15
Uno de los hombres trajeados se adelantó, con la mirada clavada en Daemon.
—Hola, señor Black. Señorita Swartz.
—Hola, Lane —respondió Daemon con voz monótona. Al parecer, conocía a aquel tipo—. No esperaba verte hoy.
No estaba segura de lo que debía hacer, así que saludé con un gesto de la cabeza y permanecí en silencio, intentando pasar lo más desapercibida posible.
—Llegamos al pueblo hace un rato y vimos tu coche. —Lane sonrió y aquel gesto me dio escalofríos.
El otro trajeado me miró de pronto.
—¿Qué estabais haciendo por aquí?
—Anoche hubo una fiesta y estábamos buscando su móvil. —Daemon me dedicó una sonrisa—. Se le perdió y todavía no lo hemos encontrado.
Me sentí como si el móvil me estuviera quemando el bolsillo.
—Así que ya os veré después —continuó Daemon—. En cuanto encontremos el…
La puerta del pasajero de uno de los todoterrenos se abrió y salió una mujer. Llevaba el pelo rubio platino recogido en un moño apretado que dejaba ver unos rasgos angulosos, que habrían resultado bonitos en alguien que no tuviera pinta de poder soltarme una descarga con su pistola eléctrica en cualquier momento.
—¿Menores de edad bebiendo alcohol? —La sonrisa de la mujer me recordó a la de una Barbie: falsa, de plástico, perturbadora.
—No estuvimos bebiendo —le aseguré, siguiéndole la corriente a Daemon—. Daemon es un chico sensato. Sus padres son como los míos: lo matarían.
—Bueno, Daemon, esperaba que pudieras ponerme al día de cómo os va. Podríamos… cenar temprano. —Lane hizo un gesto en dirección a su todoterreno—. Solo disponemos de unas horas. Odio interrumpir vuestra operación de búsqueda y rescate del móvil.
Por un momento, pensé que iba a protestar, pero luego se volvió hacia mí.
—No pasa nada. Puedo llevarla a casa y reunirme después con vosotros.
—No hace falta —interrumpió la mujer—. Podemos llevarla nosotros y así vosotros habláis con calma.
El pulso se me disparó y miré a Daemon en busca de ayuda. Un músculo se le tensó en la mandíbula mientras permanecía allí de pie, impotente y en silencio. Comprendí entonces que él no podía hacer nada. Así que esbocé una sonrisa forzada y asentí con la cabeza.
—Por mí, vale. Pero espero que no sea mucha molestia.
Daemon apretó la mano derecha.
—No es ninguna molestia —respondió la mujer—. Nos encantan los caminos de por aquí, con todos esos colores del otoño. ¿Lista?
Miré a Daemon mientras me dirigía hacia el todoterreno; él a su vez no me quitó la vista de encima ni un momento. Le di las gracias en voz baja a la mujer cuando me abrió la puerta de atrás y entré. Esperaba con toda mi alma no acabar en un cartel que dijera: «desaparecida».
Daemon estaba a punto de subirse a su coche, pero se detuvo y se volvió hacia mí. Juraría que oí su voz en mi cabeza: «Todo saldrá bien». Pero no podía haber sido él. Tal vez fue solo una ilusión; porque, por un momento, el miedo me corrió como agua helada por las venas. ¿Y si era la última vez que lo veía? ¿Y si no volvía a ver a nadie? ¿Y si habían descubierto que sabía la verdad?
¿Y si sabían lo que podía hacer?
Ahora deseaba haber dejado que Daemon me besara en el claro. Porque, si iba a desaparecer, al menos mi último recuerdo me habría servido de conclusión, de alguna forma.
Me obligué a respirar despacio mientras levantaba una mano y movía los dedos para despedirme de él antes de que la mujer cerrara la puerta.
La desconocida subió al asiento del pasajero y se dio la vuelta.
—¿Cinturón?
Me amarré con manos temblorosas y sudorosas. El hombre situado detrás del volante no dijo nada, pero se le agitaban los pelos del bigote como si resoplase.
—Esto… Gracias por llevarme.
—No hay problema. Me llamo Nancy Husher —se presentó, y luego señaló con la cabeza al conductor—. Y este es Brian Vaughn. Brian conoce a la familia de Daemon desde hace años, pero yo solo estoy de paso.
«Ya, claro.»
—Oh… eso es genial.
Nancy asintió con la cabeza.
—Daemon es como un hijo para Brian, ¿verdad?
—Sí —confirmó el conductor—. No solemos verlo con una chica. Debes de caerle muy bien para que te ayude a buscar tu móvil.
Mi mirada iba de la mujer al hombre.
—Supongo. Él y su hermana son muy simpáticos.
—Dee es un encanto. ¿Estás muy unida a ellos? —me preguntó Brian.
Me estaban interrogando. Estupendo.
—Bueno, teniendo en cuenta que somos los únicos que vivimos en la calle, se podría decir que sí.
Nancy miró por la ventanilla. Me di cuenta de que, por suerte, regresábamos a Ketterman.
—¿Y Daemon? ¿Estás muy unida a él?
Se me secó la boca.
—No sé si entiendo la pregunta.
—¿No me habías dicho que salía con alguien, Brian?
—Con Ash Thompson —contestó él.
Como si no supieran cómo se llamaba; pero, oye, yo también sabía jugar a eso.
—Sí, creo que rompieron en verano, pero no tiene nada que ver con nosotros.
—¿De verdad? —insistió Nancy.
Negué con la cabeza y decidí que no vendría mal un poco de verdad.
—Solo somos amigos. La mayor parte del tiempo, ni siquiera nos llevamos bien.
—Pero acabas de decir que es simpático.
«Mierda.» Me encogí de hombros con cara de póquer.
—Puede ser simpático cuando quiere.
Arqueó una pálida ceja.
—¿Y Dee?
—Dee es increíble.
Miré por la ventanilla. Aquel era el viaje más largo de mi vida. Iba a darme un infarto antes de que terminara. Nancy tenía algo, aparte de lo evidente, que me inquietaba.
—¿Y qué opinas de sus padres?
Fruncí el ceño. Qué preguntas más raras, considerando que no sabían que yo estuviera al tanto de nada.
—Pues no sé. Son padres.
Brian se rió. ¿Ese tío era de verdad? Su risa sonaba un poco mecánica.
—Me refiero a si te gustan —aclaró Nancy.
—No los veo a menudo: solo entrar y salir. La verdad es que nunca he hablado con ellos. —La miré a los ojos, deseando que me creyera—. No voy mucho por su casa, así que no suelo encontrármelos.
Me sostuvo la mirada unos instantes más y luego se volvió en el asiento. Nadie dijo nada después de eso. Tenía la frente cubierta de sudor y, cuando Brian entró en mi calle, casi lloro de alivio. Ya estaba desabrochándome el cinturón antes de que el coche terminara de detenerse.
—Gracias por traerme —dije a toda prisa.
—No ha sido nada —contestó Nancy—. Cuídate, señorita Swartz.
Se me erizó todo el vello del cuerpo. Abrí la puerta y salí.
Y, justo entonces, en el momento más inoportuno del mundo, el móvil me sonó en el bolsillo, bramando como una alarma. «Joder…»
Miré rápidamente a Nancy y ella me sonrió.
—Estoy segura de que Daemon está bien —me repitió Dee—. Hacen esto continuamente, Katy. Se pasan por aquí, nos localizan y se comportan raro.
Me detuve delante del televisor, retorciéndome las manos. El miedo había arraigado en mis entrañas desde el momento en que me habían dejado delante de mi casa.
—Vosotros no lo entendéis. Les dijo que estábamos allí buscando mi móvil, que lo había perdido. Y luego va y suena delante de ellos.
—Ya lo sé, pero ¿cuál es el problema? —Adam se sentó en el sofá y levantó las piernas—. Es imposible que sospechen que sabes algo.
Pero sabían que estábamos mintiendo y todos parecían demasiado listos para pasarlo por alto. Además, no podía contarle a Dee qué estábamos haciendo allí de verdad. Me lo había preguntado, por supuesto, pero me había inventado una patética excusa sobre que queríamos ver el lugar donde Daemon había matado a Baruck. Dee no parecía estar convencida del todo.
Me puse a caminar de nuevo de un lado a otro de la habitación.
—Pero eso fue hace horas, chicos. Son casi las diez.
—Cariño, Daemon está bien. —Dee se puso en pie y me cogió las manos—. Estuvieron aquí primero y luego fueron a buscarlo. Lo único que hacen es ser unos pesados y hacer preguntas.
—Pero ¿por qué tardarán tanto con él?
—Porque les gusta darle el coñazo y él no se queda atrás —comentó Adam mientras hacía flotar el mando a distancia hacia su mano—. Tienen una relación un tanto masoquista.
Me reí sin muchas ganas.
—Pero ¿y si descubren que lo sé? ¿Qué le harán?
Dee frunció las cejas.
—No van a descubrirlo, Katy. Y, si pasara, deberás preocuparte más por ti misma que por él.
Liberé las manos, asintiendo con la cabeza, y seguí desgastando la alfombra. Ellos no lo entendían, pero yo lo había visto en los ojos de Nancy. Sabía que estábamos mintiendo y aun así me había dejado ir. ¿Por qué?
—Katy —dijo Dee con voz pausada—. Me sorprende que te inquiete tanto el bienestar de Daemon.
Un rubor me cubrió las mejillas. No quería analizar con demasiado detenimiento por qué estaba tan preocupada.
—Solo porque se trate de… de Daemon… no significa que quiera que le pase nada malo.
Dee enarcó una ceja mientras me observaba atentamente.
—¿Estás segura de que eso es todo?
—Claro que sí —respondí deteniéndome.
—Te ha estado llevando cosas al instituto. —Adam echó la cabeza hacia atrás, con los ojos entrecerrados—. Nunca lo había visto comportarse así con nadie. Ni siquiera con mi hermana.
—Y habéis estado pasando mucho tiempo juntos —añadió Dee.
—¿Y qué? Tú has estado pasando mucho tiempo con Adam. —En cuanto las palabras salieron de mi boca, me di cuenta de que eran una auténtica estupidez.
Dee me sonrió con un destello en los ojos.
—Sí, y nos hemos acostado. Muchas veces.
Adam se quedó boquiabierto.
—Caramba, Dee, no te cortes, cuéntalo todo.
Ella se encogió de hombros.
—Es la verdad.
—Oh, ni hablar, eso no es lo que pasa entre nosotros.
Me acerqué al sofá y me senté al lado de Adam, que se había puesto colorado.
—¿Y qué es lo que pasa, entonces?
Mierda, odiaba tener que mentirle.
—Ha estado ayudándome a estudiar.
—¿Para qué?
—Trigonometría —respondí rápidamente—. Se me dan fatal las mates.
Dee se rió.
—Vale. Si tú lo dices… Pero espero que sepas que no voy a cabrearme si hay algo entre mi hermano y tú.
Me quedé mirándola.
—Y en parte entiendo por qué querríais mantenerlo en secreto. Sois famosos por vuestras batallas dialécticas y todo eso. —Frunció el ceño—. Pero quiero que sepas que me parece bien. Es una locura y espero que Daemon esté preparado para lo que se avecina, pero quiero que sea feliz. Y si tú lo haces feliz…
—Vale, vale. Lo pillo. —Por nada del mundo quería tener esa conversación con Dee delante de Adam.
Mi amiga me sonrió.
—Espero que te pienses mejor lo de cenar con nosotros en Acción de Gracias. Ya sabes que nos encantaría que vinieras.
—Tengo serias dudas de que a Ash y Andrew les gustase compartir la mesa conmigo.
—¿A quién le importa lo que opinen ellos? —Adam puso los ojos en blanco—. A mí no, ni a Daemon, y a ti tampoco debería importarte.
—Vosotros sois como una familia. No me…
Sentí un hormigueo en el cuello. Sin pensar, di media vuelta y atravesé corriendo la habitación. Abrí la puerta de golpe y me adentré a toda prisa en el frío aire nocturno.
Ni siquiera lo medité.
Daemon había llegado al último escalón cuando me abalancé sobre él, le eché los brazos al cuello y lo abracé con fuerza. Él pareció quedarse atónito un segundo y luego me rodeó la cintura con los brazos. Durante unos instantes, ninguno de los dos habló. No hacía falta. Solo quería abrazarlo… y que él me abrazara a mí. Quizá era por la conexión que nos unía o quizá era algo infinitamente más profundo. En ese momento, no me importaba.
—Eh, oye, gatita, ¿qué pasa?
Me apretujé más y aspiré larga y profundamente.
—Creía que el Departamento de Defensa te había llevado a algún laboratorio y te había metido en una jaula.
—¿En una jaula? —Soltó una carcajada un tanto vacilante—. No, nada de jaulas. Solo querían hablar, pero han tardado más de lo que pensaba. Todo va bien.
Dee carraspeó.
—Ejem…
Me puse tensa al caer en la cuenta de lo que estaba haciendo. «Ay, qué mal rollo.» Liberé los brazos y me retorcí para escapar de los suyos; después retrocedí, colorada.
—Me… me he emocionado.
—Sí, ya lo veo —comentó Dee, sonriendo como una tonta.
Daemon me miraba como si acabara de ganar la lotería.
—Creo que me gusta este nivel de emoción. Me hace pensar en…
—¡Daemon! —exclamamos las dos.
—¿Qué? —Sonrió mientras le alborotaba el pelo a Dee—. Solo estaba sugiriendo…
—Ya sabemos qué ibas a sugerir. —Dee se apartó de su mano—. Y no quiero vomitar esta noche. —Me sonrió—. ¿Lo ves? Ya te dije que estaba bien.
Eso ya lo veía. También estaba como un tren, pero volviendo al asunto…
—¿No sospechan nada?
Daemon negó con la cabeza.
—Nada fuera de lo normal, pero están siempre paranoicos. —Se quedó callado un momento y me miró a los ojos bajo la tenue luz del porche—. Te aseguro que no tienes nada de lo que preocuparte. Estás a salvo.
No era por mí por quien había estado preocupada y, ay, Dios, eso era malo. Mi instinto de supervivencia estaba hecho un lío. Necesitaba salir de allí ahora mismo.
—Bueno, tengo que volver a casa.
—Kat…
—No. —Me despedí con la mano mientras empezaba a bajar los escalones—. Tengo que volver, en serio. Blake me ha llamado y tengo que devolverle la llamada.
—Boris puede esperar —soltó Daemon.
—Blake —repuse deteniéndome en la acera.
Demostrando mucha prudencia, Dee había entrado, pero Daemon se había desplazado hasta el borde del porche. Sentí que mis pensamientos y mis emociones quedaban demasiado expuestos cuando lo miré a los ojos.
—Me hicieron un montón de preguntas… sobre todo la mujer.
—Nancy Husher —dijo, con el ceño fruncido. Un segundo después, estaba de pie delante de mí—. Al parecer, es una mandamás en el Departamento de Defensa. Querían saber qué pasó el fin de semana de Halloween, así que les ofrecí mi versión editada.
—¿Te creyeron?
Daemon asintió con la cabeza.
—Se lo tragaron todo.
Me estremecí.
—Pero no fuiste tú, Daemon. Fui yo. O, más bien, todos nosotros.
—Ya lo sé, pero ellos no. —Bajó la voz mientras me acunaba la mejilla—. Nunca lo sabrán.
Cerré los ojos. El calor de su mano disipó un poco mi miedo.
—No soy yo la que me preocupa. Si creen que sacaste un satélite de su órbita, podrían considerarte una amenaza.
—O podrían pensar que soy alucinante.
—No tiene gracia —susurré.
—Lo sé. —Daemon se acercó más y, antes de darme cuenta, me encontraba de nuevo en sus brazos—. No te preocupes por mí ni por Dee. Podemos encargarnos del Gobierno. Confía en mí.
Permití que me abrazara un momento y me empapé de su calor, pero luego me solté.
—No le dije nada a esa señora, pero el maldito teléfono sonó cuando estaba bajando del coche. Se enteró de que les mentimos acerca de por qué estábamos allí.
—Les va a traer sin cuidado que les mintiéramos sobre lo del teléfono. Lo más probable es que piensen que fuimos allí a montárnoslo. No tienes de qué preocuparte, Kat.
La ansiedad no me abandonó, sino que se deslizó por mi interior. Había visto algo en Nancy… una expresión calculadora. Como si nos hubieran puesto un examen sorpresa y no lo hubiéramos pasado. Levanté la vista y lo miré a los ojos.
—Me alegro de que estés bien.
—Ya lo sé —dijo con una sonrisa.
Podría haberme quedado allí toda la noche, perdida en aquellos ojos centelleantes, pero algo me impulsó a alejarme todo lo que pudiera de él, lo más rápido posible. Todo aquello iba a traer algo malo.
Di media vuelta y me alejé.