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Tres brujas, opción múltiple y sarcasmo

JURISFICCIÓN es el nombre que recibe la sección policial cuyo ámbito de actuación está dentro de los libros. Por orden del Consejo de Géneros y aprovechando las posibilidades de la Gran Central Textual para recopilar información, el cuerpo de Agentes de Recursos Prosaicos de Jurisficción es una mezcla variopinta de personajes, la mayoría reclutados de la ficción, pero algunos, como Harris Tweed y yo misma, del mundo real. Los «oteadores» empleados por la Gran Central Textual descubren los problemas de la ficción y se los pasan a Bellman, que, elegido por un periodo de diez años, dirige Jurisficción según un reglamento estricto fijado por el Consejo de Géneros. Jurisficción tiene su propio código de conducta, un departamento técnico, cafetería y lavandera residente.

THURSDAY NEXT

Las crónicas de Jurisficción

La señora Singh no desperdició la oportunidad y reunió a otros aprendices de patólogo que conocía en el Pozo. Todos permanecieron hipnotizados mientras yo transmitía la poca información que poseía. Agotada, conseguí escapar cuatro horas más tarde. Ya era de noche cuando logré llegar a casa. Abrí la puerta del bote volador y me quité los zapatos. Pickwick vino corriendo a recibirme y me tiró excitada de la pernera del pantalón. La seguí por todo el salón y luego tuve que esperar mientras recordaba dónde había dejado el huevo. Al final lo encontramos envuelto detrás del equipo de alta fidelidad, y la felicité, aunque no había ningún cambio en su apariencia.

Fui a la cocina, ibb y obb llevaban todo el día estudiando a la señora Beeton, e ibb intentaba preparar filetes con patatas fritas. Landen solía cocinar para mí y de pronto me sentí muy sola y pequeña, tan lejos de mi hogar que bien hubiese podido estar en Plutón. obb daba los últimos toques a un pastel de boda de cuatro pisos profusamente decorado.

—Hola, ibb —dije—, ¿cómo va?

—¿Cómo va qué? —respondió el genérico con aquel molesto tono monótono que usaban—. Y yo soy obb.

—Lo siento… obb.

—¿Por qué lo sientes? ¿Has hecho algo?

—No importa.

Me senté a la mesa y abrí un paquete que había llegado. Era de la señorita Havisham y contenía el Examen Estándar de Ingreso en Jurisficción. Jurisficción era la policía de dentro de los libros, a la que me había unido casi por accidente. Yo quería sacar a Jack Schitt de «El cuervo» e incorporarme al grupo parecía la mejor forma de aprender. Pero había acabado tomándole cariño a Jurisficción y ya sentía de veras que debía ayudar a mantener la solidez de la palabra escrita. Era el mismo trabajo que había realizado en OpEspec, aunque ejecutado desde el otro lado. Pero me sorprendió que, en esa ocasión, la señorita Havisham se equivocara: no estaba preparada para ser miembro de pleno derecho.

El pesado volumen contenía quinientas preguntas, casi todas de opción múltiple. Me di cuenta de que el examen se controlaba a sí mismo; tan pronto como abrí el libro, un reloj situado en la esquina superior izquierda se puso a descontar dos horas. En su mayoría eran preguntas de literatura con las que no tuve ningún problema. La ley de Jurisficción era más compleja y probablemente tuviese que consultar a la señorita Havisham. Decidí probar suerte y, diez minutos más tarde, estaba pensándome la pregunta cuarenta y seis: «¿Cuáles de los siguientes poetas nunca usaron la palabra ilegal “majestuoso” en ninguna de sus obras?» En ese momento sonó un golpe en la puerta seguido de un trueno.

Cerré el libro de examen y abrí. En el embarcadero había tres viejas espantosas vestidas con sucios harapos, de rasgos huesudos, piel áspera y llena de verrugas. En cuanto hube abierto iniciaron una actuación bien ensayada.

—¿Cuándo nos volveremos a reunir las tres? —dijo la primera bruja—. ¿En Thurber, Wodehouse o en Greene?

—Cuando el bullicio haya acabado —añadió la segunda—. ¡Cuándo la historia haya terminado!

Se produjo una pausa hasta que la segunda bruja le dio un codazo a la tercera.

—Lo que será tras la puesta de sol —dijo ésta con rapidez.

—¿En qué lugar?

—En el texto.

—¡Allí para reunirse con la señorita Next!

Dejaron de hablar y las miré fijamente, sin estar segura de qué se suponía que debía hacer.

—Muchas gracias —respondí, pero la primera bruja bufó desdeñosa y encajó el pie en la puerta cuando intenté cerrarla.

—¿Profecías, cortés dama? —preguntó mientras las otras dos reían horriblemente a carcajadas.

—La verdad es que no —respondí, apartando el pie—. Quizás en otro momento.

—¡Salud, señorita Next, salud! ¡Ciudadana de Swindon!

—En serio, lo lamento… y no tengo monedas.

—¡Salud, señorita Next, salud! ¡Agente de pleno derecho de Jurisficción, eso serás!

—Si no se van —dije, empezando a sentirme molesta—, yo…

—¡Salud, señorita Next! ¡Al final Bellman, eso serás!

—Claro que sí. Venga, váyanse charlatanas… ¡Vayan a molestar a otra!

—¡Un chelín! —dijo la primera—. Y te diremos más… o menos, como prefieras.

Cerré la puerta a pesar de sus protestas y me dediqué de nuevo al examen. Sólo había conseguido responder a la pregunta cuarenta y nueve, «¿Cuál de estas palabras no es un gerundio?», cuando volvieron a llamar a la puerta.

—¡Maldita sea! —murmuré, poniéndome en pie y golpeándome el talón con la pata de la mesa. Eran las tres brujas otra vez.

—Creo que les he dicho…

—Seis peniques, entonces —dijo la bruja principal, alargando una mano huesuda.

—No —respondí con firmeza, frotándome el talón—. Nunca compro nada a los vendedores a domicilio.

Todas arrancaron de nuevo.

—Tres para ti y tres para mí, y otra vez tres para dar…

Volví a cerrar la puerta. No era supersticiosa y tenía cosas mucho más importantes de las que ocuparme. Simplemente volví a sentarme, tomé un sorbo de té y respondí a la siguiente pregunta: «¿Quién escribió El sapo de Toad Hall?» Volvieron a llamar a la puerta.

—Vale —dije para mí, atravesando la sala—. Estoy harta de vosotras tres. —Abrí la puerta y solté—: Mira, vieja, en serio que no me interesa y nunca me interesará tu… Oh. —Me quedé mirando incrédula. Era Yaya Next. Creo que no me hubiese sorprendido más si se hubiese tratado del almirante Nelson en persona—. ¡¿Yaya?! —exclamé—. ¿Qué haces aquí?

Iba ataviada de guinga azul de pies a cabeza: el vestido, el abrigo, incluso el sombrero, los zapatos y el bolso.

La abracé. Olía a Bodmin para señoras. Ella me devolvió el abrazo con esa fragilidad de las personas mayores. Y era muy mayor… Ciento ocho años según el último recuento.

—He venido a cuidar de ti, joven Thursday —anunció.

—Eh… gracias, Yaya —respondí, preguntándome exactamente cómo había llegado hasta allí.

—Vas a tener un bebé y necesitas cuidados —añadió con grandiosidad—. Tengo la maleta en el amarradero y vas a pagar el taxi.

—Claro que sí —murmuré. Fuera encontré un taxi amarillo con el rótulo en la puerta: «TaxisTransGenéricos.»

—¿Cuánto? —le pregunté al taxista.

—Diecisiete con seis.

—¿Sí? —respondí sarcástica—. ¿Seguiste la ruta más larga?

—Los viajes al Pozo cuestan el doble —dijo el taxista—. Paga o Jurisficción se enterará de esto.

Le pasé una libra y él se tocó los bolsillos.

—Lo siento —dijo—. ¿No tienes nada más pequeño? No llevo mucho cambio.

—Quédatelo —le dije mientras el notaalpiéfono murmuraba algo relativo a un grupo de diez que quería salir de la Florencia de El Decamerón. Recogí el recibo y el taxi se alejó. Llevé la maleta de Yaya al Sunderland.

—Estos son ibb y obb —le expliqué—, genéricos acuartelados conmigo. El de la izquierda es ibb.

—Yo soy obb.

—Lo siento. Ése es ibb y ése es obb. Ésta es mi abuela.

—Hola —dijo Yaya Next, mirando a los dos invitados.

—Eres muy vieja —comentó ibb.

—Tengo ciento ocho —anunció Yaya con orgullo—. ¿Sabéis hacer algo aparte de mirar fijamente?

—La verdad es que no —dijo ibb.

—Ploc —dijo Pickwick, que había sacado la cabeza por la puerta. Ahuecó las plumas de emoción y corrió a saludar a Yaya, quien siempre parecía llevar encima un par de golosinas.

—¿Cómo es eso de ser vieja? —preguntó ibb, que miraba atentamente las blandas arrugas rosadas de la piel de Yaya.

—Es la adolescencia de la muerte —respondió ella—. Pero ¿sabéis qué es lo peor?

ibb y obb negaron con la cabeza.

—Por sólo tres días me voy a perder mi propio funeral.

—¡Yaya! —la reñí—. Los vas a confundir… Tienden a tomárselo todo literalmente.

Era demasiado tarde.

—¿Perderse su propio funeral? —murmuró ibb, pensando con gran concentración—. ¿Cómo es posible?

—Piénsalo, ibb —dijo obb—. Si viviese tres días más, podría hablar en su propio funeral. ¿Lo pillas?

—Claro que sí —dijo ibb—, qué estúpido soy.

Y se fueron a la cocina, hablando sobre el libro de la señora Beeton y comentando la mejor forma de afrontar la relación amorosa entre la fregona y el limpiabotas… debía de tratarse de una edición muy antigua.

—¿Cuándo cenamos? —preguntó Yaya, mirando con desdén el interior del bote volador—. Estoy muerta de hambre. Pero no me des nada que sea más duro que el sebo, por favor. Mis piños ya no son lo que eran.

Delicadamente la ayudé a quitarse el abrigo de guinga y la senté a la mesa. Para ella un filete era como comer travesaños de ferrocarril, así que me puse a prepararle una tortilla.

—Bien, Yaya —dije, rompiendo algunos huevos—, quiero que me digas qué haces aquí.

—Tengo que estar aquí para recordarte cosas que podrías olvidar, joven Thursday.

—¿Cómo qué?

—Como a Landen. También erradicaron a mi marido y me hizo falta alguien que me ayudase durante el proceso, por tanto aquí estoy para ayudarte a ti.

—¡No voy a olvidarle, Yaya!

—Sí —admitió de esa forma suya peculiar—, aquí estoy para asegurarme de ello.

—Eso explica por qué estás aquí —insistí—, pero ¿qué hay del cómo has llegado?

—Antaño yo también solía hacer trabajos ocasionales para Jurisficción —me explicó—, hace mucho tiempo, sí, pero fue uno de los múltiples trabajos de mi vida… y ni siquiera fue el más extraño.

—¿Cuál fue ése? —pregunté, sabiendo en el fondo que no debía preguntarlo.

—Bien, una vez fui Dios Emperador del Universo —respondió de la misma forma en que podría haber admitido que iba al cine—. Me resultó muy raro ser hombre durante veinticuatro horas.

—Sí —respondí—, supongo que debió de serlo.

ibb puso la mesa y nos sentamos a comer diez minutos más tarde. Mientras Yaya sorbía la tortilla yo intenté mantener una conversación con ibb y obb. El problema era que ninguno de los dos tenía la capacidad de comunicación social necesaria para asimilar de una conversación otra cosa que los hechos desnudos.

Probé a contar un chiste que le había oído a Bowden, mi compañero de OpEspec, sobre un pulpo y una gaita. Pero cuando acabé, los dos me miraron fijamente.

—¿Por qué iba a llevar pijama una gaita? —preguntó ibb.

—No era un pijama —respondí—, era el tartán. El pulpo creyó que era un pijama.

—Comprendo —dijo obb, sin comprenderlo en absoluto—. ¿Te importaría repetirlo?

—Decidido —dije con resolución—, vais a tener personalidad aunque muera en el intento.

—¿Morir? —preguntó ibb totalmente en serio—. ¿Por qué ibas a morir?

Pensé con mucho cuidado. Debía haber un comienzo posible. Chasqueé los dedos.

—Sarcasmo —dije—. Empezaremos por ahí.

Los dos me miraron inexpresivos.

—Bien —arranqué—, el sarcasmo es pariente cercano de la ironía y da a entender un doble significado… literalmente significa lo contrario de lo que se ha dicho. Por ejemplo, si me estuvieses mintiendo sobre quién se comió todas las anchoas que dejé en la alacena, y tú te las hubieses comido, podrías decir: «No fui yo.» Entonces yo diría: «Claro que no fuiste tú», queriendo decir en realidad que estoy segura de que fuiste tú, pero expresándolo de forma irónica y sarcástica.

—¿Qué son anchoas? —preguntó ibb.

—Un pescado pequeño y muy salado.

—Comprendo —respondió ibb—. ¿El sarcasmo se aplica a otras cosas o sólo al pescado?

—No, las anchoas robadas son sólo un ejemplo. Ahora probad.

—¿Una anchoa?

—No, probad con el sarcasmo.

Siguieron mirándome inexpresivos. Suspiré.

—Es como intentar clavar melaza en la pared —murmuré por lo bajo.

—Ploc —dijo Pickwick en sueños, desplomándose lentamente—. Ploc-ploc.

—El sarcasmo se explica mejor con humor —dijo Yaya, que había estado siguiendo con interés mis esfuerzos—. ¿Sabéis que Pickwick no es demasiado lista?

Pickwick se agitó en sueños allí donde había caído, descansando sobre la cabeza con las patas en el aire.

—Sí, lo sabemos —respondieron ibb y obb, que al menos eran muy observadores.

—Bien, si yo dijese que es más fácil enseñarle un truco a la levadura que a Pickwick, estaría usando una forma suave de sarcasmo para hacer un chiste.

—¿La levadura? —preguntó ibb—. Pero si la levadura no es inteligente.

Exacto —respondió Yaya—. Por tanto, estoy comentando sarcásticamente que Pickwick tiene menos capacidad mental que la levadura. Probad vosotros.

Los genéricos se lo pensaron un buen rato.

—Por tanto —dijo ibb muy despacio—, ¿qué tal… Pickwick es tan lista que se sienta en la tele y mira el sofá?

—Es un comienzo —dijo Yaya.

—Y —añadió ibb, más confiado por momentos—, si Pickwick participase en un programa concurso, sería mejor que escogiese «huevo de dodo» como tema.

obb también empezaba a pillarle el tranquillo.

—Si una idea se le pasase por la cabeza, sería el viaje más corto jamás registrado…

Pickwick causaría sensación en Oxford… pero sólo dentro de un frasco de muestras.

—Vale, ya basta de sarcasmos —me apresuré a decir—. Sé que Pickwick no ganaría el premio de Cerebro del MundoLibro pero es una compañera fiel.

Miré a Pickwick, que se cayó del sofá y se dio un buen golpe contra el suelo. Se despertó y empezó a hacer «ploc» con estruendo al sofá, a la mesa de café, a la alfombra… de hecho, a todo lo que tuviese cerca… antes de calmarse, subirse al huevo y volver a quedarse dormida.

—Lo habéis hecho bien, chicos —dije—. En otra ocasión probaremos a leer entre líneas.

Poco después ibb y obb se fueron a su cuarto discutiendo sobre la relación entre sarcasmo e ironía, y sobre si la ironía podría generarse en condiciones de laboratorio. Yaya y yo charlamos sobre el hogar. Madre estaba muy bien, eso parecía, y Joffy, Wilbur y Orville andaban tan locos como siempre. Yaya, sabiendo de mis encuentros con Yorrick Kaine, me informó de que éste había regresado poco después del episodio de Volé Towers, había perdido su escaño en el Parlamento y que poco después había vuelto a dirigir su periódico y su empresa editorial. Yo sabía que era ficticio y un peligro para el mundo, pero no veía qué podía hacer desde donde me encontraba. Hablamos hasta tarde del MundoLibro, Landen, la erradicación y tener hijos. Yaya tenía tres, así que me contó todos esos detalles que no te cuentan cuando firmas para el primero.

—Es mejor que consideres que los tobillos hinchados son un premio —dijo, lo que no me sirvió de mucho.

Esa noche acomodé a Yaya en mi cuarto y yo dormí en el dormitorio situado bajo la cabina del piloto. Me aseé, me desvestí y me metí en la cama, cansada del trabajo del día. Allí me quedé, mirando la luz reflejada que bailaba en el techo, y pensé en mi padre, en Emma Hamilton, en Jack Spratt, en la Crema Maravillosa y en los bebés. Se suponía que estaba allí para descansar, pero no podía ignorar el peligro de eliminación de Caversham Heights… Podría haberme mudado, pero me gustaba estar allí y, además, ya había huido lo suficiente. La llegada de Yaya había sido un hecho extraño, pero dado que en el Pozo muchas cosas eran extrañas, lo raro se había vuelto muy normal. Si las cosas seguían así, lo aburrido y sin sentido se volvería espectacularmente interesante.