haber hecho muchos amigos rápido, porque varios chicos se acercaron a hablar con él. Varias chicas le lanzaban miraditas de reojo, y me regodeé sabiendo que me envidiaban. Me apoyé contra su brazo, más que nada para hacer el paripé, y me quedé así, disfrutando de la sensación de los abultados bíceps contra mi pecho. A él no pareció molestarlo. Cerró la mano que tenía apoyada en mi espalda, apretando un puñado de seda del vestido, y luego se detuvo a media frase, se inclinó y me susurró:
—Ojalá pudiera quedarme.
Volví la cabeza, sonriendo.
—Sí, estaría bien.
Deslizó la mano por mi espalda y me rodeó la cintura. Eso, fuera lo que fuera, me gustaba. Parecía algo normal estar con un chico, coquetear, divertirnos… besarnos; todo fluía de forma natural.
Nos quedamos así después de que Carissa se alejara y luego llegó el momento en el que él tuvo que marcharse. Todavía me rodeaba la cintura con el brazo cuando lo acompañé a la puerta.
—¿La cena sigue en pie? —me preguntó.
—Por supuesto. En realidad me…
Estaba de espaldas a las escaleras, pero aun así supe el momento exacto en el que él bajó. El aire cambió, se hizo más pesado y cálido, y sentí un cosquilleo en la nuca.
—¿Te qué? —preguntó Blake frunciendo el ceño.
Se me aceleró el corazón.
—Me… me apetece mucho.
Blake empezó a sonreír y luego levantó la vista. Sus ojos reflejaron cierta sorpresa, y supe que Daemon estaba allí. No quería darme la vuelta, pero habría sido raro que no lo hiciera.
Y fue como si me golpeara un rayo. Odiaba el efecto que tenía en mí, pero al mismo tiempo me excitaba. Aquello sí que no tenía nada de natural.
Daemon iba vestido de manera informal comparado con el resto de nosotros, pero de todas formas estaba más guapo que cualquier otro chico de la sala. Llevaba unos tejanos desgastados y una camiseta con el nombre de un grupo del que ya nadie se acordaba. Se colocó un mechón de pelo negro detrás de la oreja izquierda con aire distraído y respondió con una sonrisa maliciosa a algún comentario. Sus ojos magnéticos brillaban bajo la tenue luz de las velas. Caí en la cuenta de que era la primera vez que lo veía con alguien que no fuera de su familia o con un par de amigos fuera del instituto.
Daemon tenía el mismo efecto en todo el mundo, sin importar el género. Era evidente que la gente quería estar cerca de él; pero, al mismo tiempo, era como si tuvieran miedo de acercarse demasiado. Se sentían atraídos hacia él, como yo, les gustara o no. Varias personas se aproximaron, pero se detuvieron a un metro. Él, sin embargo, no apartó la vista de mí ni un momento y, durante unos instantes, me olvidé por completo del chico que me agarraba de la cintura.
Daemon se detuvo delante de nosotros.
—¿Qué tal?
Blake me apretó con la mano mientras se daba la vuelta.
—Me parece que no pudimos presentarnos la otra noche en la cafetería. Soy Blake Saunders —dijo ofreciéndole la mano libre.
Daemon miró la mano de Blake antes de clavar sus ojos en mí.
—Ya sé quién eres.
«Ay, Dios.» Me volví hacia Blake.
—Este es Daemon Black.
La sonrisa de Blake flaqueó.
—Ya, yo también sé quién es él.
Daemon se puso recto, riéndose entre dientes. Bien erguido, le sacaba una cabeza a Blake.
—Siempre es un placer conocer a otro fan.
Por supuesto, Blake no supo qué contestar a eso. Negó con la cabeza y se volvió hacia mí.
—Bueno, tengo que irme ya.
—Vale. Gracias por… todo —dije con una sonrisa.
Blake esbozó una leve sonrisa y se inclinó, rodeándome suavemente con los brazos. Consciente de la intensa mirada de Daemon, le apoyé las manos en la espalda y me puse de puntillas para darle un beso en la suave mejilla.
Daemon carraspeó y Blake me soltó una risita al oído.
—Te llamo pronto. Pórtate bien.
—Como siempre —contesté mientras lo soltaba.
Blake le dedicó una última sonrisa a Daemon y luego salió tranquilamente por la puerta. Había que admitir que había sabido hacerle frente, más o menos, a Daemon.
Me volví hacia él, con el ceño fruncido, mientras me ponía a juguetear con la obsidiana que me colgaba del cuello.
—No habrías sido más cretino ni intentándolo, ¿sabes?
Daemon enarcó una ceja.
—Pensaba que te había dicho que no podías salir con él.
—Y yo pensaba que te había explicado que el que tú digas que no puedo hacerlo no significa que no lo haga.
—¿En serio? —Clavó la mirada en la obsidiana y luego bajó la cabeza—. Esta noche estás muy guapa, gatita.
Sentí un nudo en el estómago. «Ignóralo, ignóralo.»
—Dee ha hecho un gran trabajo decorando la casa.
—Que no te haga creer que ha hecho todo esto sola. Me reclutó en cuanto llegué.
—Vaya. —Estaba asombrada. No me imaginaba a Daemon colgando farolillos sin prenderles fuego y arrojarlos por los aires—. Pues los dos habéis hecho un gran trabajo.
Daemon volvió a bajar la vista y me estremecí ante su penetrante mirada. ¿Por qué, Dios, por qué Blake había tenido que irse pronto?
—¿De dónde has sacado ese vestido? —me preguntó.
—De tu hermana —contesté con tono neutro.
Daemon frunció el ceño; parecía un tanto indignado.
—Ni siquiera sé qué decir a eso.
—¿Decir a qué, cariño?
Daemon se puso tenso. Aparté los ojos de él y me encontré con los de Ash, que me sostuvo la mirada mientras sonreía con dulzura y le rodeaba la cintura con un esbelto brazo. A continuación, se inclinó hacia él como si estuviera muy familiarizada con las líneas de su cuerpo. Y así era, habían estado saliendo de manera intermitente un tiempo.
Oh, genial. Daemon acababa de mirar a Blake como si quisiera estrangularlo y ahora tenía a Ash pegada como una lapa. Y no me gustaba nada. Menuda ironía.
—Qué vestido más mono. Es de Dee, ¿no? —me preguntó Ash—. Creo que lo compró cuando fuimos de tiendas juntas, pero a ella le queda más suelto.
Ah, eso me dolió. Noté que una emoción irracional iba subiéndome por la espalda al tiempo que Ash permanecía allí, con su ceñido minivestido de punto que le llegaba hasta unos centímetros por debajo del trasero.
—Creo que se te ha olvidado ponerte unos vaqueros o la parte de abajo del vestido.
Ash sonrió de forma burlona, pero luego centró de nuevo su atención en Daemon.
—Te has ido corriendo, cariño. He tenido que buscarte por toda la planta de arriba. ¿Por qué no volvemos a tu cuarto y terminamos lo que empezamos?
Me sentí como si me hubieran propinado un puñetazo en el estómago, y el dolor casi me partió en dos. No tenía ni idea de dónde surgía aquel sentimiento ni por qué me sentía así. No era razonable, no me gustaba Daemon… En serio que no. Por mí podía enrollarse con quien le diera la real gana. Además, yo acababa de besarme con Blake. Pero aquel ardor seguía allí, recorriéndome las venas.
Daemon se apartó del brazo de Ash mientras se rascaba en un punto situado por encima del corazón. Me miró a los ojos y yo levanté las cejas, expectante. ¿Así que quería estar conmigo? Ya, seguro… cuando no estuviera ocupado haciendo lo que fuera que hiciese con Ash.
Di media vuelta antes de decir algo de lo que pudiera avergonzarme. Oí la aguda risita de Dee mientras me alejaba. Daemon dijo algo, pero sus palabras se perdieron en medio de la multitud. Necesitaba respirar y alejarme, así que salí al abarrotado porche.
No conseguía entender de qué iba todo eso. Era imposible que estuviera celosa; eso no era para nada lo que sentía. Además, iba a salir con un chico sexy, normal y humano. No me importaba lo más mínimo lo que hicieran Daemon y Ash.
Entonces lo comprendí de pronto mientras bajaba los escalones. Ay, Dios mío, sí que me importaba. Me importaba… me importaba que hubiera estado arriba con Ash haciendo cosas que… que ni siquiera podía plantearme sin desear darle un puñetazo a alguien. La cabeza me daba vueltas. La idea de Ash besándolo me dejó sin aliento. ¿Qué me pasaba?
Empecé a caminar, aturdida. Llegado cierto momento, me quité los tacones y los tiré a un lado. Seguí caminando, notando la gravilla y la hierba fría contra los pies descalzos. No me detuve hasta que me encontré junto a la casa vacía situada al final de la calle. Respiré hondo varias veces, inhalando el aire fresco y limpio, e intenté dominar aquella sobrecarga emocional. Una parte de mí sabía que lo que sentía era absurdo, pero aun así era como si el mundo hubiera dejado de girar. Me sentía como si quisiera estallar y tenía frío y calor al mismo tiempo.
Respiraba de manera entrecortada. Cerré los ojos con fuerza y solté una palabrota. No debería sentir eso. La última vez que estuve tan celosa fue cuando todos los blogueros fueron a una reunión literaria el año pasado y mamá no me dejó ir. Mierda, esto era peor. Tenía ganas de gritar, de volver allí corriendo y arrancarle hasta el último mechón de pelo a Ash. Unos celos que no tenía derecho a sentir se extendieron por mis venas, anulando cualquier pensamiento racional que intentara advertirme que estaba comportándome como una idiota. Pero me hervía la sangre; notaba las palmas de las manos sudadas y frías, como si fueran de otra persona, y me temblaba todo el cuerpo.
Me quedé allí de pie, perdida en aquel torbellino de emociones e ideas descabelladas, hasta que oí el crujido de unos pasos sobre la hierba. Una figura salió de las negras sombras y un rayo de luna se reflejó en un reloj dorado y azul.
Simon.
Se me hizo un nudo en el estómago. Pero ¿qué narices hacía allí? ¿Dee lo había invitado? No le había contado lo que había ocurrido entre nosotros, pero seguro que había oído los rumores.
—¿Eres tú, Katy? —Se tambaleó hacia un lado y se apoyó contra la casa.
Ahora que podía verlo con claridad, observé que tenía un ojo de un feo tono violeta, tan hinchado que no podía abrirlo; la mandíbula llena de moratones y el labio partido. Me quedé boquiabierta.
—¿Qué te ha pasado en la cara?
Simon se llevó una petaca a la boca.
—Tu novio, eso me ha pasado.
—¿Qué?
Dio un trago e hizo una mueca.
—Daemon Black.
—Daemon no es mi novio.
—Da igual. —Simon se acercó un paso—. He venido a hablar… contigo. Tienes que decirle que me deje en paz.
Abrí los ojos como platos. Cuando Daemon dijo que él se encargaría del problema, no bromeaba. Una parte de mí sintió pena por aquel tipo, pero se vio eclipsada por el hecho de que él y sus amigos habían conseguido que la mitad del instituto me llamara «putón».
—Tienes que decirle que no iba en serio aquella noche. Lo… lo siento. —Avanzó tambaleándose y se le cayó la petaca de las manos. Santo cielo, Daemon lo había acojonado a base de bien—. Tienes que decirle que ya se lo he aclarado a todos.
Retrocedí un paso cuando me golpeó una ola de alcohol y desesperación.
—Simon, creo que deberías sentarte porque…
—Tienes que decírselo. —Me agarró el brazo con unos dedos húmedos y fornidos—. La gente está empezando a hablar. No puedo… permitir que digan algo así de mí. Como no se lo digas, vas a ver.
Se me erizó el vello de la nuca y la rabia me invadió a la velocidad de una bala. No iba a permitir que me amenazaran. Ni Simon ni nadie.
—¿Qué voy a ver?
—Mi padre es abogado. —Apretó la mano tambaleándose—. Te…
Y entonces sucedió algo. Simon se inclinó hacia mí, demasiado cerca, y el corazón se me aceleró. Un crujido espantoso me dejó sorda. Cuatro de las cinco ventanas junto a las que estábamos temblaron y luego se resquebrajaron. Una larga grieta irregular bajó por el centro de cada ventana, y después se multiplicó en otras más pequeñas hasta que las ventanas se sacudieron bajo el efecto de una fuerza invisible y estallaron, haciendo que nos cayera encima una lluvia de fragmentos de cristal.