Capítulo 32

Sé que si me estiro soltaré un alarido. La tremenda necesidad de moverme lucha contra mi instinto natural de permanecer quieta para evitar los pinchazos. Los acontecimientos del día anterior me vienen a la cabeza en cuanto abro los ojos: todo aquel horror, los sonidos de los látigos, los estallidos de dolor, la angustia y el tormento. Y todo ello ha aparecido de golpe en mi cerebro, sin la más mínima cortesía matutina.

Abro los ojos y veo que Jesse está profundamente dormido en la misma posición en la que recuerdo haberlo visto por última vez, con la mano sobre mi mejilla y el rostro pegado al mío, los labios separados y respirando de manera tranquila y sosegada sobre mi cara. Parece tan sereno, con las largas pestañas adornando su rostro y el pelo rubio revuelto como todas las mañanas. La barba de un día y los rasgos atractivos y despreocupados tan cerca de mí hacen que esboce una pequeña sonrisa. Detrás de su manera de ser imposible e irritante se esconde un hombre destrozado que bebe y folla sin control y que hace que lo azoten para castigarse a sí mismo. Y yo he contribuido en gran medida a ese estado de lamentación, pero si las cosas son como él dice y se ha castigado porque cree que lo merece, porque dice que todo lo que sucede es a causa de su pasado, entonces será mejor que me encierre en una urna de cristal para el resto de mi vida.

Observo cómo sus ojos se mueven y comienzan a abrirse lentamente. Parpadea unas cuantas veces más y me mira. Veo que su mente adormilada empieza a inundarse con la información y los recordatorios que lo llevarán rápidamente a asimilar dónde estamos y por qué. Se demora unos silenciosos instantes, pero finalmente suspira y se acerca unos centímetros más hasta que estamos nariz con nariz, él de costado y yo todavía boca abajo. Me parece que está demasiado lejos. Saco los brazos de debajo de la almohada y me vuelvo ligeramente con unas cuantas muecas de dolor hasta que estoy de lado frente a él. Apoya las manos en mi cadera y se acerca todavía más, hasta que nuestros cuerpos quedan pegados y nuestras narices se tocan de nuevo.

—Sí que es posible —susurro con la garganta tremendamente seca—. Sí que es posible entender lo que sientes por mí.

—¿Has hecho esto para demostrar que me quieres?

—No, ya sabes que te quiero. Lo he hecho para que sepas lo que se siente.

Arruga la frente.

—No lo entiendo. Ya sé lo que se siente cuando te azotan.

—No me refiero a eso. Me refiero a la angustia de ver al hombre al que amo haciéndose daño a sí mismo. —Levanto la mano, le acaricio la barba y veo que de repente lo capta—. Nada podría dolerme más que ver cómo te haces eso a ti mismo. Es lo único que podría matarme. Si vuelves a castigarte, yo también lo haré. —La voz me tiembla ligeramente al pensar en tener que volver a enfrentarme a otro día como el de ayer. Acabo de amenazarlo y, si me quiere tanto como dice, debería concederme mi petición.

Se apresura a apartar la mirada y comienza a morderse el labio mientras sacude ligeramente la cabeza. Vuelve a mirarme.

—Me amas.

—Te necesito. Te necesito fuerte y sano. Necesito que entiendas cuánto te quiero. Necesito que sepas que yo tampoco puedo vivir sin ti. Que yo también me moriría si te perdiera.

Niega con la cabeza.

—No te merezco, Ava. No con la vida que he llevado. Nunca había tenido nada que apreciara o que quisiera proteger. Y ahora que lo tengo siento una mezcla extraña de felicidad total y de pánico absoluto. —Sus ojos repasan cada milímetro de mi cara—. Llenaba mi existencia con alcohol y con mujeres. Y me daba igual. Le he hecho daño a lo más valioso que tengo, y no puedo soportarlo.

—Yo te he hecho ser así.

Arruga la frente pero no me rebate. Yo he hecho que sea así.

—Necesito controlarte, Ava. No puedo evitarlo. Te lo juro.

—Ya lo sé —suspiro—. Ya sé que no puedes evitarlo.

Me acerco a su pecho y me deleito con su calor. Por una vez, siento que lo entiendo perfectamente. Ha tenido una existencia irreprimible, una vida de despreocupación, de insensibilidad, un auténtico desastre. Y ahora no sabe qué hacer con todas estas emociones nuevas.

—Estás sufriendo por mi culpa —dice pegado a mi cabello.

—Y tú por la mía —afirmo secamente—. Pero superaremos el pasado. Mientras estés conmigo y te sientas fuerte, lo superaremos. No es tu pasado lo que me hace daño. Eres tú. Las cosas que estás haciendo ahora. —Sé que mi mente me está recordando que me ha costado digerir lo del pasado de Jesse, pero eso sólo me provocaba unos celos tremendos, no un dolor insoportable. Tengo que aprender a superarlo.

Me aparta de su pecho. Tiene los ojos húmedos y le tiembla la barbilla.

—Estás loca de atar —dice con voz tierna antes de besarme—. Loca de remate.

Recibo alegremente sus labios sobre los míos. Creo que es la única parte de mi cuerpo que puedo mover sin morirme de dolor.

—Estoy locamente enamorada de ti. Por favor, no vuelvas a hacerte eso a ti mismo. Me duele la espalda.

Se aparta con el ceño medio fruncido.

—Todavía estoy furioso contigo.

—Yo contigo tampoco es que esté muy contenta —le contesto tranquilamente.

—No puedo tocarte —gruñe, y me besa de nuevo por toda la cara.

—Ya lo sé. ¿Qué tal tu espalda?

Resopla y continúa cubriéndome el rostro con los labios.

—Bien. Sólo estoy cabreado contigo. Tienes que empezar a moverte o te quedarás inválida.

—No me importaría —respondo. No me importaría quedarme aquí tumbada eternamente y dejar que me besara de la cabeza a los pies.

—De eso, nada, señorita. Necesitas un baño de lavanda y que te eche un poco de crema en la espalda. No puedo creer que de todos los socios fueras a escoger al más chiflado.

—¿Eso hice? —pregunto. ¿Cómo iba a saberlo? Sólo le entregué el látigo al primero que lo aceptó.

—Pues sí. —Aparta la boca de mi cara y me mira con ojos recelosos—. John y yo íbamos a reunirnos hoy para discutir si anulábamos su suscripción. Llevamos tiempo vigilándolo. Su comportamiento se ha vuelto algo errático últimamente y, aunque algunas mujeres disfrutan del lado salvaje de sus hazañas sexuales, otras no tanto. Hace que algunas se sientan incómodas, y eso es un problema. —Una expresión de arrepentimiento se dibuja en su rostro y sé que está pensando que debería haber echado antes a Steve—. Pero todavía no había hecho nada que nos diera motivos reales para echarlo hasta anoche.

—Se lo pedí yo, Jesse. —Intento aliviar su culpa. No quiero que todo esto se repita.

—Tenemos reglas, Ava. —Me besa y me muerde el labio inferior ligeramente—. ¿Establecisteis unos límites previamente?

—No. —Ahora me doy cuenta de lo estúpida que fui.

—Su lista de ofensas sigue aumentando. Ha incumplido muchas normas. Tiene que irse.

—No lo recuerdo. No estaba en la fiesta de aniversario. —Me habría acordado de esa cara de gallito.

—No, estaba de guardia.

—¿De guardia?

Jesse sonríe, y yo me deleito con su sonrisa.

—Es de la pasma.

Me atraganto y, acto seguido, hago una mueca de dolor.

—¿Qué?

—Que es un poli. —Levanta las cejas como diciendo «Sí, me has oído bien».

¿Steve es policía?

—¿Has amenazado de muerte a un policía?

—Estaba cabreado. —Me aparta el pelo de la cara y me mira atentamente—. He estado pensando.

No me gusta cómo suena eso. Y creo que a él tampoco.

—¿Acerca de qué?

—De muchas cosas. Pero lo primero es que tengo que hablar con Patrick sobre Van Der Haus.

Sabía que no me iba a gustar lo que iba a decir, pero no veo la solución a este asunto. Mikael supone probablemente la pensión de jubilación de Patrick, y sé que le va a dar algo cuando le diga que no voy a seguir trabajando con él. No puedo hacerlo, y ni siquiera le he contado a Jesse lo del mensaje de texto. No obstante, acaba de confirmarme que él también cree que es él quien aparece en las grabaciones del bar.

Joder.

—¡Es lunes! —exclamo, y me revuelvo un poco en un intento de levantarme de la cama.

Al instante me agarra de los hombros y me obliga a echarme de nuevo.

—¿En serio crees que voy a dejar que te muevas de aquí? —Sacude la cabeza—. También he estado pensando en otras cosas. —Empieza a morderse el labio.

Oh, oh. ¿En qué?

—¿Qué otras cosas? —pregunto. Ni siquiera ha desarrollado sus pensamientos con respecto a lo de Mikael, aunque sé exactamente adónde quiere ir a parar con ello.

Se aprieta todavía más contra mí.

—No puedo estar sin ti.

—Eso ya lo sé.

—Pero no porque me preocupe volver a mis viejas costumbres. Te quiero porque haces que tenga una razón de ser. Has llenado un inmenso vacío con tu belleza y con tu espíritu, y aunque puede que te complique un poco más la vida con mi manera de ser imposible… —Levanta una ceja con sarcasmo—. Por cierto, que sepas que tú también eres bastante imposible.

Me echo a reír con ganas y hago una mueca de dolor al instante, pero Jesse no se une a mis carcajadas. Frunce los labios y me agarra con más fuerza de la cadera.

—Yo no soy imposible, Jesse Ward. —Enarca las cejas todavía más. Es evidente que no está de acuerdo, pero le pongo la mano en la boca para acallar su contraataque—. Acabas de decir que he llenado un inmenso vacío con mi espíritu…

—Y con tu belleza —murmura en mi mano.

Pongo los ojos en blanco.

—Bueno, pues mi incesante necesidad de desafiar a tu manera de ser imposible forma parte de ese espíritu. Jamás te librarás de esa pequeña parte de mí que se rebela contra ti, y tampoco querrás hacerlo. Eso es lo que me diferencia de todas las mujeres de La Mansión, que llevan lamiéndote el culo demasiado tiempo. —Esta vez soy yo la que enarca una ceja sarcástica y él me mira con recelo. Le estoy diciendo estas palabras a un hombre tan pagado de sí mismo y tan irracional que no me sorprendería que se echara a reír en mi cara, pero continúo de todos modos—: Me he entregado a ti por completo. Soy toda tuya. Nadie me apartará de tu lado. Jamás. Y sé que parte de tu problema es mantenerme lo más alejada posible de lo que las demás mujeres de tu vida representan.

—¡No ha habido ninguna otra mujer en mi vida! —protesta a pesar de mi mano.

Le aprieto los labios con más fuerza.

—Hay algo que necesito saber.

Levanta las cejas. No puede contestar porque tengo la mano muy pegada a su boca.

—Quieres diferenciarme todo lo posible de las mujeres de La Mansión, pero ¿qué hay del sexo? —Siento que sonríe contra la palma de mi mano. ¿Le hace gracia la pregunta?

Aparto la mano de su boca. Sí, está sonriendo con esa sonrisa malévola suya. Me deleito en ella, aunque no me hace gracia que le divierta mi pregunta. Está obsesionado con vestirme adecuadamente según su punto de vista, me obliga a llevar lencería de encaje (y de repente entiendo por qué), y no quiere que beba.

«¡Joder!»

De pronto, los motivos por los que no quiere que beba golpean mi cerebro como una enorme losa.

—No te gusta que beba porque crees que voy a hacer lo que tú solías hacer cuando estabas borracho. ¡Crees que voy a querer follarme todo lo que se mueve! —digo prácticamente chillando, y su sonrisa pronto desaparece. Antes de darle tiempo a contestar a mi pregunta anterior, ya le estoy lanzando otra. Bueno, más que una pregunta es una conclusión.

—¿Quieres hacer el puto favor de hablar bien? —Se deja caer boca arriba en la cama y silba de dolor.

Oh, oh. Me incorporo, haciendo caso omiso de mi propio dolor, y me pongo a horcajadas encima de él.

—Es eso ¿verdad? Ése es el motivo.

Veo cómo asimila las palabras. No puede negarlo, sé que lo he pillado. Inspira profundamente y abre la boca para hablar, pero no dice nada. Vuelve a hacerlo pero sigue sin decir nada. Lo hace tres veces hasta que por fin habla:

—No es sólo eso, Ava. Eres vulnerable cuando bebes.

—Pero es parte del motivo, ¿verdad? —Ya sé que la otra parte es que teme que los hombres den por hecho que soy presa fácil.

—Sí, supongo que sí —confiesa.

—Vale, ¿y qué hay del sexo? —Necesito saber eso. Quiere que sea todo lo contrario a todo lo relacionado con La Mansión, pero luego me folla como un loco.

Vuelve a sonreír.

—Ya te lo he explicado. Nunca me parece tenerte lo bastante cerca.

—Cuando follamos adormilados, sí —respondo. No voy a insistir mucho en este asunto. Me encanta el Jesse dominante.

—Ya, pero entre nosotros hay una química increíble. Jamás la había sentido.

Mi corazón se acelera y, por primera vez en casi un día entero, es de felicidad. ¿Jamás había sentido eso? Pero se ha acostado con decenas de mujeres, ¿o son cientos? Mi sonrisa desaparece al instante.

—¿El qué?

Apoya las manos sobre mis muslos.

—Es pura dicha, nena. Una satisfacción absoluta. Un amor absoluto capaz de mover la tierra y de hacer temblar el universo.

Vuelvo a sonreír.

—¿En serio?

—Sí. Es como estar en el cielo.

Me dejo caer sobre su pecho.

—¡Ay!

—Cuidado. —Me ayuda a incorporarme—. ¿Te duele mucho?

La ira se refleja en sus ojos mientras espera mi respuesta, y yo rezo para que John haya echado a Steve antes de que Jesse le ponga las manos encima. Aún no puedo creer que sea policía.

—Tranquilo. —Me revuelvo—. ¿Qué voy a hacer con el trabajo? —pregunto.

¿Cómo ha podido transcurrir tan de prisa el fin de semana? Me río para mis adentros. Lo he pasado despilfarrando el dinero en compras, comida, joyas, vestidos, encajes, fiestas, en una propuesta de matrimonio muy peculiar, en un montón de sexo fabuloso, en que me drogaran para violarme, en azotes… Gruño. Menudo fin de semana.

—No te preocupes. Ya he hablado con Patrick. —Jesse se incorpora y me arrastra consigo al borde de la cama.

«¿En serio?»

—¿Hay alguien de mi entorno a quien no hayas importunado? —pregunto secamente.

Se levanta y me deja de pie, mostrando su magnífica desnudez delante de mí.

—No seas impertinente —me advierte, circunspecto—. No tienes ninguna marca de latigazos en el culo, señorita. Y, cambiando de tema, ¿por qué está todo revuelto como si hubiesen entrado a robar?

Ay… No sé cómo, pero me había olvidado de eso.

—Estaba buscando algo.

Frunce el ceño.

—¿El qué? —pregunta con un leve tono de cautela.

Lo observo y analizo su expresión y su lenguaje corporal. No me dice nada.

—Nada.

Me pone de espaldas a él y me lleva hasta el cuarto de baño cogiéndome del codo con una mano y empujándome del culo con la otra. Su falta de curiosidad respecto a lo que estaba buscando no hace sino aumentar mis sospechas. Normalmente jamás aceptaría una respuesta tan imprecisa a una de sus preguntas.

—¿Qué le has dicho a Patrick? —pregunto mientras me sienta sobre el mueble del lavabo.

—Le he dicho que te desmayaste el sábado y que no te encuentras bien.

Vaya. Bien pensado.

—¿No se extrañó de que lo llamaras tú?

—Ni lo sé ni me importa. —Empieza a preparar un baño y regresa a mi lado—. Mira lo que le has hecho a tu precioso cuerpo —dice con voz suave observando mi espalda desnuda en el espejo—. No voy a poder hacerte el misionero en una buena temporada.

Una oleada de decepción recorre mi cuerpo y me miro por encima del hombro.

—¿Sólo eso? —espeto con incredulidad. Me siento como si me hubiera desollado viva, y el único recuerdo visible que tengo de mi tortura son unos cuantos verdugones rojos y uno con una especie de corte con sangre seca.

—¿Cómo que si sólo eso? —dice, cabreado.

Aparto la mirada de mis dolorosas heridas y observo con el ceño fruncido a Jesse, que me devuelve la mirada con una expresión similar a la mía aunque probablemente más feroz. Lo agarro de las caderas.

—Date la vuelta —le ordeno mientras lo empujo con las manos para conseguir que su cuerpo musculoso reacio a obedecer se vuelva. Cuando le veo la espalda no puedo evitar lanzar un grito ahogado. A esto es justo a lo que me refería. Tiene el doble de marcas que yo, mucha más sangre y muchos más recuerdos del aciago día de ayer—. ¿Lo ves? Las tuyas son mejores que las mías.

«¿Qué estoy diciendo?»

Se vuelve de nuevo y apenas me da tiempo a soltarlo de la cintura cuando me baja del mueble y me deja en el suelo. Me petrifica con una mirada furiosa, me agarra de los brazos y me sacude ligeramente.

—¡Ava, no digas tonterías!

—¡Lo siento! —exclamo al instante. ¿Por qué estoy diciendo estas chorradas?—. Es que me duele tanto que creía que tendría peor aspecto.

—¡Bastante malo es ya! —Me suelta y regresa a la bañera, vierte un poco de aceite de lavanda y remueve el agua con la mano.

No sé cómo he podido decir esa estupidez. Me lo tengo merecido.

—He dicho que lo siento —refunfuño, pero hace como que no me oye.

Inclino la cabeza hacia un lado y admiro su firme desnudez mientras muevo las piernas y giro los hombros para intentar recuperar un poco de flexibilidad. Necesito relajarme. Siento cómo mis músculos se agarrotan entre mis hombros. Permanezco sentada pacientemente en el mueble mientras Jesse prepara las toallas, el champú y el acondicionador y lo dispone todo a un lado de la bañera antes de ordenar el desastre que organicé ayer. Lo hace todo en absoluto silencio, sin mirarme ni una sola vez. Sabe perfectamente qué he estado buscando.

—Abajo. —Me ofrece la mano y me mira con expectación, pero yo la rechazo y me dejo caer al suelo con cuidado, me quito las bragas y me dirijo hacia la bañera.

Me meto y empiezo a descender a regañadientes al sentir el escozor del agua. Hago caso omiso del gruñido de desaprobación de Jesse ante mi rechazo. Estoy demasiado ocupada apretando los dientes y concentrándome en meterme bajo el agua, que pronto empieza a aliviarme en lugar de apuñalarme. Me recuesto y cierro los ojos con un suspiro de alivio.

Siento que me observa. Abro un ojo y veo que tiene las cejas levantadas hasta el nacimiento del pelo y mueve la cabeza para indicarme que me aparte. Hago todo lo posible por demostrar las molestias que me causa hacerlo tomándome mi tiempo y resoplando sin parar mientras me desplazo hacia adelante para hacerle un sitio. No sé por qué me estoy comportando de esta manera tan insolente. Bueno, sí. Me cabrea que mis heridas de guerra sean una nimiedad en comparación con las suyas y que sea yo la que no para de quejarse, de hacer gestos de dolor y de comportarse como si me hubiesen lapidado.

Se mete en la bañera y se sienta detrás de mí. Apenas da muestras de sentir molestias cuando el agua le cubre la espalda. Coloca las manos sobre mis hombros y tira de mí hasta que mi espalda queda pegada a su cuerpo.

—No te resistas. —Me muerde la oreja y yo me retuerzo. Dobla las piernas y me rodea el cuello con los brazos, de manera que me envuelve completamente.

Vale. Ahora toca conversar en la bañera.

Apoyo la cabeza contra su hombro y disfruto del roce de su barba matutina en mi rostro.

—Entonces, ¿Steve está fuera? —pregunto con frialdad.

—No lo dudes.

—¿Y no vas a preguntarle nada?

—Sólo si prefiere que lo incineren o que lo entierren —responde sarcásticamente, y lo creo. Su respuesta, aunque brusca y un poco exagerada, es justo la que esperaba oír—. ¿Te hago daño?

—No, estoy bien —lo tranquilizo. Me aprieta un poco más fuerte, pero nuestros cuerpos mojados hacen que nos deslicemos sin que duela—. ¿Y qué pasa con Sarah?

«¡PUM

Se queda parado y yo continúo trazando suaves círculos en sus muslos con mis dedos índices como si no hubiera dicho lo que acabo de soltar. Lo que es bueno para uno… Además, Steve no tiene ningún interés sexual en mí. Sarah, por el contrario, tienen un evidente interés en Jesse, y como él parece empeñarse en seguir ajeno a la situación, soy yo quien debe imponer unas medidas de control de riesgos.

—¿Qué tiene que ver Sarah con todo esto? —pregunta totalmente perplejo.

Si pudiera verme el rostro descubriría mi cara de incredulidad. No puede estar hablando en serio. Tengo que mantenerme serena.

—Te hizo daño.

—Yo se lo pedí.

—Y yo se lo pedí a Steve —repongo tranquilamente.

—Ya, pero Steve sabía que no debía tocarte porque eres mía. Cruzó la línea, y no me refiero sólo a la persona con la que lo hizo, sino por cómo lo hizo, aunque, claro está, lo primero es mi manzana de la discordia. —Me muerde el lóbulo de la oreja para asegurarse de que sepa que se refiere a mí. ¿A quién, si no?—. Aceptó el látigo de alguien a quien no conocía y ni siquiera estableció unos límites previamente. Podrías haber sido cualquier tarada.

—Supongo que lo era en esos momentos —mascullo—. Pero bueno, tú eres mío. Tú también eres zona prohibida, ¿sabes?

—Lo sé —responde suavemente—. Lo sé, nena. No volverá a pasar, pero creo que ya le has dejado bastante clara a Sarah tu postura —añade sarcásticamente.

Sonrío con suficiencia. Sí, es verdad, pero quiero que la eche.

—Entonces ¿no vas a echarla? —pregunto, aunque, muy a mi pesar, ya sé la respuesta.

—Es una empleada y una buena amiga. No puedo despedirla por haber hecho algo que yo le pedí que hiciera, Ava.

Suspiro pesadamente para dejarle bien claro que no me hace ninguna gracia. ¿Una «amiga»? ¿Una «buena amiga»?

—Ella lo planeó todo, Jesse.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Recibí un mensaje de John.

—¿Qué mensaje?

—El que ella envió desde su teléfono diciendo que debía ir a La Mansión. —Sé que esto no va a llevarme a ninguna parte.

—¿Crees que Sarah cogió a hurtadillas el teléfono de John para mandarte un mensaje?

—¡Sí!

—¡No seas tonta!

—¡No soy tonta! —chillo—. Lo tengo en mi móvil. Te lo enseñaré.

—Ava, Sarah jamás haría algo así.

¡Venga ya! Y se supone que es amiga suya… Pues está claro que no la conoce muy bien. Yo he tenido el placer de conocerla sólo durante un mes y la calé desde el primer segundo en que la vi. Jesse no se entera de nada.

—¿Crees que me lo he inventado?

—No, creo que te drogaron el sábado por la noche, y que puede que aún estés algo confusa —responde intentando apaciguarme. No me hace ninguna gracia. ¡No me lo he imaginado!

—Te lo enseñaré —digo como una adolescente ultrajada—. Ella te desea, Jesse.

—Pues no puede tenerme, y lo sabe. Te pertenezco a ti. —Aprieta los labios contra mi cara.

—Sí —resoplo, apretando la mejilla contra su beso.

Esto es complicado. Jesse tiene razón; no puede echarla de su trabajo por hacer algo que él le pidió que hiciera, lo cual es una mierda porque estoy segura de que él no opinaría lo mismo si la situación fuese al revés. Lo único que me consuela es saber que Jesse no tiene el más mínimo interés en ella, y de eso estoy completamente segura. No voy a hacerle cargar con mi pataleta. Me la reservaré para Sarah cuando se presente la ocasión, y para todas esas otras mujeres irrespetuosas. Llevar a cabo las medidas de control de riesgos será complicado con todas esas sanguijuelas. Me cabrea que sea incapaz de ver cómo es en realidad.

—Inclínate para que te lave la espalda. —Me empuja hacia adelante por los hombros y yo obedezco a regañadientes—. Tendré cuidado.

—Me gusta cuando no lo tienes —espeto con descaro.

—Ava, no digas cosas de ese tipo cuando no puedo violarte —me reprende, y escurre con cuidado la esponja sobre mi espalda. Me besa con suavidad donde puede entre delicadas caricias y cierro los ojos como si estuviera soñando. Resulta tan sencillo olvidar los desafíos cuando se comporta de esta manera—. Voy a lavarte el pelo.

Permito que me bañe, que me lave el pelo y que me asee en general antes de envolverme en una toalla y de dejarme en la cama.

—Igual está un poco fría —dice, sube a horcajadas sobre mi culo y vierte un poco de crema sobre mi espalda. Mis omoplatos se elevan y se tensan—. Chsss. No vas a volver a hacer esto, ¿verdad? —me provoca, y empieza a aplicarme la crema suavemente.

—Si tú lo haces, yo también lo haré —gruño, y hundo la cara en la almohada, rogando a Dios para que no vuelva a hacerlo nunca más.

Comienza a acariciarme despacio la espalda hasta que me acostumbro a la fricción y, cuando me he relajado un poco, me aplica la crema también en los verdugones. No está nada mal. La calidez de sus enormes manos deslizándose por mi piel no tarda en tornarse hipnotizadora, y soy más que consciente de que algo duro y húmedo empieza a presionarme en las lumbares. Sonrío para mis adentros. No tardará en ponerme las manos encima, y espero que así sea. Pero lo obligaré a usar un condón.

Me masajea hasta que la tensión ha desaparecido por completo y mi espalda parece haber vuelto a la normalidad.

—¿Hola?

Ambos levantamos la cabeza al oír la voz de Cathy.

—¡Mierda! —exclama Jesse, levantándose a toda prisa—. He olvidado llamar a Cathy. —Desaparece en el vestidor y reaparece con unos vaqueros y una camiseta azul claro puestos—. Arriba. —Me agarra de la cintura y me levanta del colchón—. Tienes que comer algo.

—No tengo hambre.

—Tienes que comer. Debes de tener el estómago completamente vacío después de que arrojaras todo su contenido sobre el suelo de mi despacho.

Me encojo al pensarlo.

—Lo siento. —Me pregunto quién habrá tenido el placer de limpiarlo. Espero que haya sido Sarah.

—No te preocupes. Vístete. Te espero en la cocina.

Me da un beso inocente, se marcha y me deja para que me arregle.

Giro los hombros. Sus mágicas manos obran auténticos milagros. Me siento muchísimo mejor. Me seco el pelo, me pongo unos vaqueros rotos viejos y una camiseta blanca muy ancha para que no me roce mucho la espalda y me dirijo al piso inferior.

—Buenos días, Ava. —Cathy alza la vista del lavavajillas que está llenando y me sonríe amablemente.

Me siento sobre el taburete junto a Jesse y él se inclina para oler la fragancia de mi pelo recién lavado.

—Hola, Cathy, ¿qué tal? —Lo aparto con un empujoncito. Él gruñe y a continuación me planta un pegote de mantequilla de cacahuete en el labio inferior. Mi lengua se dispone a limpiarlo por acto reflejo—. ¡Joder! —Pongo cara de asco y él se echa a reír, tira de mí y me lame la boca.

—Mmm. —Sonríe y me da un beso húmedo con sabor a esa pasta asquerosa.

Me limpio y vuelvo a centrar la atención en Cathy, que observa nuestra escena con una sonrisa en los labios. Me pongo como un tomate.

—Estoy muy bien, Ava, gracias. ¿Quieres desayunar? ¿Salmón?

—Sí, por favor —respondo, agradecida, y ella asiente, se seca las manos en su mandil blanco e impoluto y se acerca a la nevera. Miro a mi alrededor y veo que ya han recogido el desastre que formé.

—Tenemos noticias que darte, Cathy —canturrea Jesse.

«¿Ah, sí?»

No creo que vaya a ponerla al corriente sobre los acontecimientos de los últimos días. Lo miro con el ceño fruncido pero hace como que no me ve.

—Ava pronto se convertirá en la señora Ward.

Me quedo boquiabierta, pero él sigue haciendo como si no estuviera. ¡Joder! Había olvidado ese asunto. ¿Cómo es posible?

—¿En serio? ¡Eso es estupendo! —Cathy deja los huevos y el salmón en la isla y se acerca para darme un gran abrazo—. ¡Ay, cuánto me alegro! —canturrea en mi oído.

Aprieto los dientes con fuerza cuando me frota la espalda mientras sigo sentada en el taburete.

Se aparta y me envuelve la cara con las manos.

—No sabes cuánto me alegro. Es un buen chico. —Me besa en la mejilla y me suelta—. Ven aquí tú también. —Abraza a Jesse con el mismo entusiasmo y él la recibe de buena gana, sin el menor gesto de dolor. Me mira por encima del hombro de Cathy y yo lo contemplo asombrada.

Después de lo que pasó anoche, había dado por hecho que nos replantearíamos el asunto. Pero parece ser que me equivocaba. El anillo ha desaparecido de mi dedo, y cuando me preguntó si todavía quería casarme con él le dije que no podía hacerlo. ¿No deberíamos hablar sobre toda la mierda que ha pasado este fin de semana? De nuestras inseguridades, de Sarah, de Coral, de Mikael…

No ha tenido para nada en cuenta mi opinión. Ni siquiera se lo he dicho a mis padres aún. Si voy a casarme con este capullo imposible deberían ser los primeros en saberlo.

—Mi chico por fin va sentar la cabeza. —Cathy le pellizca las mejillas y le planta un beso igual que a mí. Se está comportando como una madre orgullosa, y hace que me pregunte cuál será la historia de su relación. Es mucho más cercana que la habitual entre un jefe y una empleada. Sus manos ligeramente arrugadas liberan a Jesse y coge el mandil para secarse los ojos mientras solloza. ¿Está llorando?

—¡Cathy, ya vale! —la reprende Jesse.

—Lo siento. —Recobra la compostura y se aleja para seguir preparando el desayuno con una amplia sonrisa en la cara—. ¿Y dónde y cuándo será?

Estiro el brazo para coger la cafetera. Ahora es cuando deberían empezar a estallar las chispas.

—El mes que viene, en La Mansión —la informa Jesse, muy seguro de sí mismo.

Dejo caer la cafetera de golpe junto a la taza y lo miro, sorprendida.

—¿En serio? —¡No pienso casarme en La Mansión! ¿Está de coña? Joder, me acaban de entrar todos los sudores al imaginarme a mis padres vagando por el edificio y sus terrenos. ¿Se darían cuenta de lo que es?

—En serio —responde fríamente. El capullo imposible que me vuelve loca no ha tardado en regresar.

—Qué bonito —gorjea Cathy.

Miro a Jesse fijamente. ¿Sabe ella lo que es La Mansión en realidad? Me siento como si estuviera en una dimensión desconocida.

—Lo será —confirma Jesse.

Le pone la tapa al tarro de mantequilla de cacahuete y empieza a despegar la etiqueta, haciendo caso omiso de mi cara de estupefacción y de mi mirada fija en él. Veo cómo me mira con el rabillo del ojo. Empieza a morderse el labio y lanza el papelito que se ha enrollado con el dedo sobre la encimera.

Exhalo lentamente para no perder la paciencia y cojo el papel de la superficie. ¿Qué ha pasado con aquello de que discutiríamos juntos todo lo relativo a nuestra boda?

Me bajo del taburete y decido ir hasta el cubo de la basura para no propinarle una patada en la espinilla. Me detengo detrás de él y acerco la boca a su oreja.

—¿Con quién vas a casarte? —pregunto en voz baja antes de seguir caminando.

—En compensación —gruñe—. La fastidiaré, Ava.

—¿Cómo? —Cathy se vuelve desde los fogones.

—Nada —respondemos al unísono, y nuestros ceños fruncidos se encuentran al mirarnos. La hostilidad que emana de su cuerpo es palpable.

Este fin de semana ha demostrado que tenemos que centrar nuestra atención en otros asuntos más importantes, como en infundirnos el uno al otro la seguridad que sin duda necesitamos.

Piso el pedal del cubo y tiro el minúsculo trozo de papel dentro. Entonces veo algo que brilla desde las oscuras profundidades. Me agacho a cogerlo extrañada y saco media tarjeta blanca y plateada. Es una invitación de boda. Le doy la vuelta, inclino la cabeza y vuelvo a mirar en la basura. Saco la otra mitad y las sostengo unidas.

EL SR. Y LA SRA. WARD TIENEN EL PLACER DE INVITARLOS A LA BODA DE SU HIJA, AMALIE WARD, CON EL DR. DAVID GARCÍA.

«¡Joder!»

De repente, Jesse me quita la invitación de las manos, vuelve a tirarla a la basura y me arrastra de nuevo hacia la isla de la cocina.

—Siéntate —ordena con ese tono que sé que no debo desobedecer. Me sienta sobre el taburete y yo alzo la vista y veo que le tiembla la mandíbula y que tiene los músculos del cuello hinchados.

—¿Es tu hermana? —pregunto en voz baja.

—Olvídalo —me advierte sin siquiera mirarme.

Mi mente empieza a dar vueltas. No hemos hablado mucho sobre sus padres, pero sé que hace años que no los ve. ¿Son ellos quienes no quieren, o es Jesse? Si le han enviado una invitación a la boda de su hermana supongo que debe de ser cosa de Jesse. Observo su perfil pero no me atrevo a decir nada.

—Aquí tenéis. —Cathy nos sirve el desayuno y se mete un plumero en la parte delantera del mandil—. Os dejo que comáis tranquilos.

—Gracias, Cathy —responde Jesse sin un ápice de gratitud.

Soy incapaz de hablar. Empiezo a picotear los bordes de mi sándwich de salmón en un incómodo silencio y, tras lo que me parece una eternidad, por fin me rindo y me bajo del taburete.

—¿Adónde vas? —pregunta.

—Arriba. —Salgo de la cocina dejando mi desayuno intacto. Jesse y los constantes misterios que lo rodean están causando estragos en mi apetito.

—Ava, no me dejes así —me advierte. Hago como que no lo oigo—. ¡Ava!

Me vuelvo.

—Estás más loco de lo que pensaba si crees que voy a casarme contigo, Jesse —digo tranquilamente antes de dejarlo ahí plantado en la cocina, compungido.

Espero que se abalance sobre mí y me tire al suelo pero, para mi sorpresa (y preocupación), me permite abandonar la estancia y llegar a la suite principal sin una cuenta atrás y sin follarme para hacerme entrar en razón. Sabe que me duele la espalda, así que no puede forzarme físicamente. Eso debe de estar matándolo.

Cathy está en mi habitación de invitados preferida, quitando el polvo alegremente mientras canturrea Valarie. Verla me hace sonreír. Cierro la puerta del dormitorio despacio detrás de mí y me dispongo a cepillarme los dientes. Iré a trabajar. No voy a quedarme aquí todo el día como un pasmarote, y tengo la espalda bien si no hago movimientos bruscos. Aquí molestaré a Cathy, y prefiero ir a hablar con Patrick y enfrentarme a su interrogatorio respecto a mi relación con Jesse.

Busco entre mis vestidos y me pongo uno de los viejos. Me cambio, me coloco los tacones y me acerco al espejo para maquillarme.

La puerta del dormitorio se abre.

—¿Adónde vas? —pregunta Jesse con tono aprensivo. Me temo que estoy rompiendo su regla de que sólo puedo apartarme de su lado cuando él lo diga.

—A trabajar.

—De eso, nada.

—Claro que sí —replico, y sigo aplicándome el maquillaje, haciendo caso omiso de su cuerpo imponente detrás de mí. No poder tocarme lo está matando, sobre todo ahora que quiere retenerme aquí.

—¿Cómo llevas la espalda?

Lo miro un instante.

—Me duele —contesto a modo de advertencia. Vuelvo a centrar la atención en el espejo y compadezco para mis adentros al hombre que tengo detrás sin saber qué hacer. Esta vez se ha pasado. La ha cagado pero bien.

Termino de maquillarme y empiezo a organizarme el bolso.

—¿Y mi teléfono? —pregunto mientras sigue detrás de mí.

—Está cargándose en mi despacho.

Me sorprende que me lo diga sin tener que insistir.

—Gracias. —Cojo el bolso y salgo por la puerta, pero doy un brinco cuando Jesse aterriza delante de mí y me corta el paso.

—Hablemos. —Escupe la palabra como si tuviera basura en la boca—. Por favor, no te vayas. Vamos a hablar.

—¿Ahora quieres hablar?

Se encoge de hombros, avergonzado.

—Bueno, no puedo follarte para hacerte entrar en razón, así que supongo que tendré que hablar contigo para conseguir eso mismo —gruñe.

—Así es como suelen hacerse las cosas, Jesse.

—Ya, pero mi manera es mucho más divertida. —Me dedica su sonrisa maliciosa y yo intento eliminar la que amenaza con formarse en mis labios. Necesito mantenerme seria. Me coge de la mano y se acerca a mí—. Nunca he tenido que dar explicaciones sobre mi vida a nadie, Ava. No es algo que me apetezca hacer.

—No voy a casarme con alguien que se niega a abrirse a mí. Sigues ocultándome información, y luego todo acaba en un tremendo desastre.

—No te he contado ciertas cosas porque temía que salieras huyendo.

—Jesse, he descubierto algunas cosas bastante impactantes y aún sigo aquí.

—Lo sé —suspira—. Ava, sabes más sobre mí que nadie. Nunca había estado tan cerca de otra persona como de ti. Cuando sólo te estás follando a alguien no sueles entablar conversaciones y contarte la vida.

Me encojo al recordar sus días de correrías sexuales que acaban de terminar.

—No digas ese tipo de cosas —le advierto.

Tira de mí hacia la cama.

—Siéntate —me ordena. Después suspira profundamente—. El último encuentro que tuve con mis padres no fue muy bien. Mi hermana nos tendió una emboscada e hizo que nos reuniésemos. Mi padre empezó a despotricar, mi madre se enfadó y yo me emborraché mucho; supongo que puedes imaginarte cómo acabó la cosa.

Vaya. ¿Jesse borracho? No envidio a nadie que haya tenido que soportar al Jesse ebrio.

—Entonces tu hermana quiere que lo solucionéis —musito con esperanza.

—Amalie es un poco testaruda —suspira, y yo me río para mis adentros. ¡No pueden negar que son hermanos!—. No acepta que han pasado demasiadas cosas, que nos hemos dicho demasiadas cosas durante muchos años. —Me mira y veo dolor en sus ojos—. Esto no tiene solución, Ava.

—Pero son tus padres. —Yo no podría vivir sin hablarme con mis padres—. Eres su hijo.

Me ofrece una media sonrisa, una sonrisa que indica que no lo entiendo, y lo cierto es que no lo entiendo en absoluto. Todo tiene solución.

Suspira.

—Sólo he recibido la invitación porque la envió mi hermana a espaldas de ellos. Mis padres no quieren que vaya. Amalie borró la dirección de ellos y la cambió por la suya.

—Pero ella sí quiere que vayas. ¿No te gustaría ver cómo se casa?

—Me encantaría ver cómo se casa mi hermana pequeña, pero no quiero arruinarle la boda. Si voy, la cosa sólo puede acabar de una manera. Créeme.

—¿Qué pasó para llegar a esto?

Deja caer los hombros completamente y empieza a trazar círculos en mis manos con los pulgares. Sé que esto le resulta doloroso, y eso hace que me sienta aún más frustrada porque se empeña en hacer como que no le importa.

—Ya te conté que Carmichael me dejó La Mansión al morir. Aunque, cuando te lo dije, creías que era un hotel. —Enarca las cejas con un gesto algo divertido. Pongo los ojos en blanco.

Vale, sí, estaba ciega. Quiero señalar que si iba por ahí totalmente ajena a la realidad era por culpa suya, pero no lo hago. Dejo que continúe.

—Las cosas ya se pusieron bastante tensas cuando se mudaron a España y yo decidí quedarme con Carmichael. Tenía dieciocho años, y entiendo que para mis padres el hecho de que viviera en La Mansión era una pesadilla. —Se ríe ligeramente. Yo también lo entiendo—. Me convertí en un mujeriego y las cosas fueron a peor cuando Carmichael murió. De no ser por John, probablemente La Mansión ya no existiría. Prácticamente la dirigió él mientras yo estaba ocupado emborrachándome y follando.

—Vaya —susurro.

—Después me calmé, pero mis padres me dieron un ultimátum: o La Mansión o ellos. Y elegí La Mansión. Carmichael era mi héroe, no podía venderla —añade terminando su discurso con absoluta rotundidad.

—Tus padres sabían que seguías… —Me aclaro la garganta seca—. Bueno, haciendo lo que hacías. —Soy incapaz de decirlo, me revuelve las tripas.

—Sí, y se habían imaginado que acabaría así. Tenían razón, y siempre me lo echan en cara. He llevado un estilo de vida despreciable, lo admito. Carmichael era la oveja negra de la familia. No se hablaba con nadie y todos renegaban y se avergonzaban de él. Y, cuando murió, yo pasé a ser esa oveja negra. Mis padres se avergüenzan de mí. Eso es todo.

Me estremezco al oír esa última parte.

—No deberían avergonzarse de ti. —Eso me pone furiosa.

—Pues así es. —Se encoge de hombros.

—Entonces ¿hace mucho que conoces a John? —Si lo ayudó a dirigir La Mansión cuando empezó, estamos hablando de unos dieciséis años.

—Sí, hace mucho tiempo —sonríe con cariño—. Él y Carmichael eran buenos amigos.

—¿Cuántos años tiene?

Levanta la vista y arruga la frente.

—Unos cincuenta, creo.

—¿Y cuántos años tenía Carmichael? —pregunto.

—¿Cuando murió? Treinta y uno.

—¿Tan joven? —espeto. Me lo imaginaba con el pelo largo y cano, moreno y adulador.

Se ríe al ver mi expresión de perplejidad.

—Mi padre y él se llevaban diez años. Mis abuelos lo tuvieron tarde.

—Vaya. —Hago un cálculo mental—. Entonces tú sólo te llevabas diez años con Carmichael también.

—Para mí era como un hermano.

—¿Cómo murió? —Seguramente esté tensando la cuerda, pero me siento intrigada. Estoy empezando a hacerme una idea de la historia de Jesse, y ahora soy como un perro con un hueso.

La tristeza se dibuja en su rostro.

—En un accidente de tráfico.

—Vaya —susurro, y de repente caigo en la cuenta. Dirijo la mirada a su estómago y la dejo fija en el área donde tiene la cicatriz.

Jesse iba en el coche con Carmichael. Joder. Todo este tiempo que he estado preguntándole e importunándolo al respecto me decía que le resultaba demasiado doloroso hablar de ello, y es verdad. Las miles de piezas del puzle de Jesse empiezan a encajar. Sus padres se mudaron a otro país, él se negó a ir porque quería quedarse con su tío, que era más como un hermano (voy a pasar por alto el tema del sexo), y tres años después pierde a Carmichael en un trágico accidente en el que también sale herido. No me extraña que acabara dándose al alcohol y al sexo después de aquello. Ahora lo entiendo todo. Siento como si me acabaran de quitar un peso tremendo de encima. Todo esto explica por qué es como es.

—No vayas a trabajar. —Me coloca sobre su regazo con cuidado y me acaricia la nariz con la suya—. Quédate en casa y deja que te ame. Quiero llevarte a cenar esta noche. Te debo un rato especial.

Me derrito. Después de todo lo que me ha contado y de lo razonable que está siendo no puedo negarme.

—Pero mañana iré a trabajar —digo con firmeza. Tengo asuntos importantes que solucionar en el trabajo.

Como, por ejemplo…, el de Mikael Van Der Haus. No quiero ni imaginarme lo que va a decir Patrick.

—De acuerdo. —Pone los ojos en blanco—. Bueno, voy a correr un poco para aliviar la tensión a la que me ha sometido mi seductora imposible. Cuando vuelva nos pasaremos toda la tarde acurrucados y luego saldremos a cenar. ¿Vale?

—Vale, pero eso que has dicho de «seductora imposible» lo supero yo con «dios engreído».

Me dedica una de esas sonrisas que reserva exclusivamente para mí y se deja caer de espaldas sobre la cama con cuidado.

—Bésame, ahora —exige, y yo me inclino y lo beso con agradecimiento. Se ha abierto a mí, y me siento mucho mejor. Vuelvo a estar en el séptimo cielo de Jesse.