27
El faro al borde de mi mente
La familia Hades estaba compuesta, cuando la conocí, por Acheron, Styx, Phlegethon, Cocytus, Lethe y, la única chica, Aornis. Su padre había muerto muchos años antes, dejando a la madre completamente sola a la cabeza de la joven y diabólica familia. En una ocasión, Vlad el Empalador describió a la familia Hades como «absolutamente repelente». Los Hades sacaban fuerzas de la desviación y cometiendo todo tipo de horrores. Algunos con garbo, algunos con falta de entusiasmo, otros con una especie de despreocupación por lo que hacían. Lethe, la «oveja blanca» de la familia, apenas era cruel… pero los otros lo compensaban con creces. Con el tiempo, yo acabaría derrotando a tres de ellos.
THURSDAY NEXT
Hades: la familia surgida del infierno
Una ola se precipitó contra las rocas que había a mi espalda, rociándolas de agua fría y espuma. Me estremecí. Estaba en un saliente rocoso en la más oscura de las noches azotadas por el viento y, frente a mí, tenía un faro. El viento silbaba y gemía alrededor de la torre y un rayo dio en el punto más alto. La electricidad recorrió el cable de tierra provocando una lluvia de chispas, dejando atrás el olor acre del azufre. El faro era tan negro como la obsidiana y, al mirar arriba, daba la impresión de que la lámpara de arco que rotaba en el interior de la enorme lente realmente flotaba en el aire. La luz recorría la oscuridad tenebrosa iluminando sólo un mar estremecido y furioso. Retrocedí en mi mente, pero no encontré nada; carecía de recuerdos y experiencias pasadas. Ése era el punto más solitario de mi subconsciente, una isla sin memoria donde no existía nada excepto lo que pudiese ver y oler en ese momento concreto. Pero todavía conservaba las emociones y era consciente del peligro y de la intencionalidad. De alguna forma comprendía que estaba allí para vencer… o ser vencida.
Otra ola golpeó a mi espalda y con el corazón intranquilo tiré de la puerta de acero y enseguida estuve dentro, a salvo del viento. La puerta quedó bien cerrada y miré a mi alrededor. En el centro había una escalera de caracol, nada más… ni un mueble, ni un libro, ni una maleta: nada.
Volví a estremecerme y saqué el arma.
—Un faro —murmuré—, un faro en medio de la nada.
Subí lentamente los escalones de cemento, mirando con cautela hacia donde se perdían de vista por la curvatura. El primer piso estaba desierto y subí otro. En ninguna de las estancias circulares a las que llegué había signos de ocupación, de forma que fui subiendo lentamente con el brazo del arma bien estirado y temblando de temor por una pérdida inmediata que no podía controlar ni comprender. En el piso superior moría la escalera; una escalerilla de metal era la única forma de seguir subiendo. Sobre mi cabeza oía el gemido de los motores eléctricos que impulsaban la lámpara rotatoria. La brillante luz blanca surgía por el tejado abierto a medida que el faro daba vueltas. Pero esa habitación no estaba vacía. Una joven sentada en un sillón se empolvaba la nariz con ayuda de un espejito.
—¿Quién eres? —pregunté, apuntándole con el arma.
Bajó el espejo, sonrió y miró la pistola.
—¡Vaya! —exclamó—. Nunca dejarás de ser una mujer de acción, ¿verdad?
—¿Qué hago aquí?
—De verdad que no lo sabes, ¿eh?
—No —respondí, bajando el arma. No podía recordar ningún hecho, pero sí sentir amor y pérdida y frustración y miedo. La mujer se relacionaba conmigo en uno de esos aspectos, pero no sabía en cuál.
—Me llamo… —dijo la joven. Calló y volvió a sonreír—. No, creo que incluso eso es demasiado. —Se puso en pie y se me acercó—. Te basta con saber que mataste a mi hermano.
—¿Soy una asesina? —susurré, buscando en mi corazón la culpa por tal crimen sin encontrarla—. Yo… yo no te creo.
—Oh, es cierto —dijo—, y yo obtendré mi venganza. Deja que te muestre algo.
Me llevó hasta el ventanal y señaló. Cayó otro rayo y la vista quedó iluminada. Nos encontrábamos al borde de una impresionante catarata que se alejaba de nosotras curvándose hasta perderse en la oscuridad. El océano se vaciaba por el borde; millones de litros por segundo caían al abismo. Pero eso no era todo. Tras otro trueno comprobé que la cascada erosionaba lentamente la pequeña isla sobre la que se sostenía el faro… mientras miraba, el primer trozo del saliente rocoso cayó sin hacer ruido y desapareció en el espacio.
—¿Qué está pasando? —exigí saber.
—Lo estás olvidando todo —se limitó a decir, moviendo las manos en dirección a la habitación—. Esto de aquí no son más que algunos de tus recuerdos que he juntado… un último punto de apoyo, si te parece. La tormenta, el faro, la cascada, la noche, el viento… nada de esto es real. —Se me acercó tanto que olí su perfume—. Y todo esto no es más que una representación de tu mente. El faro eres tú: tu conciencia. El mar que nos rodea son tus experiencias, tus recuerdos… todo lo que te convierte en la persona que eres. Todo se va como se va el agua del baño. Pronto el faro caerá al vacío y entonces…
—¿Y entonces?
—Y entonces habré ganado. No recordarás nada… ni siquiera esto. Volverás a aprender, claro está… en diez años es posible que seas capaz de atarte los cordones de los zapatos Pero durante los primeros años, la única decisión que podrás tomar es por qué lado de la boca babear.
Me volví para irme, pero me llamó:
—No puedes huir. ¿Adónde irías? Para ti, no hay ningún otro lugar más que éste.
Me detuve en la puerta y me volví, alcé el arma y disparé una vez. La bala atravesó a la joven y dio sin causar daño en la pared de atrás.
—Te va a hacer falta algo mejor, Thursday.
—¿Thursday? —repetí—. ¿Me llamo así?
—No importa —dijo la joven—. No recuerdas a nadie que pueda ayudarte.
—¿No es tu victoria un poco huera? —le dije, bajando el arma y frotándome la sien, intentando recordar aunque fuese una cosa.
—Eliminar de tu mente lo que más apreciabas fue lo más difícil —respondió la mujer—. Sólo tuve que invocar tu miedo, el recuerdo que más temes. Después, todo fue fácil.
—¿Mi mayor temor?
Volvió a sonreír y me mostró el espejito. No había reflejo, sino imágenes que destellaban anónimas. Sostuve el espejo y miré, intentando entender lo que veía.
—Son imágenes de tu vida —me dijo—. Tus recuerdos, la gente a la que amas, todo lo que aprecias… pero también todo lo que temes. Puedo modificarlas y cambiarlas a voluntad… o incluso borrarlas por completo. Pero antes de hacerlo voy a obligarte una vez más a ver la peor de todas. Contempla esto, Thursday, ¡contempla y siente por última vez la pérdida de tu hermano!
El espejo me mostró la imagen de una guerra muy lejana, la muerte violenta de un soldado que me resultaba familiar, y sentí el dolor de la pérdida atravesándome. La mujer rio mientras las imágenes se repetían, en esta ocasión más claras y más gráficas. Cerré los ojos para bloquear el horror, pero conmocionada los volví a abrir rápidamente. Había entrevisto algo más, justo en los límites de mi mente, tenebroso y amenazador, esperando a anegarme. Jadeé y la mujer captó mi terror.
—¿Qué es? —gritó—. ¿Algo que he pasado por alto? ¿Peor que Crimea? ¡Déjame ver!
Intentó agarrar el espejo, pero lo dejé caer. Se hizo añicos contra el piso de cemento y oímos un choque apagado cuando algo golpeó la puerta de acero, cinco pisos más abajo.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó.
Comprendí lo que había visto. Su presencia, tan desagradable durante muchos años en el fondo de mi mente, podía ser justo lo que precisaba para derrotarla.
—Mi peor pesadilla —le dije—, y ahora la tuya.
—Pero ¡no puede ser! Tu peor pesadilla era Crimea, la muerte de tu hermano… lo sé, ¡busqué por tu mente!
—Entonces —le dije despacio, recuperando las fuerzas a medida que la mujer perdía confianza—, ¡deberías haber buscado con más atención!
—Pero sigue siendo demasiado tarde para que te ayude —dijo, con la voz temblorosa—. No logrará entrar, ¡eso te lo aseguro!
Otro golpe tremendo; la puerta de acero había saltado de los goznes.
—Te vuelves a equivocar —dije con tranquilidad—. Le pediste que viniese y ha venido.
Corrió a los escalones y gritó.
—¿Quién está ahí? ¿Quién eres? ¿Qué eres?
Pero no hubo respuesta; sólo un suspiro apagado y el sonido de las pisadas sobre los escalones a medida que subía, lentamente. Miré justo cuando caía otra sección de la isla rocosa. El faro se encontraba al borde mismo del abismo y podía mirar directamente sus hipnóticas profundidades. Un temblor agitó los cimientos; el faro se inclinó y un trozo de yeso cayó de la pared.
—¡Thursday! —me rogó a gritos—. ¡Puedes controlarlo! ¡Haz que pare!
Cerró la puerta que daba a la escalera. Mientras la aseguraba las manos le temblaban.
—Podría ocultarlo si quisiese —dije mirando a la mujer aterrorizada—, pero decido no hacerlo. Tú me pediste que contemplase mis miedos… ahora puedes unirte a mí.
El faro volvió a moverse y se abrió una grieta en la pared, por la que se veía el mar agitado por el viento que había más allá; la luz dejó de girar emitiendo un gemido de metal retorcido. Golpearon la puerta.
—Siempre hay un pez más grande, Aornis —dije despacio, comprendiendo de pronto quién era ella a medida que el pasado iba surgiendo de la niebla—. Como todos los Hades, eres perezosa. Creiste que la muerte de Antón era lo peor que podrías encontrar. No buscaste más. Apenas miraste en mi subconsciente. Lo antiguo, lo aterrador, lo que nos mantiene despiertos de niños, las pesadillas que apenas puedes entrever al despertar, el miedo que relegamos al fondo de nuestra mente pero siempre está ahí, relamiéndose en la distancia.
La puerta cayó hacia dentro mientras el faro se agitaba y parte de la pared caía. Entró un viento helado, el techo cayó medio metro y la electricidad saltó de varios cables. Aornis miró la forma que acechaba en el umbral, babeando.
—¡No! —gimió—. Lo siento, no pretendía… yo…
Vi cómo el pelo de Aornis se volvía de un blanco niveo, pero de su garganta no surgió ningún grito. Bajé la vista y me volví hacia la puerta, sólo entreviendo con el rabillo del ojo una forma indeterminada que avanzaba hacia Aornis, que se había hincado de rodillas y sollozaba sin control. Atravesé la puerta destrozada y bajé los escalones de dos en dos. Al salir, el saliente de roca volvió a estremecerse y el tejado cónico del faro cayó dando vueltas entre ladrillos y fragmentos de hierro oxidado. Aornis recuperó al fin la voz y gritó.
No me detuve ni aminoré el paso. Todavía podía oírla pidiendo misericordia a gritos cuando subí al pequeño bote que Aornis había dejado allí para huir y remé en las aguas negras. Sus gritos sólo se apagaron cuando el faro cayó al abismo, llevándose con él el espíritu malévolo de Aornis.
Me detuve un momento, para luego volver a remar. Los remos resonaban en los toletes.
—Ha sido impresionante —dijo una voz tranquila a mi espalda. Me volví para encontrame a Landen sentado allí. Era exactamente como le recordaba. Alto y guapo, con el pelo ligeramente gris en las sienes. Mis recuerdos, embotados durante tanto tiempo, ahora le daban más vida de la que había tenido durante semanas. Dejé los remos y estuve a punto de hacer zozobrar el bote en mis prisas por abrazarle, por sentir su calor. Le abracé hasta que apenas pudo respirar, con las lágrimas corriéndome por las mejillas.
—¿Eres tú? —grité—, ¿realmente tú, no uno de los jueguecitos de Aornis?
—No, soy yo —dijo, besándome con ternura—, o al menos tu recuerdo de mí.
—Volverás de verdad —le aseguré—. ¡Te lo prometo!
—¿Me he perdido mucho? —preguntó—. No es agradable que tus seres queridos te olviden.
—Bien —empecé a decir mientras nos poníamos cómodos en el bote, tendiéndonos para mirar a las estrellas—, hay una actualización llamada UltraPalabra™ y…
Estuvimos abrazados mucho tiempo en el pequeño bote, a la deriva por el museo de mi mente, con el mar en calma frente a nosotros a medida que se acercaba la aurora.