2

En Caversham Heights

Libro / YGEO / 1204961 / TITULO: Caversham Heights. RU, 1976, 90.000 palabras. GÉNERO: novela negra. SISTEMA OPERATIVO LIBRESCO: LIBRO V7.2. INFESTACIÓN DE GRAMÁSITOS: 1 (una) pareja de parentésimos (protegida) tiene allí su nido. TRAMA: detectivesca rutinaria con detective estereotipado, Jack Spratt. Ambientada en Reading (Inglaterra). La trama (la poca que hay) se refiere a un jefe de la droga que espera hacerse un hueco a la fuerza en los bajos fondos de Reading. Aburrida y sin ningún elemento destacable, Caversham Heights reúne los peores aspectos de la novela de aficionados. Personajes sin relieve, trabajo policial poco convincente y un ritmo tan lento que de noche le adelantan los caracoles. RECOMENDACIÓN: impublicable. Se sugiere la división del libro para su reciclado en cuanto sea posible. SITUACIÓN ACTUAL: esperando al informe de la Inspección de Libros del Consejo de Géneros antes de dar la orden de destrucción.

Gaceta del subsótano de la Biblioteca 1982,

Volumen CLXI

A la mañana siguiente expliqué los rudimentos del desayuno a ibb y a obb. Les comenté que, tradicionalmente, los cereales se tomaban antes del bacón y los huevos, pero que las tostadas y el café no tenían un puesto fijo en esa comida. Estaban confundidos por el hecho de que la mermelada estuviese casi exclusivamente presente en el desayuno e intentaba explicarles las posibilidades técnicas de un huevo pasado por agua cuando un ejemplar de The Toad cayó sobre el felpudo. Las únicas noticias se referían a una guerra de bandas de la droga en Reading. Formaba parte de la trama de Caversham Heights y me recordaba que tarde o temprano —probablemente más bien temprano— se esperaba que ocupase el puesto de Mary como parte del Programa de Intercambio de Personajes. Volví a leer cuidadosamente el resumen, con lo que saqué una idea bastante clara de la trama de cada capítulo, pero no de los diálogos. Tampoco encontré indicaciones sobre lo que debía hacer ni cuándo hacerlo. No tuve que preguntármelo mucho tiempo, porque una llamada a la puerta reveló a un hombre muy nervioso que sostenía una carpeta con sujetapapeles.

—¿Señorita Next?

—¿Sí?

—Me llamo Kee.

—¿Qué?

—No, no Qué, Kee… K-E-E.

—¿Qué puedo hacer por usted?

—Puede llevar el culo hasta Reading, eso es lo que puede hacer.

—De inmediato…

—No sé por qué los del Programa de Intercambio de Personajes creen que esto son unas vacaciones —añadió, muy molesto—. Sólo porque hace diez años que pende sobre nuestras cabezas una orden de demolición creen que pueden gandulear.

—Le aseguro que no pensaba tal cosa —contesté, intentando calmar al personaje secundario que había aceptado la responsabilidad de mantenerme controlada. Como había leído el libro sabía que era poco más que una voz al otro lado del teléfono.

»Me pondré a ello de inmediato —le dije, agarrando el abrigo y dirigiéndome al coche de Mary—. ¿Tiene una dirección?

Me pasó un trozo de papel y me recordó que llegaba tarde.

—Y nada de improvisar —añadió. Le prometí que no lo haría y recorrí el camino hasta el coche de Mary.

Me dirigí lentamente a Reading por la M4, que parecía tan concurrida como en casa. Yo usaba esa misma carretera cuando viajaba entre Swindon y Londres. Hasta que no llegué al cruce de Burghfield Road no me di cuenta de que sólo había, como mucho, media docena de vehículos en la carretera. Lo que primero me llamó la atención sobre ese extraño fenómeno fue un enorme camión blanco con un rótulo lateral: «Productos para el cuidado de los pies del doctor Spongg.» Vi tres iguales en menos de un minuto, todos con un chófer idéntico vestido con mono azul y gorra. Después de ése los vehículos que más destacaban eran un escarabajo WW rojo que conducía una joven y un Morris Marina abollado con un señor mayor al volante. Cuando llegué a la escena del primer asesinato de Caversham Heights, había contado cuarenta y tres camiones blancos, veintidós escarabajos y dieciséis Morris Marina abollados, por no mencionar varios Ford Escort verdes y un par de Chevrolet blancos. Evidentemente se trataba de una limitación del texto y nada más, así que aparqué con rapidez, leí otra vez las notas de Mary para asegurarme de saber lo que tenía que hacer, respiré hondo y fui a la zona que habían acordonado. Había varios agentes de uniforme dando vueltas. Enseñé mi identificación y pase por debajo de la cinta de «Policía: no cruzar».

El patio, de forma oblonga, medía unos cuatro metros de ancho por unos seis de largo y estaba rodeado por un muro bajo de ladrillo rojo al que se le caía el mortero. Una enorme tienda blanca cubría la zona y una patóloga forense estaba arrodillada junto a un cadáver bien descrito dictando notas a la grabadora.

—¡Hola! —dijo una voz jovial cerca de mí. Me volví para ver a un hombre corpulento con gabardina que me sonreía.

—Sargento de detectives Mary —le dije obedientemente—. Transferida desde Basingstoke.

Todavía no te tienes que preocupar de eso. —Sonrió—. En este momento la historia sigue a Jack… Está hablando con el agente Tibbit, en la calle. Inspector jefe Briggs. Soy el amistoso pero apenado jefe de este pequeño drama criminal, malhumorado y dado a los estallidos de furia, pero en el fondo apoyo a mis hombres. Tendré que suspender a Jack al menos una vez antes de que acabe la historia.

—¿Cómo está? —solté.

—¡Genial! —gritó Briggs, dándome la mano con gratitud—. Mary me dijo que perteneces a Jurisficción. ¿Es cierto?

—Sí.

—¿Alguna noticia de cuándo se pasará por aquí la Inspección de Libros del Consejo de Géneros? —preguntó—. Vendría bien saberlo.

—¿Consejo de Géneros? —repetí, intentando que no se notara mi ignorancia—. Lo siento, no llevo mucho tiempo en el MundoLibro.

—¿Una exterior? —respondió Briggs, abriendo unos ojos como platos por efecto del asombro—. ¿Aquí, en Caversham Heights?

—Sí —admití—. Soy…

—Dime —me interrumpió Briggs—, ¿qué aspecto tienen las olas al chocar contra la orilla?

—¿Quién es exterior? —dijo la patóloga, una mujer india de mediana edad que se puso en pie de pronto y me miró con atención—. ¿Tú?

—Sí —admití.

—Soy la doctora Singh —me explicó la patóloga, estrechándome la mano con fuerza—. Soy seria, aparentemente sin sentido del humor, me gustan los gatos y la gente a la que le gustan los gatos y no soporto a los imbéciles pero, en ocasiones, expreso cierta calidez humana. Dime, ¿crees que me parezco en algo a una patóloga real?

—Claro que sí —respondí, intentando recordar su breve aparición en el libro.

—Verás —añadió—, nunca he visto a un patólogo de verdad y no estoy del todo segura de qué se supone que debo hacer.

—Lo estás haciendo muy bien —le aseguré.

—¿Qué hay de mí? —preguntó Briggs—. ¿Crees que necesito desarrollarme más como personaje? ¿Soy como todas las personas reales con las que te relacionas o soy un poco unidimensional?

—Bien… —empecé a decir.

—¡Lo sabía! —exclamó compungido—. Es por el pelo, ¿no? ¿Crees que debería llevarlo más corto? ¿Más largo? ¿Y si tuviese un rasgo extraño de personalidad? He estado aprendiendo a tocar el trombón… eso sería raro, ¿verdad?

—¡Alguien dice que hay un exterior en el libro…! —interrumpió un agente de uniforme de una pareja que acababa de llegar al patio—. Soy el policía sin nombre número 1 y éste es mi colega, el policía sin nombre número 2. ¿Puedo hacerte una pregunta sobre el Exterior?

—Claro.

—¿Para qué sirve la sopa de letras?

—No lo sé.

—¿Estás segura de que vienes del Exterior? —preguntó suspicaz, para añadir—: Entonces, dime otra cosa: ¿por qué no hay forma masculina de «pianista»?

—No estoy segura.

No vienes del Exterior —dijo el policía sin nombre número 1 con tristeza—. ¡Debería darte vergüenza, mintiendo y haciéndonos concebir esperanzas!

—Muy bien —respondí, tapándome los ojos—. Lo demostraré. Hablen por turno, pero sin la acotación para indicar quién habla.

—Vale —dijo el policía sin nombre número 1—. ¿Quién habla?

—¿Y quién habla ahora? —añadió la doctora Singh.

—He dicho que no incluyan la acotación de quién habla. Prueben otra vez.

—Es más difícil de lo que piensas —suspiró el policía sin nombre número 1—. Vale, allá vamos.

Una pausa.

—¿Quién habla ahora?

—¿Y quién soy yo?

—La señora Singh en primer lugar, el policía sin nombre número 1 después. ¿He acertado?

—¡Asombroso! —murmuró la señora Singh—. ¿Cómo lo haces?

—Reconozco las voces. También tengo sentido del olfato.

—¿En serio? ¿Conoces a alguien en la industria editorial?

—A nadie que pueda ayudaros. Mi esposo es, o era, escritor, pero ahora mismo sus contactos no me distinguirían de Eva. Soy agente de OpEspec; no tengo mucha relación con la novela contemporánea.

—¿OpEspec? —preguntó el agente sin nombre número 2—. ¿Qué es eso?

—Nos van a eliminar, ¿sabes? —terció Briggs—. A menos que encontremos editor…

—Podrían partirnos en letras —añadió el agente sin nombre número 1 en voz baja—, lanzarnos al Mar Textual, y tengo mujer y dos hijos… o al menos, en mi trasfondo narrativo los tengo.

—No puedo ayudarlos —les dije—. Ni siquiera soy…

—¡A sus puestos, por favor! —gritó Briggs tan súbitamente que di un respingo.

La patóloga y los dos agentes sin nombre se apresuraron a ocupar sus puestos y esperar a Jack, a quien oía hablando con alguien en la casa.

—Buena suerte —me susurró Briggs por una comisura mientras me indicaba que me sentase en el muro bajo—. Te haré de apuntador si te quedas en blanco.

—Gracias.

El detective inspector jefe Briggs estaba sentado en un muro bajo con una policía de paisano muy atareada tomando notas y que no levantó la vista. Briggs se puso en pie cuando entró Jack y miró la hora de forma muy poco sutil. Jack respondió a la pregunta implícita poniéndose a la defensiva, lo que enseguida comprendió que había sido un error.

—Lo siento, señor, he venido todo lo rápido que he podido.

Briggs gruñó y agitó una mano en dirección al cadáver.

—Parece que murió de varios disparos —dijo con tono grave—. Lo han encontrado muerto a las 8.47 de la mañana.

—¿Hay algo que deba saber? —preguntó Spratt.

—Un par de cosas. Primero, el muerto es sobrino del capo Angel DeFablio, así que me gustará contar con alguien a quien se le dé bien la prensa por si a los medios les da por iniciar una cruzada. Segundo, te hago un favor al darte este caso. Ahora mismo no eres precisamente bien recibido en el séptimo piso. Hay a quien le gustaría verte defenestrado… y no quiero que eso pase.

—¿Hay una tercera razón?

—No hay nadie más disponible.

—Me gustaba más cuando sólo había dos.

—Escucha, Jack —añadió Briggs—, eres un buen agente, aunque en ocasiones saltas con demasiada facilidad, y te quiero en mi equipo sin que haya ningún percance.

—¿Ahora es cuando tengo que decir «gracias»?

—Sí. Ocúpate de esto con cuidado y entrégame un informe preliminar lo antes que puedas. ¿Vale?

Briggs señaló en dirección a la joven que había estado esperando pacientemente.

—Jack, quiero presentarte a Thurs… quiero decir, a la sargento Mary Jones.

—Hola —dijo Jack.

—Encantada de conocerle, señor —dijo la joven.

—Y yo a ti. ¿Con quién trabajas?

—Next… quiero decir Jones es tu nuevo sargento —dijo Briggs, quien inexplicablemente había empezado a sudar—. Ha sido trasladada desde Swindon con una valoración A1.

—Basingstoke —le corrigió Mary.

—Lo siento. Basingstoke.

—No pretendo ofender a la sargento Jones, señor, pero tenía la esperanza de conseguir a Butcher, Spooner o…

—No es posible, Jack —dijo Briggs en un tono de voz que hacía inútil la discusión—. Bien, me marcho. Te dejo aquí con, eh…

—Jones.

—Sí, Jones, para que os conozcáis. Recuerda: necesito el informe lo antes posible. ¿Comprendido?

Jack, efectivamente, lo comprendía, y Briggs se fue. El detective se estremeció de frío y volvió a mirar a la joven sargento.

—Mary Jones, ¿eh?

—Sí, señor.

—¿Qué has descubierto hasta ahora?

Metió la mano en el bolsillo para sacar la libreta, pero no la encontró, por lo que se limitó a contar con los dedos.

—El nombre del difunto es Sonny DeFablio.

Una pausa. Jack no dijo nada, por lo que Jones, ahora un poco sorprendida, siguió hablando como si lo hubiese hecho.

—¿Hora de la muerte? Es pronto para saberlo. Probablemente las tres de la madrugada, más o menos. Sabremos más cuando hayamos levantado el cadáver. ¿Arma? Lo sabremos cuando…

—… Jack, ¿está bien?

Se había sentado con expresión cansada y miraba al suelo, con la cabeza entre la manos.

Miré a mi alrededor, pero la doctora Singh, sus ayudantes y los policías sin nombre estaban ocupados en lo suyo. No deseaban implicarse, por lo visto… o quizá simplemente estaban avergonzados.

—No puedo seguir con esto —murmuró Jack.

—Señor —insistí, intentando improvisar—, ¿quiere ver el cuerpo o nos lo llevamos?

—¿Qué sentido tiene? —sollozó el protagonista, desmoronado—. Nadie nos está leyendo; no importa. —Le puse una mano en el hombro—. He intentado que resultase más interesante —sollozó—, pero nada surte efecto. Mi mujer no me habla, estoy a punto de perder el trabajo, las drogas entran a mansalva en Reading y, si no consigo que la narración sea remotamente legible, nos suprimirán y no quedará nada excepto un espacio vacío en el estante y, en la cabeza del autor, el recuerdo de lo que podría haber sido.

—Tu esposa te abandonó simplemente porque todos los detectives inconformistas y solitarios tienen problemas familiares —le expliqué—. Estoy segura de que en realidad te quiere.

—No, no, no me quiere —volvió a sollozar—. Todo está perdido. ¿No lo comprendes? Es costumbre que los detectives tengan un coche raro y yo tenía un maravilloso Delage-Talbot Supersport de 1924. Alguien robó la idea y lo reemplazó por un terrible Austin Allegro. Si borran alguna escena, estaremos en las últimas.

Me miró.

—¿Cómo te llamas?

—Thursday Next.

Alzó la cabeza de pronto.

—¿Thursday Next? ¿La agente exterior de Jurisficción, aprendiza de la señorita Havisham? ¿Esa Thursday Next?

Asentí. Las noticias vuelan en el Pozo.

Una chispa de entusiasmo apareció en sus ojos.

—Leí algo sobre ti en The Word. Dime, ¿tendrías forma de descubrir cuándo la Inspección de Libros va a leer nuestra historia? He preparado a siete B-2 autónomos y tridimensionales para que vengan y den al libro un poco más de gracia… durante una hora o así. Con su ayuda, es posible que logremos mantenernos; sólo tengo que saber cuándo.

—Lo siento, Jack —suspiré—. Soy nueva en todo esto. ¿Qué es exactamente el Consejo de Géneros?

—Se ocupa de legislar la ficción —respondió—. Sobre todo, las convenciones dramáticas. Forma parte del Consejo un representante de cada género… Son ellos quienes imponen las convenciones narrativas y son ellos, a través de la Inspección de Libros, los que deciden si una novela inédita se conserva… o es destruida.

—Oh. —Empezaba a comprender que el MundoLibro estaba gobernado por casi tantas reglas y reglamentos como mi mundo—. Entonces no puedo ayudar.

—¿Qué hay de la Gran Central Textual? ¿Conoces a alguien allí?

De la GCT sí que había oído hablar: vigilaba los libros de la Gran Biblioteca y pasaba a Jurisficción, que era exclusivamente una agencia policial, cualquier problema textual. Aparte de eso no sabía nada más. Volví a negar con la cabeza.

—¡Maldita sea! —murmuró, mirando al suelo—. He solicitado al C de G una remodelación mezclando géneros, pero bien podría haber pedido hablar con Gran Panjandrum en persona.

—¿Por qué no cambias el libro desde dentro? —pregunté.

—¿Cambiarlo sin permiso? —respondió, conmocionado por mi sugerencia—. Eso sería rebelión. Quiero llamar la atención del C de G, pero no de esa forma… ¡Nos aplastarían en menos de un capítulo!

—Pero si el cuerpo de inspectores todavía no ha pasado —dije muy despacio—, ¿cómo iban a saber que algo ha cambiado?

Se lo pensó un momento.

—Es más fácil decirlo que hacerlo… ¡Si empiezo a hacer el tonto con la narración, podría desplomarse como un castillo de naipes!

—Entonces empieza por poco —le propuse—. Primero cámbiate a ti. Si sale bien, intenta modificar un poco la trama.

—Ssssí —dijo Jack lentamente—. ¿Qué se te ha ocurrido?

—Deja la bebida.

—¿Cómo sabes lo de mi problema con la bebida?

—Todos los detectives inconformistas y solitarios con problemas domésticos tienen también problemas con la bebida —comenté—. Deja el alcohol y vuelve a casa con tu mujer.

—No me han escrito así —respondió Jack lentamente—. Simplemente no puedo hacerlo. Sería ir contra el estereotipo… ¡Los lectores…!

—Jack, no hay lectores. Y si no intentas lo que te propongo, nunca habrá lectores… ni tampoco Jack Spratt. Pero si las cosas salen bien, incluso podrías aparecer… en una continuación.

—¿Una continuación? —repitió Jack con una expresión soñadora en los ojos—. Quieres decir… ¿una serie de Jack Spratt?

—Quién sabe, quizás algún día en un estuche.

Se puso en pie con los ojos resplandecientes.

—Un estuche —susurró, mirando un punto cercano—. Depende de mí, ¿no? —añadió, hablando despacio.

—Sí. Cámbiate, cambia el libro… y pronto, antes de que sea demasiado tarde, convierte la novela en algo que el cuerpo de inspectores quiera leer.

—Vale —dijo al fin—, empezaré en el próximo capítulo. En lugar de discutir con Briggs por lo de soltar al sospechoso sin cargos, me llevaré a mi mujer a almorzar.

—No.

—¿No?

—No —afirmé—. Mañana no, ni en el próximo capítulo, ni siquiera en la página siguiente o en el párrafo siguiente. Vas a hacerlo ahora.

—¡No podemos! —protestó—. Quedan al menos nueve páginas en las que tú y yo discutimos el estado del cuerpo con la doctora Singh y repasamos todo ese aburrido material forense.

—Déjamelo a mí —le dije—. Vamos a retroceder un par de párrafos. ¿Preparado?

Asintió y nos desplazamos al comienzo de la página anterior, justo cuando Briggs salía.

Jack, efectivamente, lo comprendía, y Briggs se fue.

El detective se estremeció bajo el frío y volvió a mirar a la joven sargento.

—Mary Jones, ¿eh?

—Sí, señor.

—¿Qué has descubierto hasta ahora?

Metió la mano en el bolsillo para sacar la libreta, pero no la encontró, por lo que se limitó contar con los dedos.

—El nombre del difunto es Sonny DeFablio.

—¿Algo más?

—Su esposa ha llamado.

—Ella… ¿Ha llamado?

—Sí. Ha dicho que era importante.

—Me pasaré esta tarde a verla.

—Ha dicho que era muy urgente —recalcó Jones.

—Defiende el fuerte por mí, ¿vale?

—Claro que sí, señor.

Jack se marchó del escenario del crimen dejando a Jones con la doctora Singh.

—Vale —dijo Mary—, ¿qué tenemos?

Hicimos la escena juntas. La doctora Singh me pasó toda la información que estaba más acostumbrada a contarle a Jack. Me dio una enorme cantidad de detalles sobre la hora de la muerte y una explicación incluso demasiado precisa acerca de cómo creía que había sucedido. Balística, trayectoria, patrones de sangre, todo. Yo me alegré de veras cuando terminó y el capítulo pasó a la improvisada reunión de Jack con su ex mujer. Tan pronto como terminamos, la doctora Singh se volvió hacia mí y me dijo ansiosa.

—Espero que sepas lo que haces.

—No tengo ni idea.

—Yo tampoco —respondió la seudopatóloga—. ¿Sabes ese discursito que he soltado hace un momento sobre contusiones post mórtem, ángulos de entrada de la bala y decoloración de los tejidos?

—¿Sí?

Se inclinó hacia mí.

—No entiendo ni una palabra. Ocho páginas de diálogo técnico y no tengo ni la más remota idea de qué estoy hablando. En la Universidad Genérica me prepararon como figura materna de bodrios hogareños. De haber sabido que me iban a mandar aquí habría pasado algunas horas en una novela de Cornwell. ¿Tienes alguna idea de qué se supone que debería hacer?

Rebusqué en su bolsa y saqué un enorme termómetro.

—Prueba con esto.

—¿Qué hago con esto?

Se lo indiqué.

—Estás de broma —respondió la doctora Singh, horrorizada.