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Revelaciones
En los primeros años el comandante Bradshaw realizó la mayoría de las librosploraciones, antes de que las Categorías Rebeldes de Libro quedasen bajo el control del Consejo de Géneros. Inexplicablemente, las novelas sólo se pueden visitar cuando alguien ha encontrado la forma de entrar en ellas… y la forma de salir. Los mapas Bradshaw del MundoLibro conocido (1927-1949) fueron una hazaña extraordinaria, y hasta la llegada del Sistema de Posicionamiento por ISBN (1962), los mapas de Bradshaw eran la única guía para penetrar en la ficción. No todas las librosploraciones acaban bien. Ambroce Bierce se perdió intentando acceder a Poe. Su nombre, como los de muchos otros, está tallado en el Boojumento situado en el vestíbulo de la Gran Biblioteca.
IMPERIO RONANO
Una historia de Gibbons
No pude dar con las tres brujas por mucho que lo intenté. Sus profecías me inquietaban, pero no tanto como para que esa noche no pudiese dormir de maravilla. Dos días más tarde, cuando volvía a casa tras un largo día de juicios de Kenneth, me encontré a Arnie esperándome. El y Randolph bebían cerveza en la cocina y hablaban sobre el momento adecuado para usar puntos suspensivos para indicar que el diálogo de un personaje se había interrumpido.
—Puedes usarlos en…
—Arnie, te debo una disculpa —dije, poniéndome roja del todo y olvidándome de mis modales—. Debes de creer que soy la buscona más grande del Pozo.
—No, ésa es Lola. Olvídalo. Yaya nos lo explicó todo, ¿Cómo estás? ¿Han vuelto los recuerdos?
—Todos están en su sitio y en perfecto estado.
—Bien. ¿Quieres que salgamos a cenar uno de estos días? —me preguntó—. Como amigos, claro está —añadió a toda prisa.
—Me encantaría, Arnie. Y gracias por ser tan… bien, decente.
Sonrió y apartó la vista.
—¿Cerveza? —dijo Randolph, que parecía recuperado del trauma Lola.
—¿Algo que no tenga alcohol?
Me pasó un cartón de zumo de naranja y me serví un vaso.
—¿Vas a decírselo? —dijo Arnie.
—¿Decirme qué?
—No conseguí el papel en Amis —dijo Randolph—, pero estoy en la lista para una pequeña aparición con diálogo en el próximo Wolfe.
—¡Es una noticia excelente! —respondí con alegría—. ¿Cuándo?
—En algún momento de los próximos dos años. Hasta entonces voy a trabajar de sustituto; el Consejo de Géneros ha abierto los libros sobre viajes como destinos turísticos para los genéricos. Se acabaron las vacaciones en Barsetshire… voy a sustituir al conde Smorltork mientras él pasa dos semanas de vacaciones en Guía pictórica de Lakeland Fells de Wainwright.
—Felicidades.
Me dio las gracias, pero seguía distante. Se dio la vuelta para mirar el lago por la portilla, ensimismado.
—¿Qué hay de ti? —preguntó Arnie—. ¿Qué vas a hacer? ¡Tu descenso de categoría es la comidilla del Pozo!
—Corren rumores de que Harris Tweed será el próximo Bellman —comentó Arnie—. A pesar de su falta de experiencia, Jurisficción prefiere a un exterior.
—¿Qué tienen de especial los exteriores? —preguntó Randolph.
—Poseemos habilidades que tienen pocos genéricos.
—¿Cómo cuál?
Tomé el ejemplar UltraPalabra™ encuadernado en piel de El principito que estaba sobre la mesa y se lo pasé a Arnie.
—¿Hueles algo?
Se lo llevó a la nariz y negó con la cabeza. Yo me acerqué el libro y lo olisqueé; había esperado oler la piel pero percibí un aroma a melón. Recordé la última vez que lo había olido: al lado del extraño camión de Caversham Heights; el camión sin textura, el camionero automático sin personalidad. Una idea encajó.
—Era un camión de UltraPalabra™ —murmuré, buscando en mi bolso el tornillo cuadrado y sin textura que había recogido tras la desaparición del camión. Lo encontré y lo olisqueé con cautela. La cabeza me iba a toda velocidad mientras intentaba encontrar una conexión.
—Si esto es una muestra —dijo Arnie, pasando las páginas de El principito—, los lectores van a quedar encantados.
—Efectivamente —respondí mientras Randolph intentaba abrirlo… sin conseguirlo.
Se lo saqué de las manos y el libro se abrió con facilidad. Se lo devolví y las tapas no quisieron abrirse.
—Qué extraño —dije mientras Arnie volvía a abrir el libro sin dificultad—. Es el ejemplar de Havisham —añadí lentamente—. Ella lo leyó, yo también y ahora tú.
—¡Un libro que sólo pueden leer tres personas! —dijo Randolph desdeñoso—. ¡Un poco desagradable, diría yo!
—Sólo tres lectores —murmuré. Se me había helado el corazón al recordar la profecía de las tres brujas: Tres veces es una vez y tres veces son dos veces y tres veces otra vez… Quizás el nuevo sistema operativo no fuese el avance tecnológico igualitario que pretendía ser. Si así era y los libros de UltraPalabra™ sólo se podían abrir tres veces, entonces las bibliotecas serían cosa de la historia. ¿Y el camión cuadrado, el tornillo extraño? ¿Qué significaban? Me estremecí. Si estaban dispuestos a matar para encubrir el fallo del nuevo sistema, entonces la regla de las tres lecturas no era más que el principio. Mi orden de traslado había llegado de la Gran Central Textual vía sujetapapeles de Bellman. Quizá me estuviesen apartando por una razón… ¿Quién mejor que una aprendiza apenada para hacer preguntas incómodas? Si era así, lo de Havisham había estado lejos de ser un accidente.
—¿Problemas? —preguntó Arnie, que notó mi inquietud.
—Podría ser. La señorita Havisham estaba segura de que UltraPalabra™ tenía algún fallo. Creo que Perkins lo descubrió… y también Snell.
—¿Llegaron a decirlo? —preguntó Randolph, quien evidentemente había estado estudiando leyes para preparar su próxima aparición en una novela de Wolfe—. Va a ser difícil demostrarlo sin pruebas.
—Ni Perkins ni Havisham me dijeron nada… y lo único que saqué de Snell fue un galimatías en su lecho de muerte. Puede que me lo contase todo, pero tan mal escrito que no comprendí ni una palabra.
—¿Qué dijo?
—Dijo: «¡Thirsty! Wode… Cono… urdar retumba… locon triste…!» o algo parecido.
Arnie y Randolph se miraron.
—El «Thirsty» podría ser «Thursday» —comentó Randolph.
—Lo suponía —respondí—, pero ¿qué hay del resto?
—Se me ocurre —dijo Randolph pensativo— que si recitases esas palabras cerca de una fuente de antiortografía volverían a su estado original.
Se produjo una de esas largas pausas que siempre acompañan un momento de epifanía.
—Vale la pena intentarlo —respondí, pensando intensamente. ¿Dónde podría encontrar virus de antiortografía sin que nadie hiciese preguntas?
Me puse en pie, comprobé el cargador de la automática y abrí la guía de viaje.
—¿Adónde vas? —preguntó Arnie.
—A visitar el Grupo Ortográfico de Respuesta Rápida, al piso diecisiete. Creo que podrán ayudarme.
—¿Querrán hacerlo?
Me encogí de hombros. Era irrelevante. Preguntar no formaba parte del plan.
La puerta del ascensor se abrió en el piso diecisiete. El piso contenía todos los libros de autores cuyo apellido empezaba por Q, y como no eran demasiados el espacio restante se había cedido al Grupo Ortográfico de Respuesta Rápida de Jurisficción; si Jurisficción tenía algún virus antiortográfico vivo, ése era el lugar donde encontrarlo.
Aquel piso de la Gran Biblioteca estaba menos iluminado que otros, y las filas de literas de las muchas DanverClones empezaban al final de las novelas de Quiller-Couch. Las Danvers, sentadas, me siguieron silenciosamente con los ojos mientras yo avanzaba despacio por el pasillo. Cierto, era muy inquietante, pero no se me ocurría ningún otro lugar al que recurrir.
Llegué hasta el núcleo central de la Biblioteca, un agujero circular rodeado de urna barandilla de hierro forjado situado en la confluencia de los cuatro pasillos. El que había recorrido estaba lleno de Danvers, como otros dos. El cuarto pasillo estaba lleno de cajas de diccionarios y, más allá, se encontraba la enfermería en la que había visto a Snell por última vez. Me acerqué. Mis pies no hacían ruido sobre la mullida alfombra. ¿Snell se había enterado de tanto como Perkins? Después de todo, eran compañeros. Me maldije por no haberlo pensado antes, pero me sentí un poco mejor cuando caí en la cuenta de que a Havisham tampoco se le había ocurrido.
Llegué hasta la pequeña enfermería, equipada para tratar a cualquier persona infectada, con sus cortinas aislantes y sus vendas impresas con entradas de diccionario, que podían calmar y contener, pero que muy rara vez curaban… Snell estaba condenado desde el momento en que lo invadió el virus, y él lo sabía bien.
Abrí algunos cajones aquí y allá sin encontrar nada. Luego vi que había un montón aislado de diccionarios en una zona acordonada. Me acerqué a ellos repitiendo la palabra ambidextro.
—Ambidextro… ambidextro… ambidextro… ambidextro.
Bingo. Lo había encontrado.
—¿Señorita Next? —dijo una voz—. En nombre del cielo, ¿qué hace aquí?
Casi me quedo tiesa del susto. Me habría preocupado si hubiese sido Libris; pero no lo era… era Harris Tweed.
—¡Me ha dado un susto de muerte! —le dije.
—¡Lo siento! —Sonrió—. ¿Qué trama?
—Hay un problema con UltraPalabra™ —le confié.
Tweed miró hacia ambos lados del pasillo y bajó la voz.
—Yo también lo creo —siseó—, pero no estoy seguro de qué es… Sospecho que aplica una utilidad de «desvanecimiento de memoria» más rápida que la de la versión 8.3, para que el lector quiera releer el libro antes. Al Consejo de Géneros le interesa incrementar la tasa de lectura… La batalla con el ensayo va a ir en aumento; más de lo que nos dicen.
Era el tipo de cosa que había sospechado.
—¿Qué ha descubierto usted? —preguntó.
Me acerqué.
—UltraPalabra™ sólo permite tres lectores.
—¡Buen Dios! —exclamó Tweed—. ¿Algo más?
—Todavía no. Esperaba descubrir qué me había dicho Snell antes de morir. Estaba lleno de erratas, pero se me ha ocurrido que podría corregir lo que me dijo repitiéndolo cerca de una fuente de mala ortografía.
—Buena idea —respondió Tweed—, pero debe tener cuidado… una excesiva exposición y podría acabar permanentemente desortografiada.
Se calzó un par de guantes para manipular una DiccioCaja.
—Siéntese aquí y repita las palabras de Snell —me dijo, situando una silla a menos de un metro del montón de diccionarios—. Yo iré retirando los volúmenes uno a uno y veremos qué pasa.
—Wode… Cono… urdar retumba… locon triste —recité cuando Tweed retiró un diccionario del enorme montón que cubría el virus.
»Wode… Cone… uldar ratumbra… nocon treste —repetí.
—¿Quién más lo sabe? —preguntó—. Si lo que dice es cierto, es tan peligroso que ya han matado por ello tres veces. Odio decirlo, pero creo que en Jurisficción hay una manzana podrida.
—No lo monté a natie en Jurizfacción —le aseguré—. Wede… Caine… uldar ratabra… nocon tríes.
Harris apartó con cuidado otro diccionario. Yo veía un resplandor violeta entre los libros amontonados.
—No sabemos en quién podemos confiar —dijo serio—. Concretamente, ¿a quién se lo ha dicho? Es importante que yo lo sepa.
Apartó otro diccionario.
—Twede… Caine… ultarpatabra… no contíes.
El corazón se me heló. Twede. ¿Sería Tweed? Fingí que no pasaba nada y le miré, intentando decidir si me había oído. Yo tenía una muy buena razón para preocuparme; allí estaba él, controlando una potente fuente de virus antiortográfico. Si sacaba un diccionario de más, yo podría quedar fatalmente convertida en Thirsty Neck o algo similar… y nadie sabía que estaba allí.
—Le escribaré una rista zi le zirbe de apuda —dije intentando aparentar normalidad.
—Dígamelo simplemente —dijo, todavía sonriendo—. ¿A quiénes? ¿A algunos de los genéricos de Caversham Heights?
—Ze lo monté a vellman.
La sonrisa desapareció de su cara.
—Ahora sé que miente.
Nos miramos. Tweed no era ningún tonto; sabía que le había descubierto.
—Tweed —dije, ahora que el proceso se había invertido por completo—. Kaine… UltraPalabra… ¡No confíes!
Salté a un lado tan pronto como terminé de decirlo. Justo a tiempo… Tweed sacó tres diccionarios de la parte inferior y la DiccioCaja se derrumbó parcialmente.
Caí al suelo mientras el tremendo resplandor, que emanaba exclusivamente en una dirección desde el montón caído de diccionarios, convertía instantáneamente la cama de hospital que había tenido detrás en una rana hospitalaria, una rana de peluche que me saludó alegremente y me dijo que me pasase a cenar cualquier día de la semana… y que llevase a un amigo.
Me lancé contra Tweed, que no era tan rápido como yo. Mi habla había vuelto casi por completo a la normalidad.
—¡¿Snell y Perkins?! —grité, reteniéndole contra el suelo—. ¿Quién más? ¿Havisham?
—Eso da igual —gritó mientras yo sacaba el arma y le obligaba a pegar la barbilla contra la alfombra.
—¡Se equivoca! —le dije con furia—. ¿Cuál es el inconveniente de UltraPalabra™?
—No tiene ningún inconveniente —respondió, intentando parecer razonable—. Es más, ¡todo es perfecto en UltraPalabra™! Piénselo un momento. Con UltraPalabra™ el control del MundoLibro jamás habrá sido más simple. Y con exteriores modernos y de mente abierta como usted y yo, ¡podemos llevar la ficción hasta alturas nunca alcanzadas!
Hundí la rodilla con más fuerza en la base de su cuello y le grité:
—¿Y qué tiene que ver Kaine con todo esto?
—UltraPalabra™ beneficia a todos, Next. A nosotros aquí y a los editores ahí fuera. ¡Es el sistema perfecto!
—¿Perfecto? Si ha tenido que recurrir al asesinato para llevarlo adelante, ¿cómo puede ser perfecto?
—En la ficción hay asesinatos continuamente… sin el asesinato y el miedo que da hace mucho tiempo que habríamos perdido a millones de lectores.
—¡Era mi amiga, Tweed! —grité—. ¡No era carne de cañón para una novela de suspense barata!
—Está cometiendo un gran error —respondió, con la cara todavía pegada a la alfombra—. Puedo ofrecerle un puesto importante en la Gran Central Textual. Con UltraPalabra™ bajo nuestro control, tendremos el poder de cambiar lo que nos dé la gana dentro de la ficción. Le dio un final feliz a Jane Eyre… podemos hacer lo mismo con incontables novelas y ofrecerle al público lector lo que quiere. Nosotros dictaremos las normas a esos burócratas apolillados del Consejo de Géneros y forjaremos una ficción nueva y más fuerte que catapultará la novela a lo más alto. ¡Las editoriales universitarias dejarán de mirarnos por encima del hombro y el ensayo dejará de marginarnos!
Llabía oído lo suficiente.
—Está acabado, Tweed. ¡Cuándo Bellman se entere de lo que ha estado tramando…!
—Bellman es un tonto sin poder, Next. Hace lo que nosotros le decimos. Suélteme y ocupe su lugar a mi lado. La esperan aventuras y riqueza sin límites… Incluso podemos reescribir a su marido.
—Ni lo sueñe. Quiero al Landen real o nada.
—No podrá distinguirlo. Deme la mano… no volveré a ofrecérsela.
—No hay acuerdo.
—Entonces —dijo lentamente—, es un adiós.
Vi algo con el rabillo del ojo y me desplacé rápidamente a la derecha. Un mango de hacha me pasó cerca del hombro y golpeó la alfombra. Era Uriah Hope. No era de extrañar que Tweed no pareciese nada preocupado. Me aparté rodando de Tweed y esquivé el siguiente golpe de Uriah. Caí de espaldas sobre la alfombra en mi prisa por escapar. El volvió a atacar y destrozó una mesa, encajando la hoja en la madera e invirtiendo el tiempo suficiente en sacarla como para que yo pudiese ponerme en pie y apuntar. No fui lo suficientemente rápida y él hizo saltar la pistola de mi mano; me agaché para esquivar el siguiente golpe y correr hacia Tweed, que empezaba a ponerse en pie. Me agarró del tobillo y caí con un buen golpe. Me puse de espaldas mientras Uriah se lanzaba hacia mí dando un grito. Le apoyé un pie en el pecho y empujé. El impulso del salto le mandó directamente contra el montón de diccionarios… y el virus antiortográfico. Tweed intentó agarrarme, pero huí y salí corriendo por el pasillo justo cuando las DanverClones empezaban a inquietarse.
—¡Matadla! —gritó Tweed, y las Danvers empezaron a moverse rápidamente hacia mí. Me saqué la guía de viaje del bolsillo, la abrí por la página adecuada y me quedé quieta en medio del pasillo. No podía correr más que ellas, pero podía leer más rápido. Cuando saltaba sentí los dedos huesudos de las Danvers agarrando mi forma, que se desvanecía con rapidez.
Salté directamente a Norland Park. Dejé atrás a los personajes de poemas infantiles en huelga y al portero con cara de rana y me presenté un poco precipitadamente en las oficinas de Jurisficción. Choqué con la Reina Roja, que se cayó y, a su vez, derribó a Benedict y a Bellman. Rápidamente me hice con la pistola de Benedict, por si Tweed o Hope llegaban y, en consecuencia, el ataque me vino de donde menos esperaba. Confundiendo mis intenciones, la Reina Roja me agarró el brazo y me lo retorció a la espalda mientras Benedict se lanzaba contra mi cintura y me derribaba, gritando:
—¡Arma! ¡Proteged a Bellman!
—¡Esperad! —grité—. ¡Hay un problema con UltraPalabra™!
—¿Qué quieres decir? —exigió saber Bellman una vez que hube entregado el arma—. ¿Es una broma?
—No es ninguna broma —respondí—. Es Tweed…
—¡No le haga caso! —gritó Tweed, que acababa de aparecer—. ¡Es una asesina ambiciosa que no se detendrá ante nada para conseguir lo que quiere!
Bellman nos miró por turnos.
—¿Tienes pruebas, Harris?
—Oh, sí. —Sonrió—. Más pruebas de las que necesito. Heep, tráelo.
Uriah Hope (ahora Heep) había sobrevivido a las erratas, pero había quedado irremisiblemente cambiado. Si antes era violento, ahora, gracias al virus, era lento; era fiel en lugar de cruel, afectuoso en lugar de odioso. Pero eso no era lo peor. Tweed lo había planeado todo a la perfección: Uriah sostenía la funda de almohada manchada que contenía la cabeza de Snell. No la suya propia, claro: el recurso narrativo por el que tanto había pagado en el Pozo.
—Lo encontramos en la casa de Thursday Next —anunció Tweed—, oculto en el armario de la escoba. Heep, por favor.
El joven delgado y cetrino, cuyo pelo era ahora erizado en lugar de rizado, dejó la bolsa sobre la mesa y sacó la cabeza sosteniéndola por los pelos. Benedict jadeó y la Reina Roja se persignó.
—¡Por todos los santos —murmuró Bellman—, es Godot!