14
Educar a los genéricos
Los genéricos eran los camaleones del Pozo. En general se los entrenaba para tareas específicas, pero se los podía actualizar en caso necesario. Ocasionalmente, un genérico saltaba espontáneamente dentro de su grado, pero se decía que el salto de un grado a otro sin ayuda externa era imposible. Por lo que yo descubriría, la palabra «imposible» no debería usarse en el Pozo a la ligera. Siendo la imaginación como es, podía pasar cualquier cosa… y así sucedía habitualmente.
THURSDAY NEXT
Las crónicas de Jurisficción
Volví a casa yo sola una vez terminada la «limpieza» de Cumbres borrascosas. Jurisficción conocía bien al líder de ProCath y éste prefería nuestras armas en el interior a los dientes de Big Martin en el exterior. A las pocas líneas se había reparado la casa y, como Havisham había celebrado la sesión de control de furia entre capítulos, ningún lector se dio cuenta. De hecho, el único rastro del ataque que queda en el libro es la escopeta de Hareton, que estalla accidentalmente en el capítulo treinta y dos, muy probablemente porque alguna bala perdida dañó el mecanismo.
—¿Cómo te ha ido el día? —preguntó Yaya.
—Muy… expositivo al principio —dije, dejándome caer sobre el sofá y haciéndole cosquillas a Pickwick, que se había puesto muy seria—, pero ha terminado dramáticamente.
—¿Han tenido que rescatarte otra vez?
—Esta vez no.
—Los primeros días en un nuevo trabajo siempre son un poco raros —dijo Yaya—. ¿Por qué tienes que trabajar para Jurisficción?
—Forma parte del acuerdo del Programa de Intercambio.
—Oh, sí —respondió—. ¿Te gustaría que te preparase una tortilla?
—Lo que sea.
—Vale. Necesito que me rompas los huevos, los batas, que me bajes una sartén y…
Me levanté como pude y fui hasta la pequeña cocina. El refrigerador, como siempre, estaba repleto de comida.
—¿Dónde están ibb y obb? —pregunté.
—Fuera, creo —respondió Yaya—. Ya que estás levantada, ¿preparas un poco de té?
—Claro. Sigo sin poder recordar el segundo nombre de Landen, Yaya… Llevo intentándolo todo el día.
Yaya entró en la cocina y se sentó en la banqueta, que resulta que estaba justo en medio del camino para ir a todas partes. Yaya olía a jerez, pero juro que no tengo ni idea de dónde lo escondía.
—Pero ¿recuerdas su aspecto?
Dejé lo que estaba haciendo y miré por la ventana de la cocina.
—Sí —respondí lentamente—, hasta la última arruga, hasta el último lunar, hasta la última expresión… pero sigo recordándole muriendo en Crimea.
—Eso jamás sucedió, querida —me dijo—. Pero el hecho de que… si fuese tú usaría un cuenco más grande… puedas recordar sus rasgos demuestra que no ha desaparecido más que ayer. Yo usaría mantequilla en lugar de aceite y, si tienes champiñones, podrías picarlos con un poco de cebolla y bacón… ¿tienes bacón?
—Es probable. Todavía no me has contado cómo lograste llegar hasta aquí, Yaya.
—Eso es fácil de explicar —dijo—. Dime, ¿lograste la lista de los libros más aburridos?
Yaya Next tenía ciento ocho años y estaba convencida de que no podría morir hasta no haber leído los diez clásicos más aburridos. En una ocasión le había propuesto La reina de las hadas, El paraíso perdido, Ivanhoe, Moby Dick, À la recherche du temps perdu, Pamela y El progreso del peregrino. Los había leído todos y algunos más, pero seguía con nosotros. El problema era que «aburrido» es tan difícil de cuantificar como «bonito», así que en realidad se me tenían que ocurrir los diez libros que ella considerase los más aburridos.
—¿Qué tal Silas Marner?
—Sólo es aburrido a trozos… como Tiempos difíciles. Tendrás que pensar en algo mejor… y si fuese tú usaría una sartén más grande, pero a fuego más lento.
—Vale —dije, empezando a mosquearme—, ¿no quieres cocinar tú? Hasta ahora has hecho la mayor parte del trabajo.
—No, no —respondió Yaya, sin darse por enterada—, lo estás haciendo bien.
Se produjo una conmoción en la puerta y entró Ibb, seguido de cerca por Obb.
—¡Felicidades! —grité.
—¿Por qué? —preguntó Ibb, que tenía un aspecto sorprendentemente diferente al de Obb. Para empezar, Obb era al menos diez centímetros más alto y tenía el pelo más oscuro que Ibb, que empezaba a ser rubio.
—Por la mayúscula.
—Oh, sí —dijo Ibb entusiasmado—, es asombroso lo que logras tras un día en San Tabularrasa. Mañana habremos terminado el entrenamiento sexual y al final de la semana estaremos ya en grupos de personajes.
—Yo quiero ser figura mentora masculina —dijo Obb—. Nuestro tutor dice que a veces podemos elegir lo que hacemos y adonde queremos ir. ¿Estás preparando la cena?
—No —respondí, comprobando su respuesta al sarcasmo—, le estoy administrando a mi mascota un tratamiento de huevo caliente.
Ibb rio… lo que me pareció una buena señal… y se fue con Obb a practicar respuestas enigmáticas en caso de que alguno de los dos fuese asignado como compañero humorístico.
—Adolescentes —dijo Yaya Next—, ejem, yo haría una tortilla más grande. Ocúpate tú, ¿vale? Yo voy a descansar.
Veinte minutos más tarde todos nos sentamos a comer. Obb se había cepillado el pelo para marcarse la raya e Ibb llevaba uno de los vestidos de guinga de Yaya.
—¿Esperas ser mujer? —pregunté, pasándole un plato a Ibb.
—Sí —respondió Ibb—, pero no como tú. Me gustaría ser más femenina y un poco inútil… de las que gritan mucho cuando se meten en líos y precisan que las rescaten.
—¿En serio? —pregunté, pasando la ensalada a Yaya—. ¿Por qué?
Ibb se encogió de hombros.
—No sé. Me gusta la idea de que me rescaten a menudo, eso es todo. Que te carguen con brazos fuertes tiene cierto… atractivo. También he pensado que además podrían explicarme continuamente el argumento, aunque debo tener algunas frases buenas, ser vulnerable y acabar resolviendo la situación tras un destello súbito de brillantez propio de un genio idiota.
—Creo que no tendrás ningún problema para encontrar un hueco —suspiré—. Tienes muy claros los detalles. ¿Has usado a alguien en concreto como modelo?
—¡A ella! —exclamó Ibb, sacando de debajo de la mesa un ejemplar muy manoseado de la revista exterior Pantalla de sueños. En la portada aparecía nada menos que Lola Vavoom, entrevistada por enésima vez sobre sus maridos, sus afirmaciones de no haber pasado por el quirófano y su última película… habitualmente por ese orden.
—¡Yaya! —dije con severidad—. ¿Le diste a Ibb esa revista?
—Bueno…
—¡Sabes lo influenciables que son los genéricos! ¿Por qué no le diste una revista en la que saliese Jenny Gudgeon? Interpreta a mujeres de verdad… y además sabe actuar.
—¿Has visto a Lola Vavoom en Mi hermana cuida gansos? —respondió Yaya indignada—. Creo que te sorprendería… Demuestra un gran talento.
Pensé en Cordelia Flakk y su amigo productor Harry Flex deseando que Lola me interpretase en la pantalla. La idea era demasiado horrible para tenerla siquiera en cuenta.
—Nos ibas a explicar qué es el contenido implícito —dijo Obb, sirviéndose más ensalada.
—Oh, sí —respondí; cualquier cosa que me distrajese de Vavoom era bienvenida—. El contenido implícito es lo que se sobreentiende del texto escrito. El texto le dice al lector lo que los personajes dicen y hacen, pero lo implícito le indica lo que representan y lo que sienten. Lo maravilloso del contenido implícito es que se sirve de la gramática corriente y de la experiencia humana… pero es imposible comprenderlo sin conocer bien a la gente y cómo interactúa. ¿Lo entendéis?
Ibb y Obb se miraron.
—No.
—Vale, voy a daros un ejemplo simple. En una fiesta, un hombre le da a una mujer una copa y ella la acepta sin decir ni una palabra. ¿Qué está pasando?
—¿Qué ella no es demasiado educada? —propuso Ibb.
—Quizá —respondí—, pero lo que realmente me interesa es alguna pista sobre su relación.
Obb se rascó la cabeza y dijo:
—No puede hablar porque… eh… ¿Perdió la lengua en un accidente industrial por una negligencia de la que él fue responsable?
—Os estáis pasando. ¿Porqué razón alguien podría no decirle «gracias» a otra persona?
—Porque —dijo Ibb muy despacio—, ¿se conocen?
—Bien. Si en una fiesta tu esposa, marido, novia o compañero te pasase una copa, es probable que te limitases a aceptarla; si fuese el anfitrión quien se la diese a un invitado, entonces éste le daría las gracias. Otro ejemplo: una pareja va por la calle y ella camina tres metros por detrás.
—¿Él tiene las piernas más largas? —propuso Ibb.
—No.
—¿Han roto?
—Han discutido —dijo Obb emocionado—, y viven cerca, porque si no habrían ido en coche.
—Podría ser —respondí—. El contenido implícito te indica muchas cosas. Ibb, ¿te has comido el último bombón de la nevera?
Una pausa.
—No.
—Bien, como has tardado en responder, estoy casi segura de que mientes.
—¡Oh! —dijo Ibb—. Me acordaré.
Llamaron a la puerta.
La abrí y allí estaba Arnold, el antiguo pretendiente de Mary, muy elegante con un traje y un ramito de flores. Antes de que tuviese tiempo de abrir la boca cerré la puerta.
—¡Ah! —dije, volviéndome hacia Ibb y Obb—. Ah, ahora tenemos una buena oportunidad de estudiar el contenido implícito. Veamos si sois capaces de descubrir lo que está pasando más allá de nuestras palabras… e Ibb, por favor, no alimentes a Pickwick con las sobras de la mesa.
Volví a abrir la puerta y Arnold, que ya se iba, regresó corriendo.
—¡Oh! —dijo con sorpresa fingida—. ¿Mary no ha vuelto?
—No —respondí—. Es más, probablemente tarde bastante en volver. ¿Quieres dejar un mensaje?
Y volví a cerrarle la puerta en las narices.
—Vale —les dije a Ibb y a Obb—. ¿Qué creéis que está pasando?
—¿Busca a Mary? —propuso Ibb.
—Pero él sabe que no está —dijo Obb—. Debe de venir a hablar contigo, Thursday.
—¿Por qué?
—¿Para pedirte una cita?
—Bien hecho. ¿Qué le estoy diciendo?
Ibb y Obb pensaron intensamente.
—Si no quisieras verle le habrías dicho que se fuese, así que es posible que sientas un poquitín de interés.
—Excelente —les dije—. Veamos qué pasa a continuación.
Volví a abrir la puerta para mostrar a un confundido Arnold, que me sonrió de oreja a oreja.
—Bien —dijo—, no tengo ningún mensaje para Mary. Es que… habíamos planeado ver esta noche a los Cabaña de Sauce y las Limas…
Me volví hacia Ibb y Obb, quienes negaron con la cabeza. Ellos tampoco se lo creían.
—Bien… —dijo Arnold lentamente—. ¿A ti te gustaría acompañarme al concierto?
Volví a cerrar la puerta.
—Finge haber tenido la idea a de ir a ver a los Cabaña de Sauce esta noche —dijo Ibb despacio y con más confianza—, cuando en realidad creo que era lo que había planeado desde un principio. Creo que le gustas mucho.
Volví a abrir la puerta.
—Lo siento, no —le dije bruscamente—. Estoy felizmente casada.
—No es una cita —exclamó Arnold apresuradamente—, sólo un concierto. Toma las entradas de todas formas. No tengo a nadie más a quien dárselas; si no quieres ir, simplemente tíralas.
Volví a cerrar la puerta.
—Ibb se equivoca —dijo Obb—. Realmente le gustas, pero ha echado a perder su oportunidad al mostrarse demasiado desesperado… te resultaría difícil respetar a alguien que casi se pone a mendigar.
—No está mal —respondí—. Veamos cómo acaba.
Volví a abrir la puerta y miré a los ojos sinceros de Arnold.
—La echas de menos, ¿verdad?
—¿Echo de menos a quién? —preguntó Arnold, aparentemente con despreocupación.
—¡Negación de amor! —gritaron Ibb y Obb desde atrás—. ¡No le gustas nada… está enamorado de Mary y te pide una cita por despecho!
Arnold nos miró con suspicacia.
—¿Qué está pasando?
—Clases de contenido implícito —le expliqué—. Lamento haber sido descortés. ¿Quieres un café?
—Bien, la verdad es que debería irme.
—¡Se hace el interesante! —gritó Ibb, y Obb añadió con rapidez:
—La balanza se inclina hacia él porque has sido maleducada con todo eso de la puerta y ahora vas a tener que insistir en que entre a tomar café, ¡incluso si eso te obliga a ser más amable con él de lo que pretendías en un principio!
—¿Son siempre así? —preguntó Arnold, entrando.
—Aprenden rápido —comenté—. Ése es Ibb y ése es Obb. Ibb y Obb, éste es Arnold.
—¡Hola! —dijo Arnold. Tras pensarlo, preguntó—: ¿Queréis ir a ver los Cabaña de Sauce y las Limas?
Se miraron un momento, se dieron cuenta de que estaban sentados un poco demasiado juntos y se apartaron.
—¿Te apetece? —dijo Ibb.
—Bien, sólo si tú quieres…
—Yo no tengo ningún inconveniente… la decisión es tuya.
—Bien, sí, me gustaría de veras.
—Entonces, vamos… a menos que tengas otros planes…
—No, no, no los tengo.
Se pusieron en pie, aceptaron las entradas de Arnold y salieron rápidamente por la puerta.
Reí y volví a la cocina.
—¿Quién es la anciana? —preguntó Arnold.
—Es mi abuela —respondí, poniendo la tetera y sacando el café.
—¿Está… ya sabes?
—¡Por amor del cielo, no! —exclamé—. Sólo duerme. Tiene ciento ocho años.
—¿En serio? ¿Por qué va vestida con esa espantosa guinga azul?
—Viste así desde que tengo memoria. Ha venido para asegurase de que no olvide a mi marido. Lo siento. Ha parecido como si quisiera recalcártelo, ¿verdad?
—Escucha —dijo Arnold—, no te preocupes. Mis intenciones al presentarme no eran románticas. Pero Mary, bien, es impresionante, ya sabes, y no sólo la amo por estar escrito así… esto es real. Como Nelson y Emma, Bogart y Bacall…
—Finch-Hatton y Blixen. Sí, lo sé. He pasado por eso.
—¿Denys estaba enamorada del barón Blixen?
—De Karen Blixen.
—Oh. —Se sentó y le puse el café delante—. Bien, háblame de tu marido.
—¡Ja! —dije, sonriendo—. No querrás que te aburra con Landen.
—No es aburrido. Tú me escuchas cuando hablo de Mary.
Removí el café sin mirar, repasando los recuerdos de Landen para asegurarme de tenerlos todos. En sueños Yaya murmuró algo sobre bogavantes.
—Debió de ser una decisión terrible venir a ocultarse aquí —dijo Arnold en voz baja—. No creo que las Thurdays hagan esas cosas habitualmente.
—Tienes razón —respondí—, no las hacen. Pero en ocasiones, retroceder y reagruparse no es lo mismo que huir.
—¿Retirada táctica?
—Exacto. ¿Qué harías para volver a estar con Mary?
—Lo que fuese necesario.
—Y yo con Landen. Le recuperaré, sólo que no ahora. Lo más extraño —añadí un poco melancólica— será que, cuando vuelva, ni siquiera recordará haberse ido. No es como si estuviera esperando a que le reactualice.
Charlamos más o menos una hora. El me habló del Pozo y yo le hablé del Exterior. Intentaba hacerme repetir «elefante benevolente irrelevante» cuando Yaya se despertó dando gritos:
—¡Los franceses! ¡Los franceses! —Tuvimos que calmarla con un vaso de whisky tibio antes de meterla en la cama.
—Será mejor que me vaya —dijo Arnold—. ¿Te importa si vuelvo a pasarme?
—En absoluto —respondí—, estaría muy bien.
Después me fui a la cama y seguía despierta cuando Ibb y Obb volvieron del concierto. Reían y se prepararon unas muy ruidosas tazas de té antes de retirarse. Yo me quedé tendida e intenté dormir, con la esperanza de soñar que estaba de vuelta en nuestra casa, la que Landen y yo compartíamos al casarnos. Si no eso, al menos soñar que estábamos de vacaciones. Si no era posible, soñar en cuando nos conocimos y, si eso tampoco estaba disponible, en una discusión y, finalmente, en cualquier momento con Landen. Aornis, sin embargo, tenía otras intenciones.