Capítulo 2

Al divisar el Lusso empiezo a hiperventilar. El apremiante deseo de abrir la puerta y saltar del coche en marcha de Sam es difícil de resistir. Él me observa con una expresión de ansiedad evidente en su precioso rostro, como si intuyera mi intención de salir huyendo.

Cuando aparcamos frente a las puertas, Sam rodea el vehículo, me agarra con fuerza del brazo y nos encaminamos hacia la entrada de peatones, donde Drew nos espera.

Va tan elegante como siempre, con traje y botas y el pelo negro perfectamente arreglado, pero su presencia ya no me incomoda. No obstante, sí me sorprendo al ver que toma el relevo de Sam y me sujeta. Tira de mí hacia él y me estrecha con fuerza. Éste es el primer contacto físico que he tenido con él. Afirmar que era distante conmigo sería quedarme muy corta.

—Ava, gracias por venir —dice mientras me sostiene pegada contra sí.

No respondo nada porque no sé qué decir. Están muy preocupados por Jesse, y ahora me siento culpable e incluso más nerviosa todavía. Me suelta y me regala una leve sonrisa para darme seguridad, aunque no lo consigue.

Sam señala la carretera.

—Ahí viene el grandullón.

Nos volvemos y vemos cómo John llega en su Range Rover negro y derrapa hasta detenerse bruscamente tras el coche de Sam. Saca su inmenso cuerpo del vehículo, se quita las gafas de sol envolventes y nos saluda con la cabeza sin decir palabra, como hace siempre. Joder, parece cabreado. Apenas le había visto los ojos hasta ahora, siempre los lleva ocultos bajo esas lentes oscuras, incluso de noche o en interiores, pero hace sol, así que no entiendo por qué se las ha quitado. Tal vez quiera que todo el mundo sepa lo enfadado que está. Y funciona. Da miedo.

Respiro hondo e introduzco el código de la puerta para que puedan pasar. Me gustaría no tener que seguir. Drew me insta a abrir el camino con un gesto, él siempre tan caballeroso, así que hago de tripas corazón y comienzo a avanzar en silencio por el aparcamiento. Veo el coche de Jesse y advierto que todavía tiene la ventanilla rota. El corazón me da un vuelco. Entramos en el vestíbulo de mármol del Lusso en silencio, excepto por el sonido de nuestras pisadas. En mi estómago empieza a formarse un nudo y se me acelera la respiración. Han pasado tantas cosas en este sitio. Fue mi primer gran logro en cuestiones de diseño. Mi primer encuentro sexual con Jesse tuvo lugar aquí, y también el último. Todo empezó y acabó en este lugar.

Clive levanta la vista de su gran mostrador de mármol curvo conforme nos acercamos y nos mira con una evidente expresión de cansancio.

—Hola, Clive —digo con una sonrisa forzada.

Me mira primero a mí, y después a los tres seres imponentes que me acompañan antes de volver a centrarse en mi persona.

—Hola, Ava. ¿Cómo estás?

—Bien —miento. De bien, nada—. ¿Y tú?

—Bien, bien. —Está receloso, sin duda tras haber tenido algún encontronazo con los tres hombres que me escoltan, y a juzgar por la frialdad con la que me ha recibido, no fueron muy agradables.

—Clive, te estaría muy agradecida si nos dejaras subir al ático para comprobar cómo se encuentra Jesse —digo tratando de imprimir confianza a mi voz, a pesar de no sentirla. El corazón se me acelera más y más a cada segundo que pasa.

—Ava, ya les he dicho a tus amigos, aquí presentes, que podría perder mi trabajo si os dejo subir. —Vuelve a mirar a los chicos con cautela.

—Lo sé, Clive, pero están preocupados —repongo en un tono neutro—. Sólo quieren ver si Jesse está bien, y luego se marcharán —añado con gentileza, sabiendo que Drew, Sam y John lo son todo menos gentiles.

—Ava, he subido, he llamado a la puerta del señor Ward y no he obtenido respuesta. Hemos comprobado algunas grabaciones de la cámara de seguridad y no lo he visto salir ni entrar en ninguno de mis turnos. El personal de seguridad no puede comprobar cinco días de grabaciones continuas. Ya se lo he dicho a tus amigos. Si os dejara subir estaría poniendo en riesgo mi puesto de trabajo.

Me sorprende el cambio repentino que ha sufrido Clive en cuestiones de etiqueta de conserjería. Si hubiese sido así de profesional y testarudo cuando vine a ver a Jesse el domingo, quizá no habría sucedido aquel altercado. Pero entonces todavía sería felizmente ajena a su problemilla.

Sam se pega a mi espalda.

—¡Déjanos subir, joder! —grita por encima de mi hombro.

Me estremezco ligeramente, aunque entiendo su desazón. Yo también me siento bastante frustrada. Sólo quiero que Clive los deje pasar y así poder marcharme. Tengo la sensación de que las paredes se me caen encima. Veo a Jesse recorriendo el suelo de mármol conmigo en brazos. Todas las imágenes que inundan mi mente parecen más claras ahora que estoy aquí.

Me vuelvo y veo cómo John apoya la mano en el hombro de Sam con cara de pocos amigos. Es su forma de decirle que se calme. No quería tener que recurrir a eso, pero no podrán controlar su temperamento mucho más tiempo.

—Clive, no quiero tener que chantajearte —digo con firmeza volviéndome hacia él. Me mira confundido, y noto cómo empieza a devanarse los sesos pensando con qué podría comprarlo—. No quisiera que nadie se enterara de las frecuentes visitas del señor Gómez, o de la afición del señor Holland por las chicas tailandesas…

Clive arruga el semblante en un gesto derrotado.

—Ava, eso es jugar sucio.

—No me dejas elección, Clive —espeto.

Él sacude la cabeza y nos señala el ascensor mientras masculla insultos entre dientes.

—¡Genial! —exclama Sam mientras se dirigen al ascensor que sube al ático.

No sé cómo, pero de repente mis pies se despegan del suelo y empiezan a avanzar tras ellos.

—Es posible que Jesse haya cambiado el código —digo a sus espaldas.

Sam se vuelve con expresión alarmada.

Me encojo de hombros.

—Si lo ha hecho, no hay manera de subir.

De repente estoy delante del ascensor, inspirando hondo e introduciendo el código de la promotora. Las puertas se abren, acompañadas de un coro de suspiros de alivio, y todos entran. Yo me quedo fuera y miro a Sam, que sonríe y me invita a subir con un leve gesto de la cabeza.

Lo hago.

Entro en el ascensor, con Sam y Drew a un lado y John al otro. Vuelvo a introducir el código. Subimos en un silencio incómodo y, cuando finalmente se detiene, nos encontramos con la puerta doble que da al ático de Jesse.

Sam es el primero en salir del ascensor. Camina hacia la entrada y acciona la manija con calma antes de comenzar a aporrear la puerta como un loco.

—¡Jesse! ¡Abre la puta puerta!

Drew y John se acercan y apartan. John intenta abrir, pero no lo consigue. No puedo evitar pensar que tal vez yo fuera la última persona en salir del ático. Recuerdo que di un portazo con todas mis fuerzas.

—Sam, tío, puede que ni siquiera esté ahí dentro —lo tranquiliza Drew.

—¡¿Y entonces dónde coño está?! —chilla Sam.

—Está aquí —ruge John—. Y ese cabrón lleva demasiado tiempo ahogando las penas. Tiene un negocio que atender.

Sigo de pie dentro del ascensor cuando las puertas empiezan a cerrarse y me sacan de mi ensimismamiento. Por acto reflejo, salgo al vestíbulo del ático. Sé que dije que conseguiría que los dejaran subir y luego me marcharía, sé que debería irme, pero ver a Sam en ese estado ha hecho que me preocupe más todavía, y las palabras de John resuenan en mi mente. ¿Ahogando las penas o ahogándose en vodka? Si me quedo, ¿volveré a enfrentarme a ese Jesse borracho e iracundo?

Drew llama a la puerta con calma. Es absurdo. Si los golpes frenéticos de Sam no han obtenido respuesta, dudo mucho que éstos vayan a tenerla.

Se aparta y tira de Sam hacia mí.

—Ava, ¿has intentado llamarlo por teléfono? —pregunta Drew.

—¡No! —replico. ¿Por qué debería haberlo hecho? Estoy segura de que no querría hablar conmigo.

—¿Puedes intentarlo? —me pregunta Sam con tono de súplica.

Niego con la cabeza.

—No lo cogerá, Sam.

—Ava, inténtalo, por favor —insiste Drew.

A regañadientes, saco mi móvil del bolso, abro la lista de contactos, llamo a Jesse y sostengo el teléfono pegado a la oreja mientras Sam y Drew me observan nerviosos. No tengo ni idea de qué voy a decirle si responde.

Drew vuelve de repente la cabeza hacia la puerta.

—Está sonando.

Se vuelve de nuevo hacia mí esperando a que diga algo, pero salta el contestador. Se me encoge el corazón. No quiere hablar conmigo. Me dispongo a regresar al ascensor, herida por su rechazo, pero entonces oigo un fuerte impacto.

Sam, Drew y yo volvemos la cabeza al instante hacia la doble puerta que da al apartamento de Jesse y vemos a John al otro lado, rodeado de un marco astillado. Nos hace un gesto con la cabeza, y los otros dos hombres corren al interior. Yo los sigo, vacilante. Sólo puedo pensar en mi último descubrimiento aquí. ¿Por qué avanzo en esta dirección?

«¡Da media vuelta! ¡Métete en el ascensor! ¡Vete YA!»

Pero no lo hago. Me quedo en el umbral y, por lo que parece, nada ha cambiado. Todo da la impresión de estar en su sitio. Me adentro un poco más en el espacio diáfano mientras oigo cómo los chicos corren arriba y abajo buscando a Jesse y, cuando diviso la escalera, veo que la botella de vodka vacía sigue sobre la consola. Después observo que la terraza está abierta de par en par. Me acerco con cautela hacia allí. Los demás siguen registrando el apartamento, abriendo y cerrando puertas y gritando su nombre.

Yo, en cambio, me arrastro hacia la terraza. Sé por qué. Es el mismo magnetismo que me lleva hacia Jesse siempre que está cerca, pero ¿realmente quiero saber qué se esconde fuera? Sé que no será mi Jesse. ¿Quiero volver a verlo en ese estado tan horrible, tan agresivo y tan detestable? No, claro que no, pero tampoco parece que pueda dar media vuelta.

Conforme me aproximo a las puertas abiertas, intento preparar los ojos para ver un despojo ebrio tirado sobre una de las tumbonas sosteniendo una botella de vodka, pero lo que me encuentro es el cuerpo inconsciente de Jesse, desnudo, tumbado boca abajo sobre el entarimado.

Me quedo sin aliento y el pulso me golpea en la sien.

—¡Está aquí! —chillo mientras corro hacia su cuerpo inerte, dejo caer el bolso y me echo al suelo a su lado.

Lo agarro de sus anchos hombros e intento ponerlo boca arriba. No sé de dónde saco la fuerza, pero el caso es que lo consigo y hago girar su cuerpo hasta que su cabeza descansa sobre mi regazo. Empiezo a pasarle las manos desesperadamente por el rostro y advierto que todavía tiene la mano hinchada y magullada, con sangre en los nudillos.

—Jesse, despierta. Por favor, despierta —ruego cediendo ante la histeria al ver al hombre al que amo tumbado inconsciente sobre mis piernas. Las lágrimas ruedan por mi rostro y se precipitan sobre sus mejillas—. Jesse, por favor. —Le acaricio consternada la cara, el pecho y el pelo. Parece demacrado, ha perdido peso, y una barba de una semana le cubre el mentón.

—Cabrón —ruge John cuando me encuentra en el suelo de la terraza con Jesse sobre mi regazo.

—No sé si respira —sollozo, y miro con ojos vidriosos al hombre corpulento que avanza hacia mí. ¿Por qué no lo he comprobado todavía? Es el primer paso en primeros auxilios. Le agarro la muñeca, pero mis manos temblorosas me impiden sostenerlo quieto para detectarle el pulso.

—Espera —ordena John, y se arrodilla y me arrebata el brazo de Jesse.

Alzo la vista y veo que Sam llega corriendo hasta la puerta.

—¡Pero ¿qué…?!

Las lágrimas invaden mis ojos de manera incontrolable y todo parece moverse a cámara lenta. Sam se acerca, se agacha a mi lado y empieza a frotarme el brazo.

—Voy a llamar a una ambulancia —dice Drew inmediatamente al vernos apiñados alrededor de la figura inmóvil de Jesse.

—Espera —ladra John con aspereza mientras se inclina sobre él, le separa los labios resecos e inspecciona cada parte de su cuerpo laxo—. El muy gilipollas tiene un coma etílico.

Miro a Sam y a Drew, pero no entiendo sus reacciones ante la conclusión de John. ¿Cómo lo sabe? Podría estar medio muerto. Definitivamente lo parece.

—Creo que deberíamos llamar a la ambulancia —insisto sorbiéndome la nariz.

John me mira con compasión. Hasta ahora sólo había visto una expresión impasible en su rostro severo, así que el modo en que me mira ahora, apenado y como si yo fuera algo ingenua, me resulta curiosamente reconfortante.

—Ava, niña, lo he visto así más de una vez. Lo único que necesita es una cama y algunos cuidados para salir de ésta, no un médico. Al menos, no de ese tipo —dice, y sacude la cabeza.

Vaya. ¿Cuántas veces son «más de una vez»? Por lo visto, John sabe lo que se hace. No parece preocuparle ver a Jesse postrado sobre mi regazo, y en cambio yo estoy hecha un manojo de nervios. Sam y Drew tampoco están muy bien que digamos. ¿Lo habrán visto así antes también?

John me pellizca la mejilla y se levanta del suelo. Es la primera vez que lo oigo hablar tanto. El grandullón silencioso ha resultado ser un grandullón simpático, pero sigo pensando que no me gustaría que se cabreara conmigo.

—¿Qué le ha pasado en la mano? —pregunta Sam al ver la sangre y los cardenales.

La verdad es que tiene un aspecto horrible y seguramente necesitará que le echen un vistazo.

—Rompió la ventanilla de su coche —sollozo, y todos me observan—. El día que discutimos en casa de Kate —añado, casi avergonzada.

—¿Lo llevamos a la cama? —pregunta Drew con timidez.

—Al sofá —ordena John. Hemos vuelto a las respuestas escuetas.

Sam se levanta y recoge una botella de vodka vacía de debajo de la tumbona. La mira con auténtico asco y la estrella contra un macetero elevado. Me estremezco ante el fuerte estrépito que crea a nuestro alrededor, pero lo más importante es que Jesse también lo hace.

—¿Jesse? —Lo llamo y lo sacudo ligeramente—. Jesse, por favor, abre los ojos.

Sam, Drew y John se acercan y Jesse empieza a llevarse el brazo tembloroso a la cabeza. Se lo agarro y vuelvo a apoyarlo a un lado, pero en cuanto lo suelto, lo levanta de nuevo delante de mi cara mientras farfulla algo ininteligible y comienza a mover las piernas.

—Te está buscando, niña —dice John con voz tranquila.

Miro al hombre, sorprendida, y él asiente. ¿Me está buscando a mí? Le cojo la mano de nuevo, se la guío hacia mi rostro y apoyo su palma abierta contra mi mejilla. Se calma al instante. Su tacto frío sobre mi cara no me reconforta, pero a él parece aliviarlo, de modo que lo mantengo ahí y dejo que me sienta, horrorizada al pensar que probablemente lleve días aquí tirado en la terraza, desnudo e inconsciente. Aunque estemos a mediados de mayo y las temperaturas sean agradables durante el día, por la noche descienden. ¿Por qué me alejé de él? Debería haberme quedado a tranquilizarlo en lugar de marcharme.

—Voy a subir a por sábanas y mantas —dice Drew, y entra de nuevo en el apartamento.

—¿Vamos? —pregunta John al tiempo que señala a Jesse con la cabeza.

A regañadientes, lo suelto y dejo que Sam y John lo cojan cada uno por un lado para levantarlo de manera coordinada. Cuando lo apartan de mis piernas, me incorporo y me adelanto para despejarles el camino. Retiro los millones de cojines que hay sobre la rinconera de piel (que yo misma me encargué de adquirir) para que parezca más una cama.

Drew baja la escalera cargado de mantas. Sam y John esperan pacientemente con el peso desnudo de Jesse repartido equitativamente entre ambos. Cojo un cubrecama de terciopelo, lo despliego sobre el frío cuero y me aparto para que John y Sam lo coloquen encima del sofá antes de acomodarle la cabeza sobre unas almohadas y cubrirle el cuerpo con una manta. Me arrodillo a su lado y le acaricio el rostro hirsuto.

La culpa me invade y empiezo a llorar otra vez. Podría haber evitado todo esto. Si no me hubiera largado de aquel modo, ahora no se encontraría en este estado. Debería haberme quedado, haberlo calmado y haber esperado a que recobrara la sobriedad. Me doy asco.

—Ava, ¿estás bien? —oigo preguntar a Drew por encima de mis sollozos contenidos, y entonces noto que una mano empieza a acariciarme la espalda.

Me sorbo los mocos y me limpio la nariz con el dorso de la mano.

—Perdonadme, estoy bien.

—No te disculpes —suspira Sam.

Me inclino sobre Jesse, pego mis labios a su frente y los dejo ahí unos segundos. Cuando me levanto del suelo, su brazo sale disparado de debajo de la manta y me agarra.

—¿Ava? —Tiene la voz ronca y los ojos, ligeramente abiertos, inspeccionan la estancia. Cuando encuentran los míos, lo único que veo son dos fosas vacías. Sus ojos normalmente verdes y adictivos ahora parecen negros.

—Hola —digo, y coloco la mano sobre su brazo.

Intenta levantar la cabeza de la almohada, pero no hace falta que lo reprenda. Antes de que me dé tiempo a empujarlo de nuevo hacia abajo, deja de intentarlo.

—Lo siento —murmura con voz lastimera, y su mano empieza a ascender por mi brazo hasta que encuentra mi rostro de nuevo—. Lo siento, lo siento, lo siento, lo siento, lo siento…

—Para —susurro con un hilo de voz mientras lo ayudo a alcanzar mi cara—. Para ya, por favor.

Vuelvo la cabeza hacia su mano, le beso la palma y, cuando lo miro de nuevo, veo que tiene los ojos cerrados. Ha vuelto a perder el conocimiento.

Le cojo la mano, se la coloco sobre la manta y me aseguro de que está bien arropado antes de levantarme y volverme hacia Sam, Drew y John, que se encuentran de pie, observando en silencio cómo lo atiendo. Me había olvidado por completo de que no estaba sola con Jesse, pero no siento la menor vergüenza.

—Voy a preparar café —dice Sam rompiendo el silencio, y se dirige a la cocina, con John y Drew detrás.

Miro a Jesse de nuevo y mi instinto me pide que me suba al sofá y me acurruque con él, lo acaricie y lo tranquilice. Quizá debería hacerlo, pero antes he de hablar con los chicos. Los sigo a la cocina, donde Sam y Drew se hallan recogiendo los taburetes y John, levantando el congelador del suelo. No estaba así cuando me marché el domingo. Está claro que Jesse entró en cólera.

—Tengo que irme pitando —anuncia Drew con pesar mientras coloca el último taburete en su sitio—. He quedado con Victoria.

Parece algo avergonzado.

—Vete tranquilo, tío —responde Sam mientras busca las tazas—. Luego te llamo.

—En el último armario a la derecha, en el estante de arriba —digo para indicarle a Sam dónde se encuentran. Él me mira con expresión socarrona.

Me encojo de hombros.

—Bien, entonces me marcho. Hablamos mañana —dice Drew.

Le regalo una pequeña sonrisa y John se despide con su típico gesto de la cabeza. Drew se marcha y Sam termina de preparar los cafés.

Lleva tres tazas de café a la isla, donde John y yo hemos tomado asiento.

—Será mejor no probar suerte con la leche, si es que tiene. ¿Te gusta solo? —me pregunta Sam.

Asiento y me pongo yo misma el azúcar. John también se sirve y, para mi asombro, se echa cuatro cucharadas. Sé que no hay leche, pero si la hubiera sería inútil compartirla.

—Bueno, y ahora que lo hemos encontrado —empieza Sam—, ¿qué vamos a hacer con él? —bromea.

El Sam despreocupado de siempre ha vuelto, y es todo un alivio. Verlo tan ansioso no hacía más que alimentar mi propia angustia y, visto lo visto, tenía motivos para estar así. Siento escalofríos al imaginarme a Jesse aquí solo, sufriendo durante los últimos cinco días. ¿Cuánto tiempo más habría permanecido ahí tirado si me hubiera negado a venir? Probablemente habrían llamado a la policía.

John interviene:

—Todo va bien en La Mansión. No tenemos que preocuparnos por eso. Volverá a la normalidad dentro de una semana, cuando se haya recuperado de la resaca.

—¿No necesita rehabilitación? —pregunto—. O terapia, o algo. —No tengo ni idea de cómo funcionan estas cosas.

John niega con la cabeza y vuelve a ponerse las gafas de sol. Comienzo a plantearme su relación con Jesse. Creía que era sólo un empleado, pero parece ser que es el que más sabe de todo esto.

—No, nada de rehabilitación —asevera con firmeza—. No es un alcohólico propiamente dicho. No está obsesionado con el alcohol, Ava. Bebía para mejorar su estado de ánimo, para llenar un agujero. Cuando empieza, no puede parar —dice, y me ofrece una pequeña sonrisa—. Y tú ayudaste, niña.

—¿Yo? ¿Qué hice yo? —pregunto a la defensiva. No sé por qué me duele tanto el comentario de John. Acaba de decirme que ayudé con la situación, pero siento que insinúa que también podría haber contribuido a su recaída.

Sam apoya su mano sobre la mía en el banco.

—Se había centrado en otra cosa.

—Pero lo dejé —digo en voz baja.

Sólo confirmo lo que ambos están pensando, aunque no éramos una pareja formal como para dejarlo. No habíamos hablado acerca de nuestra situación. No pusimos las cartas sobre la mesa respecto a toda esa mierda.

—No ha sido culpa tuya, Ava —me tranquiliza Sam—. Tú no sabías nada.

—No me lo había contado —susurro—. De haberlo sabido, las cosas habrían sido distintas —sigo defendiéndome.

No sé hasta qué punto habría sido diferente todo si Jesse me lo hubiera contado, o de haberlo descubierto por mí misma. Lo que sé es que no quiero volver a verlo como el domingo pasado nunca más. Si me marcho ahora, ¿volverá a suceder? O podría quedarme y ayudarlo, pero ¿lo haría porque lo amo o porque me siento culpable? Puede que ni siquiera me quiera aquí. Estaba furioso conmigo. Estoy hecha un lío.

Apoyo los codos en el banco y dejo caer la cabeza sobre mis manos. ¿Qué narices debo hacer?

—¿Ava? —La voz profunda de John me obliga a levantar la cabeza de nuevo—. Es un buen hombre.

—¿Qué lo llevó a beber? ¿Es muy grave? —pregunto. Sé que es un buen hombre, pero necesito saber más para entenderlo mejor.

—¡Quién sabe! —contesta John, y me mira—. No pienses que estaba borracho perdido día sí, día también. No es eso. Si se encuentra en ese estado es sólo porque se siente mal, no porque sea alcohólico.

—¿Y dejó de beber cuando aparecí yo? —No puedo creerlo.

John se echa a reír.

—Exacto, aunque tú has hecho que saque otras cualidades bastante desagradables de su carácter, niña.

Frunzo el cejo aunque sé exactamente a qué se refiere, y por la expresión burlona de Sam, él también. Dicen que Jesse suele ser bastante tranquilo, pero yo sólo he conocido al Jesse Ward tranquilo en contadas ocasiones, y casi siempre era cuando se salía con la suya. La mayor parte del tiempo lo único que vi fue a un obseso del control hasta lo irracional. Incluso él mismo admitió que sólo era así conmigo…, afortunada de mí.

¿A qué tendrían que enfrentarse si volviera a marcharme de nuevo?

—Me quedaré, pero si vuelve en sí y no me quiere aquí, os llamaré a uno de los dos —les advierto.

El alivio de Sam es palpable.

—Eso no va a suceder, Ava.

John asiente.

—Yo he de volver a La Mansión y dirigir ese maldito negocio. —Se levanta del taburete—. Ava, necesitas mi número. ¿Dónde está tu teléfono?

Miro a mi alrededor buscando mi bolso y entonces me doy cuenta de que lo he dejado en la terraza. Me levanto y voy a por él.

De vuelta a la cocina, veo que Jesse sigue inconsciente. ¿Cuánto tiempo estará así, y cuándo debería empezar a preocuparme? No tengo ni idea de qué debo hacer.

Permanezco ahí, observándolo en silencio. Sus pestañas parpadean levemente, su pecho se eleva y desciende a un ritmo estable. Incluso inconsciente parece acongojado. Me acerco en silencio y le subo la manta hasta la barbilla. No puedo evitarlo. Nunca antes lo había cuidado, pero me sale de manera instintiva. Me arrodillo y apoyo mis labios sobre su fría mejilla, deleitándome en el leve consuelo que obtengo del contacto antes de continuar hacia la cocina.

Al entrar, veo que John se ha marchado.

—Ten. —Sam me pasa un trozo de papel—. Es el número de John.

—¿Tenía prisa? —pregunto. Podría haber esperado a que volviera.

—Nunca se queda más tiempo del necesario en ningún sitio. Oye, he hablado con Kate. Va a traerte algo de ropa.

—Ah, bien. —Mi pobre ropa debe de estar mareada. No ha parado de entrar y salir de esta casa.

—Gracias, Ava —dice Sam con sinceridad.

—No me las des —protesto, incómoda. En parte esto es culpa mía.

Sam se revuelve nervioso.

—Ya. Es que…, bueno, después de lo del domingo, y de la sorpresa en La Mansión…

—Sam, no.

—Cuando bebe, bebe mucho. —Sonríe—. Es un hombre orgulloso, Ava. Se moriría de vergüenza si supiera que lo hemos visto así.

Sí, me lo imagino. El Jesse que yo conozco es fuerte, seguro de sí mismo, dominante y muchas otras cosas más. La debilidad y la impotencia no están incluidas en la larga lista de sus atributos. Quiero decirle a Sam que lo de su problema con la bebida ha hecho que me olvide de lo de La Mansión y de sus actividades, pero no es verdad. Ahora que estoy aquí y que he visto de nuevo a Jesse, todo vuelve a proyectarse con intensidad en mi mente. Jesse regenta un club de sexo. Además, es usuario de las instalaciones de su propio club. Sam me lo confirmó, aunque fue bastante evidente cuando me encontré con el marido de una de las conquistas de Jesse. En el fondo sabía que debía de ser promiscuo, que debía de ser un mujeriego hedonista, pero no imaginaba hasta qué punto.

Nos pasamos la siguiente hora recogiendo envases vacíos por todo el apartamento y metiéndolos en un par de bolsas de basura negras. Saco todas las botellas de vodka de la nevera y vierto su contenido en el fregadero. Estoy alucinando con la cantidad de bebida que tiene aquí; debe de haber comprado una caja entera. Es obvio que planeaba quedarse aquí solo con su vodka durante una buena temporada. Pero una cosa tengo clara: yo no pienso volver a beberlo nunca más.

Clive telefonea para decirme que una joven llamada Kate está en el vestíbulo y, tras informarle sobre lo que nos hemos encontrado aquí, bajamos a reunirnos con ella, cada uno cargado con una bolsa negra llena de basura y botellas vacías. Tomo nota mentalmente de que hay que arreglar la puerta rota.

Kate espera en el vestíbulo, bajo la estricta vigilancia de Clive.

—Hola —saluda con cautela mientras nos acercamos arrastrando las ruidosas bolsas con nosotros—. ¿Cómo está?

Suelto la bolsa, lo que provoca más ruido de cristales, y miro mal a Clive para que sepa que estoy muy enfadada con él. Si hubiera dejado a Sam, a Drew o a John subir al ático antes, tal vez lo habríamos encontrado borracho en lugar de totalmente comatoso. Al menos tiene la decencia de parecer arrepentido.

—Está durmiendo —contesta Sam al ver que estoy demasiado ocupada haciendo que el conserje se sienta culpable.

Cuando vuelvo a centrarme en Kate, veo que Sam le pasa el brazo libre alrededor de la cintura y la abraza. Ella lo golpetea, juguetona.

—Toma. —Me pasa mi bolsa, que parece un yoyó que no para de ir de casa de Kate al Lusso y viceversa—. He metido de todo un poco.

—Gracias —digo mientras la cojo.

—¿Vas a quedarte, entonces? —pregunta.

—Sí —contesto encogiéndome de hombros. Sam me mira con agradecimiento, y en seguida vuelvo a sentirme incómoda.

—¿Durante cuánto tiempo? —quiere saber Kate.

Buena pregunta. ¿Durante cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo llevan estas cosas? Podría despertarse esta noche, o mañana, o pasado mañana. Tengo trabajo que hacer, y he de buscar un apartamento. Miro a Sam en busca de respuestas, pero él se encoge de hombros, cosa que no ayuda. Miro de nuevo a Kate y me encojo de hombros yo también.

De pronto soy consciente de que he dejado a Jesse solo arriba y me entra el pánico. Podría despertarse y no ver a nadie.

—Debería subir otra vez —digo, volviéndome hacia los ascensores.

—Claro, tranquila. —Kate me insta a marcharme con un gesto de la mano y luego coge la bolsa de basura del suelo—. Ya tiramos esto nosotros.

Nos despedimos, le prometo que la llamaré por la mañana y regreso al ascensor, dando instrucciones a Clive por el camino de que mande arreglar la ventanilla del coche de Jesse y la puerta de su apartamento. Él, por supuesto, se pone a ello de inmediato.

Cuando llego de nuevo al último piso, cierro la puerta, pero no se queda asegurada del todo. Tiene que bastar hasta que alguien venga a repararla. Entro en el salón. Jesse sigue dormido.

¿Y ahora qué hago? Miro hacia abajo y veo que aún llevo puestos el vestido gris topo y los tacones, así que me dirijo a la planta superior y me autoasigno la habitación que está al otro extremo del descansillo. Me quedo pasmada al ver todas las almohadas tiradas por el suelo y las sábanas arrugadas tras mi breve descanso antes de que Jesse me transportara de nuevo a su cama después de la masacre del vestido. Me dispongo a hacer la cama y a ponerme los vaqueros rotos y una camiseta negra. No me vendría mal una ducha, pero no quiero dejar a Jesse solo mucho tiempo, así que eso tendrá que esperar.

Vuelvo abajo, me preparo un café solo y, mientras me lo tomo en la cocina, pienso que sería una buena idea informarme un poco sobre el alcoholismo. Jesse debe de tener un ordenador en alguna parte.

Lo busco y encuentro un portátil en su estudio. Lo enciendo y siento un inmenso alivio al ver que no me pide contraseña. Este hombre tiene graves problemas con la seguridad. Lo llevo abajo y me acomodo en el gran sillón que hay frente a Jesse, para poder controlarlo. En Google, tecleo «Alcohólicos» y aparecen diecisiete millones de resultados. No obstante, en la parte superior de la página aparece «Alcohólicos Anónimos». Supongo que es un buen sitio para empezar. Por mucho que John diga que Jesse no es alcohólico, yo tengo mis dudas.

Tras unas cuantas horas buscando en internet, siento que mis neuronas no responden. Hay mucha información que asimilar: efectos a largo plazo, problemas psiquiátricos, síntomas de abstinencia… Leo un artículo sobre cómo algunos traumas infantiles llevan al alcoholismo, y me pregunto si a Jesse debió de sucederle algo de pequeño. De inmediato acude a mi mente la horrible cicatriz que tiene en el abdomen. También existe una relación genética, y entonces me pregunto si alguno de sus progenitores era alcohólico. Hay tantísima información que no sé qué hacer con ella. Este tipo de preguntas no se hacen así como así.

Mi mente retrocede al domingo pasado y a las cosas que me dijo: «Eres una calientabraguetas, Ava… Te necesitaba a ti y… tú… tú me dejaste». Y después lo dejé… una vez más.

Me dijo que no me lo había dicho porque no quería darme otra excusa para dejarlo, pero también dijo que no era un alcohólico. Y John aseguró lo mismo. Si es un problema y está relacionado con el alcohol, eso lo convierte en un alcohólico, ¿no? Apago el portátil desesperada y dejo la taza de café vacía sobre la mesita. Son sólo las diez en punto, pero estoy agotada. No quiero irme arriba a la cama por si se despierta, y tampoco quiero acomodarme mucho, así que cojo unos cuantos cojines, los dispongo en el suelo a su lado y me recuesto con la cabeza apoyada en el sofá, al tiempo que le acaricio el vello de sus brazos torneados. El contacto me relaja. Los párpados empiezan a pesarme y me quedo dormida.