Capítulo 19
Jesse aparca derrapando en el exterior de La Mansión, donde John nos espera en la escalera. Sólo hay unos pocos coches, incluido el mío. Había olvidado que lo dejé aquí.
—Venga, quiero terminar cuanto antes para poder tenerte unas horas sólo para mí. —Me coge de la mano y echa a andar.
—Pues llévame a casa —refunfuño, ganándome un suave gesto de reproche.
—Te estoy ignorando —murmura.
—Ava. —John nos saluda con una inclinación de la cabeza y nos sigue.
—¿Todo bien? —pregunta Jesse mientras me conduce hasta el bar. Está vacío, excepto por el personal que revolotea nerviosamente por el lugar.
Me sienta en un taburete y él toma a su vez asiento delante de mí. Deja mi mano sobre su muslo. Localizo a Mario, que está secando copas con un paño.
—Todo bien —murmura John—. Los del catering están en la cocina, y el grupo de música vendrá a las cinco. Sarah lo tiene todo bajo control. —Hace un gesto para llamar a Mario, y el vello de todo mi cuerpo se eriza al oír que menciona el nombre de Sarah.
—Genial, ¿dónde está? —pregunta Jesse.
—En tu oficina, terminando las bolsas de regalos.
¿Bolsas de regalos? ¿Qué se mete en una bolsa de regalo para una fiesta en un club de sexo? Ay, Dios, no quiero ni pensarlo.
Mario se acerca y hace volar el paño sobre su hombro. Su sonrisa cálida hace que se la devuelva al instante. Es un hombre de lo más dulce.
—¿Te apetece una copa? —Jesse me aprieta la mano que tengo en su muslo.
—Sólo agua, por favor.
—Que sean dos, Mario —dice, y luego se vuelve hacia mí—. ¿Qué quieres comer?
Eso es fácil.
—Filete —digo entusiasmada con los ojos brillantes. El filete que tomé aquí es el mejor que he comido nunca.
Sonríe.
—Mario, dile a Pete que tomaremos filete con patatas nuevas y ensalada. Comeremos en el bar.
—Por supuesto, señor Ward. —Mario asiente feliz, mientras coloca dos botellas de agua y un vaso sobre la barra.
—¿Podrías quedarte aquí un momento mientras voy a comprobar algunas cosas? —me pregunta Jesse mientras suelta mi mano, coge una botella y me sirve un poco de agua.
Levanto una ceja en señal de desaprobación.
—¿Vas a dejar a Mario vigilándome?
—No —dice despacio, dirigiéndome una mirada rápida y cautelosa. Oigo la risa atenuada de John—. No es necesario, ¿o sí?
—Supongo que no. —Me encojo de hombros y miro el bar—. ¿Dónde está todo el mundo?
Se pone de pie y coloca la mano en mi muslo.
—Cerramos el día de nuestro aniversario. Hay muchas cosas que preparar. —Me besa en la frente y coge su botella de agua—. ¿John?
—Cuando quieras —responde él.
Me aparta el pelo de la cara.
—Volveré tan pronto como pueda. ¿Seguro que aquí estarás bien?
—Estoy bien —respondo, haciéndole un gesto para que se vaya.
Me dejan en el bar rodeada por el caos del personal. Están todos abrillantando las copas como locos y reponiendo los contenidos de las neveras. Siento que debería echar una mano, pero en ese momento suena mi teléfono en el bolso y lo saco. Aparece el nombre de Ruth Quinn en la pantalla iluminada. Debería pasar de contestar, es mi día libre, pero ésta podría ser la oportunidad para cancelar lo de ir de copas con ella.
—Hola, Ruth.
—Ava, ¿cómo estás?
Suena amistosa, demasiado amistosa.
—Bien, ¿y tú?
—Genial. Recibí tus presupuestos y los diseños. ¡Son maravillosos!
—Me alegro de que te gusten, Ruth. —Supongo que será un placer trabajar con alguien tan entusiasta.
—Ahora que me has enseñado lo bien que podría quedar el desastre de la planta baja, estoy impaciente por empezar.
—Genial. Entonces, supongo que has recibido la factura por mis honorarios. En cuanto esté pagada podremos arrancar.
—La recibí. Os haré una transferencia. ¿Tienes los datos de la cuenta bancaria? —pregunta.
—Ahora mismo no puedo dártelos. ¿Te importaría llamar a la oficina? Es mi día libre y no los tengo a mano.
—Uy, lo siento. No lo sabía.
—Descuida, Ruth. Ha sido una cosa de última hora. No te preocupes —le aseguro.
—¿Estás haciendo algo divertido? —pregunta.
Sonrío.
—Estoy en ello. Disfrutando un poco de mi novio. —Eso ha sonado raro.
—Vaya…
Se hace el silencio.
—¿Ruth? ¿Estás ahí? —Miro el teléfono para ver si se ha cortado la llamada. Pero no—. ¿Hola?
—Perdona. Es sólo que dijiste que no había ningún hombre —ríe.
—Quería decir que no había problemas con hombres.
—¡Entiendo! Bien, te dejo disfrutar entonces.
—Gracias. Te llamo la semana que viene y lo retomamos.
—Genial. Adiós, Ava. —Cuelga, y en seguida me doy cuenta de que no ha sacado el tema de las copas. Bueno, tampoco concretó el día.
Devuelvo el teléfono a mi bolso y localizo a Mario caminando con una caja llena de ingredientes para cócteles y fruta fresca.
—Señorita Ava, ¿se encuentra usted bien? —me pregunta.
—Estoy bien, Mario. ¿Y tú?
Deja la caja más grande sobre la barra y yo lo ayudo tirando de ella hacia mí.
—Muy bien, ¿podría hacer usted de…? —frunce el ceño—, ¿cómo se dice?… ¿Mi conejillo de Indias?
—¡Claro! —Lo digo con demasiado entusiasmo. Me encanta todo ese rollo de mezclar, agitar y probar.
Sonríe y me pasa una tabla de cortar y un cuchillo de cocina.
—Usted corta —me informa pasándome una cesta con frutas variadas de la caja.
Selecciono una fresa, le quito el pezón y la corto en dos.
—Sí, así está bien. —Mario asiente mientras empieza a verter distintos líquidos en una gran coctelera plateada.
Yo me las apaño con todo el montón de fresas y las coloco en un recipiente con tapa. Luego me pongo con los limones. Mario canturrea en voz baja una canción estilo ópera italiana mientras seguimos sentados en el bar. De vez en cuando, dejo mis tareas de pinche de frutas para observarlo medir, verter y hacer malabarismos con los útiles de coctelería.
—Ahora viene la parte buena —sonríe mientras le pone la tapa a la coctelera plateada y comienza a agitarla.
Le da la vuelta, la agarra y la lanza por encima de su cabeza. Gira sobre sí mismo y la coge al vuelo. Me deja alucinada con la demostración de sus habilidades como barman. Nunca me lo habría imaginado. Deja la coctelera a un lado de la barra y vierte el contenido rosa en un vaso alto con una hoja de menta y una fresa.
—Voilà! —canta ofreciéndome el vaso.
—¡Caray! —Me relamo al ver el vaso con el borde cubierto de azúcar—. ¿Cómo lo has bautizado?
—¡Es el «sublime de Mario»! —Su voz se torna más aguda hacia el final del nombre. Está muy orgulloso—. Pruébelo. —Empuja el vaso hacia mí y me acerco a olerlo.
Huele muy bien pero recuerdo la última vez que Mario se empeñó en que probara uno de sus cócteles: me quemó el gaznate. Cojo el vaso tímidamente mientras él asiente con ganas. Me encojo de hombros y bebo un sorbito.
—Bueno, ¿verdad? —Me deslumbra con su cara de felicidad y empieza a tapar todos los contenedores de fruta.
—Sí. —Le doy otro sorbo. Está delicioso—. ¿Qué lleva?
Se echa a reír y niega con la cabeza.
—Ah, no, no. Eso no se lo cuento a nadie.
—¿Qué tienes ahí? —La voz ronca de Jesse me llega desde atrás y me doy la vuelta en el taburete. Está detrás de mí, con la arruga en posición.
Levanto el vaso y sonrío.
—Deberías probarlo. ¡Ay, mi madre, está riquísimo! —Levanto la mirada al cielo para enfatizar mis palabras.
Él se echa hacia atrás y frunce más el ceño.
—No, gracias. Te creo —dice sentándose a mi lado—. No bebas mucho —añade mirando el vaso con expresión de reproche.
Mi cerebro se pone en marcha y de pronto me doy cuenta de lo que acabo de decir. Qué estúpida soy.
—¡Lo siento! ¡No sé en qué estaba pensando! —Mentalmente, salto por encima de la barra y me meto en la papelera.
Mario debe de haber notado la tensión, porque no tarda en desaparecer y dejarme a solas con Jesse. Dejo el vaso sobre la barra. El delicioso cóctel ya no me sabe tan dulce.
—Eh. —Me hace bajar del taburete y me sienta en su regazo. Hundo la cara debajo de su barbilla. No puedo ni mirarlo. Pero qué tonta soy—. No pasa nada. No te atormentes, señorita. —Se echa a reír.
A juzgar por su expresión facial, sí pasa algo. ¿O tal vez lo que le ha molestado ha sido que yo bebiera? Se echa hacia atrás para verme bien y me levanta la barbilla. Su mirada se suaviza.
—Deja de darle vueltas y bésame.
Obedezco y me agarro a su nuca para tenerlo más cerca. Me relajo por completo en sus brazos y me empapo de él, gimiendo de gusto en su boca. Noto que sonríe.
—Lo siento —vuelvo a repetir. Si es que soy una lerda.
—He dicho que ya está —me advierte—. No sé por qué te preocupas tanto.
¿No lo sabe? Lo que me preocupa es la mirada de reproche que le ha lanzado al alcohol.
—¿Ya lo has solucionado todo? —pregunto.
—Sí. Ahora a comer y luego a casa a darnos un baño y a retozar un rato. ¿Trato hecho? —Me mira, expectante.
—¡Trato hecho! —Lo cierto es que este trato ha sido fácil.
—Buena chica. —Me da un beso casto y me sienta en mi taburete—. Aquí llega nuestra comida.
Hace un gesto hacia el otro lado del bar y veo que Pete se acerca con una bandeja. La deja sobre la barra.
—Gracias, Pete —dice Jesse.
—Como siempre, el placer es mío. Que lo disfruten. —Me dedica una sonrisa agradable. De hecho, todos los que trabajan para Jesse, a excepción de cierta persona, son encantadores. Bah, no voy a dejar que me arruine mi día en el séptimo cielo de Jesse.
Desenvuelvo mi cuchillo y mi tenedor y me lanzo a por la colorida ensalada que lleva esa exquisita vinagreta. Necesito la receta.
—¿Está bueno?
Levanto la vista del plato con la boca llena de ensalada y Jesse se mete el tenedor en la boca. Gimo de alegría. Podría comer sólo esto durante el resto de mi vida. Me sonríe.
—Jesse, ¿te parece bien si el grupo se instala en una esquina del salón de verano?
Se me tensa la espalda al oír la voz chillona de Sarah.
«¡Piérdete!»
Acabo de perder el apetito y mi humor está en números rojos. Dios, cómo detesto a esa mujer, y ahora que Jesse ha admitido que se acostó con ella, lo que quiero es partirle la cara.
—Me parece perfecto. ¿No lo habíamos hablado ya? —Jesse se vuelve un poco sobre su taburete para no darle la espalda. Yo ni siquiera me muevo. Me quedo de cara a la barra, escarbando en la ensalada con el tenedor.
—Sí, sólo quería confirmarlo. ¿Cómo estás, Ava?
Miro mi plato con asco. Si de verdad quiere saberlo, se lo digo. Jesse me observa, esperando a que sea educada y conteste a la arpía. Giro el taburete y me planto una sonrisa grande y falsa en la cara.
—Muy bien, gracias, Sarah, ¿y tú?
Su sonrisa es aún más falsa que la mía. Me pregunto si Jesse se ha percatado.
—Fenomenal. ¿Tienes ganas de que llegue la hora de la fiesta?
—Sí, muchas —miento. Tendría más ganas si supiera que ella no va a estar.
Jesse interviene y me libra de tener que seguir intercambiando cortesías.
—Yo me voy a marchar. Volveré a las seis. Asegúrate de que arriba todo está en orden.
Vale, ya no hay manera de que me termine la comida. Me voy a pasar toda la noche viendo a la gente subir la escalera para visitar el salón comunitario.
—Las habitaciones y el salón comunitario estarán cerrados hasta las diez y media. —Jesse señala la entrada del bar con el tenedor—. Sin excepción —añade, muy serio.
—Por supuesto —afirma Sarah—. Bueno, os dejo a lo vuestro. Hasta luego, Ava.
Me vuelvo ligeramente y le sonrío:
—Adiós.
Me devuelve la sonrisa pero, después de lo de anoche, es evidente que nos detestamos mutuamente, así que toda esta falsa cortesía no tiene sentido. Regreso a mi ensalada en cuanto puedo. No me cabe la menor duda de que está siendo tan amable por Jesse. No creo que lo engañe.
—¿Por qué no te hace ilusión la velada? —me pregunta Jesse mientras sigue comiendo.
—No es verdad —digo sin mirarlo.
Suelta un hondo suspiro.
—Ava, deja de tocarte el pelo. Lo estabas haciendo cuando Sarah te ha preguntado y lo estás haciendo ahora. —Me da un pequeño golpe con la rodilla y suelto el mechón de pelo al instante.
Dejo el tenedor en el plato.
—Lamento que no me haga ilusión asistir a una fiesta donde cada vez que alguien me mire o me hable estaré pensando que lo que de verdad quiere es arrastrarme al piso superior y echarme un polvo.
Doy un salto cuando Jesse golpea la barra con el cuchillo y el tenedor.
—¡Por el amor de Dios! —Aparta el plato de un manotazo, fuera de mi campo de visión. Empieza a masajearse las sienes—. Ava, vigila esa boca —gruñe, hastiado.
Me coge de la mandíbula y tira de ella. Sus ojos verdes resplandecen de ira.
—Nadie va a hacer tal cosa porque todos saben que eres mía. No digas esas cosas, que me vuelven loco de rabia.
Su tono severo hace que me achique un poco.
—Lo siento. —Sueno gruñona, pero es la verdad. Podrán pensar lo que quieran, ¿o acaso puede leerles el pensamiento?
—Por favor, intenta mostrar mejor predisposición. —Me suelta la mandíbula y me acaricia la mejilla—. Quiero que te lo pases bien.
Su expresión suplicante me da ganas de patearme el culo. Se ha gastado vete a saber cuánto en los vestidos que me ha regalado y esta noche es muy especial para él. Soy una zorra desagradecida. Me siento en su regazo, de cara a él. Por supuesto, le importa un pimiento que mis piernas le estén rodeando la cintura y que estemos sentados en el bar.
—¿Me perdonas? —Le muerdo el labio inferior con descaro y le doy un beso de esquimal.
—Eres adorable cuando te enfurruñas —suspira.
—Tú siempre eres adorable —le devuelvo el cumplido y nuestros labios se funden—. Llévame a casa —le digo pegada a su boca.
Gime.
—Trato hecho. Levanta. —Se pone de pie conmigo y yo aflojo el abrazo de hierro de mis muslos alrededor de sus caderas.
—¡Ay, no! —exclamo.
—¿Qué? —Me mira preocupado.
—Tengo que comprar whisky para Clive.
—¿Por qué? —Frunce el ceño.
—Como ofrenda de paz. ¿Podemos parar en algún sitio de camino a casa?
Pone los ojos en blanco y me coge de la mano.
—Clive ha sacado una buena tajada de esto, y ni siquiera cumplió con su parte —dice Jesse, encaminándose hacia la salida de La Mansión.
Me despido con la mano de Mario y de Pete y ellos me devuelven el saludo.
—¿Cuánto le pagaste?
—Al parecer, no lo bastante como para que hiciera bien el trabajo. —Me mira y sonrío para que me dedique su sonrisa arrebatadora—. No me mires así cuando no estoy en condiciones de hacerte mía, Ava. Sube al coche.
Trago saliva ante su falta de pudor.
—Y ¿qué hay del mío? —digo observando mi Mini.
—Haré que alguien lo lleve a casa —responde mientras me abre la puerta del acompañante.
Es un alivio cuando por fin llegamos al Lusso. Por lo visto a Clive le gusta el whisky muy caro y muy raro. Encontramos el Glenmorangie que me pidió en una tienda especializada en Mayfair y casi nos peleamos para pagar. Al final, Jesse ha cedido. Se ha enfurruñado como un crío pero ha cedido.
—Clive, tu Glenmorangie Port Wood Finish —digo entregándole la botella.
La cara se le ilumina como si fuera Navidad, coge la botella y acaricia la etiqueta.
—¡No puedo creer que lo hayas encontrado! Creía que sólo se podía conseguir por internet.
Lo miro incrédula y es difícil no ver la expresión de recelo de Jesse. Hemos estado en tres supermercados y dos licorerías intentando encontrar esa dichosa botella, ¿y él sabía desde el principio que nos iba a ser casi imposible de encontrar? Dejo a Clive acariciando su whisky y me subo al ascensor con Jesse.
—Deberías haberle comprado a ese aprovechado la oferta especial del supermercado —gruñe introduciendo el código. Todavía no lo ha cambiado, pero yo no pienso recordárselo más.
—¿Estará Cathy? —pregunto. Espero que no.
Quiero acurrucarme entre sus brazos y quedarme así un buen rato, pero después del viaje a Londres en busca de la botella de whisky imposible ya no tenemos tanto tiempo como a mí me gustaría. Sé que eso es lo que tiene a Jesse de mal humor.
—No, le dije que se marchara al acabar —dice, cortante. Está hecho un cascarrabias.
Llegamos al vestíbulo y Jesse hace malabares con mis bolsas para meter la llave en la cerradura. Abre la puerta, lo sigo y le quito las bolsas.
—¿Qué haces? —pregunta con el ceño fruncido.
—Me las llevo al cuarto de invitados. No puedes ver mi vestido —replico encaminándome ya hacia la escalera.
—Déjalas en nuestro dormitorio —me grita.
¿Nuestro dormitorio?
—Imposible —grito a mi vez, desapareciendo en mi habitación de invitados favorita.
Saco el vestido de la bolsa y lo cuelgo detrás de la puerta. Suspiro y retrocedo para poder verlo bien. O se corre en el acto o se desintegra, una de dos.
Desembalo el corsé, los zapatos y el bolso y dejo los demás vestidos para más tarde. Llaman a la puerta.
—¡No entres! —chillo corriendo hacia la puerta y abriéndola sólo un poco. Jesse está riéndose y lleva las manos en los bolsillos.
—¿Es que vamos a casarnos?
—Quiero que sea una sorpresa. —Le hago un gesto para que se vaya—. Tengo que pintarme las uñas. Vete. —Me quería con buena predisposición, pues ahora que no se queje.
Levanta las manos.
—Vale, te espero en la bañera. No tardes. Ya he perdido una hora buscando el puto whisky —gruñe.
Cierro la puerta, saco el neceser de maquillaje de mi bolso y el correo que Clive me ha dado esta mañana. Lo dejo en la cómoda que hay junto a la puerta y me instalo en la cama para prepararlo todo para la fiesta.
Entro en el cuarto de baño y veo que Jesse ya está sumergido en agua caliente y burbujeante pero no parece contento. Me saco el vestido por la cabeza, el sostén y las bragas y su expresión pasa del enfado a la aprobación en cuanto me meto en la bañera.
—¿Dónde estabas?
—Esperando a que se me secaran las uñas —digo mientras me instalo entre sus piernas y me apoyo en su pecho firme.
Hace un ruidito feliz y entrelaza nuestras piernas. Me envuelve en sus brazos y hunde la nariz en mi pelo.
—¡Ya he perdido dos horas de estar contigo! Dos horas que no voy a poder recuperar —masculla, resentido—. Se acabó el pintarse las uñas y el ir a buscar botellas de whisky raro.
—Vale. —Estoy de acuerdo. Yo sé dónde preferiría estar—. Se me olvidaba, Clive me ha dado tu correo esta mañana. Me lo he metido en el bolso y se me ha olvidado, perdona.
—No pasa nada. —Intenta que no me preocupe—. Me encanta, me encanta, me encanta tenerte toda mojada y resbaladiza sobre mí.
Me coge las tetas con las manos y me muerde el cuello.
—Mañana nos vamos a pasar todo el día en la cama.
Sonrío para mis adentros y deseo en silencio que ojalá pudiéramos hacerlo ahora mismo, pero entonces noto su corazón palpitando contra mi espalda y pienso en el comentario que hizo sobre el latir de su corazón.
—¿Qué fue lo primero que pensaste al verme?
Permanece unos instantes en silencio.
—Mía —gruñe, y me muerde la oreja.
Me retuerzo y me echo a reír.
—¡No es verdad!
—Joder si lo pensé… Y ahora eres toda mía. —Me vuelve la cara para besarme con dulzura—. Te quiero.
—Lo sé. ¿No se te ocurrió nunca que podías invitarme a cenar en vez de acosarme, hacerme preguntas inapropiadas y prepararme una encerrona en una de tus cámaras de tortura?
Mira a la nada pensativo.
—No. No podía ni pensar. Me tenías confuso —niega con la cabeza.
—¿Confuso sobre qué?
—No lo sé. Provocaste algo en mí. Era perturbador. —Se echa hacia atrás y apoyo la cabeza en su pecho.
¿Qué le provoqué exactamente? ¿Un latido? Diría que esa frase es muy rara, pero él también provocó algo en mí y también era algo muy perturbador.
—Me regalaste una flor —digo en voz baja.
—Sí, estaba intentando ser un caballero.
Sonrío.
—Y cuando volviste a verme, ¿me preguntaste cuánto iba a gritar cuando me follaras?
—Esa boca, Ava. —Se echa a reír—. No sabía qué hacer. Normalmente sólo tengo que sonreír para conseguir lo que quiero.
—Deberías haber intentado ser menos arrogante.
No me gusta la idea de Jesse sonriendo y consiguiendo lo que quiere. ¿A cuántas les habrá sonreído?
—Tal vez. Dime qué pensaste tú. —Me da un pellizco y sonrío para mis adentros. Podríamos tirarnos aquí la vida entera—. Venga, dímelo —insiste, impaciente.
—¿Para qué? ¿Para que se te hinche aún más el ego? —me burlo, y me castiga haciéndome cosquillas. Me retuerzo y salpico agua fuera de la bañera—. ¡Para!
—Dímelo. Quiero saberlo.
Respiro hondo.
—Casi me desmayo —admito sin pudor—. Y entonces vas tú y me besas. ¿Por qué lo hiciste? —pregunto, recelosa, sintiendo un escalofrío.
—No lo sé. Simplemente pasó. ¿Estuviste a punto de desmayarte?
No le veo la cara pero apostaría la vida a que en su hermoso rostro brilla su sonrisa arrebatadora.
Echo la cabeza atrás. Sí, justo lo que yo decía. Pongo los ojos en blanco.
—Pensé que eras un cerdo arrogante, un sobón con modales inapropiados que hacía comentarios de mal gusto.
Todavía me cuesta creer lo ciega que estaba con respecto a dónde me encontraba, pese a que las pistas que me dio Jesse indicaban a las claras que La Mansión no era un hotel. Estaba demasiado ocupada luchando contra las reacciones no deseadas que provocaba en mí, luego cediendo a mis impulsos y más tarde luchando otra vez.
Me acaricia los pezones en círculos con la punta de los dedos.
—Necesitaba seguir tocándote para ver si me estaba imaginando cosas.
—¿Qué cosas?
—Mi cuerpo temblaba cada vez que te tocaba. Y sigue haciéndolo.
—El mío también —confieso. Es una sensación increíble—. ¿Eres consciente del efecto que causas en las mujeres? —Extiendo las manos sobre la parte superior de sus muslos.
—¿Parecido al que tú causas en mí?
Entrelaza los dedos con los míos.
—¿Dejan de poder respirar durante unos segundos cada vez que me ven?
Me besa la sien e inhala con fuerza.
—¿Quieren meterme en una vitrina para que nada ni nadie pueda hacerme daño?
Casi me quedo sin respiración.
Suspira hondo y subo y bajo sobre su pecho.
—¿Creen que la vida se acabaría si yo no estuviera? —termina con dulzura.
Se me saltan las lágrimas y lucho para recobrar el aliento. Vale, la primera, seguro, pero las otras dos creo que probablemente están reservadas sólo para mí. Son palabras muy fuertes teniendo en cuenta que sólo hace un mes que nos conocemos. Al principio pensaba que sólo le interesaba una cosa y ya está, pero sus acciones me decían algo distinto, incluso cuando yo no me daba cuenta. El hombre era de lo más persistente, y doy gracias de que lo fuera. Ahora su negocio y sus problemas con la bebida son irrelevantes. Sigue siendo Jesse y sigue siendo mío.
Me doy la vuelta y me deslizo hacia arriba por su pecho. No me quita el ojo de encima hasta que estamos a la misma altura.
—Me has quitado las palabras de la boca —digo con dulzura.
Necesito que sepa que no es el único de esta relación que se siente posesivo y protector más allá de lo razonable. Es una locura, este hombre tan grande y dominante que me ha hecho suya del todo, que consigue que me rinda sin preguntas y sin dudar ni un instante. Le he dado el poder para destruirme por completo. Me importa tanto como sé que yo le importo a él. Simplemente es así.
—Te quiero muchísimo —digo con convicción—. Tienes que prometerme que nunca vas a dejarme.
Se burla.
—Nena, no vas a librarte nunca de mí.
—Estupendo. Bésame.
—¿Me estás dando órdenes? —Está a punto de reírse y le brillan los ojos.
—Sí. Bésame.
Entreabre los labios a modo de invitación y se acerca a mi boca. Me pierdo en él. Ojalá no tuviéramos que ir a ninguna parte. Saboreo el calor de su aliento mentolado y saludo a su lengua con la misma pasión que ella a mí mientras él me acaricia la espalda mojada con las manos.
—Sé que te haría muy feliz que nos quedásemos aquí toda la noche, pero tenemos que ir pensando en movernos. —Me planta las palmas en las nalgas y me levanta para poder acceder a mi cuello.
—¿Y si nos quedamos? —suplico. Me deslizo arriba y abajo y me restriego contra él, que aprieta para entrar.
Coge aire.
—Vas a tener que dejarme salir porque, si me quedo aquí, no vamos a ir a ninguna parte. —Me besa con premura y me sube para que me siente sobre los talones delante de él.
—Pues quédate —digo con un mohín mientras lo aprieto contra mí y me abrazo a su cuello. Me siento en su regazo y no hace nada para detenerme—. Quiero marcarte —digo, sonriendo, y me aferro a su pectoral con los labios.
Él gruñe y se tumba.
—Ava, vamos a llegar tarde —replica sin preocuparse en absoluto. Aprieto los dientes contra su piel y succiono—. Joder, no sé decirte que no —gime levantándome para colocarse debajo de mí.
Dejo que me la meta y los dos suspiramos. Lo muerdo más fuerte y empiezo a moverme arriba y abajo, despacio, a un ritmo controlado. Me coge de la cintura y la mueve en círculos y me sube y me baja para marcarme la cadencia.
—Quiero verte la cara —me ordena.
Dejo de morderlo y lo beso antes de acercarle la cara.
—Mucho mejor —sonríe.
Me derramo sobre él. Le aparto el pelo húmedo de la frente y enrosco los dedos en su nuca. Nuestros movimientos son sincronizados mientras el agua chapotea a nuestro alrededor y nos miramos fijamente. La presión en mi entrepierna entra en ebullición poco a poco hasta que él levanta las caderas de repente y mis manos corren a aferrarse al borde de la bañera. Resoplo y él me sonríe antes de repetir el movimiento.
—Otra vez —ordeno impulsivamente ante la inminencia de mi orgasmo.
Grito y echo la cabeza atrás cuando Jesse obedece. Una de las manos con las que me sujetaba de la cintura se desplaza a mi nuca.
—¿Más? —pregunta con voz ronca.
Echo la cabeza atrás de nuevo.
—Sí —consigo decir antes de que vuelva a levantar las caderas. Cierro los ojos.
—Nena, mírame —me advierte deslizando la mano de vuelta a mi cintura.
Abro los ojos y veo que él tiene la mandíbula tensa y las venas del cuello hinchadas. Me levanta una y otra vez. Grito intentando no cerrar los ojos.
—¿Te gusta? —pregunta recompensándome con otra subida de caderas.
—¡Sí! —Tengo los nudillos blancos de agarrarme con tanta fuerza.
—No te corras, Ava. No he terminado.
Me concentro para controlar mi orgasmo, que está a la vuelta de la esquina. Los movimientos firmes y contenidos de Jesse no son de gran ayuda. Echa la cabeza atrás pero no me quita ojo. Me levanta, tira de mí y mueve las caderas en círculos una y otra vez. Gemimos juntos y me duele la cabeza de tanto mantener el contacto visual. Quiero echarla hacia atrás y correrme, pero tengo que esperar a que me dé permiso. No sé si podré aguantar mucho más.
—Buena chica —me alaba mientras me sujeta con más fuerza de la cintura. Me mueve en círculos sobre sus caderas—. ¿Lo notas, Ava?
—Te vas a correr —jadeo al notar su polla expandiéndose dentro de mí.
Sonríe.
—Cógete los pezones.
Suelto el borde de la bañera y me pellizco los pezones para que se endurezcan más. Los retuerzo con los dedos bajo su atenta mirada.
—Más fuerte, Ava —me ordena, y me castiga con otra embestida de sus caderas. Grito y pellizco con más fuerza. La punzada de dolor va directa a mi sexo.
—¡Más fuerte! —grita clavándome los pulgares en la cintura.
—¡Jesse!
—Aún no, nena. Aún no. Contrólalo.
Trago saliva y tenso todos los músculos de mi cuerpo. Me quedo rígida. No sé cómo lo hace. Su cara refleja el esfuerzo, tiene la mandíbula apretada y siento palpitar su polla. Posee un autocontrol increíble. Voy en barrena hacia un orgasmo épico. La fuerza con la que me pellizco los pezones aumenta a medida que se acerca. Entonces desliza una mano hacia el interior de mis muslos y me acaricia suavemente. Las subidas y bajadas de sus caderas hacen que la fricción de sus dedos se ajuste al ritmo de sus lentas estocadas.
Empiezo a sacudir la cabeza, desesperada.
—¡Jesse, por favor!
—¿Quieres correrte?
—¡Sí!
Me acaricia el clítoris con el pulgar.
—Córrete —ordena con otra subida de caderas que me deja delirante. Mi cuerpo explota y grito, un grito desesperado que hace eco en el cuarto de baño.
Maldice en alto, me levanta y me deja caer sobre él sin cesar. Es tan inesperado que me hace gritar. Me penetra con furia y caigo sobre su pecho, temblando incontroladamente. Siento que me levanta como un peso muerto, y me deja caer otra vez mientras alza las caderas. Se abraza a mí y sus muslos de acero chocan contra mi cuerpo lánguido.
—¡Dios! —exhala con fuerza salpicando agua a nuestro alrededor—. Ava, mañana te voy a esposar a la cama —gime—. Bésame.
Consigo levantar la cabeza de su pecho y encuentro sus labios mientras él sigue moviendo las caderas en círculos para extraer cada gota de placer de nuestros cuerpos. Podría caer dormida ya mismo.
—Llévame a la cama —susurro contra su boca. No hay forma de librarse de lo de esta noche, eso ya lo sé.
—Te estoy ignorando —me contesta, muy serio.
Le sujeto la cara con las manos para que no la mueva mientras la cubro de besos en un intento desesperado por convencerlo de que deberíamos quedarnos en casa.
—Quiero quererte —susurro llevando las manos a su nuca para poder enroscarlas en su pelo. Yo sólo quiero quedarme en casa.
—Déjalo estar, nena. Odio decirte que no. Sal. —Me aparta para salir y refunfuño cuando sale de la bañera.
¿Odia decirme que no? Sólo cuando le ofrezco mi cuerpo.
—Esta noche quiero que lleves el pelo suelto —dice cogiendo una toalla.
Salgo de la bañera y abro el grifo de la ducha.
—A lo mejor lo llevo recogido —replico metiéndome debajo de la ducha para lavarme el pelo. Lo cierto es que pensaba llevarlo suelto, pero me apetece ser insolente.
Chillo cuando me da un azote en el culo con la palma de la mano. Me aclaro el champú y abro los ojos. Hay un hombre resplandeciente y muy disgustado mirándome.
—Calla —dice con ese tono de voz que me empuja a llevarle la contraria—. Lo vas a llevar suelto.
Me besa en los labios.
—¿Sí?
—Sí —suspiro.
—Ya lo sabía yo. —Sale de la ducha—. Arréglate aquí. Yo me voy a otra habitación.
—¡No vayas a la habitación crema! —grito, presa del pánico—. ¡No vayas a la habitación crema!
—No se preocupe, señorita.
Sus hombros salpicados de gotas de agua salen del cuarto de baño y termino de ducharme.